jueves, 13 de octubre de 2011

La novia robada del highlander capitulo 12

Capítulo 12
A la mañana siguiente, Edward había adelantado muy poco trabajo y miraba por la ventana de la oficina hacia el Devil's Crag, un peñasco que se divisaba a la distancia.
Se había escabullido de la cama de Bella a mitad de la noche después de hacerle el amor dos veces más, lo que resultaba en un error cometido tres veces. Pero lo había embrujado; lo había vuelto insaciable de ella.
No hubiera querido marcharse de su lado, pero el personal de la casa se levantaba temprano. A pesar de las declaraciones de Bella de desear ser una mujer completa, él no quería que sufriese las consecuencias.
Ella había rodado hacia el espacio vacío dejado por él, con el brazo extendido, y el nombre de Edward fue un suspiro en los labios, golpeándole como una flecha directo al corazón y clavándose allí por siempre.
—Dios mío —murmuró él, pasando la mano por el cabello y haciendo una mueca de dolor cuando los dedos rozaron el bulto en la nuca.
Cuando Edward estuvo en Londres y le sucedieron algunos eventos potencialmente fatales,¿ no hubo nadie que pudiese haber planeado esos accidentes excepto Mike. Los extraños acontecimientos no comenzaron sino hasta que su hermano llegó a la ciudad.
En unas pocas oportunidades, Edward había intentado amistad con Mike. Después de todo, era el único hermano que tenía. Después de sobreponerse a la sorpresa inicial del engaño de su padre y cómo había destruido a su madre, Edward había llegado a comprender cómo se sentiría Mike, reconociendo el estigma de ser etiquetado como un bastardo, sin nunca escuchar la palabra hijo.
Edward dudaba de que hubiera sido Mike el que había comenzado a causar problemas. Sin embargo, una vez que su medio hermano tomó esa dirección, no había escepticismo, y todos los intentos de Edward de construir un puente entre ellos habían encontrado resistencia y, a menudo, caos.
Se habían pulverizado uno al otro tantas veces que Edward había perdido la cuenta, con un resultado parejo entre ellos de ganadores y perdedores. Quizás, eran un par tan igual por haber sido concebidos por el mismo padre.
A ambos los habían enviado a la escuela, a Edward su padre, y a Mikr su madre. Lady Elizabeth se sentía obligada a hacer cualquier cosa que provocara disgusto en su marido.
Habían asistido a diferentes institutos, pero mientras que Edward se había enfocado en aprender las cosas que esperaba le dieran éxito en la vida, Mike se había hecho la idea de regresar con una dedicación aun mayor para obtener lo que creía que le pertenecía, para convertirse en un hombre tan refinado que pudiese encajar en cualquier lugar. Sus habilidades de falsos encantos se convirtieron en una perfecta estocada.
Sin importar con cuanta diligencia Mike se empeñaba en ser aceptado, la mancha de la condición de su nacimiento le quemaba como una marca hecha a fuego.
—Aún atendiendo tu herida, veo.
Edward desvió la vista de la ventana y encontró a Carlisle ingresando a paso tranquilo en la habitación.
—Aún estoy vivo, si era eso lo que te preocupaba. —Edward caminó con grandes pasos hasta el escritorio, donde era muy probable que continuase sin hacer nada.
Tenía la mente preocupada con pensamientos de Bella, consumido por las imágenes del acto de amor, el dulce y ceñido calor entre los húmedos labios inferiores, los erectos pezones señalando el cielo, marcados por los besos de Edward y los rebotes al penetrarla, los muslos duros a los lados del cuerpo, aferrándose con las manos a su suave carne, el cuerpo palpitándole monótonamente por los gemidos de Bella. Edward se preguntó cómo se sentiría ella por él ahora, ya que no había manera de deshacer lo que había pasado entre ellos.
—Tu cabeza es demasiado dura de romper —rió Carlisle mientras se encaminaba directo al aparador para retirar el añejado whisky, aunque era apenas pasado el desayuno—. Se necesitaría mucho más para enviarte con el Señor; un yunque, quizás, o el peso de una casa.
—Tu obvia preocupación por mi bienestar es conmovedora. ¿Hay algo que pueda hacer por ti, o es que tienes intenciones de emborracharte hasta quedar inconsciente antes del mediodía?
Carlisle lo observó por sobre el hombro, las populosas cejas le formaban una v en la frente.
—Parece que el golpe en la cabeza hizo muy poco para mejorar tu arisca predisposición.
—Cuando casi le arrancan a uno la cabeza de los hombros, queda en un estado de ánimo para nada positivo.
—No hay necesidad de ponerse antipático, muchacho. Aún soy mayor que tú, seas el señor de la casa o no.
—¿Y me pondrás sobre las rodillas y me dejarás las nalgas de color rojo? Estoy demasiado viejo para eso.
Carlisle gruñó.
—Tu padre se retorcería en la tumba si pudiese oír la manera en que te diriges a mí.
Al haber escuchado esa perorata a menudo en esos años, Edward la ignoró. Se arrojó sobre la silla tras el escritorio y cruzó los brazos sobre el vientre, observando la espalda de su tío.
Carlisle siempre había sido bueno para refugiarse en la culpa. El acto del viejo sitiado era, en ocasiones, impresionante y cosechaba compasión de la gente que no lo conocía tan bien como Edward.
Carlisle era mucho más cauteloso de lo que sospechaba la gente; y sin embargo, Edward nunca había dudado del malhumor de su tío, hasta hacía poco.
Tuvo intenciones de disculparse con Carlisle después de cuestionar su lealtad en la posada, pero algo lo detuvo. No podía sacarse de la cabeza la idea de que las quejas de Carlisle eran algo más que simples divagaciones de un viejo.
En algunas ocasiones, Edward había sospechado que su tío había plantado accidentes que cayeron sobre él; Carlisle estuvo presente durante varios de esos sospechosos incidentes.
Una parte de Edward continuaba burlándose de la idea de que su tío o su hermano, o quizás ambos, estaban esforzándose por darle muerte. Más allá de sus debilidades, Mike y Carlisle eran su sangre.
Y si Edward llegara a sucumbir en uno de esos «accidentes», Mike y Carlisle serían los primeros sospechosos en el clan, ya que eran ambos los que tenían más que ganar.
No, estaba sucediendo otra cosa. No estaba viendo algo que tenía frente a los ojos. Pero, ¡vaya si no podía darse cuenta de qué se trataba!
—¿Tienes planeado observar la punta de tus zapatos todo el día, muchacho? —preguntó Carlisle, enfrascado en la segunda copa de whisky—. ¿O quizás estás contemplando la idea de mejorar el clan? —Indicó con la bebida hacia la ventana que daba al este—. Los aldeanos han estado inquietos desde que regresaste con la muchacha inglesa. Se rumorea que estás a punto de retomar el camino de tu padre, y no habrá más que descontento en el castillo Gray si te involucras con la dama.
Edward luchó por mantenerse indiferente. Lo que hacía él era cosa suya, ¡maldición! No toleraría que nadie le dijese cómo vivir su vida, o con quién.
Sin embargo, ¿cómo lograría evitar que Bella fuera tocada por el desdén de su gente? Ya les desagradaba sin conocerla. ¡Maldita sean sus padres y su interminable contienda!
—¿Hay algún cuestionamiento en ese comentario? —interrogó Edward, observando a su tío con experto desinterés.
Carlisle arrugó el entrecejo y depositó el vaso sobre el aparador.
—Odio cuando te haces el obtuso. Sabes exactamente lo que estoy diciendo. Intento advertirte de lo que puede suceder. Por tu propio bien, debes enviar a la muchacha fuera de aquí.
—No.
Carlisle lo observó con incredulidad.
—¿No? ¿Simplemente, no?
—Simplemente, no. Bella se queda aquí. Al que no le agrade, puede marcharse.
—Esta es tu gente, hombre, ¿te olvidas de eso?
Edward sostuvo la mirada de su tío.
—¿Estás cuestionando mi lealtad?
—Por supuesto que no —vociferó Carlisle mientras arrastraba los pies hasta la chimenea vacía, observando un punto sobre la repisa de la chimenea donde había tiempo atrás una pintura de la madre de Edward, primero reverenciada y adorada, luego odiada y reprobada.
Muchas noches, Edward había escuchado algún vaso rompiéndose en la oficina de su padre.
A la mañana siguiente, solía ver a una sirvienta limpiando los restos destrozados y detectar otra rajadura en la delicada tela del retrato de su madre y la salpicadura del alcohol estropeando la belleza.
Parecía que su padre estaba intentando borrarla de existencia sistemáticamente.
El sonido de conmoción en el pasillo expulsó a Edward de la silla. Apenas sí había dado un solo paso cuando un torbellino vestido con un vestido de calicó estampado ingresó brincando en la oficina. Tenía el cabello negro azabache suelto y salvaje por la espalda y las suavemente redondeadas mejillas estaban rosadas por correr por los campos que separaban la propiedad de su hermano de la de él.
—¡Tú, maldito granuja! —Jessica Trelawny dijo con una sonrisa picara—. Ni una sola palabra para avisarme que regresarías. Deberían atarte al poste y darte azotes por ello.
—¿Serías tú la que me azote, supongo? —Edward se incorporó con una risotada, apenas rodeando el escritorio antes de que Jessica se arrojase a sus brazos y lo abrasase fuerte.
—Es tan bello tenerte en casa —le murmuró con fervor contra el pecho—. Nunca te marches.
Edward le regresó el abrazo. Ella se había convertido en una hermosa muchacha, pero para él, siempre sería la diablilla que correteaba por el campo, llenándose de barro y haciendo travesuras.
—Ahora —dijo ella vivamente mientras desenredaba los brazos del cuello de Edward—. ¿Quién es esa dama inglesa que has traído a casa contigo? He oído que es una belleza, con el cabello más pálido que la luz del sol de la mañana y la piel como una rara porcelana china.
La descripción de Jessica fue mucho mejor de lo que Edward podría haber logrado por sí mismo.
—¿Quizás te agradaría tomar asiento? —sugirió él, indicando con un ademán la silla frente al escritorio.
Jessica enarcó una ceja y colocó las manos sobre la cadera.
—¿Tomar asiento? Dios, cuan correctos estamos. —Marchó hasta la silla y se desplomó sobre ella. En lugar de inclinarse hacia atrás, extendió los brazos hacia abajo y se levantó el ruedo del vestido hasta la mitad de los muslos para desatar su daga.
Levantó la vista y vio a Edward observándola.
—Que no se te vayan los ojos, si sabes lo que es bueno para ti.
—Solo me preguntaba por qué insistes en llevar esa cosa.
—Protección —contestó ella, controlando el filo de la hoja—. No me agradaría que alguien me abordara sin estar preparada. Sin embargo, tengo que pedirle a Kerry que me confeccione un soporte más grande. La maldita cosa siempre me pincha. Por si no lo has notado, mi grande y poderoso señor, tengo cuerpo de mujer ahora. —Ella lo trataba con una postura traviesa.
—Lo he notado.
Jessica carraspeó.
—No es que hayas hecho algo al respecto.
—¿Qué quisieras que haga?
—Si tengo que decírtelo, entonces creo que necesitas conversar con Kerry.
Kerry, el hermano mayor de Jessica, había sido el señor del clan Trelawny desde que su padre le había entregado el control tres años atrás.
Kerry era la última persona con quien Edward quería conversar de nada, en especial de su hermana, quien él claramente adoraba, como lo hacían sus otros siete hermanos. Jessica, al ser la única muchacha, era idolatrada.
Ninguno de sus hermanos se puso demasiado contento cuando el padre anunció que ella contraería matrimonio con Edward cuando tuviese la edad suficiente.
Edward no había dicho ni que sí ni que no, simplemente había aceptado que Jessica sería, algún día, su esposa. Pero, en algún momento del camino, surgieron las complicaciones. Una sorprendente complicación llamada Isabella Swan.
—¿Realmente no te preocupa Kerry, verdad?
Edward cayó en la cuenta de que no había oído ni una sola palabra de lo que Jessica le había dicho.
—¿Preocupado por Kerry? —se burló él, extendiendo el brazo para pellizcarle la mejilla, de la misma manera que hacía cuando era una niña—. En lo más mínimo. Aún recuerdo cuando era un pequeño renacuajo regordete, hundiéndose en el lodo en el abrevadero porque era demasiado gordo.
—Eres un hombre malvado por recordar tal cosa. —Jessica rió—. ¡Pobre Kerry! Estaba metido en el lodo hasta las rodillas cuando mis hermanos lograron sacarlo de allí. Hasta este día, tenemos prohibido mencionarlo, y se vuelve del tono más rosado si lo hacemos. No apreciaría tampoco tu referencia a su talle. Le agrada creer que es de huesos grandes. Deberías avergonzarte.
—Ella le meneó el dedo, aunque se le reflejaba la diversión en los ojos—. Aún te culpa por ese día, ¿sabes?
—¿A mí? ¿Qué hice yo? Simplemente era un espectador.
—Tú, milord, no conoces el significado de la palabra. Pero sospecho que no has planeado lo que sucedió, por lo que supongo que debes ser perdonado.
— ¡Qué misericordiosa! ¿Cómo ha estado Kerry estos días?
—Más serio que nunca —respondió con un suspiro—. No creo que sepa cómo sonreír. De seguro, todos los ángeles del cielo dejarían de cantar y el mundo se detendría con un chirrido si lo hiciese alguna vez.
Edward rió.
—Se oye como Kerry. Siempre me pregunto qué le habrá hecho la vida para volverlo tan triste.
Jessica se encogió de hombros.
—Supongo que simplemente tiene una gran carga sobre los hombros. El problema es que no sabe cómo lograr el equilibrio. No como tú, que parece que nada te molesta. Siempre estás en el patio jugando con los niños de la aldea, arrojándoles balones a los pequeños y llevándolos sobre tus hombros. Nunca he visto a un adulto disfrutar tanto de los mozuelos. Eres de primera, pero no dejes que lo que digo se te suba a la cabeza ahora.
—No soñaría con eso.
—Bien —dijo ella, levantándose de la silla y merodeando por la oficina—. En cuanto a Kerry, creo que piensa que no lo tomarán en serio si no da la apariencia de un hombre serio.
—Con el dedo, dibujó círculos sobre el borde superior del globo terráqueo de Edward y le echó una mirada—. Quizás tú puedas hablar con él.
—Ah, no. —Negó con un movimiento de cabeza—. No me metas en eso.
—¿No lo harías por mí? —Le dedicó un mohín experto. Era obvio que había estado acudiendo al instituto de artimañas femeninas mientras él estuvo fuera.
Con mohín o sin él, Edward nunca había sido bueno para negarle nada.
—Bien —acordó con un suspiro de resignación—. Pero si intenta hacerme tragar los dientes, le devolveré el favor.
—Me aseguraré de que se comporte bien.
Edward dudaba de que el hombre supiese el significado de «comportarse bien». Si no fuese por la envidiable suavidad que su hermana provocaba en él, Kerry Trelawny no habría tenido ni una cualidad que lo redimiese.
Sin embargo, Jessica provocaba ese efecto en todo el mundo. Su determinación era infecciosa, aunque había una sola persona que no había logrado contagiar nunca. Mike se convertía en alguien absolutamente letal a su alrededor, y en el único momento en que Jessica arrugaba el entrecejo era cuando Mike estaba en los alrededores.
Era una pena que ellos nunca hubieran logrado agradarse mutuamente; algo le decía a Edward que Jessica podía corregir a su medio hermano a latigazos. Pero apenas si habían logrado tolerarse desde que eran niños, intercambiando miradas de odio cada vez que sus caminos se cruzaban.
Edward recordaba con claridad el día en que su hermano decidió que era su deber quitarle a Jessica sus maneras hombrunas al besarla bajo un pino, un error que casi convierte a Mike de ser un semental a ser un caballo castrado.
—¿Entonces? —Jessica preguntó.
Edward enarcó una ceja.
—¿Entonces, qué?
—No seas evasivo, hombre malvado. Quiero saber de ella.
—¿De ella; de quién?
—De la señorita inglesa. —Jessica apunto al cielo con la nariz e hizo de cuenta que tenía una taza de té en las manos. Levantó el dedo meñique, se llevó la taza a los labios y batió las pestañas como alas de murciélago.
—Te ves ridícula.
Jessica le contestó con un gruñido poco femenino.
—Como ella, sospecho.
—No bebe el té de esa manera.
—Ah, ¿puedo preguntar a qué más le has estado prestando atención? No creas que no me di cuenta de que astutamente has cambiado el tema de conversación hace unos minutos. Soy muy lista como para dejarme engañar.
—De hecho, sí que lo eres. —Él había cambiado de tema a propósito. No quería discutir el asunto de Bella, especialmente cuando él mismo no podía decidir qué hacer.
—Deja ya de balbucear y habla —incitó Jessica—. Quiero saberlo todo.
Algo le decía que el interrogatorio sería profundo y extenso.
Con un suspiro de resignación, dijo:
—Dispara a voluntad.


3 comentarios:

Vianey dijo...

Jessica hace su aparicion y por el momento me cae bien, la que me preocupa es Bella por la hostilidad de la gente asi como cuando sepa del compromiso de edward.

nydia dijo...

me encanto pero por lo visto creo que no todos estan contentos con ella alli espero su relacion con Jessica sea buena.....Besos...

sory78 dijo...

Edward no esta actuando bien ocultándole a Bella su compromiso y Jessica va a ser una bruja con ella se las da de buena pero eso lo se lo cree ni ella.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina