viernes, 8 de julio de 2011

EL ARTE DE LA SEDUCCION CAPITULO 5


Capítulo 5
Todavía abrigando la esperanza inconquistable,
Todavía aferrándose a la sombra inviolable.
Mathew Arnold
—¡Isabella!
La aguda voz de Victoria sacó a Bella de su aturdimiento, que comprendió de súbito lo cerca que se encontraba de Edward, sus pechos rozaban el torso masculino y sus manos se aferraban de un modo muy íntimo a las del Duque.
Casi lo había besado, quería besarlo, se había inclinado hacía delante sin ni siquiera saberlo, con la certeza de haber visto la misma necesidad en los ojos de él.
¿Qué le pasaba? Aquel era el hombre que había traicionado a su corazón, el que había deseado a su hermana y dejado atrás su amistad con Bella. Si Victoria no hubiera aparecido, Bella bien podría haber perdido lo único que había conseguido conservar durante los largos años pasados sin él. Su orgullo.
Intentó desprenderse de las manos de Edward y encontró cierta resistencia.
Su mirada se encontró con la del Duque y observó el toque de malicia en la curva de sus labios y la luz desafiante de sus ojos.
Desconcertada, Bella se desprendió con un tirón de las manos de Edward.
Prácticamente podía oír el rechinar de dientes de Victoria.
Edward lanzó una risita profunda.
—Sigues siendo una auténtica bribona —le murmuró en voz muy baja.
Bella le lanzó una mirada irritada antes de volverse hacia su hermana, que se encontraba en el umbral, justo en el mismo sitio que había ocupado Rosalie unos minutos antes. Pero, al contrario que en Rosalie, no había ni un jirón de cariño en los ojos de Victoria, solo su habitual antipatía y acusación.
—Buenos días, Victoria.
Su hermana salió con aire majestuoso a la terraza.
—Por Dios, Isabella, ¿tienes que parecer siempre un trapero? 
Con un brillo en los ojos, Victoria hizo caso omiso de ella y le dedicó una sonrisa experta a Edward, tan bella como siempre y rezumando una elegancia que Bella todavía tenía que dominar.
« ¿Volverían a resurgir los sentimientos que Edward había albergado en cierta ocasión por Victoria puesto que volvían a estar juntos? — se preguntó Bella—. ¿O
al Duque le había hecho demasiado daño que su hermana anulara el compromiso?».
Edward había intentado hablar con Bella la noche antes de irse, había acudido a la ventana de su dormitorio al amparo de la oscuridad y le había tirado piedrecitas al cristal, como hacían cuando eran más jóvenes y él quería que ella saliera a escondidas, después se sentaban en los escalones del porche y hablaban de lo que querían de la vida.
Bella solo quería una cosa. A él. Aunque había guardado el secreto en su interior hasta que su corazón ya no pudo seguir soportando el peso y eso lo había cambiado todo.
No había hablado con Edward aquella noche. Se había ocultado en las sombras de su alféizar con las lágrimas corriéndole por las mejillas mientras lo observaba, ansiando ir a él pero deseando con desesperación que se fuera.
Y eso había hecho Edward.
Y no había vuelto.
¿Qué podría haberle dicho Edward si hubiera abierto la ventana y hablado con él? ¿Le habría pedido que bajara? ¿Le habría explicado lo que había pasado entre él y Victoria? ¿O acaso solo esperaba que Bella interviniera en su nombre con su hermana? La joven había tenido demasiado miedo, se había sentido demasiado herida para arriesgarse.
Con un peso en el corazón, Bella observó a Victoria cruzar flotando la terraza con la gracia y la elegancia que siempre había poseído de sobra.
Su hermana se detuvo más cerca de Edward de lo que a Bella le pareció necesario y se inclinó en una profunda reverencia que permitió que el escote cuadrado del corpiño de su vestido revelara una buena porción de sus amplios senos.
Bella le lanzó una mirada a Edward para ver si el Duque disfrutaba con la vista que le ofrecían. El joven solo miraba a Victoria con cierta curiosidad; después, su mirada se dirigió a Bella y la sorprendió mirándolo. Le regaló una sonrisa sesgada y cómplice que la puso furiosa y al mismo tiempo entibió su corazón.
—Excelencia —murmuró Victoria con una voz entrecortada que solo utilizaba cuando advertía la presencia de una nueva conquista, haciendo que todos los músculos del cuerpo de Bella se pusieran rígidos de asco. Su hermana no se atrevería a intentar seducir a Edward, ¿verdad? No después de todo lo que había pasado entre ellos, ¿no?
Edward inclinó un momento la cabeza.
—Victoria.
—Es un placer verlo de nuevo. —Victoria se fue irguiendo poco a poco.
—¿En serio? —Una burla destelló en los ojos masculinos.
—Pero por supuesto. —Un ligero rubor tiñó las mejillas de Victoria—. No he
dejado de preocuparme un momento por su seguridad desde que se fue.
—Qué amable por su parte —dijo Edward con voz cansina.
Bella no recordaba ni una sola vez que Victoria hubiera hablado de
Edward con algo que no fuera un tono despectivo. Pero se había convertido en duque y era obvio que su hermana tenía intención de barrer el pasado bajo la alfombra y recuperar su relación donde la habían dejado. Victoria siempre había sido muy persuasiva, ¿volvería a sucumbir Edward? ¿Y por qué habría de importarle a Bella si así fuera?
—Espero que no lleve esperando mucho tiempo —señaló Victoria.
—Mi tiempo ha estado bien invertido. —Los ojos de color ámbar del noble se deslizaron hacia Bella haciendo sentir a la joven muy incómoda. Podía sentir la mirada furiosa de su hermana.
—Ya veo —dijo Victoria con una sonrisa forzada—. Bella, como quizá recuerde, se queda absorta con demasiada frecuencia en su propio y pequeño mundo como para permitir que le afecten cosas tan triviales como los modales.
Edward acudió en su defensa.
—Lo recuerdo todo sobre Bella y mis recuerdos son algo diferentes de los suyos, Victoria. Su hermana siempre estaba anteponiendo las necesidades de los demás a las suyas.
¿Cómo conseguía Edward desequilibrarla y hacerla entrar siempre en conflicto, y eso sin hacer el menor esfuerzo? No quería que la defendiera; sin embargo, agradecía que lo hiciera. Le recordaba a su niñez, siempre eran ellos dos contra el mundo. Edward había sido su valla protectora, su solaz, y era como si todos aquellos años de separación se hubieran desvanecido y no existiera nada salvo ellos.
—Siempre fuiste la protectora de los menos afortunados —murmuró Edward mientras miraba a Bella y sentía la atracción que ejercía sobre él la suavidad de aquellos pálidos ojos Marrones—. Siempre había alguien a quien estabas intentando salvar.
Recordó el día en que se habían encontrado un perrito herido echado junto al camino. Al cachorrito lo habían tirado desde un carruaje que pasaba, como si fuera simple pienso, desechado y superfluo.
Tenía la pata rota y sus gimoteos habían atravesado el corazón de Edward como una hoja al rojo vivo. Pero incluso después de todo lo que el perrito había pasado, miraba a Bella con unos ojos oscuros llenos de confianza, demasiado agotado para levantar la cabeza.
La ternura que Bella le había mostrado al animalito herido había conmovido a
Edward. Con qué suavidad le haría hablado, con qué cuidado lo había cogido y mecido en sus brazos, teniendo un cuidado exquisito con la pata herida. El cielo podría haberse caído en mil pedazos antes de que Bella hubiera permitido que algo le pasara al perrito.
Edward sabía tan bien como ella que sir charles jamás permitiría la entrada de animales en la casa pero Bella estaba decidida a cuidar del animal, fueran cuales fueran las represalias. El corazón de Edward se había encogido de dolor cuando ella había alzado la cabeza y lo había mirado con las lágrimas corriéndole por la cara mientras pronunciaba solo dos palabras: «¿Por qué ?»
La jovencita no entendía semejante crueldad, semejante indiferencia perversa por el sufrimiento y Edward odió al mundo entero en ese momento por mostrarle esa barbarie, el fondo de lo peor que tenían que ofrecer las personas. El había intentado protegerla lo mejor que había podido. E incluso en esos momentos, después de tantos años, sentía que ese sentimiento protector latía por sus venas al mirarla.
—Su ausencia se ha sentido en todo momento, excelencia —La voz de
Victoria se había alzado un tono y estaba ribeteada de irritación mientras le tendía la mano para el obligatorio beso.
Edward se detuvo solo un momento y después depositó un beso rápido en el dorso de la mano que le ofrecían.
—Está tan encantadora como siempre.
Victoria se ruborizó de placer y le lanzó a Bella una mirada breve y triunfante antes de bajar un momento los ojos en un alarde de recato que habría rivalizado con la mejor actuación de cualquier actor dramático.
—El matrimonio solo ha realzado su… voluptuosidad —dijo entonces Edward.
Victoria abrió mucho los ojos, era obvio el significado que ocultaban aquellas palabras elegidas con tanta inteligencia. La joven había ganado peso desde que había tenido a sus hijos y aunque su figura seguía siendo preciosa, había mucho más para contemplar, sin duda.
Cada mañana, Bella escuchaba los chillidos y gritos agudos que salían del dormitorio de su hermana cuando sus doncellas luchaban por reducir su cintura al tamaño que tenía antes de los partos, cincuenta y cinco centímetros, cosa que nunca ocurría, pero al menos el corsé se las arreglaba para redistribuir la carne hacia arriba.
De ahí los rebosantes senos que su dueña lucía a cada oportunidad que se le presentaba.
Bella no sabía muy bien qué pensar sobre lo que había sabido Edward de la vida de su hermana desde que sus caminos se habían separado. ¿Se había interesado por averiguar qué había sido de Victoria? ¿O quizá la noticia le había llegado allá donde estaba? Su matrimonio, desde luego, no había sido ningún secreto.
Victoria había desposado a un hombre al que apenas conocía poco después de poner fin a su compromiso con Edward, causando así un raudal de especulaciones casi interminables.
Un tanto aturdida, Victoria luchó por recuperar la compostura.
—Mi querido Riley ya ha fallecido. Un robo en una diligencia que salió por desgracia muy mal, me temo. Que Dios dé descanso a su alma.
Bella miró a su hermana con la boca abierta. ¿Que Dios dé descanso a su alma?
Victoria había maldecido a su querido Riley hasta la extenuación cuando este se había ido volando a América para huir del constante aluvión de exigencias y quejas de su mujer, dejándola con dos mocosos chillones, que era como se refería a sus hijos más de una vez.
Bella compadecía a sus sobrinos. Philip tenía casi ocho años y Mary solo cinco.
Eran buenos niños y no se merecían la mano que les había repartido la fortuna.
—La acompaño en el sentimiento —dijo Edward.
Como si esa fuera su entrada, Victoria se sacó un pañuelo de encaje de la manga y se enjugó los ojos mientras dejaba colgar el fino trozo de tela sobre su escote.
—Todos sufrimos pérdidas —dijo con tono de mártir—. Hay que continuar a pesar de las adversidades.
La expresión de Edward se volvió más seria.
—Un amigo mío me dijo en cierta ocasión que esperaba que me emborrachara como una cuba en cada aniversario de su fallecimiento, para honrar su memoria.
—¿Murió su amigo en la guerra? —se oyó preguntar Bella.
—Sí. —La voz del Duque era melancólica y una de sus manos se dirigió al muslo con un gesto inconsciente.
Al verlo, Bella recordó la noticia que había leído en el periódico cinco años antes.
—Lo hirieron.
Edward asintió y el movimiento se detuvo, como si el tema le resultara incómodo.
—Recibí un balazo en el muslo.
—¿Todavía le duele ?
El Duque se encogió de hombros.
—Sobre todo cuando hace frío o va a llover. —Una sonrisa irónica le crispó los labios—. Mis amigos usan la palpitación de mi muslo como barómetro. Desde entonces no les ha vuelto a sorprender un chaparrón inesperado.
Bella sabía que su antiguo amigo estaba intentando aligerar el momento pero una herida así tenía que ser dolorosa. Había leído que el Duque había estado a punto de morir de una infección. Recordó lo mucho que la había asustado semejante posibilidad.
Si al menos Edward le hubiera escrito, si le hubiera pedido que fuera, si le hubiera dicho que la necesitaba, ella se habría enfrentado a cualquier obstáculo para estar a su lado. Pero fueron pasando las semanas y no llegó ninguna noticia de él. Y lo siguiente que supo de él fue de nuevo gracias a los periódicos, que decían que se había recuperado y había recibido una distinción de manos de la Reina por su valentía más allá del deber, por haber salvado a cuatro de sus hombres de una muerte segura.
—¡Oh, es horrible! —exclamó Victoria contemplándolo con unos ojos muy abiertos que parecían lo bastante maravillados—. Y aquí mi hermana lo ha dejado de pie cuando es obvio que está sufriendo.
—De hecho —dijo Edward—, para la herida es mejor que me mueva a que me pase el rato sentado. Me entran calambres.
Al ver que desairaban su preocupación, Victoria le lanzó a Bella una breve mirada venenosa, como si su hermana tuviera la culpa de su metedura de pata. Pero con la misma rapidez regresó la sonrisa experta y ligera al rostro de Victoria cuando miró a Edward.
—¿Y ha vuelto a casa para siempre, excelencia?
El Duque dudó un momento y miró a Bella antes de responder.
—Sí… he vuelto a casa para siempre.
Bella no se había dado cuenta de lo mucho que había ansiado saber la respuesta a esa pregunta hasta ese momento.
—¡Maravilloso! —trinó Victoria—. Entonces debemos celebrar una cena en su honor, para darle la bienvenida.
—No es necesario.
—No sea tonto. Lo dispondré todo con los criados. ¿Le parecería bien el próximo viernes?
Bella se dio cuenta de que Edward no quería que nadie se tomara molestias pero también sabía que su hermana continuaría insistiendo hasta que él cediera. Era obvio que Edward también se había dado cuenta porque asintió.
—Me parece bien.
—¿Entramos entonces? Estoy segura de que mi madre está impaciente por saludarlo. —Victoria permaneció en su sitio sin moverse, al parecer esperando a que Edward la cogiera del brazo y la llevara al interior de la casa.
El Duque enlazó su brazo con el de Victoria, como era de rigor, pero cuando ella hizo el gesto de avanzar, Edward la contuvo y miró por encima del hombro a
Bella. Sus ojos albergaban un nítido destello de desafío cuando le ofreció el otro brazo.
Bella no quería tocarlo, no quería sentir esos músculos flexionándose bajo sus dedos. Era un auténtico peligro para su tranquilidad de espíritu. Pero, sobre todo, no quería ver a Victoria de su brazo, sintiendo también esos mismos músculos.
Bella no había querido compartir a Edward de niña y, que Dios la ayudara, las cosas no habían cambiado.
Pasó junto a él con gesto majestuoso, con sus calzones manchados de tierra y sintiendo la mirada masculina que le abrasaba la espalda al seguirla de cerca con
Victoria del brazo.
Estaban cruzando el saloncito cuando llegó a sus oídos un chillido agudo.
—¡Como te coja, verás! —prometía otra voz.
Un momento después dos cuerpos pequeños atravesaron escorados la puerta, corriendo a toda velocidad y frenando de golpe con un segundo de retraso, con lo que se estrellaron contra la cintura de Edward.
Durante el espacio de tres latidos reinó un silencio absoluto mientras dos caritas infantiles miraban sin parpadear a los adultos que los contemplaban desde las alturas.
Después, Victoria, que parecía humillada por las naturales acciones de sus hijos, los regañó con voz ahogada.
—¿Pero qué les pasa a ustedes dos? ¿Es que ven que tenemos un invitado?
¿No es posible que no se comporten bien jamás?
Cualquier alegría que pudiera persistir en sus picaras caritas se disolvió de inmediato ante la reprimenda de su madre.
—Lo sentimos mucho, mamá —pronunciaron al unísono.
Por la rigidez de la mandíbula de Victoria y el modo en que le lanzaba miradas nerviosas a Edward, Bella supo que su hermana estaba lejos de haberse aplacado.
—¿Y qué le decís a su excelencia por vuestro horrendo comportamiento?
—Está bien —dijo Edward—. Solo son niños. No ha pasado nada. —Se los ganó de inmediato con su cordial comentario y la amplia sonrisa que les dedicó a
Philip y a Mary.
El Duque se inclinó y clavó en la rizosa Mary todo el impacto de su sonrisa, lo que con toda claridad fundió por completo el corazón de la niña. Mary era una mujercita, después de todo, y Edward siempre había sido dueño de una amplia dosis de encanto.
—¿Y cómo te llamas, mi pequeña?
Mary hizo una reverencia pero se le enredaron los pies y estuvo a punto de caerse.
Edward la sujetó con suavidad y le apartó un tirabuzón errante de la frente.
Mary le dedicó una sonrisa radiante que hizo que a Bella le diera un vuelco el corazón.
—Me llamo Mary Elizabeth Marbury, señor, pero mi hermano me llama cabeza de estropajo por culpa de mi pelo. Por eso me perseguía, porque le dije que era bobo.
—Ya veo. —Un toque risueño tiñó la voz de Edward, aunque su expresión transmitía solo seriedad—. Los hermanos mayores son así. Yo tenía uno que también me llamaba cosas.
—¿De verdad?
—Sí.
Mary ladeó la cabeza como si intentara discernir si aquel nombre le estaba diciendo la verdad. Después, y como solo puede hacerlo un niño con cierto grado de aplomo, le preguntó:
—¿Usted cree que soy una cabeza de estropajo ?
—Desde luego que no. ¿Y quieres saber qué más pienso?
—¿Qué ? —preguntó la niña casi en un susurro.
—Creo que serás la más bella del baile cuando crezcas. Y espero que cuando llegue ese momento, me honres con un baile o dos.
El rostro de Mary se iluminó con una gran luz.
—¡Oh, claro que sí. —Después volvió la cabeza, miró a su hermano y lo aguijoneó un poco—. ¿Lo ves, Philip? Voy a ser… —La niña volvió a mirar a
Edward—. ¿Cómo es lo que voy a ser?
Edward le revolvió los rizos.
—La más bella del baile.
—Ah, sí. —Y se puso de nuevo a provocar a su hermano—. Voy a ser la más bella del baile, como dijo la tía Bells y ahora también este señor tan agradable. —Y para terminar de aclarar el punto, le sacó la lengua a su hermano, que de inmediato puso los ojos en blanco.
Edward se echó a reír y le dio unas palmaditas a Philip en el hombro al tiempo que se levantaba.
Mary volvió a darse la vuelta y estiró el cuello para mirarlo.
—Es muy mono —comentó con todo descaro.
Su madre ahogó un grito.
—¡Mary Elizabeth!
Bella se echó a reír, no dijo nada pero estaba de acuerdo con su sobrina.
Edward era muy mono, en el sentido más masculino que podía serlo un hombre.
—¿Dónde está Matilda? —les preguntó Victoria a sus hijos; hablaba de la niñera de estos, que siempre parecía atormentada. Matilda era una persona muy dulce y con un gran corazón, pero se estaba haciendo demasiado mayor para encargarse de sus bulliciosos y jóvenes pupilos.
Los niños intercambiaron una mirada y después fue Philip el que contestó con acento avergonzado.
—Es que la atamos a una de las sillas del cuarto de los niños.
—¿Que hicisteis qué?—No queríamos hacer nada malo. Estábamos jugando a los piratas. Yo era
Barbanegra y Mary era mi cautiva… aunque no hacía más que intentar robarme la espada, lo que va contra las reglas. —El niño le lanzó a su hermana una mirada mordaz, a lo que la pequeña respondió arrugando la cara en su mejor imitación de una uva pasa.
La expresión de Victoria se hizo tormentosa.
—¿Por qué me han maldecido con estos pequeños bárbaros? ¿Es que no podéis dejar de meteros en líos ni siquiera un momento?
Los cáusticos comentarios golpearon directamente el corazón de los pequeños haciendo que los ojos de Mary se llenaran de lágrimas.
Bella estaba lista para cantarle las cuarenta a Victoria pero fue Edward el que habló primero.
—Vaya a buscar a la niñera —le dijo a Victoria en un tono que Bella sospechó que había utilizado con los hombres que tenía bajo su mando.
Con aire algo más que acobardado, Victoria asintió con docilidad y se apresuró a salir de la habitación. Pero ni siquiera tras su partida se podía arreglar el momento, como demostraban las dos caritas melancólicas que habían clavado los ojos en el suelo.
Bella se arrodilló y besó las frentes de los niños pensando que ojalá pudiera hacer más por ellos. Pero siempre que lo intentaba, Victoria se enfadaba y la acusaba de intentar robarle el amor de sus hijos y después amenazaba con llevarse a Philip y a Mary a algún sitio donde Bella no pudiera interferir.
La idea de perder a sus sobrinos la destrozaba, así que Bella tenía que contener con frecuencia buena parte de la inclinación natural que la empujaba a acudir en ayuda de los niños. Las únicas personas que sufrían la ira de Victoria eran Philip y
Mary, y Bella no soportaba que eso ocurriera.
Mary, que parecía casi tímida debido a la reprimenda de su madre, se inclinó hacia Bella.
—¿Cómo se llama ese hombre tan mono? —susurró.
Bella sonrió y le metió a su sobrina tras la oreja un mechón de sus sedosos rizos.
—Este es el duque de Masen, cielo.
Mary se aventuró a levantar los ojos para mirar a Edward.
—¿Le llamo duque?
Edward se agachó junto a Bella con una sonrisa contagiosa mientras se daba unos golpecitos en la rodilla a modo de invitación. Mary lo dudó solo un momento y luego se acercó a él despacio.
—¿Qué te parece si hacemos un trato? —le dijo—. Yo te llamo Mary y a tu
hermano Philip si vosotros me llamáis Edward. ¿De acuerdo?
Mary miró a Bella en busca de confirmación.
—De acuerdo —susurró cuando su tía asintió.
Bella miró después a Philip, que permanecía un poco más alejado, con las mejillas arreboladas tras haberse tomado la riña de su madre peor que su hermana.
Bella le tendió los brazos. El niño rozó el suelo con el zapato y después acudió sin prisas al lado de su tía.
—¿Les ha dicho tía Bella alguna vez que ella y yo también jugábamos a los piratas? —le preguntó Edward a Mary, que tenía un aspecto adorable acurrucada en su regazo, fascinada por el diamante que tenía en la oreja y que Bella no había notado hasta ese momento; la joyita le daba al Duque un toque de aquel pirata que en otro tiempo había imitado con tanta perfección.
—¿Tía Bells y tú jugabais a los piratas? —preguntó Mary, asombrada, al tiempo que se daba la vuelta para contemplar a Bella como si la viera bajo una nueva luz.
—Desde luego que sí. Aunque vuestra tía se negaba a ser mi cautiva. Era muy testaruda. Y siempre me estaba quitando la espada, y nosotros sabemos que solo los hombres deberían tener espada, ¿no es cierto, Philip?
Philip, que se había ido acercando milímetro a milímetro, asintió mirando a
Edward con vacilación.
—Solo los hombres deberían tener espada. Las niñas siempre se hacen daño y se ponen a llorar.
—¡Qué no! —contestó Mary con calor—. Las niñas lo hacen tan bien como los niños. ¿Verdad, tía Bells?
—Claro, Mary. —La tía Bella miró primero a su sobrina y después a Edward, que la contemplaba con una
ceja alzada.
—Creo que nos están desafiando, Philip —dijo Edward sin quitarle los ojos de encima a la joven.
—Yo también lo creo, señor.
—¿Qué vamos a hacer sobre esta mancha que han dejado caer sobre nuestras ilustres personas?
—¿Mancha, señor? —Philip frunció el ceño, parecía perplejo mientras contemplaba su ropa y la de Edward—. Yo no veo ninguna mancha.
Edward, hombre valiente donde los haya, no perdió la seriedad.
—Se está mancillando nuestro buen nombre, maese Philip. Lo que exige medidas urgentes. ¿Cómo vamos a salvar nuestro honor?
Philip, al ver que Edward le estaba pidiendo consejo, hinchó el pecho.
—Yo digo que las encerremos en un armario hasta que pidan clemencia.
—Hmm. —Edward hizo lo que pudo para dar la impresión de estar calibrando la sugerencia de Philip.
—¡Un duelo! ¡Un duelo! —canturreó entonces Mary.
—¡Sí! —clamó Philip con voz aguda—. Un duelo… entre usted, señor, y la tía Bells.
Bella parpadeó ante el inesperado giro de los acontecimientos.
—Oye, Philip, su excelencia no…
—¡Una idea perfecta! —interpuso Edward hablando por encima de ella—.
Pues que sea un duelo.
—¡Voy a coger las espadas! —Mary saltó del regazo de Edward y salió corriendo de la habitación antes de que Bella pudiera protestar.
Edward se puso en pie y le tendió una mano con expresión maliciosa. Bella dudó y después aceptó su ayuda, encontrándose una vez más a pocos milímetros de aquel cuerpo duro y ardiente. Era demasiado consciente de la mano que todavía mantenía entre las suyas su excelencia.
—Parece que somos adversarios —murmuró—. Intentaré no darte la gran paliza.
—Y yo intentaré no obligarle a pedir clemencia… al menos no durante mucho tiempo. —¿Philip? —¡Sí, señor! —El pequeño acudió corriendo a su lado como si lo llamara su capitán, con el cuerpecito cuadrado muy erguido.
—¿Querrás ser mi segundo?
Philip parpadeó, y después su expresión seria cambió y abrió los labios con una inmensa sonrisa.
—¡Sí, señor!
—Bien. Ahora creo que vamos a necesitar suministros médicos, para que podamos ayudar a nuestras rivales una vez que las hayamos vencido.
—¡Voy a buscarlos! —Y como un rayo, Philip también se fue… dejando a Bella a solas, y muy consciente de su presencia, con el hombre cuya mirada todavía tenía que apartarse un segundo de su rostro.
Todo aquel asunto parecía orquestado, como si Edward hubiera sabido desde el primer momento y con toda exactitud lo que estaba haciendo.
Bella le soltó la mano y una vez más, los dedos del Duque rozaron su palma mientras la curva lenta y sensual de sus labios le decía que su excelencia estaba disfrutando de su desconcierto.
La joven dio medio paso hacia atrás que él igualó.
—Confía usted mucho en su habilidad, señor.
La mirada masculina se deslizó hacia a los labios de Bella.
—¿A qué habilidad se refiere, señorita Swan? Me gustaría pensar que poseo más de una.
Bella luchó por contener una inesperada ola de calor.
—A su manejo de la espada, por supuesto. Si no recuerdo mal, le vencí más de una vez cuando éramos niños.
—Eso era porque te dejaba mucho margen por aquel entonces. Las cosas son muy diferentes ahora. Yo soy un hombre. Y tú… —Su mirada se paseó por el cuerpo femenino—. Tú eres sin lugar a dudas una mujer. Las reglas han cambiado. Solo puedo esperar que estés a la altura del desafío porque yo sí que lo estoy.
Bella levantó la barbilla y le devolvió la mirada sin vacilar.
—Jamás he rehuido un desafío, excelencia. Y le puedo asegurar que tampoco lo haré ahora.
—Me alegro de ver que todavía conservas todo ese ímpetu, por fuera de lugar que pueda estar en ocasiones. —El Duque salvó el poco espacio que quedaba entre ellos y se quedó tan cerca que le rozó los muslos con los suyos.
Bella se sobresaltó cuando una gran mano le rodeó la cara y el pulgar empezó
a rozarle con suavidad, casi con ternura, la mejilla.
—Shh —murmuró Edward, su aliento cálido agitaba los zarcillos sueltos de la sien femenina—. Más manchas.
Bella se lamió los labios que se le habían quedado secos de repente y los ojos del Duque descendieron hasta esa boca, observándola con atención. ¿Se había acercado más todavía? ¿O había sido ella la que se había inclinado hacia él? En cualquier caso estaban muy, muy cerca. Si se pusiera de puntillas en ese mismo instante, podría tocarle la boca con la suya.
—Isabella —susurró el Duque con un tono casi torturado. Un momento después, sin embargo, se puso rígido—. Maldita sea.
Antes de que Bella hubiera salido por completo de aquel mundo de brumas en el que había desaparecido, se oyó una voz emocionada.
—¡Edward Cullen! Oh, querido muchacho, ¿eres tú de verdad?
La realidad devolvió a Bella al mundo con una sacudida. Se apartó de
Edward con aire culpable cuando su madre entró en su habitación. Cielos, qué cerca habían estado. Demasiado cerca. Solo de pensar en lo que podría haber pasado si no los hubieran interrumpido… ya era un desastre demasiado monumental para siquiera planteárselo.
Bella rezó para que su rostro no traicionara nada cuando se volvió hacia su madre.
—Buenos días, madre. Estaba a punto de ir a informarte de la llegada de su excelencia.
Su madre la saludó con una sonrisa cálida y auténtica pero hubo algo en sus ojos que hizo que Bella tuviera la sensación de que su madre sabía que no le estaba diciendo toda la verdad.
La Baronesa entró deslizándose en la habitación, vestida de modo impecable con un traje de tarde de color azul oscuro que realzaba el color vibrante de sus ojos y acentuaba su figura, todavía esbelta. Estaba tan encantadora como cuando Bella era niña, con solo unas hebras de plata veteando su espesa mata de cabello cobrizo para dar fe del paso del tiempo.
Se detuvo delante de Edward y la expresión de su rostro era de alegría cuando se apoderó de sus manos.
—Bienvenido a casa, querido muchacho —dijo con un sentimiento callado—.
Me alegro tanto de verte de vuelta, sano y salvo.
Su madre nunca había hecho responsable a Edward de lo que había ocurrido entre él y Victoria. Siempre había sido la persona más compasiva que Bella había conocido.
—Gracias, señora. Me alegro de estar en casa.
—Debo decir que has impresionado a mis nietos. Hace rato que canturrean tu nombre por todos los pasillos y no dejan de parlotear algo sobre un duelo.
El rubor cubrió las mejillas de Bella ante el recordatorio.
—No es un duelo, en realidad…
Edward lanzó una risita ante la desazón de la joven.
—Lo que su hija está intentando decir es que la he desafiado a un simulacro de duelo.
Los ojos de la madre de Bella destellaron de placer.
—¿Así que sigues desafiando a mi hija, eh, pícaro?
—Me temo que sí, señora. —La sonrisa de Edward era impenitente.
—Al parecer nunca aprenderéis. —Después lanzó una carcajada ligera—. ¿Y qué botín se lleva el vencedor?
—En cuanto a eso —dijo Edward envolviendo a Bellas en una mirada apreciativa—, todavía tenemos que discutir los términos. Estaba pensando que si gano yo, su hija quizá tenga que acompañarme a la feria de San Bartolomé.
—Cuando era niña siempre estaba clamando que quería ir a esa feria.
—Lo recuerdo.
Bella no podía creer que Edward recordase algo tan trivial como que ella quería asistir a la feria. Siempre intentaba ocultar su desilusión cuando su padre se negaba año tras año hasta que, al fin, había dejado de pedirlo.
—¿Y qué consigue mi hija si gana? —preguntó su madre.
—Lo que ella quiera —murmuró el Duque, y el timbre seductor de su voz vibró por todo el cuerpo de Bella.
Las voces emocionadas de los niños y sus carreras anunciaron su presencia sus buenos treinta segundos antes de que sus cuerpecitos atravesaran la puerta en tromba, rompiendo así el hechizo que había arrojado sobre ella la intensa mirada de Edward.
Mary levantó dos espadas de madera y Philip presentó los solicitados suministros médicos, que parecían consistir en todos los ungüentos y vendas que había en la casa.
—¡Abuela! —exclamó Mary con una voz que se había quedado sin aliento tras haber corrido a toda velocidad para cumplir con su misión antes que su hermano—. La tía Bells va a darle una paliza al señor Edward porque dijo que Philip tenía una mancha y que las chicas no deberían tener espadas.
—Ya lo he oído, cielo. —Su abuela se inclinó y le sonrió con cariño a su nieta—.
Es muy emocionante. Pero creo que los adversarios van a necesitar un poco de sustento antes de la batalla. —Ante la mirada confusa de Mary, su abuela se explicó—. Tienen que comer, chiquitina.
—Oh, abuela —dijeron Mary y Philip al unísono con aspecto desilusionado.
—¿Nos acompañas, verdad? —le preguntó la anciana a Edward y su expresión anunciaba con toda claridad que no pensaba aceptar un no por respuesta.
—Me encantaría. —Después les dio a los niños una palmada cariñosa bajo las barbillas—. Animaos, vosotros dos. Primero comemos y después luchamos. Y si vuestra tía pierde, cosa que sabemos que hará, porque yo soy mucho mejor espadachín, iremos todos a la feria de San Bartolomé a celebrarlo. Pero si por alguna casualidad gana ella, bueno… —Dejó la frase sin terminar a propósito.
Bella entrecerró los ojos y miró el rostro artero de su contrincante. Su excelencia le estaba tendiendo una trampa para que perdiera insinuando que si ganaba, sería culpa suya que ninguno de ellos fuera a la feria.
Su madre ocultó una sonrisa, era obvio que disfrutaba de las tácticas rastreras de su invitado.
—Bueno, venga, niños. Vamos a comer. —Su comentario parecía dirigido más bien a Bella y Edward, y la risa bailaba en sus ojos mientras se llevaba a Mary y
Philip de la habitación.
Edward le indicó a Bella con un gesto que pasara delante.
—Los perdedores siempre antes que los ganadores.
—Sería usted, entonces —le contestó la joven.
—Supongo que eso nos obliga a partir juntos. —El Duque le sonrió desde su altura, entrelazó su brazo con el de ella y la guió hacia la puerta—. Está avisada, señorita Swan, yo siempre juego para ganar.
—Está avisado, excelencia. Yo también.

7 comentarios:

lorenita dijo...

wOW!! ME ENCANTO!! EDWARD ES UN AMOR!! Y BELLA SE VE QUE SE DERRITE POR ÉL!!:)

Anónimo dijo...

esta genial...el espacio..el escenario..de verdad grandiosa esta historia... y la negacion x parte de bella! me encanto.. actualiza pronto xfis=)

Unknown dijo...

mm... espero con ansías el duelo!!! quiero que ya se besen!!! pero bueno todo a su tiempo pero no me enojo que sea en el cap que venga jajaja

Saluditos!!!

nydia dijo...

jajajaja parecen dos niños pero me encanta sobre todo que hagan olvidar a los niños el mal trato de su madre...Besos...

joli cullen dijo...

xd me encantao

Ligia Rodríguez dijo...

Que capitulo, la verdad que fue muy interesante

karla dijo...

ooo ese edward tan listillo y vivillo, jajaaa creo k bella esta en aprietos, si gana ira con edward a la feria junto con los niños y si no pues dejara triste a los niños. muy buena estrategia de eddy

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina