Cuando llegaron a su
habitación, Isabella cerró la puerta.
—No es una Cama
doble, pero espero que no estés demasiado apretado esta noche.
—¿Vamos a dormir
juntos? —preguntó, mirando alrededor de la habitación de su infancia. Partes de
su juventud seguían colgadas de las paredes de color lavanda y de su espejo.
Lazos, fotografías, pósteres de grupos de música. La habitación reflejaba a
alguien que había crecido rodeada por el calor de una familia, por la felicidad
y la plenitud—. ¿A tu padre no le importa?
Con una risa entre
dientes, Isabella sacudió la cabeza.
—Prácticamente vivimos
juntos, Edward, cosa que mi padre sabe. Creo que ha deducido que su hija de
veinticinco años ya ha mantenido relaciones sexuales. Seth y Shima también
duermen juntos.
—Shima es
fantástica —dijo, preguntándose si Isabella le contaría lo de la conversación
con Michael.
—La verdad es que
sí —contestó con una sonrisa. Entonces se desabrochó los jeans,
se los bajó y se los quitó, con lo que se quedó allí de pie, vestida con una
enorme sudadera roja y azul desteñida de la Universidad de Pensilvania, que
justo alcanzaba para cubrirle la ropa interior—. Tú también deberías
desvestirte —dijo, acercándose a él y poniéndose manos a la obra con los
botones de su Camisa.
Un botón, y otro, y
otro, y de repente estaba quitándole la Camisa y dejando su piel expuesta.
A Isabella se le
escapó un pequeño gemido y le dio un beso en el centro del pecho.
—Es como
desenvolver un regalo.
Dibujó una línea de
besos y lametones de un pezón a otro.
—Joder, Isabella
—susurró Edward—. ¿Qué haces?
—Saborearte
—contestó.
Su réplica le
prendió fuego al cuerpo. Se puso duro en un instante.
—No podemos hacerlo
aquí —dijo, aunque sus manos habían volado a la nuca de Isabella, alentándola,
guiándola mientras esta seguía besándolo, provocándolo, y volviéndolo loco con
su boca.
—Sí que podemos, si
no hacemos ruido —replicó. Se arrodilló lentamente y lo desnudó hasta las
rodillas. Tomó su pene en la mano y lo sujetó con fuerza, arrancándole un
gruñido a Edward—. Llevo todo el día deseándote —susurró, mientras sus labios
jugueteaban con su glande, dándole besos ligeros—. Con ganas de tocarte,
besarte y abrazarte. Ya no aguanto más.
Le dio un lametón,
desde la base hasta la punta. Una, dos, tres veces. Entonces se lo metió en la
boca.
Era una sensación
tan fantástica que Edward no pudo evitar que las manos se le fueran al pelo de
Isabella, hundiéndose entre su cabellera, agarrándola con fuerza. Ella gimió al
notar el contacto y empujó, tragándoselo más hondo, hasta el fondo de la
garganta. La intensidad de su gesto hizo que le temblaran las rodillas.
Isabella se lo sacó
de la boca.
—Túmbate en el
suelo.
Estaba demasiado
fuera de sí como para debatir si era acertado tener sexo en la casa de su
padre. Lo necesitaba. La necesitaba. Necesitaba la conexión y la unión que el
acto implicaba. Edward echó el pestillo, se quitó el resto de la ropa y se
tumbó sobre la moqueta beis.
Ella también se
desnudó, y su preciosa cabellera cobriza se desparramó sobre sus hombros de
porcelana, recordándole a un postre de melocotones con nata. Joder, estaba
muerto de hambre.
Edward se agarró el
rabo.
—Vuelve a metértelo
en la boca.
No le hizo falta
repetirlo. Isabella se acomodó entre sus piernas y envolvió su miembro con los
labios. Empezó a chuparlo lentamente, hasta el fondo, y luego aceleró y sus
movimientos se hicieron más superficiales; sus ojos azules le dedicaban una
mirada de vez en cuando, una visión erótica como ninguna. Edward necesitaba
seguir viendo aquellos ojos, así que le recogió el pelo con un puño para
apartárselo de la cara. Usó el agarre para alentarla a ir más rápido, más
hondo, más fuerte. Dios, cómo lo ansiaba. Isabella no se hizo de rogar. Hizo
todo lo que le sugería y más.
—Joder, Castaña,
voy a correrme si no paras —susurró.
Se lo quitó de la
boca, con los labios hinchados y relucientes.
—Antes quiero
sentirte dentro —contestó, trepando por su cuerpo.
Edward buscó sus
pantalones con la mano y sacó un condón de su cartera. Se lo puso con las manos
temblorosas, desesperado. Entonces agarró a Isabella por las caderas.
—Tómalo todo, Castaña.
Todo entero.
Las palabras
surgieron de un lugar en su interior que estaba en carne viva, herido, tan
lleno de anhelo.
—Sí —susurró ella,
hundiéndose, empalándose centímetro a centímetro de una forma insoportable—.
Dios. Me encanta.
—Joder —gruñó
Edward. Todo su cuerpo se moría por darle la vuelta, aplastarla contra el suelo
y embestirla hasta que ambos estuvieran chillando, corriéndose y volviéndose
locos de placer. Pero necesitaban ser más discretos. Tenía que permitir que
Isabella tomara el control. No pudo evitar levantar las caderas cuando la
penetró hasta el fondo—. Haz lo que quieras, Isabella. Úsame.
La Castaña plantó
las manos en su pecho y se deslizó sobre su miembro, arriba y abajo; sus jugos
lo cubrieron, creando la fricción más deliciosa del mundo. El único sonido en
la habitación era el de sus alientos y, a juzgar por la manera en que Isabella
ahogó un grito, cerró la boca con firmeza y frunció el ceño, a ella también le
estaba costando mantenerse en silencio.
—Joder, Edward
—suspiró.
Sus miradas se
encontraron, ansiosas y llenas de deseo. Edward se aferró a las caderas de
Isabella y guio sus movimientos, Cambiando de ritmo: adelante y atrás sobre el
pene, para estimularle el clítoris contra su cuerpo.
—Quiero que te
corras sobre mí.
—Oh, sí —dijo, sin
aliento, y su expresión mostraba tal anhelo que era casi una agonía. Su mirada
recorrió su rostro precioso, sus pechos, meciéndose, y el pelo rojo entre sus
piernas que hacía cosquillas a su vientre.
—Ven aquí —dijo
Edward, colocándola contra su pecho. Le pasó un brazo por la parte baja de la
espalda y otro por la nuca, atrapándola en aquella postura; entonces tomó
control de sus movimientos, restregándose contra su clítoris con fuerza, con el
rabo todavía clavado en su interior—. Me encanta estar dentro de ti —susurró—.
Tan cerca de ti.
—Me corro. Me corro
—gimió ella.
Edward le tapó la
boca con los labios y se la llenó con la lengua. El cuerpo entero de Isabella
se estremeció con el orgasmo, intentando zafarse de sus brazos. Edward la
sujetó con firmeza y se tragó el gemido que escapó de su garganta mientras su
ella lo estrujaba con fuerza, empapándole el rabo y las pelotas con su placer.
Los músculos de
Isabella se relajaron y esta exhaló lentamente.
—Joder —soltó—.
Ahora te toca a ti. Quiero sentir como te rompes en mil pedazos. ¿Cómo te
apetece?
—Túmbate bocabajo
—dijo. La necesidad y el deseo todavía le recorrían las venas—. Te prometo que
no haré ruido.
Cambiaron de postura,
y Edward se colocó sobre ella. Guiando el pene con la mano, la penetró desde
atrás. Mientras se hundía más y más, se tumbó sobre su cuerpo, cubriéndola de
pies a cabeza, de manera que todo el cuerpo de Edward tocaba todo el cuerpo de
Isabella.
—Dios mío, me
encanta —susurró ella—. Me encanta tener tu peso encima. Me encanta sentirme
así de llena.
Sus palabras fueron
como lametazos sobre la piel.
—Voy a follarte
hasta el fondo, Castaña —le murmuró al oído, clavándole las caderas en las
nalgas con un gesto repentino—. Hasta el puto fondo. —Apoyó los brazos en sus
hombros y a los lados de su cabeza, para poder maniobrar. Contraía los
abdominales con cada embestida, encorvando su cuerpo sobre el de ella en
silencio. Hundiéndose cada vez más, más y más. Isabella arqueó la espalda y
levantó el trasero—. Joder, sí —dijo, con las pelotas rozando la entrada de
ella—. Qué puto placer.
—Edward —suspiró
Isabella—. Dios mío.
—Sí. Te las estás
tragando entera, ¿a que sí? Tengo la polla metida hasta el fondo.
Pero, por mucho que
la penetrara, no le bastaba. Nunca le bastaría. Nunca lograría saciar la
necesidad de poseerla, ni aunque viviera mil vidas.
Así de enamorado
estaba de ella. La claridad de aquel pensamiento lo sorprendió. Llevaba semanas
huyendo de la verdad, evitando examinarla de cerca.
Desechó el
pensamiento. Ahora no. Todavía no. No mientras las palabras de otro hombre
todavía le daban vueltas por la cabeza. No era capaz de... «Concéntrate en las
sensaciones. Por una vez, concéntrate en las sensaciones.»
Edward la agarró
con más fuerza, la embistió de nuevo, apretó los dientes para frenar los
gruñidos que amenazaban con escapar de su garganta. Masculló susurros en el
oído de Isabella, sinsentidos eróticos que lograron que el cuerpo de ella se
tensara a su alrededor y que sus pelotas estuvieran a punto de estallar.
—Más rápido
—susurró Isabella—. Más rápido y me corro.
—Sí, joder
—respondió. Empezó a mover las caderas con más urgencia, el roce de sus pieles
ahora más ruidoso. Pero no podía evitarlo, no era capaz de resistirse a sus
peticiones. Y Isabella se corrió de nuevo, con un gemido escapando sus labios.
Le cubrió la boca con la mano mientras su cuerpo le apretaba la polla. Entonces
su propio orgasmo lo aplastó contra ella y estalló. Siguió embistiéndola hasta
el fondo, pero lentamente, mientras las oleadas de placer recorrían su cuerpo.
No quería que terminara. Jamás—. Santo cielo —gruñó, cuando sus cuerpos por fin
se calmaron.
—Me pone un montón
oír cómo te corres —susurró Isabella.
—Mierda, ¿he hecho
mucho ruido? —preguntó, con la cabeza apoyada contra la suya y el corazón
todavía acelerado en el pecho.
—No —contestó ella,
y su sonrisa quedó patente en su voz—. Quizá deberíamos dormir aquí mismo. Así,
si volvemos a calentarnos, podemos seguir por donde lo hemos dejado.
Edward se rio entre
dientes.
—Tienes muchos
planes para esta noche, ¿no?
Ella le dedicó una
sonrisa descarada.
—¿En lo que a ti
respecta? Sí, muchos.
Sus palabras no
eran más que bromas inocentes, pero no pudo evitar preguntarse si aquello
también era cierto en un sentido más amplio. Si la conversación con Michael
todavía le llenaba la cabeza a él, sin duda Isabella tampoco se habría olvidado
todavía. Una parte de él pensó en confesarle que los había oído hablar, pero
otra parte quería que fuera ella la que decidiera contárselo. Salió de su
interior, se quitó el condón y lo envolvió con un pañuelo de los que tenía en
la mesita de noche. Entonces le tendió una mano para ayudarla a levantarse del
suelo y la envolvió en sus brazos.
—Feliz Día de
Acción de Gracias, Edward. Me alegro tanto de haber podido pasar el día
contigo. De todas las cosas que hay en mi vida, espero que sepas que tú eres la
que más agradezco.
Edward dejó que sus
palabras se asentaran como un bálsamo en las partes de su interior que seguían
en carne viva, y aquello ayudó. Pero en sus rincones más oscuros, no pudo
evitar preguntarse si lo que su exprometido le había dicho podría Cambiar todo
aquello.
***
Bajo la luz de la
mañana, Edward se sintió mejor. Tras el increíble sexo en el suelo, habían
dormido la noche entera abrazados, piel contra piel, y la experiencia le hacía
sentirse más cercano a ella, más conectado, reafirmado. Había sido ella la que
lo había seducido a él. Había sido ella la que había querido acostarse con él.
Hoy, se había levantado en los brazos de Edward. Eso era lo que importaba, no
lo que quisiera Michael.
¿Por qué tenía que
ser tan fuerte la parte de su cerebro que controlaba los miedos y las
ansiedades?
No importaba.
Podía ser más
fuerte. Por ella.
Edward se secó al
salir de la ducha y se puso ropa limpia, feliz de poder volver a vestir jeans. Se sentía más como sí mismo. Pasó la cabeza por el
cuello de una Camiseta de algodón negro de manga larga, se observó un momento
en el espejo del baño, y abrió la puerta para bajar al piso de abajo y
reencontrarse con Isabella.
Pero el sonido de
una voz masculina pronunciando su nombre hizo que se quedara inmóvil y volviera
a cerrar la puerta casi del todo.
—Dijo que lo suyo
con Edward iba en serio, pero que lo pensaría. —Era Michael—. Yo dije lo que
tenía que decir. No puedo hacer nada más.
—Edward. —Ese era Jasper.
Pronunció su nombre con tanto desdén que habría sido lo mismo si hubiera
escupido «puto Edward». Las voces le llegaban desde la habitación de Jasper,
que daba al pasillo justo delante del baño. Edward abrió su puerta un poco más
para poder oírlos. Porque si aquellos dos iban a ponerse a cotillear sobre él,
pensaba escucharlo todo—. Si la quieres, tienes que luchar por ella. ¿O crees
que ese está a su altura? Porque yo no. Y no puedo creer que mis hermanos no
piensen lo mismo, la verdad. ¿Tatuajes y la cara llena de piercings?
¿Viste cómo la conversación frenó en seco cuando dijo que quería tatuarse? Eso
es culpa de este tipo. Menuda influencia de mierda. Isabella se merece algo
mejor.
La hostilidad de Jasper
le sentó como un puñetazo en el estómago, y sus palabras fueron como cortes en
los lugares más oscuros de su interior. A Edward le resonaba su propio pulso en
la cabeza.
—Estoy de acuerdo.
Me mata verla con él. Por todos esos motivos y más. Pero se lo expuse todo. No
me callé nada. Si insisto ahora, puede que se cierre en banda —dijo Michael—.
Tengo que dejarle un poco de espacio. Si funciona, esta vez tiene que ser su
decisión. Tiene que ser ella la que vuelva a mí.
—Es verdad —dijo Jasper,
con la voz llena de frustración—. Pero hacíais tan buena pareja. Ya sé que las
cosas no terminaron bien, pero Isabella era muy feliz contigo. Quiero que
vuelva a sentir esa felicidad. Y tú también. Eres parte de la familia, lo has
sido desde hace veinte años. Te mereces estar con ella, y ella merece estar
contigo. Me alegro de que al menos hayas tenido oportunidad de hablar con ella.
—Eso sí —dijo Michael—.
Escucha, voy a largarme antes de desayunar. No quiero que la situación con
Isabella se vuelva más incómoda, y es obvio que tenerme aquí junto a Edward le
está causando estrés.
Edward oyó ruido de
pasos, y la puerta del pasillo se cerró.
—Deberías ser tú el
que se quedara —dijo Jasper.
Edward casi contuvo
el aliento. Empujó la puerta para cerrarla tanto como fuera posible sin que
llegara a encajar, y siguió escuchando: los pasos y las voces llegaron a las
escaleras y desaparecieron. Una vez se hubieron ido, cerró del todo y se
recostó contra la puerta. Le dolía la cabeza y sentía un vacío en el pecho. Se
pasó la mano por la cicatriz que dibujaba una curva sobre su oreja.
Joder, la reacción
de Jasper era justo lo que Edward había temido encontrar entre los Swan. ¿Tenía
razón Jasper? ¿Acaso Emmett y Seth estaban de acuerdo con él? ¿Estaba Charlie
horrorizado ante el tipo que su única hija había traído a casa? Edward no había
recibido nada más que positividad de los otros Swan, pero quizá sus
percepciones estaban tan jodidas como su cabeza.
O quizás Jasper era
un hijo de puta y punto. Edward lo entendía, de verdad. Michael era su mejor
amigo de toda la vida e Jasper solo quería que fuera feliz. En fin. De acuerdo.
Eso era una cosa. Pero ¿que Jasper le odiara porque opinaba que Edward no
estaba a la altura? Eso era otra.
Era lo que le daba
auténtico terror.
Joder.
Justo cuando había
logrado superar la ansiedad por la conversación entre Isabella y Michael.
Toc, toc.
Edward se apartó de
la puerta.
—¿Sí? —dijo,
abriéndola.
—¡Ahí estás! —La
mirada de Isabella le escudriñó la cara, y su sonrisa se desvaneció—. ¿Te
encuentras bien?
—Esto, sí. Sí.
Justo ahora he terminado de arreglarme —dijo, apagando la luz del baño.
—Papá todavía está
preparando el desayuno, ¿podemos hablar un momento? —preguntó.
El corazón le dio un
vuelo y la aprensión le llenó el estómago.
—Claro, ¿qué pasa?
Isabella lo tomó de
la mano, se lo llevó de nuevo a la habitación. Edward se colocó en medio de la
habitación y se cruzó de brazos, preparándose para el golpe.
—¿Seguro que te
encuentras bien? —preguntó ella.
—¿De qué quieres
hablar, Isabella? —dijo. Las palabras le salieron más bruscas de lo que había
pretendido, pero su cordura pendía de un hilo. Un hilo muy fino que empezaba a
deshilacharse.
—Ven, siéntate.
—Ya estoy bien
—respondió. Se obligó a respirar hondo y permaneció de pie, donde estaba.
Isabella frunció el
ceño, y su mirada le recorrió la cara como si estuviera intentando solucionar
un rompecabezas.
—Anoche nos
dormimos tan rápido que no tuve ocasión de terminar la conversación que empezamos
en el baño —dijo. Le dedicó una sonrisa tímida, claramente intentando que
Edward reaccionara—. Así que... —Se dejó caer sobre el borde de la Cama—. La
versión resumida es que, hace tres años, Michael y yo estuvimos prometidos
durante unos cinco minutos. Pero la relación se fue al traste cuando me puso un
ultimátum: yo había conseguido el trabajo que quería en Washington, y a él le
habían ofrecido una plaza en un hospital de Filadelfia y otra en Washington D.
C. Podría haber funcionado.
Oírla hablar sobre
la vida que podría haber estado llevando ahora mismo (una vida con otro
hombre), era como un peso sobre los hombros. Y el motivo era obvio: estaba
hasta las trancas. Enamorado del todo de Isabella. Le gustara o no. Quisiera
aceptarlo o no. No importaba que creyera que su relación terminaría en
infelicidad para ella o para ambos.
Había pasado
catorce años solo, manteniendo las distancias con los demás voluntariamente,
evitando las relaciones a propósito, con la excepción de unos pocos amigos
cercanos. Se había acostado con mujeres a lo largo de los años, pero se había
andado con cuidado y se había alejado de aquellas que parecían querer algo más
de él. Aislarse tras un muro había sido su mecanismo de supervivencia cuando su
familia quedó destruida, y luego se había convertido en costumbre, una que
nunca había intentado romper hasta que conoció a Isabella.
—Pero Mike decidió
que la plaza en Pennsylvania era más prestigiosa —continuó, mirando a Edward—.
Dijo que, si de verdad lo amaba, permanecería en Filadelfia y me buscaría otro
trabajo. Porque las relaciones a distancia no eran lo suyo, así que si yo no me
quedaba, lo nuestro no podía continuar. —Isabella agitó una mano—. Tuvimos una
pelea enorme. Pero comprendí que Michael no era el hombre adecuado para mí,
porque el hombre adecuado jamás me exigiría que abandonara mis sueños en favor
de los suyos, especialmente cuando tenía otra opción fantástica y bastante
prestigiosa que nos habría permitido a los dos alcanzar nuestros objetivos. Así
que acepté el trabajo, me mudé a Washington, y ahí se quedó lo nuestro.
—De acuerdo —dijo
Edward.
—Así ya sabes la
historia de fondo —dijo Isabella. Respiró hondo.
—¿La historia de
fondo de qué? —preguntó Edward, frunciendo el ceño.
—De la conversación
que tuve con Michael anoche, y que quiero contarte ahora.
Edward tragó
saliva. Le costó. Aunque había deseado con todas sus fuerzas que Isabella se lo
contara, ahora le daba miedo oír lo que saldría de su boca.
—¿En qué consistió?
—Michael me pidió
una segunda oportunidad —dijo. Sus dedos toqueteaban nerviosamente el
dobladillo de su jersey—. Dijo que quiere volver a intentarlo y que todavía me
ama. Quería que supieras...
—¿Todavía le amas?
—se obligó a preguntar Edward.
Isabella se levantó
de un salto y se plantó a su lado. Apoyó una mano en sus brazos cruzados y la
otra en su mejilla.
—No. Hace años que
no. Le dije que estoy contigo, que lo nuestro es serio, que es demasiado tarde
y que ha pasado demasiado tiempo —contestó. Isabella sacudió la cabeza, con la
mirada implorante—. Tú eres el único al que... por el que siento algo. Quiero
estar contigo, Edward. Por favor, dime que lo sabes.
—¿Estás... estás
segura de que no quieres pensártelo? —preguntó. Dar voz a aquella palabra le
provocaba náuseas, pero si no se lo preguntaba, seguiría dándole vueltas. Era
mejor dejarlo todo dicho. Su ansiedad necesitaba oír a Isabella contestar—. Es
cirujano. Podría ofrecerte una vida estupenda. Y conoce a tu familia desde que
erais pequeños.
Isabella palideció
y frunció el ceño.
—Por el amor de
Dios, no quiero pensar en su propuesta. No le quiero a él. Quiero estar
contigo. Ya tengo una vida estupenda a tu lado. Edward, —le obligó a bajar los
brazos y se pegó a su cuerpo, con ambas manos acariciándole las mejillas—, el
único hombre al que quiero eres tú. Tú.
Por un momento,
Edward no dijo nada, porque no era capaz. El alivio le hizo un nudo en la
garganta y sintió presión en el pecho.
—¿Te acuerdas de la
noche en la que nos conocimos, antes de irnos a la Cama? Mencioné que se había
hecho tarde y pensaste que era una indirecta para que te fueras. —Edward
asintió. Aquella noche había sido tan increíble que no había podido evitar
pensar que tenía que estropearse de una manera u otra. Había pensado que ese era
el momento—. ¿Te acuerdas de lo que dije?
—No me dejaste
seguir autocompadeciéndome —contestó. El recuerdo alivió un poco el peso que
sentía sobre los hombros.
Isabella sonrió.
—Exacto. Y te dije:
«Para evitar más incertidumbre y que las cosas se pongan incómodas: me gustas»
—repitió. Edward asintió, sonriendo al recordarlo—. Bueno, pues voy a decírtelo
de nuevo. Para evitar más incertidumbre y que las cosas se pongan incómodas: me
gustas. Me gustas mucho.
Le clavó una mirada
penetrante, con los ojos azules llenos de determinación.
—Mierda. A veces
dejo que mis inseguridades piensen por mí, Isabella —dijo, con la esperanza de
que así lo perdonara.
Así fue.
—Oh, Edward, ya lo
sé, no pasa nada. No quería agobiarte con todo esto, pero tampoco quería
mantenerlo en secreto. No me hubiera parecido bien.
Toc, toc.
—¿Sí? —dijo
Isabella en voz alta, sin permitirle que se apartara de su abrazo.
Emmett asomó la
cabeza por la puerta.
—Dice papá que el
desayuno está listo.
—Enseguida bajamos
—contestó ella. Su hermano volvió a desaparecer—. ¿Todo bien? —preguntó.
Edward exhaló, y
parte de la tensión que lo saturaba desapareció con el aire. Era solo que, tras
oír los comentarios de Jasper, había estado preparándose para una mala noticia.
Pero, en vez de eso, Isabella le había ofrecido honestidad y comprensión, y eso
hacía que la amara aún más. No tenía sentido seguir negándolo.
—Sí, lo siento
—dijo, sintiéndose como si le hubieran absorbido la energía. La vida era más
fácil cuando no tenía que lidiar con todas esas emociones que no dejaban de
asaltarlo. Isabella había logrado que se abriera al mundo, y a veces se sentía
como un nervio expuesto: demasiado sensible, demasiado vulnerable, demasiado
desprotegido.
Pasara lo que
pasase, una relación con él jamás sería fácil.
—No lo sientas
—dijo Isabella—. Soy yo la que siente que tengas que lidiar con todo esto.
—No, me alegro de
que me lo hayas contado —contestó, y era cierto.
A veces su cerebro
se quedaba atrapado en un círculo vicioso de negatividad, arrastrándolo cada
vez más abajo, y que Isabella dijera todo lo que acababa de decir era la mejor
cura para cuando ocurrían estas cosas. Necesitaba sus palabras, igual que las
había necesitado la noche en la que se habían quedado atrapados en el ascensor.
En aquella ocasión, sus palabras habían evitado que sucumbiera a la
claustrofobia. Ahora estaban evitando que Edward entregara un megáfono a sus
miedos y les permitiera convencerlo de lo reales que eran. Ambas veces,
Isabella lo había apartado del borde del abismo.
—Y, para que quede
constancia, a mí también me gustas. Mucho.
Sus sentimientos
eran más serios, obviamente, pero se sentía demasiado vulnerable, demasiado
tierno como para contemplar la posibilidad de enfrentarse a sus miedos y
confesar la verdad.
La sonrisa de Isabella
era radiante.
—Es lo mejor que he
oído en todo el día —dijo. Apoyó las manos en su pecho—. Escucha, si quieres
regresar a Washington, podríamos irnos hoy. Sé que la presencia de Michael ha
hecho que la visita sea más estresante de lo que debiera.
Edward sacudió la
cabeza de inmediato.
—No, ni hablar.
Estoy disfrutando de la compañía de tu familia. —La mayoría, al menos—. Y sé
que te encanta estar aquí. No quiero que nos vayamos antes de hora.
Ni loco le haría
algo así. Sabía que la familia significaba mucho para ella.
—Por ti, me iría.
Aquellos ojos
azules llenos de sinceridad lo contemplaron.
Edward sabía
hablaba en serio, y era por eso por lo que la quería. Sacudió la cabeza.
Pese al dudoso
comienzo de aquella mañana, Isabella tuvo un día fantástico con su familia y
con Edward. El desayuno consistió en una comida tardía en la que devoraron
todas las delicias que habían sobrado la noche anterior, y siguió con una tarde
de juegos de mesa que provocó muchas bromas y risas. Con la ausencia de Michael,
el ambiente pasó de tenso a relajado, o al menos así se lo pareció a Isabella.
Se moría de ganas de enfrentarse a Jasper por la invitación de su ex, pero no
quería crear más tensiones.
Ya era tarde cuando
el grupo entero salió de la última sesión del cine, tras ver una película de
acción recién estrenada, con las barrigas llenas de palomitas y comida china
(todos se habían mostrado entusiasmados ante la idea de Cambiar el menú tras
dos días de comer pavo). Sus pies crujían sobre la acera, cubierta de sal de
roca y con tramos helados que las quitanieves no habían alcanzado.
El día anterior
habían caído diez centímetros de nieve, lo cual no estaba nada mal para
Pensilvania. Pero entonces, durante la noche, una lluvia helada había empapado
las calles tras el paso de las máquinas quitanieves y la conducción era más
peligrosa que el día anterior. Por suerte, a su padre y a Edward no les había
importado conducir hasta el cine.
—Id con cuidado,
chicos —les dijo su padre, mientras él, Jasper, Seth y Shima pasaban de largo
del Jeep de Edward y se dirigían hacia el Ford Explorer de su padre.
—Claro —respondió
Edward, abriendo la puerta. Isabella se montó en el asiento trasero de un salto
para que Emmett pudiera sentarse en el de copiloto.
Bostezando,
Isabella se abrochó el cinturón de seguridad y se recostó contra el respaldo,
mientras Edward los sacaba del aparcamiento. Siguió al automóvil de su padre a
través de la zona de tiendas que había alrededor del centro comercial, y se
adentraron en los barrios residenciales, entre los edificios casi rurales que
había Camino de su casa.
A medida que se
alejaban de las luces del centro, Isabella notó que se le iban cerrando los
ojos. Y con Edward y Emmett charlando como ruido de fondo, finalmente se rindió
y se permitió dormirse.
Una sacudida
repentina. El chirrido de las ruedas contra el asfalto. El Jeep derrapó, fuera
de control, en una dirección y luego en otra. Isabella estaba tan desorientada
que no sabía lo que estaba pasando. Las luces que tenían delante parecieron
emborronarse.
—Mierda —soltó Emmett.
El Jeep frenó en
seco, con lo que Isabella salió despedida hacia delante y el cinturón de
seguridad le cortó el aliento.
Los dos hombres se
volvieron hacia ella a la vez.
—¿Estás bien?
—preguntaron.
—Sí, ¿qué ha
pasado? —preguntó. Sus ojos por fin se centraron en la escena que había al otro
lado del parabrisas. Dos vehículos se habían salido de la carretera en un
cruce. Uno de ellos era un Explorer—. Dios mío. Papá.
Se arrancó el
cinturón de seguridad.
—Isabella, llama al
número de emergencias. Emmett y yo echaremos un vistazo —dijo Edward. Sin
esperar su respuesta, salió del Jeep de un salto, corrió a buscar algo en el
maletero y se dirigió a toda velocidad hacia el accidente. Emmett ya estaba
abriendo la puerta del conductor del Explorer.
Isabella decidió
seguir las instrucciones de Edward, y se llevó el teléfono a la oreja mientras
bajaba del todoterreno. Edward había logrado frenar a tiempo, el Jeep estaba en
la cuneta de la carretera. Isabella vio que había colocado un cono naranja en
la esquina trasera del Jeep.
—Servicio de
emergencias, ¿en qué puedo ayudarle? —respondió la operadora.
—Llamo porque ha
habido un accidente —dijo Isabella, corriendo hacia el lugar—. Dos vehículos,
acaba de ocurrir.
Echó un vistazo al
nombre de las calles y proporcionó la dirección a la operadora.
—La policía y los
servicios sanitarios están en Camino. ¿Hay heridos? —preguntó la mujer.
—Todavía no lo sé.
Mi hermano es policía y mi novio es enfermero de los bomberos, están evaluando
la situación —respondió. Isabella llegó primero al otro vehículo. La parte
trasera del lado del conductor había quedado dañada. Saludó con la mano y abrió
la puerta—. ¿Está bien? Estoy hablando con el servicio de emergencias.
El hombre se movió,
algo rígido.
—Creo que sí
—dijo—. ¿Cómo están los del otro automóvil?
—Todavía no lo sé
—respondió Isabella, y se dirigió al Explorer—. El primer conductor dice que
está bien —le contó a la operadora.
—¿Podría pasarme a
su novio o a su hermano una vez hayan terminado de evaluar el segundo vehículo?
—preguntó.
—Sí, voy a por
ellos —dijo Isabella. No sabía cómo podían Emmett y Edward dedicarse a esto
todos los días: el simple hecho de llamar al número de emergencias ya le había
causado un subidón de adrenalina que la había dejado temblando. Estaba segura
de que los escalofríos que la recorrían no los causaba el frío. Llena de
aprensión, se acercó al lado del conductor del Explorer de su padre y vio que
la parte delantera estaba destrozada.
Emmett estaba
agachado delante de la puerta de su padre, y Edward estaba de pie junto a él,
delante de la puerta trasera, con un botiquín de primeros auxilios abierto a su
lado. Echó un vistazo al interior del vehículo y vio a Seth, con la frente
ensangrentada y haciendo muecas. Santo cielo.
—La operadora
quiere hablar con uno de vosotros —dijo.
Emmett tendió una
mano y Isabella le entregó el teléfono móvil. Su hermano se levantó y se apartó
del Explorer.
Isabella se inclinó
hacia dentro y acarició el brazo de su padre. Vio que los airbags se habían
hinchado dentro del automóvil.
—Papá, ¿estás bien?
—Sí, sí, gusanito.
Es solo que el cinturón de seguridad me ha dejado sin aliento. Estoy bien
—contestó, con la voz rasposa.
—Estate quieto, Seth,
no quiero que te muevas hasta que podamos inmovilizarte el cuello, ¿de acuerdo?
—dijo Edward, quitándose los guantes de látex y poniéndose un par limpio—. Voy
a examinar a tu padre. Enseguida vuelvo contigo.
Isabella se apartó
para dejar pasar a Edward, e Jasper apareció por el otro lado del Explorer.
—¿Estás bien? —le
preguntó.
—Sí. Shima y yo
estamos bien. Pero Seth no llevaba el cinturón puesto —contestó su hermano. Su
voz no tenía tonos de crítica, solo de preocupación.
Mientras Isabella
lo observaba, Edward escuchó el corazón de su padre y le tomó el pulso;
entonces le desabrochó la Camisa y le examinó el pecho bajo la tenue luz del
vehículo.
—¿Cómo están? —le
preguntó Emmett a Edward, con el teléfono móvil todavía contra la oreja.
—Seth tiene una
pequeña lesión en la cabeza, una laceración en el cuero cabelludo, y
probablemente una fractura costal —contestó Edward, en tono calmado y seguro de
sí mismo. Isabella sintió que la preocupación le oprimía el pecho mientras Emmett
transmitía la información a la operadora. Edward continuó—: Charlie tiene el
ritmo cardíaco acelerado y dolor en el pecho reproducible a la palpación y al
movimiento, lo cual significa una posible fractura de esternón. Al menos, eso
es lo que me parece sin más herramientas para el diagnóstico.
Dios santo, ambos
necesitaban ir al hospital. Isabella no podía creer que estuviera ocurriendo
algo así. Su hermano repitió las palabras de Edward.
—La ambulancia está
aquí mismo —dijo Emmett—. Oigo las sirenas.
Isabella acababa de
percatarse de lo mismo.
—Bueno, Charlie. La
caballería ya está al llegar. Te darán unos cuantos analgésicos y quedarás como
nuevo. De momento, intenta no moverte —dijo Edward.
—Gracias, hijo.
Estoy bien —contestó su padre, pero el esfuerzo que le costó pronunciar las palabras
revelaba la verdad.
Edward se quitó los
guantes y regresó junto al asiento trasero. Pese a estar de lo más preocupada
por su padre y su hermano, sentía una cierta fascinación por ver a Edward en
acción: seguro de sí mismo, con la situación bajo control, dispuesto a ayudar
sin esperar a que nadie se lo pidiera. Estaba entrenado para estas situaciones.
Unos minutos más
tarde, dos automóviles de la policía, dos ambulancias y un camión de bomberos
aparecieron en escena, tiñéndolo todo de luz roja y azul. Mientras los
profesionales desmontaban de sus vehículos, Emmett se juntó con los policías y
Edward se unió a los técnicos de ambulancia mientras estos descargaban camillas
y equipamiento médico de la parte trasera. Estaba hablando con ellos con
seriedad, claramente informándolos de lo que sabía acerca de las condiciones de
los dos hombres.
Isabella se inclinó
hacia su padre.
—La ambulancia ya
está aquí. Aguanta un poco más —dijo.
Su padre le dedicó
una sonrisa algo tensa.
—Tú no te preocupes
por nada.
Cuando los técnicos
de la ambulancia se acercaron al vehículo, Shima se bajó del asiento trasero de
un salto. Pareció que hubiera sabido lo que iba a ocurrir, porque uno de los
técnicos rodeó el vehículo y tomó su lugar, mientras que otro se inclinó junto
a la puerta abierta, igual que había hecho Edward.
Isabella e Jasper
retrocedieron, dejando espacio para que los profesionales hicieran su trabajo.
Edward se aseguró de que dispusieran de toda la información que necesitaban y
acudió junto a ella. Su mirada la recorrió de pies a cabeza.
—¿Seguro que estás
bien? —preguntó, tomándole el rostro con las manos—. Sé que estabas durmiendo
cuando ha ocurrido. He intentado no frenar de golpe.
—Estoy bien, en
serio. ¿Qué ha pasado?
Edward frunció el
ceño.
—El maldito hielo.
El otro conductor ha intentado pasar el cruce en el último momento, pero las
ruedas traseras han perdido tracción en el hielo y se ha quedado en medio. Así
que tu padre ha tenido que dar un volantazo para esquivarlo, pero el Explorer
también ha resbalado en el hielo y ha chocado con el morro contra la parte
trasera del otro vehículo antes de salirse de la carretera.
—Ha sido una suerte
que papá reaccionara tan rápido —dijo Jasper—. Pensaba que íbamos a empotrarnos
contra él.
—Habría podido ser
mucho peor, de eso no cabe duda —contestó Edward, asintiendo.
—Ya es lo
suficientemente malo —dijo Isabella, con un nudo en la garganta.
—Ven aquí —dijo
Edward, sosteniéndola contra su pecho—. Los dos saldrán de esta sin nada grave.
Ya verás.
—Gracias a ti
—contestó ella, levantando la vista para mirarlo a los ojos—. Habría pasado
mucho más miedo si no hubieras estado presente.
Edward no hizo caso
del cumplido y se limitó a frotarle la espalda.
En pocos minutos,
el personal sanitario ya tenía a su padre y a Seth colocados en dos Camillas.
Le dijeron a Edward adónde iban y añadieron que la familia debería seguirlos en
su propio vehículo. Mientras los técnicos colocaban las Camillas en las ambulancias,
Emmett hizo un gesto hacia Jasper y Shima para que acudieran a hablar con la
policía, que tenía varias preguntas que hacer.
Emmett se unió a
Edward y a ella.
—Vosotros cuatro ya
podéis ir hacia el hospital. Yo terminaré de atar cabos aquí, y uno de mis
compañeros me acercará a casa cuando terminemos. Así podré ir al hospital con
mi automóvil.
—De acuerdo —dijo
Edward. Los dos hombres estrecharon las manos.
—Gracias por todo,
Edward. Tu ayuda significa mucho —afirmó Emmett—. Mantenme informado.
—Por supuesto.
Ojalá hubiera podido hacer más —respondió.
Cuando Jasper,
Shima y Edward hubieron dado su versión de los hechos, los cuatro se montaron
en el Jeep de Edward y recorrieron el Camino al hospital en silencio. Shima
estaba sentada junto a ella, irradiando angustia, y a Isabella la conmovió ver
lo profundamente preocupada que estaba por su hermano. Debía de quererlo de
verdad.
Pero llegar al
hospital no les proporcionó respuesta alguna, porque mientras su padre y Seth
estaban siendo evaluados, lo único que podía hacer el resto era esperar. En
menos de una hora Emmett se unió a ellos, pero todavía no sabían nada: lo único
que habían hecho había sido rellenar algunos formularios con los datos de los
dos hombres.
En todo momento, la
presencia de Edward fue una bendición: yendo a buscarles cafés a todos,
apoyando a Isabella y tomándola de la mano, explicándoles lo que seguramente
estaba ocurriendo a papá y a Seth respectivamente, para que entendieran por qué
estaban tardando tanto (probablemente requerirían un escaner).
La situación habría
sido mucho más difícil si no hubiera sido por él. Es más, a Isabella le pareció
que Edward encajaba perfectamente, que pertenecía al clan de los Swan y que su
lugar era junto a ella.
—Familia de Charlie
y Seth Swan —dijo una voz femenina.
Todos se levantaron
de golpe, pero Emmett y ella fueron los primeros en alcanzar a la mujer junto a
la puerta de la sala de espera.
—Solo puedo
permitir el paso a un visitante por paciente —dijo.
Isabella se volvió
hacia Jasper.
—¿Te importa si voy
con Emmett?
—No —contestó su
hermano—. Mándame un mensaje de texto cuando averigües más.
Tras dar un abrazo
y un beso rápidos a Edward, Isabella asintió. Le dedicó un gesto de cabeza a
Shima.
—Os informaré en
cuanto pueda.
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hola a todas que les parecio el capitulo de hoy, muchas gracias a todas por sus comentarios nos vemos en la proxima actualizacion.
7 comentarios:
Oh por Dios pobres lo bueno es que Edward estuvo ahí para ayudarlos, pobre Edward que difícil debe ser asimilar que las cosas buenas en tu vida están para que las disfrutes en lugar de que sufras, ojalá el pueda sobre ponerse a sus miedos internos y luchar por Bella como ella lo hace por él, muchas gracias por el capítulo, actualiza pronto por favor, creo que Jasper tiene mucho de que disculparse sobre Edward aunque realmente no sabe que lo escucho.
Wauuuuu ese Mike es un pendejo Jasper otro poco jajajaja lo bueno es que hay más apoyo para Edwards que encontra y ahora dejó claro Isabella que él es importante para ella 😍😍😍😍😍 y bien nada podia ir tan en paz con este accidente que poco falto que fuera tragedia que bueno que estaban ellos cerca para auxiliares ojala ahora se le bajen los humos a Jasper con Ewduard muy emosionada x leerte prontoooooo graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss
un cap increíble me asuste un montón pero gracias a Dios los dos están bien, y Bella cada vez se ve más enamorada y junto a Edward que alegria.
Menos mal que Edward estaba con ellos, así pudo ayudarles y darles toda la información necesaria, espero de verdad que Jasper se de cuenta cuanto se preocupa y ama Edward a Bella, y que hacen una pareja hermosa!!!!
Besos gigantes!!!!
XOXO
Pensé que Edward iba a entrar en pánico...pero es un buen profesional a pesar de sus miedos. A ver ahora que se ha quedado sólo con el idiota de Jasper.
Tonto si Bella te adora.
Gracias
Ohh porfavor actualicen rapido :( esta bien lindo el fic
Team edward :)
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