lunes, 10 de octubre de 2011

La novia robada del highlander capitulo 9

Capítulo 9
Edward estaba de pie frente a la chimenea en su habitación, los ennegrecidos ladrillos y el suave aroma a hollín eran vestigios de fuegos pasados.
Echó una mirada a la imagen que le devolvía el espejo sobre la repisa.
—Eres un maldito hijo de perra, tío. No puedes siquiera controlarte con una mujer inocente. —Negó con un movimiento de cabeza—. Maldita desgracia. Quizás sea mejor que te dieras por vencido y le dijeras a los muchachos que dejas el club.
Los Buscadores de Placer nunca coqueteaban con «damas» ni muchachas inocentes, lo cual volvía la regla muy fácil de cumplir ya que parecía que, en general, una característica era exclusiva respecto de la otra.
Aunque ese no era el caso. Isabella no. Ella era ambas: una dama y una muchacha inocente, así como completamente encantadora y nada pretenciosa en lo absoluto.
El hecho de que la belleza no le afectara el carácter, la hacía mucho más deseable. Obligaba al hombre a ver más allá de la apariencia externa, hacia lo que yacía debajo, que era lo que Edward encontraba tan difícil de resistir.
Había conocido y se había acostado con muchas mujeres hermosas, pero aún no se había cruzado con ninguna que tuviese un alma hermosa. Lady Isabella Swan le provocaba un conflicto consigo mismo.
Alguien llamó a la puerta.
—Adelante —bramó.
—¿Señor? —una voz sumisa se escuchó desde la puerta, obligando a Edward a mirar por sobre el hombro y encontrar a una de las criadas de pie allí.
Lo miraba como si pensara que saldrían llamaradas de la boca de Edward. Margery, según creía que era su nombre, una de las seis hijas del herrero.
—¿Sí? —le preguntó, atenuando el tono—. ¿Qué sucede?
La muchacha tragó en seco.
—Tengo un mensaje de la señorita.
El cuerpo de Edward se tensó. No había anticipado una respuesta tan pronto y sospechaba que sabía de qué se trataba. Sin duda, había asustado a Isabella con su pasión. No podía culparla por querer irse.
—¿Cuál es el mensaje?
—La señorita preguntó si podía verlo en el patio en media hora.
Edward arrugó el entrecejo. ¿El patio? ¿Por qué querría verle allí? ¿Y por qué no había procedido de la manera más conveniente para sortear el problema y simplemente le había transmitido su decisión de partir a través de un mensajero imparcial? Sabía que tenía integridad y sorprendentes agallas, pero había supuesto que evitaría enfrentarle cara a cara.
—¿Señor? —dijo la criada, ya que él permanecía de pie allí, mudo.
—Bien —contestó él—. Será el patio entonces.
Derek clavó la mirada en la puerta cerrada durante largos minutos. Le había prometido a Bella que estaría a salvo de sus avances; sin embargo, ante la primera oportunidad, él había tomado ventaja.
De nada servía pensar que ella no había puesto resistencia, o recordar lo dulce y maleable que había sido su cuerpo contra el de él, o cómo le había correspondido como si hubiese estado esperando ese beso, y solo deseaba reprenderlo por haberse retrasado tanto en llegar a eso. Dios santo, ¿cuál era el beneficio de pensar en eso en ese momento?
Edward  tomó la chaqueta de la silla y se la colocó. Echó una mirada rápida al reloj sobre la repisa de la chimenea. Habían transcurrido solo diez minutos, pero no podía esperar ni un segundo más en la habitación. Se sentía enjaulado y tenso. Quizás ella no se presentaría y le daría una chance más para probarse a sí mismo.
Podrían jugar al ajedrez y discutir sobre la filosofía de la vida. Él podría enseñarle acerca de la configuración de las estrellas y los planetas, y del impacto que tenían en el universo, y ella podría contarle historias acerca de su vida en Cornwall. Podrían ser… compañeros.
Edward hizo un mohín con el rostro. Sin embargo, podría hacerlo. Se sentía orgulloso de su habilidad de perseverar en lo que sea que se le hubiese puesto en mente. Si Bella decidía quedarse allí, él se aplicaría en la tarea.
Sin embargo, cuando salió a la noche envuelta en una oscura mortaja que rápidamente la cubrió en sombras, Edward no pudo evitar preguntarse cómo superaría incluso los cinco minutos con Bella sin desear besarle.
Jesús, estaba en problemas.
—s–
Bella había controlado su apariencia en el espejo de cuerpo entero tres veces. Se había cambiado de muda unas tantas más. Dado que nunca antes se había ofrecido como amante, no tenía idea de qué ponerse para provocar seducción.
Por último, se decidió por un vestido que lady Rosalie había adquirido para ella durante una salida de compras; había insistido en que Bella lo debía tener. Ella se sentía cautivada por la belleza de la prenda. La cantidad de busto que revelaba era escandalosa, lo que lo hacía absolutamente perfecto para la ocasión. Era justo lo que una mujer pronta a perder su virginidad llevaría puesto.
—Se hace tarde, miladi —dijo la criada con gentileza—. El señor estará esperando por vos.
—Gracias, Margery.
Bella echó una mirada a su reflejo una última vez. El corazón parecía fallarle cada tres latidos y el estómago estaba enroscado en cien nudos. Pero no se echaría atrás en el plan.
Se armó de fuerzas para sonreír con confianza y giró hacia la joven criada.
—Deséame suerte, Margery.
La muchacha le echó una sonrisa tímida como respuesta.
—Buena suerte, señorita. Espero que obtenga lo que sea que esté buscando. Estoy segura de que el señor va a quedar mudo cuando la vea vestida así.
—¿No crees que es demasiado? —preguntó Bella.
—No, señorita. Se ve majestuosa.
Una oleada de calma bañó a Bella.
—Gracias, Margery. No sé qué habría hecho sin ti.
Giró hacia las puertas francesas y la falda del vestido se abultó a su alrededor cuando se apresuró a salir al aire fresco de la noche.
La temperatura había bajado desde su llegada y la brisa le erizaba la piel. Debería haber llevado el chal. ¿De qué le serviría su propuesta si contraía paludismo?
La cabeza le daba vueltas al tiempo que avanzaba por el sendero que conducía al encuentro.
¿La rechazaría de inmediato? ¿O la aceptaría rápidamente?
Con la frente en alto, Bella continuó, arrullada por el sonido de los grillos y el suave taconeo de los zapatos contra el camino de adoquines.
No vio a Edward cuando ingresó en el patio, ya que estaba parcialmente escondido debajo de un alto pino; sin embargo, él sí la vio y se sorprendió por la transformación.
La mujer que estaba de pie en una piscina de luz de luna, con la dorada cabellera derramándose suelta y exquisita por la espalda y los cremosos hombros salpicados con polvo de estrellas no podía ser la inocente muchacha que había encontrado más y más fascinante durante las semanas posteriores a conocerla.
Esa mujer estaba segura de sí misma, era tentadora. Una dama que podía dominar con facilidad la atención de cualquier hombre. Si hubiesen estado de pie en el salón de baile, todos los caballeros habrían formado una fila para bailar con ella y obtener una oportunidad de ganarse su afecto.
Supo en ese instante que el no podría mantenerse alejado, tampoco. Bella relucía como la luz más brillante en el cielo, y lo único que quería era acercarse a ella.
En silencio, se colocó tras ella y escuchó un suave suspiro en el fresco viento de la noche.
Se quitó la chaqueta cuando la vio tiritar.
—¿Tienes frío? —le murmuró al oído.
Ella dio un rápido giro y emitió un grito ahogado, con la mano sobre el pecho.
—Me has asustado.
—Lo lamento. Debería haber anunciado mi presencia, pero no quería romper el hechizo.
Quedé sin palabras al verte.
Ella lo miró fijo con sus luminosos ojos azules.
Él observó esas profundas piscinas durante largos momentos antes de deslizar la mirada sobre ella.
—Estás hermosa. —La palabra era deplorablemente inadecuada. Estaba radiante, la más deslumbrante estrella en el firmamento.
Un rubor enrojeció las mejillas de Bella.
—¿Te refieres al vestido?
—El vestido es… sensacional. —No pudo evitar volver a observarla, y notó la
exhuberancia de los pechos, la ceñida cintura, la manera en que la tela le rozaba los delgados muslos—. Pero es la mujer que lleva el vestido quien me quita el aliento.
La sonrisa de Bella fue radiante.
—Gracias.
—Espero puedas perdonarme si pregunto cuál es la ocasión.
Habían llegado al corazón del asunto antes de lo que Bella había anticipado, y respiró profundo.
—Parecía una velada para vestirse con elegancia.
—Me siento honrado. Y debo confesar que me alegra que sea el único que pueda verte vestida así. —Hizo una pausa—. Espero puedas perdonarme por mi comportamiento anterior.
—Perdonado.
—¿Pero no olvidado? No te culpo, y entenderé si quieres marcharte. Espero que al menos aceptes mis disculpas.
—No hay necesidad de disculparse. Yo… —Bella volvió a respirar profundamente, en un intento de calmar los crecientes nervios que sentía—. Yo quería besarte tanto como tú a mí.
—¿Sí?
—De seguro notas que yo… que yo siento…
Edward la tomó de la barbilla.
—¿Qué sientes?
Bella levantó la vista para mirarlo, y encontró los ojos de Edward tan oscuros y misteriosos como el cielo de medianoche que la envolvía.
—Me siento débil y fuerte, todo al mismo tiempo. Me siento increíblemente atrevida y terriblemente asustada. Nunca antes me había sentido así.

—Yo también lo siento. Me dije a mí mismo que te dejaría sola. Creí que podría hacerlo.
Pero luego, ingresaste en el patio y me di cuenta de que todas mis esperanzas eran en vano. No puedo estar lejos de ti.
—¿Qué haremos al respecto?
—No hay nada que podamos hacer. Estás aquí bajo mi protección.
Bella deslizó las manos sobre el pecho de Edward, la blanca camisa de lino se sentía fría bajo las puntas de los dedos.
—Quizás no quiera ser protegida —dijo ella suavemente junto a los labios de Edward—. Al menos, no por ti.
—Bella —le contestó, con un dolor en la voz mientras envolvía con delicadeza las muñecas de ella con los dedos para retirarle las manos, lo que casi hace flaquear a Bella.
—Escúchame, por favor.
Él quedó inmóvil, con excepción de los pulgares, que con suavidad le acariciaban la piel, ocultando su deseo de terminar lo que estaba gestándose en ellos.
Bella se inclinó hacia él, los senos le rozaron levemente el pecho, lo que atrajo la mirada de Edward hacia los suaves montes.
El vestido tenía una sorprendente capacidad para ceñirle el cuerpo y le daba a Bella una increíble voluptuosidad. La carne le temblaba cada vez que ella respiraba. Cuando los ojos de Edward regresaron al rostro de la muchacha, él tenía tal intensidad en la mirada que Bella se quedó sin aliento.
—He pensado mucho —dijo ella, y lentamente deslizó las manos por el escote en V de la camisa de Edward, donde una tentadora porción de piel le calentaba la punta de los dedos.
—¿Y en qué has estado pensando?
—En nosotros —contestó ella, levantando el extremo sin abotonar de la camisa y echando una mirada en la dura carne del pecho del hombre.
—¿Qué hay con nosotros? —repreguntó con un tono ronco en las palabras.
—Pues bien… ambos hemos confesado que sentimos atracción. Y creí que tal vez —se puso en puntas de pie y le rozó la quijada con los labios—, te agradaría explorar esa atracción conmigo.
Edward la tomó de los hombros y se alejó de ella.
—¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?
—¿Qué crees que estoy diciendo?
—Jesús, Isabella, no juegues conmigo.
—Creo que no soy muy buena en esto. No tengo mucha experiencia en seducir a los hombres; es mi primera vez.
—Pues, has hecho un muy buen trabajo por ser esta tu primera vez. —Negó con un movimiento de cabeza, confundido—. ¿Me estás seduciendo? Esto es inaudito. No sé si colocarte sobre mis rodillas o…
—¿O, qué?
—Olvídalo. ¿Qué te ha llevado a…?
—¿Ofrecerme a ti?
—Sí. Y será mejor que no tenga nada que ver con la razón por la cual llevas puesto este vestido.
—¿Por qué?
—Porque no eres tú. Eres dulce y gentil… e inocente —le contestó él, con énfasis en la última palabra.
¡Si solo él supiera!
—Quizás no desee ser nada de eso nunca más.
—No tiene nada que ver con querer ser así o no. Eres así, y muchos hombres matarían por esas cualidades. No todas las mujeres las poseen.
—Es posible que sea inocente en cuerpo y espíritu, milord, pero no soy tan ingenua como tú pareces creer.
—No creo que seas ingenua. Simplemente eres ignorante en cuanto a las costumbres de los hombres.
—Es por eso que quiero…
—No lo digas.
Bella refunfuñó.
—No te comprendo. Me deseas; sin embargo, insistes en mantenerme a distancia. ¿Por qué?
—Porque uno de los dos tiene que ser racional aquí, y es evidente que tendré que ser yo.
Bella se sintió estúpida y herida y retiró el brazo arrancándolo de la mano de Edward. Lo único que quería era desaparecer de la vista y quemar el horrible vestido. ¿Qué locura se había apoderado de ella para pensar que podría llevar eso adelante?
La tomó de los hombros.
—¿Adonde vas?
—Lejos de ti. No sé en qué estaba pensando para querer tener algo que ver contigo. —
Bella intentó pasar junto a él, pero Edward le bloqueó el camino.
—Isabella, cariño…
—No me llames cariño —dijo, echando humo—. Has sido muy claro conmigo, milord. Soy una molestia y un incordio y obviamente no soy una de tus mujeres de mundo. No volveré a importunarte. Empacaré mis cosas esta noche y estaré lista para partir en la mañana. Buenas noches.
Trató de marcharse por un costado, pero él volvió a truncarle el intento.
—Isabella, hablemos.
—No hay nada de qué hablar.
Una media sonrisa cautivadora curvó los labios de Edward.
—Tendré que discrepar contigo. Una mujer hermosa me acaba de ofrecer un precioso obsequio que no merezco. Me siento honrado y humillado. Pero ella no comprende que merece algo mucho mejor que un revolcón.
—¿Es así como ves hacerme el amor a mí? ¿Un revolcón? Entonces, quizás tengas razón:
Claro que merezco algo mejor. Ahora, si me disculpas…
Antes de que Bella pueda moverse, se encontró con que la levantaban del suelo y el cuerpo se le hundió en los brazos de Edward.
—No he terminado contigo, y si te tengo que atar para que me escuches, entonces lo haré.
—¡Bájame!
Caminó hasta un banco trabajado en hierro y se sentó, sosteniéndola cerca del pecho.
—Quédate quieta —dijo él mientras ella se retorcía sobre el regazo, odiando su propio cuerpo traicionero que la deseaba—. Cuanto antes escuches lo que tengo para decir, antes podrás darme una bofetada y correr hacia la casa.
Bella lo miró fijo, aterrada.
—Nunca te daría una bofetada.
—Gracias. Ahora, discutamos esta propuesta tuya.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho y se negó a mirarlo a los ojos.
—Creí que no querías referirte a eso como una propuesta.
—Estoy reconsiderando mi posición en el asunto. Vamos —intentó convencerla con zalamerías—. No puedes culparme por estar sorprendido.
—Pasmado, diría yo.
—Bien. Pasmado. ¿Sabes? Esta es la primera vez que me pasa algo así a mí también. Me has sorprendido con la guardia baja, algo que rara vez me sucede.
Bella no podía entender por qué se sentía tan inextricable. Parecía tener todas las emociones revoloteando a su alrededor. No podía dejar de pensar cómo era posible que insistiese en arrojarse a sus brazos y luego, retraerse. Había muchos hombres que la encontraban atractiva, quienes habían trabajado afanosamente para ganarse su afecto. Sin embargo, no había encontrado a ningún hombre de su agrado, hasta que conoció a Edward. Desde el primer momento en que le sonrió y ella lo miró a los hermosos ojos, lo supo.
De repente, las lágrimas le inundaron los ojos.
—Por favor, déjame regresar a mi habitación. No deseo discutir sobre esto. Me he comportado como una estúpida y preferiría no arrastrar más esta humillación.
—No has hecho nada de lo que debas avergonzarte, Isabella. De hecho, tú has sido la persona valiente aquí. Has dicho cosas que yo quería decir pero no podía. Durante todas estas semanas he observado a otros hombres hablar contigo, bailar contigo, tocarte, y deseaba partirles el cuello. No quería que nadie hiciera contigo lo que yo quería hacer.
Bella parpadeó.
—Nunca noté nada de eso.
—Porque tenía que ocultarlo, lo cual fue muy difícil, maldición. Pero no asistí a todas esos eventos para seducirte; estaba allí para protegerte. No podía perder eso de vista.
—¿Y ahora?
—Aún quiero protegerte, si me lo permites. No quiero que nada te suceda.
El recordatorio de que James aún seguía suelto fue un baldazo de agua fría sobre la discusión.
—¿Y si yo no quiero que nada te suceda a ti? —preguntó ella—. ¿Qué se supone que deba hacer?
—Si Westcott de algún modo logra encontrarnos antes de que yo lo encuentre a él, entonces será detectado antes de que pueda poner un pie en el patio. —Edward la atrajo para sí, colocando la cabeza de Bella bajo su barbilla—. Estás a salvo aquí, amor. Quédate conmigo.
Bella tironeó de un botón de la camisa.
—Pero, ¿qué hay con…? Tú sabes.
Una risa grave le retumbó en el pecho.
—Eso nos plantea un dilema.
—No tiene por qué. No creas que espero contraer matrimonio.
—¿Por qué no? —Él sonó sorprendido.
Bella se encogió de hombros.
—No es por mí.
—Pensé que todas las jóvenes damas soñaban con el día de sus bodas.
—Algunas mujeres no son adecuadas para el matrimonio, de la misma manera que algunos hombres no lo son, tampoco.
—Es una manera interesante de decirlo. Sin embargo, encuentro aún más interesante el hecho de que no has dicho que no querías contraer matrimonio.
—Pero lo dije.
—No, has dicho que no lo esperabas, y que no eras adecuada.
—Es lo mismo.
—En lo absoluto. Pero volveremos a tocar el tema más adelante. Quisiera saber qué te impulsó a acercarte a mí de este modo. —Edward apoyó la mano sobre la mejilla de ella—. No tendrás la estúpida idea de que me debes algo, ¿no es verdad?
Bella se endureció.
—Por supuesto que no. Hice lo que hice porque así lo sentí en ese momento.
—Entonces, ¿no te sientes más de ese modo?
Si hubiera sido inteligente, habría dicho que no, pero nunca fue una buena mentirosa.
—No sé cómo me siento. Creo que me deseas, pero luego, no.
—Isabella , no puedo imaginar un momento en que no te desee. Me tientas en todo instante, pero…
—¿Hay alguien más? ¿Es esa la razón por la cual insistes en rechazarme?
—Jesús, no te rechazo. Y no, no hay nadie más.
Ella elevó la mirada al cielo, deseando estar de vuelta en Cornwall, segura en su propia cama, con su madre y su padrastro al final del pasillo, y su hermanastro sin planear su deceso.
—Por favor —dijo ella suavemente—, déjame ponerme de pie.
Muy a su pesar, Edward hizo lo que le pidió.
—Isabella —comenzó a decir.
—Por favor, no digas más. Esto ya es bastante difícil. No sé en qué estaba pensando. No soy una mujer de mundo que seduce a los hombres regularmente. Soy solo una muchacha de una pequeña aldea en Cornwall.
—Y esa es la mismísima razón por la cual me atraes tanto. Eres sencilla y genuina. No te hubiera ofrecido una segunda oportunidad de pensarlo si fueses una mujer hastiada y cínica como yo.
Bella giró para observarle.
—No eres hastiado y cínico.
—No me conoces tan bien como crees. He hecho algunas cosas de las cuales no me enorgullezco.
—Todos hemos pasado por lo mismo. No seríamos seres humanos de otro modo.
—No quiero arruinarte. No podría vivir conmigo mismo si lo hiciese. Dices que no quieres contraer matrimonio, pero ¿si cambias de opinión? ¿Y si te arrepientes de hacer el amor conmigo?
Bella apoyó la palma de la mano sobre la mejilla de Edward, como había hecho él unos minutos antes.
—Eso no sucederá. Casi no he pensado en otra cosa desde que te conocí —confesó ella.
—¿Qué sucederá si comienzo a sentir apego por ti? ¿Qué sucederá si yo pienso en el matrimonio? ¿Qué sucederá?
La observación la tomó por sorpresa.
—Yo… —Bella negó con un movimiento de cabeza—. No lo sé.
—¿Se te ha cruzado por la cabeza alguna vez?
—No —contestó ella con honestidad—. ¿Es por eso que estás tan vacilante? ¿Porque crees que espero que contraigas matrimonio conmigo? No lo haré. Pero tampoco quiero morir siendo una solterona virgen.
Edward tomó un mechón de la cabellera en la mano.
—Estás muy lejos de ser una solterona, y aún más lejos de tu recompensa final.
—A los veintitrés años, estoy para vestir santos, como lo pensaría la mayoría de las personas. Y lo que el futuro me depara… —Suspiró y pensó en James—. Simplemente no quiero pasar el resto de mi vida arrepintiéndome por lo que no hice. ¿Puedes entender eso?
—Más de lo que crees.
Ella dio un paso hacia atrás y se alejó para oler una rosa en capullo.
—Lamento si te puse en una situación incómoda, y entenderé si te resulta embarazoso estar conmigo ahora. No volverá a suceder, por lo que no debes preocuparte. No te acorralaré en cada patio desierto.
—No me preocupo. Me sentiré muy decepcionado si no eliges acorralarme de nuevo. Si ese fuera el caso, me veré obligado a hacerlo yo. —Él acortó la distancia entre ellos y cortó la flor que ella había estado oliendo segundos antes. Le acarició los labios suavemente con ella.
—Si aún me deseas, acudiré a ti a medianoche. Si no abres la puerta, entenderé. Es tu decisión, Isabella. Nunca querría que hagas algo de lo que puedas arrepentirte luego. Ninguno de los dos podrá vivir con eso.
Colocó la rosa en la palma de la mano de la muchacha, giró y se marchó. Bella lo observó desaparecer por el sendero oscuro; y, con el corazón palpitando salvajemente, se preguntó en qué predicamento se acababa de meter.


nuevo capitulo espero les agrade y me regalen un comentario ya casi tambien tengo lista la siguiente adatapcion y tengo pensado subirla de una vez si no se an dado cuenta las Melanie George las de buscadores del placer 1(adaptada por Lizzy), 2, 3, El arte de la seduccion, y la ultima de la autora es Juego de seduccion que tengo planeado subir , entre otras  2 historia k estoy adaprando de Gale Colette muy buena.... para no ser mas largo el rollo pues aun subire mas adaptaciones... muchas gracias y espero me regalen un comentario...

3 comentarios:

Vianey dijo...

Bueno apesar de todo Bella creo que tendra lo que tanto quiere, solo espero que sean discretos para que nadie se entere.

nydia dijo...

fascinante ,me encanto ,fue genial....Besos...

Ligia Rodríguez dijo...

OHHH Dios mio esto esta demasiado bueno!!!! Me encanto!!!!

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina