viernes, 22 de julio de 2011

EL ARTE DE LA SEDUCCION CAPITULO 18

Capítulo 18
Lágrimas, lágrimas ociosas, no sé yo lo que significan,
Lágrimas de la profundidad de alguna divina desesperación.
Alfred, Lord Tennyson
Los avetoros habían regresado al estanque del Arquero.
Bella se sentó en la hierba y contempló a las aves, el plumaje moteado de marrón de sus cabecitas bailó bajo la brisa cuando la mamá guió a sus crías hasta el agua, creando una leve ondulación en aquella superficie espejada, mientras el padre se elevaba a los cielos en busca de alimentos para su familia. Bella sonrió al ver a los polluelos seguir a su madre, los pequeños prestaban mucha atención al modo que tenía su progenitora de hacer las cosas para aprender de su ejemplo. La madre adoraba a sus crías, las acicalaba y las nutría, una visión que entibió el corazón de Bella. Se alegró de ver que habían vuelto sus aves. Aquel era su santuario, su hogar. Como siempre había sido el de ella. Y ella también esperaba que, al regresar, pudiera encontrar el solaz y la tranquilidad que buscaba. 
Se reclinó sobre el gran tronco del antiguo roble cuyas gruesas ramas, cargadas de hojas de un color verde suntuoso, la protegían del sol vespertino y moteaban el suelo que la rodeaba de dibujos dorados. Una brisa ligera fruncía la hierba y agitaba los altos sauces. En otra vida, Edward y ella había tallado sus nombres en aquel árbol. Las marcas seguían estando tan nítidas y definidas como hace diez años, cuando habían utilizado la navaja que usaban con los anzuelos de Edward para grabarlas en lo más profundo de la madera y, cuando ella, en su juventud, había dicho que su amistad duraría tanto tiempo como el árbol permaneciera en pie. El árbol se alzaba allí desde hacía siglos, había sobrevivido a tormentas y sequías, y a los planes del viejo Duque de utilizar los campos de barbecho para nuevos cultivos, lo que habría significado la tala del árbol y que se tuviera que drenar el estanque y llenarlo de tierra; solo la fiera intervención de Edward había impedido que eso ocurriera, y Bella jamás había dudado de que el vínculo que los unía continuaría con la misma fuerza que aquel árbol.
Pero el árbol había durado mucho más que lo que fuera que en otro tiempo habían significado el uno para el otro. El resonar del grito del avetoro macho asustó a Bella y la devolvió al presente con una sacudida. Volvió a pensar en las razones que la habían empujado a abandonar a Rosalie en plena temporada social de la debutante, las que la habían empujado a irse sin darle a su madre demasiadas explicaciones de por qué tenía que irse.
—Ya veo que los avetoros siguen viniendo aquí.
Bella se puso tensa al oír aquella voz profunda y conocida y su corazón retumbó con ritmo errático contra su pecho al levantar lentamente la cabeza para mirar al hombre que había provocado su huida y cuyo atractivo rostro y penetrantes ojos persistían en ella por muy lejos que intentara escapar.
Edward se encontraba a solo unos pasos de ella, devastadoramente guapo y al parecer implacable. El sol enmarcaba su cuerpo grande y musculoso en bajo relieve, convirtiéndolo en una especie de ángel oscuro que había bajado a la tierra para atormentarla y tentarla.
— ¿Qué estás haciendo aquí, Edward? —A pesar de todos sus esfuerzos, sus palabras estaban ribeteadas de dolor.
—He venido por ti.
Dio un paso hacia ella y Bella se levantó de golpe antes de extender un brazo, como si quisiera rechazarlo. El Duque se detuvo, había un destello de angustia en sus ojos, aunque podría haber sido un truco de la luz, un reflejo del agua.
—No te quiero aquí —le dijo Bella con tanta convicción como pudo—. Por favor. Vete.
Como si no la hubiera oído, Edward dio otro paso hacia ella y Bella dio otro paso atrás. El Duque se apoyó en el tronco del árbol con los brazos cruzados sin que sus ojos tostados dejaran en ningún momento el rostro de la joven.
— ¿Recuerdas el día en que tallamos nuestros nombres en este árbol?
Bella se quedó mirándolo sin decir nada.
—Tu padre te había prohibido que me volvieras a ver —continuó Edward, su voz era un rumor aterciopelado que la hacía estremecerse y abrazarse—. Te dijo que si alguna vez se enteraba de que pasabas tiempo conmigo, te daría una paliza.
Ese día descubrió que lo habías desobedecido y te castigó la espalda desnuda con una vara hasta que te salieron verdugones. Después de buscarte durante horas, te encontré sentada en este mismo árbol. Estaba oscureciendo a toda prisa y yo estaba frenético por si no te encontraba antes de que cayera la noche... Por aquí las noches son tan oscuras como la brea, temía que estuvieras aquí fuera, sola y asustada. Durante aquellas horas se me pasaron por la cabeza las más horribles imágenes que podía conjurar mi cerebro.
—Te vi —dijo Bella en voz baja, sintiendo que le temblaba el cuerpo—. Cruzabas el campo
corriendo, gritando mi nombre.
—Estaba loco de preocupación. Pero tú no emitiste ni un solo sonido, no me avisaste de que estabas aquí arriba.
Bella inclinó la cabeza.
—Yo... no quería que supieras lo que había hecho mi padre. Sabía... —Se detuvo.
—Que me pondría furioso. Y tenías razón. Lo estaba.
Bella levantó la cabeza y se encontró con la mirada penetrante del Duque.
—Pero te lo guardaste.
—En ese momento, sí.
—Después me convenciste para que bajara del árbol, me llevaste a la cabaña de verano y me pusiste bálsamo en la espalda.
—No me contaste nada de lo que había pasado, pero yo lo supe.
—No quería que hicieras nada precipitado.
Una sonrisa ligera y amarga arrugó los labios del Duque.
—Quería matar a tu padre, Bella. Me apetecía rodearle la garganta con las manos y asfixiarlo hasta que se le quedaran los ojos en blanco. Lo único que me impidió hacerlo fue pensar que podías llegar a odiarme.
La jovencita que lo había amado con todo su corazón estuvo a punto de confesar que nunca podría odiarlo. La mujer madura cuya mente y cuya alma estaban desgarradas por las visiones de él y Victoria juntos, su hermana acariciando la piel en llamas de Edward, retorciéndose bajo él mientras él la penetraba, visiones que abrasaban la garganta de Bella, fue incapaz de pronunciar aquellas palabras.
—Pero tú fuiste a ver a mi padre unos días más tarde —murmuró en su lugar.
—Sí —respondió Edward sin más—. Así es.
—Te vi galopar hacia la casa desde la ventana de mi habitación. —Su salvador, había pensado entonces. ¿Cuántas noches había esperado junto a esa misma ventana con la esperanza de que él acudiera a buscarla?—. Me escondí entre las sombras, en el rellano, cuando entraste con cuatro zancadas en la casa y te dirigiste directamente al despacho de mi padre.
Bella jamás había tenido tanto miedo en su vida. Su padre tenía un genio bastante fuerte y guardaba una pistola cargada en el último cajón de su escritorio.
—Bajé corriendo las escaleras y apreté el oído contra la puerta pero hablabas en voz muy baja y no pude oír lo que decías. Sin embargo, mi padre nunca más me volvió a poner la mano encima. Y no me volvió a prohibir que te viera. ¿Qué le dijiste?
Edward se apartó del árbol de un empujón, Bella no pudo moverse. Se le secaron los labios cuando se acercó el Duque y se le hizo un nudo en el pecho que le impedía respirar. Y entonces se encontró a su excelencia ante ella, alto e increíblemente ancho, arrojando una sombra sobre ella cuando Bella levantó la cabeza y se obligó a mirarlo a los ojos.
Y lo que vio en aquellos ojos hizo que una calidez sensual floreciera en su interior, su cuerpo respondió al instante, el muy traidor, sus pezones se tensaron e hicieron que incluso el menor movimiento de su corpiño le raspara la tan sensible piel.
La mano de Edward se deslizó por su nuca y sus dedos se enredaron en el cabello de Bella, soltando las horquillas que sostenían la pesada mata de cabello y haciéndolo caer por los hombros de la joven y por su espalda.
—Le dije que me pertenecías, Bella... y que protegería lo que era mío con una fuerza letal si era necesario.
Sus posesivas palabras resonaron por la cabeza de Bella.
— ¿De veras dijiste eso?
—Sí.
Bella tragó saliva, su mirada descendió a los labios masculinos, que se cernían tan cerca de los de ella que solo tenía que ponerse de puntillas para tocarlo.
—Edward, yo...
El Duque ahogó con sus labios lo que la joven había estado a punto de decir y
Bella se fundió en él, se sentía como si siempre hubiera pertenecido a aquel hombre, sabía que así había sido siempre; su cuerpo hizo caso omiso de su mente y rodeó con los brazos el cuello masculino, sus pechos se aplastaron contra su torso y su amante la estrechó un poco más.
Edward gimió en lo más profundo de su garganta y la sujetó por la cintura para atraerla con fuerza hacia él y que sintiera lo mucho que la deseaba. Le echó con suavidad la cabeza hacia atrás y sus labios comenzaron a recorrerle la garganta mientras sus manos se deslizaban por los costados de la joven para cubrirle los pechos, con los pulgares repasándole las puntas henchidas y doloridas a través del fino material del corpiño. Jamás había agradecido Bella tanto haberse puesto uno de los antiguos vestidos que ya no se ponía Victoria y que a ella le dejaba un montón de espacio en el corpiño, lo que le facilitaba a Edward la tarea de deslizar las manos dentro y posar sus palmas ardientes en su piel desnuda antes de bajar la tela de un tirón y tomar una de las duras cumbres con la boca; con cada tirón el Duque ejercía cada vez más fuerza, provocando en la joven una sensación de dolor y placer que era casi insoportable.
Bella echó hacia atrás la cabeza y gimió cuando Edward jugueteó con ella, lamiéndole cada pezón para relajarla antes de succionárselo una vez más. Metió el muslo musculoso entre las piernas de Bella y esta se meció contra él al tiempo que un calor líquido se iba reuniendo en el centro de su cuerpo.
Una vocecita le advirtió que parara, que hacer el amor con Edward no cambiaría nada, que había demasiadas cosas interponiéndose entre ellos. Pero Bella lo necesitaba con desesperación, solo una vez más. Quería grabar el recuerdo de sus caricias en su mente, incrustar la sensación de sus manos sobre su piel en lo más hondo de su ser. Edward la depositó sobre la hierba húmeda sosteniéndose sobre los antebrazos mientras le cubría el rostro de besos suaves como una pluma, dulces, hedonistas, besos que no dejaban ni un milímetro de piel sin recorrer. Le separó los muslos con una rodilla y Bella contempló el dosel de hojas que tenía sobre ella con los ojos vidriados por la pasión mientras un suspiro de éxtasis se escapaba de sus labios cuando los dedos del Duque se deslizaron por su hendidura, encontraron el botón henchido y empezaron a frotarlo hasta que Bella jadeó su nombre. Edward le lamió el pezón con la punta de la lengua mientras hacía magia entre sus muslos, llevando al Bella al borde del éxtasis una y otra vez, solo para percibir cuándo estaba a punto de llegar al clímax y retirarse una vez más.
Después se deslizó por su cuerpo y la boca sustituyó a los dedos. La primera caricia de su lengua sobre el hinchado punto pulsátil hizo que las caderas femeninas corcovearan con una sacudida salvaje.
Bella agitó la cabeza de un lado a otro.
—Edward... —gimoteó una y otra vez.
Los dedos del Duque subieron y le rodearon los pezones pero sin llegar a tocárselos. Bella le metió el pecho en las palmas de la mano y, con todo, Edward siguió torturándola hasta que al fin ella cogió las manos del Duque con las suyas y lo obligó a acariciarla. Edward gimió como si fuera ella la que lo estuviera torturando a él y no al revés.
Los índices masculinos le rozaron los pezones una, dos, tres veces antes de que todo el
cuerpo femenino se tensara, la contuviera al borde del éxtasis durante un instante y luego empezara a sacudirse con movimientos largos, profundos e intensos. Un abrir y cerrar de ojos después, su excelencia se deslizó en su interior. El hinchado tejido de Bella se aferró a su alrededor cuando él empezó a moverse, su cuerpo suspiraba con él en cada embestida.
Edward le levantó las caderas y se envolvió los flancos con sus piernas, lo que lo introdujo todavía más en el interior de su amada. Fue como si le hubiera acariciado el alma.
—Bella... —Su nombre en los labios de Edward era el sonido más glorioso que había oído jamás. El Duque la meció, sus embates se hicieron frenéticos, su rostro estaba atormentado por una expresión que se acercaba a la angustia, el sudor le brillaba en la frente cuando se obligó a frenar y salir por completo del cuerpo femenino un momento después.
Una protesta acudió a los labios de Bella pero entonces Edward empezó a masajear el botón oculto entre sus húmedos pliegues con su astil cálido y sedoso mientras le succionaba un pezón, llevándola una vez más, a toda prisa, a ese lugar brillante de espirales.
Bella gritó con su segunda culminación y clavó las uñas en la espalda masculina cuando él la volvió a penetrar aferrándose a sus nalgas, apretándola más contra su ingle mientras se hundía en ella, sintiendo que la última convulsión femenina lo exprimía y que su cuerpo se estremecía al hallar su propio clímax.
Pero demasiado pronto regresó la realidad a bombardear a Bella, estropeándolo todo con la visión de Edward haciéndole a Victoria lo que acababa de hacerle a ella. Aunque no dejaba de decirse que Edward debía de haber tenido a muchas otras mujeres, la única mujer con la que no soportaba imaginarlo era su propia hermana. Le dio un empujón en el hombro, su cuerpo, sólido y pesado, frustraba sus esfuerzos.
— ¡Quítate! —exclamó con toda la agonía que embargaba su corazón.
Edward levantó la cabeza de golpe y le sujetó las muñecas cuando la joven empezó a golpearle el pecho, después le inmovilizó los brazos contra el suelo.
—Maldita sea, Bella. ¡Para!
— ¡Te odio!
—No digas eso, Bella. Por Dios...
— ¡Te odio!
Un músculo se estremeció en la mandíbula del Duque y sus ojos ardieron como llamas gemelas. Con un gruñido sin palabras la soltó y se apartó rodando.
Como si le hubieran prendido fuego, Bella se levantó de un salto y le dio la espalda para arreglarse la falda y el corpiño, la embargaba la vergüenza por haber sucumbido ante él con tanta facilidad, de tan buena gana... incluso en ese momento su cuerpo traicionero suspiraba por él.
Unas lágrimas hirvientes le llenaron los ojos de agua y en su garganta se alzó un sollozo. Demasiado tarde, lo sintió tras ella, sintió sus manos en sus brazos, su nombre, que era un ruego en los labios de Edward. Se dio la vuelta para mirarlo, las lágrimas precipitándose por sus mejillas, haciendo que se sintiera morir de lo mucho que lo necesitaba, una sensación que sabía que la acompañaría durante el resto de sus días.
—Por favor... —le rogó Edward tendiéndole los brazos cuando ella se apartó de un salto para esquivar las manos que la atraerían hacia él, que la consolarían mientras le susurraba dulces palabras que la harían olvidar una vez más que la había abandonado.
Que le había hecho el amor a su hermana una y otra vez.
—Vete —le dijo Bella con toda la frialdad que pudo encontrar en su interior—. No quiero volver a verte jamás.
—No me voy a ir, Bella.
—Te dije cuando volviste que no te quería. Y no ha cambiado nada.
Edward apretó la mandíbula.
—Entonces haré que cambie, maldita sea.
— ¡No puedes obligarme a amarte! —exclamó Bella—. ¡No puedes hacer que desaparezca el pasado!
—No, pero podemos seguir adelante a partir de ahora.
—Le pediste a mi hermana que se casara contigo. ¿Cómo puedo llegar a olvidar eso?
—Eso fue un error.
—Sí, un error. Los dos hemos cometido los nuestros.
—Por Dios, Bella, ya hemos dejado que demasiadas cosas se interpusieran entre nosotros, pero hemos sobrevivido. No permitas que las mentiras de Victoria nos destruyan ahora.
— ¿Ahora? —El sonido que se escapó de la garganta femenina era una carcajada entreverada de lágrimas—. Ocho años, Edward. Te fuiste y eso estuvo a punto de destruirme. No dejaré que vuelva a pasar. Por favor... vete.
Después huyó de él.
Edward dio unos cuantos pasos con la intención de ir tras ella, de terminar lo que deberían haber enterrado tantos años antes, pero se detuvo y la vio huir con la sensación de que le estaban arrancando el alma. Sabía que esa vez la había perdido para siempre.

3 comentarios:

Ligia Rodríguez dijo...

Bueno, si no la jode de una forma tan imbeil, definitivamente no es Bella, estupida insufrible que cree que huir es mejor que hablar las cosas! me encanto el cap, y honestamente me gustaria que Edward se alejara de ella para siempre, para que sufra la muy idiota! Besitos!!!

lorenita dijo...

por favor que le pasa a esta Bella!!! me desespera..Edward le esta declarando su amor y típico de ella..sale corriendo, uff!!!:(

Unknown dijo...

como que se fue!!!!! ashhhhhhhhhhhh

repito solo ella es tan cabezota!!! que no ve que mi Edward esta ahi dispuesto solo por ella!!!

Grax!!!

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina