domingo, 8 de marzo de 2020

Capitulo 10 Corazones oscuros



CAPÍTULO 10
Cuando llegaron a su habitación, Isabella cerró la puerta.

—No es una Cama doble, pero espero que no estés demasiado apretado esta noche.

—¿Vamos a dormir juntos? —preguntó, mirando alrededor de la habitación de su infancia. Partes de su juventud seguían colgadas de las paredes de color lavanda y de su espejo. Lazos, fotografías, pósteres de grupos de música. La habitación reflejaba a alguien que había crecido rodeada por el calor de una familia, por la felicidad y la plenitud—. ¿A tu padre no le importa?

Con una risa entre dientes, Isabella sacudió la cabeza.

—Prácticamente vivimos juntos, Edward, cosa que mi padre sabe. Creo que ha deducido que su hija de veinticinco años ya ha mantenido relaciones sexuales. Seth y Shima también duermen juntos.

—Shima es fantástica —dijo, preguntándose si Isabella le contaría lo de la conversación con Michael.

—La verdad es que sí —contestó con una sonrisa. Entonces se desabrochó los jeans, se los bajó y se los quitó, con lo que se quedó allí de pie, vestida con una enorme sudadera roja y azul desteñida de la Universidad de Pensilvania, que justo alcanzaba para cubrirle la ropa interior—. Tú también deberías desvestirte —dijo, acercándose a él y poniéndose manos a la obra con los botones de su Camisa.

Un botón, y otro, y otro, y de repente estaba quitándole la Camisa y dejando su piel expuesta.

A Isabella se le escapó un pequeño gemido y le dio un beso en el centro del pecho.

—Es como desenvolver un regalo.


Dibujó una línea de besos y lametones de un pezón a otro.

—Joder, Isabella —susurró Edward—. ¿Qué haces?

—Saborearte —contestó.

Su réplica le prendió fuego al cuerpo. Se puso duro en un instante.

—No podemos hacerlo aquí —dijo, aunque sus manos habían volado a la nuca de Isabella, alentándola, guiándola mientras esta seguía besándolo, provocándolo, y volviéndolo loco con su boca.

—Sí que podemos, si no hacemos ruido —replicó. Se arrodilló lentamente y lo desnudó hasta las rodillas. Tomó su pene en la mano y lo sujetó con fuerza, arrancándole un gruñido a Edward—. Llevo todo el día deseándote —susurró, mientras sus labios jugueteaban con su glande, dándole besos ligeros—. Con ganas de tocarte, besarte y abrazarte. Ya no aguanto más.

Le dio un lametón, desde la base hasta la punta. Una, dos, tres veces. Entonces se lo metió en la boca.

Era una sensación tan fantástica que Edward no pudo evitar que las manos se le fueran al pelo de Isabella, hundiéndose entre su cabellera, agarrándola con fuerza. Ella gimió al notar el contacto y empujó, tragándoselo más hondo, hasta el fondo de la garganta. La intensidad de su gesto hizo que le temblaran las rodillas.

Isabella se lo sacó de la boca.

—Túmbate en el suelo.

Estaba demasiado fuera de sí como para debatir si era acertado tener sexo en la casa de su padre. Lo necesitaba. La necesitaba. Necesitaba la conexión y la unión que el acto implicaba. Edward echó el pestillo, se quitó el resto de la ropa y se tumbó sobre la moqueta beis.

Ella también se desnudó, y su preciosa cabellera cobriza se desparramó sobre sus hombros de porcelana, recordándole a un postre de melocotones con nata. Joder, estaba muerto de hambre.

Edward se agarró el rabo.

—Vuelve a metértelo en la boca.

No le hizo falta repetirlo. Isabella se acomodó entre sus piernas y envolvió su miembro con los labios. Empezó a chuparlo lentamente, hasta el fondo, y luego aceleró y sus movimientos se hicieron más superficiales; sus ojos azules le dedicaban una mirada de vez en cuando, una visión erótica como ninguna. Edward necesitaba seguir viendo aquellos ojos, así que le recogió el pelo con un puño para apartárselo de la cara. Usó el agarre para alentarla a ir más rápido, más hondo, más fuerte. Dios, cómo lo ansiaba. Isabella no se hizo de rogar. Hizo todo lo que le sugería y más.

—Joder, Castaña, voy a correrme si no paras —susurró.

Se lo quitó de la boca, con los labios hinchados y relucientes.

—Antes quiero sentirte dentro —contestó, trepando por su cuerpo.

Edward buscó sus pantalones con la mano y sacó un condón de su cartera. Se lo puso con las manos temblorosas, desesperado. Entonces agarró a Isabella por las caderas.

—Tómalo todo, Castaña. Todo entero.

Las palabras surgieron de un lugar en su interior que estaba en carne viva, herido, tan lleno de anhelo.

—Sí —susurró ella, hundiéndose, empalándose centímetro a centímetro de una forma insoportable—. Dios. Me encanta.

—Joder —gruñó Edward. Todo su cuerpo se moría por darle la vuelta, aplastarla contra el suelo y embestirla hasta que ambos estuvieran chillando, corriéndose y volviéndose locos de placer. Pero necesitaban ser más discretos. Tenía que permitir que Isabella tomara el control. No pudo evitar levantar las caderas cuando la penetró hasta el fondo—. Haz lo que quieras, Isabella. Úsame.

La Castaña plantó las manos en su pecho y se deslizó sobre su miembro, arriba y abajo; sus jugos lo cubrieron, creando la fricción más deliciosa del mundo. El único sonido en la habitación era el de sus alientos y, a juzgar por la manera en que Isabella ahogó un grito, cerró la boca con firmeza y frunció el ceño, a ella también le estaba costando mantenerse en silencio.

—Joder, Edward —suspiró.

Sus miradas se encontraron, ansiosas y llenas de deseo. Edward se aferró a las caderas de Isabella y guio sus movimientos, Cambiando de ritmo: adelante y atrás sobre el pene, para estimularle el clítoris contra su cuerpo.

—Quiero que te corras sobre mí.

—Oh, sí —dijo, sin aliento, y su expresión mostraba tal anhelo que era casi una agonía. Su mirada recorrió su rostro precioso, sus pechos, meciéndose, y el pelo rojo entre sus piernas que hacía cosquillas a su vientre.

—Ven aquí —dijo Edward, colocándola contra su pecho. Le pasó un brazo por la parte baja de la espalda y otro por la nuca, atrapándola en aquella postura; entonces tomó control de sus movimientos, restregándose contra su clítoris con fuerza, con el rabo todavía clavado en su interior—. Me encanta estar dentro de ti —susurró—. Tan cerca de ti.

—Me corro. Me corro —gimió ella.

Edward le tapó la boca con los labios y se la llenó con la lengua. El cuerpo entero de Isabella se estremeció con el orgasmo, intentando zafarse de sus brazos. Edward la sujetó con firmeza y se tragó el gemido que escapó de su garganta mientras su ella lo estrujaba con fuerza, empapándole el rabo y las pelotas con su placer.

Los músculos de Isabella se relajaron y esta exhaló lentamente.

—Joder —soltó—. Ahora te toca a ti. Quiero sentir como te rompes en mil pedazos. ¿Cómo te apetece?

—Túmbate bocabajo —dijo. La necesidad y el deseo todavía le recorrían las venas—. Te prometo que no haré ruido.

Cambiaron de postura, y Edward se colocó sobre ella. Guiando el pene con la mano, la penetró desde atrás. Mientras se hundía más y más, se tumbó sobre su cuerpo, cubriéndola de pies a cabeza, de manera que todo el cuerpo de Edward tocaba todo el cuerpo de Isabella.

—Dios mío, me encanta —susurró ella—. Me encanta tener tu peso encima. Me encanta sentirme así de llena.

Sus palabras fueron como lametazos sobre la piel.

—Voy a follarte hasta el fondo, Castaña —le murmuró al oído, clavándole las caderas en las nalgas con un gesto repentino—. Hasta el puto fondo. —Apoyó los brazos en sus hombros y a los lados de su cabeza, para poder maniobrar. Contraía los abdominales con cada embestida, encorvando su cuerpo sobre el de ella en silencio. Hundiéndose cada vez más, más y más. Isabella arqueó la espalda y levantó el trasero—. Joder, sí —dijo, con las pelotas rozando la entrada de ella—. Qué puto placer.

—Edward —suspiró Isabella—. Dios mío.

—Sí. Te las estás tragando entera, ¿a que sí? Tengo la polla metida hasta el fondo.

Pero, por mucho que la penetrara, no le bastaba. Nunca le bastaría. Nunca lograría saciar la necesidad de poseerla, ni aunque viviera mil vidas.

Así de enamorado estaba de ella. La claridad de aquel pensamiento lo sorprendió. Llevaba semanas huyendo de la verdad, evitando examinarla de cerca.

Desechó el pensamiento. Ahora no. Todavía no. No mientras las palabras de otro hombre todavía le daban vueltas por la cabeza. No era capaz de... «Concéntrate en las sensaciones. Por una vez, concéntrate en las sensaciones.»

Edward la agarró con más fuerza, la embistió de nuevo, apretó los dientes para frenar los gruñidos que amenazaban con escapar de su garganta. Masculló susurros en el oído de Isabella, sinsentidos eróticos que lograron que el cuerpo de ella se tensara a su alrededor y que sus pelotas estuvieran a punto de estallar.

—Más rápido —susurró Isabella—. Más rápido y me corro.

—Sí, joder —respondió. Empezó a mover las caderas con más urgencia, el roce de sus pieles ahora más ruidoso. Pero no podía evitarlo, no era capaz de resistirse a sus peticiones. Y Isabella se corrió de nuevo, con un gemido escapando sus labios. Le cubrió la boca con la mano mientras su cuerpo le apretaba la polla. Entonces su propio orgasmo lo aplastó contra ella y estalló. Siguió embistiéndola hasta el fondo, pero lentamente, mientras las oleadas de placer recorrían su cuerpo. No quería que terminara. Jamás—. Santo cielo —gruñó, cuando sus cuerpos por fin se calmaron.

—Me pone un montón oír cómo te corres —susurró Isabella.

—Mierda, ¿he hecho mucho ruido? —preguntó, con la cabeza apoyada contra la suya y el corazón todavía acelerado en el pecho.

—No —contestó ella, y su sonrisa quedó patente en su voz—. Quizá deberíamos dormir aquí mismo. Así, si volvemos a calentarnos, podemos seguir por donde lo hemos dejado.

Edward se rio entre dientes.

—Tienes muchos planes para esta noche, ¿no?

Ella le dedicó una sonrisa descarada.

—¿En lo que a ti respecta? Sí, muchos.

Sus palabras no eran más que bromas inocentes, pero no pudo evitar preguntarse si aquello también era cierto en un sentido más amplio. Si la conversación con Michael todavía le llenaba la cabeza a él, sin duda Isabella tampoco se habría olvidado todavía. Una parte de él pensó en confesarle que los había oído hablar, pero otra parte quería que fuera ella la que decidiera contárselo. Salió de su interior, se quitó el condón y lo envolvió con un pañuelo de los que tenía en la mesita de noche. Entonces le tendió una mano para ayudarla a levantarse del suelo y la envolvió en sus brazos.

—Feliz Día de Acción de Gracias, Edward. Me alegro tanto de haber podido pasar el día contigo. De todas las cosas que hay en mi vida, espero que sepas que tú eres la que más agradezco.

Edward dejó que sus palabras se asentaran como un bálsamo en las partes de su interior que seguían en carne viva, y aquello ayudó. Pero en sus rincones más oscuros, no pudo evitar preguntarse si lo que su exprometido le había dicho podría Cambiar todo aquello.
***
Bajo la luz de la mañana, Edward se sintió mejor. Tras el increíble sexo en el suelo, habían dormido la noche entera abrazados, piel contra piel, y la experiencia le hacía sentirse más cercano a ella, más conectado, reafirmado. Había sido ella la que lo había seducido a él. Había sido ella la que había querido acostarse con él. Hoy, se había levantado en los brazos de Edward. Eso era lo que importaba, no lo que quisiera Michael.

¿Por qué tenía que ser tan fuerte la parte de su cerebro que controlaba los miedos y las ansiedades?

No importaba.

Podía ser más fuerte. Por ella.

Edward se secó al salir de la ducha y se puso ropa limpia, feliz de poder volver a vestir jeans. Se sentía más como sí mismo. Pasó la cabeza por el cuello de una Camiseta de algodón negro de manga larga, se observó un momento en el espejo del baño, y abrió la puerta para bajar al piso de abajo y reencontrarse con Isabella.

Pero el sonido de una voz masculina pronunciando su nombre hizo que se quedara inmóvil y volviera a cerrar la puerta casi del todo.

—Dijo que lo suyo con Edward iba en serio, pero que lo pensaría. —Era Michael—. Yo dije lo que tenía que decir. No puedo hacer nada más.

—Edward. —Ese era Jasper. Pronunció su nombre con tanto desdén que habría sido lo mismo si hubiera escupido «puto Edward». Las voces le llegaban desde la habitación de Jasper, que daba al pasillo justo delante del baño. Edward abrió su puerta un poco más para poder oírlos. Porque si aquellos dos iban a ponerse a cotillear sobre él, pensaba escucharlo todo—. Si la quieres, tienes que luchar por ella. ¿O crees que ese está a su altura? Porque yo no. Y no puedo creer que mis hermanos no piensen lo mismo, la verdad. ¿Tatuajes y la cara llena de piercings? ¿Viste cómo la conversación frenó en seco cuando dijo que quería tatuarse? Eso es culpa de este tipo. Menuda influencia de mierda. Isabella se merece algo mejor.

La hostilidad de Jasper le sentó como un puñetazo en el estómago, y sus palabras fueron como cortes en los lugares más oscuros de su interior. A Edward le resonaba su propio pulso en la cabeza.

—Estoy de acuerdo. Me mata verla con él. Por todos esos motivos y más. Pero se lo expuse todo. No me callé nada. Si insisto ahora, puede que se cierre en banda —dijo Michael—. Tengo que dejarle un poco de espacio. Si funciona, esta vez tiene que ser su decisión. Tiene que ser ella la que vuelva a mí.

—Es verdad —dijo Jasper, con la voz llena de frustración—. Pero hacíais tan buena pareja. Ya sé que las cosas no terminaron bien, pero Isabella era muy feliz contigo. Quiero que vuelva a sentir esa felicidad. Y tú también. Eres parte de la familia, lo has sido desde hace veinte años. Te mereces estar con ella, y ella merece estar contigo. Me alegro de que al menos hayas tenido oportunidad de hablar con ella.

—Eso sí —dijo Michael—. Escucha, voy a largarme antes de desayunar. No quiero que la situación con Isabella se vuelva más incómoda, y es obvio que tenerme aquí junto a Edward le está causando estrés.

Edward oyó ruido de pasos, y la puerta del pasillo se cerró.

—Deberías ser tú el que se quedara —dijo Jasper.

Edward casi contuvo el aliento. Empujó la puerta para cerrarla tanto como fuera posible sin que llegara a encajar, y siguió escuchando: los pasos y las voces llegaron a las escaleras y desaparecieron. Una vez se hubieron ido, cerró del todo y se recostó contra la puerta. Le dolía la cabeza y sentía un vacío en el pecho. Se pasó la mano por la cicatriz que dibujaba una curva sobre su oreja.

Joder, la reacción de Jasper era justo lo que Edward había temido encontrar entre los Swan. ¿Tenía razón Jasper? ¿Acaso Emmett y Seth estaban de acuerdo con él? ¿Estaba Charlie horrorizado ante el tipo que su única hija había traído a casa? Edward no había recibido nada más que positividad de los otros Swan, pero quizá sus percepciones estaban tan jodidas como su cabeza.

O quizás Jasper era un hijo de puta y punto. Edward lo entendía, de verdad. Michael era su mejor amigo de toda la vida e Jasper solo quería que fuera feliz. En fin. De acuerdo. Eso era una cosa. Pero ¿que Jasper le odiara porque opinaba que Edward no estaba a la altura? Eso era otra.

Era lo que le daba auténtico terror.

Joder.

Justo cuando había logrado superar la ansiedad por la conversación entre Isabella y Michael.

Toc, toc.

Edward se apartó de la puerta.

—¿Sí? —dijo, abriéndola.

—¡Ahí estás! —La mirada de Isabella le escudriñó la cara, y su sonrisa se desvaneció—. ¿Te encuentras bien?

—Esto, sí. Sí. Justo ahora he terminado de arreglarme —dijo, apagando la luz del baño.

—Papá todavía está preparando el desayuno, ¿podemos hablar un momento? —preguntó.

El corazón le dio un vuelo y la aprensión le llenó el estómago.

—Claro, ¿qué pasa?

Isabella lo tomó de la mano, se lo llevó de nuevo a la habitación. Edward se colocó en medio de la habitación y se cruzó de brazos, preparándose para el golpe.

—¿Seguro que te encuentras bien? —preguntó ella.

—¿De qué quieres hablar, Isabella? —dijo. Las palabras le salieron más bruscas de lo que había pretendido, pero su cordura pendía de un hilo. Un hilo muy fino que empezaba a deshilacharse.

—Ven, siéntate.

—Ya estoy bien —respondió. Se obligó a respirar hondo y permaneció de pie, donde estaba.

Isabella frunció el ceño, y su mirada le recorrió la cara como si estuviera intentando solucionar un rompecabezas.

—Anoche nos dormimos tan rápido que no tuve ocasión de terminar la conversación que empezamos en el baño —dijo. Le dedicó una sonrisa tímida, claramente intentando que Edward reaccionara—. Así que... —Se dejó caer sobre el borde de la Cama—. La versión resumida es que, hace tres años, Michael y yo estuvimos prometidos durante unos cinco minutos. Pero la relación se fue al traste cuando me puso un ultimátum: yo había conseguido el trabajo que quería en Washington, y a él le habían ofrecido una plaza en un hospital de Filadelfia y otra en Washington D. C. Podría haber funcionado.

Oírla hablar sobre la vida que podría haber estado llevando ahora mismo (una vida con otro hombre), era como un peso sobre los hombros. Y el motivo era obvio: estaba hasta las trancas. Enamorado del todo de Isabella. Le gustara o no. Quisiera aceptarlo o no. No importaba que creyera que su relación terminaría en infelicidad para ella o para ambos.

Había pasado catorce años solo, manteniendo las distancias con los demás voluntariamente, evitando las relaciones a propósito, con la excepción de unos pocos amigos cercanos. Se había acostado con mujeres a lo largo de los años, pero se había andado con cuidado y se había alejado de aquellas que parecían querer algo más de él. Aislarse tras un muro había sido su mecanismo de supervivencia cuando su familia quedó destruida, y luego se había convertido en costumbre, una que nunca había intentado romper hasta que conoció a Isabella.

—Pero Mike decidió que la plaza en Pennsylvania era más prestigiosa —continuó, mirando a Edward—. Dijo que, si de verdad lo amaba, permanecería en Filadelfia y me buscaría otro trabajo. Porque las relaciones a distancia no eran lo suyo, así que si yo no me quedaba, lo nuestro no podía continuar. —Isabella agitó una mano—. Tuvimos una pelea enorme. Pero comprendí que Michael no era el hombre adecuado para mí, porque el hombre adecuado jamás me exigiría que abandonara mis sueños en favor de los suyos, especialmente cuando tenía otra opción fantástica y bastante prestigiosa que nos habría permitido a los dos alcanzar nuestros objetivos. Así que acepté el trabajo, me mudé a Washington, y ahí se quedó lo nuestro.

—De acuerdo —dijo Edward.

—Así ya sabes la historia de fondo —dijo Isabella. Respiró hondo.

—¿La historia de fondo de qué? —preguntó Edward, frunciendo el ceño.

—De la conversación que tuve con Michael anoche, y que quiero contarte ahora.

Edward tragó saliva. Le costó. Aunque había deseado con todas sus fuerzas que Isabella se lo contara, ahora le daba miedo oír lo que saldría de su boca.

—¿En qué consistió?

—Michael me pidió una segunda oportunidad —dijo. Sus dedos toqueteaban nerviosamente el dobladillo de su jersey—. Dijo que quiere volver a intentarlo y que todavía me ama. Quería que supieras...

—¿Todavía le amas? —se obligó a preguntar Edward.

Isabella se levantó de un salto y se plantó a su lado. Apoyó una mano en sus brazos cruzados y la otra en su mejilla.

—No. Hace años que no. Le dije que estoy contigo, que lo nuestro es serio, que es demasiado tarde y que ha pasado demasiado tiempo —contestó. Isabella sacudió la cabeza, con la mirada implorante—. Tú eres el único al que... por el que siento algo. Quiero estar contigo, Edward. Por favor, dime que lo sabes.

—¿Estás... estás segura de que no quieres pensártelo? —preguntó. Dar voz a aquella palabra le provocaba náuseas, pero si no se lo preguntaba, seguiría dándole vueltas. Era mejor dejarlo todo dicho. Su ansiedad necesitaba oír a Isabella contestar—. Es cirujano. Podría ofrecerte una vida estupenda. Y conoce a tu familia desde que erais pequeños.

Isabella palideció y frunció el ceño.

—Por el amor de Dios, no quiero pensar en su propuesta. No le quiero a él. Quiero estar contigo. Ya tengo una vida estupenda a tu lado. Edward, —le obligó a bajar los brazos y se pegó a su cuerpo, con ambas manos acariciándole las mejillas—, el único hombre al que quiero eres tú. Tú.

Por un momento, Edward no dijo nada, porque no era capaz. El alivio le hizo un nudo en la garganta y sintió presión en el pecho.

—¿Te acuerdas de la noche en la que nos conocimos, antes de irnos a la Cama? Mencioné que se había hecho tarde y pensaste que era una indirecta para que te fueras. —Edward asintió. Aquella noche había sido tan increíble que no había podido evitar pensar que tenía que estropearse de una manera u otra. Había pensado que ese era el momento—. ¿Te acuerdas de lo que dije?

—No me dejaste seguir autocompadeciéndome —contestó. El recuerdo alivió un poco el peso que sentía sobre los hombros.

Isabella sonrió.

—Exacto. Y te dije: «Para evitar más incertidumbre y que las cosas se pongan incómodas: me gustas» —repitió. Edward asintió, sonriendo al recordarlo—. Bueno, pues voy a decírtelo de nuevo. Para evitar más incertidumbre y que las cosas se pongan incómodas: me gustas. Me gustas mucho.

Le clavó una mirada penetrante, con los ojos azules llenos de determinación.

—Mierda. A veces dejo que mis inseguridades piensen por mí, Isabella —dijo, con la esperanza de que así lo perdonara.

Así fue.

—Oh, Edward, ya lo sé, no pasa nada. No quería agobiarte con todo esto, pero tampoco quería mantenerlo en secreto. No me hubiera parecido bien.

Toc, toc.

—¿Sí? —dijo Isabella en voz alta, sin permitirle que se apartara de su abrazo.

Emmett asomó la cabeza por la puerta.

—Dice papá que el desayuno está listo.

—Enseguida bajamos —contestó ella. Su hermano volvió a desaparecer—. ¿Todo bien? —preguntó.

Edward exhaló, y parte de la tensión que lo saturaba desapareció con el aire. Era solo que, tras oír los comentarios de Jasper, había estado preparándose para una mala noticia. Pero, en vez de eso, Isabella le había ofrecido honestidad y comprensión, y eso hacía que la amara aún más. No tenía sentido seguir negándolo.

—Sí, lo siento —dijo, sintiéndose como si le hubieran absorbido la energía. La vida era más fácil cuando no tenía que lidiar con todas esas emociones que no dejaban de asaltarlo. Isabella había logrado que se abriera al mundo, y a veces se sentía como un nervio expuesto: demasiado sensible, demasiado vulnerable, demasiado desprotegido.

Pasara lo que pasase, una relación con él jamás sería fácil.

—No lo sientas —dijo Isabella—. Soy yo la que siente que tengas que lidiar con todo esto.

—No, me alegro de que me lo hayas contado —contestó, y era cierto.

A veces su cerebro se quedaba atrapado en un círculo vicioso de negatividad, arrastrándolo cada vez más abajo, y que Isabella dijera todo lo que acababa de decir era la mejor cura para cuando ocurrían estas cosas. Necesitaba sus palabras, igual que las había necesitado la noche en la que se habían quedado atrapados en el ascensor. En aquella ocasión, sus palabras habían evitado que sucumbiera a la claustrofobia. Ahora estaban evitando que Edward entregara un megáfono a sus miedos y les permitiera convencerlo de lo reales que eran. Ambas veces, Isabella lo había apartado del borde del abismo.

—Y, para que quede constancia, a mí también me gustas. Mucho.

Sus sentimientos eran más serios, obviamente, pero se sentía demasiado vulnerable, demasiado tierno como para contemplar la posibilidad de enfrentarse a sus miedos y confesar la verdad.

La sonrisa de Isabella era radiante.

—Es lo mejor que he oído en todo el día —dijo. Apoyó las manos en su pecho—. Escucha, si quieres regresar a Washington, podríamos irnos hoy. Sé que la presencia de Michael ha hecho que la visita sea más estresante de lo que debiera.

Edward sacudió la cabeza de inmediato.

—No, ni hablar. Estoy disfrutando de la compañía de tu familia. —La mayoría, al menos—. Y sé que te encanta estar aquí. No quiero que nos vayamos antes de hora.

Ni loco le haría algo así. Sabía que la familia significaba mucho para ella.

—Por ti, me iría.

Aquellos ojos azules llenos de sinceridad lo contemplaron.

Edward sabía hablaba en serio, y era por eso por lo que la quería. Sacudió la cabeza.

—Y yo pienso quedarme por ti.


Pese al dudoso comienzo de aquella mañana, Isabella tuvo un día fantástico con su familia y con Edward. El desayuno consistió en una comida tardía en la que devoraron todas las delicias que habían sobrado la noche anterior, y siguió con una tarde de juegos de mesa que provocó muchas bromas y risas. Con la ausencia de Michael, el ambiente pasó de tenso a relajado, o al menos así se lo pareció a Isabella. Se moría de ganas de enfrentarse a Jasper por la invitación de su ex, pero no quería crear más tensiones.

Ya era tarde cuando el grupo entero salió de la última sesión del cine, tras ver una película de acción recién estrenada, con las barrigas llenas de palomitas y comida china (todos se habían mostrado entusiasmados ante la idea de Cambiar el menú tras dos días de comer pavo). Sus pies crujían sobre la acera, cubierta de sal de roca y con tramos helados que las quitanieves no habían alcanzado.

El día anterior habían caído diez centímetros de nieve, lo cual no estaba nada mal para Pensilvania. Pero entonces, durante la noche, una lluvia helada había empapado las calles tras el paso de las máquinas quitanieves y la conducción era más peligrosa que el día anterior. Por suerte, a su padre y a Edward no les había importado conducir hasta el cine.

—Id con cuidado, chicos —les dijo su padre, mientras él, Jasper, Seth y Shima pasaban de largo del Jeep de Edward y se dirigían hacia el Ford Explorer de su padre.

—Claro —respondió Edward, abriendo la puerta. Isabella se montó en el asiento trasero de un salto para que Emmett pudiera sentarse en el de copiloto.

Bostezando, Isabella se abrochó el cinturón de seguridad y se recostó contra el respaldo, mientras Edward los sacaba del aparcamiento. Siguió al automóvil de su padre a través de la zona de tiendas que había alrededor del centro comercial, y se adentraron en los barrios residenciales, entre los edificios casi rurales que había Camino de su casa.

A medida que se alejaban de las luces del centro, Isabella notó que se le iban cerrando los ojos. Y con Edward y Emmett charlando como ruido de fondo, finalmente se rindió y se permitió dormirse.

Una sacudida repentina. El chirrido de las ruedas contra el asfalto. El Jeep derrapó, fuera de control, en una dirección y luego en otra. Isabella estaba tan desorientada que no sabía lo que estaba pasando. Las luces que tenían delante parecieron emborronarse.

—Mierda —soltó Emmett.

El Jeep frenó en seco, con lo que Isabella salió despedida hacia delante y el cinturón de seguridad le cortó el aliento.

Los dos hombres se volvieron hacia ella a la vez.

—¿Estás bien? —preguntaron.

—Sí, ¿qué ha pasado? —preguntó. Sus ojos por fin se centraron en la escena que había al otro lado del parabrisas. Dos vehículos se habían salido de la carretera en un cruce. Uno de ellos era un Explorer—. Dios mío. Papá.

Se arrancó el cinturón de seguridad.

—Isabella, llama al número de emergencias. Emmett y yo echaremos un vistazo —dijo Edward. Sin esperar su respuesta, salió del Jeep de un salto, corrió a buscar algo en el maletero y se dirigió a toda velocidad hacia el accidente. Emmett ya estaba abriendo la puerta del conductor del Explorer.

Isabella decidió seguir las instrucciones de Edward, y se llevó el teléfono a la oreja mientras bajaba del todoterreno. Edward había logrado frenar a tiempo, el Jeep estaba en la cuneta de la carretera. Isabella vio que había colocado un cono naranja en la esquina trasera del Jeep.

—Servicio de emergencias, ¿en qué puedo ayudarle? —respondió la operadora.

—Llamo porque ha habido un accidente —dijo Isabella, corriendo hacia el lugar—. Dos vehículos, acaba de ocurrir.

Echó un vistazo al nombre de las calles y proporcionó la dirección a la operadora.

—La policía y los servicios sanitarios están en Camino. ¿Hay heridos? —preguntó la mujer.

—Todavía no lo sé. Mi hermano es policía y mi novio es enfermero de los bomberos, están evaluando la situación —respondió. Isabella llegó primero al otro vehículo. La parte trasera del lado del conductor había quedado dañada. Saludó con la mano y abrió la puerta—. ¿Está bien? Estoy hablando con el servicio de emergencias.

El hombre se movió, algo rígido.

—Creo que sí —dijo—. ¿Cómo están los del otro automóvil?

—Todavía no lo sé —respondió Isabella, y se dirigió al Explorer—. El primer conductor dice que está bien —le contó a la operadora.

—¿Podría pasarme a su novio o a su hermano una vez hayan terminado de evaluar el segundo vehículo? —preguntó.

—Sí, voy a por ellos —dijo Isabella. No sabía cómo podían Emmett y Edward dedicarse a esto todos los días: el simple hecho de llamar al número de emergencias ya le había causado un subidón de adrenalina que la había dejado temblando. Estaba segura de que los escalofríos que la recorrían no los causaba el frío. Llena de aprensión, se acercó al lado del conductor del Explorer de su padre y vio que la parte delantera estaba destrozada.

Emmett estaba agachado delante de la puerta de su padre, y Edward estaba de pie junto a él, delante de la puerta trasera, con un botiquín de primeros auxilios abierto a su lado. Echó un vistazo al interior del vehículo y vio a Seth, con la frente ensangrentada y haciendo muecas. Santo cielo.

—La operadora quiere hablar con uno de vosotros —dijo.

Emmett tendió una mano y Isabella le entregó el teléfono móvil. Su hermano se levantó y se apartó del Explorer.

Isabella se inclinó hacia dentro y acarició el brazo de su padre. Vio que los airbags se habían hinchado dentro del automóvil.

—Papá, ¿estás bien?

—Sí, sí, gusanito. Es solo que el cinturón de seguridad me ha dejado sin aliento. Estoy bien —contestó, con la voz rasposa.

—Estate quieto, Seth, no quiero que te muevas hasta que podamos inmovilizarte el cuello, ¿de acuerdo? —dijo Edward, quitándose los guantes de látex y poniéndose un par limpio—. Voy a examinar a tu padre. Enseguida vuelvo contigo.

Isabella se apartó para dejar pasar a Edward, e Jasper apareció por el otro lado del Explorer.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí. Shima y yo estamos bien. Pero Seth no llevaba el cinturón puesto —contestó su hermano. Su voz no tenía tonos de crítica, solo de preocupación.

Mientras Isabella lo observaba, Edward escuchó el corazón de su padre y le tomó el pulso; entonces le desabrochó la Camisa y le examinó el pecho bajo la tenue luz del vehículo.

—¿Cómo están? —le preguntó Emmett a Edward, con el teléfono móvil todavía contra la oreja.

—Seth tiene una pequeña lesión en la cabeza, una laceración en el cuero cabelludo, y probablemente una fractura costal —contestó Edward, en tono calmado y seguro de sí mismo. Isabella sintió que la preocupación le oprimía el pecho mientras Emmett transmitía la información a la operadora. Edward continuó—: Charlie tiene el ritmo cardíaco acelerado y dolor en el pecho reproducible a la palpación y al movimiento, lo cual significa una posible fractura de esternón. Al menos, eso es lo que me parece sin más herramientas para el diagnóstico.

Dios santo, ambos necesitaban ir al hospital. Isabella no podía creer que estuviera ocurriendo algo así. Su hermano repitió las palabras de Edward.

—La ambulancia está aquí mismo —dijo Emmett—. Oigo las sirenas.

Isabella acababa de percatarse de lo mismo.

—Bueno, Charlie. La caballería ya está al llegar. Te darán unos cuantos analgésicos y quedarás como nuevo. De momento, intenta no moverte —dijo Edward.

—Gracias, hijo. Estoy bien —contestó su padre, pero el esfuerzo que le costó pronunciar las palabras revelaba la verdad.

Edward se quitó los guantes y regresó junto al asiento trasero. Pese a estar de lo más preocupada por su padre y su hermano, sentía una cierta fascinación por ver a Edward en acción: seguro de sí mismo, con la situación bajo control, dispuesto a ayudar sin esperar a que nadie se lo pidiera. Estaba entrenado para estas situaciones.

Unos minutos más tarde, dos automóviles de la policía, dos ambulancias y un camión de bomberos aparecieron en escena, tiñéndolo todo de luz roja y azul. Mientras los profesionales desmontaban de sus vehículos, Emmett se juntó con los policías y Edward se unió a los técnicos de ambulancia mientras estos descargaban camillas y equipamiento médico de la parte trasera. Estaba hablando con ellos con seriedad, claramente informándolos de lo que sabía acerca de las condiciones de los dos hombres.

Isabella se inclinó hacia su padre.

—La ambulancia ya está aquí. Aguanta un poco más —dijo.

Su padre le dedicó una sonrisa algo tensa.

—Tú no te preocupes por nada.

Cuando los técnicos de la ambulancia se acercaron al vehículo, Shima se bajó del asiento trasero de un salto. Pareció que hubiera sabido lo que iba a ocurrir, porque uno de los técnicos rodeó el vehículo y tomó su lugar, mientras que otro se inclinó junto a la puerta abierta, igual que había hecho Edward.

Isabella e Jasper retrocedieron, dejando espacio para que los profesionales hicieran su trabajo. Edward se aseguró de que dispusieran de toda la información que necesitaban y acudió junto a ella. Su mirada la recorrió de pies a cabeza.

—¿Seguro que estás bien? —preguntó, tomándole el rostro con las manos—. Sé que estabas durmiendo cuando ha ocurrido. He intentado no frenar de golpe.

—Estoy bien, en serio. ¿Qué ha pasado?

Edward frunció el ceño.

—El maldito hielo. El otro conductor ha intentado pasar el cruce en el último momento, pero las ruedas traseras han perdido tracción en el hielo y se ha quedado en medio. Así que tu padre ha tenido que dar un volantazo para esquivarlo, pero el Explorer también ha resbalado en el hielo y ha chocado con el morro contra la parte trasera del otro vehículo antes de salirse de la carretera.

—Ha sido una suerte que papá reaccionara tan rápido —dijo Jasper—. Pensaba que íbamos a empotrarnos contra él.

—Habría podido ser mucho peor, de eso no cabe duda —contestó Edward, asintiendo.

—Ya es lo suficientemente malo —dijo Isabella, con un nudo en la garganta.

—Ven aquí —dijo Edward, sosteniéndola contra su pecho—. Los dos saldrán de esta sin nada grave. Ya verás.

—Gracias a ti —contestó ella, levantando la vista para mirarlo a los ojos—. Habría pasado mucho más miedo si no hubieras estado presente.

Edward no hizo caso del cumplido y se limitó a frotarle la espalda.

En pocos minutos, el personal sanitario ya tenía a su padre y a Seth colocados en dos Camillas. Le dijeron a Edward adónde iban y añadieron que la familia debería seguirlos en su propio vehículo. Mientras los técnicos colocaban las Camillas en las ambulancias, Emmett hizo un gesto hacia Jasper y Shima para que acudieran a hablar con la policía, que tenía varias preguntas que hacer.

Emmett se unió a Edward y a ella.

—Vosotros cuatro ya podéis ir hacia el hospital. Yo terminaré de atar cabos aquí, y uno de mis compañeros me acercará a casa cuando terminemos. Así podré ir al hospital con mi automóvil.

—De acuerdo —dijo Edward. Los dos hombres estrecharon las manos.

—Gracias por todo, Edward. Tu ayuda significa mucho —afirmó Emmett—. Mantenme informado.

—Por supuesto. Ojalá hubiera podido hacer más —respondió.

Cuando Jasper, Shima y Edward hubieron dado su versión de los hechos, los cuatro se montaron en el Jeep de Edward y recorrieron el Camino al hospital en silencio. Shima estaba sentada junto a ella, irradiando angustia, y a Isabella la conmovió ver lo profundamente preocupada que estaba por su hermano. Debía de quererlo de verdad.

Pero llegar al hospital no les proporcionó respuesta alguna, porque mientras su padre y Seth estaban siendo evaluados, lo único que podía hacer el resto era esperar. En menos de una hora Emmett se unió a ellos, pero todavía no sabían nada: lo único que habían hecho había sido rellenar algunos formularios con los datos de los dos hombres.

En todo momento, la presencia de Edward fue una bendición: yendo a buscarles cafés a todos, apoyando a Isabella y tomándola de la mano, explicándoles lo que seguramente estaba ocurriendo a papá y a Seth respectivamente, para que entendieran por qué estaban tardando tanto (probablemente requerirían un escaner).

La situación habría sido mucho más difícil si no hubiera sido por él. Es más, a Isabella le pareció que Edward encajaba perfectamente, que pertenecía al clan de los Swan y que su lugar era junto a ella.

—Familia de Charlie y Seth Swan —dijo una voz femenina.

Todos se levantaron de golpe, pero Emmett y ella fueron los primeros en alcanzar a la mujer junto a la puerta de la sala de espera.

—Solo puedo permitir el paso a un visitante por paciente —dijo.

Isabella se volvió hacia Jasper.

—¿Te importa si voy con Emmett?

—No —contestó su hermano—. Mándame un mensaje de texto cuando averigües más.

Tras dar un abrazo y un beso rápidos a Edward, Isabella asintió. Le dedicó un gesto de cabeza a Shima.

—Os informaré en cuanto pueda.
*   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   
hola a todas que les parecio el capitulo de hoy, muchas gracias a todas por sus comentarios nos vemos en la proxima actualizacion.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Oh por Dios pobres lo bueno es que Edward estuvo ahí para ayudarlos, pobre Edward que difícil debe ser asimilar que las cosas buenas en tu vida están para que las disfrutes en lugar de que sufras, ojalá el pueda sobre ponerse a sus miedos internos y luchar por Bella como ella lo hace por él, muchas gracias por el capítulo, actualiza pronto por favor, creo que Jasper tiene mucho de que disculparse sobre Edward aunque realmente no sabe que lo escucho.

saraipineda dijo...

Wauuuuu ese Mike es un pendejo Jasper otro poco jajajaja lo bueno es que hay más apoyo para Edwards que encontra y ahora dejó claro Isabella que él es importante para ella 😍😍😍😍😍 y bien nada podia ir tan en paz con este accidente que poco falto que fuera tragedia que bueno que estaban ellos cerca para auxiliares ojala ahora se le bajen los humos a Jasper con Ewduard muy emosionada x leerte prontoooooo graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss

Kiiara dijo...

un cap increíble me asuste un montón pero gracias a Dios los dos están bien, y Bella cada vez se ve más enamorada y junto a Edward que alegria.

TataXOXO dijo...

Menos mal que Edward estaba con ellos, así pudo ayudarles y darles toda la información necesaria, espero de verdad que Jasper se de cuenta cuanto se preocupa y ama Edward a Bella, y que hacen una pareja hermosa!!!!
Besos gigantes!!!!
XOXO

Jeli dijo...

Pensé que Edward iba a entrar en pánico...pero es un buen profesional a pesar de sus miedos. A ver ahora que se ha quedado sólo con el idiota de Jasper.
Tonto si Bella te adora.
Gracias

Twiligther.cam dijo...

Ohh porfavor actualicen rapido :( esta bien lindo el fic

Valeeeeeeeeee1 dijo...

Team edward :)

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina