miércoles, 5 de octubre de 2011

La novia robada del highlander capitulo 4


Capítulo 4
Edward se pasó una mano por el cabello y maldijo por lo bajo. ¡Qué maldito día! Primero, secuestradores, ahora eso. No quería ni pensar qué podría suceder a continuación.
No estaba seguro de qué le había motivado a acusar a Carlisle de ser desleal. Su tío siempre había estado a su lado. Había sido su mentor cuando su propio padre había estado demasiado ocupado, y le había ayudado a superar algunos de los peores momentos de su vida. Cuando Edward finalmente había aceptado cumplir su deber legítimo y había tomado el lugar de su padre como señor de sus tierras, Carlisle había cacareado de alegría como un gallo. Debería disculparse en la mañana. Ahora, sin embargo, debía ocuparse de su propia carga.

Edward giró hacia la cama, esperando encontrar a Bella aún dormida, pero descubrió un par de somnolientos ojos azules clavados en él con curiosidad.
—¿Dónde estamos? —murmuró ella, con el cabello enroscado sobre la cabeza como una nube dorada, lo que provocó en Edward el deseo de acariciarlo con los dedos. No había sido capaz de contenerse de enredar un mechón en la mano cuando la había llevado en brazos hacia el piso superior.
—Estamos en una hostería en las afueras del límite norte.
Ella se sentó contra los cojines.
—¿Te detuviste por mí?
—No, en absoluto. —Aunque, en verdad, ella había sido su principal preocupación. Estaba acostumbrado a recorrer largas distancias sin detenerse, pero el viaje habría afectado a Bella en gran medida.
Parecía ser tan frágil, y él se preguntaba cómo lo sobrellevaría. Quizás debería haberle llevado a un lugar diferente, o haberle dejado con otra persona. No había pensado con claridad.
Había otros asuntos que considerar además de la reacción de su clan. Estaba Jessica, también.
Conocía a Jessica desde que eran niños, y aunque pertenecían a clanes opuestos, los conflictos no les habían afectado. Oh, él había intentado mostrarse severo con ella. Un niño de ocho años fingiendo ser un poderoso líder de guerra, y ella con sus cinco años le perseguía por todos lados, pensando que él era ridículo pero que, no obstante, valía la pena el esfuerzo. A medida que transcurrieron los años, él había llegado a valorar su amistad.
¿Qué pensaría ella de esa nueva invitada de la casa?
—En general, hacemos aquí una parada antes de continuar —dijo él—. El terreno a lo largo de la línea de la costa puede llegar a ser peligroso después del anochecer, y hay que considerar a los clanes limítrofes.
Bella arrugó el entrecejo levemente.
—¿Clanes limítrofes?
Edward miró por la ventana hacia la noche despejada, la luna en la cima de las ramas de los árboles bañados en sombras.
—Existen cuatro clanes limítrofes, y monitorean con ferocidad quién va y quién viene, especialmente si huelen de que se trata de ingleses.
—¿Qué diferencia hay si la persona es inglesa? La discordia entre Inglaterra y Escocia no existe más.
—Existe en las mentes de algunos escoceses perseverantes. Tenemos buena memoria y tenemos inclinación a aferramos a nuestras costumbres. Los escoceses podemos ser un grupo desconfiado por naturaleza.
—Has dicho «tenemos». ¿Te consideras escocés, entonces? Te pareces mucho más a un inglés. Tu acento es impecable.
Edward giró hacia ella y se reclinó con el hombro contra el muro, algo en las palabras de Bella tocó una llaga en él.
—A pesar de mi exterior caballeroso, soy uno de esos escoceses bárbaros.
El goce en los ojos de Bella se apagó un poco, y Edward se maldijo a sí mismo, sabiendo que ella no le había estado juzgando como tantos otros, sino que simplemente le preguntaba por curiosidad.
—Hablo así porque me facilita las cosas —dijo él— y prefiero tener la menor cantidad de problemas posible.
—Comprendo. —Desvió la mirada de él y comenzó a juguetear con la manga del vestido.
—¿Y qué es lo que crees comprender?
Ella le echó una rápida mirada de soslayo.
—Que tú crees que yo te causaré problemas. No tienes por qué preocuparte, soy perfectamente capaz de cuidarme sola. Por lo que si deseas viajar si mí, estaré bien.
Edward se contuvo antes de sonreír. La muchacha no solo era valiente sino testaruda también, y quizás tenía una saludable dosis de carácter, lo que podría llegar a ser interesante.
—¿Siempre sacas conclusiones apresuradas? —le preguntó. Se alejó del muro y se detuvo junto al borde de la cama, observando cómo los ojos de Bella se abrían más y más con cada paso que daba.
Le acarició la mejilla con un dedo, lo que dejó a Bella incapaz de tener un solo pensamiento coherente mientras él surgía ante ella, grande y fuerte.
En la débil luz, con pelos de barba manchándole la quijada y el cabello levemente revuelto,
Bella entendió que su afirmación no había sido en vano. No era el refinado caballero que ella había creído. Simplemente había hecho lo que la sociedad inglesa esperaba de él mientras estaba inmerso allí.
Ahora que estaba lejos de Londres, podía ser él mismo, la mera posibilidad de que ocurriese le provocó un escalofrío. Había creído que él sería el hombre cortés y educado que había sido hasta ese momento, aunque un poco distante. Ahora, al mirarle a los ojos, vio allí un fuego contenido, y todo en su interior respondió a eso.
Se humedeció los labios.
—Si me he equivocado, por favor, perdóname. Simplemente no deseo ser una carga.
—¿Te he hecho sentir como si lo fueras? —le preguntó vertiéndole la voz sobre ella como seda.
—No, pero…
—¿Confías en mí? —La encontró con la mirada, y todas sus preocupaciones desaparecieron. Quizás no lo comprendía del todo, pero sí confiaba en él.
Asintió con un movimiento de cabeza.
—Pues bien —murmuró él, posando la palma de la mano sobre su mejilla y el dedo pulgar alisándole la piel, lo que provocó en Bella el deseo de cerrar los ojos e inclinar la cabeza para recostarse en la calidez de la mano.
El momento se rompió con un golpe a la puerta. Edward bajó la mano antes de girar hacia la puerta y decir con brusquedad:
—Adelante.
Un hombre grueso asomó la cabeza.
—El baño de la señora está listo, milord. ¿Lo ingresamos?
Edward indicó al hombre que entrara con un ademán.
El posadero ingresó a la habitación seguido de dos muchachos, con ambos rostros angelicales manchados de suciedad y los pequeños pies descalzos. Bella se compadeció por ellos. Deberían estar en la cama a esa hora, y no acarreando agua para su baño. De seguro, se sentiría divino, pero era innecesario, ya que había tomado un baño esa misma mañana.
Desplazó las piernas hasta el borde de la cama, caminó hasta el gabán y tomó el monedero con cuentecillas. Sacó dos monedas y giró para entregar una a cada muchacho, pero una mano en la muñeca la detuvo. Levantó la vista y encontró a Derek arrugándole el entrecejo.
—Guarda eso —le dijo con una voz que no dejaba lugar a la réplica.
—Pero yo…
—Me encargaré del asunto. —Hablaba con voz calma, pero la dura mirada decía algo completamente distinto.
Se apartó de ella y condujo a los muchachos y al propietario fuera de la habitación.
Permaneció con ellos durante un momento y entablaron una conversación en voz baja antes de que la puerta se cerrase con un chasquido.
Estaba ahora sola con él.
Otra vez.
Volvió a sentir deseo, imágenes de él dándole un baño, o tomando el baño con ella, con un paño húmedo y cálido frotándole sobre los hombros y el pecho… y más abajo.
Sin embargo, una mirada le indicó que tomar un baño, con o sin ella, era lo último que él tenía en mente. Su alta figura irradiaba tensión mientras la observaba con los ojos entrecerrados.
—Nunca más meterás la mano en tu monedero para nada. ¿Comprendes? Si necesitas algo, acudirás a mí.
Bella lo miró fijo, sorprendida por tal vehemencia y audacia. A ella no le faltaba el dinero ni la capacidad de decidir cómo gastaría sus fondos. Esas monedas no le harían más pobre y de seguro, habrían ayudado a esos dos muchachos.
—No es posible que te haya entendido correctamente.
—Me has entendido correctamente.
—A mí nadie me dice lo que tengo que hacer.
—Lo he notado. Ahora, ¿necesitas ayuda para desvestirte?
El cambio de tema, rápido como un rayo, dejó a Bella momentáneamente desorientada.
—¿Perdón?
—Debe de haber al menos dos docenas de botones para desabrochar. Nunca entenderé por qué hacen las prendas femeninas tan frustrantes. Pequeñas cuentas de perlas que van desde el cuello hasta tu… —Arrugó el entrecejo—. No tiene ningún maldito sentido.
El prospecto de que él le ayudara a desvestirse le resultaba a la vez atractivo y desconcertante.
—No sé en qué estás pensando, milord. Si esperas algún tipo de recompensa por tu generosidad, te lo agradeceré, pero nada más.
Edward la observó durante un instante, luego echó la cabeza hacia atrás y rió.
—¿Crees que estoy intentando seducirte? —Indicó la tina con un ademán—. Simplemente intento asistirte mientras el agua aún está caliente.
El hombre era en verdad despreciable. ¿No podría haber expresado sus intenciones desde el principio?
—Gracias por el ofrecimiento, pero si eres tan amable de enviarme una doncella, de seguro estaré bien.
Él negó con un movimiento de cabeza.
—No hay doncellas aquí, me temo.
—Debe de haber una. Cualquier mujer servirá, ¿la esposa del propietario, tal vez?
—No tiene esposa.
—¿Una camarera, entonces? ¿No vas a decirme que no hay ninguna?
—Hay muchas, pero no querrías que ninguna de ellas te ayude.
—¿Y por qué dices eso?
—Tienen inclinación por robarles a las personas sin que lo noten.
Bella se mofó.
—El posadero nunca permitiría que suceda una cosa así.
Edward enarcó una ceja.
—El propietario se queda con la mitad de todo lo que toman.
Bella lo miró fijo.
—¿Quieres decir que aprueba lo que hacen?
—Él insiste sobre eso. ¿Te ha parecido que el hombre era un santo?
Bella no había sido nunca una mujer que juzgara a primera vista, pero era verdad que había algo de malvado en el posadero, y tenía algo moderadamente siniestro en los finos labios, y la manera en que la había observado cuando se marchó, le había resultado un poco escalofriante.
Le había recordado a la manera en que James siempre la miraba.
Bella levantó la barbilla.
—Si lo que dices es verdad, ¿entonces por qué te hospedas aquí?
—Porque el hombre sabe bien que no soy un pichón que pueda desplumar.
A pesar de que el tono de voz era calmo, Bella se estremeció. ¿Cómo no lo había notado antes? Él era peligroso. Debería venir con un cartel para advertir a los desprevenidos.
—Pues bien —dijo ella con las manos en las caderas—, supongo que deberé ingeniármelas sola.
Edward se cruzó de brazos sobre el pecho con una media sonrisa diabólica.
—¿Estás segura?
El corazón de Bella dio un vuelco.
—Así es.
Él suspiró.
—Debo marcharme, entonces. —La manera cansina en que caminó hacia la puerta fue tan cómica que Bella tuvo que reprimir una sonrisa. Edward miró por sobre el hombro al tiempo que tomó el picaporte—. Si no hay nada más que pueda hacer…
Bella sintió un extraño descontento al verle partir.
—Pues, sí. Hay algo.
Él levanta las cejas de tal modo que ella entendió lo que Edward había creído de qué se trataba. Arrugó el entrecejo, y él tuvo el buen tino de mostrar su disgusto.
—¿De qué se trata?
Bella se mordisqueó el labio inferior.
—Puede sonarte extraño, pero…
—¿Sí?
—Pues, siempre he sentido curiosidad sobre la vida de las mujeres que tienen un empleo.
Él se vio confundido.
—¿Porqué?
—Me agradaría saber qué se siente ganar mi propio dinero.
—No desees algo que en realidad no querrías. Los días son largos y el trabajo es desagradable. Cualquiera de ellas daría un ojo de la cara para intercambiar lugares contigo.
—He pensando en escribir sobre el tema, ¿sabes? Desde una perspectiva femenina. ¿Has notado alguna vez que todos los artículos periodísticos están escritos desde el punto de vista masculino?
Edward rió entre dientes.
—Me temo que no es exactamente un concepto nuevo.
—Entonces, de seguro es tiempo de un cambio.
—¿Y crees que puedes llevar a cabo ese cambio?
—¿Crees que no puedo?
—No tengo ninguna duda de que puedes hacer cualquier cosa que te propongas, pero a lo largo de la historia, las escritoras han sido apedreadas verbalmente. Una mujer como esa debería ser muy fuerte como para sobrevivir a las hondas y las flechas.
—Soy mucho más fuerte de lo que parezco. —Bella levantó la barbilla.
Esos ojos azul cobalto la evaluaron minuciosa y malvadamente.
Una sensación de fuego e indignación creció en ella.
—No me refería a la fuerza física, milord.
—Sin embargo, debes admitir que no pareces exactamente del tipo fuerte.
—¿Y de qué tipo parezco?
—¿La verdad?
—Por supuesto.
—Pareces… mimada. No puedo imaginar que hayas tenido un día de ardua labor en tu vida.
Bella lo miró fijo, sorprendida y herida por tal apreciación.
—¿Mimada? Déjame decirte que nunca he sido mimada en toda mi existencia. Pasé buena parte de mi vida en la costa de Cornwall, que no es un lugar adecuado para mujeres consentidas.
—No hay necesidad de que te defiendas ante mí. Has nacido una dama. No espero que conozcas un estilo de vida diferente al que has tenido.
No parecía creer que una dama valiera demasiado. Pues bien, debería demostrarle que estaba equivocado.
—Soy mucho más capaz de lo que imaginas.
—Y estoy deseando que me reveles cada una de tus habilidades. —Tal comentario sonó seductor, y se correspondía con el brillo en la mirada de Edward—. Pero, ¿creo que estabas elogiando las virtudes de las mujeres trabajadoras?
—Simplemente estaba diciendo que me agradaría conocer un poco más el estilo de vida diario de esas mujeres. Quizás si alguien expusiese las condiciones en las que se ven forzadas a trabajar, las cosas podrían cambiar.
—Es un bello pensamiento, pero no sucederá.
—¿Por qué no?
—Porque a la gente debería interesarle, y muy pocos lo hacen.
—A mí me interesa. De hecho, podría empezar mi investigación con las mujeres de aquí.
—No querrías asociarte con este tipo de mujeres en particular.
—¿Por qué dices eso? No le temo al robo.
—No es el robo lo que me preocupa. Más bien, que atienden a los clientes masculinos.
—¿Atienden?
—Decir que prestan un servicio, quizás sea más adecuado.
La imagen de una mujer de rodillas y un hombre con una mirada carnal inundó la mente de Bella.
—Ah.
Un rubor le acaloró las mejillas.
Edward rió.
—Ah, claro que sí.
Bella apoyó las manos en las caderas: no lo encontraba divertido.
—¿Imagino que conoces los talentos de esas mujeres de primera mano?
No estaba segura qué le había llevado a hacer tal pregunta, o por qué la idea de Edward en los brazos de una de las camareras de la taberna le molestaba. El no le pertenecía, como ella tampoco le pertenecía a él. ¡Pero cómo quería hacerlo!
Edward se inclinó hacia adelante, inquietantemente cerca de su rostro. El cálido aliento le resoplaba sobre el cuello; los labios a un cabello de distancia de su oído. Después, dijo con una voz calma en apariencia:
—La respuesta es no. Nunca he perdido mi tiempo con ninguna de las camareras. ¿Te deja eso más tranquila?
—Estoy perfectamente tranquila. —Era el cuerpo el que se sentía extrañamente tenso—.
Pero estábamos conversando sobre la situación apremiante de las camareras. Dudo que en verdad quieran robar o… —una sensación de calor le inundó las mejillas— hacer esa otra cosa.
—El sexo es una cosa muy natural entre un hombre y una mujer, ¿sabes?
Bella rogó que los pensamientos no se le revelasen en el rostro.
—Por supuesto. Sin embargo, eso no significa que yo pueda hacer el amor con un hombre sin amarlo.
El silencio que sucedió después del comentario cayó sobre ella como gruesas olas, y Bella sospechó que Edward pensaba que ella era provinciana y ridícula.
No era tan inocente como para no entender que la gente copulaba solo por placer. Tenía la sospecha de que Edward lo hacía todo el tiempo. No parecía ser un hombre que negara sus necesidades físicas.
—Tu compromiso es admirable —dijo él finalmente—. Debes aferrarte a tus convicciones.
No deseches lo que tienes para ofrecer; el hombre correcto hará cualquier cosa para tenerte.
La intensidad de la mirada de Edward le cortó la respiración.
—¿Realmente lo crees? —preguntó con suavidad.
—Sí. —Luego, se inclinó y la besó.
Bella se sentía arder. Las llamas del deseo le lamían la piel, pidiendo a gritos ser aplacada.
Las cosas que un simple beso podía lograr, la exquisita presión que creó cuando inclinó los labios sobre los de ella, suaves gemidos arrancados del fondo de la garganta. Se sintió nerviosa, como una extranjera en su propio cuerpo.
Tentativamente, deslizó los brazos sobre los hombros de Edward, siguiendo los lustrosos y musculosos contornos hasta el cuello para enredar los dedos en el grueso y sedoso cabello, como había deseado hacer durante semanas.
El dolor que le había comenzado en el pecho se convirtió en un latido sordo entre los muslos, incrementándose con cada caricia de su lengua.
Él rompió el contacto, dio un paso hacia atrás, luego otro, como si intentara escapar.
Bella estaba agradecida. Era demasiado masculino y hermoso, demasiada tentación. Y, aunque él pudiese sentir deseos de ella, nada bueno podría resultar de eso.
—Es tarde —dijo con una voz áspera.
—Sí —susurró ella, abrazándose la cintura con los brazos.
Sin decir más, caminó hacia la puerta dando largos pasos. La abrió y la cerró sin producir el más mínimo sonido. Se había ido; solo quedó el débil aroma de sándalo para marcar su territorio.

2 comentarios:

Vianey dijo...

Las cosas se ponen muy interesantes, lo malo es que tengo la sensacion de que Bella saldra lastimada a cauda de los sentimientos hacia edward; en fin ya veremos que pasa.

nydia dijo...

dios esto se pone interesante aunque no sabes que va a pasar cuando se encuantren con Jesica....Besos nena,me encanto....

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina