viernes, 19 de agosto de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA capitulo 5


Capítulo 5

Edward despertó sintiéndose como si un punzón le hubiera atravesado el cráneo. Pequeños martillos golpeaban contra sus sienes y su boca sabía como si una rata se hubiese arrastrado a morir allí dentro. «Efecto del láudano», razonó su mente asediada. La droga preferida de los pobres.

Después de un rato la niebla empezó a disiparse. ¿Por qué había encima de su cabeza un dosel blanco traslúcido y una colcha con volantes lo cubría hasta la barbilla?

Si esto era el infierno, no era en absoluto como él lo había imaginado.

Se frotó los ojos y volvió a abrirlos. El dosel estaba aún allí. También el cubrecama. ¿Qué diantres estaba sucediendo? Recordaba vagamente a una mujerzuela llamada Sugar y un dolor que parecía quemarle el tobillo. Luego, el recuerdo de unos ojos verdes helecho penetró en su mente, la imagen vacilante de una chiquilla increíblemente imprudente. Él se había marchado de la taberna para hallarla. Y lo había conseguido (en gran detrimento de su persona).

En ese momento un extraño sonido retumbó en el oído de Edward y un calor húmedo se esparció por el costado de su cara. Cautelosamente, giró la cabeza y se encontró con un par de penetrantes ojos marrones del tamaño de platillos de té, que le miraban fijamente desde la cara de un perro gigantesco. Sus dientes eran enormes, su mandíbula lo suficientemente grande como para desgarrarle la tráquea.

El perro ladeó la cabeza y lo miró sin parpadear. Luego desplegó su larga lengua rosada y le baboseó la cara.

—Ten cuidado, maldito sabueso. —Edward se secó la mejilla con la mano—. Mira que en algunos países los perros son considerados un manjar exótico.

La amenaza no surtió efecto en el desconcertado animal y Edward prácticamente rodó fuera de la cama cuando el perro apoyó las patas delanteras sobre el colchón para olfatearle la ingle.

—A menos que seas una mujer disfrazada —dijo él alejando el hocico del perro con un ademán—, esa zona está estrictamente prohibida para ti. —Intentó espantar al animal de encima de la cama—. Dios mío, pesas tanto como un Clydesdale . ¿Qué comes? ¿Clipers ? Abajo, tú...

El resto de la orden quedó en suspenso cuando el perro dejó escapar un aullido que sonó como proveniente de las mismísimas entrañas del Hades. Al minuto siguiente, la bestia estaba desparramada sobre Edward, tratando de meterse bajo las mantas y temblando con tal violencia que toda la cama se sacudía.

Un segundo más tarde el gato más feo que Edward había visto jamás apareció repentinamente sobre la mesita de noche, flexionando las garras y probando los afilados extremos sobre el cubrecama y provocando angustiados aullidos de parte del perro.

— ¡Ay, Dios mío! —Una voz nueva se sumó al follón—. ¡Sadie, abajo! ¡Sassy, basta!

Esa voz... Edward espió por encima de la gran cabeza canina y se encontró con la golpeadora de cráneos de la taberna corriendo en su auxilio. La muchacha ahuyentó al gato, quien salió del cuarto pavoneándose, haciendo ondear la cola como la bandera de un barco de guerra.

El perro echó una mirada por el borde de la cama para asegurarse de que su némesis no estaba esperando para atacar antes de quitar su pesado cuerpo, lo cual eliminó todas las barreras entre Edward y la mujer, que lo miraba cautelosamente. Si antes le había parecido hermosa, era aún más impactante a la luz del día. El cabello negro se arremolinaba en una suave nube alrededor del rostro de la joven. Sus ojos eran luminiscentes y, mientras la miraba, el tono verde se oscureció. Cuando le había disparado ella estaba vestida con ropas de dormir. Ahora llevaba un sencillo vestido mañanero de color rosa pálido que acentuaba cada curva y hueco.

—Volvemos a encontrarnos —dijo él.

—Así es.

— ¿No te parece fortuito que uno de nosotros esté ya en la cama? —Rodó sobre sí para apoyarse sobre un codo y dio una palmadita sobre el lugar junto a él—. ¿Te gustaría venir a hacerme compañía?

Ella lo ignoró.

— ¿Cómo está su tobillo esta mañana?

Edward echó una mirada al vendaje de lino envuelto prolijamente alrededor de su herida y luego miró de nuevo a su enfermera.

—Veo que todavía forma parte de mi cuerpo.

— ¿Le duele?

Gracias a Dios, no sentía dolor. Sin embargo, no podía ponérselo tan fácil. Después de todo, ella le había disparado.

—Me duele bastante —mintió.

Ella frunció ligeramente las cejas.

— ¿Quisiera más láudano?

—No. —En realidad la potente medicina tampoco hubiese sido necesaria la noche anterior. Al menos no para su herida—. ¿Tal vez podrías friccionarme la pierna? —sugirió.

Ella le echó una ojeada cargada de sospechas, y luego le miró la pierna. Edward notó que tocarlo no era precisamente uno de los anhelos más preciados de ella. La mayor parte de los hombres no considerarían eso una buena señal. Él sí.

Planeaba hacerse el inválido por todo el tiempo que le fuera posible. Era el castigo perfecto para ella y una retribución apropiada para calmarlo. Él percibía que la joven tenía dentro un gran caudal de pasión desaprovechado y tenía la intención de sacarlo a la luz.

Vacilante, ella se sentó sobre la cama, tan cerca del borde que él se sorprendió de que no se cayera. Se humedeció los labios, gesto que captó la atención de él y dio inicio a una lenta generación de calor en la ingle de Edward. Él recordaba vívidamente el dulce sabor de ella y la agradable sensación de tenerla entre los brazos.

Cerró los ojos mientras ella apoyaba las manos sobre él y empezaba a masajearle suavemente la parte inferior de la pierna. Sus dedos eran cálidos y sorprendentemente expertos.

Abriendo los ojos, él la observó y notó que ella no le sostenía la mirada.

—Entonces, ¿cómo te llamas, cielo?

Ella detuvo la asistencia y lo miró.

— ¿No lo sabe?

— ¿Cómo podría saberlo? Tampoco es que nos hayan presentado formalmente.

Le miró la pierna y se mordisqueó el labio inferior.

— ¿Quién cree que soy?

Maldición. Ella se disponía a torturarlo.

—Aunque anoche este juego me pareció divertido, hoy no me siento con ganas de jugarlo. —Gruñó para darle fuerza a lo que decía y cambió de posición la pierna, complacido cuando ella volvió rápidamente a friccionarle los músculos—. El chaval de la caballeriza dijo que trabajabas aquí.

Ella levantó la cabeza de golpe.

— ¿De verdad?

Edward se encogió de hombros evasivamente.

—Bueno, puede que no exactamente con esas palabras, pero esa era la idea. Así que imagino que estuviste en la taberna anoche para hacer algo de dinero extra. ¿No te pagan lo suficiente aquí?

Bella se quedó sin palabras. ¿Era posible que no se diera cuenta de que ella era su pupila? ¿Es que su hermano nunca se la había descrito?

Resultaba demasiado increíble para ser cierto, pero realmente parecía que él la había tomado por una criada (o por algo aún peor, aparentemente). Aunque debería sentirse ofendida, no podía culparlo. Era verdad que ella no se comportaba como la señora de la casa, ni se vestía como tal. No podía reparar una puerta rota de la caballeriza o una escalera podrida si llevaba puesto un primoroso vestido. De no haber sido por la inquietante manera en que él la había mirado la noche anterior, ahora llevaría puestos sus pantalones.

Se sobresaltó cuando de repente él le cogió un mechón entre los dedos.

— ¿El problema es el dinero, cielo? Hay hombres que pagarían muy gustosamente para tenerte embelleciendo sus camas. Me incluyo.

Al igual que la noche anterior, la acercó hacia sí tomándola del cabello, hasta que estuvieron cara a cara. Ella se preguntaba si la besaría de nuevo. Y si deseaba que lo hiciera.

—Quizás si cerraras la puerta con llave —murmuró él—, podríamos discutir los detalles. Prometo hacer que valga la pena para ti.

Bella no podía dejar de observarlo, hipnotizada por su mirada y por el modo en que el color de sus ojos parecía cambiar de verde a azul.

— ¿Me está haciendo una propuesta indecente, señor Cullen?

La sonrisa de él irradiaba pecado.

—Eso parece. No voy a negar que me atraes.

Bella apenas podía respirar. Él se sentía atraído por ella. Había supuesto que la noche anterior él simplemente había estado jugando con ella.

Nunca había sido el tipo de mujer que inspiraba pasión en los hombres, sino más bien amistad, como la que compartía con Jacob, aunque él había empezado a hablarle de matrimonio el año pasado. Pero sabía que él se sentía equivocadamente responsable de cuidarla ahora que George ya no estaba.

Jacob y el hermano de Bella habían sido amigos íntimos desde niños, a veces inseparables. Ahora que lo pensaba, era raro que George hubiese designado a un extraño como su tutor en vez de a su amigo más íntimo, quien hubiese sido la elección lógica que Bella podría haber aceptado con mucha más facilidad.

Pese a que Jacob disfrutaba de sermonear (como la mayoría de los hombres) él nunca hubiera interferido en sus planes. En realidad la había ayudado las últimas dos veces que Bodie había llegado con la marea de la medianoche a recoger el coñac y las telas francesas contrabandeados, aunque la transacción no se había concretado debido a la repentina aparición de los aforadores. De no haber sido por la densa niebla que a menudo cubría la playa en horas de la madrugada, podrían no haber escapado.

— ¿Qué me dices, cielo? —La incitaba su paciente—. No se lo contaré a tu señora. Ambos podríamos pasarlo muy bien. Seguramente mi estancia aquí se volvería mucho más placentera.

Sin duda alguna.

— ¿Usted no quería venir?

—No —respondió él sin vacilar—. Lo último que necesito es hacerme responsable de una mocosa demasiado excitable que ha aterrorizado a todas las institutrices que he enviado para cuidar de su bienestar.

El comentario le resultó hiriente a la joven.

—Quizás no le gustaba que usted interfiriera. O tal vez pensó que debería venir en persona, en vez de enviar mercenarias a hacer el trabajo sucio.

—Ella te dijo eso, ¿verdad? —Él arqueó una ceja y Bella se dio cuenta de que estaba revelando demasiado. Pero prosiguió como si su respuesta careciera de toda importancia—. Me costó muchísimo trabajo hallar esas institutrices. No fue fácil convencer a alguien de venir hasta esta roca desolada.

¡Vaya con este engreído condescendiente!

—Lo estaba pasando muy bien en Londres hasta que las rabietas de su excelencia interfirieron —añadió.

—Apostando, bebiendo y frecuentando mujerzuelas, supongo.

Ella había leído sobre sus diabluras en las páginas de escándalos. Recientemente le había ganado una importante propiedad al hijo de un conde.

—Más apostando que bebiendo y que frecuentando mujerzuelas —dijo él, acariciándole la mejilla con el pulgar y haciéndole estremecer toda la piel—. Pocas me han interesado de verdad. Pero tú... tú tienes fuego. Haríamos una buena pareja. Tú tienes una necesidad y yo la capacidad de satisfacerla.

Bella no era capaz de pensar con él tocándola de ese modo. La seducía con demasiada facilidad. Se puso de pie abruptamente y caminó hasta los pies de la cama para quitarle el vendaje.

—Entonces, ¿qué planea hacer con su pupila ahora que está aquí?

—Planeo ocuparme de ella y hacerle saber exactamente cómo serán las cosas a partir de este momento. No toleraré la desobediencia.

Sus palabras confirmaron los temores de Bella.

— ¿Y si a ella no le gusta el tipo de disciplina que usted impone?

—Aprenderá a que le guste —respondió él con sombría determinación.

—Quizás cree que es capaz de cuidarse sola.

—Si hubiera sido capaz de semejante hazaña, yo no estaría aquí. Ha logrado ahuyentar a dos institutrices perfectamente saludables.

Bella tuvo que morderse la lengua. Atila el Huno hubiese sido una mejor institutriz que cualquiera de las que su tutor había enviado.

—Yo diría que esa muchachita necesita un buen par de nalgadas —dijo él, como si estuviese pensando seriamente en hacer efectivo el castigo.

Bella sintió enojo ante lo ridículo del comentario.

— ¿Y supongo que está usted pensando en dárselas?

—Si fuera necesario.

—Lamento desilusionarlo, pero ella está demasiado crecida para ese tipo de castigos (y le arrancaría los ojos antes de que se pusiera usted a tiro).

Él la miró, entrecerrando los ojos.

— ¿Qué quieres decir con «demasiado crecida»? ¿Cuántos años tiene?

A duras penas Bella logró contener una sonrisa de suficiencia al responder:

—Veinte.

— ¡Veinte! —La joven retrocedió de un salto cuando el cubrecama cayó al piso al balancear él las piernas fuera de la cama, soltando algunas palabrotas cuando su píe herido tocó el suelo—. ¡Dios mío! ¡Esto sí que tiene gracia! —Se pasó una mano por el pelo—. ¿Por qué nadie me lo dijo?

Bella no había esperado que su comentario provocara una respuesta así.

—Quizás lo habrían hecho si usted hubiese preguntado.

Él le lanzó una mirada de enojo que le confería un aspecto realmente formidable. Y al sentarse derecho, parecía bastante corpulento y peligroso también.

— ¿Y qué se supone que voy a hacer yo con una muchachita de veinte?

—Actúa usted como si ella fuera una arpía malvada.

—Por mí da igual, ya que voy a casarla.

Al oír esta última afirmación, Bella sintió una opresión en el pecho:

— ¿Casarla?

— ¿Qué más voy a hacer con ella? —Él se frotó la nuca, luego se detuvo abruptamente y frunció el ceño—. Anoche había una muchacha rubia. Alta y extraordinariamente guapa. ¿Era ella?

— ¿Si era quién?

Él la miró con irritación e impaciencia.

—Tu señora, Lady Isabella.

Había llegado la hora de la verdad.

— ¿Y si lo fuese? —preguntó evasivamente. «Alta y extraordinariamente guapa.» A Bella nunca le había molestado la belleza de su amiga, pero en ese momento se sentía visiblemente poco atractiva comparada con Alice.

—Entonces tendría que preguntarme por qué ningún hombre la ha pedido en matrimonio. Parece un ángel.

—Un ángel que quería usted estrangular hace menos de cinco minutos —le recordó Bella.

Él se encogió de hombros.

—Estaba enojado.

Bella dudaba de que ese enojo se hubiera aplacado con tal prontitud si Alice hubiese sido un duende repugnante.

—Ayúdame a levantarme —dijo luego él, alargando el brazo—. Quiero ver cómo es este agujero infernal a la luz del día.

La ira movió a Bella a atravesar la distancia que había puesto entre ellos, con la mente ocupada en imaginar a este hombre como un muñequito de vudú al que clavaba grandes alfileres en el trasero.

—Despacio, cariño —murmuró él, riendo entre dientes mientras ella, con un movimiento brusco, le pasaba el brazo alrededor de la cintura ayudándolo a ponerse de pie, toda una hazaña considerando que estaba a punto de desplomarse bajo el peso de él—. Ayúdame a llegar hasta la ventana. —Empezó a cojear junto a ella, pasándole el brazo por encima de los hombros.

La intimidaba tenerlo tan cerca y él no cedía ni un par de centímetros de aire respirable.

Él corrió las finas cortinas para mirar fuera. El sol matinal había revestido el mar con reflejos dorados, las olas provocadas por la tormenta de la noche anterior remataban en espumosos picos, enviando remolinos de arena al aire y luego de regreso al suelo para ahogar a los juncos y sauces.

Bella miró al hombre de pie a su lado.

— ¿Cuánto tiempo piensa quedarse?

Él bajó hacia la muchacha unos ojos de expresión cálida y ligeramente irónica.

—Mi respuesta hubiese sido muy diferente si me lo hubieras preguntado ayer.

— ¿Por qué?

—Porque ayer no tenía razón alguna para demorarme sin necesidad.

Bella tembló por dentro por el significado de esas palabras. Sus pensamientos eran contradictorios. Una parte de ella quería decirle que la mujer que él deseaba era la misma de la que no veía la hora de librarse. Ella no debería desear que su estancia se prolongara más de lo necesario. Nada bueno podía resultar de tal situación. Tenía cosas que hacer y él sólo sería un obstáculo. Pero para gran desazón suya, él ya la tenía fascinada: ese modo de moverse, con la gracia sutil de un depredador; su perfume, mezcla de whisky, humo y cuero; su físico, que parecía especialmente diseñado para albergar un cuerpo de mujer, firmeza contra suavidad, piel morena contra piel clara.

Debería decirle la verdad y que él siguiera con su vida lo más pronto posible. Pero confesar su verdadera identidad no le allanaría para nada el camino. En dos días se reuniría nuevamente con Bodie y el nuevo cargamento sería de gran ayuda para reunir el dinero y saldar la deuda que pesaba sobre su hogar. Necesitaba desesperadamente esas mercancías. Dado que los dos últimos encuentros habían fracasado, no podía permitir que su tutor interfiriera en éste.

—No logrará nada retrasando su partida. —Si ella no lograba tomar una decisión acerca de qué hacer, al menos tenía que aclararle que entre ellos no sucedería lo que él pensaba, fuera lo que fuese—. Lo mejor es que haga usted lo que vino a hacer y siga su camino.

Su media sonrisa revelaba que no había logrado disuadirle.

—Entonces así son las cosas ¿verdad?

—Así son las cosas —respondió ella inequívocamente, mirándole a los ojos.

—Podría hacerte cambiar de opinión —la desafió él con voz seductora, haciéndola girar para mirarlo. Su camisa había perdido varios botones de modo que ella se halló mirándole directamente el pecho. Poniéndole un dedo debajo de la barbilla, él le hizo alzar la cabeza—. En realidad, me siento obligado a intentarlo.

Sólo pensar en lo que él podía hacer era demasiado inquietante.

—Perdería su tiempo —dijo ella serenamente.

—Quizás. Pero tiempo es lo que me sobra en este momento. Vas a cuidarme hasta que recobre mi salud, ¿no es verdad?

—Yo lo veo de lo más saludable.

—Pues te equivocas. Creo que mi recuperación llevará un tiempo considerable. Espero que puedas con la tarea.

Bella cambió de tema antes de que él la descubriera:

— ¿Quién es Sanji? —preguntó.

Se quedó petrificado, con expresión tensa y desorientada.

— ¿Pasaste la noche aquí conmigo?

Más que una pregunta, sus palabras eran una acusación.

—Necesitaba asegurarme de que usted no sucumbiera a la fiebre o a una infección.

— ¿Y qué dije?—preguntó él.

Bella meneó la cabeza.

—Nada, sólo farfulló ese nombre. Pero en ese momento estaba dominado por «los del Otro Mundo».

Durante un momento, él permaneció observando un punto fijo por encima del hombro de ella, como si su mente anduviera lejos de allí. Luego, lentamente, su mirada bajó hacia la joven.

— ¿«Los del Otro Mundo»?

—Espíritus —explicó ella—. Espíritus que atormentaban su sueño.

—No creo en esas cosas.

Bella se sintió tonta por haber sacado a relucir el tema. Seguramente él no entendería.

—La gente de por aquí tiene mucha fe en sus supersticiones. Creen que hay una forma de librarse de casi todo lo que a uno le aflige.

— ¿Incluso de «los del Otro Mundo»? —preguntó él, dibujando lentamente una sonrisa; lo que fuera que le había estado molestando había desaparecido.

Ella asintió.

—Todo lo que hay que hacer es atravesar gateando las piedras puestas en círculo en Men-an-Tol , o bañarse en las aguas de Madron Wells.

—Interesante. ¿De qué otras extrañas costumbres debería estar al tanto?

Bella no estaba segura de si él realmente quería saber o si estaba burlándose de ella. Su abuela le había enseñado estas tradiciones y leyendas y, si bien rechazaba algunas por considerarlas ridículas, se tomaba en serio la mayoría porque habían sido parte de las creencias de su abuela.

—Si alguien sufre de locura —dijo ella con mordacidad—, entonces debe ser sumergido en un estanque por los hombres más fuertes del condado hasta haberse curado de la demencia.

Los ojos de él brillaron divertidos.

—Demencia, ¿eh? Pues quizás tienes razón. Tendría que estar loco para querer quedarme aquí. ¿Lo próximo que harán será empujarme desde el acantilado? —Le acarició ligeramente el brazo y Bella se soltó.

—Vamos, métase otra vez en la cama.

Su prontitud en obedecer debió haber sido una advertencia suficiente. Como era de esperar, al ayudarle a reclinarse nuevamente contra las almohadas, quedaron demasiado cerca el uno del otro.

—Creo que va a gustarme guardar cama. ¿Estás segura de que no quieres guardar cama conmigo?

—No habría suficiente lugar para mí y su ego inflado.

—Bien —dijo él, con un suspiro de mártir—, parece que me has puesto en mi lugar. También me parece que he pospuesto lo inevitable tanto como pude. Tráeme a tu señora, si eres tan amable.

El pánico invadió los sentidos de Bella.

— ¿A mi señora? —Tragó saliva, con la garganta reseca y anudada—. Cre... creo que está tomando las aguas.

— ¿Tomando las aguas?

—Sí, hay una fuente de aguas termales en el lado oeste de la propiedad. Podría pasarse horas allí.

—Entonces envía a alguien a buscarle.

«Mula cabezota», pensó Bella, rogando que él no se impacientara y decidiera salir de la habitación. Tenía que reunir a las tropas y obtener el consenso de todos para... bueno... para mentir, básicamente.

Conociendo cuáles eran los planes de su tutor para ella, no tenía otra opción que engañarle, al menos hasta poder asegurar el dinero que necesitaba para saldar la deuda de su abuela. Giró sobre sus talones para marcharse, pero él la cogió del brazo:

—No me has dicho tu nombre. Recuerdo haber preguntado, pero sigo sin recibir respuesta.

Bella buscó un nombre apropiado.

—Mary —dijo—. Mary... Purdy.

Él meneó la cabeza.

—No.

— ¿Qué quiere usted decir con «no»?

—Mary no va contigo.

—Pues es mi nombre.

—Entonces supongo que tendré que hallarte uno mejor. —Pensó por un segundo y luego sonrió—. Ya sé: te llamaré Ángel. Mi ángel de misericordia, que viene a aliviarme con una mano y a abofetearme con la otra.

Ay, sí que le gustaría abofetearle.

—Ahora que hemos resuelto eso, sé buena y ve a llamar a tu señora. Pero, Ángel —pronunció el nombre complaciéndose en provocarla, mientras ella liberaba su brazo—, no te alejes. Soy un inválido ¿recuerdas?

Bella desearía haber tenido algo para arrojar a esa cabeza arrogante, pero lo único que conseguiría sería arruinar una querida chuchería. Ya le había golpeado con una piedra, amenazado con un atizador, disparado en la pierna, ¿y dónde la había conducido todo eso? ¡A su insostenible situación actual, ahí era donde la había conducido!

Lo mejor que podía hacer era mantener la cabeza en alto y la dignidad intacta mientras daba un sonoro portazo y la risa masculina la seguía por el corredor.


* * *

— ¿Qué locura puede haberte poseído, querida, para decirle al hombre semejante mentira?

Bella tenía enfrente a las tres personas del mundo que más le importaban y sentía flaquear su determinación. Lo que les proponía parecía ahora mucho más descabellado que cuando se le había ocurrido.

—No veo otra alternativa —respondió—. No puedo permitir que su repentina aparición altere todos mis planes. ¿Cómo voy a encontrarme con Bodie si el señor Cullen está vigilándome todo el tiempo? Además, no está de un ánimo demasiado generoso para conmigo en este momento (no le extrañaría que aquel miserable la encerrara en su habitación, sólo para fastidiarla).

—Su disposición hacia ti será mucho menos generosa si descubre lo que estás haciendo —dijo Alice, siempre la voz de la razón.

Bella suspiró y miró a su amiga, que llevaba un encantador vestido floreado de muselina que combinaba con sus ojos y cuya cintura alta acentuaba su torso esbelto y sus generosos pechos. Sin siquiera proponérselo, encarnaba las cualidades de una mujer bien criada, aunque Alice había sido tan marimacho como Bella. La diferencia era que Bella nunca había dejado atrás su impulsividad.

—Él ya cree que tú eres yo —le recordó a su amiga—. De manera que ésta es la solución perfecta a todos nuestros problemas. Puedo seguir encontrándome con Bodie y tú puedes cautivar y distraer a nuestro huésped. —Desechó la imagen que sus palabras le trajeron a la mente—. Sabes todo lo que hay que saber sobre mí. Jaines y Olinda pueden ayudarnos a mantener las apariencias. Y de verdad, me haría sentir mejor el saber que hay alguien más vigilándote además de nosotros tres.

—No sé —Alice parecía pensativa—. Parece demasiado arriesgado y el señor Cullen no me da la impresión de ser la clase de hombre que reacciona bien ante un engaño.

Bella no tenía dudas acerca de esto último. Su tutor era un hombre formidable. Si no fuera tan molesto, podría admitir que su hermano había elegido un protector inigualable. Era un ex militar, perteneciente a la élite de la caballería liviana. Y no había desarrollado todos esos músculos levantando libros.

Recordaba la carta que él había enviado informando de la muerte de su hermano, el remordimiento que se traslucía en cada una de sus palabras. Con cuánta elocuencia había hablado de la valentía de George en el cumplimiento del deber. Habían sido atacados ferozmente durante las semanas que siguieron a la última carta que George le había enviado a Bella. Su hermano había salvado la vida de otro hombre, era un héroe, decían. Pero ella hubiera preferido tener de regreso a un George sano y salvo que a un héroe muerto. Para la joven él siempre había sido un héroe.

— ¿Cuántas excursiones más a la ensenada espera tener que hacer, señorita? —preguntó Jaines.

—Tres, como máximo cuatro. No he querido arriesgarme a ser descubierta haciendo que Bodie venga con demasiada frecuencia, pero supongo que tendremos que correr el riesgo. —Bella tomó aire para calmarse y se encontró con la mirada preocupada de Alice—. Su amo y señor la espera, Lady Isabella.

Clydesdale[1] Especie de caballo percherón, que por su fuerza y corpulencia es muy empleado para arrastrar grandes pesos.
Clipers [1] Buque de vela fino, ligero y muy resistente. (N. de la T.)
[1] Men-an-Tol, frase del antiguo idioma céltico-córnico, es el nombre dado a famosas piedras horadadas consideradas como curativas que aún existen en varios lugares de Cornualles.

Perdon por subir este capitulo por ahora pero es k tenia problemas no me dejaba subir nota asi k les debia este capitulo pero ya los subi y el sigueinte tambien gracias y espero me regalen un comentario

5 comentarios:

ELIANA dijo...

o.0 cambio de identidades.. jejej super bueno... casi que no la leo..toda la semana entrando al blog para ver si la habian subido... grax :D

Ligia Rodríguez dijo...

Jejeje que confuso va a ser todo para el pobre cuando se entere de la verdad!!

lorenita dijo...

jejeje...ya se puso todavía más interesante..ya quiero ver lo que pasará cuando Edward se de cuenta....:)

vsotobianchi dijo...

ajajja pobre de Bella cuando Edward se de cuenta de la verdad ajajja :-)

joli cullen dijo...

xd bella es diabla

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina