martes, 1 de noviembre de 2011

La novia robada del highlander capitulo 23

Capítulo 23
Edward arrancó el tapón del decantador de brandy. En lugar de servirse la medida normal de dos dedos, se sirvió cuatro. Luego, cinco. Bebió la mitad del brebaje en el primer trago y cerró los ojos.
Casi había perdido a Bella esa noche. Su incapacidad de protegerla casi le había costado la vida a la mujer que amaba, y todo había sucedido bajo sus narices, y él sin darse cuenta de nada.
Había estado tan seguro de que podría salvar a Bella de cualquier peligro que pudiera presentarse, pero cuando el momento de la verdad se presentó, había sido Mike quien la salvó.
Mike, quien había salvado a Jessica.
Mike, quien había salvado a Edward mismo.
—s–
Bella miraba hacia afuera por la misma ventana frente a la cual Edward se había parado recientemente. ¿Qué había visto él cuando miró a la nada oscura del cielo nocturno? ¿El mismo vacío que veía ella ahora? ¿Un vacío que igualaba a como ella se sentía por dentro?
¿Qué la retendría allí ahora? James estaba muerto. La había perseguido durante mucho tiempo, y luego en cuestión de minutos, la amenaza había sido eliminada. Había vivido bajo esa coacción durante tanto tiempo que le resultaba difícil de creer que ahora ya no existía.
En ese momento tenía que enfrentar la razón real por la cual debía partir: amaba a Edward.
Él había salido de sus sueños, de sus fantasías, y había ingresado en su corazón y en su vida. Se merecía una mujer completa, no una mujer infértil.
La escarlatina le había dejado incapaz de tener hijos, y ¿ningún hombre aceptaría eso? Los hombres deseaban herederos que continuasen con la descendencia familiar.
lice caminó hasta ella y posó una mano sobre el hombro de Bella.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó.
—Simplemente estoy cansada. —Los pensamientos no la dejaban en paz.
—Nuestras vidas están cambiando.
—Lo sé. Parece ayer cuando escalábamos las rocas en Meadow's Cove —dijo Bella.
—O cuando seguíamos a las gaviotas por la playa.
—Hemos crecido.
—Parece que sí —murmuró Alice—. Es un poco aterrador.
—Tú nunca has tenido miedo en tu vida. Es mi territorio.
Alice ladeó la cabeza, una mirada incrédula en el rostro.
—¿No crees eso en verdad? He tenido miedo en muchas más ocasiones de lo que me agrada admitir.
—Nunca lo he visto.
—Porque no quería que el mundo viese lo cobarde que soy.
—¿Tú?
Alice asintió con un movimiento de cabeza.
—Desearía que no fuese así, pero es verdad. Nunca antes había notado lo aterrorizada que estaba hasta que Jasper apareció en mi vida. Había construido un muro a mi alrededor luego de la muerte de mis padres, negándome a ver las cosas como realmente eran. Fue peor cuando mi abuela y George fallecieron. Me sentí tan sola, tan indefensa. Pero te tenía a ti —dijo ella con una sonrisa, aferrándose con más fuerza a las manos de Bella—. Tú fuiste mi salvación.
—Y tú, la mía.
—Y ahora eres libre.
Sin embargo, ¿qué le daba exactamente esa libertad?
Llevando a Bella hasta la cama, Alice la invitó a sentarse.
—¿Por qué no le dices a Edward lo que sientes? No puedes negarlo, está en tus ojos. Y en los de Edward.
Bella fijó la mirada en sus manos.
—Una relación entre nosotros no es posible.
—Es un hombre libre, y tú eres una mujer libre.
—¡Pero no soy una mujer completa! —gritó Bella.
Alice suspiró. Sonoramente.
—Dios santo, Isabella, dime que no irás a basar tu futuro en algo que puede ser verdad o no. Quizás sí eres capaz de tener hijos. Muchos hijos, de hecho.
—Pero el doctor…
Alice descartó el comentario con un ademán de la mano.
—Probablemente era un viejo bobo que blandía un libro de teoría que había aprendido en su juventud. ¿Has visto a otro doctor desde aquella vez?
—No.
—Por lo que sabes, quizás sí eres fértil.
Bella consideró la posibilidad cuidadosamente.
—¿Qué sucede si no lo soy?
—Hay muchos niños huérfanos que se sentirían bendecidos de tener una madre tan adorable. Y cualquier hombre que te ame, que te ame de verdad, permanecerá a tu lado.
Quizás eso era lo que Bella temía aun más que ser infértil; que el hombre que eligió amar no la amase lo suficiente. Tenía miedo de arriesgarse.
—Piénsalo, ¿lo harás? —preguntó Alice en voz baja—. Tu felicidad significa todo para mí.
—Y la tuya, para mí. ¿Jasper te hace feliz?
Los ojos de Alice brillaron.
—Estoy completamente enamorada de mi esposo. Tengo que pellizcarme todos los días para asegurarme de no estar soñando. —Tomó las manos de Bella—. Y te deseo ese mismo amor para ti. Cree en ti misma como yo creo en ti.
Alice asintió con un movimiento de cabeza y observó a su amiga partir, deseando con todo el corazón que pudiese tener lo que Bella tenía: un amor que duraría toda la vida.
—s–
Edward tenía la mirada fija en el fuego y escuchaba el reloj sobre la repisa de la chimenea dar las tres de la mañana. Incluso con varios vasos de brandy encima, no podía conciliar el sueño. La mente volvía una y otra vez a imágenes de Bella.
La manera en que se venía la noche que se conocieron, enfundada con el vestido de tela de seda de un tono limón que no podía compararse con la luz del sol de la sonrisa.
La manera en que se reía cuando cabalgaba a caballo.
Cómo los ojos se le encendían cuando hablaba de sus padres o de lady Alice.
Y la manera en que esos mismos ojos lo miraban cuando le hacía el amor, como si él fuese el único hombre en el mundo, encendiéndole el alma en llamas.
Un crujido en una tabla del suelo obligó a Edward a girar sobre la silla. Una figura emergió desde las sombras.
—¿Bella?
Ella llevaba puesto un salto de cama sobre el camisón. El hermoso rostro de la mujer tenía una mirada que él no pudo interpretar. Se puso de pie.
—¿Estás bien? ¿Te sucede algo?
Bella negó con un movimiento de cabeza. Había ensayado lo que quería decir, a sabiendas de que solo podría hacerlo si se sabía el discurso de memoria.
Sin embargo, ahora que estaba allí con Edward, quería que la tocase una vez más, que la besase una vez más. Otro recuerdo para atesorar cerca del corazón.
Le permitió que la llevase hasta el fuego, donde quedó de pie frente a él. Bella llevó las manos hasta los lazos del salto de cama, que luego quedó hecho un charco a sus pies.
Una cinta blanca serpenteaba delicadamente a través del canesú del camisón de seda. La desató jalándola de un solo tirón. Con el contorneo más mínimo, la tela se deslizó en una caricia susurrada sobre la piel de Bella y el cuerpo desnudo reflejó el débil resplandor del fuego.
Bella se inclinó hacia adelante y lo besó, las manos acariciaron hacia arriba la camisa de suave algodón y los dedos se enroscaron en la cabellera de Edward.
La guió hasta sentarla en el sofá. La erección era una dura y caliente extensión sobre el vientre de ella, y Bella se movió con urgencia contra él, deleitándose con el hambriento gemido que se gestó en la garganta de Edward y la manera en que tensaba las manos a los lados del cuerpo de ella.
Desplegó las piernas alrededor de las caderas de él; la pelvis rechinaba contra la de él.
Edward le rozó los labios a lo largo de todo el cuello, prodigándole besos en cada centímetro de la piel, calentándola desde adentro hacia afuera, haciéndola temblar de vivo deseo.
Edward dibujó un camino con los labios por el valle de los pechos. Bella se mordió el labio al tiempo que la grande y cálida mano de él se posó sobre un seno, tomándolo, masajeándolo, suavemente jugueteando con el pezón hasta que quedó erecto.
La mano de ella se movió instintivamente hasta la pretina de los pantalones, deslizándola con provocación sobre la erección mientras la boca de Edward se posaba sobre la de ella con creciente pasión.
Bella se sintió rodeada por una delirante neblina, perdiéndose más y más con cada segundo transcurrido. Los dedos se movían con frenesí para desatar los botones de la camisa, luego los pantalones. Las manos de ambos trabajaban con prisa para liberarse.
Bella arqueó la espalda cuando la boca de Edward se cerró sobre un pezón. El cuerpo se retorcía debajo de él, con deseos de más.
Con una mano, encerró las dos muñecas de Bella cual grillete, sosteniéndolas sobre la cabeza mientras la mano libre viajaba por el lado del cuerpo de ella, con gentileza, pellizcándole la cintura, la calidez de la palma de la mano apoyándose sobre el vientre, masajeándola en lentos círculos, volviéndola prácticamente loca de deseo.
Quería las manos de Edward allí abajo, con el dedo deslizándose entre los húmedos pliegues.
Podía sentir lo lista que estaba, cuan húmeda y palpitante. La tensión era casi demasiado para soportar.
Liberó una de las manos y se aferró al antebrazo de Edward. Los dedos se enterraron en la tensa banda de músculo, y se irguió para depositar un beso sobre la pequeña e irregular cicatriz.
La observaba al tiempo que ella le rozaba los labios con mucha suavidad sobre la herida, sin quitarle los ojos de encima nunca mientras le lamía suavemente la piel con la lengua.
Un gemido ronco viajó por la garganta de Edward hacia arriba antes de que los labios se posasen sobre los de ella en un beso demandante que le robó a Bella los sentidos. El calor que manaba el cuerpo de él era embriagador e intoxicante, mientras una pesadez se le gestaba en la juntura de los muslos de ella.
Edward la tomó de la mano y la llevó hasta el muslo interno de manera que los dedos de Bella rozaran la dureza centrada allí. El cuerpo de ella tembló mientras él le llevaba los dedos hacia arriba. Bella tenía la mano izquierda contra la rígida extensión de él. Ella lo escuchó respirar profundamente.
Era muy viril, tenía un cuerpo muy celestial. Un hombre en lo mejor de su vida, pero con una madurez templada que lo volvía aun más intoxicante.
Ella lo tomó de la erección, masajeándolo, sintiéndolo hincharse. Una corriente de aire siseó entre los dientes de Edward cuando ella lo tomó y lo rasguñó suavemente con las uñas.
Cuando ella levantó la mirada hacia él, vio una pasión casi incontrolable. Rodó hasta colocarse de espaldas y la llevó sobre su regazo. Ella puso los muslos desnudos a horcajadas sobre él. Meneó la erección contra el sexo de ella.
Le tomó los senos, y Bella gimió al tiempo que le acariciaba los rígidos picos con los pulgares, volviéndola ciega de deseo mientras jugueteaba, rozaba y giraba los pezones entre los dedos. Los labios internos se ciñeron para dar paso a un retorcijón palpitante muy profundo en ella.
Él la tiró hacia adelante, y le lengüeteó un pezón, lo humedeció, dibujó círculos, lo lamió, el cuerpo de ella se aceleraba a cada segundo.
Se movió hasta el otro pezón para prodigarle la misma atención antes de tomarle los senos y presionarlos juntos, llevándose un nudo sensitivo a la boca y luego dirigiéndose al otro para ofrecerle lo mismo.
Lo único que Bella podía hacer era aferrarse a los hombros de Edward y rogar no desmayarse de placer.
El primer roce del dedo contra el hinchado clítoris provocó una sacudida en Bella; la punta erecta estaba caliente y exquisitamente sensitiva, llevándole éxtasis a través de las venas mientras la boca de él creaba húmedos senderos entre los pechos.
Bella se retorció, ciega por el dulce alivio que sabía que él podía darle, hasta que arqueó la espalda, todo el cuerpo se le tensó, relámpagos se juntaron muy profundo en ella y se elevó en un espiral ascendente al tiempo que la primera convulsión la recorrió toda, seguida por una segunda y una tercera y una cuarta mientras Edward deslizó un dedo en ella y la funda de Bella se ciñó alrededor de él con cada contracción.
El comenzó a bombear, elevándole el deseo una vez más. Bella se retorció, deseando que él se introdujese más profundo, y escuchó el violento gemido. Rechinó la cadera contra él, y
Derek la tomó de las muñecas, inmovilizándoselas junto al cuerpo mientras la miraba fijo a los ojos.
Con una profunda, casi desesperada, inspiración, se inclinó hacia atrás y se deslizó en ella.
La inflamada tersidad a su alrededor al tiempo que él comenzó a bombear; el cuerpo de Bella suspiraba con él en cada penetración.
Edward la mecía. Surgían zambullidas a paso cada vez más acelerado. Tenía el rostro arrugado con la expresión de que estaba sintiendo algo cercano a la angustia. El sudor le humedecía el ceño mientras hacía el esfuerzo por ir más lento, deslizándose fuera de ella por completo en el instante después para masajearle el nudo entre los dobleces húmedos con su caliente y sedoso pene.
Bella emitió un grito con otro orgasmo explosivo. Enterraba las uñas en la espalda de Edward al tiempo que se zambullía en ella otra vez, aferrándose al trasero de ella con las manos, tirándola más cerca contra la entrepierna mientras se hundía profundamente.
De repente, le rodeó la espalda con el brazo como una serpiente y la giró de manera que ella terminó sobre las manos y las rodillas. La tomó de las caderas y se volvió a deslizar dentro de ella. El pasadizo de Bella se cerró con fuerza alrededor del pene mientras la acariciaba con él, hacia adentro y afuera.
Edward extendió el brazo por debajo de ella y le comenzó a masajear el nudo inflamado.
Tenía la cabellera hecha un salvaje enredo alrededor del rostro. La larga extensión le caía por los hombros y los tensos pezones se veían en punta a través del velo dorado cada vez que él la penetraba.
Completamente ida, Bella gimió su nombre cuando él se meneó en su interior hasta que otro destructor alivio le inundó el cuerpo, y finalmente él encontró su orgasmo también.
Edward la abrazó y la acunó, envolviéndole con los brazos cómodamente la cintura, con los dedos entrelazados, siendo el fuego un suave y cálido resplandor contra la piel de ambos. En ese momento, no existían los males del mundo, y todo lo que significaba algo para ella estaba allí en el sillón abrazándola con fuerza.
Sin embargo, la realidad se inmiscuyó demasiado rápido. Había cosas que debía decirle, y si no las decía ahora, quizás nunca jamás sería capaz de hacerlo.
Bella lo miró a los ojos, y lo que vio le hizo dar un vuelco al corazón. Ella lo amaba. Lo único que supo fue que quería estar con él, pero un desalentador obstáculo persistía.
—No puedo tener hijos —le dijo ella—. Soy infértil. Mereces saberlo. —Cerró los ojos—. Te mereces una mujer completa. Una que pueda engendrar a tu hijo.
Edward sonrió con amor.
—Yo sí que tengo una mujer completa. Y ella es hermosa, inteligente, valiente, sensual, audaz, testaruda, y magnífica. Su risa me llega al corazón. Su sonrisa me alimenta el alma. Tú eres la única mujer que quiero, Bella. ¿Creíste que te dejaría por eso?
Bella podía sentir las lágrimas colmándole los ojos.
—Yo… yo no lo sabía.
Edward la abrazó cerca.
—¿Por qué nunca le permites a otra persona cargar con tus cruces? No siempre tienes que ser tan fuerte.
—No soy fuerte.
Edward la obligó a levantar la vista.
—No conozco a ninguna mujer que pudiera haber enfrentado lo que tú esta noche de la manera en que lo hiciste. Has vivido en el infierno mismo, sin embargo, nunca te has acobardado.
Por favor, no lo hagas ahora. Ten fe en mí.
Bella sonrió con lágrimas en los ojos. Ese hombre, ese hombre hermoso y especial, era lo que le faltaba en la vida. Había creído que ningún hombre podría amarla y querer contraer matrimonio con ella.
Pero alguien allá arriba cuidaba de ella, y no dejaría pasar la oportunidad.
Parecía que el destino no era tan veleidoso, al final de cuentas.
Fin
muchas graciuas por los comentarios para esta historia y espero me acompañen en la otra y en las siguientes que tengo pensado subir y a lizzy por permitirme hacerlo y por pertener a esta comunidad...

3 comentarios:

nydia dijo...

OMG un final maravilloso y hermoso gracias por compartir esta historia con nosotras....Besos....

sory78 dijo...

Ha sido el mejor final me encanto fue muy dulce.... te seguiremos en tus otras historias.... besos

marissa dijo...

me gusto mucho,espero que sigas subiendo adaptaciones par4a que lo disfrutemos todas las aficionadas y gracias por hacerlo.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina