viernes, 24 de marzo de 2017

Castigando a Isabella capítulo 6


Capítulo seis


“Sargento Isabella Swan, diríjase a los aposentos del capitán. Sargento  Isabella Swan, diríjase a los aposentos del capitán inmediatamente”
Isabella escuchó el anuncio desde el interior de la pequeña ducha de su cabina, donde estaba por enésima vez intentando quitarse las cuerdas que rodeaban su cuerpo.

—¡Ay! Maldita sea, ¡ay, ay, ay! — gruñó mientras intentaba despegar aunque fuera un trocito de eso de su pecho derecho. Pero era inútil, había estado intentándolo durante tres días, desde que habían vuelto al barco. La maldita cuerda drusiniana seguía aún firme en su sitio, incluso después de horas de lavado, primero con una ducha sónica y después con una de agua prohibida. Estaba totalmente convencida de que se metería en problemas por romper las restricciones de agua, ya que en ese momento estaban en el espacio profundo  pero no le preocupaba. Si sólo pudiera conseguir quitarse las enloquecedoras cuerdas de su cuerpo, cualquier castigo que el capitán pudiera imaginar valdría la pena. Bueno, casi cualquier castigo, se recordó pensando en los azotes que le  había dado en la plaza del mercado.
Había esperado totalmente convencida de que, una vez estuviesen de vuelta en el Orgullo de la Justicia, recibiría un castigo más formal que el que le habían dado mientras estaban en el planeta, pero, para su sorpresa, no llegó, ni siquiera en forma de humillación pública.  Para su inmenso alivio, el capitán Cullen la  había envuelto en su túnica púrpura antes de llevarla a bordo de la nave. Había caminado por el pasillo principal, ignorando las miradas curiosas de los otros miembros de la tripulación, y simplemente, la había depositado en la litera de su propio camarote. No había dicho ni una palabra mientras se daba la vuelta y se iba.
Habían pasado ya tres días y aunque la tripulación había estado mirándola de reojo desde entonces, el capitán Cullen no le había dirigido la palabra.  Era como  si estuviese decidido a volver a su poco natural antigua relación, o tal vez debería llamarla “no-relación”, pensó Isabella sombríamente. Como si nada del calor que había pasado entre ellos en la subasta de esclavos, o la ira de él ante su desafío y la paliza subsiguiente que le había dado hubieran ocurrido nunca.
Isabella frotó la cuerda que le rodeaba el hombro izquierdo. ¿Era su imaginación o podía estar tan sólo un poco más flojo que el resto? Pensó que si sólo pudiera separarlo un poco, el resto seguiría, como si estuviera arrancando la antigua y pasada de moda venda adhesiva. Entonces recordó donde estaba colocada esta “venda” y se estremeció. Sus pezones y clítoris eran zonas extremadamente sensibles que podían rasgarse al arrancarla, así que tal vez debería tomarlo con calma.
De todos modos, admitió ante sí misma con un suspiro, era probable que si la cuerda en su hombro estaba floja, probablemente no tenía nada que ver con su lavado constante, sería sólo porque V no había aplicado tanta cantidad del  maldito gel llamado “miel de amor” allí. No, se había concentrado en sus pechos  y entre sus piernas. Isabella se preguntó si todavía quedaba algo de esa maldita cosa en su interior, ciertamente él había echado bastante de eso en su vagina y en su ano. ¿Cuánto tiempo duraría, de todos modos? ¿Y podría, realmente, ser disuelto por una persona concreta?  ¿Por la que la había comprado?
Pensar en eso la hizo pensar en el capitán y darse cuenta de que debía salir de la ducha e ir hasta sus aposentos. Lo último que necesitaba ahora era una repetición de su primera reunión. Sus mejillas enrojecieron con el recuerdo, y también, por como la trató en la plaza del mercado y por su frialdad actual. Pero no podía evitar recordar la amabilidad con la que había extendido el ungüento sobre su trasero escocido o el modo en que había cargado con ella después de vuelta a la nave. A pesar de la paliza que le había dado, recordaba claramente el olor picante de su piel y la cálida sensación de seguridad que la había envuelto cuando la cogió en sus brazos.
Pero, aparentemente, el capitán Cullen no albergaba buenos recuerdos de sus experiencias juntos ya que actualmente estaba actuando otra vez como si ella fuese invisible. Isabella se decía que podía haber sido peor, podía haber levantado cargos contra ella y metido en un calabozo en el momento en que sus pies tocaron el suelo de la nave en lugar de limitarse a ignorarla.        De algún modo, pensó, era un frío consuelo, especialmente cuando los malditos nudos de mor estaban haciendo imposible dejar atrás la experiencia.
Las cuerdas de plata que aprisionaban su cuerpo y rodeaban su clítoris y sus pezones habían empezado a actuar de forma extraña poco después de que volvieran a la nave. Como no pudo librarse ella sola de los nudos de amor, Isabella se había visto obligada a llevar el uniforme sobre la odiosa invención drusiniana y esperaba que nadie pudiese ver las líneas acusadoras bajo las ropas o el modo en que sus pezones parecían estar siempre erectos. Y la mayor parte del tiempo, pesaba que estaba consiguiéndolo. Pero cada vez que estaba cerca del capitán Cullen, los nudos hacían algo extraño. Empezaban a cambiar y a apretarse, oprimiéndole los pezones de forma intolerable y hundiéndose entre sus piernas como un amante impaciente.
Las sensaciones que causaban eran tan intensas que varias veces Isabella se había visto obligada a excusarse y a retirarse rápidamente a su camarote para intentar aliviar la tensión. Pero una vez conseguía llegar allí, descubría otro problema, no podía correrse. No importaba cuán duro o con cuanta suavidad se tocara, flotaba al borde del orgasmo pero era incapaz de llegar a él. Pensaba con pena en la forma en que había pedido al capitán Cullen que no la hiciera correrse mientras la azotaba en el mercado. Ahora, deseaba haberle permitido que lo hiciera; así, habría experimentado al menos cierto alivio al cruzar el límite antes de que empezara la tortura. Ahora estaba atrapada, con fuego ardiendo constantemente debido a su necesidad, especialmente cuando el capitán estaba cerca, y ella era incapaz de hacer nada al respecto.
Una o dos veces consideró intentar acercarse a Cullen a solas tan sólo para preguntarle acerca del misterioso vial de líquido azul que había visto que recibió de V. Tal vez era disolvente y él estaba reteniéndolo deliberadamente, esperando que ella fuera a él y suplicara. En este punto, ella se habría puesto de rodillas con gusto aun a costa de su orgullo. Pero la misma cosa que le hacía anhelar el disolvente era lo que la mantenía alejada del hombre que lo tenía.
Isabella evitaba ir a cualquier lugar cerca de su superior ya que cada vez que estaba en las proximidades del capitán, los nudos de amor empezaban a hacer su danza desesperante, volviéndola loca con el deseo. Cullen ya la había visto en algunas posiciones embarazosas y comprometidas y ella no necesitaba añadir más carga a su humillación, muchas gracias. Era mucho mejor mantenerse lejos de él y sólo había resignarse a la tortura de los nudos.
Dado que el capitán parecía tan decidido a evitarla a ella como ella a evitarlo a él, Isabella se sorprendió al oír su nombre por el sistema de intercomunicación. Y allí estaba ella, recibiendo la orden de ir, de entre todos los lugares, a los aposentos del capitán. Nadie iba allí nunca, excepto el capitán Cullen,  por  supuesto. Pero, ciertamente, nunca había invitado u ordenado a nadie de su tripulación a reunirse con él en su área privada.
Mientras salía de la ducha y se secaba con una toalla, Isabella sintió el peso de plomo del temor llenando su estómago. ¿La había llamado, por fin, para su castigo formal? Tal vez había usado los tres días desde que la había traído de vuelta a la nave hasta ahora como un periodo de reflexión, así podría disciplinarla de nuevo sin perder los estribos. Al recordar su temperamento y el resultado del mismo, se estremeció. Bien, no había forma de enterarse de lo que él quería que no fuese ir hasta él.  Como si tuviera elección en la cuestión.
Tirando la toalla a un lado de la litera, se deslizó en su uniforme lo mejor que pudo, intentando ocultar las líneas de las cuerdas bajo la delgada tela. Después respiró hondo y miró su visor. No era bueno, los pezones estaban obviamente totalmente erectos, y si alguien miraba muy de cerca sería capaz de ver el contorno de los labios de su coño, que todavía se mantenían abiertos gracias a las cuerdas drusinianas. Peor aún, la protuberancia de su clítoris hinchado era evidente entre ellos. Isabella se movió, intentando encontrar una posición que ocultara su vergüenza e impidiera que la tela de sus bragas se frotara contra el sensible envoltorio de nervios.  Ni siquiera llevaría la incómoda ropa interior si  no fuese porque esperaba desesperadamente que otra capa de tejido ayudara a ocultar su vergüenza. Finalmente se dio por vencida. Era demasiado tarde para preocuparse de su aspecto actual, tenía que ir a los camarotes del capitán y esperaba como el infierno que Cullen no la estuviese esperando para castigarla de nuevo.

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Edward paseaba impaciente mientras esperaba que llegara su oficial más joven. Desde luego, había estado esperando que fuera a él desde el momento en que llegaron de vuelta a la nave. Él sabía que ella no podía liberarse de los nudos del amor sin él, incluso aunque su visible consumo de agua probaba que lo estaba intentando. También sabía que ella había visto el vial de líquido azul que V le había dado, junto con la factura de la venta. Isabella no era estúpida,  ella deduciría sin duda que el líquido era alguna clase de disolvente.  Así que, ¿Por  qué no había ido a él y le había pedido que se lo diera?
Por supuesto, eso no habría resultado en nada bueno ya que el disolvente, por sí mismo, no era lo que ella necesitaba para librarse de los nudos. Edward sólo deseaba que lo fuera. Pero al menos podía habérselo explicado sin tener que llamarla a sus aposentos.

Una vez que se hizo evidente que ella no iba a acudir a él por su propia iniciativa, él había decidido llamarla. Pero primero tuvo que encargarse de la situación de V. Gracias a las evidencias grabadas que había conseguido cuando estaba rescatando a Isabella, la nave de Intergal más cercana en su región había sido capaz de arrestar al traficante de esclavos intergaláctico y capturarlo. Estaba detenido y a la espera de juicio, un juicio en el que se haría pública la venta de Isabella al mejor postor e influiría enormemente en la condena. Ahora que ya se había ocupado de eso, Edward estaba preparado para enfrentarse a su obstinada sargento, tanto si ella quería ser tratada como si no.

Edward podía imaginar lo que estaría pensando el resto de la tripulación ahora que le había ordenado por el intercomunicador que fuese a verle.  Nunca antes,  en el tiempo que había sido capitán del Orgullo de la justicia, había hecho uso de su privilegio de capitán. Y no lo haré esta noche tampoco, se dijo a sí mismo con severidad. Bueno, no si puedo evitarlo de algún modo. Pero eso era lo que seguramente estaban pensando cada uno de los oficiales a bordo. ¿Qué otra cosa podían pensar después de que él la trajera de vuelta de la zona prohibida, desnuda en sus brazos a excepción de su túnica púrpura? Él podía haber ido al camarote  de ella en privado y ahorrarse a sí mismo la humillación, pero Edward quería hacer las cosas oficialmente, mantener las cosas entre ellos tan formal y profesionalmente como fuese posible. A pesar de lo que iba a verse obligado a hacer una vez ella apareciera en su puerta. Tal vez de esa manera pudiese mantener las riendas sobre sus preocupantes emociones que amenazaban con desbordarse cada vez que la sargento Isabella Swan estaba en cualquier lugar próximo a él.

Como en respuesta a sus pensamientos, un repique de campana de baja intensidad sonó en el exterior de sus aposentos, la señal de que un visitante solicitaba entrar. Esa debe ser ella, pensó Edward. Bien, no  había  tiempo  que perder, así que bien podía acabar con esto. Respiró hondo y se dispuso a hacer lo que tenía que hacerse tan profesionalmente como fuese posible.
—Entre. — Mientras murmuraba la orden, la puerta giratoria del fondo de  sus habitaciones se abrió con el woosh, revelando a una Isabella asustada y desafiante.
—Capitán, ¿Quería verme? — Entró insegura en sus aposentos.

Edward asintió con la cabeza. —Sí. — Dio un paso hacia ella y, con la misma rapidez, ella retrocedió.
—Si esto es por mi consumo reciente de agua, yo, eh, necesitaba una ducha… señor, — añadió rápidamente.       —Lo siento y prometo que no volverá a ocurrir.
¿Puedo irme ahora?

—Ciertamente, no puedes. — Edward dio otro paso hacia ella. Una vez más, Isabella dio un paso atrás. Él frunció el ceño. ¿Estaba intentando mantener la distancia entre ellos? ¿Y si era así, por qué? ¿Quizás porque la golpeaste con tu cinturón la última vez que te acercaste lo suficiente para tocarla? Sugirió una vocecita en su cabeza. No puedes imaginar por qué la chica se sentiría avergonzada ante ti.
—Por favor, señor…— Isabella se movía lentamente lejos de él, siguiendo el perímetro de la enorme habitación. Ahora estaba al lado de  su sofá y Cullen vio  una oportunidad.
—Siéntese, — ordenó, señalando un cojín de cuero azul. —Necesito hablar con usted, sargento Swan.
—¿Qué ocurre? — se sentó de muy mala gana en el borde del cojín más alejado de él y lo miró con recelo.

—Usted sabe qué ocurre. — Edward la miró con severidad. —Es sobre las cuerdas que todavía envuelven su cuerpo—. Miró deliberadamente las  líneas bajo el uniforme de ella y la forma en que sus pezones estaban obviamente erectos. Sabe que puedo ayudarla con eso, Isabella, pero se ha negado a venir y a pedírmelo.  Ha estado evitándome.  ¿Por qué?
—¿Yo he estado evitándole? — Lo miró con incredulidad. —Usted es el que no me ha dirigido ni una palabra desde que hemos vuelto a la nave… señor. ¿Por qué?
Edward le frunció el ceño molesto. Otra vez ella estaba causando emociones en él que no quería reconocer, la principal era el deseo. Sólo mirar los débiles contornos de sus pezones y de su coño abierto bajo el ajustado uniforme, hacía que su polla se levantara. Maldición. ¿Por qué no podía controlarse cerca de esa mujer?
—He estado esperando a que viniera a mí, — dijo, decidiendo no responder a su pregunta. —Sé que necesita ayuda para deshacerse de las cuerdas y, desafortunadamente, soy el único que puede ayudarla.
—¿Por qué, porque usted es mi “amo”? — los pálidos ojos azules de Isabella se entrecerraron.
—En parte, sí. Pero es debido a que el disolvente para sus nudos de amor está en sintonía química conmigo, no porque la compré en la subasta. —  Edward se  negó a permitir que las palabras de ella lo enfurecieran. En realidad, él había usado su propio dinero para comprarla a V, sabiendo que Intergal nunca le permitiría gastar tanto de su mezquina caja en liberar a un oficial subalterno. No, nunca le diría eso a Isabella Swan. Especialmente, cuando todavía no estaba muy seguro de por qué lo había hecho.
—¡Sabía que tenía el disolvente! — Ella saltó ante las palabras de él. — ¿Por qué no me lo dio de inmediato? ¿Me ha dejado vivir con este maldito cable envolviendo mi cuerpo durante los tres últimos días como otro de sus sádicos castigos? ¿O era sólo la tortura que los nudos de amor me hacían pasar cada vez que se acercaba a mí?

Edward estaba intrigado. —¿Está diciendo que las cuerdas reaccionan a mi presencia? — preguntó, moviéndose para acercarse a ella en el sofá.
—¿Qué? Nunca dije eso. — La cara de Isabella pasó del rojo al blanco en el intervalo de unos segundos. Se levantó del sofá de un salto y empezó a retroceder alejándose de él otra vez.
—Sí, lo hiciste. — Edward empezó a seguirla, pero entonces tuvo una idea  mejor.  —Sargento, venga aquí, — ordenó, curvando un dedo hacia él.
De mala gana, Isabella hizo lo que él le ordenó, caminando lentamente hacia delante hasta que casi estuvo de pie entre sus muslos.
—Bien. — Edward asintió con la cabeza. —Ahora, quítese la parte superior de su uniforme.
—¿Qué? — Isabella empezó a protestar pero él levantó la mano para hacerla callar.
—Sargento Swan, esto es una orden directa. Quítese la parte superior de su uniforme.
Con dedos temblorosos, presionó el botón oculto que lo cerraba en la garganta y el mono azul de la marina se abrió y se separó. Encogiéndose de hombros para sacar las mangas, Isabella dejó que la mitad superior de su uniforme caminara tras ella como una sombra de la que no podía deshacerse y se cubrió los pechos con las manos.
Cullen le frunció el ceño. —Baje los brazos, sargento. No recuerdo que fuese  tan vergonzosa cuando estuvimos en el planeta.
—No recuerdo que tuviese elección en el asunto, señor, — escupió.

—Bien, no tiene elección aquí tampoco. — Edward sacó su voz dura y  autoritaria, haciéndole saber que hablaba en serio. —Ahora, baje los brazos.
Con las mejillas rojas de la vergüenza, Isabella hizo lo que se le ordenaba.

Edward tuvo que forzarse a sí mismo a no reaccionar, o al menos, a mantener la reacción que estaba sintiendo fuera de su expresión. Pero la visión de sus pechos altos y llenos rodeados por la cuerda plateada era casi más de lo que podía manejar. Desde que la había dejado sobre su litera y vuelto a sus deberes como capitán del Orgullo de la justicia, había estado intentando no pensar en qué aspecto tenía, desnuda exceptuando la cuerda drusiniana. Había reprimido sus sentimientos de deseo y se había negado la liberación de masturbarse mientras fantaseaba sobre ella. Ahora quería lo que se había negado a sí mismo, al menos una vez. Quizás si lo hacía, sería capaz de controlar la rabiosa erección que sentía presionando contra los pantalones de su uniforme.
—¿Está satisfecho ahora? — preguntó Isabella, todavía miserablemente ruborizada.
—Todavía no. — Edward le hizo una seña.  —De un paso hacia mí.

Isabella abrió la boca para protestar otra vez y luego, aparentemente, decidió que no valía la pena. Apretando los labios en una línea delgada y tensa, dio un paso y se acercó más, insinuándose directamente contra sus muslos.  Mientras  ella se movía, Edward se sorprendió al ver que las cuerdas que rodeaban los pezones de Isabella se contraían bruscamente. Era casi como si una mano  invisible hubiese tirado de ellas apretándolas en el momento en que ella se acercó a él. Pero tenían que ser las propias cuerdas las que lo hacían. Él había hecho algunas investigaciones en la sección restringida de la biblioteca del barco, la cual estaba cerrada a todos excepto a él y a sus dos oficiales de más alto rango, y había descubierto bastante sobre las cuerdas que envolvían a Isabella. No había creído todo lo que había leído, eso de que las cuerdas eran capaces de moverse por su cuenta, pero ahora estaba empezando a cuestionárselo.
—¿Y bien? ¿Ve ahora por qué no he estado demasiado ansiosa por estar demasiado cerca de usted desde que volvimos de la subasta de esclavos, señor? — La voz de Isabella cortó el camino de los pensamientos de Edward que levantó la mirada para ver una expresión de dolor y placer estampada en su hermoso rostro.
—Cada vez que me acerco a usted en cualquier lado, pasa esto, — continuó, señalando las cuerdas alrededor de sus pechos.
—Lo veo. — Edward frunció el ceño.  ¿Y pasa lo mismo también… ahí abajo?

—¿Quiere verlo? — Furiosa, se quitó las botas y se despojó del resto del uniforme y de su ropa interior, dejando un charco de tela de color azul marino   a sus pies en el suelo. Lo pateó lejos y se quedó con las piernas separadas, permitiéndole que lo viera todo.
A pesar de su decisión de ser profesional, Edward no pudo recuperar el aliento ante la visión increíblemente erótica que tenía ante él. La había visto desnuda y atada antes, por supuesto, incluso la había tenido en sus brazos de esa manera. Pero en esos tres días las cuerdas habían cambiado. Los labios rosados de su coño estaban hinchados debido a la necesidad y el coño estaba resbaladizo por sus fluidos. Exactamente en el centro de un lazo de cordón plateado, su  clítoris  estaba palpitando con una necesidad muy obvia de liberarse, como una perla rara y hermosa. Edward anheló inclinarse hacia delante y chupar el tierno capullo en su boca para así poder lavarlo con su lengua, pero se obligó a sí mismo a no hacerlo. Todavía no.
—Es así todo el tiempo y peor siempre que estoy cerca de usted.  Y  no importa lo que haga, no puedo ayudarme, no puedo correrme, — continuó Isabella, las palabras se derramaban. —Y ahora me dice que ha tenido el disolvente todo este tiempo y lo ha estado reteniendo, maldito hijo de puta enfermo, y… y… — Su voz se quebró en sollozos ahogados y escondió la cara entre las manos.
—Isabella, estás equivocada.  Eso no es en absoluto lo que he estado haciendo.
— Edward puso una mano sobre su hombro delgado y tiró de ella hasta ponerla en su regazo. Ella estaba temblando con la fuerza de sus sollozos y quería consolarla pero no sabía cómo. Ella se apoyó contra él durante un momento, totalmente consumida por la miseria, y él acarició la piel desnuda de su espalda. Sentía a Isabella blanda y tierna en sus brazos, su cabeza le quedaba justo bajo la barbilla. El aroma a lavanda llegaba de su piel recién lavada y él se dio cuenta de que ella debía haber estado en la ducha justo antes de que la llamara.
Notó de nuevo esa ola de posesividad que había sentido en la subasta. Mía, susurró una voz dentro de él mientras la abrazaba y le acariciaba la cascada de cabello rubio. Mía.  Incluso aunque sabía que era incorrecto e imprudente ceder  a esas emociones, no pudo evitar entregarse a ellas tan sólo un momento y pretender que ella le pertenecía realmente.

Por fin, ella sorbió por la nariz y se secó los ojos.  Con cierto esfuerzo, se  apartó de él y cruzó de nuevo los brazos sobre el pecho. —Mire, — dijo en voz baja, sin encontrarse con sus ojos. — Sólo… Sólo deme el disolvente, por favor, señor. Renunciaré a mi nombramiento en Intergal sin luchar sólo con que usted ponga fin a este terrible castigo.
—Isabella. — Él le levantó la barbilla con un dedo y bajó la mirada hasta los pálidos ojos azules de ella, todavía anegados en lágrimas. Dios, ella era hermosa  y lo conmovió profundamente. Tuvo la necesidad urgente de inclinarse y besar  las lágrimas, pero la suprimió fieramente. ¿Qué pasaba con él? ¿Por qué ella lo hacía sentir tanto? —No retuve el disolvente para ser cruel o castigarte, — dijo intentando mantener su tono profesional y distante y fallando completamente.
Ella parpadeó alejando las lágrimas.  — ¿Entonces, por qué lo hizo?

—Yo…— Edward frunció el ceño intentando pensar cómo continuar. —Yo no sabía cómo decirle que… qué se requería exactamente para retirar los nudos de amor de su cuerpo. ¿No le dio V ninguna idea de todo eso mientras la tuvo retenida?
Isabella negó con la cabeza. —Me dijo que mi amo era el único que podía quitar las cuerdas. Pero no me dijo por qué ni cómo. Pensé que quería decir que sólo el hombre que me comprara tendría acceso al disolvente.
Edward suspiró. —Ojalá fuera tan fácil. —  Metiendo la mano en el bolsillo de  su uniforme, sacó el pequeño vial lleno ahora con un líquido púrpura.
Isabella lo miraba con avidez.  —Veo el problema, no hay demasiado, —  dijo.
—Pero si soy muy cuidadosa y sólo froto las partes más sensibles hasta que se suelten, creo que puedo soportar el tener que arrancar el resto de la cuerda.
Edward negó con la cabeza. —La cantidad de líquido no es el problema en absoluto.
Los pálidos ojos azules lo miraron.  —Bueno, entonces, ¿cuál es?

No había otra solución que, simplemente, decírselo, decidió Edward. —El problema es que no es un disolvente en absoluto. Es un suero y se supone que debe ser tomado internamente.

—Bien. — Isabella extendió la mano. —Démelo. Lo beberé, no importa cómo sepa. Demonios, lo beberé incluso si es veneno.  Cualquier cosa es mejor que  vivir con estos malditos nudos el resto de mi vida.
—No es veneno; he analizado una pequeña cantidad en el laboratorio, — le aseguró Edward .  —Pero tampoco es para que usted lo beba.  Es para mí.
—¿Para usted? — Lo miró sin comprender. —¿Qué bien hará que usted lo beba?
Edward suspiró de nuevo. —Según V, y todas las investigaciones que he hecho, esto es un suero que permite que el cuerpo de una persona, mi cuerpo, se convierta en disolvente. En el momento en que lo beba, empezará a reaccionar a la química de mi cuerpo. Se concentrará en mis fluidos corporales y me  permitirá liberarte de las cuerdas.
Isabella se había puesto pálida.

Edward se aclaró la garganta e intentó sonar profesional. —El disolvente se desarrollará en mi saliva y en mi semen. Principalmente en mi semen,  en realidad. Aunque creo que sería mejor tratar de evitar usarlo a no ser como último recurso.
Ahora ella le frunció el ceño a él. —¿Está usted diciendo lo que creo que está diciendo… señor?
Edward asintió. —Me temo que sí. Y una vez que el suero entre en mi sistema, tenemos únicamente veinticuatro horas para actuar. Después de  eso, los nudos  de amor estarán unidos de forma permanente a su cuerpo.
—¿No hay… No hay otra manera? — Isabella empezó a retroceder  lentamente y a alejarse de él. —Quiero decir que debe haberla ¿no? No puedo permitir que usted… Quiero decir no deberíamos…
Edward frunció el ceño. —¿Qué ocurre, sargento? ¿Encuentra mi contacto desagradable?  No pareció importarle demasiado anteriormente.
La boca de Isabella tembló.  —Sí, señor.  Pero eso era antes.

—¿Antes de qué? — preguntó Edward pero ella ya se dirigía hacia la puerto, todavía completamente desnuda. Con una maldición baja corrió hacia delante y  la agarró antes de que pudiera irse. —¿Antes de qué? — preguntó otra vez pero Isabella no quería responder.
—¡Déjeme ir! — jadeó, retorciéndose en las manos del capitán. —¿No  puede… acaso no puede ver que está haciendo que sea mucho peor?
Al bajar la mirada hacia el cuerpo desnudo, Edward pudo ver de qué estaba hablando Isabella. Los nudos de amor estaban apretándose y aflojándose rítmicamente, pellizcándola sistemáticamente y apretándole los pezones y el clítoris al unísono de tal forma que ella gemía y luchaba por respirar. Tenía el aspecto de una mujer que estaba a punto de correrse… pero nunca lo hacía, al menos hasta donde Edward podía ver. La expresión agónica de placer y dolor no abandonaba su cara en ningún momento y estaba claro que ella no estaba alcanzando ningún tipo de liberación.
Bueno, quizás pudiera ayudarla con eso mientras la liberaba de las cuerdas, se dijo. Mientras tanto, deshacerse de los nudos de amor tenía que ser su primera prioridad.
Levantándola con cuidado, la llevó hasta su enorme cama y la colocó en el medio. Después, antes de que ella pudiera protestar, le ató las muñecas y los tobillos a las esquinas opuestas con unas bufandas de seda negra que había colocado allí anteriormente para esta contingencia. Algo le había dicho que la sargento Isabella Swan no cedería fácilmente. Ella era lo suficientemente obstinada como para soportar los nudos de amor el resto de su vida antes de permitirle a él hacer lo que necesitaba ser hecho. Pero Edward no permitiría que eso ocurriera.  Ella era su oficial subalterna y su bienestar era prioritario en su cabeza.
—¡Basta! ¡Detente ahora mismo y desátame! — Isabella luchaba inútilmente contra sus ataduras.   Sus ojos estaban llenos de fuego y brillaban al mirarlo.     —
¿Qué crees que está haciendo? — preguntó.

Edward le dedicó una mirada amenazante. —Estoy ejerciendo mi privilegio de capitán, Isabella, — dijo, sabiendo que era la única explicación que ella  aceptaría.
—Voy a hacer todo lo posible para liberarte de esos nudos y posiblemente llevará mucho más tiempo     que si estuvieses dispuesta a hacerlo voluntariamente. Así que vamos a hacerlo de esta manera. —Rio entre dientes sombríamente.  —Eres  la única mujer que conozco que es tan obstinada que tiene que ser atada para poder ser desatada.
—¿Por qué tú…

Él levantó una mano. —Cuidado, sargento Swan.  Recuerde que es su capitán a quien está usted hablando. Si no puede decir nada que no la lleve directo al calabozo, le aconsejo que no diga nada en absoluto.
Ella cerró la boca y lo fulminó con la mirada, sus manos cerradas en puños apretados y cada músculo de su cuerpo delgado tenso con la indignación. Estaba claro lo que ella pensaba de él, pero cómo él había invocado el privilegio del capitán, no había nada que pudiera hacer o decir. Siempre y cuando él no le hiciera daño físicamente, ella tenía que soportar todo lo que él quisiera hacer. Lo que tenía que hacer para liberarla, se recordó Cullen a sí mismo.
Sabía que probablemente Isabella lo odiaría por lo que estaba a punto de hacer y eso lo entristecía, no, eso le rompía el corazón, admitió para sí. De hecho, lo hacía sentirse tan mal que por un instante casi la dejó ir y la envió de vuelta a su camarote. Pero eso no lograría nada excepto dejarla bajo la esclavitud de los maliciosos mecanismos sexuales drusinianos el resto de su vida. No, él tenía que hacer esto por el bien de ella, se dijo a sí mismo. Una vez más las desordenadas emociones que sólo ella era capaz de evocar en él estaban afectando su mejor juicio, pero su deber era ignorarlas y seguir adelante. No importaba lo mucho  que la amaba.
Espera un minuto, ¿quién dijo que la amo?

Edward sacudió la cabeza para despejarla de todos los pensamientos irrelevantes. El amor no tenía nada que ver con esto y tampoco el deseo, aun cuando la visión de su desnudez e indefensión sobre su cama hacían que su polla gruñera por liberarse de los apretados confines de los pantalones de su uniforme. No, la única emoción que debería estar sintiendo era deber.
Respirando profundamente, abrió el frasco de suero de color púrpura. Mientras Isabella lo miraba, se tragó el contenido de un solo trago y se volvió  para enfrentarse a su suboficial desnuda, tumbada y atada a su cama.
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Bueno que les parecio creen que Edward haga caso a su corazón.
Gracias por leer.

2 comentarios:

Ana dijo...

Gracias por el capítulo

Unknown dijo...

Me encanta esta historia!

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