sábado, 30 de septiembre de 2017

Dulce Asesino Capitulo 15

Capitulo 15
Chicos, sea lo que sea por lo que me están mirando así, yo no he sido —dije automáticamente cuando entré en casa el sábado por la tarde y mis padres levantaron la mirada de su silenciosa conversación con los rostros serios.
Mis padres me miraron con recelo.

—Conoces el toque de queda de la ciudad, ¿cierto? —preguntó mamá. Miré el reloj y fruncí el ceño.

—A menos que se hubiera adelantado cinco horas, creo que llego bien.

—No necesitamos tu sarcasmo, Isabella.

Mamá sólo usaba mi nombre completo cuando realmente se enojaba. Intenté recordar las últimas horas. No había hecho nada que creyera digno de ser pillado.

—Bueno, ¿por qué están enojados conmigo? No es culpa mía que algún sicópata quiera agarrarme y apuñalarme en cada centímetro cuadrado de mi cuerpo.
El rostro de mamá palideció.


—¡Bella, por favor!

—No estamos enojados contigo —dijo papá, suspirando—. Sólo estamos preocupados. Vamos a cancelar nuestro viaje.
Bueno, no me extraña que estés de mal humor.

—¡No! ¡Ni de coña! No van a cancelar su vigésimo aniversario por mí.

—No es por ti —apuntó papá. La expresión de su cara no decía lo mismo—. De acuerdo, no es sólo por ti. También es por tu hermana.

—Oh, sí, porque el Acuchillador de los Sábados por la Noche ha estado yendo detrás de tantas rubias.

—¡Isabella!

—¿Qué? ¡Estoy harta de que todos hagan un drama de esto! No va a encontrarme. Asalta a drogadictas y fugitivas. Acosa en clubes nocturnos y calles oscuras en el centro de la ciudad. Esta noche voy a estar sentada en casa de los Clearwater con las puertas cerradas, comiendo pizza congelada y viendo alguna película poco convincente de acción. ¡No va a pasar nada malo!

Fui a mi habitación dando pisotones fuertes, pero todavía pude oír el final de la conversación de mis padres a través del conducto de ventilación. A estas alturas habían decidido no cancelar nada, pero todavía seguían bastante preocupados.
Esperaba que sólo lo superaran. Es decir, sí, es un poco perturbador saber que hay alguien ahí afuera, en mi ciudad, asesinando a chicas que se parecen a mí, pero cuanto más paranoica se ponía mi familia por eso, más creía yo que era estúpido darle tanto bombo.

Para cuando a las siete bajé la calle hacia la casa de los Clearwater, el sol comenzaba a ponerse, y yo ni siquiera me sentía intimidada. No mucho. Y tenía razón, hasta ahora no había pasado nada malo. La noche estuvo yendo exactamente tal y como dije que iría hasta la malísima película de acción. Por supuesto, este pedazo de tormenta veraniega golpeaba, así que el viento era fuerte y los truenos resonaban. Además, me había topado con Kiss the Girls antes de encontrar Delta Force, así que cuando el timbre de la puerta de la casa de los Clearwater sonó sobre unos quince minutos después de haber puesto a dormir a Edward, admití que sentí un matiz de miedo.

Sin encender ninguna luz en la habitación principal, caminé de puntillas a la puerta principal y miré por la mirilla. Parado allí, bañado por la fuerte luz del porche delantero, se encontraba mi extremadamente ardiente vecino, empapado de pies a cabeza. Mi corazón y mi cabeza gritaban a la vez.
Decididamente no debería contestar.
Abrí la puerta.

Increíblemente, fui recibida con una sonrisa tan seria como la que antes habían tenido mis padres.

—No deberías abrir la puerta a extraños un sábado por la noche —me reprendió Edward en lugar de saludarme.

—No la he abierto para un extraño. La he abierto para ti.

El ceño fruncido de Edward se volvió sospechoso.

—¿Sabías que era yo y aun así abriste la puerta?

Sin saber por qué mi rostro se acaloró, me encogí de hombros.

—Me sentía generosa.

—¿Me atrevo a probar mi suerte y preguntar si puedo pasar?

Lo debatí. Era difícil olvidar esa imagen de él sentado en el parque dónde esa chica fue asesinada.
Al menos lo fue hasta que me miró a través de sus pestañas húmedas.

—Prometo que me portaré bien —dijo. Pero no importó. Ya abría la puerta para él.
Edward cerró inmediatamente la puerta y la aseguró detrás de él. El cerrojo se deslizó en su lugar con un chasquido. Tragando saliva, retrocedí un paso. ¿Y ahora quién está siendo paranoica, Bella?

—Así que, ¿qué estás haciendo aquí? —pregunté mientras lo guiaba por la casa hasta el salón familiar, agradecida por el brillante resplandor del televisor.

—Escuché que acosar pelirrojas es lo que se lleva los sábados por la noche.

La voz de Edward vino por detrás de mí, demasiado cerca. Podía sentirla en mi cuello. Me di la vuelta sobresaltada.

Edward confundió mi inquietud como una reacción a sus palabras, y no al hecho de que casi estuviera tocándome, que estuviéramos completamente solos y que la última vez que realmente hablamos había estado a punto de besarme.

—Lo siento —dijo, alejando sus manos como si temiera que fuera a abalanzarme a la salida—. Tienes razón. No es divertido. Lo siento.

Me dirigí hacia el sofá y cuando Edward me siguió como si fuera a sentarse justo a mi lado, seguí andando y me dejé caer en el sillón del Señor Clearwater. Edward lo notó, pero no dijo nada.

—Sólo quería verte sin Rosalie alrededor —explicó, conformándose con el solitario y gran sofá. Mientras se hundía de mala gana en los cojines, murmuró—: Realmente está comenzando a sacarme de quicio.

—¿Y qué esperabas, Edward? La cagaste de miedo la semana pasada —dije con incredulidad. Pensé que ambos nos sorprendimos por la ferocidad con la que salté a defender a Rosalie—. Piensa que eres algún bicho raro y demente que está obsesionado con su hermanita.

Edward me fulminó con la mirada, luego suspiró y después volvió su atención a la televisión sin sonido. Chuck Norris estaba ocupado golpeando a siete tipos con una patada voladora.

—¿Es eso lo que crees? —preguntó.

—¿Honestamente?
Edward deslizó su mirada de nuevo a mí, esperando mi respuesta.

—No tengo ni idea sobre qué de ti. Puedes ser muy dulce. Aunque parezca increíble, eres dulce.

Edward parecía tan sorprendido por mi cumplido que enterré mi mirada en mi regazo.

—Pero —continué, sonrojándome de nuevo—, la mayor parte del tiempo también eres… —Mi voz se fue apagando. No quería decir exactamente lo que pensaba.
Demasiado tarde.

—¿Soy qué? —demandó con recelo. Cuando me encogí, dijo—: Tan sólo dímelo.
Tú lo has pedido.

—Bueno, eres un poco rarito. Al estilo de me gusta ahogar a los gatitos para divertirme —dije con un gesto de dolor. Rápidamente agregué—: No creo que quieras serlo. —Como si eso lo fuera a hacer sentir mejor o algo—. Pero tampoco creo que te des cuenta.

Me forcé a mirar a Edward. Miraba la televisión de nuevo. No mirándola realmente, sino como dejando ahí la mirada. Dejó salir un largo suspiro de cansancio.

—Lo siento —dije, sintiéndome como una mierda—. He sido muy dura.

—No pasa nada. —Edward seguía sin mirarme a los ojos—. Prefiero saber cómo te sientes, aunque me joda. Al menos así lo entiendo.

Genial. ¿Podía sentirme peor? Con un largo suspiro de cansancio de mi cosecha, me puse en pie.

—Vamos.

Estiré mi mano hacia Edward. Miró como si fuera a morderle, pero después de un momento me dejó que lo levantara. Lo llevé a rastras hasta la cocina señalando a la hilera de taburetes que rodeaban el mostrador.

—Siéntate.

Lo hizo sin discutir.
Edward miró en silencio mientras sacaba un tarro de medio quilo de Chunky Monkey del refrigerador y me sentaba a su lado.

—Te sentirás mejor. Lo prometo —dije, pasándole una de las dos cucharas.

No esperé a que la hundiera. Después de darle un bocado, él levantó su cuchara y compartimos un tarro de helado en silencio.

Justo en el momento en que me preguntaba qué estaría pasando por su cabeza, escuché el extraño sonido de un chasquido. Edward había cambiado su cuchara por una navaja mariposa y la abría y cerraba mientras miraba fijamente el bote del helado.

Grité, por supuesto, y el sonido de eso sacó a Edward de cualquier ensoñación psicopática que estuviera teniendo. Miró el cuchillo como si lo estuviera viendo por primera vez. Jadeando horrorizada, me alcanzó cuando salté del taburete, pero fui demasiado rápida.

—¡Qué demonios, Edward! —grité, corriendo hacia el otro lado del mueble y a salvo fuera de su alcance.

—¡Bella, espera! ¡No es lo que piensas! ¡Lo siento!

—¡También yo! ¡Siento haberte dejado pasar!

Edward intentó venir detrás de mí en la cocina y volví a gritar.

—¡Atrás!

—Bella…

—Lo digo en serio, Edward. ¡Ni te me acerques!
Edward se alejó con las manos levantadas. Pero no en una manera de me rindo. Más bien como un gran gato esperando un buen momento para abalanzarse.

—Bella, por favor. Sólo dame la oportunidad de explicarme.

—Llamaré a la policía si no sales de aquí en cinco segundos.

—Mira. La estoy bajando. —Lentamente, Edward bajó la navaja, con el filo guardado, en el mostrador y lo deslizó lejos.

Mis ojos siguieron a la navaja. Una parte de mí quería agarrarla, pero no era estúpida. Ahora podía estar fuera del alcance de sus brazos, pero era rápido y seguía estando más cerca de él que de mí.

—Puedo explicártelo si me dejas.

Mis ojos volvieron a Edward al sonido de su voz. Ahora estaba conmigo en la cocina y se encontraba lo bastante cerca para tocarme si quisiera. De acuerdo, estoy segura de que lo quiso, pero no lo hizo. Que se contuviera a sí mismo en ese momento es la única razón por la que no llamé a la policía ni saqué un cuchillo carnicero de la encimera de detrás de mí.

—No quiero hacerte daño —dijo Edward cuando se dio cuenta de que le daba la oportunidad de explicarse—. Todo esto de la navaja, es un hábito nervioso. Es eso. No quise asustarte. Yo nunca…

No escuché el final de la oración de Edward porque justo entonces el enorme estallido de un trueno explotó en el exterior y un brillante destello blanqueó toda la casa, causando que se fuera la luz. Di un grito ahogado en la repentina oscuridad, infeliz de ya no poder ver a Edward.
Edward debió haber anticipado mi angustia por el apagón, porque inmediatamente me atrajo hacia él, presionándome contra su pecho.

—Edward —le advertí—. Suéltame.

—Vi como apuñalaban a mi madre hasta morir cuando tenía nueve años.
¿Realmente acababa de decir eso?

Con esa confesión, todo el miedo y la lucha se detuvo. Ni siquiera tuve la necesidad de liberarme de su apretón. Me vencía la morbosa curiosidad.

—¿Cómo?

Incluso en la oscuridad, cuando sólo podía ver sombras, Edward no buscaría mis ojos. Me soltó y se deslizó por la encimera hasta el suelo.

—Fue en el robo de un auto en San Diego —explicó—. El tipo también me apuñaló, por error no me alcanzó en el corazón. Encontraron el auto en Riverside, pero nunca encontraron al que lo robó. Esa navidad, papá se suicidó y fui enviado a vivir con mi tía Esme.

—Edward.
Edward sacudió la cabeza distraídamente.

—Fue hace tiempo.

No supe qué decir, pero me senté a su lado en el suelo y apreté su mano. Cuando su cuerpo se tensó a mi lado, me di cuenta de que ahora nos tomábamos de la mano y había sido a petición mía. No había querido hacerlo, pero soltarle ahora sería un cruel rechazo.

Creo que ese rechazo era exactamente lo que Edward esperaba. Lo consideré, pero no tuve el corazón de hacerlo. En vez de soltarlo, entrelacé mis dedos con los suyos.

Después de uno o dos latidos, Edward finalmente aceptó el hecho de que sostenía su mano y cautelosamente llevó esa mano a su mejilla. La dejó ahí un momento y respiró hondo. Me sorprendió sentir el pequeño estremecimiento que recorrió su cuerpo. Una cosa era que yo me estremeciera ante su roce, pero que él temblara ante el mío, completamente era otra cosa.

—Así que, um, ¿Por qué esa obsesión con las navajas? Se podría pensar que después de algo así ahora tendrías que temerle.

Escuchando los nervios en mi voz, rápidamente Edward dejó caer nuestras manos de nuevo en su regazo. Estuvo callado durante un minuto, y justo cuando pensé que no iba a responder a mi pregunta, dijo—: Cuando vine a Beverly Hills, los servicios infantiles recomendaron que hiciera terapia psicológica, pero mi tía Esme nunca ha hecho las cosas de la manera convencional. Dijo que era mejor para mí que me enfrentara a mis miedos, en el sentido literal de la palabra, y me regaló mi primera navaja.

Mi mirada a la navaja que había sobre la encimera.

—¿Esa? —me pregunté en voz alta.

Edward entendió lo que dije.

—Sí. Mi tía Esme encontró a alguien que me enseñara a usarla y entonces me inscribió en clases de defensa personal.

—¿Eso te ayudó?
Edward suspiró.

—Las pesadillas se detuvieron. Dejé de tener miedo a salir de casa. Sin embargo, obviamente, no funcionó por completo, ya que crecí un poco acelerado. —Edward me soltó la mano y entonces dijo—: O loco. O psicópata. O todo lo que me has llamado en el último pasado. —Pude notar su gesto torcido en su voz cuando añadió—: ¿Rarito al estilo de me gusta ahogar a los gatitos para divertirme?
Vaya. Esas palabras sonaban tan mal ahora.

—Olvidaste lo bastante guapo para ser gay —dije. Se rió entre dientes, pero mi risa fue forzada. La única cosa que pude pensar para decir fue—: Lo siento.

Entonces Edward se giró y nos quedamos cara a cara. A duras penas, pude distinguir sus rasgos faciales ahora que mis ojos se habían ajustado a la oscuridad. Lo bastante para ver la intensidad en sus ojos.

—No —dijo con ferocidad—. No lo sientas. Eres la primera persona a la que le he contado esto y no lo hice para que te lamentaras. Sólo quería que lo entendieras. No quiero que tengas miedo de mí.

—De acuerdo —dije, a pesar de que era imposible no lamentarse, lamentarme por él y por todas las cosas horribles que le había dicho alguna vez.

Nos quedamos ahí sentados, en silencio, unos minutos más hasta que, afortunadamente, la luz volvió. Nos encontramos mirándonos mutuamente pero el momento era delicado. Sin saber que más decir, me levanté y agarré el helado del mostrador. Ahora no era más que una sopa de helado. Con un suspiro, lo tiré y le devolví la navaja a Edward.

Después de agarrarla, me tomó de la mano y me indicó: —No quiero que tengas miedo de mí. No tienes ni idea de cuánto lo siento.
Me encogí de hombros e intenté alejarme pero Edward no soltaría mi mano.
—Bella, jamás te lastimaría.
Edward esperó a que dijera algo, pero no pude encontrar mi voz. Asentí y tiré de mi mano. Esta vez me soltó. Se sentó de nuevo en la barra y miró mientras limpiaba el helado derretido que había caído por la encimera.

—Después de que murieran mis padres empecé a tener problemas con los niños de la escuela.
Ahora parecía que Edward hablaba más para sí mismo que para mí.

—Mi psicólogo dijo que había desarrollado un desorden de personalidad. Mi tía Esme pensó que eso era ridículo y me sacó de la escuela. —Se detuvo durante un minuto, entonces agregó—: Y me llevó a hacer terapia. No he tenido más que tutores privados desde entonces.

Edward comenzó mecánicamente a abrir y cerrar de nuevo su navaja sin percatarse de que lo hacía. Realmente era un hábito nervioso.

—No hace mucho, estuve leyendo cosas sobre los desordenes de personalidad, luego de que me dijeras que no era normal —dijo Edward, frunciendo el ceño—. Tal vez ese hombre tenía razón.

—No sé mucho sobre eso —alegué, a pesar de que no estaba muy segura.

—Eso explicaría cómo te sientes hacia mí —expuso Edward—. Y cómo nunca acierto contigo. Lo estoy intentando, Bella. De verdad que estoy haciendo un gran esfuerzo. Pero es difícil, porque todos estos intensos sentimientos que tengo por ti me están volviendo tan loco.

Había estado a punto de tomar asiento en el taburete al lado de Edward, pero me detuve ante la mención casual de sus intensos sentimientos por mí. Edward torció el gesto por la manera en que retrocedí en la cocina, poniendo de nuevo la encimera entre nosotros.

—Todo lo que quiero es gustarte —dijo, con la frustración arrastrándose de nuevo en su voz—. Pero cada vez que comienzo a llegar a alguna parte contigo meto la pata de tal manera que pierdo más terreno que el que tenía al principio.
Edward parecía tan decepcionado que me las arreglé para dejar de pensar en mí misma y dejarme caer a su lado.

—No has perdido todo el equilibrio —dije—. En realidad no te odio, lo sabes. Ni siquiera diría que no me gustas. Sólo cuesta un poco acostumbrarse a ti.
Edward bajó la mirada a la navaja de su mano. La cerró, pero continuó jugando con ella.

—Decir que ya no te disgusto no es lo mismo que decir que en realidad te gusto.

—No —concordé—. Tienes razón. No lo es.
Edward volvió a fruncir el ceño y esta vez hubo algo lindo en eso que sonreí y dije—: Pero no comparto helado con cualquiera.

Y le di un codazo juguetonamente.

Pude sentir la sorpresa rebosando en Edward mientras se giraba para quedarse completamente frente a mí, pero no pude alzar la mirada. Me puse tan roja como una cereza. No pude creer que acabara de decirle a Edward que me gustaba. Por descontado, él no pensó que lo que hubiese querido decir fuera: Olvidémonos de la cocina y vayamos a enrollarnos al sofá. Pero pienso que tal vez yo sí.

—Por cierto, lo siento —dije, con mis ojos aún concentrados en la encimera de enfrente de mí.

—Te lo he dicho, no lo…

—No es por eso, es por la semana pasada. Todo eso con Emmett en mi fiesta de cumpleaños. —Mi rostro ahora se puso tan rojo que estaba segurísima de que el rubor bajaba por mis brazos—. Rosalie dijo que te molestaste.

—Rosalie también dijo que Emmett y tú habían pasado la semana pasada en La Tierra de la Pareja Feliz.
No sólo me sorprendió el hecho de levantar la mirada hacia él, sino el que no pudiese ocultar mi decepción.

—¿En-entonces no te enojaste porque Emmett me besara? —tartamudeé.
Que alguien estampe PERDEDORA en mi frente ahora mismo.

Edward me contempló con una expresión fría, pero lentamente la luz se arrastró hacia sus ojos. Cuando sonreía satisfecho, se transformaba de nuevo en el encantador y seguro de sí mismo Edward que conocí cuando se mudó.

—Molesto —dijo—, no es una palabra lo suficientemente fuerte para describir lo que sentí al ver como Emmett te robaba ese beso. Si no hubieras comenzado a devolverle el beso cuando lo hiciste, no hubiera sido la pared lo que machaqué con mi puño. —De repente, el rostro de Edward se sonrojó con tanta rabia que incluso comentó con asco—. Ni siquiera sabe, ¿no? —No tenía ni idea a lo que se refería Edward, pero la pregunta parecía retórica—. No tiene ni la menor idea de que ese fue tu primer beso.

Consideré esa afirmación también como retórica.
La rabia de Edward se desvaneció tan rápido como había venido.

—No debería haber sido así —dijo. Creí haber vuelto a poner una señal de prohibido a la sexy voz en la habitación de Edward, pero regresó y trayendo una gran tensión con ella—. Delante de toda esa gente —continuó Edward—. Y con alguien a quién ni siquiera querías besar.
—Si recuerdo correctamente, tú pensaste que quería besarlo —dije, tragando fuerte. Era mi imaginación, ¿o Edward se acercaba?

—Pero no querías, ¿no? —Definitivamente se estaba reclinando—. Vi la expresión de tu cara después de eso, Bella. ¿Por qué crees que me molesté tanto con Rosalie?
Fruncí el ceño.

—Si sabías que ese beso no confirmaba nada entre Emmett y yo, ¿por qué te fuiste?

—No creí que asesinar a uno de tus amigos me ayudaría a ganarte.
No parecía que Edward estuviera exagerando.

—Quería matarlo, Bella. Estuve cerca. Demasiado cerca. Así que me fui antes de que algo malo pasara.

Nop. No bromeaba. Para nada.
Dale un respiro. Vio como asesinaban a su madre. Eso fijo que trastoca a cualquiera.
Edward notó mi incomodidad e hizo una mueca de desagrado.

—¿Rarito?
Estremeciéndome, levanté mi dedo pulgar e índice, separados por un centímetro.

—Un poco.
Edward soltó un suspiro de frustración y comenzó de nuevo a abrir y cerrar la navaja.

—No sé cómo arreglarlo —dijo—. Odio verte con otra gente. Ya sea hablando por teléfono con tus mejores amigos, jugando hockey en el parque, hasta incluso discutiendo con tu hermana. Eres tan natural con todos, tan relajada. Nunca has sido de esa forma conmigo. Ni una vez. Si supiera cómo ser normal para ti, Bella, lo haría, aún si significara ser más como ese idiota, Emmett McCarty.

Sonreí ante el comentario de idiota. Edward ni siquiera intentaba ocultar sus celos. Me sorprendió que no despedazara a Emmett en pedazos con sus propias manos cuando ayer los presenté.

—Edward —dije—. Si fueras normal, te habrías mudado e inmediatamente te hubieras enamorado de Rosalie como todos los demás. Si fueras normal, te trataría exactamente de la misma manera en la que trato a todos los chicos que conozco. Piensa en eso. No es lo que quieres. Confía en mí, si lo que buscas de mí es algo más que amistad, siendo más como Emmett no sería la mejor idea. Aunque no es un idiota.

—Sí y demasiado —murmuró Edward.
—Lo que sea. A lo que voy es que no tienes que preocuparte tanto por ser normal.
Edward entrecerró los ojos hacia mí, inseguro de hacia dónde iba con eso. Y hacia dónde iba, era probablemente el último lugar que hubiera esperado, y me llevó un minuto soltar las siguientes palabras.

—Así que mientras no me estés asustando sin que tenga sentido —dije, sonrojándome mientras me encogía de hombros—, como que me gusta que seas diferente.

Una vez que Edward se recuperó de su sorpresa, algo peligroso brilló en sus ojos y por una vez no era rabia. Era… era… no lo sé. Pero me asustaba de una manera realmente apasionante.

—Bella —dijo Edward, bajándose del taburete. Es todo lo que le costó para observarme desde arriba. Sabía lo que él quería. Y sabía que esta vez no se detendría. Podía verlo en sus ojos. Prácticamente podía sentirlo. Este ya era un mejor beso que el de Emmett y eso que Edward ni siquiera me tocaba.
Edward tomó mi rostro en sus manos.

—Ahora voy a besarte —me advirtió, susurrando tan suavemente que se me puso la piel de gallina—. Puede que no te guste, pero me temo que es algo que tengo que hacer.

Uh, segurísimo que va a gustarme.
Edward sonreía de oreja a oreja mientras bajaba su rostro al mío.

—Estás pensando en voz alta de nuevo.

Comencé a jadear horrorizada, pero en el instante en que mis labios se separaron, Edward acercó su boca a la mía, literalmente, robándome el aliento. Eso me hizo querer jadear otra vez por el puro placer que sentía.

Sus labios eran delicados, pero se movían con tanta urgencia que parecía que necesitara este beso para seguir vivo. Perdí el sentido de cualquier cosa salvo, la sensación y el sabor de sus labios, a excepción de que estaba bastante segura de que en este punto sus manos andaban por mi pelo destrozando mi coleta.

Toda la experiencia me dejó un poco mareada, y cuando al final acabó, desperté para descubrir que ya no me encontraba sentada en el taburete, sino en los brazos de Edward. Menos mal que me sostenía porque mis rodillas se habían rendido.

Los dos resoplábamos levemente mientras Edward inclinaba su frente contra la mía.

—Ese debería haber sido tu primer beso —dijo.
—¿No lo ha sido? —pregunté aturdida. Lo que sea que Emmett hizo la semana pasada, no se acercaba ni remotamente a lo que acababa de experimentar. Edward me había dejado completamente hecha polvo.

Había una sonrisa en la voz de Edward mientras preguntó—: ¿Estás bien?
La confusión no despegaría de mi cerebro por completo, pero me las arreglé para enfocar los ojos.

—¿Eh?

Edward me observaba, más entretenido de lo que alguna vez lo había visto. Todo su semblante era diferente, como si de repente se hubiera quitado un peso de encima que yo nunca supe que estaba ahí.

—¿Necesitas sentarte? —me preguntó.
Sonó como un excelente plan. Cuando asentí, Edward me llevó a la sala familiar y me bajó al sofá con él.

—Mis rodillas parecen gelatina —dije—. ¿Es lo que se supone que pasa?
La única respuesta que obtuve de Edward fue una risa y él diciendo—: Oh, Bella. —Con un suspiro feliz.

Parecía como si estuviera satisfecho por sólo sentarse allí, conmigo apoyada en su costado durante el resto de su vida, pero el revoloteo en mi estómago rápidamente se transformó en nervios, así que interrumpí la paz con otra pregunta estúpida.

—Entonces, um, ¿qué pasa ahora?
—¿A qué te refieres? —preguntó Edward. Estaba ocupado enterrando sus dedos en mi cabello.

—No lo sé. Sólo que parece que deberíamos estar haciendo algo.

—Y lo estamos. Estamos cuidando a un niño. —Cuando fruncí el ceño, Edward se rió—. Sólo estás inquieta porque normalmente, en este momento, estarías huyendo de mí.
Esto era cierto.

—Si no tuviera que preocuparme por Edward, todavía podría.

—Bueno, entonces que suerte que tengamos a Edward.

Edward rió de una manera alegre y despreocupada que casi olvidé por qué se suponía que me daba miedo al principio. Me acercó lo bastante para besarme en un lado de la cabeza, y entonces me soltó. Se conformaba con sostener mi mano, lo que pienso que era otra restricción física por su parte en un intento de hacerme sentir más cómoda. Me sentí agradecida por eso.
—Bueno, ¿y qué estamos viendo? —preguntó, dirigiendo su atención a la televisión. Cuando vio lo que daban dijo—: Bella, no estás viendo viejas películas de Chuck Norris.

 ********************************************
que les parecio el primer beso de ellos y sobre los padres de edward.
bnueno muchas gracias a todas por leer tambien gracias a Cari y Carola por sus comentarios.

1 comentario:

cari dijo...

Muero d amor Edward es tan lindo (cuando quiere) amenos ya le contó x q es tan raro y me tranquiliza q sepamos x q es un atleta y diestro con las armas, ese beso jajajajaja la dejo boba su primer beso lo d el bobo Emmett no fue nada, gracias nena

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina