Capitulo
2
Isabella
Había planeado
devolver el teléfono esa mañana.
No, de verdad. Así
es.
Entonces de nuevo,
también planeé terminar la universidad. Y viajar por el mundo. Por desgracia,
lo más lejos que me había aventurado fuera de la ciudad durante el último año,
fue cuando mi maleducado trasero accidentalmente se quedó dormido en el tren a
Path y terminó en Hoboken.
El teléfono estaba
oculto con seguridad en el compartimiento lateral de mi bolso, me senté en el
vagón siete, una hilera atrás y diagonalmente al otro lado de Mr. Gran Imbécil,
robando miradas de soslayo mientras leía The Wall Street Journal.
Necesitaba más tiempo para estudiar al león. Las criaturas en el zoológico
siempre me fascinaron, especialmente la forma en que interactuaban con los
humanos.
Una mujer abordó en
la siguiente parada y se sentó directamente frente a Edward. Era joven, y la
longitud de su falda bordeada lo inapropiado. Sus piernas bronceadas estaban
torneadas, desnudas y sexys, incluso mis ojos se demoraron un momento. Sin
embargo, el león nunca se movió. Ni siquiera pareció realmente notarla mientras
alternaba entre leer y hacer clic sin pensar en su gran reloj. Sinceramente,
habría pensado que era más de putas que eso.
Cuando llegó su
parada, tomé la decisión de devolverle el teléfono. O quizás mañana. Un día más
no importaría. Por el resto de mi viaje, volví a través de sus fotos. Solo que
esta vez, las estudié, prestando mucha atención a los detalles del fondo, más
que al sujeto focal.
La foto de él y de la
anciana fue tomada delante de una chimenea. No lo había notado antes. La
chimenea estaba revestida con una docena de marcos. Enfoque el marco que estaba
menos pixelado. Era de un niño y una mujer. El chico tenía unos ocho o nueve
años y llevaba un uniforme de algún tipo. La mujer, al menos creía que era una
mujer, tenía algo parecido a un corte de cabello al rape. El chico podría haber
sido Edward, pero no podía estar segura. Casi perdí mi parada enfocando en lo
que resultó ser un cartero en la parte de atrás de otra foto. ¿Qué demonios
estaba haciendo?
Me detuve en mi
camión de café habitual y ordené.
—Tomaré un latte
grande de vainilla, helado, sin azúcar y con leche de soja.
Anil sacudió la
cabeza y rió entre dientes. De vez en cuando, cuando él tenía una fila llena de
mujeres que parecía que se habían perdido tratando de encontrar un Starbucks,
pedía algo ridículo. En voz alta. Por lo general, por lo menos conseguía que
uno creyese que Anil's Halal Meat servía bebidas elaboradas. Básicamente,
tenías cuatro opciones: negro, con leche, azúcar, o ir a algún otro lado. Él ni
siquiera ofrecía edulcorante. Dejando caer mi dinero en la taza, me entregó mi
habitual café negro, y me reí mientras me alejaba oyendo a una mujer preguntar
si hacía Frappuccinos.
Cuando llegué a la
oficina, Alice estaba de un humor particularmente rancio. Jodidamente
impresionante. El mundo entero pensaba que Pregúntale a Alice era
una amada institución americana, solo unos pocos sabían la verdad. La mujer que
incursionaba dando dosis de consejos azucarados conseguía su felicidad de
molestar a la gente y siendo mezquina.
—Encuentra un número
del Hotel Celestine. —Fue su saludo.
Encendí la torre de
la vieja computadora de escritorio en la que me hacía trabajar. El internet en
mi teléfono era mucho más rápido, pero no iba a usar mis datos solo porque ella
se negara a entrar en el siglo XXI. Cinco minutos más tarde, le llevé el número
a su oficina.
—Aquí tienes.
¿Quieres que te haga una reserva?
—Saca la carpeta de
viajes del archivador.
Se la entregué y
esperé, dado que nunca contestó mi pregunta. Alice cruzó el abultado archivo
hasta que encontró una pequeña tarjeta doblada del tipo de las que te da el
hotel con el nombre de la criada. Lo leyó y luego me lo mostró.
—Llama al hotel.
Diles que Margaritte no sabe cómo limpiar una habitación. Que la última vez que
me quedé en la Celestine, la alfombra no estaba correctamente aspirada, y había
pelos negros en la pared en la ducha.
—Bien…
—Menciona a
Margaritte por su nombre y que específicamente quiero una habitación aseada por
alguien más. Luego pide un descuento.
—¿Y si no dan
descuento?
—Entonces, reserva la
habitación de todos modos. Mi habitación estaba perfectamente limpia la última
vez.
—¿Quieres decir que
la alfombra y la ducha no estaban sucias?
Dejó escapar un
suspiro exasperado como si estuviera agotando su paciencia.
—Las tarifas de las
habitaciones son un atraco. No voy a pagar 400 dólares por noche.
—Así que, en su
lugar, ¿quieres que alguien sea despedido?
Levantó una gruesa y
dibujada ceja.
—¿Quieres ser tú?
Sí. Esta perra
debería estar dando consejos sobre moralidad.
***
Afortunadamente para
mí, era miércoles: el día en que Alice se reunía con su editor cada semana. Por
lo tanto, al menos, solo tuve que soportarla durante medio día antes de que me
dejara con una larga lista de tareas pendientes:
—Ordenar nuevas
tarjetas de visita. (Hazlas menos coloridas esta vez, yo manejo un negocio, no
un circo).
—Actualizar el blog.
(La carpeta amarilla tiene cartas y respuestas diarias, no improvises mientras
escribes. Pregúntale a Ida NO sugiere hacerlo al estilo perrito para animar a
tu novio, que acaba de perder a su amado terrier Jack Russell).
—Introduce las
facturas en la carpeta azul de Contabilidad Rápida.
(Toma todos los
descuentos, incluso si pasó la fecha).
—Envía los contratos
a Lawrence para su revisión.
No había órdenes en
ésta. Me di cuenta del porqué poco después. Había escrito a través de cada
página del documento con un marcador naranja brillante. Ridículo.
Inaceptable.
—Recoge la limpieza
en seco. (El ticket está en mi escritorio, no le pagues si la marca en la manga
izquierda de mi chaqueta mohair no salió.)
¿Qué diablos era un
mohair de todos modos?
—Entrega de Speedy
Printing esta tarde. (No hay propina. Llegó diez minutos tarde otra vez la
semana pasada.)
La lista seguía sin
cesar. Tuve que aguantarme para no escanearlo y publicarlo en el blog bajo la
última respuesta que dio a un empleado que estaba teniendo problemas con su
jefe. En vez de eso, empecé a subir la música (Alice no permitía música en el
lugar de trabajo), le di propina al encargado de la entrega de la impresora, un
billete de veinte dólares y tomé un descanso de una hora con mis pies descalzos
sobre el escritorio para jugar con el teléfono de Mr. Gran Imbécil un poco más.
Mirando mis dedos en movimiento, admiré la última obra de Emmet, dos plumas
tatuadas en la parte superior de mi pie derecho que colgaban de una pulsera de
tobillo de cuero. Muy Pocahontas. Necesitaba parar en la tienda para que
pudiera tomarle una foto para su pared, ahora que la hinchazón había bajado.
Estaba casi en mi
límite de uso de datos del mes, por lo que metí a Edward Cullen en Google en su
teléfono. Me sorprendió cuando la búsqueda devolvió más de mil resultados. El
primero fue el sitio web de su empresa: Cullen Financial Holdings. Hice clic en
el enlace. Era un sitio web corporativo típico, todo muy estéril y práctico. La
lista de las tenencias era una página larga, todo desde propiedades
inmobiliarias hasta una firma de inversión financiera. El sitio apestaba a
dinero viejo. Apostaría a que papi todavía tenía una gran oficina de esquina y
la visitaba cada viernes después del golf. El tema común del sitio también
parecía resumir la ocupación de la empresa, gestión de patrimonios. Los
ricos se hacen más ricos. ¿Quién estaba administrando mis activos? Oh
espera. Está bien. No tenía ninguno. A menos que hayas contado mi gran estante.
Y en realidad tampoco tenía a nadie manejando eso.
Hice clic en la
pestaña Acerca de, y mi mandíbula se abrió. La primera foto era del
propio Adonis, Edward A. Cullen. El tipo era realmente precioso. Una fuerte
nariz, mandíbula cincelada y ojos del color del chocolate fundido. Algo me dijo
que podría tener ascendencia griega. Me lamí los labios. Maldita sea.
Debajo, leí su biografía. Veintinueve, Summa Cum Laude en Wharton, soltero,
bla, bla, bla. La única cosa que me sorprendió fue la última frase: El Sr. Cullen
fundó Cullen Financial Holdings hace solo ocho años, sin embargo, su diversa
cartera de clientes compite con las empresas de inversión más antiguas y
prestigiosas de la ciudad de Nueva York. Supongo que estaba equivocada
acerca de papi.
Después de limpiar la
baba del teclado, me mudé a la pestaña Equipo.
Mostraba treinta directores
y gerentes diferentes. Había un tema común allí, también. Sobre educados y
frunciendo el ceño. Excepto por un solo renegado que se atrevió a sonreír para
su foto corporativa. Ben Schilling, que aparentemente era un gerente de
marketing. Aburrida con la vida corporativa, pero reacia para volver a mi lista
de tareas pendientes, recorrí los contactos de Edward de nuevo. Pasé por encima
del nombre de Irina me pregunté si solo eran mujeres a las que el Sr. Gran
Imbécil logró enojar.
A pocos nombres de Irina,
aterricé en el primer nombre masculino: Ben.
Hmmm. Sin pensarlo
demasiado, envié un texto:
Edward: ¿Qué pasa?
Me emocioné cuando vi
los tres puntos empezar a rebotar, lo que indica que estaba escribiendo una
respuesta.
Ben: Trabajando en
esa presentación. Lo tendré listo mañana como estaba planeado.
Edward: Genial. Dile
a Linda que te programe en mi agenda.
Al menos, había
conseguido su nombre correcto. Vi los tres puntos empezar y luego parar. Luego
comenzar de nuevo.
Ben: No creí que
Linda regresara. Después de lo que pasó ayer en la reunión.
Ahora estábamos
llegando a algún sitio. Me senté en mi silla.
Edward: Sucedieron
muchas cosas en la reunión de ayer. ¿A qué te refieres específicamente?
Ben: Ummm... Quise
decir, cuando le gritaste “estás despedida, sal de mi oficina”.
Este chico era
realmente un completo Imbécil. Alguien necesitaba patear su trasero. Inicié
Safari y volví a abrir la última página que había visitado. A mitad de camino,
encontré lo que estaba buscando: Meredith Kline, gerente de Recursos Humanos.
Edward: Tal vez fui
un poco duro. Estoy en reuniones toda la tarde. ¿Podrías detenerte y decirle a
Meredith en RRHH que Linda tiene un mes de baja?
Ben: Por supuesto.
Estoy seguro de que lo apreciará.
Si era demasiado
agradable, pensé que podría sospechar algo.
Edward: Aprecio no
recibir una demanda. Lo que ella aprecie no es de mi incumbencia.
Pensé que había
empujado lo suficiente, así que tiré el teléfono en mi bolso antes de que
pudiera hacer más daño. Mañana lo devolvería. Y estaba deseando conocer al
Imbécil en persona.
5 comentarios:
Hola. Le sacó jugo al teléfono. Pobre Ben jejejej
madre mía, la que va a liar con el teléfono... cuando se encuentren... graciaaaaass
xD
Ja ja ja!!!
Portándose mal bella... tsk
Espero que edward la castigue 7u7
Ya quiero que se conozcan!!!
Gracias
Jajajaja esta traviesa si q no se mide 😘❤😉 gracias
Jaja q graciosa Bella utilizando el celular d Edward para hacerse pasar por el.
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