miércoles, 6 de abril de 2011

CAPITULO VII LOS BUSCADORES DEL PLACER


SIETE

Allí, a la luz de la luna, penumbra con rocío, sin preguntar ni por qué ni para qué, rondaría cual fantasma y se quedaría fijo como una estaca...

Walter de la Mare
El último reflejo de un sol agonizante cubrió el mar dejándolo como una pileta roja iridiscente hasta sumergirse detrás del horizonte, que se introdujo en la noche y se posó sobre el paisaje completamente negro retinto. Sin embargo, Edward aún podía distinguir la inminente silueta de las rocas macizas bordeando el muelle, y los dedos azules de la niebla que se enroscaban alrededor de los picos dentados de los acantilados que se abrían paso hacia Morwenstow.

Abajo, a la distancia, las construcciones rurales blanqueadas y las casitas de la villa sobresalían como faros. Allí se vivía otro tipo de vida, que poco tenía que ver con la del hombre que alguna vez había estado destinado a presidir la mansión (antes de que sus hábitos en busca de placer lo volvieran ajeno al mundo que alguna vez había conocido).

Los inquilinos de su padre, ahora inquilinos de Tanya, eran los únicos que lo trataban como la misma persona que se había criado entre ellos. No se comportaban de modo diferente con él por el hecho de que su destino hubiera cambiado. Y sin embargo, Edward se sentía como si estuviese parado del otro lado de una pared de trescientos metros de altura, con los portones cerrados para él.

Quizás la suerte incierta de los pueblerinos, igual que la suya, era lo que lo mantenía unido a este lugar, sumando un lazo más que evitaba que se marchara. Tanya era una intrusa. Ella no entendía cómo eran las cosas.

Edward alzó la vista desganada hacia la ventana de Bella. Tenía las cortinas corridas, pero él sabía que ella estaba allí. Había visto una sombra yendo y viniendo como si estuviese caminando, quizás tan hecha un lío como estaba él.

Por mucho que se felicitara por el triunfo de aquella mañana -que de hecho lo había sido, ya que ella había sucumbido y lo había hecho con tanta dulzura que todavía le ardía la huella que ella le había dejado impresa con el cuerpo-, para él parecía no cobrar demasiado entusiasmo.

El no había manejado bien las cosas, y esa no era una actitud suya. Al mirar a Bella, no veía simplemente a la hija del duque de Swan. También veía... a Bella. Pero no podía permitirse el lujo de distraerse. Tenía que seducirla con la misma decidida crueldad que había empleado en el pasado. No obstante, por un momento fugaz, sintió algo que no sentía desde hacía mucho tiempo. La pérdida de su humanidad.

-Ahí estás, querido.

Edward se puso tenso cuando Tanya se materializó en la oscuridad, cual meretriz envuelta en una bata color crema, tan refinada y desagradable como una efigie de cera, aunque ella no dejara de creer que lucía joven e inocente: esa era una broma de proporciones monumentales. Cualquier inocencia que Tanya hubiera poseído alguna vez se había deteriorado hacía mucho tiempo.

En una ocasión ella le había confiado que había seducido a uno de los mejores amigos de su padre, un viudo solitario, cuando sólo tenía dieciocho años. Lo había descubierto mirándola y se dio cuenta de que él la deseaba.

Una vez que lo había llevado a la cama, casi lo deja al borde de la muerte con sus travesuras sexuales y luego se lo había echado en cara acusándolo de ser un rudo viejo bastardo por mancillar a una jovencita, amenazándolo con decirle a su padre que la había violado. Le clavó la estocada final en el ataúd al jurarle que pronto todo Londres se enteraría de lo que había hecho.

El hombre se pegó un tiro esa misma noche.

Edward se alejo de ella. La imagen de ella lo irritaba más de lo habitual. Ese día él había tocado algo puro, algo que jamás había experimentado: una mujer absolutamente inocente a las caricias de un hombre, alguien que había florecido en sus dedos inquietos y su boca ardiente.

Se excitaba sólo con imaginar los pechos llenos y erguidos de Bella, con aquellos pezones dulces y erectos Y fue esa excitación la que Tanya sintió al abrazarlo por la cintura llevando la mano a la ingle, inevitablemente.

-Debiste avisarme de que estabas cachondo -le dijo ronroneando mientras lo masajeaba- Sabes que te hubiese complacido.

Edward se dejó llevar por la fantasía, permitiéndose creer que era Bella quien lo acariciaba, Bella desabrochándole los botones de los pantalones y cogiendo su erección entre sus manos, Bella masajeándolo con destreza.

La imaginaba a ella como aquella tarde, tirada debajo de él entiendo sonidos juguetones, con su deseo como un afrodisíaco embriagador que a él le hacía temblar las manos y sudar a chorros por la espalda, con un único pensamiento vehemente golpeándole el cerebro implacablemente: llevarla a la cumbre del éxtasis y dejarle impresas sus caricias en la memoria. Sin embargo, en algún rincón de su mente, donde aún quedaba una pizca de cordura, él quería que Bella le echara los peores insultos para alejarlo, sin permitirle ni la más mínima libertad. Cielos ¿es que ella no se daba cuenta de que él no era bueno? ¿No veía el riesgo que corría?

Y a pesar de todo, ella se había rendido, se había entregado a su seducción. Ahora, en sus fantasías, él le hacía lo que había querido hacerle en ese momento: subirle las faldas hasta la cintura; y ella con los muslos suaves y tensos abiertos para que él la poseyera, revelándole con los ojos lo mucho que lo deseaba.

Él penetró suavemente y la calidez lo enfundó, sintió el fino velo de su virginidad impidiéndole avanzar y vaciló. Él había estado con tantas mujeres que sus imágenes se habían vuelto difusas. Pero ésta era diferente. Bella era diferente. Él no podía arruinar eso como había hecho con todo lo demás en su vida.

Pero ella lo rescató de los pensamientos, arqueándose y atrayéndolo más adentro, más profundo, condenamente profundo y apretado. Tenía el cuerpo en llamas por ella. Quería que sintiera cada embestida, que le doliera cada beso erótico, que le rogara por más.

Quería que lo recordara.

Y no simplemente como un semental para ser usado cada vez que una mujer necesitaba de sus servicios, sino como al hombre que la había desflorado, como si hubiese estado destinada sólo para él.

Y con cada embestida profunda, con cada deslizamiento, cada saboreo de esos pezones que parecían protestar, él trataba de asegurarse de que lo que estaba haciendo era un castigo, su deber, su esperada venganza, en lugar de simplemente agradecerle a Dios por haberle concedido el regalo de su virginidad a un cobarde bastardo como él.

Mientras ella arqueaba el cuerpo contra el suyo, con los pezones altos para que él los lavara con la lengua, llevándola al borde de la dulce inconsciencia, la primera convulsión la recorrió como una oleada. Ella apretó los músculos que rodeaban el miembro viril, atrayéndolo a las cálidas humedades, A él le brotó un gemido profundo del pecho cuando alcanzó su propio alivio, con los brazos de ella enroscados alrededor del cuello aterrándolo más y más, como si no quisiera soltarlo nunca.

-Mmm... ha sido delicioso -murmuró Tanya a sus espaldas, el sueño se evaporó-. Me corrí con frenesí, imaginando toda esa crema exquisita dentro mío en lugar de quedar desperdiciada sobre mis preciadas orquídeas, aunque sospecho que ahora crecerán el doble de tamaño.

Edward sentía deseos de soltar un alarido. Abrió los ojos, con un asco que hervía en su interior. Cielos, ¿en qué estaba pensando? Estaban a la intemperie, cualquiera podía haberlos visto. Bruscamente una mirada hacia la ventana de Bella, aliviado de encontrar las cortinas aún corridas.

Se apartó de Tanya y se abrochó los pantalones, sintiéndose asqueado, furioso y apesadumbrado. ¿Qué había sido de su vida, de su amor propio? En algún momento había sido castrado y ya no podía revertirlo.

Caminó hacia el borde de la pendiente y miró para abajo.

-¿Qué es lo que quieres?

-Un agradecimiento, por el momento -respondió Tanya, con aire de suficiencia-. Debes admitir que tengo unas manos espectaculares.

Edward no quería ni pensar en cómo las imágenes de Bella habían derivado en aquella vulnerabilidad con Tanya.

-¿Por qué no vas a buscar a tus invitados? Probablemente estén extrañando el reinado de su reina.

-Sí-meditó ella con una sonrisa-, sí que me adoran. Y debo esforzarme por mantenerlos a gusto. Quieren verte, ¿sabes?

-Olvídalo.

-Algunos de tus viejos amigos están aquí. Desean saber cómo te está yendo.

Ese día, más temprano, Edward había visto a Clarendon, Lynford y a St. Giles llegar juntos. Ninguna de esas condenadas víboras habían sido sus amigos. Los únicos amigos verdaderos que él había tenido era el grupo de hombres que integraban el Club de los Buscadores de Placer -todos solteros confirmados con un único objetivo: la búsqueda del placer de cualquier tipo, con él a la cabeza como miembro fundador.

Desde la muerte de su padre él los había evitado a todos, y unos días antes hasta le había prohibido la entrada a Lucien cuando el amigo había llegado de pasada a visitarlo antes de continuar viaje a Cornwail para hacerse cargo de Lady Francine Fitz Hugh, cuyo hermano había fallecido sirviendo a la patria.

Edward no podía enfrentarlos, no en ese momento en que se había convertido en una burla de la buena persona que alguna vez se había esforzado tanto por ser. En cuanto a St. Giles y a su grupo, prefería morir antes de compartir un segundo con ellos.

-Entretenlos tú misma -le dijo con tono tirante- Siempre haces una buena actuación.

-Bien -replicó ella malhumorada-. Haz como te plazca. Sencillamente tendré que dejar que esta noche St Giles entretenga a Lady Bella.

Edward se puso rígido, St. Giles era mucho más inmoral que el. Mientras que una mujer podía adivinar las intenciones de Edward, él era un condenado encantador de serpientes, con su aspecto de rubio bien parecido camuflaba la podredumbre que había debajo. Lo único que tenía que hacer era sonreír y la mujer era suya. Ninguna se daba cuenta de la profundidad de su perversión hasta que estaba con él en la cama y descubría que su idea de placer incluía látigo y venda en los ojos.

-Se encaprichó bastante con ella -Tanya continuó su intencionada arremetida-. Aparentemente la vio esta mañana y aseguro haber quedado locamente enamorado. Lynford y Clarendon son más plebeyos; ellos sólo quieren llevársela a la cama (los dos al mismo tiempo, una deliciosa ménage á trois).

Al ver que Edward no emitía respuesta, ella insistió:

-Tal vez invite a St. Giles a nuestra alcoba. Confieso cierta ansiedad por comprobar si sus dotes están a la altura de los tuyas, aunque sospecho que se queda corto. -Rió con disimulo, divertida con su juego de palabras-. Sería una noche bastante agradable, ¿no crees?

Lentamente, Edward se volvió para mirarla, con el estómago contraído. No podía permitir que ninguno de aquellos bastardos estuviera con Bella.

Tenía intención de reservarse ese placer para él.

-Veo que finalmente tengo tu atención -murmuró ella, con una satisfacción maliciosa brillándole en los ojos-. Sabía que no querrías arruinar tu oportunidad con la dama, a quien esta tarde vi ir apresuradamente hacia la casa. Y un segundo después, ahí estabas tú, viniendo de la misma dirección, con una expresión para nada feliz.

¿Qué sucedió, querido? ¿Descubriste que la dama era inmune a tus gloriosos encantos? Me inclino a pensar que ella no resultará una conquista fácil. Sí que tendrás mucho trabajo, ¿verdad?

-No te preocupes por mi parte del pacto. Yo puedo manejarlo.

-Ah, no lo dudo. Después de todo, ¿quién puede resistirse a ti? -Ella detuvo la vista debajo de su cintura antes de volver a mirarlo a la cara-. Bien, entonces espero verte dentro en cinco minutos. -Empezó a marcharse, luego se detuvo para echarle una mirada por encima del hombro-. Imagino que tendrás algo travieso en mente para hacerme más tarde, considerando el estupendo regalo que acabo de darte, ¿verdad? -No esperó respuesta.

Durante toda la tarde Bella había estado considerando, la idea de enviarle una nota a la anfitriona, diciéndole que no se sentía bien y que no podría asistir al banquete de esa noche.

Pero finalmente, se impuso su vena de tozudez, que resultaba ser tanto una bendición como una maldición. Para cierto conde arrogante, el hecho de que no apareciera significaría que la había dejado afectada y se regodearía de ello. Esa idea la incitó a vestirse.

Escogió el atuendo con cuidado, vistiendo un traje confeccionado en un género de delicado encaje de color chantillí y cachemir manteca claro, que realzaba sus curvas y le daba un aspecto delicado y femenino.

Aún reconfortada por los cumplidos de Emmett sobre su apariencia, Bella se paseó del brazo de su primo, mientras escuchaba los entusiasmados relatos sobre Lady Rosalie. Bella sonreía y asentía con la cabeza, aunque tenía la mente puesta en el suntuoso salón y en quién estaría adentro.

-Espero que no estés molesta conmigo por haberte abandonado hoy, ¿no?

A Bella le llevó un instante percatarse de que Emmett le había hecho una pregunta.

-No seas tonto. Sabes que soy perfectamente capaz de entretenerme sola.

Él le ofreció una sonrisa atractiva.

-Soy digno de castigo, señorita. Y dime, ¿qué hiciste hoy?

Las imágenes de los labios de Edward fundidos en los suyos y esa boca gloriosa dejándole en la garganta huellas de besos ardientes antes de succionarle los pezones la hicieron contener la respiración.

-Estuve dibujando un poco junto a los acantilados.

-Son realmente admirables, ¿verdad?

-Sí. -Bella pensó en Edward-. Muy admirables.

Él era arrogante, irritante y peligroso, y con todo y con eso la tenía fascinada. Ella se había convencido de que el atractivo era solamente físico, un instinto básico, como había dicho él. Inmoral o no, él era el macho viril más indiscutible que jamás había conocido, y usaba su masculinidad como insignia de honor.

Ella se negaba a ser como cualquier otra mujer que él hubiera conocido, de ésas que querían un pedazo suyo para satisfacer su curiosidad. Sin embargo, cuando él ponía la mira en la seducción, resultaba bastante difícil concentrarse en sus innumerables defectos e indecencias.

Bella alcanzó a ver a la marquesa que salía de la biblioteca y dirigirse deprisa hacia el salón comedor que estaba al final del vestíbulo, donde los invitados se estaban reuniendo. Cuando pasaron con Emmett junto a la biblioteca, Bella echó una mirada dentro. La habitación estaba a oscuras y ella se preguntaba qué habría estado haciendo la mujer allí. Leyendo era una posibilidad improbable.

Bella vaciló el paso al distinguir una silueta negra reclinada en el umbral de las puertas francesas abiertas, con el iluminado solamente por el extremo del cigarro encendido. Sus ojos se trabaron con los de Edward cuando él la vio pasar. Había estado con Tanya, a solas en la oscuridad. Una mujer y su amante.

¿Es que no tenían suficiente por la noche, que también que aprovechar para estar estos momentos juntos? ¿Sería que Edward se quedaba con Tanya no por obligación sino por sentimientos hacia ella? ¿Se habría acostado con la mujer sólo minutos después de que Bella se le negara?

Aquellos pensamientos perturbadores siguieron en su cabeza al entrar en el salón comedor, bañado en una luz tenue. En lugar de utilizar las lámparas de araña, estaban encendidos los de las paredes y cada hendidura sostenía una vela, dándole al lugar un aspecto de cuentos de hadas.

La larga mesa de caoba brillaba encerada y la cristalería resplandecía con el oro en contraste con la platería y los ribetes de la vajilla fina. En el medio había un llamativo centro de mesa que la adornaba con flores recién cortadas del jardín.

-Se ha superado a sí misma, Lady Denali -comentó uno de los caballeros, al tiempo que tomaba la mano de Tanya para besarle el dorso.

Su espesa cabellera brillaba dorada bajo la luz, tenía la piel bronceada y los dientes tan blancos como la mantelería. En resumen, muy apuesto. Sin embargo, cuando posó la vista en Bella, su mirada examinadora le recordó a la de un halcón que ha detectado la presa.

-¿Y quién es esta encantadora criatura? -dijo, evaluándola con mirada audaz-. Creo que no fuimos presentados formalmente.

Tanya se adelantó un paso y con una mano en el antebrazo lo guió hacia donde estaba Bella.

-James Giles, conde de St. Giles, le presento a Lady Isabella Swan y a su primo, Emmett McCarthy, marqués de Seaton.

-Seaton -repitió el conde con una breve inclinación de cabeza antes de enfocarla con aquellos ojos gris plomo-. Encantado, milady. -Le alzó la mano y se la besó, tomándose un momento demasiado largo. Emmett se quedó tieso junto a ella, listo para ofenderse pero entonces el hombre se enderezó, con una leve sonrisa picara en los labios-. Swan. A ver, ¿dónde escuché ese apellido antes?

- Londres, ya sabes -murmuró uno de los otros caballeros, un tipo regordete con anteojos de marco de metal, cara de búho y expresión agria. La marquesa lo presentó como Lord Lynford.

-¿Está relacionada con el duque de Swan? -quiso saber un tercer caballero, Lord Clarendon. Era un poco más alto que los otros dos hombres, de cabellos oscuros con algunos mechones grises a la altura de la sien.

-Sí-respondió Bella-. Es mi padre.

Lord Lynford carraspeó. Ruidosamente.

-¿Sucede algo, milord?

Claramente a punto de dar a conocer su opinión, él dudó un instante:

-Su padre siempre ha causado revuelo en la Cámara de los Lores. Sin ir más lejos, la semana pasada propuso una reforma de la ley Gresham. Perdiendo el tiempo en tonterías, debo decir.

Bella sabía de qué ley le estaba hablando, ya que había tenido un animado debate sobre ese tema con su padre en la cena de la primera noche de regreso a casa.

-¿Le parece sin sentido la educación de las clases bajas?

-Sí-respondió con un gesto desdeñoso-. Los Lores tienen asuntos mucho más importantes que tratar.

-Yo creo que es nuestra responsabilidad, como sociedad, asistir a aquellos que no corren con nuestra misma suerte.

El le frunció el ceño:

-Lo que necesitamos es mantenerlos en el lugar donde pertenecen. ¿Qué beneficio hay en enseñarles algo? Eso no cambiará en nada su destino.

-¿Entonces su oposición se basa en la creencia de que cualquier educación rudimentaria podría causarles disconformidad con lo que poseen? ¿Y la alfabetización podría volverlos susceptibles al abultamiento de la propaganda radical y atea?

Él se acomodó el vidrio de aumento en los ojos y la miró de manera displicente.

-No necesitamos lidiar con ninguna sublevación. Cuando más saben, más esperan.

La ira de Bella creció ante esta línea de pensamiento tan básica, propia casi exclusivamente de la clase social alta.

-Yo encuentro esa opinión propia de una mente muy estrecha, milord.

El vidrio de aumento le saltó del ojo y dejó caer la mandíbula como un puente levadizo.

-¿Mente estrecha?

-Sí. Usted no es capaz de imaginar un mundo más allá del suyo. La emancipación de la mente común enriquecerá el gusto de los hombres y quizás realzará el nuestro, a través de percepciones que ellos obtienen de experiencias que nosotros no tenemos. La sociedad podría beneficiarse de una infusión de nueva sangre intelectual. El humanitarismo verdadero requiere que se tomen medidas para ayudar a aquellos que no pueden hacerlo por sus propios medios.

-Ahí está el propio motivo por el cual agradezco que no haya participación femenina en los asuntos políticos de los hombres -comentó él con tono de santurrón-. Significaría la ruina de un país justo. Debería ser lista, jovencita, y preocuparse por temas más concernientes a su género

Antes de que Bella pudiera decirle lo que pensaba de su opinión pedante, la marquesa interrumpió:

-Tomemos asiento, ¿les parece? -luego se llevó al hombre aparte.

Una mano cálida asió a Bella del codo con suavidad Sobresaltada alzó la vista y se encontró a Lord St. Giles sonriéndole. La guió hasta su silla y se la retiró para que se sentara pensando que era un error, ya que con certeza ella se sentaría junto a Emmett. Bella lanzó una mirada rápida a las tarjetas que había frente a los platos. De hecho, la tarjeta del conde estaba allí y su primo relegado a sentarse dos lugares más atrás, junto a Lady Drayton, que de inmediato lo entretuvo en una conversación.

La mirada de Bella estaba absorta en la silla vacante que quedaba justo enfrente. La silla de Edward, sospechaba, a la izquierda de su amante, destituido de la cabecera de la mesa, donde debió haberse sentado si la suerte no hubiese intervenido.

Bella no podía culparlo por no aparecer; debía de dolerle ser un invitado en su propia casa. ¿Por qué se quedaba? ¿Y donde se encontraba en aquel momento? ¿Aún en la biblioteca, burlándose de todos?

Apenas se le cruzó esa idea por la cabeza percibió un cambio en el aire, las voces a su alrededor comenzaron a acallarse, y a ella se le erizó la piel de los brazos.

Alzó la vista y miró hacia la entrada. Y allí estaba Edward, apoyado con desgana contra un pilar de mármol, reluciente, vestido con traje negro que se ajustaba perfectamente a su estructura muscular, con el rostro recién afeitado y el cabello ordenado, con la mirada fija en ella.

-¡Querido! -chirrió Tanya-. Por favor, pasa y toma asiento. Estaba a punto de comentarle a Lady Bella que le ordene al chef que preparara varios platos franceses sólo para ella.

-¡Ah, Masen! -dijo St. Giles-Al fin nos honra con su presencia el fantasma de la mansión. ¿Cómo has estado amigo?

Edward no respondió. En cambio recorrió con la mirada a cada una de las personas presentes, provocando que algunas se retorcieran en sus asientos. Luego se dirigió al bufé con paso firme y se sirvió un trago. Al darse la vuelta, tenía dos copas en la mano.

Se dirigió a la cabecera de la mesa. Bella estudió su copa de vino, con el cuerpo tensándose a cada paso que él daba hasta que estuvo parado justo detrás de la silla de ella.

No quiso mirar, pero como pasaban los segundos y él no se movía, se sintió obligada. Al echar una mirada por encima del hombro lo encontró mirándola, con ojos enturbiados.

Luego le entregó la copa que Bella pensó que había servido para Tanya:

-Bébelo. Lo necesitarás.

Ella cogió la copa sin pensar y lo observó rodear la mesa y ocupar su asiento, con hombros caídos, de modo descuidado y bebiendo el vino a grandes tragos; el desafío emanaba de cada línea de su cuerpo.

Era absolutamente ajeno a la mujer que estaba junto a él, quien abiertamente se lo comía con los ojos. Según Emmett, la generosamente dotada Lady Fairfax tenía apenas veintiséis pero ya había enviudado dos veces.

Aparentemente, los apetitos carnales de la dama eran bien conocidos y recorrió a Edward con la mirada sin prisa desde la coronilla, el cuerpo, hasta detenerse intencionadamente en su falda. A Bella le sorprendió que la mujer no se lamiera los labios.

Pero Edward miraba a Bella fijamente, como si estuviese enfadado con ella. No se le había concedido la libertad con su cuerpo y estaba molesto. Pero ella no era como ninguna de sus conquistas. El día que se entregara a un hombre, sería bajo sus condiciones. No las de él.

La tensión en el salón se acumuló hasta que Lord Clarendon rompió el silencio. Se giró en dirección a Bella y le preguntó:

-¿Es usted francesa, milady?

-Soy parte francesa, milord -respondió ella al tiempo que bebía un sorbo en busca de las propiedades vigorizantes-. Por parte de mi madre.

-Y también es artista -añadió Tanya, con un tono dulcemente condescendiente.

-¿Artista? -preguntó Lord St. Giles, que le ofreció de nuevo una mirada evaluadora-. ¿Y qué es lo que pinta, milady?

Bella dibujó con los dedos el borde de la copa de manera distraída.

-En general, gente desarrollando su vida cotidiana. La florista, el vendedor de pescado, las prostitutas.

-¡Prostitutas! -exclamó Lady Fairfax-. ¿Por qué? ¡Eso es escandaloso!

Aquel comentario venido de una mujer como ella sonaba ridículo,

-¿Y por qué es escandaloso?

-Porque ninguna dama respetable debería dirigirles la mirada, ni qué hablar de retratarlas.

Bella emitió un suspiro mental. Muchas veces era capaz de hacer frente a personas con criterios mojigatos, pero esa noche se le estaba acabando la paciencia.

-¿Y por eso son menos importantes que usted o yo? -le preguntó con calma-. Tal vez si prestáramos más atención a los motivos por los que una mujer vende su cuerpo, aprenderíamos algo.

-Bueno, yo no lo haría jamás -dijo Lady Drayton con tono arrogante, con las joyas adornándole las muñecas, el cuello y los lóbulos, lo que denotaban que no había conocido otra vida fuera de la de ser una consentida-. A mí no me interesan esos motivos.

-¿Inclusive si estuviera muriendo de hambre y tuviera tres niños hambrientos que alimentar? -Bella había conocido una mujer en esas condiciones (de hecho, a muchas). Alice no era mucho mayor que Bella en aquel momento, y sin embargo tenía ojos envejecidos, agotados.

Había estado acurrucada con sus hijos en las escaleras de Mont de Piété, donde la gente iba a empeñar objetos con la esperanza de sobrevivir un día más.

La muchacha había tratado de encontrar trabajo en una de las fábricas, según le había confesado, pero ninguna le dio empleo. Entonces un caballero bien parecido le había ofrecido dos francos por ofrecerle sus servicios en una callejuela.

Eso era lo máximo que ella podía ganar en la fábrica, trabajando dieciséis horas al día. Necesitaba mucho de ese dinero, pero había rehusado.

Bella no había podido soportar la idea de otra mujer utilizada para satisfacer las necesidades sexuales de un hombre y se había prometido encontrarle un trabajo a Alice. Al día siente, un amigo la contrató como criada. Pero Bella sabía que no podía salvar a todas. Cada semana, las caras nuevas se esparcían por el bulevar entre Gymnase y la Madeleine.

Lord St. Giles se burló:

-Ninguna persona con autoestima consideraría canjear su cuerpo por dinero.-Fijó la mirada en Edward, esas palabras claramente sonaban a insulto.

Edward permaneció imperturbable, vaciando la copa con tranquilidad. Sólo el brillo de sus ojos denotaba los sentimientos asesinos que lo invadían.

-¿Qué opinas, Masen? -insistió el conde-. Estoy seguro de que tienes una opinión formada al respecto.

El salón quedó en silencio y Bella se dio cuenta del error al sacar ese tema. Por mucho que Edward la enfureciera, no quería verlo en ridículo.

Alzó la vista apenas por encima del borde de la copa para mirar al conde.

-Creo que tú lo sabes mejor que yo, St. Giles. ¿No es cierto que el Conde du Lac aún te anda buscando para darte un garrotazo por tu falta de tacto con la condesa?

-Así es -observó Lord Lynford, mirando al conde detenidamente- No puedes regresar a París debido a aquel pequeño incidente, ¿no es cierto, St. Giles?

-Cállate, imbécil -siseó el conde, sin quitar la vista de Edward; la hostilidad claramente hervía entre los dos hombres.

En ese momento entraron un puñado de sirvientes que silenció a todos mientras servían los platos.

En cuanto los sirvientes se marcharon, el conde dijo:

-Me veo obligado a recordarte que perdiste una buena suma en una apuesta conmigo, más o menos en esa misma época, Masen. Tú siempre fuiste el bastardo más desafortunado en las cartas. Despilfarrabas cada centavo que te enviaba tu padre. ¡Qué vergüenza!

Sólo la mano tensa envolviendo la copa denotaba la furia acumulada de Edward.

Tratando de desviar la conversación, Bella comentó:

-La comida parece deliciosa.

La anfitriona sonrió con placer como si la hubiese preparado con sus propias manos.

-Espero que los manjares franceses te hagan sentir como en casa.

-¡Qué amable de su parte!

-¿Cómo le llamas a esto? -preguntó Lady Denali, levantando una pequeña porción de la comida a la que se estaba refiriendo.

-Laitance de Carpe au Xérés.

-Cielos, qué exótico suena eso. ¿Y qué es?

-Esperma de pescado -replicó Bella, sonriendo tras la cuchara cuando a Tanya le dieron arcadas y dejó el tenedor ruidosamente en el plato al tiempo que cogía la copa de vino. Bella creyó ver una fugaz sonrisa torciéndole los labios a Masen antes de que desapareciera detrás de su bebida.

-Lo encuentro muy sabroso -observó Lady Fairfax con tono contralto hipócrita, deslizando la mirada en dirección a Edward mientras se metía la cuchara en la boca con suavidad y la chupaba saboreando la exquisitez.

Los hombres de la mesa quedaron boquiabiertos.

En el extremo más alejado. Lord Kingsley, que hasta ese momento había estado callado, le preguntó a Bella:

-¿Vive en Francia, milady? ¿O su hogar está aquí?

-Comparto un apartamento con mi madre en Montmartre, pero visito a mi padre siempre que puedo.

-Allí es donde yo la encontré -dijo Emmett, al tiempo que le ofrecía una cálida sonrisa-. Con la esperanza de que me complaciera con su encantadora compañía.

-Alguien tenía que mantenerte a raya -le respondió ella devolviéndole la sonrisa al tiempo que provocaba risas ahogadas.

-Montmartre. -Lord Clarendon la miró de manera intrigante-. "Monte de los mártires": creo que esa es la traducción.

-Sí. Algunos creen que recibió ese nombre por San Denis, el primer obispo de París y sus diáconos, los santos Rusticus y Elutherius, en el siglo III. Otros piensan que se debe a los mártires desconocidos y enterrados en la cima del monte.

-Yo creía que en Montmartre sólo vivían campesinos y meretrices -dijo Lord Lynford, con tono coloquial aunque el brillo de sus ojos denotaba fastidio.

Bella notó la furia que se apoderó de Emmett, pero un paladín inesperado habló antes que él.

-Ponte un tapón en la boca, Lynford -le advirtió Edward, lanzándole una mirada cortante-. O te la callaré eternamente.

Lynford resopló:

-Escucha, Masen...

-Cállate, imbécil -le ordenó Clarendon en tono bajo-. Habla en serio.

Mientras Lynford mascullaba algo entre dientes, Bella miró con fijeza a Edward, sorprendida no sólo porque finalmente había hablado sino porque de hecho la había defendido.

Antes de que ella tuviera un instante para admirarse de aquel milagro, él se giró para evaluar, descaradamente, el abundante "patrimonio" de Lady Fairfax. ¡Putañero despreciable!

Luego dirigió la mirada hacia Bella, con la ceja levantada, en un gesto interrogante. Alzó la copa a modo de saludo incitante y vació rápidamente lo que quedaba del trago.
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PROX ACTU EL DIA VIERNES.

6 comentarios:

lorenita dijo...

Gran capítulo lizzy,por más que lo quiera negar edward se esta enamorando de bella!!! espero con ansía el siguiente...muchas felicidades.

Unknown dijo...

haaa primero la defiende y luego voltea a ver a la otra!!! ahhhhhhhhhhhhhhhhsssssss este Edward me saca de mis cabales pero lo amo igual jajaja

Gracias por la actualizacion

Besos

nydia dijo...

dios este hombre se esta enamorando de Bella aunque se diga lo contrario ...Sigue asi...Besos...

nany dijo...

muy buen cap

Cammy dijo...

esto cada vez está más bueno! me encanta pero tenia que mirar a la otra??? ¬¬

Ana dijo...

Jajajaja,, se ha puesto serio... Gracias

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina