viernes, 19 de agosto de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA capitulo 6


Capítulo 6

Bella se paseaba de arriba abajo por el pasillo fuera de su habitación, dentro de la cual estaban en ese momento su mejor amiga y su tutor. ¿Qué estaban haciendo allí dentro? ¿Y por qué tardaban tanto?

Se mordía las uñas, con la mirada moviéndose continuamente hacia la puerta cerrada. ¿Creería Edward que Alice era su pupila? ¿Y si le hacía alguna pregunta que ella no podía responderle?

Bella se llevó un tremendo susto cuando la puerta se abrió de repente y salió Alice, con la sonrisa que había dibujado sobre su rostro al entrar a la guarida del león desdibujándose tan pronto como la puerta se hubo cerrado tras ella.

— ¿Qué pasó? —Preguntó Bella en un apresurado susurro—. ¿Qué dijo?

Alice la cogió del brazo y la alejó de allí. Una vez que estuvieron fuera del alcance del oído de él, dijo:

—Creo que salió todo bien. Estoy bastante segura de que cree que yo soy tú. Como no sabe mucho sobre ti, no pudo sondear gran cosa. Aunque sí comentó qué distintos somos físicamente George y yo.

—Pues George y yo tampoco éramos parecidos. Su cabello era rojo oscuro y tenía los ojos más tirando a avellana que a verdes. Se parecía a nuestra familia materna. —Bella calló. La atención de Alice parecía haberse dispersado—. ¿Ha sucedido algo? —preguntó, repentinamente preocupada.

— ¿Mmm? —parpadeó Alice, y luego la miró, con aire confundido—. ¿Si ha sucedido el qué?

—Parecías inmersa en tus pensamientos.

—Sólo estaba pensando lo increíblemente guapo que es el señor Cullen, aunque su cabello es realmente demasiado largo y salvaje para lo que se acostumbra. Y creo que alguna vez ha usado un zarcillo. Me atrevo a decir que es verdaderamente impactante para los sentidos de una chica.

—Sí —farfulló Bella. Alice y Edward harían una pareja maravillosa. La altura y los rasgos morenos de él serían el complemento ideal para la figura de sílfide y la suavidad de diosa rubia de ella.

—Parece haber quedado fascinado por ti —dijo Alice, mirando atentamente a su amiga.

A Bella no le gustó nada el ligero brinco que dio su corazón.

— ¿Eh? —respondió, arreglándoselas para dejar traslucir sólo una leve curiosidad.

—Preguntó dónde estabas y cuánto tiempo habías trabajado para mí, y hábilmente deslizó una pregunta acerca de si estabas involucrada con alguien. A mí eso me suena sin lugar a dudas como interés. ¿Estás segura de que entre vosotros no hubo otra cosa que un desafortunado encuentro en la taberna?

No era propio de Bella ocultarle algo a su mejor amiga, pero simplemente no estaba lista para confesar lo del beso (los besos, en realidad) entre ella y su tutor.

—Nada —respondió, esperando que un trueno proclamara su mentirilla.

Alice parecían no creerle demasiado, pero todo lo que dijo fue:

—Está esperándote. —Entonces un bramido hizo vibrar las paredes y ella agregó riendo entre dientes—. Impaciente, al parecer. ¿Debería hacer de carabina?

Bella estuvo a punto de asentir. Su tutor tenía un lado travieso y dudaba de que fuera a comportarse, pero el llevar «refuerzos» sólo serviría para divertir al granuja. Además, se suponía que ella era una criada, lo cual cambiaba bastante las reglas. Ahora que había hecho la proverbial cama, tendría que yacer en ella.

Y mientras se encaminaba hacia la puerta de su habitación, con la espalda rígidamente erguida y la cabeza en alto, pensaba que a su tutor esa analogía le hubiera parecido muy graciosa.
* * *

—Por el amor de Dios, mujer, ¿dónde has estado? —la interrogó Edward mientras la desafiante muchacha entraba a su habitación con una expresión severa que dejaba traslucir que estaba lista para reprenderle. Bien. Ansiaba ver qué tortura pensaba infligirle. Estaba insoportablemente inquieto y se había metido en la cama un segundo antes de que se abriera la puerta. Si ella se enteraba de que podía caminar (y ni hablar si supiera que hasta podía hacer su gimnasia matinal), él no podría disfrutar tanto como pretendía de su estancia.

—Sigues malhumorada, por lo que veo. Estoy aburrido. Y me duele la pierna —agregó como una ocurrencia tardía. En Londres, a estas horas estaría sentado delante de una mesa de whist en uno de sus antros de juego favoritos. En cambio, estaba condenado a pasar la mañana observando a una araña tejer su tela en una esquina.

Contempló a su enfermera moverse hacia él con esa asombrosa gracia que la caracterizaba, deteniéndose a unos treinta centímetros de la cama para mirarle desapasionadamente. Mujer cruel.

—Si dejara usted los berrinches —dijo ella—, quizás no se sentiría tan mal.

Normalmente a estas alturas ya hubiese desistido del intento de seducirla. Pero había algo fascinante en esta fogosa mujercita que ningún hombre podría pasar por alto. Le pagaba a uno con la misma moneda y él se sentía inexplicablemente atraído hacia ella. Tenía la belleza y el aire de quien ha nacido como una dama, pero llevaba el pecado de las calles en su sangre.

—Tengo comezón —dijo él. Una comezón que había comenzado la noche anterior y que dudaba que ella quisiera aliviar.

— ¿Acaso sus brazos han perdido repentinamente la capacidad de movimiento?

—No alcanzo.

Ella le miró entrecerrando los ojos y se acercó cautelosamente, como esperando que él hiciera un movimiento. Edward sonrió para sí mientras rodaba para ponerse de costado y ofrecerle la espalda.

Los delgados dedos de uñas cortas le rasparon la carne, tocándole como si ella lo disfrutara. Pero sospechaba que si mirara a la joven, ella reaccionaría de un modo nada amistoso.

—Más abajo —murmuró él, sintiéndola vacilar mientras su mano bajaba por la columna, presionando el arco con los dedos haciéndole desear haber tenido la previsión de quitarse la camisa. No deseaba cosa alguna interponiéndose entre su piel y las manos de ella. Hacía mucho que una mujer no lo tocaba de un modo tan simple—. Más abajo. —Se dio cuenta de que acababa de soltar un gemido cuando los dedos de ella se inmovilizaron. Se maldijo por estropear el momento.

Al girar para mirarla, vio confusión en sus ojos y eso no le produjo la menor satisfacción. Sonó un golpe en la puerta y ella se giró bruscamente con aire de culpabilidad.

Su pupila asomó la cabeza, con la misma sonrisa encantadora que le había dedicado más temprano. Era difícil imaginar a una criatura tan etérea como el marimacho que habían descrito los mordaces informes de las institutrices.

—No quisiera interrumpir, pero hay alguien que desea ver al señor Cullen.

—Edward —le recordó él.

Ella se sonrojó de un modo muy bonito y asintió con la cabeza. Realmente era de lo más encantadora y no acertaba a imaginar por qué ningún hombre había pedido su mano hasta ahora. Quizás era simplemente que sus opciones eran demasiado escasas en el país de las ovejas. Tendría que llevarla a Londres y emplear la ayuda de la única «dama» con la que alguna vez había tratado, Rosalie Hale, viuda del Marqués de Dane. Rosalie era una mariposa social, podía presentarla en sociedad. Dado que Lady Isabella era la hija de un conde, merecía encontrar un hombre que fuera de su misma condición.

— ¿Quién es? —preguntó.

—Dice que su nombre es Tahj.

Edward dejó caer nuevamente la cabeza sobre su almohada.

—Maldición —farfulló. Se había olvidado por completo del hombre y de su carruaje averiado.

— ¿Quién es Tahj? —preguntó su reticente enfermera.

—Supongo que lo averiguarás en un momento.

Su predicción demostró ser correcta, pues en ese momento apareció en el umbral un hombre de rostro redondo, ojos rasgados, piel aceitunada y cabeza completamente afeitada. Llevaba puesta una holgada túnica flotante de color anaranjado y una faja negra alrededor de la cintura, pantalones anaranjados abrochados por detrás y pantuflas negras con la imagen de un dragón bordada en hilo de seda rojo.

Con las manos en las caderas, el hombre concentró su mirada en Edward. Sus penetrantes ojos negros dejaban traslucir una aguda inteligencia. Pese a su contextura pequeña, algo en él irradiaba poder.

—Una noche que no estás a mi lado —dijo, enfatizando excepcionalmente cada palabra— y ya estás en problemas.

Edward lanzó un suspiro.

—Señoras, permítanme presentarles a mi compañero de viaje Rahmatahj Vajrayana, o Tahj, como le llamo yo.

Tahj juntó las manos e hizo una reverencia a ambas.

—Que Buda bendiga a semejantes flores celestiales —entonó, en un inglés casi perfecto a no ser por un acento que Bella no logró reconocer—. Ambas seréis provechosamente recompensadas en la vida venidera por soportar las diabluras del namak haraam.

— ¿Namak haraam?—preguntó Bella, confundida.

—El indigno es una de sus muchas connotaciones —respondió Edward—. Menos que el fango que uno raspa de sus zapatos después de haber atravesado a pie un campo de estiércol.

—Es verdad —confirmó Tahj, asintiendo con la cabeza—. Ése —señaló a Edward—, es indisciplinado, testarudo, y va por la senda de los perdidos. ¡Ay, es mi carga!

—No te pedí que me siguieras adónde quiera que voy durante los últimos diez años, latoso insoportable. Podrías haberte quedado en la India.

—Es la voluntad de Buda que tú seas mi tribulación. No puedo ascender al Nirvana Final hasta el día en que tú hayas encontrado la senda de la luz. —Tahj suspiró agotado—. Temo marchitarme y morir sin que mi búsqueda me santifique.

Bella se mordía los labios para no reír. Aunque hacía sólo un día que había conocido a su tutor, comprendía perfectamente la frustración de Tahj.

— ¿Por qué estás en la cama? ¿A qué estás jugando ahora?

—Me dispararon.

Tahj lanzó un bufido.

—Estás perfectamente bien. Sólo buscas engañar a estas dos jóvenes.

—En verdad le disparé —intervino Bella—. Pensé que era un ladrón.

Con suficiencia, Edward arqueó la ceja en dirección al extraño hombrecito y cruzó los brazos sobre el pecho.

— ¿Lo ves?

Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que Bella apenas tuvo tiempo de parpadear. Tahj arremetió hacia la cama con la pierna estirada, apoyando con fuerza el talón donde Edward había estado hasta hacía sólo un momento. Este había rodado fuera de la cama a la velocidad del rayo, levantando el brazo derecho para interceptar el «hachazo» que, curvado hacia abajo, iba directo a su cabeza, arrojando la palma de su otra mano hacia el diafragma del viejo, movimiento que logró derribarle hacia atrás.

— ¡Ja! —Alardeó Edward—. Tu chochez te está volviendo lento, viejo.

—Nunca demasiado viejo para darle una lección a un cachorro como tú.

Tahj asió el pilar de la cama y balanceó las piernas en arco, dándole a su oponente justo en el pecho y haciéndole expeler el aire con fuerza mientras retrocedía precipitándose hacia la cómoda.

Los movimientos que siguieron fueron como una imagen borrosa: brazos, manos y piernas interceptaban un golpe tras otro en un frenesí de fintas y paradas que eran un espectáculo increíble. En un momento, Edward estaba encima de Tahj, al siguiente, era éste quien tenía arrinconado a aquél. Costaba creer que un hombre tan delgado pudiera defenderse contra una bestia del tamaño de Edward.

El combate concluyó poco después, cuando Tahj estiró la pierna, capturando el tobillo herido de Edward y derribándole al suelo, donde le puso la rodilla sobre el pecho.

—Te has debilitado vajra . Estás fuera de forma si un viejo puede derrotarte.

—Fue sólo un golpe de suerte.

—No existen los golpes de suerte. Uno construye su propio destino. —Cogió de la mano a Edward para ayudarle a levantarse—. Ahora, vístete. Queda mucho que meter a puñetazos en esa cabeza dura tuya.

Edward se sentó sobre la cama.

—Mi enfermera me dijo que necesito descansar. —Miró a Bella, como esperando que lo rescatara—. ¿No es verdad, Ángel?

El rubor encendió las mejillas de la joven.

—Le dije que no me llamara así —siseó furiosa, con lo cual sólo consiguió que él riera entre dientes mientras ella giraba sobre sus talones y se dirigía hacia la puerta—. Espero que él le quite las ganas de alardear.

Edward aún reía cuando ella desapareció dando un portazo. Era una verdadera tentación cuando estaba enojada, le brillaban los ojos como fuego y el rubor hacía llamear su piel cremosa. Un peligro innegable para su paz mental.

Se dejó caer contra las almohadas, sus músculos doloridos parecían estar protestando. La tunda de Tahj había sido otra de las lecciones del monje. Este creía que la fuerza del cuerpo fortalecía la mente, la cual él había intentado reforzar a través de la meditación. Pero Edward no deseaba ahondar demasiado en su propia mente. Lo único que conseguía al hacerlo era revivir su pasado, las dos vidas que había vivido. Una de ellas, perdida para siempre. La otra, demasiado arraigada en él como para olvidarla.

—No me gusta esa mirada en tus ojos —dijo Tahj, vigilando a Edward con una expresión de franca desaprobación en el rostro redondo.

—Como de costumbre, estás viendo cosas que no existen.

—Veo muy claramente. Tienes las miras puestas en la muchacha de cabello oscuro.

— ¿Y qué? ¿Qué tiene eso que ver contigo?

—Es una inocente.

— ¡Inocente! —gritó él—. Pero si me disparó. Y eso después de haberme dejado inconsciente y por poco estéril cuando traté de rescatarla de un matón. —Y aún no sabía qué era lo que ella buscaba aquélla noche.

—Es una inocente —repitió firmemente Tahj, sin oír o sin importarle lo que decía Edward. Esto último, sin duda—. No has estado practicando tu Shaolin . Estás lento. No estás preparado.

— ¿No estoy preparado para qué? Mis días de batalla ya quedaron atrás. —Pero nunca olvidados. Aún podía ver los rostros de todos los hombres caídos, toda aquella pérdida de vidas sin sentido. ¿Para qué? ¿Para subordinar a un pueblo al dominio británico? ¿Para forzarlos a aceptar el cristianismo en vez de su propia religión?

Pero había cumplido con su deber llevado por su necesidad interna de matar, por su deseo de infligir un justo castigo a la gente que lo había aprisionado, golpeado y drogado para que no pudiese escapar, haciéndolo esclavo de su propia debilidad aun ahora, tantos años más tarde.

—Las batallas aún no han terminado para ti, preta . Aún albergas amargura en tu corazón.

—Nunca te das por vencido, ¿verdad?

—El que haya estado contigo todos estos años debería responder tu pregunta. Debes exorcizar el ashura para encontrar la paz.

Una ira que le era familiar se abrió paso en el interior de Edward.

— ¿La paz? ¿Crees que eso es lo que me falta? He perdido quince años de mi vida. ¿Cómo sugieres que supere eso? Toda mi familia ha desaparecido. Dorian, Jillian, Hugh, Gavin, Jensyn. Mis padres.

Caminó rígidamente hacia la ventana, observando a un cuervo zarandeado por el viento. Hacía mucho tiempo que había perdido a su familia, sólo los escombros marcaban lo que quedaba de la pequeña casucha donde había pasado casi toda su juventud, amontonado en una sola habitación con sus hermanos. Él era el mayor, el protector. Pero no se había dado cuenta de lo mal preparado que estaba para protegerles cuando llego el momento de hacerlo y sus tontas bravuconadas habían sido el principio del fin.

Pero ya no era aquel jovenzuelo bobalicón. Había tenido muchos años para endurecerse, años que lo habían convertido en un hombre lleno de amargura. No podía volver atrás y deshacer lo que había hecho, pero sí podía castigar a quien lo merecía ahora que tenía los medios para hacerlo.

—El odio te dominará si tú lo permites —dijo Tahj yendo hacia Edward, quien venía oyendo el mismo discurso desde el día que se había despertado sobre un jergón en el interior del templo, el lugar que sería su santuario por los dos años que siguieron.

—Pues entonces lo permitiré —retrucó Edward.

—Ya has buscado venganza contra el hijo del hombre que llamas Vulturi.

Edward se volvió a mirarle.

— ¿Venganza? Le gané una casa, Tahj. Sólo una casa de las muchas que posee ese Alec Vulturi. ¿Eso hará regresar de entre los muertos al padre de ese desgraciado? ¿O me devolverá a mi familia? ¿Eso borra los años que he vivido en el infierno? —Apretó los puños a los costados del cuerpo—. ¿Eso va a traer de vuelta a Sanji?

—La muerte de Sanji no fue tu culpa.

Edward se resistió a la necesidad de cerrarle los ojos a ese recuerdo.

—Sí, fue mi culpa. Como también lo fue la muerte del hermano de mi pupila.

Se masajeó la frente y miró otra vez por la ventana, vislumbrando la delgada silueta de su enfermera, enfundada otra vez en unos pantalones y moviéndose con paso ligero a lo largo de un deteriorado muro de piedra, apresurándose en dirección a un grupo de árboles. Las garras del viento habían atrapado su cabello, despojándolo de sus horquillas y soltándolo sobre su espalda.

¿Qué había en ella que lo atraía con tanta fuerza? Había conocido mujeres mucho más hermosas. Algunos hombres incluso dirían que su pupila era la más hermosa de las dos.

Se preguntaba si su falta de atracción hacia Lady Isabella se debía a que ella era una dama, pues él las mantenía a distancia, siendo Rosalie, Lady Rosalie, la única excepción a esta regla. Pero había algo más en la señorita Mary Purdy que su singular crianza. Había exuberancia, amor por la vida. Y deseaba acercarse, bañarse en su resplandor.

Su hermana Jillian tendría ahora la misma edad de Mary. Imaginaba que ambas hubiesen sido amigas, pues también en Jillian había una veta salvaje.

¿Dónde estaría ella ahora? ¿Y el resto de sus hermanos? ¿Vivos o muertos? ¿Lo creerían muerto? Se había marchado una noche para enfrentar al conde de Vulturi y nunca más había regresado. En cambio, lo habían atado de pies y manos para embarcarlo hacia una vida de esclavitud en la India. Edward suspiró y sacudió la cabeza. ¿Qué lo había hecho venir a Cornualles? No podía quedarse, la inquietud lo consumiría pronto. Tenía que mantenerse en movimiento, escapando de los recuerdos que lo atormentaban.

Desde que había dejado la India, sus días se habían transformado en un pasaje borroso de infinitos lugares y noches olvidadas, de mujeres que le tocaban sólo el cuerpo, sin llegar más adentro. Había en él una frialdad innata, una incapacidad de sentir. A veces lo aterraba la sensación de que había otro mirando a través de sus ojos, de que había perdido en algún lugar una parte esencial de sí mismo. Su alma, tal vez. La había dejado en la India, colgando de un árbol bodhi en Punjab.

Edward se obligó a apartar esas imágenes y se volvió hacia Tahj. Nadie sospecharía jamás que bajo el humilde exterior del monje latía el corazón de un dragón, que un hombre de constitución física tan delicada poseía suficiente fuerza en la palma de la mano como para matar a otro ser humano.

—Llamaré a alguien para que te acompañe a tu habitación —dijo Edward.

—Tengo mi jergón. Es todo lo que necesito.

—Bien. Siempre y cuando no te pongas a roncar a mis pies.

—Dado que rara vez te encuentras en tu propia cama, me pregunto cómo crees conocer mis hábitos al dormir. —Mirando a Edward con esa mirada penetrante, agregó—: Tus deseos sólo te adentrarán en el sendero de la destrucción.

—No tengo interés en pasarme la vida meditando y eludiendo el pecado. Sucede que me gusta el pecado.

—Lo sé. Cada año adquieres más riqueza y más posesiones, y no necesitas nada de eso.

—La riqueza es poder. —El conde de Vulturi le había enseñado esa lección.

—Lo que tú buscas es la parte mala del poder. No te conducirá a nada.

Edward volvió a mirar por la ventana y observó a la única mujer que lo había superado en desaparecer en un soto como un duendecillo de los bosques. Se preguntaba qué cosas impresionarían a la señorita Mary Purdy.

Algo le decía que la riqueza y el poder no estaban entre ellas.

—Mañana practicaremos —dijo Tahj mientras se alejaba.
—Mañana —repitió Edward perezosamente. Hoy, sin embargo, satisfaría sus deseos.
 
Ahora que había hecho la proverbial cama, tendría que yacer en ella Se refiere al proverbio, «Quien mala cama hace, en ella se yace». (N. de la T.)


whist Juego de apuestas en el que se utiliza una baraja francesa, que consta de 52 naipes y se establecen dos parejas adversarias. (N. de la T.)

vajra Palabra del sánscrito que significa «trueno» y «diamante». (N. de la T.)

ShaolinArte marcial chino que surgió, probablemente para la defensa personal, en el monasterio de Shaolin, templo budista, situado en la provincia china de Henan y famoso por su ancestral relación con el budismo zen y las artes marciales. (N. de la T.)


pretaSer sobrenatural descrito en textos budistas que experimenta un gran sufrimiento, particularmente un hambre o sed extremos. Se los describe como seres en forma de lágrima con estómagos hinchados y gargantas demasiado estrechas para dejar pasar la comida, de modo que alimentarse les resulta increíblemente doloroso. Se dice que tienen «la boca del tamaño el ojo de una aguja y el estómago tan grande como una montaña». Estas descripciones a Edward metafóricamente a la gente que intenta vanamente satisfacer sus ilusorios deseos físicos. (N. de la T.)
El árbol bodhi es el llamado «árbol de la vida», un símbolo del budismo. Se le da ese nombre porque todo aquello que es necesario para la paz duradera puede ser encontrado en sus raíces, tronco, ramas y fruto. (N. de la T.)


hola he  aqui de nuevo espero les guste el capitulo y me regalen un comentario jejejejeje muchas gracias a las demas... nos vemos el domingo en el siguiente capitulo y que les parece las portadas de cada capitulo espero me den su opinion si les gusta o si dejo solo una ...

7 comentarios:

Ligia Rodríguez dijo...

Extraño el capitulo, bueno, pero extraño!!

ELIANA dijo...

jajaja.. con muchas dudas sobre el pasado de edward!..umm quien sera sanji..una mujer que amo????
o.0 espero poder aceder al proximo cap. XD

me gustan muchos las portadas de cada cap. muest un poco sobre lo que tratan cada uno :D

lorenita dijo...

wow! el pasado de Edward se esta conociendo...y se nota que ha sufrido mucho...pero siento que aunque lo niegue esta sintiendo algo por Bella...

nydia dijo...

Hola mi niña espero estes bien me encanto el nuevo capitulo parece extraño eñ pasado de Edward pero se ve que sufrio mucho....Sigue asi..Besos...

vsotobianchi dijo...

oh... pobre Edward parece que ha sufrido mucho, y parece que de verdad le esta gustando mucho Bella,buen capi :-)

joli cullen dijo...

xd edwar tiene demonios

Cristina dijo...

vaya sorpresa se va llevar edward k "su angel" en verdad es su pupila jajaja.

me encanto el cap, gracias

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina