miércoles, 29 de marzo de 2017

Castigando a Isabela Capítulo 8



Capítulo ocho


Lo siento, Isabella, pero voy a tener que follarte.

Sus palabras le enviaron una punzada de placer y miedo directamente a la dolorida hendidura de su vagina. Isabella había estado esperando por eso toda la noche y, sin embargo, él era tan grande.
—Yo-yo supongo que tendremos que esperar hasta que usted esté duro de nuevo, — dijo en voz baja, pensando que al menos eso le daría tiempo para prepararse mentalmente.
—No es necesario. — Él hizo un gesto entre ellos y ella bajó la mirada, sorprendida al ver que estaba tan duro y grueso como antes.
—¿Pero… pero cómo…?

—Una característica zentoriana. Normalmente nuestros acoplamientos son frecuentes y prolongados.  Puedo follarte toda la noche si tengo que hacerlo.
La mirada intensa de sus ojos cuando lo dijo hizo que Isabella temblara.
Seguramente no sería necesario, ¿o sí?  —Oh, — acertó a jadear débilmente.

—Pareces asustada. — Su voz profunda era más suave y él le ahuecó la mejilla, mirándola a los ojos. —No lo estés. Sé que probablemente soy más grande que lo que usas normalmente pero no voy a hacerte daño. De hecho… — Se dejó caer en medio de la cama y le hizo una señal para que se uniera a él. — Incluso te permitiré tener el mando.
—¿Señor? — Isabella lo miró desconcertada. Él era un espectáculo delicioso con toda su piel bronceada y musculosa puesta ante ella como un buffet. Por no mencionar la dura verga que sobresalía de entre sus gruesos muslos.
—Quiero que estés arriba, — explicó Cullen con paciencia. —De esa forma puedes controlar lo rápido que entro en ti.

Su consideración, especialmente teniendo en cuenta los problemas que le había causado, congeló a Isabella en su sitio durante un momento. No podía pensar en ningún otro hombre que en esa situación fuese tan paciente con ella, tan dulce y amable. Lo único que ella deseaba era saber si Cullen estaba haciendo eso porque ella era miembro de su tripulación y su responsabilidad, o si lo hacía porque se preocupaba por ella. ¿Haría lo mismo, por ejemplo, por la sargento Hale? La idea le provocó una punzada de celos en el pecho. Si solamente él dijese algo, le dijese que ella era más para él que una mera oficial subalterna que siempre estaba metiéndose en problemas.
—Sé que eres renuente a hacer esto, Isabella, pero no hay otro modo. — Sus palabras rompieron la parálisis que parecía haberse apoderado de ella y Isabella sacudió la cabeza.
—Oh, no, Señor. Yo—  Se detuvo abruptamente.  ¿Qué estaba a punto de  decir, que quería que la follara? ¿Que se estaba muriendo por sentir su enorme verga estirándola, llenándola completamente? Sólo el pensarlo hizo que sus mejillas ardieran con la vergüenza. Si al menos él no fuera tan estoico, tan práctico. Si tan solo le dijera, aunque fuera una única vez, lo mucho que quería estar dentro de ella.
—Isabella, ven aquí. Ahora. — Las palabras de Cullen eran tensas y un  músculo saltaba en su mandíbula cuadrada. Ella casi podía ver la impaciencia en sus ojos azul-dorado. ¿Quería acabar con esto? ¿O necesitaba estar dentro de ella tan imperiosamente como ella necesitaba tenerlo allí?
—Sí, señor. — Casi hizo el saludo y entonces se detuvo y consideró lo ridículo que sería. En vez de eso, se arrastró al centro de la cama donde el capitán la  estaba esperando y montó a horcajadas sobre sus musculosas caderas.
—Dios. — El capitán Cullen pareció un tanto apaciguado pero la  mirada intensa todavía ardía en sus ojos. —Ahora quiero que intentes relajarte mientras desciendes sobre mí, — ordenó. —Creo que la cuerda está lo bastante floja para que no sea un problema. Tan pronto consigas relajarte lo suficiente para tomarme, seremos capaces de hacer esto.
Isabella se mordió el labio inferior. —Sí, señor, — susurró. Podía sentir las manos de él, cálidas y enormes, sobre sus caderas, guiándola en su descenso.

Agarrando el grueso pene con una mano, Isabella bajó hasta que la cabeza de la polla estuvo colocada justo en el interior de entrada de su coño.
—Así es. —  La profunda voz era casi relajante.  —Ahora déjate caer, Isabella.
Sólo déjate caer y deja que mi polla llene tu coño.

Gimiendo en voz baja, Isabella obedeció. Él era tan grande que ella podía sentir sus paredes interiores estirándose con cada centímetro de grosor que la llenaba, pero había tanto placer como dolor en la sensación. Y la erótica visión de la verga del capitán empujando lentamente en su coño la puso tan caliente que pensó que podía explotar.
Dios, no puedo creer que realmente esté haciendo esto. ¡No puedo creer que de verdad él esté follándome!
Por su parte, Cullen mantenía la mirada de intensa concentración en su cara mientras entraba en ella. El músculo de su mandíbula todavía palpitaba, como si él estuviese controlándose de alguna manera. Isabella apreció esa consideración ya que, con seguridad nunca antes había tenido nada, ni de lejos, tan grande  como la polla de él en su interior. Se mantenía esperando al momento en que llegara el final de él pero era tan largo que no sucedió hasta lo que pareció una eternidad. Por fin, pensó, sintió su parte final dentro de ella y dejó escapar un suspiro de alivio.
—¿Todo bien? — la voz de Cullen sonó áspera.

Isabella asintió. —Sí, señor. — Se levantó unos centímetros y volvió a dejarse caer sobre él experimentando, arrancando un gemido roto de ambos.
—¡Dios! — Cullen respiró hondo. —Entonces ahora voy a follarte, Isabella. Intentaré ser suave pero tengo que advertirte, mi especie es… muy agresiva durante el apareamiento. Todo lo que puedo hacer ahora es no darte la vuelta sobre la cama y follarte como un salvaje.
Su voz no fue más que un gruñido bajo y Isabella sitió un escalofrío mezcla  de miedo y excitación y miró los anillos dorados alrededor de los iris contraídos con el deseo. Pero ella lo tenía dentro ahora y no había vuelta atrás,  no  iba a parar hasta que la llenara con su semilla y erradicara la miel de amor por completo.  Y además, se estaba muriendo por conseguir una reacción de él.   Algo que probara que esta situación estaba afectando al capitán tanto como a ella. De repente, se sintió imprudente.
—Entonces fóllame, Edward, — dijo levantando desafiante la barbilla.  Arqueó  la espalda y giró las caderas, haciendo un pequeño movimiento circular alrededor de la verga de él con su coño. —Fóllame y córrete en mí. Te quiero así. Te he querido toda la noche.
—No me tientes, Isabella. — Su voz era ahora un gruñido, animal y caliente. Sus ojos estaban llenos con una lujuria salvaje que ella jamás habría sospechado cuando él estaba penetrándola tan lenta y pacientemente. Isabella tuvo la sensación de que él estaba justo al borde de algún abismo, y que si ella lo empujaba más allá, podría arrepentirse. Pero la sargento estaba más allá de la preocupación. Colocando las manos sobre sus duros muslos como palanca, empezó a levantarse y a dejarse caer en serio, follándose sobre la gruesa verga que la empalaba.
—No le tengo miedo, señor, — se burló ella, ofreciéndole una pequeña sonrisa de superioridad. — No importa cuántas veces me azote o lo duro que me folle, nunca me romperá.
—¡Se acabó! — Los ojos despidieron fuego hacia ella y los tensos músculos  del cuerpo enorme que estaba debajo de ella entraron en acción. Con un rápido movimiento, Cullen hizo que se dieran la vuelta y sus posiciones se invirtieron. — Te lo advertí, — gruñó, sujetando los brazos de Isabella por encima de su cabeza para que estuviese indefensa bajo él. —Te lo advertí pero no quisiste escucharme. Ahora tendrás que tomarlo todo mientras te follo.
Empujó hacia atrás hasta que casi estuvo totalmente fuera de ella y después  se lanzó hacia delante, empujando la gruesa longitud de su polla profundamente en el coño de Isabella y haciéndola gritar con una mezcla de dolor y placer.
—¡Dios, Edward! — se retorcía debajo de él, no sabía si estaba intentando liberarse o tratando de tenerlo más cerca, pero no importaba, estaba atrapada. Con los brazos inmovilizados encima de su cabeza, las piernas totalmente abiertas mientras le gruesa verga se ensartaba en su coño abierto y mojado, Isabella no tenía otra posibilidad que dejarse joder.   Pero aún así, luchaba.

El placer-dolor de cada embestida con la que él golpeaba su canal con su  polla era demasiado, demasiado intenso, simplemente no podía mantenerse quieta. Se le ocurrió que era buena cosa que él la mantuviera sujeta.  En otro  caso, ella seguramente habría estado tirándole del pelo como había hecho cuando él se había arrodillado y ocupado de sus partes bajas. Tirándole del pelo y arañándole la espalda, incapaz de dejar de reaccionar a la extrema pasión del capitán. Pero Cullen la mantenía quieta con una fuerza  enloquecedora, machacando su interior, llenándole el coño con una embestida salvaje después de otra, haciéndola correrse con la intensidad pura de su jodienda.
Porque ella se estaba corriendo otra vez, agudos picos de placer se clavaban en ella allí donde estaban unidos mientras Cullen bombeaba en ella. Isabella gimió cuando notó los espasmos de sus paredes interiores alrededor del grueso invasor  y entonces Cullen se estaba corriendo también, llenándola con un chorro caliente, inundándole el coño con su semen mientras ella rogaba y gritaba y corcoveaba bajo él.
¡Oh, Dios! tan bueno, tan increíblemente bueno, cantaba su mente. Podía sentir el semen espeso y caliente desbordando su coño y corriendo por la cara interna de sus muslos y supo que tenía que ser así. No había manera de que quedase ahora ni un solo resto de miel de amor, seguramente ella sería libre.
El pensamiento vino con un remolino confuso de emociones; alivio por librarse por fin de los nudos de amor drusinianos, vergüenza por haber actuado de forma tan descarada y pena porque probablemente el capitán nunca volvería a tocarla de nuevo después de esa noche. Pero entonces, él se retiró lentamente de ella y Isabella miró entre sus piernas para ver si todos sus sentimientos eran prematuros.
La cuerda de plata todavía estaba allí.


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Dios, ¿Cómo pude dejarme ir así? Edward estaba avergonzado de sí mismo, completamente mortificado por haber permitido que su lujuria animal   superara su  sentido  de la decencia. Había intentado avisarla de que estaba en el    límite,
¿Por qué había insistido Isabella en empujarlo?  ¿Y si estaba herida?

Estudió la cara de Isabella con ansiedad, buscando señales de lágrimas o de dolor. Ella estaba respirando con fuerza, sus mejillas sonrosadas y sus pechos desnudos agitándose de forma tentadora, pero cuando abrió los ojos y le devolvió la mirada, sólo vio una mezcla de lamento y de deseo saciado en sus hermosas profundidades.
—Todavía están allí, — dijo, antes de qué él pudiera preguntar si ella estaba bien.  —Todavía sobre mí.  Yo no… no lo entiendo.
—Ni yo tampoco. — Cullen se separó de ella sintiendo otra punzada de vergüenza al ver su mueca de dolor por su retirada. —No quise hacerte daño, — dijo con aspereza.  —Lo siento, Isabella.  Quise ser suave, yo sólo…
—No tienes que explicarte. — le dirigió una sonrisa burlona fantasma. —Me alegra-me alegra ver que hay algo debajo de esa estoica practicidad. — Entonces cerró la boca y bajo la mirada, con un rubor creciente en su cara.  —Lo siento.   No debería haber dicho eso, especialmente cuando estás intentando ayudarme.
Edward sacudió la cabeza. —No importa. Si sólo supieras— Si sólo supieras cómo me siento realmente. Qué difícil va a ser dejarte marchar ahora que te he tenido. Que quiero mantenerte aquí conmigo para siempre. Apretó la mandíbula, manteniendo las palabras en su interior.
—¿Saber qué? —  Ella lo miró fijamente pero Edward sacudió la cabeza.

—No importa. — Tiró con suavidad de la cuerda plateada de los nudos de amor, pero todavía estaba firmemente atado alrededor de su clítoris y a los lados de su vagina.  —No entiendo porqué estos no se han soltado.
Isabella gimió por lo bajo. —Yo… yo no lo sé tampoco. No veo cómo podría quedar ni una pizca de miel de amor dentro de mí después… después de que me llenaras de esta forma. — Se sonrojó al señalar el semen que todavía escapaba de su vagina recién follada.

La visión era tan erótica que volvió a retener totalmente la atención de Edward. Ella era suya ahora, la había marcado, llenado. Si volviese a su planeta natal ningún otro hombre se atrevería a acercarse a menos de cien metros de ella.
Mía. La palabra surgió espontáneamente en su mente y tuvo que luchar para hacerla a un lado.  No se suponía que estaba reclamándola como su compañera,  se suponía que estaba intentando liberarla de las malditas cuerdas drusinianas.
Piensa, Edward, ¿por qué no se soltaron? V dijo que tan pronto todos los restos de miel de amor fueran eliminados… Espera un minuto. Todos los restos. En cualquier lugar. En cualquiera, no sólo en su coño sino en todas partes. Y dado que he lamido y chupado cada centímetro de su piel donde estaba la cuerda y que me corrí en y sobre su coño, eso significa…
—Isabella, dijo, mirándola a los ojos y poniendo voz severa. —¿Te puso V  miel de amor en algún otro sitio más?  ¿En tu interior, quiero decir?
Ella vio que los ojos de Isabella se abrían al entender y después parpadeaba y dirigía la mirada a donde su polla estaba dura contra su vientre una vez más.
—Uh, ¿Quieres decir…?

—Tu culo. ¿Te echó algún chorro de miel ahí dentro? — Edward dejó que un dedo viajara bajando desde su coño al apretado capullo de entrada. Para su sorpresa, Isabella casi saltó de su piel.
—Sí, quiero… quiero decir… no— Se sentó de repente y empezó a deslizarse fuera de la cama. —No, no lo hizo. Bueno, obviamente esto no va a funcionar así que supongo que es mejor que me vaya.  Gracias por intentarlo, señor.
—Espera un minuto. — Edward la cogió del brazo y la arrastró de vuelta a  donde estaba antes de su huída. —Estás mintiéndome— acusó, estudiando la mirada culpable de su hermoso rostro.  —Él te puso miel de amor ahí, ¿verdad?
—¿Y qué si lo hizo? — Su antiguo desafío estaba de vuelta, emparejado con  un destello de temor. —Eso no quiere decir que tenga que… que hacer algo al respecto.
Edward resopló con impaciencia. —Por supuesto que sí. Si no conseguimos despegar los nudos de amor ahora, tendrás que vivir con ellos el resto de tu vida.

—Bien, tampoco es tan malo, ¿no? — Tiró del brazo que le tenía agarrado, intentando soltarse.  —Supongo que me las arreglaré de alguna manera.
—No, no lo harás. — Edward tiró de ella hacia atrás y la hizo sentarse en la  cama a su lado.  —Lo siento, Isabella, pero voy a tener que follarte una vez más.
—¡No, por favor! — sus ojos se abrieron con terror en toda regla. —Mire, nunca he sido capaz de tomar a un hombre de tamaño normal ahí. Lo sé porque  lo intenté una vez, duele. Y eso que el chico no tenía siquiera la mitad de tu tamaño.
Edward sintió que su corazón se contraía pero sabía que tenía que ser firme. — Seré suave.
Los ojos de ella se entrecerraron incrédulos. —Dijiste eso antes y mira lo que ocurrió. Nunca había sido follada así, nunca. Fue una cabalgada dura y lo siento, simplemente no creo que pueda soportarla de nuevo.  Especialmente no… no ahí.
Ella me tiene miedo. Miedo de que rompa mi palabra. ¿Y quién podría culparla después del modo en que la traté? ¿Después de que la golpeara en el mercado de esclavos y de que la follara tan brutalmente? Parte de él quería dejarla ir esta vez, disculparse y suplicarle que entendiera cómo se sentía, cómo ella lo hacía sentir tanto. Tanto que era muy difícil controlarse. Pero Edward sabía que no podía hacer eso. Si la dejaba ir, le estaría causando un grave perjuicio, condenándola a una vida de esclavitud sexual a los nudos. Y si intentaba  explicarle que ella lo llevaba al límite porque la amaba, solamente la haría sentir más incómoda, lo que sólo empeoraría la situación. Él sólo podía hacer lo que  ella le estaba suplicando que no hiciera, tenía que enterrar su gruesa polla profundamente en su trasero y correrse una vez más. Tanto si ella quería como si no.
—Lo siento, Isabella, — dijo dándole la vuelta y empujando una almohada debajo de su estómago para levantarla.  —pero no puedo permitir que tu miedo  te mantenga esclavizada.  Tengo que hacer esto.  Tengo que follarte.

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Isabella vio los pensamientos que cruzaron por la cara de capitán y supo el momento exacto en que él decidió ignorar sus súplicas y follarla en el culo de todas formas.  Dios,  ¿Qué podía hacer?  ¿Cómo podía detenerlo?
Cuando le dio la vuelta y la puso sobre su estómago y empujó una almohada debajo de ella para levantarle el trasero, se dio cuenta de que no había nada que  lo detuviera. No iba a ser capaz de evitar que le follara el culo del mismo modo que no había sido capaz de evitar que le follara el coño. Estaba  atrapada,  atrapada.
El miedo subió por su garganta al recordar la vez en que había intentado hacer eso. El dolor del estiramiento había sido tan inmediato, tan intenso, que había gritado un “alto” antes de que el hombre con el que había estado haciendo el amor hubiera conseguido siquiera meter la cabeza de su polla dentro de ella. ¿ Y ahora el capitán Cullen se proponía meter toda la longitud de su polla en ella?
¡Dios, esto iba a ser una tortura!

De repente, sus nervios se rompieron. Al menos tenía que intentar escapar.  Él ya estaba colocado entre sus piernas pero todavía no la estaba sujetando por abajo. Revolviéndose debajo de él, Isabella intentó correr. Si sólo pudiera conseguir salir de sus habitaciones, estaba segura de que no la seguiría.  Ni siquiera le preocupaba si los otros miembros de la tripulación la veían desnuda, sólo quería escapar de allí.
Ni siquiera llegó fuera de la cama.

—Ya te lo dije, esto es por tu propio bien, — gruñó Cullen a su oído mientras la arrastraba de nuevo a la posición anterior. —¿Te quedarás quieta o tengo que atarte otra vez?
—¡Déjame ir! — Isabella estaba ahora totalmente en modo “lucha o huye”. Se retorció contra él, intentando liberarse de su control castigador. No  le  preocupaba si tenía que llevar los malditos nudos de amor el resto de su vida, no quería librarse de ellos de esa manera.
—Bien. Tú te lo has buscado. — Poniéndola boca abajo sobre el colchón, tiró de una de las bufandas de seda negra y le ató las manos a la espalda. Entonces empujó una vez más la almohada a su lugar y le separó las piernas por la fuerza.

—No—¡No! — Isabella intentó alejarse de nuevo pero él la mantenía quieta.

—No me hagas atarte las piernas también, — rechinó, su voz profunda estaba llena de emoción.  —¡Quédate quieta, maldita sea!  Te dije que sería suave.
—¡Ya dijiste eso antes! — Isabella estaba jadeando, casi exhausta debido el intenso pánico que la abrumaba.  —Por favor, Edward, ¡tengo miedo!
—No quiero que me tengas miedo. — Él parecía roto, un hombre que odiaba lo que estaba haciendo pero él estaba decidido a hacerlo de todos modos. — Pero tengo que hacerlo, Isabella, por tu propio bien. Cuanto antes te quedes quieta y dejes de luchar, más pronto terminará todo.
—Por favor… — Ahora ella estaba llorando, las lágrimas caían por sus mejillas.
—Lo siento—. Su profunda voz estaba ahogada por la emoción y durante un momento ella se preguntó si en aquellos brillantes ojos azul-dorado podía haber lágrimas  también.   El  pensamiento  la  distrajo  tanto  que  se  olvidó  de luchar.
¿Podía ser que el capitán Cullen sintiese algo por ella? ¿Algo más que lujuria e irritación? ¿Lamentaba él de verdad lo que estaba haciendo? Realmente, le gustaría poder ver la cara del capitán pero eso era imposible por la posición en la que estaba.
—Te juro que seré amable, — le susurró en un tono bajo, roto. —Por favor, Isabella, ¿No puedes confiar en mí?
Pensar que él estaba lo suficientemente preocupado para sonar tan molesto pareció derretir el frío nudo de pánico de su estómago. —Yo… yo lo intentaré, supongo, — susurró otra vez. —Pero aunque puedas… Quiero decir que antes la cuerda estaba pegada justo sobre mí… mi entrada. Hay poco sitió allí pero no lo bastante para tu… para tu polla.  Por lo menos, yo lo creo así.
—Las cuerdas están más sueltas que antes—, le aseguró él. —Creo que por lo menos, parte de la miel se ha disuelto. No debería ser un problema. — Unas manos grandes le acariciaron la parte baja de su espalda y sus glúteos  temblorosos se calmaron mientras él hablaba. —¿Puedo entrar, Isabella? ¿Me permites intentar liberarte?  Sólo confía en mí, por favor.

Cerrando los ojos con fuerza,   Isabella asintió. —Sí—, susurró, tan  bajo que apenas pudo oír su propia voz.  —Sí, Edward,  yo… yo confiaré en ti.

—Gracias, — murmuró él.       —No tienes ni idea de lo que eso significa para
mí.

Dedos cálidos encontraron la hendidura de sus nalgas y algo calmante fue extendido sobre su apretada entrada. A pesar de sus gemidos de protesta, Cullen la penetraba lentamente, follando con los dedos su capullo rosado, abriéndolos en tijera para estirarla, para prepararla.
La suavidad y lo íntimo de su contacto recordó a Isabella la forma en que le había puesto el ungüento después de azotarla en el mercado de esclavos. ¿De verdad iba a tomarla así, tan lentamente? Después de todo, ella lo había  empujado hasta que se rompió la última vez, intentando conseguir una reacción de él. ¿Era él capaz de ser tierno y cuidadoso aún cuando sus  instintos  zentorianos lo urgían a tomarla? A pesar de su miedo, su ritmo cardiaco empezó  a bajar.  Tal vez no sería tan terrible.
Y entonces la ancha cabeza de su pene presionó contra su ano y lenta pero inexorablemente, entró en ella. Isabella gimió y no pudo evitar intentar retorcerse y alejarse sin éxito. No es que la invasión la lastimara, pinchaba un poco, aunque ni de lejos tanto como había temido. Lo sentía incorrecto de algún modo, terriblemente íntimo, en una forma que no estaba preparada para aceptar. A pesar de que había prometido confiar en él, no estaba preparada todavía para darle eso, no cuando todavía no estaba segura de si a él le importaba un comino o no.
Otra pulgada de su polla la atravesó, estirando la tierna entrada inferior mientras ella jadeaba en una mezcla de espesor y placer. —¡Por favor! — Odió el tono suplicante de su voz, pero parecía que no podía evitarlo. Parecía que no pudiera evitar retorcerse debajo de él, intentar alejarse del grueso invasor. Si sólo le hiciese daño, ella podía haber sido capaz de soportarlo, pero también lo sentía bien, lo sentía tan bien como para estar abierta de esa manera, poseída por un hombre lo suficientemente fuerte como para mantenerla sujeta bajo él y  poseerla.

El  pensamiento  la  llenó  de  confusión. Seguramente,  él  no  quería  esto,
¿verdad? No quería estar sujetándola y tomándola de esa forma tan íntima. Tal vez fuera porque era Cullen quien lo estaba haciendo, quien la estaba llenando donde nunca había permitido que ningún hombre antes la llenara.
—No te muevas e intenta relajarte. — Manos calientes y suaves  le  acariciaron la espalda como si él estuviese intentando calmar a un animal salvaje.
—Sólo déjame hacer todo el camino en ti, Isabella. Será más fácil una vez que te acostumbres a tenerme ahí.
—Nunca… me acostumbraré a… esto, — Isabella jadeó mientras él empujaba todavía más su verga dentro de ella. Para darle crédito, él estaba intentando claramente ser amable pero ella podía sentirse a sí misma estirándose en la misma medida. Olas de vergüenza y deseo la bañaban mientras el dolor-placer se clavaba en ella. Estaba en el irregular borde de tener más de lo que podía  soportar, pero él sólo estaba a poco más de la mitad de camino. Se dio cuenta de que nada lo detendría. Nada impediría que la mantuviera debajo sujeta y que le follara el culo hasta que se corriera dentro de ella. Retorcerse e intentar soltarse no iba a hacerle ningún bien. Pero saberlo no la ayudaba, las sensaciones mientras él se deslizaba dentro de ella eran tan intensas que no podía evitar intentar alejarse de ellas. Ella nunca había sido una sumisa en ninguna situación, era una luchadora. Y a pesar de la promesa de confiar en él y permitirle hacer lo que fuera necesario, no podía evitar luchar para sacarlo de ella.
—Relájate. — Su voz sonó irregular mientras ella se retorcía debajo de él. — Relájate y déjame entrar, Isabella. —  Mientas hablaba, la parte final de su polla  se deslizó dentro de ella. Isabella lo supo porque pudo sentir sus caderas musculosas y afiladas golpeando contra sus nalgas.
Dios, no puedo creer que esté totalmente dentro de mí. ¡En mí tan profundamente! Ella estaba estirada muy apretada alrededor de él, llena hasta el límite y más allá y no podía pensar en tomar siquiera otro centímetro. Pero justo cuando estaba empezando a sentir cierto alivio, recordó lo que había ocurrido cuando él llenaba su coño. Se había comportado de forma absolutamente lenta y suave hasta que entró hasta el fondo, después la había follado hasta que había entrado en ella como nadie en su vida. La ansiedad de Isabella subió otro punto, no podía pensar que pudiera tomarla así otra vez.  No cuando estaba llenándole el culo en vez de su vagina. ¿Podría confiar realmente en que él seguiría siendo suave? Se quedó inmóvil debajo de él, preguntándose qué vendría  a continuación.

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Edward sintió la tensión el cuerpo delgado que estaba debajo de él y oyó sus gemidos apagados mientras entraba en ella. Sabía que Isabella estaba intentando someterse a él, intentando confiar en él, pero cada suave sonido que salía de los labios de ella le desgarraba el corazón. Deseaba que hubiera otra forma de  librarla de los malditos nudos de amor, lo deseaba con todo su ser. Pero no la había. Y no podía dejarla ir por la vida esclavizada. Incluso si se resentía con él  por esto para siempre, y él estaba bastante seguro de que lo estaría, tenía que hacerlo. Tenía que eliminar la última miel de amor de la única forma que podía, corriéndose dentro de ella.
Isabella gimió en voz baja y se retorció bajo él, todavía estaba intentando soltarse a pesar de la forma en que la tenía atada y cubierta, abierta e indefensa debajo de él. A Edward le desgarraba el corazón ver sus forcejeos y sabía que él era la causa de ellas. No había forma ahora de ganar su corazón, no cuando estaba invadiendo su cuerpo. Sólo porque ella había aceptado someterse a esto, no significaba que lo quisiera. El propio Edward no lo quería, preferiría sufrir la agonía de mil muertes horribles a infligir esto a la mujer a la que ahora sabía que  amaba.  ¿Pero qué otra cosa podía hacer?
No tuvo tiempo para responder la pregunta porque su placer ya estaba aumentando. Las paredes interiores de ella lo estaban acariciando como si fuesen un guante de terciopelo, estimulándolo hasta el orgasmo casi antes de que se hubiese frotado en ella más de dos veces.
Edward no intentó contenerse. Con alivio se dejó ir, empujando dentro de ella tan profundamente como podía, intentando asegurarse de que su semen borraba finalmente todos los rastros de miel de amor de una vez por todas.
Isabella temblaba debajo de él mientras la inundaba, su cuerpo delgado se estremecía, sin duda de miedo y ansiedad. Edward sentía que su corazón latía dolorosamente en el pecho. Ahora lo odiaría para siempre.  Y él la querría hasta  el final de los tiempos.

—Lo siento, — murmuró otra vez mientras aflojaba por fin la forma en que sujetaba la parte baja de su cuerpo. —¿Te hice daño? — Parecía una pregunta estúpida pero tenía que hacerla, tenía que saber lo peor.
Isabella ocultó la cara sobre la almohada, negándose a mirarlo. —No tanto como pensaba. Estaba asustada y avergonzada, pero supongo que todavía estoy aquí. —Su voz era apagada, su tono vagamente desafiante todavía. Pero  la ruptura debajo de su valiente enfrentamiento lo llenó de vergüenza.
—Isabella, lo siento tanto, — murmuró de nuevo. —Nunca seré capaz de decirte cuanto.
—Está bien, señor. — Con un obvio esfuerzo levantó la cabeza y miró hacia atrás, a sus pálidos ojos azules sospechosamente brillantes. —¿Has… has  acabado?
—¡Oh… sí! — Edward se dio cuenta de que todavía seguía enterrado hasta la empuñadura en su interior. Intentó salir de ella con suavidad, pero Isabella hizo un pequeño gemido de dolor que le rompió el corazón. Quería unirla a él, arrastrarla tan cerca y mantenerla abrazada y consolarla, pero sabía que era imposible. Probablemente a ella le gustaría alejarse de él tanto como  fuese posible tan pronto todo esto acabara. Así que en vez de acercarla a él, le desató  los brazos y le frotó las muñecas donde las bufandas de seda le habían dejado unas tenues marcas rojas. Sólo había una cosa más que tenía que hacer y después la dejaría sola para recoger su dignidad, la poca que él le había dejado.
Metió la mano entre sus piernas y encontró un lazo de cuerda plateada drusiniana y probó a tirar. Isabella gritó y se sacudió debajo de él, pero los nudos de amor por fin se soltaron.
—Fácil, — susurró alejándolos del cuerpo de ella. Habían pasado por momentos tan difíciles para soltarlos que no quería arriesgarse a que se  adhirieran a ella otra vez. Mientras los hacía un nudo en su mano, Isabella se  puso de lado con la cara contra la colcha verde. Él abrió la boca para preguntarle si estaba bien pero la cerró otra vez. Por supuesto que no estaba bien, no después de lo que él acababa de hacerle. Acabó  de reunir toda la cuerda y bajó de la  cama.  La dejaría en paz.  Era lo único que podía hacer por ella ahora.

Al bajar la mirada hacia la cuerda plateada y limpia en su mano, Edward se preguntó por qué, incluso aunque Isabella ya estaba por fin libre de los malditos nudos   de   amor,   él   se   sentía   como   si   tuviese   uno   atado   a   su corazón.

**************************************Bueno este es el penúltimo capítulo   Así que hoy subir e el último para acabar con la historia.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina