Capitulo 3
Edward
—Hola,
mamá —dije, cerrando la puerta de casa mientras echaba un vistazo al salón
donde estaba su silla, frente al televisor.
Mi
madre no me devolvió el saludo, claro que nunca lo hacía. Ya me había
acostumbrado a ello.
Me
dirigí a mi habitación y abrí la ventana todo lo que pude. Luego alcé la mirada
hacia el cielo, con las manos apoyadas en el alféizar mientras respiraba hondo
varias veces. Unos minutos después, me acosté boca arriba en la cama, junto a
la ventana, con la cabeza apoyada en las manos.
Al
instante empecé a pensar en Isabella Swan. Me costaba creer que la hubieran
despedido por mi culpa. Gemí en voz alta. Lo cierto era que en realidad había
sido culpa de ella, entonces ¿por qué me sentía tan mal al respecto? Había sido
Isabella la que había optado —estúpidamente, además— por cubrirme. Pero gracias
a Dios que lo había hecho. Si me hubieran arrestado por robo… habría sido malo,
muy malo.
Ni
siquiera sabía por qué había robado ese sándwich para la señora Lytle hasta que
tuve que explicárselo a Isabella. Y la única razón por la que le había ofrecido
una explicación era que no tenía otra cosa que ofrecerle como agradecimiento
por el sacrificio que había hecho por mí. Había visto a Joan Lytle sentada en
el porche de la vieja oficina de correos y su forma de acurrucarse inclinada
sobre sí misma me había afectado como un puñetazo en el vientre. Lo había
sentido como algo físico. Al menos yo tenía un techo sobre mi cabeza y solo
tenía hambre la última semana de cada mes, cuando se acababa el dinero. Algo en
mi interior me había obligado a hacerle ver que la veía, tanto por ella como
por mí mismo. Así que robé el sándwich.
Una
estupidez mayúscula.
Lo
peor de todo era que ni siquiera lamentaba haberlo hecho, salvo porque habían
despedido a Isabella.
«Isabella».
En
mi mente parpadeó la expresión que tenía en la cara mientras miraba la caravana
en la que vivía. Sabía que se sentía avergonzada, lo que era un poco ridículo.
Mi propia casa tampoco era gran cosa y mi vida estaba en ruinas. Yo no era
quién para juzgar su situación. De todas formas, tampoco estaba mirando su
pequeño y lamentable remolque. Había rebuscado en la zona alrededor de esa
caravana y estaba limpia y ordenada, sin un solo resto de basura a la vista,
tal y como yo me aseguraba de mantener el patio de mi casa. En las colinas, los
patios y las propiedades estaban llenas de basura, como si esa fuera otra forma
en la que la gente de Dennville exhibía su derrota. Ninguno de los habitantes
de la montaña podía permitirse el lujo de tener servicio de recogida de basura,
y la mayoría de las parcelas estaban enterradas debajo de mierda; una buena
metáfora para los que vivían allí. Sin embargo, todos los lunes llenaba dos
bolsas con los restos de la semana, las llevaba colina abajo y las vaciaba en
el enorme contenedor de James’s. Luego doblaba las bolsas y las metía en mi
mochila. Eran las únicas que tenía, y si tenía que elegir entre un par de latas
de SpaghettiOs o un paquete de bolsas de basura, ganaría siempre la comida.
Había visto a Isabella trasladando una caja enorme colina abajo de vez en
cuando, y me había preguntado qué habría dentro. Debía de estar haciendo lo
mismo que yo. Y lo sabía porque ella tenía «orgullo». Algo que, para la gente
como nosotros, era más una maldición que una bendición.
También
me había fijado en Isabella antes de eso. De hecho, la había mirado mucho en
las pocas clases en las que coincidíamos. Ella siempre se sentaba delante,
mientras que yo me ponía detrás, así que tenía una vista perfecta de ella. No
podía apartar los ojos. Me gustaba la forma en la que reaccionaba
inconscientemente cuando alguien la molestaba, rascándose la pierna y apretando
los labios… O cómo miraba la pizarra, concentrada al tiempo que se mordisqueaba
el labio inferior… O la forma en la que en ocasiones miraba por la ventana, con
aquella expresión soñadora. Había memorizado su perfil, la línea de su cuello.
Una sensación de malestar se apoderó de mí cuando me di cuenta de que tenía
agujeros en la suela de los zapatos. Noté que había usado algún tipo de
marcador para cubrir los arañazos de la parte superior porque le importaba lo
que la gente pensaba de sus zapatos viejos. Y eso significaba, por supuesto,
que tenía que mantenerme todo lo alejado que pudiera de Isabella Swan. No podía
permitirme el lujo de sentir todo aquello solamente observándola. Era más, no
quería hacerlo.
Después
de que me hubiera pillado comiendo los restos del desayuno, había notado que
ella me estudiaba cuando pensaba que no me daba cuenta. No era extraño que se
fijaran en mí las chicas. Y tampoco era de los que rechazaban ofertas si alguna
de ellas quería disponer de mi cuerpo, siempre a su servicio. No estaba hecho
para el sufrimiento. Pero de alguna forma sabía que Isabella no estaba
mirándome con ese tipo de interés. Me observaba como si yo fuera una especie de
rompecabezas y deseara encajar todas mis piezas. Y no podía evitar querer saber
por qué.
Era
un estúpido idiota.
Pero
ella tenía esa calma —algo tierno, una extraña mezcla de fuerza y
vulnerabilidad—, y era guapa —imposible no darme cuenta de eso—, aunque su
belleza era algo en lo que ella no ponía demasiado esfuerzo, lo que la hacía
todavía más atractiva. Al menos para mí. No usaba maquillaje y, por lo general,
se recogía el pelo en una simple coleta. Evidentemente no consideraba que su
aspecto pudiera convertirse en su cualidad más valiosa. Lo que me hacía
preguntarme cuál sería esta. ¿Su inteligencia? Quizá. Eso no quería decir que
fuera a tener la más mínima oportunidad de ganar la beca. Yo había estado
trabajando para ello desde antes incluso de empezar la secundaria. Incluso
había estudiado los logros de los anteriores ganadores, y me había asegurado de
seguir los pasos de cada uno de ellos. Necesitaba esa beca. Mi vida dependía de
ello. Así que daba igual lo que fuera que tuviera Isabella que me intrigaba tanto.
Yo me iría pronto de aquí y jamás miraría atrás, ni siquiera aunque lo que
viera fueran los preciosos ojos verdes de Isabella Swan.
Entonces
¿por qué no podía dejar de pensar en ella?
Estúpido
idiota.
Un
poco después, me arrastré hasta la mochila por encima de la cama y saqué los
libros de texto. Tenía que trabajar. Solo faltaban seis meses para que
anunciaran el nombre del ganador de la beca. Y era mi oportunidad para salir de
ese agujero de mala muerte, para alejarme de la falta de esperanza, del hambre
y de la mina donde mi padre y mi hermano mayor habían perdido la vida, en la
intensa oscuridad a varios metros de profundidad.
Vi
a Isabella varios días después, cuando caminaba delante de mí hacia la
carretera que llevaba a nuestros hogares. Llevaba un libro entre las manos y
leía mientras avanzaba. Aquella estúpida iba a tropezar y a romperse el cuello.
Me entretuve observándola mientras se movía. Supuse que le debía algo por lo
que había hecho por mí. Podía asegurarme de que llegara a salvo a casa desde la
escuela. Y era algo que podía hacer sin que me viera. No pensaba volver a
hablar con ella; sencillamente era mejor así.
Me
sorprendió un poco cuando, de repente, tomó un camino forestal. ¿Qué coño
hacía? Me quedé parado en la carretera durante un minuto viéndola desaparecer
en el bosque. Esa chica merecía que se la zampara un lince. Finalmente, la
seguí con un suspiro de frustración.
Ya
había ido antes por ese camino. De hecho, había recorrido cada metro de esas
montañas, ya fuera con mi hermano, cuando todavía estaba vivo, o solo. Pero no
sabía qué estaba haciendo Isabella, porque ese sendero no llevaba a ningún
sitio, solo al borde de un alto acantilado de caliza.
Después
de cinco minutos caminando pesadamente por el estrecho camino, dejé atrás los
árboles. Ante mí estaba Isabella, dándome la espalda mientras miraba el sol
poniente, que, de un brillante color anaranjado, se ocultaba tras el horizonte.
Los rayos amarillos y blancos iluminaban las nubes como si estuvieran trazando
líneas en el cielo. Este, inundado de colores, se extendía magnífico ante
nosotros, casi como si estuviera tratando de compensar la fealdad de nuestras
vidas, de nuestras constantes luchas. Y durante un breve y fugaz momento, quizá
fuera así. Ojalá pudiera alcanzar esa belleza y conservarla. Ojalá pudiera
captar algo tan bueno y quedármelo para siempre.
Isabella
estaba sentada en una roca y contemplaba la radiante puesta de sol. Cuando
empecé a caminar hacia ella, volvió la cabeza bruscamente en mi dirección al
tiempo que dejaba escapar un pequeño chillido, llevándose la mano al pecho con
los ojos muy abiertos.
—¡Santo
Dios! ¡Me has asustado! Otra vez… ¿Qué te pasa?
—Lo siento. —Me
acerqué y me senté a su lado.
Ella
puso los ojos en blanco mientras se reclinaba hacia atrás, apoyando las manos
en la roca para mirar al cielo una vez más. Permaneció en silencio durante un
buen rato. Finalmente, me miró arqueando una ceja.
—Supongo
que piensas que si sigues apareciendo donde estoy, acabaré enamorándome de ti.
Una
risa de diversión burbujeó en mi garganta, pero seguí estudiándola con una
expresión seria. Isabella me sorprendía una y otra vez. Y eso me encantaba.
—Es
probable —asentí.
«O
quizá sea yo quien me enamore de ti».
La
vi reírse por lo bajo, volviendo a mirar al horizonte.
—Lamento
decirte que no va a pasar. Me mantengo alejada de los chicos.
Chasqué
la lengua.
—Eso
es lo que dicen todas.
Me
miró con la diversión bailando en sus ojos e iluminando su rostro.
—Mmm…
Entonces ¿cuánto tiempo tengo antes de sucumbir a tan fascinantes encantos?
Fingí
sopesar la pregunta.
—Una
de mis conquistas logró resistirse durante tres semanas.
—Ah…
Esa fue un hueso duro de roer. —Arqueó una ceja y me miró por el rabillo del
ojo—. ¿Y cómo sabrás que me he rendido?
—Lo
sabré por tu mirada… Aparece algo en los ojos. Lo sé muy bien. —Le brindé mi
sonrisa más detestable.
Ella
sacudió la cabeza como si se sintiera exasperada, pero no dejó de sonreír.
Me
aclaré la garganta. Tenía que dejar de coquetear con ella.
—No,
ahora en serio. Solo estaba asegurándome de que no requieres mis habilidades en
la lucha cuerpo a cuerpo contra los linces. Y, en cualquier caso, te debo una.
Suspiró
y sacudió la cabeza.
—No
me debes nada. Si me despidieron fue por lo que hice. Tú no tienes la culpa.
—Sí,
pero tú no habrías tenido que hacer lo que hiciste si yo no hubiera estado
robando sándwiches para viejas borrachas.
—Mmm…
—Me miró pensativa—. Entonces, ¿esto se va a convertir en algo normal? ¿Te vas
a convertir en el servicio oficial de protección contra linces? Es decir, hasta
que caiga rendida a tus encantos y me dejes a un lado como al resto de tus víctimas…
Perdón, quiero decir, conquistas —expresó finalmente, arqueando de nuevo una
ceja con aire burlón.
Negué
moviendo la cabeza.
—¿Algo
normal? No, no, definitivamente no. Esta es la última vez que te protejo de los
linces. —Me pasé una mano por el pelo—. Suelo quedarme estudiando en el
instituto hasta que cierran. Así que, de todas formas, me voy a casa a estas
horas todas las tardes. Solo ha sido una coincidencia.
Ella
ladeó la cabeza.
—Ah,
entiendo. ¿Por qué te quedas a estudiar en el instituto?
—Para
no estar tan solo. —No supe por qué dije esas palabras. De hecho, ni siquiera
me di cuenta de que las había dicho hasta que salieron.
Isabella
me miró con curiosidad.
—¿No
vives con tu madre?
—Mi
madre no suele hablar mucho.
Isabella
me estudió durante un instante.
—Mmm…
Bien, te aseguro que esta será la última vez que me protejas de los linces. Es
una casualidad que me esté yendo a casa tan tarde, pero hoy fui a preguntar a
Alec’s si podía darme trabajo.
—¿Quieres
trabajar en Alec’s? Eres demasiado joven para trabajar en un bar.
La
vi encogerse de hombros.
—Al
no piensa igual. Mi hermana trabaja allí y me dijo que podía hacer algunos
turnos extras. Así que ya ves —me sonrió—, no es necesario que te sientas
culpable de que me hayan despedido. Ya he conseguido otro trabajo. Aunque sea
esporádico.
Fruncí
el ceño mientras sentía algo extraño en el pecho. El bar de Alec era un
tugurio, un lugar donde solían pasarse drogas. Aun así, estaba bien que hubiera
conseguido trabajo. No era algo fácil. Un rato después, se volvió hacia mí.
—Una
buena vista, ¿verdad?
Miré
al cielo.
—La
mejor.
En
el rostro de Isabella apareció una expresión de paz mientras me miraba. Cuando
vi que separaba los labios, casi no pude respirar.
«¿Creías
que solo era una chica guapa? No podías estar más equivocado. Es
impresionante».
Una
sensación de pánico se extendió por mi pecho.
—Así que ¿quieres
saber mi historia? —preguntó después de un rato.
—¿Qué?
—pregunté, volviendo a la realidad—. No, no quiero escuchar tu historia. Te he
dicho que…
—Vale.
No quieres llevarte información inútil cuando te vayas de aquí, pero te aseguro
que es una historia muy interesante.
Arqueé
una ceja con recelo.
—En
este lugar no hay historias interesantes, solo interminables cuentos de
tragedias y desgracias. E ineficacia.
Soltó
una risita corta al tiempo que movía la cabeza con un intenso brillo en sus
ojos verdes. Su piel parecía radiante por la puesta del sol, que también
arrancaba reflejos dorados a su pelo oscuro. Cuando miró hacia otro lado, me
permití bajar la vista a sus pechos. Mi pene revivió dentro de los vaqueros y
me moví incómodo.
—No
es solo mía, así que en realidad no debería contártela, pero bueno… —Continuó
mirando el horizonte mientras yo estudiaba su perfil—. Lo cierto, Edward, es
que mi padre es un príncipe ruso. —Arqueó las cejas y miró a su alrededor como
si estuviera comprobando que no había nadie—. Hay una disputa en relación con
el título de mi padre y ciertas tierras. —Movió la mano en el aire—. Es algo
muy complicado que implica ciertas leyes de la aristocracia rusa que no
entenderías, pero mientras tanto, mi padre nos está escondiendo aquí; piensa
que estaremos más seguras hasta que se solucione ese tema. —Se inclinó hacia
mí—. Sé que la caravana parece muy humilde, pero es una tapadera. Una vez
entras, aunque el interior es pequeño, está lleno de lujos de arriba abajo. Y…
—abrió mucho los ojos— es donde se ocultan las joyas de la familia real. —Me
guiñó un ojo y me eché a reír. Estaba siendo ridícula, y a mí me encantaba.
¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había hecho algo tan…
tonto? Abrió todavía más los ojos cuando vio mi expresión y luego me devolvió
la sonrisa.
Nos
miramos el uno al otro durante un minuto, y algo fluyó entre nosotros. Aparté
la vista primero, sin saber por qué.
—Así
que las joyas de la familia real, ¿no? ¿Estás segura de que puedes confiarme
esa información? Ya soy un conocido ladrón de sándwiches.
Ella
ladeó la cabeza.
—Sí
—dijo muy seria, bajando la voz—. Tengo la sensación de que eres digno de
confianza.
Nos
miramos el uno al otro durante un rato. Algo se aceleró en mi interior, algo
que me parecía peligroso, aunque que no supe qué era exactamente. De lo que
estaba seguro era de que no me gustaba nada. Era necesario que rompiera ese
maldito hechizo.
—También
yo te confiaré las joyas de la familia —dije después de un rato guiñándole un
ojo, tratando de aligerar aquella extraña conexión que fluía entre nosotros—.
Espero poder mostrártelas en algún momento.
Isabella dejó caer la
cabeza hacia atrás y se rio. Estaba preguntándome cómo sonaría su risa y ahora
lo sabía. De
repente, entendí que hubiera sido mejor no saberlo.
Mucho
mejor. Porque quería perderme en aquella risa burbujeante. Inundó mi pecho la
misma sensación de alarma que antes, solo que ahora era más intensa. Me senté
más recto, mi instinto me decía que necesitaba reaccionar.
La
expresión de Isabella cambió, como si notara mi agitación interna. «Eso es
ridículo». Miré cómo se levantaba.
—Ven
aquí —me llamó, dándome la espalda—. Quiero enseñarte algo.
Me
puse en pie y la seguí hasta una roca enorme. La vi ir hasta el frente de esta
y luego se agachó, desapareciendo de mi vista. Me incliné con cautela y vi una
pequeña cueva oscura. La ansiedad me inundó, haciendo que me echara hacia
atrás. Isabella asomó la cabeza con una sonrisa de oreja a oreja.
—Ven,
entra. Es lo suficientemente grande para que quepamos los dos. Quiero enseñarte
algo.
—No
—repuse con más dureza de la que pretendía. Mi voz borró su sonrisa antes de
que se arrastrara en cuclillas para salir de la oquedad. Se levantó mirándome
con preocupación. Me di cuenta de que tenía los puños cerrados y el cuerpo
tenso. Me relajé metiéndome las manos en los bolsillos.
—Lo
siento —susurró—. ¿No te gustan los espacios pequeños? Es que…
—No
es eso —repliqué con desdén.
Me
puso la mano en el hombro y me estremecí con timidez ante el contacto. Cerré
los ojos brevemente y luego los abrí. Me alejé de ella.
Isabella
me observó con intensidad durante un momento.
—Ahí
dentro hay algunos dibujos en la pared —explicó finalmente, encogiéndose de
hombros—. Están casi borrados, quizá los hizo alguien hace mucho tiempo, pero
¿quién sabe? Tal vez una familia vivió en esa cueva hace miles de años.
—Cientos
de miles.
—¿Qué?
—Los
hombres vivían en cavernas hace cientos de miles de años, no miles.
Se
puso las manos en las caderas.
—De
acuerdo, sabiondo. —Arqueó una de sus delicadas cejas y emitió una risita
cantarina.
—Vamos,
princesa Isabella, será mejor que regresemos a la carretera antes de que
oscurezca por completo. —Intenté decirlo en tono casual. Era evidente que Isabella
se había dado cuenta de mi extraño comportamiento ante la pequeña cueva.
El sol casi se había
puesto y en el crepúsculo el cielo había adquirido un profundo tono azul, en el
que aparecían las primeras estrellas. Parecía que Isabella se sentía cómoda de
nuevo, y esbozó una sonrisa al tiempo que me hacía un gesto con la cabeza.
Se
ajustó la mochila y se le cayó un libro por un lado, que había cerrado todo lo
posible con un imperdible. Un puto imperdible. Ver aquello me cabreó.
—Vaya…
—Se inclinó para recogerlo al mismo tiempo que yo y los dos nos reímos cuando
nuestras cabezas chocaron. Se frotó el lugar del golpe y volvió a soltar una
risita—. Ese encanto de nuevo. Hoy es mi día.
Me
reí.
—No
me digas que no te lo advertí. —Cogí el libro y se lo tendí—. ¿Jasper
Marner: el pastor de Rave? (titulo original es Silas Mamer)
Nuestros
ojos se encontraron mientras asentía moviendo la cabeza.
—He
leído mucho —dijo cogiendo el libro y metiéndolo en la mochila. Parecía
incómoda—. Sin embargo, en la biblioteca de Dennville no hay una gran
selección, por lo que he tenido que leer alguno dos veces.
—¿Ese,
por ejemplo? —Señalé su mochila con la cabeza.
Nos
pusimos a caminar de nuevo.
—Sí,
este ya lo he leído antes.
—¿De
qué va?
Permaneció
en silencio tanto tiempo que pensé que no me iba a contestar. A decir verdad,
no me importaba escuchar lo que fuera sobre ese pastor. Isabella podría
contarme cualquier cosa. Lo que yo quería era escuchar su hermosa voz en el
frío aire de la montaña, y me gustaba lo que ella decía. Era una chica
diferente. Me sorprendía con las palabras que salían de su boca, me gustaba
oírla. De hecho, me gustaba demasiado.
—Se
trata de Jasper Marner…
Me
detuve.
—¿Jasper?
Isabella
se quedó quieta también, mirándome con curiosidad.
—Sí,
¿qué pasa?
Negué
con la cabeza y los dos empezamos a caminar de nuevo.
—Nada.
Era el nombre de mi hermano.
Isabella
se mordió el labio mientras me miraba con una expresión de simpatía. Debía de
saber que mi hermano había estado en la mina ese día.
—Sí,
creo que lo recuerdo. —Sonrió—. Quizá tu madre leyó este libro y le gustó el
nombre.
Negué
moviendo la cabeza.
—No es posible… Mi
madre no sabe leer.
—Oh…
—Me miró y luego se quedó en silencio durante un rato—. Sé que ocurrió hace
años, pero… —Me tocó el brazo y me lo apretó un poco. Luego retiró la mano—.
Siento mucho tu pérdida, Edward.
—Gracias,
aprecio tus palabras —dije, aclarándome la garganta.
Después
flotó entre nosotros una especie de incómodo silencio durante unos minutos,
mientras pasábamos ante mi casa a oscuras.
—¿Qué
le pasaba a ese tal Jasper Marner?
—Mmm…
Bueno, vivía en un barrio pobre de Inglaterra y, bueno, su amigo lo acusó de
robar, aunque no era cierto. Lo condenaron, y la mujer con la que estaba
comprometido se casó con su mejor amigo.
—Dios,
menudo dramón. Me alegro de que hayas encontrado la manera de escapar de la
dureza de Dennville.
El
dulce sonido de la risa de Isabella hizo que me diera un vuelco el corazón y la
miré. De alguna forma, conseguir que ella se riera me hacía sentir orgulloso.
«Esto
no es bueno. De hecho, es muy, muy malo».
Llegamos
ante la caravana de Isabella y nos detuvimos. Ella se apoyó en un árbol, al lado
de la carretera.
—Bueno,
él se fue de la ciudad y se instaló cerca del pequeño pueblo de Rave. Se
convirtió en una especie de ermitaño, llegando a parecer que estaba
ocultándose, incluso de Dios. —Inconscientemente me incliné para no perderme ni
una palabra. Ella ladeó la cabeza mientras su mirada se perdía en la distancia.
Luego se volvió hacia mí y abrió mucho los ojos—. Pero una noche de invierno,
su vida cambió…
—¡Isabella!
—gritó alguien desde el interior del remolque. Una mujer mayor con el cabello
largo, del mismo color que el de Isabella—. Hace frío fuera. Ven adentro.
—Ya
voy, mamá —repuso Isabella antes de mirarme con una expresión de preocupación.
No
recordaba haber visto a su madre desde hacía mucho tiempo. No debía de salir a
menudo del remolque.
—Me
tengo que ir —me dijo—. Ya nos veremos por ahí, Edward.
Dicho eso, se dio la
vuelta y me dejó solo. Corrió al interior de la caravana con tanta rapidez que
su repentina ausencia me provocó una profunda sensación de pérdida. Me quedé
mirando el vehículo durante varios minutos antes de darme la vuelta para
dirigirme a casa, con el viento frío azotándome la espalda.
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Hola todas perdón por no actualizar anteriormente que
les ha parecido la adaptación me gustaría saber su opinión de esta adaptación. Muchas
gracias por lo comentarios anteriores nos vemos mañana en otro capitulo asi es
mañana actualizare nos vemos.
3 comentarios:
Emociomada por el siguiente capitulo ����
Me encanta, espero el siguiente capìtulo
Aaaa!!! Será uno de esos mal día de bella :/
Bueno edward ya siente un MUY ALGO por bella 7u7
Espero verlos ya juntos :D
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