Capitulo 4
Isabella
Lo
malo de que James me despidiera —aparte de los evidentes problemas que
provocaba de pérdida de ingresos, humillación y una posible inanición— era que
se trataba del único lugar dónde se podía comprar alimentos en Dennville.
Normalmente no me importaría recorrer a pie los casi diez kilómetros que nos
separaban de Evansly, pero hoy caían chuzos de punta y no tenía ganas de
mojarme. Así que me tragué el orgullo y entré en la tienda. James era un
capullo, pero no le hacía ascos a mi dinero. Sin embargo, por suerte, era su
hermana Jane la que estaba detrás del mostrador. Sí, la hermana de James se
llamaba Jane, era evidente que la familia poseía una genética un tanto
especial. Jane tenía la cara hundida entre las páginas de un ejemplar de In
Touch y ni siquiera levantó la vista cuando entré. Dejé escapar un suspiro
de alivio. Atravesé la tienda dejando caer los artículos que necesitaba en la
cesta. James no vendía fruta o verdura, ni siquiera en conserva. Marlo y yo
habíamos plantado un pequeño huerto en el extremo más alejado del remolque y allí
cultivábamos tomates, judías verdes, sandías y patatas. En el verano, comíamos
durante semanas casi exclusivamente lo que producía ese pequeño trozo de
tierra. La mayoría de la gente que vivía en las montañas tenía su propio huerto
y, a veces, intercambiaba parte de la cosecha. Era una buena forma de ahorrar
dinero… y también la manera de evitar el escorbuto, algo que padecían con
frecuencia las personas que solo comían el poco variado surtido alimenticio de James’s.
En
los meses de invierno, por lo general tenía que caminar entre la nieve hasta
Evansly al menos una vez a la semana para abastecerme de fruta y verdura en
conserva. Cuando teníamos que mantener el remolque caliente, no podíamos
permitirnos comprar vegetales frescos, por lo que durante tres o cuatro meses
nos debíamos conformar con los enlatados. Y luego, cuando llegaba la primavera,
Marlo y yo sentíamos algo parecido a alegría al ver que surgían los primeros
brotes en el huerto.
Había
que apreciar las pequeñas cosas de la vida cuando las grandes hacen que desees
acurrucarte en posición fetal en un rincón y darte por vencida.
—¿Qué
tal, Jane? —la saludé cuando estuve lista para pagar.
Ella
no me reconoció y ni siquiera me miró mientras empezó a coger a ciegas mis
artículos para teclear el código en la caja registradora.
—¿Qué
tal te va la vida? —pregunté, apoyando la cadera en el mostrador.
Por
fin, Jane me miró con una expresión neutra.
—La
vida es fea —replicó.
Miré la revista que
sostenía entre los dedos.
—No
para las Kardashian.
Entrecerró
los ojos y masticó el chicle que tenía en la boca antes de seguir la dirección
de mi mirada.
—Khloe
y Kourtney se están apoderando de los Hamptons —añadió.
Asentí
con la cabeza muy despacio al tiempo que me pasaba la lengua por los dientes.
—Debe
de ser un buen lugar.
—Sí
—convino ella—, debe de ser muy bonito. —Entonces sonrió y me mostró un atisbo
de sus dientes podridos, lo que por estos lares se conocía como «boca de
Mountain Dew». En ese momento, como si tuviera algo que demostrarme, cogió una
botella medio llena de Mountain y tomó un buen sorbo. Me obligué a no
estremecerme. Cuando terminó de pasar mis artículos, pagué, recogí las bolsas,
me despedí de ella y me dirigí hacia la puerta. Mientras la atravesaba, Jane me
llamó por mi nombre, por lo que me di la vuelta para mirarla con una expresión
interrogante.
—James
es un hijo de puta —afirmó.
Parpadeé
antes de asentir moviendo la cabeza.
—Sí.
—Estaba de acuerdo—. Lo es.
Me
regaló otra de sus sonrisas de color marrón amarillento, levantó la mano y se
despidió con el pulgar hacia arriba. Después, volvió a hundir la cabeza en la
revista mientras yo salía de la tienda.
Empecé
a caminar hacia casa, perdida en mis pensamientos mientras trataba de decidir
qué haría a continuación. Alice estaba trabajando y después tenía planeado
salir con un tipo al que había conocido en Alec’s. Lo cierto era que yo deseaba
que no tuviera nada que ver con los chicos que frecuentaban el bar, pues la
mayoría estaba muy lejos de ser dignos de ella. Pensaba que tanto Alice como yo
teníamos una buena razón para desconfiar de los hombres, pero mientras yo había
jurado renunciar a ellos, Alice había decidido salir con hombres que no le
interesaban en absoluto, como si así pudiera estar segura de que era ella la
que tenía el control.
Alice
había entregado su corazón una vez y las cosas no habían ido bien.
Unos
años antes, había conocido a Garret, un joven y apuesto ejecutivo de la ciudad
que formaba parte de la directiva de la mina. Él había frecuentado Alec’s todas
las noches durante una semana solo para sentarse en la sección que atendía mi
hermana y verla trabajar. No había hecho más que hablarle del destino que la
había hecho llegar hasta él, como si fuera un príncipe azul que hubiera venido
a rescatarla de su triste existencia. Como si pudiera existir un príncipe
llamado Garret; tendría que haberlo adivinado desde el principio.
Ella
lo besó contra su brillante BMW rojo, y él le hizo toda clase de promesas,
asegurándole que iba a llevársela a Chicago con él. Luego, tres minutos después
de que ella le hubiera entregado su virginidad, la llevó a la montaña y la dejó
a un lado de la carretera. Cuando ella le preguntó qué pasaba con el
apartamento de Chicago, él se rio de ella y le dijo que nunca llevaría con él a
una cateta fea con los dientes llenos de manchas. Después se largó a toda
velocidad, salpicando de barro el suéter blanco nuevo que habíamos comprado en
el Wall-Mart de Evansly, tras haber caminado casi diez kilómetros, y que le
había hecho sentirse hermosa. Después de ello, Alice no volvió a pensar que era
guapa y había empezado a reírse tapándose la boca con la mano para ocultar sus
dientes. Lo cierto es que no los tenía tan mal, había en ellos algunas manchas,
pero no eran feas, quedaban graciosos con esos carnosos labios suyos de
estrella de cine. A mí me parecían dulces y entrañables, igual que Alice.
Cada
vez que pensaba de nuevo en el día que habíamos recorrido entusiasmadas los
pasillos del Wal-Mart, hablando de cómo se vestiría esa noche, probándose
distintos perfumes en las muñecas antes de gastar nuestros últimos ahorros en
el jersey que llevaría a la cita, me enfadaba. Me molestaba haber permitido que
Garret se colara en nuestros sueños, me irritaba haberle otorgado aunque fuera
un segundo el poder de destruir nuestras esperanzas. Y, sobre todo, me cabreaba
que Marlo le hubiera entregado algo precioso a un perdedor que no se lo
merecía.
Alice
me había contado la historia de Garret esa misma noche, cuando entró en el
remolque llena de fango, derrotada y temblorosa. Había llorado entre mis
brazos, y yo había llorado por ella, por mí, por los sueños rotos, por el dolor
de la soledad y por la intensa esperanza de que llegara alguien y nos salvara.
Y por el hecho de que nadie lo iba a hacer. Por supuesto, las dos deberíamos
tenerlo asumido después de lo que le había ocurrido a nuestra madre, pero
supuse que la atracción más fuerte que existe son las promesas de amor. No le
echaba la culpa a Alice. Nuestro padre había sido el primero en mostrarnos que
los hombres eran, en última instancia, seres egoístas e indiferentes, que
anteponían sus deseos ante los de cualquier otra persona, sin importar quién
dependiera de ellos. Y aun así, para mí, era difícil no soñar que en algún
lugar había alguien fuerte y galante que bailaría conmigo bajo las estrellas y
me consideraría el amor de su vida.
—¡Hola!
Solté
un gritito al tiempo que daba un salto hacia atrás, dejando caer una de las
bolsas, por lo que la compra se desparramó por el suelo. Al levantar la vista,
vi que era Edward.
—Te
diviertes mucho, ¿verdad? —pregunté.
Él
levantó las manos en señal de rendición.
—Lo
siento, lo siento. Te juro que es una coincidencia. Estaba regresando de
Evansly cuando te vi salir de James’s. —Se inclinó, recogió la compra y la
bolsa y luego hizo un gesto para que le diera la otra. Casi me negué, pero
luego decidí que debía llevarlas él después de que casi me había dado un ataque
cardíaco por su culpa por tercera vez en una semana.
—Mmm…
Es una historia creíble —aseguré, arqueando una ceja.
Sonrió cuando le
entregué la bolsa, y noté una especie de cosquilleo extraño en el estómago.
Fruncí el ceño.
—Todavía
te resistes a mi encanto, ¿eh?
—Confieso
que está siendo todo un esfuerzo.
Se
rio y mi estúpido corazón dio un brinco. Evidentemente no estaba cumpliendo eso
de renunciar a los hombres si con unas cuantas sonrisas tenía un flechazo en
toda regla. Lo cierto era que ni siquiera le había costado llevarme a ese
punto. Resultaba realmente molesto.
—¿Qué
tal está el siempre encantador James? —preguntó un minuto después, moviendo la
cabeza para señalar la tienda.
—James
no estaba. Me ha atendido Jane.
—¡Oh!
¿Y qué tal está Jane? ¿Tan arisca como de costumbre?
Empecé
a reírme, pero me contuve.
—No
seas así. —Hice una pausa—. Jane no es tan mala.
Se
rio entre dientes.
—Lo
sé. Solo estoy bromeando. Es decir… estoy casi bromeando. —Caminamos en
silencio durante unos minutos.
Miré
a mi izquierda cuando oí el motor de un coche y vi que un Mercedes negro se
acercaba lentamente. Aparté los ojos con rapidez, giré la cabeza hacia Edward.
Él frunció el ceño.
—¿Conoces
a Charlie Black? —preguntó.
Me
quedé mirándolo hasta que supe que el vehículo nos había adelantado.
—En
realidad no —dije, sonrojándome un poco, mientras miraba la parte de atrás de
aquel coche que costaba más que el salario anual de tres mineros. Edward no necesitaba
conocer los trapos sucios de mi familia. Me pregunté qué estaría haciendo allí Charlie
Black. No había nada de su interés. Y yo lo sabía.
—En
la antigua mina han encontrado todo tipo de infracciones en las medidas de
seguridad —comentó Edward, con los ojos todavía clavados en la parte de atrás
del coche—. Después del colapso, Tyton Coal tuvo que pagar una multa. ¡Una
multa! —repitió con amargura.
—Lo
sé —dije—. Lo he oído por ahí.
Entendía
que sintiera tanta amargura por eso. Había perdido mucho. Seguimos caminando un
rato sin hablarnos mientras el canto de los pájaros nos envolvía. Unos minutos
después, Edward se relajó y noté que ya no tenía los hombros tan tensos.
—Está
a punto de ponerse el sol. ¿Vemos el espectáculo, princesa? —preguntó él cuando
estábamos a punto de llegar al sendero que conducía al acantilado, por donde me
había seguido unos días antes. Me guiñó un ojo y mis hormonas se alborotaron.
Cambié el peso de
pie.
—Bueno…,
iba a relajarme dándome un baño en el jacuzzi mientras degusto unos
bombones, pero… ¡oh, claro que te acompaño!
Edward
sonrió y me precedió por el húmedo camino.
—Por
cierto —dijo—, si esta es tu manera de llevarme al huerto para poder
aprovecharte de mí, quiero que sepas que no soy ese tipo de chico.
Contuve
el aliento.
—Oh,
por supuesto que eres ese tipo de chico.
Me
miró por encima del hombro, y al ver que fingía estar ofendido, me reí.
—Y,
por cierto, eres tú el que me está llevando al huerto. Ha sido idea tuya.
Su
mirada fue más fugaz esta vez y su sonrisa arrogante, más lobuna.
—Puedes
confiar en mí.
Solté
una risita.
—Lo
dudo mucho.
Sin
embargo, mientras seguíamos andando me preguntaba qué hacía conmigo si nunca
parecía querer compañía femenina. ¿Por qué seguía apareciendo en donde yo
estaba?
Dejamos
atrás el bosque y nos instalamos en la misma roca del otro día. Edward dejó las
bolsas del supermercado a su lado, en una roca seca.
Permanecimos
sentados durante un minuto contemplando la puesta del sol que teñía la línea
del horizonte de un tono entre naranja y rojizo por encima de la niebla, como
si la parte superior del cielo estuviera en llamas. Nuestros muslos entraron en
contacto, y noté su calor contra el mío. El olor a lluvia seguía flotando en el
aire, las gotas de agua brillaban en los árboles que nos rodeaban.
Unos
minutos antes habíamos estado bromeando y riéndonos, pero, de repente, el estado
de ánimo entre nosotros había cambiado. Lo miré y noté su expresión tensa. ¿En
qué estaba pensando cuando se ponía a cavilar de esa manera?
—No
me has llegado a contar de qué manera cambió el tal Jasper su vida —soltó
finalmente.
Entrecerré
los ojos mientras lo miraba. Él tenía la vista clavada en el frente, como si mi
respuesta no le importara.
—¿Por
qué no te lees el libro? —ofrecí.
—Puff…,
lo que me faltaba. Perder el tiempo leyendo sobre la patética vida de otra
persona.
—Entonces,
¿por qué me preguntas sobre ello?
—Solo
ha sido por entablar conversación.
—Ya veo —repliqué,
arqueando una ceja.
Los
dos permanecimos en silencio durante unos momentos antes de volver a hablar.
—¿A
qué universidades les has echado el ojo? —Sabía que, como yo, él tenía que
haberse fijado en alguna si tenía la esperanza de conseguir la beca.
—A
las de la costa este —dijo, sin dejar de mirar al cielo. Un momento después se
volvió hacia mí—. Casi todas las que están cerca de Nueva York. Durante toda mi
vida he sentido que… —Se detuvo como si estuviera buscando las palabras
correctas— estaba destinado a hacer algo, ¿sabes? Algo. —Su voz había pasado de
animada al principio de la frase a avergonzada—. ¿Y tú?
Me
aclaré la garganta.
—He
estado investigando un par de ellas por aquí, y otras dos en California.
Me
miró.
—¿California?
Me
encogí de hombros.
—Siempre
he querido ver el mar.
Edward
siguió mirándome y, por fin, asintió moviendo ligeramente la cabeza.
—Entiendo
—comentó. Le sostuve la mirada antes de bajar los ojos hasta sus labios y, de
repente, algo invisible pero real se incendió en el aire. Lo sentí y supe que
él también lo sentía por la forma en la que reaccionó sorprendido. Se acomodó
donde estaba sentado. Yo sentí que se me ruborizaban las mejillas, y me
sorprendió lo difícil que me resultaba respirar bien. Había una especie de
dolor intenso en la expresión de Edward. Se acercó un poco más, tanto que noté
que tenía el puente de la nariz salpicado de pecas por debajo del bronceado,
como si su infancia estuviera agazapada bajo su piel. El borde exterior de sus
iris grises era de un suave color azul, el mismo tono que había a lo lejos en
el cielo los días de verano.
—Edward…
—Isabella…
—Se inclinó hacia mí, su aliento a solo un susurro de distancia. Le salió la
voz ronca. Aspiré su olor mientras me bajaba una emoción por la columna
vertebral. Olía a aire de montaña, a pino y a algo que era solo de él, algo que
debía de ser como un secreto contado al oído. Algo que no tenía necesidad de
analizar ni de entender. Moví las pestañas. Bajé la vista de nuevo a sus
labios. ¡Dios, qué labios! Parecían suaves. ¿Los notaría tan suaves como creía
que eran si los frotaba contra los míos? El corazón me latía con fuerza en el
pecho mientras esperaba que me besara. Se acercó un centímetro más y contuve la
respiración.
—Isabella,
¿te han besado antes? —preguntó con la voz ronca mientras ponía la mano en un
lateral de mi cabeza, enredando mi pelo con los dedos.
—No
—susurré, balanceándome hacia él. No, pero quería que lo hiciera. ¡Oh, Dios!
Anhelaba que me besara. Me sentía prácticamente borracha de anticipación. ¿Me
tocaría mientras me besaba? ¿Movería las manos por mi cuerpo? ¿Las deslizaría
por debajo de la ropa? Una descarga eléctrica subió por mis muslos y terminó
entre mis piernas.
«Edward
me gusta mucho».
Era
un chico tierno, pero protector. La sangre rugía en mis venas.
Sus
ojos se encontraron con los míos durante unos segundos, hasta que cerró los
párpados y se alejó de mí. Dejé escapar un enorme suspiro mientras me inclinaba
hacia él hasta que, al darme cuenta de lo que estaba haciendo, me eché
repentinamente hacia atrás.
Edward
se levantó y se apartó de mí respirando con dificultad.
—No
debes darme a mí tu primer beso.
«¿Qué…?».
Parpadeé
aturdida, casi como si me hubiera abofeteado. Me sentía avergonzada. Emití un
ronco gemido y me rodeé con los brazos.
Él
me miraba con los ojos entrecerrados.
—¿Por
qué no has besado a nadie?
Me
encogí de hombros con la sensación de que me ardía la piel. Levanté la
barbilla.
—Hasta
ahora no he querido besar a nadie —repliqué con indiferencia. Aunque era
cierto.
—¿Quieres
besarme a mí?
Tomé
aire.
«Menudo
idiota engreído».
Al
parecer, no solo no iba a besarme, sino que además iba a hacerme sentir
avergonzada y poco experimentada. Esa era la razón por la que había renunciado
a los hombres.
—Ya
no. —Me levanté, cogí las bolsas con la compra y me alejé de él. Pero me detuvo
en seco cuando me agarró la mano y tiró de ella. Me di la vuelta—. Suéltame
—susurré—. Tienes razón. No quiero besarte. Voy a ir a la universidad, y allí
permitiré que me bese un hombre de verdad, no un imbécil que piensa que sus
labios son un regalo de Dios para las chicas de Kentucky.
Edward
me soltó la mano de golpe, casi como se sintiera insultado.
—No
es eso lo que pienso.
Emití
un sonido de disgusto y seguí caminando. Estaba enfadada y temblaba de pies a
cabeza, pero traté de gestionar aquella profunda sensación de dolor y
decepción.
—Bueno, bueno, sin
duda no deberías. No tienes nada que no tenga cualquier otro hombre, Edward Cullen
—espeté, corriendo con rapidez hacia la carretera, que recorrí a la mayor
velocidad posible hasta mi casa. No tenía ni idea de si Edward me seguía o no,
y me dije que no me importaba.
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Hola a todas como les prometi un capitulo nuevo mañana
habrá martes de adelantos en el grupo Elite Fanfiction bueno he visto que no
hay muchos comentarios me gustaría saber de ustedes si les gusta la adaptación
o la Cambiamos de cómo ven los personajes de la historia y el trama bueno nos
vemos el miércoles con capitulo nuevo.
8 comentarios:
Hola me gusta mucho la historia es interesante,continua con la adaptación porfavor..... gracias
Hola
Me alegro del capi...qué días vas a publicar?
Y me está emocionando mucho esta historia
Gracias por tu tiempo
Saludos de mi lindo Ecuador
Adriu
A mi me gusta mucho la adaptación, por que es una historia bastante atípica
Me gusta MUCHO la adaptación.
Quiero leerla completa.
Porque la esperanza es lo último que se pierde.
Hola hola me gusta la adaptación, continúa con ella, no es la típica historia romántico en donde los personajes son millonarios y exitosos, quiero saber como evolucionan y si pueden lograr sus sueños
Gracias nena
Saludos y besos 😘😘😘😘
GRACIAS 😘❤
A mi me gusta es diferente como decia otra chica no es la tipica historia
Gracias
Tsk... edward lo arruinó
Ósea un paisaje bonito, una chica hermosa por dentro y por fuera y bum... lo arruinó
Pero bueno como el dijo que no quiere llevar de más pues :/
Pero hay ya quiero leer el próximo cap.
Y no, no la vayas a dejar :(
Si me enganche con ella por qué en vdd te hace ver más allá de la historia típica que él lo personal amo más las típicas pero nunca hago mucha distinción por qué me encanta leer y más con mis personajes que más amo :)
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