Capitulo 10
Isabella
Al día siguiente en
la oficina, seguían llegando en masa. Docenas de rosas. Rosadas, rojas,
amarillas. Una nueva docena era entregada cada hora. Me costó un poco entender
por qué lo estaba haciendo. Fue la historia que le conté sobre mi padre y la
ceremonia de la rosa. Más tarde encontré una carta, que había caído de la
primera docena, que decía, Estas son de hace mucho tiempo. Mi
corazón se sintió pesado y lleno de algo inidentificable al mismo tiempo.
Esta noche era la
gala a la que se suponía iba a asistir con él. Iba a estar fuera de mi zona de
confort, los nervios me siguieron todo el día. Había escogido dos diferentes
vestidos formales en Bergdorf’s en mi hora del almuerzo.
Cuando regresé a la
oficina, había un plato de comida india en mi escritorio. El olor a curry era
nauseabundo.
—¿Alice? ¿Cómo llegó
esta comida aquí?
—Un chico de entrega
lo dejó, dijo que era para ti. Creí que lo habías ordenado.
—Compro comida india
para ti, pero sabes que la odio.
Entonces, un
pensamiento cruzó mi mente. Saqué mi teléfono.
Isabella: No me
compraste comida india, ¿verdad?
Edward: Lo hice.
Isabella: ¿Por qué?
Edward: ¿Pensé que te
gustaba? Te vi yendo a recogerla.
Isabella: Um… ¿Cómo
es eso? ¿Me estabas siguiendo?
Edward: Solo fue una
tarde. Extrañaba tu rostro. Iba a acercarme como el Sr. Big, sorprenderte y
llevarte a almorzar. Entonces te vi salir corriendo de Masala Madness y pensé
que ya tenías planes.
Isabella: LOL. Estaba
comprando el almuerzo para Alice. La comida india me da acidez.
Edward: Necesito
trabajar en mis habilidades de acecho.
Isabella: Aunque, fue
muy amable de tu parte.
Más tarde ese día, Edward
me envió otro mensaje.
Edward: Oye, escuché
que cambiaron el nombre de la gala en mi honor.
Isabella: ¿En serio?
Edward: Ahora se
llama Gran Bola Azul.
Isabella: LOL.
Edward: Están
regalando bolsas con hielo e ibuprofeno.
Isabella: Estás loco.
Edward: Por ti, lo
estoy.
Isabella: ¿A qué hora
me recoges?
Edward: Santa mierda.
¿De verdad se me permite ir a tu puerta?
Isabella: Sí.
Edward: Entonces 7:30
Isabella: Necesitaré
tu aprobación para mi atuendo. Tengo dos vestidos en espera en Bergdorf’s y
todavía no puedo decidir.
Edward: Sabes que voy
a vetar lo que sea, solo para ver cómo te desnudas.
Isabella: ¿Cómo está
tu tatuaje?
Edward: Bien. Podemos
jugar Yo te muestro el mío, tú me muestras el tuyo más tarde si quieres.
Isabella: Tengo
algunos que no has visto.
Edward: Soy
dolorosamente consciente de eso.
Isabella: Tal vez si
eres bueno esta noche, te dejaré ver uno.
Edward: Y si tú eres
buena, te dejaré ver debajo de la mesa.
Isabella: LOL.
Edward: Eres malvada,
Isabella Swan Vendetta. Burlándote de mí con tus tatuajes. ¿Cómo diablos se
supone que voy a trabajar ahora?
Isabella: ;—)
Después del trabajo,
pasé por Bergdorf’s a comprar mi vestido. Tenía dos en espera y no había
decidido cuál me gustaba más. En el probador, di mi nombre y esperé a que la
vendedora volviera con mis selecciones.
—Aquí tienes,
querida.
—Gracias. Pero ese no
es mío. —Señalé un precioso vestido verde. En realidad, era el primer vestido
que me había llamado la atención más temprano, pero era un diseño que nunca me
podría permitir. El precio era casi diez veces los otros dos juntos.
—Ese es el que su
esposo agregó está tarde.
—¿Mi esposo?
—Supuse que era su
esposo. Lo siento, no pregunté su nombre. ¿Novio, tal vez? No son muchos los
hombres que lucen así, los que entran a una tienda de vestidos para mujeres. O
pagar la factura para el caso.
—¿Pagar la factura?
—El caballero que
agregó este vestido a sus selecciones. También pagó la factura por el verde. E
instruyó al gerente a poner cualquier otro vestido que le guste también a su
cuenta. También nos pidió que escogiéramos los zapatos para combinar con el
verde y pagó por ellos. —Colgó los vestidos en un probador y desapareció por un
momento. Cuando volvió, abrió la caja para mostrarme un par increíble de
Louboutins que nunca podría permitirme.
Mandé un mensaje
antes de quitarme la ropa.
Isabella: ¿Haces
compras en el área de mujeres a menudo?
Edward: Eso fue una
primera vez. Deberías ver los artículos que llevé conmigo.
Isabella: ¿Compraste
otros artículos?
Edward: Sí. La mujer
de lencería me miró como si pensara que estaba jugando a disfrazarme.
Isabella: LOL.
¿También fuiste a lencería? ¿Qué compraste?
Edward: Esas compras
no podrás verlas pronto. Ya que todavía no voy a verlos siendo modelados. A
menos que hayas cambiado de opinión…
El pensamiento de Edward
yendo de compras al departamento de lencería me divertía y me excitaba. Me lo
imaginé pasándose la mano por el cabello con frustración, odiando completamente
lo que estaba haciendo, pero sin poder detenerse.
Isabella: El vestido
verde es hermoso, pero no puedo aceptarlo. Es demasiado.
Edward: Es la venta
final. Dónalo si no te gusta.
¿En serio? El vestido
costaba casi tres mil dólares.
Isabella: Estás loco,
lo sabes.
Edward: ¿Te queda?
Isabella: Aún no me
lo he probado.
Los rápidos mensajes
que intercambiábamos se detuvieron durante unos minutos.
Isabella: ¿Todavía
estás ahí?
Edward: ¿Estás en el
probador?
Isabella: Sí.
Edward: Acabo de
tener una pequeña fantasía sobre ti de pie en el probador, mirando a tu hermoso
cuerpo desnudo en el espejo.
Isabella: Y…
Edward: ¿Quieres
escuchar más de mi fantasía?
Isabella: Podría…
Edward: Me gustaría
unirme a ti en ese probador. Inclinarte, con las manos presionadas contra el
espejo, los dedos extendidos, y tomarte desde atrás mientras nos observas.
Todavía estarías usando los zapatos que elegí.
Esta vez, fui yo
quien se quedó callada. Miré al espejo y vi a Edward parado detrás de mí. Si la
ilusión era así de caliente, había una buena posibilidad que me derritiera
cuando sucediera en realidad. Cuando. Ya ni siquiera intentaba engañarme
diciendo si. Finalmente, mi teléfono zumbó.
Edward: Sé lo que
estás haciendo.
Isabella: Le veo esta
noche, Sr. Gran Imbécil.
Cuando llegué a mi
apartamento cargando una bolsa de ropa, noté una limusina negra estacionada
afuera. Cuando me acerqué, el conductor uniformado salió. El conductor de Edward.
—Srta. Swan, el Sr. Cullen
pidió que le entregara esto. —Me entregó dos sobres de manila cerrados.
—¿Qué es?
—No lo sé, señorita.
Recibí instrucciones de entregarlo, así que aquí estoy. —Asintió cortésmente y
abrió la puerta del auto—. Tenga una buena tarde.
Mis manos estaban
llenas, así que esperé hasta estar arriba antes de abrir los sobres. Después de
colgar mi vestido, me senté en la cama y abrí el primero de los paquetes.
Dentro había una caja La Riche Alpine Green de tinte para el cabello. El
color era la combinación exacta para el vestido.
Edward A. Cullen
tenía un gran lado dulce.
Curiosa, abrí el
siguiente sobre. Era una caja Betty Down There Hair Color 1 verde con una nota
pegada que decía, No estaba seguro si la alfombra coincidía con las
cortinas.
Sonriendo de oreja a
oreja, pensé, lo vas a descubrir por ti mismo muy pronto si continúas esto.
***
El timbre sonó
puntualmente a las siete treinta. Hablé por el intercomunicador antes de
presionar el botón para abrir la puerta principal de abajo.
—¿Aquí es, Célibe en
Manhattan?
—Por desgracia, sí.
Lo dejé entrar y
desbloqueé mi puerta para esperar.
Caminando por el
pasillo desde el ascensor hasta mi apartamento, tomó pasos rápidos y seguros.
Cada uno hizo que mi pulso latiera un poco más rápido. Llevaba un esmoquin
oscuro y era muy posiblemente el hombre más hermoso que jamás había visto. No
había ninguna duda en mi mente de que podría causar un atasco en el tráfico
caminando por las calles de Manhattan vestido así. Literalmente me lamí los
labios.
Mientras estaba allí,
salivando, Edward tomó mi rostro en una mano y apretó.
—Vas a ser mi muerte,
mirándome así. —Luego me besó hasta que no hubo duda de que lo que sentía era
mutuo.
Parpadeé de nuevo a
la realidad cuando me soltó.
—Necesito vestirme.
Ven dentro.
—No he podido pensar
en nada más que en venirme en ti desde que me hablaste de la cita con tu doctor
para renovar tu control de natalidad.
Puse los ojos en
blanco por ser un pervertido, a pesar que en secreto amaba cada palabra sucia.
—Solo necesito un
minuto para vestirme.
—¿Quieres ayuda con
eso?
Señalé una silla en
la cocina.
—Siéntate. Quieto.
—¿Soy un perro? Estoy
dispuesto a rogar.
Desaparecí en mi
habitación y me puse el vestido verde. Era la cosa más cara que había tenido. Edward
no estaba mintiendo cuando dijo que el vestido era la venta final. De lo contrario,
no lo usaría. Pero tenía que admitirlo, los otros vestidos que elegí no podían
compararse con la belleza del que él había comprado.
A diferencia de Edward,
quien caminaba hacia mí con la seguridad de conocer su lugar en la cima de la
cadena alimenticia, estaba nerviosa de salir de mi dormitorio. El vestido era
precioso; abrazaba cada curva y mostraba la cantidad perfecta de piel para ser
atractivo sin ser vulgar, aun así, no estaba en mi zona de confort. Mirándome
en el espejo, mi reflejo era hermoso, pero lo que no reflejaba era… yo.
Cualquier duda que
tuviera fue casi completamente borrada cuando vi el rostro de Edward. Estaba
sentado a la mesa de mi cocina jugando con su teléfono y se puso de pie cuando
me vio.
—Te ves jodidamente
increíble.
—El vestido es
increíble. Todavía no puedo creer cuánto pagaste por él.
—No es el vestido, Isabella.
Es la mujer que lo usa.
—Eso es dulce.
Gracias.
—El verde es
definitivamente tu color. —Extendió la mano y me tocó el cabello—. No puedo ver
si tus puntas coinciden con este peinado. —Había fijado mi cabello en un giro
francés, y metido las puntas coloridas por debajo.
Sonreí.
—Combinan. Pero no
quería resaltar como un pulgar hinchado. Nunca antes he estado en una gala,
pero algo me dice que sería la única con verde en su cabello.
—¿No te gusta tu
cabello recogido?
—De hecho, me gusta
más suelto.
—Date la vuelta.
Déjame ver. —Cuando obedecí, Edward deslizó los pasadores que estaban sujetando
mis trenzas gruesas. Mi cabello largo cayó en ondas. Me guió para darme la
vuelta—. Vas a destacar con él recogido o suelto, y no tiene nada que ver con
el color de tu cabello.
—¿No te importa?
—¿Importar? Soy un
imbécil arrogante. Me gusta cuando otros envidian lo que tengo.
—Solo dame un segundo
para arreglarlo. —Fui al baño y alisé mi cabello. En verdad me gusta mi cabello
suelto. Cuando regresé, Edward tomó mis dos manos.
—Entonces, ¿coincide?
—Sí. El color es
bastante parecido, ¿no crees? —Levanté mis puntas contra la parte superior de
mi vestido. Los verdes eran casi del mismo tono.
—No estaba hablando
del vestido.
—Oh. No. Gracias por
el Betty Down There, pero las cortinas no coinciden.
—Es una lástima.
Sonreí con
suficiencia.
—¿De verdad? Pensé
que te podría gustar mi creación allá abajo.
—¿Tu creación?
Besé sus labios con
suavidad, luego hablé contra ellos:
—No hay nada que
teñir. Estoy completamente desnuda ahí abajo.
***
Edward tenía razón en
una cosa; definitivamente estábamos atrayendo atención. A pesar que dudaba que
cualquiera de las mujeres, follando con los ojos al hombre que estaba a mi
lado, incluso notara mi cabello. Edward parecía ajeno a ello mientras me
dirigía hacia el bar.
—Parece que tienes un
club de fans.
—Es más como un club
de odio. Mi negocio es muy competitivo.
Vi a una mujer que
estaba observándonos descaradamente mientras caminábamos. Llevaba un vestido
rojo, y su cabeza estaba siguiendo cada uno de nuestros pasos.
—Parece más lujuria
que odio.
Edward siguió mi
línea de visión. Me acercó a su lado:
—Mantente alejada de
esa.
Ese comentario solo
me hizo mirar por más tiempo.
—¿Por qué?
—No quiero que manche
tu opinión sobre mí, más de lo que pueda lograr por mi cuenta.
En el bar, Edward
ordenó su elegante bebida y el vino que tomé en la cena de la semana pasada.
Ganó un punto por recordar lo que me gustaba. Mientras esperábamos, miré la
habitación. El Met era un lugar increíble. Había estado dentro antes para las
exposiciones, pero nunca en este salón en particular. Los techos abovedados
eran una obra de arte por sí mismos. Era abrumador asimilarlo todo. La gente.
El lugar. El hombre junto a mí, más que nada.
Edward me entregó mi
bebida:
—¿Cuánto dinero
recaudará algo como esto?
—Creo que el año
pasado consiguió cinco millones.
Casi me ahogué
bebiendo mi vino. La mujer del vestido rojo que había estado mirándonos se
acercó al bar.
—Hola, Edward.
Él asintió. Su
respuesta fue brusca, y sentí que su cuerpo se tensaba.
—Irina.
Oh, mierda. La mujer
a la que llamé.
—¿No vas a
presentarme a tu amiga?
Me acercó más a su
lado:
—De hecho, no.
Estábamos a punto de bailar. Discúlpanos.
Edward me apartó
bruscamente del bar y de la mujer. Me sentí aliviada de alejarme de ella, pero
curiosa por la relación. Había una pista de baile, grande y casi vacía, en un
lado de la habitación. En nuestro camino, hicimos una parada en la mesa número
cuatro y Edward colocó nuestras bebidas.
En la pista de baile,
Edward me acercó más. No me sorprendió descubrir que sabía bailar. La forma que
dirigió con una mano fuerte, definitivamente se adaptaba a su personalidad
dominante.
—Entonces… vestido
rojo. ¿Asumo que ustedes tienen historia?
—La tenemos. Pero no
es lo que piensas.
—¿Qué quieres decir?
¿Que no la has follado?
Echó la cabeza hacia
atrás y arqueó su ceja.
—¿Celosa?
Aparté la vista. La
idea de que estuviera con alguien más movió algo irracional en mi interior. Edward
se agachó y pasó su nariz por mi garganta.
—Me gusta que estés
celosa. Significa que eres posesiva conmigo. Me siento de la misma manera sobre
ti.
Mis ojos se encontraron
con los suyos. Nuestras miradas se sostuvieron por un largo tiempo antes que
volviera a hablar:
—No. No he dormido
con Irina. Nunca le puse un dedo encima. Ella no está feliz por la forma en que
manejo una adquisición de empresas.
—Oh.
Se inclinó más cerca,
hablando áspero en mi oído.
—Pero hablando de
follar. La he tenido dura desde que me dijiste que estabas desnuda. —Con su
mano en mi espalda baja, me presionó firmemente contra él. Podía sentir su
erección enterrándose en mi cadera. El hombre estaba atacando todos mis
sentidos a la vez; el sonido de su voz necesitada, el olor que era tan
masculino y distintivo de él, el toque de sus manos en mi piel desnuda… Dios,
quería probarlo. No ayudó la forma en que su cuerpo controlaba al mío
mientras arrasábamos fluidamente por la pista de baile, me recordaba lo
dominante que probablemente sería en la cama. Había un armario cerrado en algún
lugar cercano, estaba segura de ello. Sería tan fácil ceder a él en este
momento. Pero en cambio, obligué a mi perra interior a través de la bruma de
lujuria que amenazaba con tragarme.
—Tal vez deberías ver
a un doctor acerca de eso. Parece que constantemente tienes una erección.
¿Demasiada Viagra, tal vez?
—Puedo asegurarte,
que no hay ayuda artificial necesaria para hacer que mi polla se hinche cuando
estoy a tu lado, Isabella. Y he visitado a mi doctor recientemente. De hecho,
hace algunos días. Tomé algunos consejos de una columnista que sigo y me
preparé ante la remota posibilidad que se me permita romper mi voto de
celibato. Estoy limpio y tengo los papeles para demostrarlo.
—Suenas ansioso. ¿Los
llevas contigo en este momento? —Estaba bromeando, pero Edward se echó hacia
atrás y acarició su bolsillo de la chaqueta donde estaría el bolsillo interior.
Me atraganté—. ¿Es en serio? De verdad no los tienes contigo, ¿verdad?
—Por supuesto, es en
serio. No hay nada que quiera hacer más que correrme en tu interior. Ni de
broma iba a perder una oportunidad por no estar preparado si se presentaba la
ocasión. Los he llevado conmigo durante tres días.
Su admisión fue
extrañamente encantadora. Otra canción empezó, y bailamos en silencio por un
rato, nuestros cuerpos balanceándose al unísono.
Apoyé mi cabeza en su
pecho y suspiré.
—Me gusta esto. No lo
esperaba, para ser sincera.
Me acarició con su
nariz.
—Yo también.
Normalmente odio esas cosas.
Mi guardia estaba
deslizándose por este hombre. No tardé mucho en recordar levantarla y
protegerme.
Estábamos sentados a
una gran mesa redonda preparada para acomodar al menos una docena de otros
invitados. Edward me presentó a las parejas que nos rodeaban a ambos lados,
pero algunas de las sillas todavía estaban vacías.
—Entonces, ¿qué
haces? Isabella, ¿verdad? —Braxton Harlow se sentó a mi izquierda. Era un
caballero viejo, pero guapo, con el cabello plateado que contrastaba con su
rostro bronceado. Edward estaba hablando de negocios con el hombre a su otro
lado.
—Trabajo para una
columnista de consejos. Pregunta a Alice.
—Eres una escritora.
Qué maravilloso.
—No exactamente. Es
más como que hago recados de mierda para el escritor y algunas veces me da la
oportunidad de responder algunas de las cartas que recibimos.
—Ya veo.
—¿Qué haces?
—Soy dueño de una
compañía farmacéutica.
—¿Eres un proveedor
legal de drogas?
Se rió entre dientes.
—Supongo que lo soy
—¿Eso significa que
eres médico?
—Sí.
—Bueno, tal vez
puedes hablar con Edward aquí, parece tener un problema médico.
En ese momento, Edward
se unió a nuestra conversación.
—Escuché mi nombre.
¿Están hablando sobre mí?
Braxton respondió:
—Isabella estaba a
punto de contarme sobre un problema médico que estás teniendo. ¿Hay algo en lo
que pueda ayudarte, Edward?
Edward me miró de
reojo y luego tomó lo último de su bebida.
—No lo sé, ¿tratas
bolas azules?
Al principio, el
hombre pareció confundido, pero rápidamente se convirtió en una risa efusiva.
Después de eso, los tres caímos en una conversación fácil. La mano de Edward
estaba siempre en el respaldo de mi silla, sus dedos trazando ligeramente una
figura de ocho a lo largo de mi hombro desnudo. De hecho, estaba empezando a
relajarme y disfrutar, hasta que vi un destello de rojo a través de la mesa. Irina
estaba sentada directamente frente a nosotros. Edward y el hombre que la
acompañaba hicieron ese asentimiento silencioso que hacen los hombres.
—Parece que vamos a
compartir una comida con tu amiga. —Me incliné hacia Edward.
—Ignórala.
Eso era más fácil de
decir que de hacer. Sentía su mirada fulminante, incluso cuando no estaba
mirando a escondidas. Por algún motivo, la mujer estaba disfrutando haciéndome
sentir incómoda. No hizo ningún esfuerzo para hablarle a nadie más en la mesa.
Después de la cena,
me disculpé para ir al servicio de señoras. Me encerré en una casilla e intenté
averiguar la mejor forma de ir al baño sin zambullir mi costoso vestido en el
agua del inodoro, ni tocar el asiento, o dejar caer mi bolsa, o caer hacia
adelante mientras me cernía en mis tacones de aguja de doce centímetros. Había
pensado que era una tarea mucho más fácil.
El baño había estado
vacío cuando entré. Escuché la puerta de entrada abierta, luego cerrada, y
luego el clic clac de los tacones se detuvieron en algún lugar cerca de mi
casilla. Mi intuición me dijo quién estaba al otro lado. Tomando una
respiración profunda, salí y un destello de rojo me asaltó inmediatamente. Irina
estaba revistiendo sus labios rojos en el espejo, pero su mirada estaba fija en
mí cuando salí.
—Mira si no es el
último juguete de Edward Cullen.
—¿Es así como te
diviertes? Siguiendo a las mujeres hasta el baño para hablar mal de sus citas.
Se frotó los labios
para igualar el color rojo encendido, manchó un pañuelo, y luego tapó su lápiz
labial.
—Estoy proporcionando
un servicio al género femenino, al advertir a las mujeres sobre ese hombre.
—¿Qué pasa? No te
gusta la forma en que maneja sus negocios, ¿así que necesitas advertirme?
Su boca se extendió
en una sonrisa maliciosa.
—¿Eso es lo que te
dijo? ¿Que simplemente no me gusta la forma en que maneja sus negocios?
Odiando la sensación
de que sabía algo que yo no, no dije nada. En cambio, me lavé las manos y tomé
mi propio lápiz labial. Cuando terminé, ella todavía estaba parada allí. Crucé
los brazos sobre mi pecho.
—Bueno, adelante.
Dime lo que te estás muriendo por informarme.
Dio algunos pasos,
deteniéndose detrás de mí para estudiar mi reflejo en el espejo. Entonces habló
directamente a mis ojos.
—Pensándolo bien, no
vales mi tiempo. Eventualmente, lo vas a descubrir por tu cuenta. O tal vez
puedes preguntarle a Edward por qué está decidido a destruir la compañía del
esposo de mi mejor amiga.
Me tomó un minuto
componerme después que Irina saliera. Era una gran perra, no me equivoqué al
llamárselo el día que encontré el teléfono de
Edward en el tren.
Quería atribuir su advertencia a una fiera competencia entre compañías rivales,
pero no me sentó bien. Era personal para esa mujer en alguna forma.
Edward me estaba
esperando fuera del baño.
—¿Está todo bien? Vi
a Irina seguirte.
—Bien. —Forcé una
sonrisa. Después de algunos pasos, decidí que tenía que saber más—. ¿Puedo
preguntarte algo?
—Por supuesto.
—¿Quién es la mejor
amiga de Irina?
Edward se pasó una
mano a través de su cabello peinado hacia atrás.
—Su mejor amiga es mi
ex, Tanya.
1 Tinte para el vello
púbico.
*********************
Que les pareció los capítulos hoy.
muchas gracias por sus comentarios y sus buenas vibras gracias a todas y también por leer y estar pendiente de las actualizaciones bueno nos vemos el sabado .
8 comentarios:
Me encantaron los capítulos! Gracias por actualizar
Espero que Bella no se cierre y le de una aportunidad a Edward, me encanta como se desafían todo el tiempo 😂
Espero la próxima actualización :D
Pff... que mierda???
Tal vez edward ya no sienta nada por Tanya pero siento que esto hará que se pelen
Pero igual espero que bella no se cierre :/
Aaa!!! Ya necesito el otro capi!!!!
bueno tanya lo engaño, alec lo traiciono y mira si no sacaron ventajas de las adquisiciones de edward asi que el no puede dejarse pasar por encima asi porque si no creo que tenga nada que ver como tal sus sentimientos por tanya
Zorra 2, metiche q viva su vida y deje vivir tanya se fue con el amigo engaño a Edward y esta defiende a zorra1 hay q verla versión d los hechos seguro zorras1 se hace víctima y zorra2 se cree superman defendiéndola 😎😘❤ gracias
muchas gracias por el capítulo, feliz navidad
Hola me gusta la historia. Me tienes picadisima.
Nos seguimos leyendo.
Gracias por la historia...
Me encanta...
Lo único no sé cómo enterarme de las actualizaciones.
Las historias de FFAD me llegan al email, ya no recuerdo q hice para poder obtener las actualizaciones.
Ahh claro ahora viene Irina a ver si tiene una oportunidad con Edward despues de q Tanya li traiciona.
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