viernes, 17 de marzo de 2017

Castigando a Isabella capítulo 3


Capítulo tres


Ella había esperado durante un tiempo, mientras V buscaba entre sus ropas y encontraba su identificación Id, que él se asustaría y la liberaría. Pero el  traficante sólo se rio en su cara, un sonido que hizo eco entre los pasillos subterráneos con corrientes de aire donde mantenían a los esclavos a la espera de ser vendidos.

—Vamos, niña, ¿creías realmente que tu pequeña fuerza policial me  asustaría? — preguntó él mientras los dos hombres la desnudaban hasta la piel.
—He vendido princesas, sacerdotisas y presidentes en mis tiempos, así que ¿por qué debería preocuparme por vender a una agente de Intergal? ¿Recuerdas cuando desapareció hace unos años la sultana de Centauri Prime?
—¿Tú… tú estabas detrás de esto? —Isabella apenas podía creerlo. El caso había sido difundido por toda la galaxia puesto que la sultana era la gobernante legítima de uno de los planetas más grandes del sistema Alpha Centauri. Pero había desaparecido sin dejar rastro y sin que ninguna agencia policial o de detectives privados pudiera encontrarla.
—Lo estaba. — V sonrió, sus dientes blancos resaltaban en su cara oscura. — Ya ves, chica, parece que ella tenía un pretendiente decidido que la quería para sí pero ella le dio la patada. Él dejó saber que pagaría el rescate de un rey por tenerla, con o sin el trono de Centauri Prime. Yo fui más que feliz de cobrar la tarifa y ahora, en vez de gobernar a su pueblo, la altiva sultana está aprendiendo el delicado arte de la sumisión a su nuevo señor y maestro. — Soltó un agudo ladrido agudo de risa. —Probablemente sea un alivio para ella, chupar pollas es mucho más fácil que encargarse de la política de un estado, o eso me han dicho.
Isabella había estado a punto de replicar indignada cuando se dio cuenta de que los dos ayudantes de V estaban ajustándole uno de los arneses de cuerda plateada que había visto en los otros esclavos. Apretando los dientes, intentó luchar pero para añadir el insulto a la injuria, V la había sujetado con su propio conjunto de esposas inmovilizadoras y todo lo que ella podía hacer era mirar impotente como los ayudantes le ajustaban las cuerdas. Las propias cuerdas se adhirieron a su piel de forma inmediata como si estuviesen enrollándose alrededor de sus pechos desnudos y sus pezones blandos. Isabella se revolvió de forma furiosa aunque ineficaz cuando unos dedos ásperos le separaron los labios de la vagina y aseguraron un lazo de esa línea plateada alrededor de su sensible clítoris.
—¿Qué… qué es esto? —preguntó, mirando con disgusto los extraños hilos de plata que rodeaban sus pezones y el clítoris. No parecían apretar demasiado en  ese momento pero podía sentir la tensión en los nudos debajo de sus pezones y  sus clítoris, como si sólo estuviesen esperando alguna señal, algo que los activara. Se estremeció ante la idea y la piel de gallina que se extendió por toda su carne desnuda no tenía nada que ver con el aire frío ni con la humedad del calabozo en el que estaba.
—Esto, querida mía, son nudos de amor drusinianos. Habrás oído hablar de los drusinianos, ¿no? — Preguntó V. —Una raza entera dedicada a los placeres de la carne. Su planeta murió años antes de que los viajes interestelares lo hicieran accesible, pero tuvieron la precaución de almacenar sus logros por lo que, felizmente, su conocimiento no se perdió para nosotros. Observa. — Retiró una larga vara de madera de una de sus mangas ondulantes y acarició con la punta de la misma los pezones de Isabella. La varita liberó un gel de color rosa pálido que estaba frío al principio y después empezaba a calentarse mientras contactaba con las cuerdas plateabas que rodeaban sus capullos rosados.
Isabella jadeó cuando el cable cobró vida de repente, contrayéndose rítmicamente, apretando sus pezones hasta un estado de disponibilidad sexual como si un par de manos expertas estuvieran amasándole los pechos.
—¿Te gusta eso? — sonrió V mientras seguía viajando por el cuerpo de Isabella con la punta de la vara, recorriendo exhaustivamente las cuerdas que la ataban. Incluso insertó la varita en su coño y vertió una carga de gel profundamente en su interior a pesar de las protestas y movimientos de   Isabella.
—Los nudos de amor se tejen con una planta nativa de Drusinia y reaccionan a este compuesto, lo llamamos miel de amor, que se hace con la sabia de la misma planta.   Una reacción biológica natural hace que se contraigan y dilaten, lo   que, como tú misma puedes ver, es muy útil para mantener a los esclavos en un  estado avanzado de excitación. — La vara trazó el lazo que le rodeaba el clítoris haciendo que Isabella se tragara una maldición mientras una inyección de placer indeseado la atravesaba en una estimulación repentina. Las cuerdas eran una extraña mezcla de suavidad y aspereza, clavándose entre las piernas como el vibrador más duro un momento y acariciándole el clítoris y los pezones como la mano más suave de un amante al siguiente.
—¡Aparta esa maldita cosa de mí! — exigió, cuando pudo hablar sin jadear.

—Oh, me temo que eso es imposible, querida mía. — V rió mientras seguía con la vara el camino de la cuerda entre los labios de su vagina y bajaba hasta el pequeño capullo rosado de su ano, cubriéndolo del gel rosa pálido. Isabella notó como ella misma se apretaba allí involuntariamente y no fue capaz de evitar gemir. ¡Ahí también no! pensó mientras la delgada varita se deslizaba en su interior, inundando el interior de su culo con más de cantidad de ese gel odioso.
—¿Por qué… por qué no? —jadeó ella, haciendo todo lo posible por no retorcerse ante el indeseado placer.
—Porque los nudos de amor drusinianos no dejan de reaccionar hasta que toda la miel de amor se disuelve.
—¿El qué…?— Isabella estaba casi más allá del pensamiento en ese  momento, enloquecida como estaba por los lazos dilatándose y contrayéndose  que rodeaban su clítoris y atormentaban su pulpa y su ano. —Bueno, entonces déjame darme una ducha y lavarme el maldito gel. En realidad, enséñame el  baño más cercano en este momento. O estarás muy, pero que muy apenado cuando Intergal se entere.
—Oh, ¿no he mencionado que el agua es totalmente ineficaz cuando se trata de eliminar la miel de amor que activa los nudos? — V rio otra vez, ignorando completamente sus inútiles amenazas. —No, querida, la única persona que puede disolver la solución y liberarte de las cuerdas drusinianas es tu amo, quienquiera que sea, no lo sabremos, por supuesto, hasta después de la subasta de mañana. Y hasta que la miel haya desaparecido por completo, los nudos no renunciarán a su control sobre tu cuerpo.

—¿Pero cómo? — preguntó Isabella.  —¿Cómo lo disuelve?  ¿Tienes algún  tipo de disolvente que vendes junto con los esclavos?
—Oh, querida, no puedo contarte un secreto comercial como ese. Me temo que tendrás que descubrirlo por ti misma. Y creo que sentirás un gran placer al hacerlo.  Cuando sea el momento adecuado, por supuesto.
Sin dejar de reír, la dejó temblando y retorciéndose en las garras de las delgadas y tortuosas cuerdas plateadas que cruzaban su cuerpo y maldiciéndose a sí misma una y otra vez por ser tan estúpida como para ser capturada a las primeras de cambio.


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Y así fue como acabó atada y desnuda delante de una gran cantidad de hombres burlones buscando comprar una esclava sexual en el mercado negro de Orthan seis. Isabella pensó en sí misma cuando se arrodilló sobre las duras tablas de madera del escenario elevado que era más o menos lo que se merecía por irse sola y meterse en una situación peligrosa sin respaldo. Pero maldita sea, ¡había querido reivindicarse ante el capitán Cullen! Ella quería ver respeto en los ojos de anillos dorados del capitán en vez de desaprobación. Había querido forzar alguna emoción detrás de su fría fachada, hacer que la reconociera. Le parecía que a pesar del estoicismo zentoriano, debía haber algo, alguna llama ardiendo detrás del muro de hilo que siempre mantenía y ella quería verlo, admitió para sí.
Bueno, podía olvidarse de eso ahora. Si el capitán Cullen pudiese verla en su condición actual, estaba absolutamente segura de que su reacción sería la opuesta a la que ella quería. Él pensaría incluso más mal de ella por haberse metido en una situación tan estúpida.
—Vamos, sólo necesitamos que los compradores serios se apliquen—, la voz de V sonó por encima del murmullo de la multitud que se había vendido para verla ser vendida. —Estamos hablando de carne femenina de primera de la antigua  Tierra.    Vuestras  pollas  van  a  pensar  que  se  han  ido  al  cielo  en  el momento en que empujéis vuestras pelotas profundamente en su pequeño coño apretado.  ¿Hay alguien interesado?  ¿He oído mil créditos para empezar?
—Te daré mil, aunque apuesto a que es más probable que me patee las pelotas que que abra las piernas de buen grado, — dijo uno de los hombres de la primera fila.
—Dos mil. Me gusta una chica que luche como ella. — Este era uno de los tipos con cara de criminal cerca de la parte de atrás de la multitud.
—Eso es, caballeros, ¿He oído tres mil? Vamos, tres mil no es pagar mucho por carne de primera como esta.
—Es pagar demasiado por una visita al hospital para conseguir que te cosan  la polla de nuevo— gritó alguien, y todos los hombres rieron.
V frunció el ceño, claramente insatisfecho por la forma en que  se  desarrollaba la venta. Isabella se preguntaba exactamente cuánto conseguía normalmente por una mujer joven y en forma como ella. Probablemente, al menos tres, sino cuatro mil créditos se imaginó. Tanto como podían pagar por un crucero espacial nuevo para un solo hombre si no tenía muchas características lujosas. Bueno, se prometió a sí misma con gravedad, ella se aseguraría sin duda de quienquiera que fuese quien la comprara tendría un camino más duro del que habría tenido si hubiera usado su dinero para comprar su crucero.
—Vamos, caballeros, ¿he oído tres? — repitió V. Golpeando con su larga varita hueca de madera, recubrió una vez más los cordones plateados que ataban a Isabella con el pálido gel rosa. —Basta con mirar estos pezones rechonchos, ese clítoris maduro— cantó. Isabella gimió impotente ante ese placer doloroso cuando los nudos de amor se contrajeron alrededor de su carne sensible. — Imagínense lo divertido que tiene que ser domarla.
—No vas a obtener más de dos así que deja de intentarlo. — Gritó el hombre que había ofrecido dos mil. — y antes de pagar, quiero estar seguro de que su coño es tan apretado como dices.
—Ciertamente, señor, — dijo V con amargura y Isabella sabía que estaba matándolo venderla por la mitad de precio. —Tan pronto como me dé la mitad  de los créditos podrás clavar lo que quieras en ese coñito apretado, ya sean los dedos, la lengua o la polla. Te cobraré la otra mitad cuando estés completamente satisfecho. — Él miró a Isabella y entonces asintió con la cabeza ante el posible comprador.  —Dos mil a la una… dos mil a las dos…
—Diez mil, — gritó una voz desde el fondo de la multitud.

Isabella levantó la vista, explorando el mar de caras para ver a quien había hablado. Para su mezcla de horror y alivio, vio una figura familiar recorrer el camino que iba hasta los pies de la plataforma. Ancho de espaldas y una cabeza más alto que cualquier otro hombre, estaba vestido con la túnica púrpura  habitual de los comerciantes, como si estuviese ahí sólo para un día de comercio antes de viajar a casa. Su pelo era negro en lugar de azul oscuro y sus iris con anillos dorados habían sido disimulados de algún modo, pero Isabella lo reconocería en cualquier lugar, sin importar lo que llevara puesto.
¡Oh, Dios! Pensó. Él no, ahora no, que no me vea así… Pero todos los pensamientos fueron barridos de su mente cuando los ojos de él encontraron los suyos. Había una determinación total en su cara y de repente supo que iba a sacarla del mercado de esclavos o a morir en el intento. Pero incluso el pensamiento de alejarse de V y de una vida de esclavitud no era suficiente para liberar a Isabella de sentirse horriblemente avergonzada.
El capitán Cullen estaba allí para rescatarla y una vez más la estaba viéndola en el peor momento.

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Edward ajustó el dispositivo de grabación oculta cuidadosamente oculto bajo su túnica de comerciante mientras observaba la subasta de esclavos. Una vez que saliera de allí, iba a utilizar las pruebas grabadas para llevar a V a la justicia, aunque tuviese que compartir el collar con otro buque de Intergal. Pero antes de hacer eso, tenía que concentrarse en rescatar a su sargento de fuerte carácter.
Satisfecho por estar grabándolo todo, se permitió mirarla, mirarla realmente, como no lo había hecho durante su desastrosa primera inspección a bordo de la nave. Era hermosa, admitió para sí mismo, con una larga melena rubia cayendo sobre sus hombros como un chal, y sus pechos grandes, plenos levantados por la posición en la que el esclavista la había puesto.  Con las piernas separadas    desde que se arrodilló sobre las tablas manchadas de la tarima, podía ver por fin los resbaladizos pliegues rosados interiores de su coño, aunque estaban algo oscurecidos por el delgado cordón plateado que rodeaba el brote maduro de su clítoris. ¿Qué demonios era eso, de todos modos? Observó la forma en que lo habían atado cruzando su cuerpo y anudado alrededor de los pezones con cierto interés. ¿Será algún tipo de apoyo erótico, usado para mostrar a los esclavos de forma más eficaz? Se preguntó. Si ese era el caso, ciertamente estaba funcionando. El cordón plateado hacía un bello contraste con su piel pálida y el rosa intenso de su coño y de sus pezones.
A pesar de que la forma en que ella había sido atada y estaba siendo  subastada era enfermiza y estaba mal e iba contra cada todos los principios por  los que Edward luchaba y creía, podía sentir su polla levantándose en sus  pantalones. Afortunadamente esa parte de su anatomía estaba oculta por la  túnica que llevaba.  Él era tan solo otro comerciante más, dispuesto a comprar  una pieza de carne femenina de primera, y la sargento Isabella Swan entraba ciertamente en esa categoría
La miró a los ojos un instante y vio el destello de reconocimiento y vergüenza en su rostro cuando ella le devolvió la mirada, pero afortunadamente no dijo una palabra. Bien, él había venido sólo y lo último que necesitaba era que V sospechara que era cualquier cosa menos un comerciante. Edward sintió una cierta admiración reticente por la fortaleza obvia de la mente de Isabella que le había impedido gritar en el momento en que apareció hasta su vista. La chica tenía coraje, incluso aunque no mostrara ningún sentido común. La había visto mostrarse desafiante durante un tiempo antes de que lo viera y la forma en que había mordido los gordos dedos de V aún en su posición de indefensión lo impresionó.
No es que ese valor le fuera a hacer algún bien una vez volviera a la nave. Algún tipo de castigo era necesario, definitivamente. Swan había puesto en peligro toda la misión con su arrogancia y orgullo. Varias imágenes muy provocativas pasaron por el ojo de su mente con la idea de disciplinar a su rebelde sargento y se forzó a expulsarlas. Tenía que devolverla a la nave antes de considerar cómo castigarla.

Edward se cuadró de hombros y avanzó entre la multitud para reclamar a su nueva esclava.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta la historia. Gracias por actualizar :) saludos jeje

Michelle L. dijo...

Me encanta!!!

Ana dijo...

Madre mía.. Gracias

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina