miércoles, 8 de junio de 2011

CAPITULO 4 PERDONAME MI AMOR

CAPITULO CUATRO

Michael guardaba su velero en la dársena del lago Cave Run, en el parque nacional Daniel Boone. A finales de primavera, los bosques estaban llenos de pescadores y excursionistas. Bella los miró con cierta nostalgia mientras Michael la guiaba hasta el embarcadero.

Le gustaban los barcos, pero sabía poco sobre ellos. Sus gustos se inclinaban mucho más por la pesca y los paseos por los bosques. Era otra de las grandes diferencias entre el estilo de vida de Michael y el suyo, pero quizás pudiera acomodarse.

Él tenía buen aspecto con los pantalones blancos y el jersey azul marino. No era un hombre mal parecido en absoluto. Bella contempló dudosa sus vaqueros y el suéter de varios colores. Esperaba ir vestida apropiadamente para salir a navegar. Él le había dicho que llevara zapatillas deportivas, pero no había especificado el tipo de ropa. Esperaba que no se le ocurriera llevarla a un elegante restaurante vestida así.

-Tenemos un club náutico aquí -le estaba diciendo él, mirándola sonriente por encima del hombro-. En octubre, ce¬lebramos la Gran Regata Anual. Este año tienes que venir con¬migo -añadió, dando por supuesto que la suya iba a ser una relación duradera. Bella rebosaba de alegría.

-¿Todo consiste en navegar?

-La mayor parte -contestó él-. Es durante la primera semana de octubre y comienza con una carrera. Por la noche hay una gran cena y al día siguiente otra competición. Hay una regata abierta para todas las clases.

-¿Compite mucha gente de Lexington? El la sonrió.

-Cariño, estamos a poca distancia de la ciudad. Los Masen tienen un embarcadero aquí. Edward y Carlisle ganaron la regata de su clase el pasado octubre.

Ella se sonrojó. Sabía que a Edward le encantaba navegar, pero no había recordado que guardaba su velero allí, ni que su padre corría con él. Aunque aquel era el tipo de cosas que le gustaba hacer a Carlisle Masen. Era tan temerario como su hijo. Aquella temeridad era una de las cosas que ella había admirado en Edward.

-Hablando del rey de Roma... -musitó Michael cuando lle¬gaban a su embarcadero.

Ella se volvió a medias y vio a Edward Masen caminando por la dársena con aire despreocupado, como si estuviera en su casa.

-¡Hola, Michael! Tienes una llamada en recepción. Les dije que te avisaría, ya que me cogía de camino a mi velero. Michael suspiró.

-Debí imaginármelo. No puede uno mantenerse lejos del trabajo. Al menos, mientras existan teléfonos en este planeta. Vuelvo en seguida, cariño. Gracias, Edward.

-De nada. Cuidaré de Bella hasta que vuelvas.

Bella le miró enfadada mientras Michael desaparecía en las oficinas del embarcadero. Vestía informalmente como ella, con vaqueros y un suéter amarillo. Con los mocasines náuticos, pa¬recía menos alto que con las botas que usaba en la granja. El viento alborotaba su cabello cobrizo y el brillo de sus blancos dientes contrastaba atrayentemente con la tez bronceada.

-¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó Bella.

-Lo mismo que tú. Divertirme.

-¿No estás un poco lejos de tu casa y de tu invitada? El arqueó las cejas.

-¿Qué invitada?

-La preciosidad que te acompañaba anoche.

-La preciosidad está en una gira por las granjas locales con mi padre y el suyo.

-¿Y no has querido acompañarles?

-Trabajo mucho durante la semana. Los domingos me gusta descansar.

Ella bajó los ojos hasta su garganta, por donde sobresalía el fino vello rojizo. Recordó que su pecho estaba cubierto de aquel suave pelo. El íntimo recuerdo la hizo sonrojarse. Se abrazó a sí misma protectoramente y miró hacia las oficinas del embar¬cadero.

-Me pareció que era su ama de llaves, Sue. Ella no le molestaría si no se tratara de una emergencia.

-No se irá a su casa -dijo ella-. Iremos a navegar.

-¿Te apuestas algo?

Ella le miró entornando los ojos.

-Con un tramposo como tú, no. Seguro que amañas la baraja.

Él sonrió y una serie de pequeños escalofríos recorrieron el cuerpo de Isabella. Detestaba seguir siendo tan vulnerable. Los cuatro años transcurridos deberían haberle proporcionado cierta inmunidad. Pero la realidad era que la llama se avivaba cada vez que le veía.

Le miró a los ojos. La mano que sostenía el cigarrillo se paralizó en el aire. La sonrisa desapareció de los labios de Edward. Bella deseó desesperadamente besar la cálida y firme boca.

-Pequeña, es peligroso que me mires así en público -dijo Edward en un tono que nunca le había oído utilizar.

Sonreía débilmente, pero no hizo nada para disimular el fuego de su mirada.

Antes de que pudiera contestarle, y mientras le latía violen¬tamente el corazón, Michael se reunió con ellos con el ceño fruncido.

-Lo siento muchísimo, pero tengo a un hombre de negocios europeo sentado en mi porche delantero bebiéndose mi mejor whisky y muriéndose por proporcionarme montones de dinero a cambio de un potro.



Suspiró. Le sonrió a Bella y a Edward, ajeno a la tensión existente entre ambos.

-Lo siento, cariño, pero soy muy avaricioso. Ella se echó a reír.

-No te preocupes. Si me acercas a...

-Yo la llevaré a casa interrumpió Edward, llevándose el cigarrillo a los labios-. Así no tendrás que desviarte de tu camino.

Michael y Bella comenzaron a protestar, pero no fueron tan rápidos como él. Cogió a Bella firmemente del brazo.

-Vamos. Antes tengo que recoger unos papeles del barco. ¡Hasta luego, Michael!

Michael titubeó.

-Bueno... ¡Te llamaré esta noche, Bella!

-¡Sí! ¡Hazlo! -gritó ella por encima del hombro, mientras Edward la alejaba llevándola casi a rastras-. No me extraña que tengas tu propio barco. ¡Eres un pirata! ¡No puedes ir por ahí secuestrando a la gente!

-Estabas deseando venir -replicó él sin mirarla-. O lo estarás cuando te enseñe lo que tengo en el barco.

Ella suspiró.

-¿Muerde?

-A veces -murmuró él sonriendo.

La ayudó a subir a la brillante cubierta del velero, con las velas cuidadosamente enrolladas y atadas, y bajó a la cabina un instante. Volvió antes de que ella le echara de menos con una cesta de picnic en la mano.

-¿Cómo...? ¿Qué...?

-La ha preparado Mary June esta mañana para nosotros -dijo él, ayudándola a salir del barco-. Podemos ir en coche a la zona de picnic y lo devoraremos todo. No he desayunado y estoy hambriento.

-No podías saber que Michael iba a tener visita.

-Por supuesto que sí. En realidad, es cosa mía -dijo él sin inmutarse.

-¡Tus huéspedes irlandeses!



-Exacto -admitió él, sonriendo ampliamente-. Y será mejor que llegue cuanto antes a su casa u O'Clancy persuadirá a Sue de que se vaya con él a Irlanda. Ese hombre es capaz de conseguir fondos del Congreso para un programa de aparea- miento. Nunca he visto nada igual.

-¡Es increíble! -protestó ella.

-Es culpa tuya -replicó él.

La llevó hasta el brillante Volvo y la hizo sentarse.

-No quisiste venir conmigo cuando te invité.

-¡No quería! ¡Y sigo sin querer!

Se sentó junto a ella. Con una sonrisa deslumbradora, puso el coche en marcha.

-Mary June ha preparado rosbif, ensalada de patatas y panecillos caseros. Y buñuelos de manzana de postre.

Ella le miró de reojo.

-Engordaré.

-Estarías mejor con unos kilos más. Aquí. Este parece un sitio agradable y tranquilo.

Aparcó en la desierta zona de picnic y apagó el motor.

-Una bonita vista. Sin gente.

La miró a los ojos.

-Podrás hacerme el amor si quieres.

El inesperado comentario la hizo sonrojarse violentamente. Evitando su mirada, salió del coche.

Él sacó la cesta de picnic y pasó de largo junto a las mesas.

-Aquí se estará bien comentó, observando la zona. Dejó la cesta debajo de un enorme roble desde donde se veía el lago. En la lejanía, las velas blancas y multicolores se abrían como diminutos indicadores sobre el agua intensamente azul.

-Podemos comer y seguir la competición a la vez.

Ella se sentó en la agradable sombra y le observó mientras él extendía el mantel y sacaba la comida. Tenía un aspecto delicioso. Bella sabía que Mary June era una magnífica coci¬nera. Su padre y ella habían ido a las barbacoas y a otras celebraciones que los Masen ofrecían anualmente a los empleados de la granja, y había disfrutado muchas veces de la cocina, de Mary June. El ama de llaves era una institución familiar. Como su padre, un empleado valioso. El pensamiento le causó amargura. Suspiró y miró sus manos cruzadas sobre el regazo.

-¡Come algo! -ordenó él.

Le tendió un plato y vertió té helado en dos vasos de plástico. Ella recogió el vaso y tomó un sorbo del líquido helado con una sonrisa soñadora.

-¡Está delicioso!

Él llenó su plato, se lo entregó e ignoró su expresión dubi¬tativa mientras llenaba otro para él.

-Nada como el campo para abrir el apetito. ¡Por amor de Dios! ¡Come, Bella!

-¿Siempre tienes que dar órdenes? ¿No puedes pedir las cosas?

-Es mi manera de ser -dijo él antes de dar un mordisco a la carne.

Tomó un sorbo de té y la observó durante un momento mientras ella comenzaba a comer.

-Eso es cierto -dijo ella después de vaciar su plato-. Eres un manipulador nato. Sólo eres feliz cuando consigues lo que quieres.

-¿No le ocurre lo mismo a la mayoría de la gente? -pre¬guntó él.

Dejó los platos a un lado y volvió a llenar los vasos de té helado.

Luego se recostó cómodamente en el tronco del enorme árbol y cruzó las largas piernas con un suspiro.

Bella se bebió el té mirando el lago.

-Es la primera vez que vengo aquí -comentó-. Papá yo pasamos por aquí en coche cuando fuimos a ver a mis tías abuelas, pero no nos detuvimos. Siempre vamos a pescar al río.

-En este lago hay muchas percas -replicó él sonriendo. ¬Así que te gusta pescar.

-A papá le gusta. Yo le acompaño por el paseo y la tran¬quilidad del sitio. Es algo que no tenemos en los hospitales.

-¿Por qué te hiciste enfermera?

-No lo sé. Supongo que siempre me ha gustado curar a la gente que se hacía daño. Aún me gusta. Es mi manera de devolverle al mundo algo de lo que me ha dado.

-¿Es una indirecta? -preguntó él con mirada seria.

-Tú trabajas tanto como yo -repuso ella con sinceridad-. No pretendía insultarte. Estaba explicándote mi propia filosofía de la vida. No condenaba tu modo de vida.

-Mi padre salvó a la granja de la bancarrota cuando era joven. Ha trabajado duro toda su vida para poder dejarme algo y que no tenga que quebrarme la espalda para vivir. No tuve que trabajar para sobrevivir y eso me afectó. Me pasé los pri¬meros veinticinco años de mi vida criticando a mi padre y espe¬rando cosas sin dar nada a cambio. Aunque sea con buenas intenciones, no se debe malcriar a un niño.

Le miró a los ojos.

-No quisiera cometer el mismo error con mis hijos.

-¿Hijos? -repitió ella-. Seguro que ya has elegido hasta sus nombres.

-Desde luego -dijo él sonriendo-. Al menos hasta el décimo; le llamaré Quits.

Ella sonrió radiante. Qué extraño era estar allí sentada, hablando con él. Era una novedad. No le gustaba estar disfru¬tando del momento, pero no podía evitarlo.

-¿Y tú? -preguntó él con aparente indiferencia-. ¿Quie¬res tener hijos?

-Desde luego. Me gustaría una niña.

-Una hija no estaría mal, aunque en mi familia predominan los varones. Como sabes, es el padre el que determina el sexo.

-¡No! -dijo ella con burlón asombro-. ¡Y yo que pensaba que era cosa de la cigüeña!

-No seas tonta -murmuró él, riéndose-. Se me había olvidado que eres enfermera. Supongo que sabes más que yo sobre reproducción.

-Sobre ciertos aspectos, tal vez -dijo ella rígidamente. Se terminó el té y se puso de pie para tirar el vaso y el plato en un cercano cubo de basura. Cuando regresó, Masen no se había movido. Seguía mirándola calculadoramente.

-¿Te importa tirar mi vaso también?

Se lo tendió. Cuando ella se inclinó, la cogió por la muñeca y la hizo caer sobre su cuerpo, amortiguando el impacto con los brazos.

-¡Edward! -protestó ella, debatiéndose.

La sostuvo con más fuerza, colocándola entre sus piernas, con la cabeza atrapada en el hueco de su codo. La miró mientras ella se debatía y le empujaba.

-Yo no estoy... en el menú -dijo Bella, jadeante.

-Pues deberías estarlo -murmuró él.

Sus ojos verdes recorrieron las delicadas facciones, los llenos labios y los ojos castaños, rodeado todo por un marco de cabello.

-Me gusta lo que te has hecho en el pelo, Bella. También me gusta el nuevo maquillaje.

No había esperado que lo notara. Su asombro se reflejó en su mirada.

-Tenías diecisiete años cuando te besé por primera vez -dijo él bruscamente, mirándole la boca-. Fue en una fiesta de Navidad, en Flintlock. Estabas bajo el muérdago con un aspecto tremendamente desvalido. Me incliné y te besé suave¬mente. Te pusiste como la grana y huiste.

-No me lo esperaba -musitó ella, reanudando los for¬cejeos.

-No -dijo él con suavidad-. Estate quieta. Me estás haciendo daño.

Se quedó inmóvil y pudo sentir la excitación del cuerpo masculino. Le miró a los ojos y vio una mezcla de deseo y dolor reflejado en ellos.

-Lo siento, pero si me soltaras...

-No quiero. Lamento haberte hecho daño aquella noche. Y lamento aún más no haber reparado el daño. Te dejé cicatri¬ces, ¿verdad?

-Bastantes... ¡Y no quiero más! ¿Vas a soltarme? -dijo ella, jadeante.

-Debiste ir en contra de todas tus creencias al entregarte a mí. No pensaba en ello. Estaba embriagado por tu sabor y tu presencia. No podía pensar. Recuerdo el olor de tu cuerpo, el sonido de tu voz en mi oído susurrando que me amabas...

-¡Ya basta! -gritó ella, ocultando su cara sonrojada contra su pecho-. ¡Basta, Edward! ¡Por amor de Dios! Era una ado¬lescente enamorada y tú un hombre con experiencia que deseaba vengarse de la chica a la que amaba realmente. ¡Eso fue todo!

-¿Estás segura? Admito que había bebido mucho y que me había peleado con Victoria y que tú parecías...

Los recuerdos suavizaron su mirada. Volvió a verla con el largo cabello hasta los hombros y el vestido sin hombreras ci¬ñendo provocativamente los firmes y adorables pechos.

-Me pareciste Venus. Yo sólo quería pasar un buen rato besarte un poco. Pero cuando gemiste y comenzaste a devolver¬me los besos tan apasionadamente, me olvidé de todo.

Bella recordó que había sido como una explosión. Había anhelado sus besos durante años. También ella había tomado varias copas. Cuando él comenzó a desnudarla, el contacto de sus manos en su cuerpo desnudo la volvió loca.

Él vio aquellos recuerdos reflejados en sus ojos y se excitó más. Ella olía a gardenias y su mente no podía apartarse de aquella noche en que la poseyó a la luz de la luna mientras en la radio del coche sonaba una música exótica y sensual, que aún llevaba en la sangre, cuatro años más tarde.

-¡No te atrevas a tocarme ahí! -gritó ella cuando sus dedos se deslizaron bajo el jersey y rozaron el borde del sujetador. Pero la mano siguió moviéndose. Bella sentía su cálido aliento en la oreja, susurrándole cosas que ella no oía. Volvió a debatirse, pero él volvió a sujetarla. El silencio reinaba a su alrededor, roto únicamente por el canto de los pájaros, el roce del agua contra la orilla y el susurro del viento entre las hojas. Edward apenas percibía estos sonidos debido a los fuertes latidos de su corazón.

-Shh, Bellie -susurró él, ignorando la mano que le suje¬taba la muñeca-. Shh... Estate quieta.

Ella tuvo que morderse el labio para contener un grito. Él la abrazaba con tanta fuerza que la impedía incluso retorcerse. No quería que la tocara. No podría soportar el placer. Gimió cuando él encontró el broche de la prenda y lo soltó.

Edward levantó la mirada y encontró sus ojos. Su posesiva mirada, cálida y tierna, la paralizó. Sus dedos la torturaban lenta y expertamente.

-Lo único que quiero es acariciarte -dijo con una voz tan lánguida y sensual como una noche de verano.

-¡No! -gritó ella, mordiéndose el labio con fuerza mientras él comenzaba a apartar el sujetador de la suave piel.

-Por favor, Edward, no me hagas esto.

-¿Qué es lo que temes? -preguntó él suavemente, mirán¬dola a los ojos-. Ahora eres una mujer, no una niña. Cuatro años mayor, más juiciosa y experimentada. Esto es solamente un interludio. Comparte un poco de placer conmigo, Bellie. Déjame rememorar el pasado.

-Son recuerdos terribles -le recordó ella conteniendo la respiración-. ¡Me hiciste daño!

-Lo sé, pequeña -dijo con ternura. Se inclinó y le rozó la frente con los labios.

-Te hice daño una vez, pero nunca, nunca más. Quédate quieta, pequeña, y déjame acariciarte.

Bella quería detenerle. Quería protestar, chillar. Pero la estaba llamando «pequeña», como aquella noche. Recordó el roce del vello de su pecho contra sus excitados senos, los firmes y fuertes músculos de sus muslos desnudos contra los suyos, la inesperada fuerza de su cuerpo cuando la tumbó y la poseyó... ¿Cómo podía desearle cuando la había tratado de aquel

modo? Le dolía el cuerpo de deseo. Su mano recorría sus pechos, jugando, excitando...

-Shh -siseó él de nuevo.

Levantó un poco el brazo con el que la sostenía para apoyar su ardiente cara contra su cuello.

Ella se estremeció sin poder evitarlo. Levantó las manos para acariciarle el pelo de la fuerte nuca. No podía respirar bien y no podía ocultarlo. Volvió a gemir.

Él la besó en la oreja, en la mejilla, en la nariz.

-Bellie -susurró.

Y sus labios buscaron los de ella, mordiéndolos delicadamente.

Fue como aquella noche. Una llamarada. Una explosión.

-Edward -gimió Bella contra sus labios, estremecién¬dose de pies a cabeza.

Abrió los ojos y se encontró con la tormentosa profundidad de los ojos Verdes.

-Nada ha cambiado -susurró él con voz enronquecida por la emoción-. Tocarte me excita muchísimo. Contigo, esto es tan satisfactorio como hacer el amor. Haces unos ruiditos tan tiernos cuando te hago esto...

«Esto» era una lenta caricia alrededor del pecho hasta que los dedos rozaron el excitado pezón. Ella arqueó el cuerpo y gimió contra su boca. Él la besó apasionadamente, introduciendo la lengua en su boca abierta. Sorprendentemente, Bella se puso rígida, como si no estuviera acostumbrada a aquella clase de beso. Fue sorprendente y muy excitante.

-¿Te gusta? ¿Sientes placer cuando te acaricio así? -su¬surró Edward-. ¿O es mejor así?

Contrajo el índice y el pulgar. Bella se arqueó hacia atrás, gimiendo, abandonándose. Y él enloqueció.

La tumbó en el suelo y se apoyó sobre ella mientras la besaba ardientemente. Bella se sintió incapaz de detenerle. Estaba atrapada por la fuerza de lo que compartían, por la cálida y dulce belleza del momento. Cuando él levantó la cabeza, le dolía la boca. Abrió los ojos y contempló lánguidamente la cara mas-culina alterada por la pasión.

-Voy a mirarte -susurró él, cogiendo el borde del jersey mientras ella yacía indefensa bajo su cuerpo-. Voy a emborra¬charme de ti y luego, voy a comerte como si fueras un dulce.

Ella gimió, mitad de orgullo, mitad de protesta. Tembló ligeramente cuando las esbeltas y fuertes manos acariciaron su pecho.

La mirada de Edward estaba oscurecida por la pasión. Subió el jersey hasta el borde del sujetador. Entonces, cuando comen¬zaba a descubrir los pechos, el sonido de un automóvil le interrumpió.

Edward se detuvo.

-¡No! ¡Dios! ¡Que se vaya!

Pero el coche, cargado de niños y un perro con una lengua tan larga como la mitad de su cuerpo, aparcó junto al Volvo. Edward apartó los ojos del tembloroso cuerpo de Bella y se puso de pie soltando una maldición.

Bella se sentó, aturdida. Tenía el sujetador desabrochado. Lo abrochó mientras la familia charlaba alegremente y descar¬gaba el coche. Tuvo una breve visión del excitado cuerpo de Edward antes de que él se volviera y caminara hasta la orilla del lago. Con un tembloroso suspiro, comenzó a recoger las cosas del picnic.

Cuando el grupo de excursionistas se acomodó en una mesa cercana, levantó la cabeza y consiguió esbozar una sonrisa. Ha¬bía sido una breve escapada. Ahora quería volver a su casa para reprenderse severamente por haber cedido. ¿Sería ninfómana o algo parecido?

Edward regresó unos minutos después; aún estaba pálido y tenso. Cogió la cesta, la llevó hasta el Volvo y la metió en el maletero de cualquier manera.

Mantuvo la puerta abierta para que subiera Bella con una expresión tan dura que ella se sintió incómoda. Sabía algo más sobre los hombres que cuatro años antes y no necesitaba preguntarle qué le pasaba.



Mientras la llevaba a su casa, Edward encendió un cigarrillo y fumó en silencio. Bella también se mantuvo silenciosa. Es¬taba avergonzada de su comportamiento, avergonzada de haber¬le dejado ver lo vulnerable que era.

Él aparcó delante de su casa y apagó el motor.

-No quería que esto ocurriera -dijo inesperadamente. Se recostó en la puerta, mirándola con una expresión poco reveladora.

-Ya. Nunca quisiste que ocurriera nada -dijo ella mor¬dazmente-. Pero si crees que puedes jugar conmigo, estás equi¬vocado. Ya tuve bastante con una vez. Se acabó.

Él contempló su cigarrillo.

-Supongo que he ido demasiado lejos. Había creído que tendrías más experiencia ahora, Bellie.

-¿Y qué te hace pensar que no es así?

Él la miró a los ojos y ella se sonrojó. Abrió la puerta y salió tan rápidamente que casi se cayó.

Estaba casi en la casa cuando él la alcanzó.

-No me halaga pensar que no has estado con otro hombre, Bellie. ¿Tanto daño te hice que no puedes volver a entregarte? ¿Es eso?

-No seas pretencioso -dijo ella tensamente. Él le acarició el pelo.

-No -dijo con ternura-. No creo que pudiera soportar que me rechazaras.

Ella parpadeó sorprendida.

-¿No comprendes lo difícil que me resulta esto? Sé muy bien que herí profundamente tu orgullo.

-¿Y qué estás intentando hacer ahora? ¡No, gracias! Hoy me has cogido desprevenida. Los recuerdos son muy fuertes y he perdido la memoria. Pero no volverá a suceder, Edward Masen. ¡Antes me entregaría a un tiburón que a ti!

Él sonrió forzadamente, como si no le importara.

-¿De verdad? El tiburón podría arrancarte una pierna. Yo no me llevaría nada que no me hayas dado en otra ocasión.



-Algo que no podré volver a dar, gracias a ti -repuso ella-. A papá le gusta verte. Puedes venir a verle cuanto quieras. Pero yo no estaré nunca más para ti.

-Supongo que... no he debido apremiarte. Hablaba mirándose los pies.

-Supongo que tendríamos que conocernos mejor...

-¿En qué cama? ¿En la tuya o en la mía? -le interrumpió ella con voz fría y distante.

-¡Por amor de Dios! ¡No estoy intentando seducirte!

-¡Qué interesante negativa, después de lo que ha ocurrido en el lago!

-¡No té defendiste demasiado!

A ella le tembló el labio inferior y Edward se maldijo. Aque¬llo había sido un golpe bajo a su orgullo. Era lo peor que podía haber dicho.

-Bella...

-No importa. No, no me defendí. Se te da muy bien seducir mujeres. Debería recordarlo, ¿verdad? ¡Déjame en paz, Edward! Entró en la casa, ardiendo de humillación. Estaba horrori¬zada por lo que había hecho. «Eres una estúpida», se dijo. Él se aprovecharía de cualquier debilidad suya. Si no andaba con mucho cuidado, se repetiría lo ocurrido cuatro años antes. Pero en esta ocasión no la iba a engañar como a una niña. No señor. En esta ocasión, sabía exactamente lo que estaba haciendo. Tenía que mantenerse alejada de él. Aún tenía su sabor en la boca y el recuerdo de sus manos sobre su cuerpo.

Cerró los ojos e intentó imaginarse a Michael. Pero el hombre al que vio tenía el pelo cobrizo y estuvo sentado con su padre en el cuarto de estar durante una eternidad antes de desistir y marcharse.

























































































































































































































































































































































12 comentarios:

brigitteluna dijo...

edward que pretende ....es la perdicion de bella

lorenita dijo...

wiii! que emocionante cap! este edward que busca??? ese hombre hace que cualquiera se vuelva loca...jeje:)

nany dijo...

hola me encanto tu cap
disculpa q no t haya dejado comentario antes pero estaba en exmenes

Cammy dijo...

uff! este par! son tan... >.<
me encantó el cap!

vsotobianchi dijo...

wow pobre Bella, quien se puede resistir a ese hombre.

monikcullen009 dijo...

hay q calor jajaja q bueno q bella no se dejo d edward y al final lo puso un poco en su lugar jajaja q como dicn en mi pueblito si edward quiere azul celste q le cueste bueno un beso y un abrazo y nos seguimos leyendo!!!!

Silvinha dijo...

Ahaha!!!!! isso foi demais, tirrram odicinho do niño(Eduard)e ele ficou com cara de bobinho!!!!!

nydia dijo...

dios Edward si que se la está poniendo dificil a Bella en que acabaran ellos....Sigue asi ....Me encanta,besos..

Anónimo dijo...

esque yo comprendo ah bella con un hombre como edward una no se contiene!!

RooCh .... (Yop) dijo...

Quien no "caeria" como lo hizo Bella??? Que me lleve de picnic o donde quiera jajajajaja

Ligia Rodríguez dijo...

Es dificil no caer en la tentación teniendola tan cerca

EdithCullen71283 dijo...

Me encanto el capitulo, demaciado jejejeje
BESOS DESDE GUANAJUATO MEXICO

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina