martes, 14 de marzo de 2017

Castigando a Isabella capítulo 1

Capítulo uno


Todo había empezado casi desde el momento en que había llegado a bordo de su nuevo destino, el crucero de policía intergaláctico llamado Orgullo de la justicia. Ella era joven para un destino como ese, joven para ser promocionada a sargento, pero Isabella había empezado su carrera en la justicia penal como una bala. Con las lecciones de la academia todavía en el oído, se había ofrecido como cebo en una operación antivicio con origen en Marte. Su capitán había estado reacio a dejar que lo hiciera pero al final había aceptado. A pesar del peligro, Isabella había considerado que los resultados harían que mereciera la pena el riesgo. La operación había reducido a varios mafiosos reconocidos, demostrando así el valor de Isabella como agente encubierta y oficial.
De repente, empezaron a llegar ofertas de otros organismos de seguridad,  pero Isabella sabía qué quería hacer y no era quedarse destinada en un planeta toda su vida. Ella quería volar y qué mejor manera de hacerlo que un crucero Intergal. La agencia que luchaba contra el crimen intergaláctico mantenía registros de la mayoría de los criminales más atroces de la galaxia y los seguía de un planeta a otro, tratando con lo peor de lo peor. Ahí era donde Isabella quería estar, en medio de la acción. Así que fue con anticipación y excitación que partió  a bordo de su nuevo barco y aceptó su nueva misión.
El Orgullo de la justicia era un crucero de gama alta de varias cubiertas que contaba con alrededor de una veintena de oficiales y un equipo de apoyo de unas diez personas. Como la oficial más joven y de rango más bajo a bordo, Isabella sabía que tendría que demostrar su valía.  Sólo que no sabía lo difícil que sería.
Sus problemas empezaron casi de inmediato cuando su guía, una oficial mayor con el pelo rojizo canoso llamada sargento Rosalie Hale, le había enseñado los camarotes pequeños, casi espartanos, con paredes metálicas de color gris mate que serían su hogar durante los próximos cinco años.

—La litera está ahí y puedes guardar tus cosas en la unidad plegable de la pared,— dijo señalando con la cabeza una cama estrecha con un fino colchón de espuma y un edredón doblado de color verde oliva. —También encontrarás tu nuevo uniforme en la unidad de la pared. El baño está ahí—. Señaló la estrecha puerta deslizante al lado de la cama. —Puedes tomar una ducha con agua real porque ahora estamos en el puerto pero asegúrate de cambiar la configuración a sono una vez hayamos dejado el planeta. Tenemos restricciones de agua en el espacio profundo y el capitán se las toma muy en serio.
—De acuerdo—. Isabella asintió con la cabeza, tomando nota mental. La habitación estaba tan desnuda que casi parecía una celda, pero podría iluminarla con algunos de los adornos personales que llevaba. Y con respecto a la cama y a  la ducha, bueno, ella no había firmado con Intergal para llevar una vida de lujo; estaba allí para atrapar a los malos y hacerse un nombre al mismo tiempo.
La sargento Hale debió haber leído los pensamientos que pasaron por la cara de Isabella porque sonrió ligeramente y apoyó una mano en la cadera. —¿No es exactamente lo último en lujo, verdad, novata?
Isabella levantó la barbilla y dedicó a su oficial una leve sonrisa. —No estoy aquí por el lujo, sargento Hale. Sólo quiero hacer mi trabajo y mantener mi nariz limpia.
La expresión de Hale se había vuelto un poco agria como si hubiese esperado una reacción distinta. —Huh, Tal vez pienses de forma  diferente  cuando lleves en Intergal tanto tiempo como yo. Pero en cuanto a lo  de  mantener la nariz limpia, puedes empezar por refrescarte antes de reunirte con el capitán Cullen.
—Eh, ¿el capitán Cullen? — Isabella frunció el ceño. Estaba casi segura de que el nombre del comandante del Orgullo de la justicia tenía un aspecto diferente en los papeles de su traslado. En realidad, había una larga cadena de sonidos vocálicos extraños y ásperas consonantes que le habían dado un duro trabajo aprender a pronunciarlas. CullenMasenEdward. Ella lo repetía mentalmente muy a menudo para asegurarse de hacerlo correctamente en el momento de su presentación ante su nuevo comandante.

Hale se encogió de hombros. —No se puede decir su nombre real, -es zentoriano, sabes, - así que es Cullen, que está muy cerca de lo que la mayoría de nosotros puede pronunciar.
Ya veremos eso. Isabella se sonrió al escuchar el zumbido de la oficial superior. Tenía una idea de cómo impresionar ya a su nuevo capitán. ¿Así que nadie a bordo podía pronunciar su nombre? Ella les enseñaría. Cuando fuera presentada al capitán lo llamaría por su auténtico nombre zentoriano. Sabía un poco acerca de su raza, que procedía de un sistema muy distante con un sol rojo. Eran un pueblo austero y severo que supuestamente no mostraba  emoción alguna, pero sin embargo mostraban un fuerte orgullo por su herencia. Pronunciar el nombre del capitán correctamente era una manera segura de causarle una buena impresión y hacer que la recordara favorablemente cuando llegara el momento de repartir tareas y promociones.
—El capitán Cullen querrá verte en algún momento de la media hora anterior al despegue—, dijo Hale, rompiéndole su hilo de pensamientos. —Y será  mejor que estés uniformada y lista para el saludo.
—Muy bien—. Isabella asintió de nuevo y dejó caer una maleta pequeña a los pies de su estrecho catre. Pero antes de que pudiera preguntar a  la  oficial superior dónde estaban exactamente los aposentos del capitán o cómo llegar a ellos para así poder presentarse adecuadamente, Hale se había ido, deslizando la puerta corredera con un fuerte whoosh, como si no quisiera tener nada más que ver con una novata recién salida del cascarón como Isabella.
Bueno, supongo que tendré que encontrar el camino yo misma. El barco no es tan grande y seguramente habrá alguien un poco más amigable que pueda indicarme la dirección correcta. Mientras, supongo que podría refrescarme y ponerme el nuevo uniforme.
El uniforme de Intergal, un traje azul marino de una sola pieza, convenientemente ajustado, con un cinturón negro y botas negras y elegantes,  era conocido en toda la galaxia. Isabella se sintió orgullosa cuando sacó el suyo  de la unidad de la pared que le había indicado Hale. Pero no tardaría en meterse en él y todavía tenía casi treinta minutos que matar, incluso después de colgar unos pocos cuadros y adornos sobre las paredes metálicas.  Recordando las

palabras de la sargento Hale sobre las restricciones de agua, Isabella decidió tomar una ducha rápida mientras podía. Después de todo, ¿quién podía decir cuánto tiempo estarían en el espacio profundo una vez zarparan? Las duchas  sono conseguían limpiarte, pero no había nada como un buen chorro de H2O para hacerte sentir realmente fresca.
Mientras lo pensaba, Isabella se desnudó rápidamente y entró en el pequeño cuarto de baño con una unidad de ducha de noventa por noventa. Tenía la intención de tomar una ducha de cinco minutos pero el agua caliente corriendo por su espalda y sus hombros se sentía tan bien que perdió la noción del tiempo. Los cinco minutos pronto se ampliaron a diez y luego a quince. Canturreando, Isabella enjabonó todo su cuerpo con gel de ducha lavanda que había traído de su casa y soñó despierta con su nueva carrera. Tuvo la precaución de mantener su pálida melena rubia fuera del chorro del agua, sabiendo que no tendría tiempo de secarlo.
Justo cuando empezaba a aclarar la espuma de dulce aroma de su cuerpo, oyó el inconfundible whoosh de la entrada principal del camarote. Hale, pensó al momento, intentando aclararse más rápidamente. Debe haber recordado que olvidó decirme dónde estaban las habitaciones del capitán. Es mejor que salga antes de que se vaya otra vez.
Con espuma todavía pegada a su piel desnuda, Isabella cerró la ducha y cogió la primera toalla que encontró. Apenas era suficiente, sólo era una toalla de  mano dejada en la barra metálica al lado del utilitario lavabo pero no creía que a la mujer mayor le importara le importara su aspecto mientras Isabella no la molestara haciéndola esperar.
¡Vamos! Se dijo y se apresuró a salió a toda prisa a su nuevo camarote, apretando la toalla de mano contra sus pechos desnudos. Pero en lugar de la complexión robusta y delgada y del pelo canoso y rojizo de Hale, una persona totalmente distinta apareció ante sus ojos.
Isabella jadeó espantada cuando vio al hombre enorme de hombros anchos y facciones severas de pie al lado de su estrecho catre. Tenía el pelo tan oscuro que parecía negro a primera vista pero que en realidad era de azul muy oscuro y estaba cortado con precisión militar.   Sus ojos también eran de azul oscuro y   un
anillo de oro alrededor de cada iris hacía su mirada más penetrante. Pero sus ojos y su pelo no eran lo que más sorprendió a Isabella, era su tamaño. Era tan grande que parecía llenar toda la habitación con su presencia, dejando poco espacio a cualquier otro, especialmente a una novata casi desnuda goteando burbujas de lavanda sobre el suelo gris de metal.
Recuperándose rápidamente, miró al intruso. —¿Quién diablos eres y qué estás haciendo en mi camarote? — preguntó, negándose a ser intimidada por su tamaño o por su propio estado de desnudez casi total.
—¿Quién soy yo? — Rugió el gigante. —Soy su capitán, sargento Swan, y usted debería tener una maldita buena razón para aparecer así vestida durante la inspección, o más bien desvestida, como estás—. Hizo un gesto cortante hacia la empapada toalla de mano que apenas la cubría, sus ojos oscuros centelleaban.
—Mi… ¿mi capitán?— ¡No era de extrañar que él fuese tan grande! Los zentorianos venían de un planeta donde la gravedad era aproximadamente un veinte por ciento más alta que la estándar de la Tierra. Como resultado, tendían a ser más altos y fuertes que las otras especies humanoides. E incluso sin ese tamaño, el pelo azul oscuro y los iris anillados lo delatarían, también eran rasgos propios de los zentorianos.
Isabella sintió que su boca se secaba tan pronto se dio cuenta de lo que había ocurrido. La sargento Hale no le había dado instrucciones para dirigirse a los aposentos del capitán porque no se había planteado que fuera allí. Ella había imaginado que Isabella se pondría su nuevo uniforme y estaría esperando para ponerse en posición de firmes y saludar en el momento en que el capitán entrara a verla.
¡Saludo! ¡Se supone que tengo que saludar! Olvidándose de que estaba casi desnuda, Isabella se cuadró, dejó caer la toalla, y ofreció su mejor saludo militar.
—Capitán CullenMasEdw. Quiero decir Eddwaars. Quiero decir, capitán CullenMased—¸ tartamudeó, dándose cuenta de que estaba cavando más profundo su propia fosa con cada pronunciación equivocada. ¿Qué demonios le pasaba? Había practicado el estúpido nombre zentoriano una y otra vez hasta que pudo decirlo hacia atrás en sueños y ahora tenía la lengua atada. Bueno, posiblemente tenía que ver con el hecho de que estuviese de pie desnuda y goteando delante de él en lugar de decir su nombre una y otra vez para sí misma. ¡Mierda, estaba desnuda!

Isabella se debatió entre alcanzar la toalla caída al suelo y permanecer en posición de firmes. Al final mantuvo su postura incluso cuando sintió que sus mejillas empezaban a calentarse con rubor debido a la vergüenza y al abatimiento. Los ojos azules con anillos dorados examinaron su cuerpo desnudo pero la cara del capitán no cambió de expresión.
—Creo que será mejor que se limite al capitán Cullen, como el resto de la tripulación, sargento Swan—, ladró él por fin. —Vine a darle la bienvenida a bordo, pero ya veo que te sientes como en casa.
—Sí, señor, lo siento, señor—, balbuceó Isabella. —Pero verá, pensé que era  yo quien iría a verlo a usted en lugar de ser usted quien vendría a verme a mí.  Así que pensé que tendría tiempo suficiente y quería tener el mejor aspecto y mostrarle mis activos… Quiero decir, mostrarle que activos puedo aportar a su tripulación… Quiero decir…
—Sus “activos” están bien y verdaderamente a la vista en este momento, sargento, pero tengo que decirle que no son la clase de “activos” que estoy buscando para embarcar en el Orgullo de la justicia—. El capitán Cullen frunció el entrecejo y las mejillas de Isabella se calentaron tanto que pensó que su pelo estaba a punto de incendiarse. —Conozco su reputación, que se las arregló para estar en el lugar correcto y en el momento adecuado en esa tan publicitada operación antivicio en Marte.
—¿Lugar correcto y momento adecuado? — tartamudeó Isabella olvidándose de su vergüenza. —Debería saber, señor, que me ofrecí voluntaria para esa operación y …
—No interrumpa cuando estoy hablando—. Los ojos dorados anillados centellearon y Isabella se mordió la lengua. Él dio un paso adelante, bajando la mirada hacia ella, y su aroma inundó de repente las fosas nasales de Isabella, algo oscuro, picante y completamente masculino que ocultó completamente el fantasma de sus propias burbujas lavanda. —Quiero que sepa además que su presencia aquí es resultado directo de la decisión de mi comandante y que no estoy en absoluto de acuerdo con ella.

—¿Qué?  ¿Por qué no… señor? —  Isabella recordó añadirlo justo a tiempo.   El rico aroma masculino en el aire estaba haciéndole sentir una especie de mareo y él estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo enorme contra su piel desnuda. Durante un momento, se preguntó si él iba a tocarla, tal vez extendería la mano para ahuecarle uno de los pechos o incluso los vulnerables labios de su vagina con los dedos y le acariciaría el clítoris. Retuvo el aliento en la garganta al pensarlo y se preguntó si le gustaría que lo hiciera.  Someterse,  pensó,  aún cuando no estaba segura de que quisiera hacerlo.
No era algo inaudito que un comandante en Intergal hiciera una inspección íntima de sus subordinados. Era un hecho que algunas de las reglas que se aplicaban en otras agencias se relajaban en su caso. Los oficiales de Intergal estaban en el espacio profundo durante largos periodos de tiempo y las relaciones que normalmente habrían estado mal vistas no estaban prohibidas. Isabella se había enterado cuando firmó que podría tener que servir a su capitán en formas que iban más allá de los deberes habituales y su estado actual de desnudez prácticamente estaba invitándolo a ayudarse a sí mismo. Así que levantó la barbilla y echó hacia delate los pechos, preparada para aceptar lo que fuera a hacer con ella.
Pero a pesar de sus pensamientos nerviosos, su nuevo capitán pareció conformarse con dirigirle una mirada fulminante y mantener las manos sobre él.
¡Oh! Es verdad, zentorianos, nada de emociones, se recordó Isabella a sí misma. Probablemente su desnudez no lo afectaba en lo más mínimo.
—Soy de la opinión de que eres demasiado joven e inmadura para el trabajo que hacemos aquí,— dijo el capitán Cullen, llevando los pensamientos de Isabella de vuelta a su conversación.  —Y por lo visto hasta ahora, creo que mi opinión  está totalmente justificada—. Sus ojos recorrieron de nuevo su cuerpo desnudo y Isabella sintió una ola de calor que abarcaba todo su cuerpo. Sus pezones desnudos estaban tan rígidos que dolían y sus muslos temblaban con el deseo de cruzar las piernas y ocultar la hendidura de su coño. ¡Dios! ¿Qué debía pensar de ella? ¡Oh, espera! Sabía lo que pensaba de ella, ya se lo había dicho.
—Lamento decepcionarlo, señor, — dijo fríamente intentando mantener su dignidad  intacta  bajo  su  mirada  ardiente.     —Espero  que  el  futuro       pueda demostrarle que pertenezco a este lugar y probar mi valor como miembro de la tripulación  y oficial de Intergal.
—Yo también lo espero, sargento. Aunque lo dudo.  Descanse.  —  El capitán Cullen sacudió la cabeza y se dio la vuelta para irse. —Cena a las diecinueve, — dijo mirando por encima del hombro mientras  hablaba.  —Y confío en que no necesito decirle que aplicamos un estricto código de vestimenta, eso significa el uniforme oficial, no una toalla de mano mojada y burbujas, sargento.
—Sí, señor. — Isabella se apresuró a coger su toalla caída, sus mejillas llameaban. Cuando la puerta de su aposento se cerró con el whoosh, catalogó mentalmente todas las cosas embarazosas que habían ocurrido. Primero,  no estaba preparada para la visita de su nuevo capitán, después había destrozado su nombre, después había exhibido su cuerpo desnudo delante de él durante cinco minutos mientras goteaba sobre el suelo y balbuceaba como una tonta con muerte cerebral. Bueno, sí que había impresionado a su nuevo comandante. Isabella tuvo el mal presentimiento de que a partir de ahora no importaría lo mucho que se esforzara por redimirse, él siempre la vería allí de pie desnuda y tartamudeando como una idiota.
¡Dios! ¿Había alguna posibilidad de que pudiera ser peor?

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Edward negó con la cabeza al salir del camarote de su sargento más reciente.  Era todo lo que había pensado que sería, demasiado joven, prácticamente sin experiencia a pesar de su éxito en la operación antivicio, y absolutamente impetuosa también. Edward estaba acostumbrado a trabajar con oficiales que sabían exactamente qué estaban haciendo en cada momento, su unidad  funcionaba como una máquina bien engrasada. Y él sospechaba que la sargento Isabella  Swan se lanzaría de cabeza en las operaciones.
Pero había algo en ella, admitió para sí mientras caminaba por el  largo pasillo metálico. Una vulnerabilidad que sus descaradas palabras y su actitud de gallito no podían ocultar.   Lo había tocado de alguna manera y él no estaba
acostumbrado a ser tocado. Contrariamente a la creencia popular, los zentorianos tenían tantas emociones como las especies sensibles más próximas. Pero eran tan fuertes, tan violentas, que tenían que ser suprimidas a cualquier precio para evitar la pérdida de control. Edward mantenía sus emociones encadenadas, retenidas tan estrictamente como cualquier animal salvaje que pudiera morder si se soltase. El hecho de que esa joven pudiera provocarle sentimientos de cualquier clase era un aviso, una clara señal de que debería mantenerse alejado y en guardia contra ella.
Se prometió a si mismo mantenerla a distancia en todo momento, pero incluso mientras lo hacía, la imagen de ella de pie, firme, con las burbujas de lavanda goteando de las puntas de sus perfectos pezones rozados y deslizándose hasta la tierna hendidura de su coño rosado volvió a sus ojos.  Edward nunca se  había visto anteriormente tentado a usar lo que algunos llamaban “el privilegio del capitán”, pero de repente, pudo imaginarse usándolo con Isabella. Se vio a sí mismo tumbado en su cama con ella debajo y abriendo las piernas para que él pudiera explorar su pequeño coño caliente Quería probar cómo sabía, oír cómo sonaba cuando gemía y pedía más.
Edward negó con la cabeza, ahuyentando los fantasmas que amenazaban abrumarlo. Se dio cuenta de que su polla era una dura protuberancia en los pantalones y que la lujuria estaba precipitándose sobre él en una marea roja. Respirando profundamente, la obligó a retroceder, negándose a ceder ante la emoción primitiva que quería robarle el control. ¡Oh, sí! Definitivamente, iba a tener que mirar a otro lado con la sargento Isabella Swan, se dijo.  Estar alerta  con ella y mantenerse tan lejos de ella como fuese posible.
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Primer capítulo que les parece este edward de otro mundo nos vemos mañana 
Gracias por leer.

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Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina