Capitulo 5
Isabella
A
la semana siguiente, un domingo lluvioso, bajé la ladera con Alice. Ella iba a
trabajar y yo a la biblioteca de Dennville.
—No
tardes mucho, ¿vale? —se despidió Alice cuando nuestros caminos se separaron.
—No
lo haré. Solo necesito un par de libros. —Tratábamos, dentro de lo posible, de
no dejar a mamá sola demasiado tiempo en la caravana. Sabíamos que si estaba
tomando la medicación, no iba a hacer nada precipitado, pero era difícil saber
si se había tragado las píldoras o no. Ella era muy hábil haciéndonos creer que
sí se estaba medicando cuando decidía dejar de hacerlo. En cualquier caso,
nuestra madre era lo que suponía que se llamaba «una mujer delicada». Si no
estaba durmiendo, no le importaba estar sola. Francamente, resultaba agotador,
pero eran las cartas que nos había repartido el destino, y hacíamos lo que
debíamos porque no teníamos otra opción.
A
menudo me preguntaba cómo sería tener unos padres que se preocupaban por ti, en
lugar de lo contrario.
Cuando
entramos en la calle principal, un hombre caminaba en línea recta hacia
nosotras mirando el teléfono.
—¡Oh,
Dios! Cruza —siseó Alice.
—¿Eh?
De
repente, el hombre alzó la vista.
—Lo
siento —dijo, rozándome el hombro antes de dar un paso a la izquierda—. Oh,
hola. Eres Isabella, ¿verdad?
Hubiera
jurado que Alice soltó un gemido de exasperación.
—Sí. Hola, doctor McCarty.
—Miré a mi hermana y vi que forzaba una sonrisa fingida. No había hablado nunca
con el doctor McCarty, pero lo había visto por la calle y sabía que era el
dentista que había puesto una consulta en Evansly. Al parecer, estaba allí para
salvar del Mountain Dew los dientes de la gente de los Apalaches; sin duda era
un propósito loable que podría iluminar algunas sonrisas. A mí me resultaba
imposible no estremecerme cada vez que veía a un bebé chupando una botella de
ese refresco. Ni que decir tiene que me estremecía mucho. Y, evidentemente, la
mayoría de sus clientes no podían pagarle con dinero, y lo hacían con cosas
como whiskey casero que destilaban ilegalmente. Y sin embargo, aquí
estaba. Sorprendentemente sobrio.
El
otro dato que sabía sobre el doctor MCarty era que Alice había tenido un rollo
de una noche con él hacía unos meses, cuando él fue a Alec’s a tomar una
cerveza un domingo.
Y
desde entonces, lo ignoraba.
—Llámame
Emmet —me pidió, mirando a Alice—. Hola, Alice, ¿qué tal estás? —preguntó al
tiempo que se subía las gafas por el puente de la nariz.
Francamente,
era un tipo adorable al estilo de Clark Kent. Llevaba el pelo engominado hacia
atrás, gafas de montura de pasta oscura y la camisa abrochada hasta el cuello.
Pero a pesar de eso, era guapo, y parecía en forma.
Miré
a Alice enarcando las cejas.
—Hola,
Emmet. Estoy bien. ¿Y tú? —respondió ella con una enorme sonrisa, completamente
falsa.
Nunca
había visto a un hombre tan cerca de desmayarse.
—Oh…,
er…, estoy bien. He ido a Alec’s un par de veces, pero no estabas trabajando
—dijo con las mejillas rojas. Sí, era adorable.
Le
lancé a Alice una sonrisa de medio lado.
—Oh,
lamento mucho que me hayas echado de menos, Emmet. Aunque debes de haber estado
muy ocupado en la consulta. —Alice hablaba lentamente y con exagerada
formalidad. Entrecerré los ojos, intentando leer su expresión.
—Oh…
Oh…, sí. Estoy muy liado. —Hubo una pausa incómoda que él intentó rellenar—. En
los Apalaches la caries dental es una verdadera epidemia. —Nos miró a una y
luego a la otra—. Por supuesto, vuestros dientes son muy bonitos. Debéis
cuidarlos bien. La salud oral es… Se nota que usáis el hilo dental, que es lo
mejor. Sin embargo, el problema son sobre todo los refrescos. O la soda, como
los llamáis por aquí. Y una mala dieta, por supuesto… —Hizo una mueca como si
supiera que la conversación estaba siendo horrible.
Contuve
una sonrisa.
—Somos
conscientes del problema. Lo que haces es admirable
Él
negó con la cabeza.
—Oh,
no. Yo soy el más beneficiado, te lo aseguro. Que entre en la consulta una niña
de doce años con la boca llena de caries y mandarla a casa luciendo una hermosa
sonrisa es…, bueno…, resulta difícil de explicar la sensación. Es como si
tuviera la capacidad de cambiar la vida de alguien, ¿entiendes? —Sus ojos se
iluminaron, y su voz se llenó de entusiasmo—. No hay nada comparable a eso.
—Estaba claro que le apasionaba su trabajo. Lo dicho, adorable.
—¿De
dónde eres, Emmet? No tienes acento de aquí.
Él se rio entre
dientes.
—Soy
de Florida. Para mí las que tenéis un acento diferente sois vosotras. —Miró a Alice—.
Me encanta cómo habláis.
«¡Oh,
cielos!».
Eché
un vistazo a Marlo, que parecía inflexible
—Bueno
—intervino—, me tengo que ir a trabajar. Que pases un buen día, Emmet. Isabella,
nos vemos en casa.
—Oh…
¿Vas a trabajar ahora? —preguntó Emmet—. Bien, deja que te lleve. De todas
formas, voy a Evansly. Estaba dejando mi tarjeta en algunos buzones para que la
gente supiera que la primera visita es gratis, por si están interesados.
Marlo
vaciló.
—¡Genial!
—solté yo—. ¡Qué suerte, Ali! Nos vemos en casa.
Ella
me miró con los ojos muy abiertos, pero sonrió a Emmet.
—Vale,
vale. Gracias, Emmet.
Los
dos caminaron hacia el coche del doctor McCarty y me miraron antes de entrar en
el vehículo. Sam se despidió con la mano y Alice me lanzó una expresión que
decía que ya ajustaríamos cuentas en casa. Me di la vuelta para dirigirme hacia
la biblioteca, riéndome para mis adentros. Alice se estaba esforzando mucho
para que Emmet no le gustara, era eso o que no le caía nada bien. Pero si
tuviera que decidirme por una de las dos opciones, me quedaría con la primera.
Había visto cómo actuaba Alice con los chicos que realmente no le interesaban,
y no era así. Además, había notado que no se había tapado la sonrisa con la
mano delante de Emmet. Apostaría cualquier cosa a que Emmet le gustaba
bastante.
Abrí
la puerta de la biblioteca. En realidad no era más que una pequeña habitación
en un cobertizo en la que se habían colocado unas librerías, donde los
volúmenes se ordenaban de la mejor forma posible. Había ayudado a una de mis
maestras de secundaria a montarla hacía varios años, y la gente había donado
los ejemplares que podía. El presupuesto había sido escaso y no se habían
podido comprar muchos libros, pero era mejor que nada. Por lo general estaba
vacía, así que me sorprendió ver a alguien de espaldas hojeando un libro en el
pasillo cercano a la pared del fondo.
Me
acerqué silenciosamente y vi que era Edward. «¡Maldito Edward!». Resultaba
imposible confundir su ancha espalda y el pelo castaño claro que se le rizaba a
la altura del cuello. Parecía que estaba a punto de colocar un libro en el
estante. Me aclaré la garganta y se dio la vuelta, con el volumen todavía en la
mano. Bajé la vista desde su expresión de sorpresa al título de la cubierta: Jasper
Marner: el pastor de Rave.
Apoyé
la cadera en una de las librerías y crucé los brazos a la altura del pecho
mientras una sensación de satisfacción me atravesaba de pies a cabeza. Vaya…,
vaya…
Edward
me miró con los ojos entrecerrados y se echó hacia atrás, mordisqueándose el
labio inferior. Nos estuvimos mirando el uno al otro durante un minuto en un
extraño tipo de enfrentamiento, a pesar de que yo era la única que debía de
sentirse amargada.
—Una
niña. Eso es lo que encontró esa noche de invierno. Abandonada en la nieve
—dijo.
Asentí
con la cabeza muy despacio, mientras pasaba los ojos por su cara y por su pelo,
tan descuidado y guapo. Nuestras miradas se encontraron.
—Ella
le dio sentido a su vida. Lo hacía sentir vivo de una manera que no había
disfrutado nunca.
Él
me siguió mirando.
—Luego
perdió todo el dinero que había ganado después de exiliarse.
Me
encogí de hombros.
—Sí,
y no le importó. No le importó después de encontrar a Eppie. Ella terminó
siendo su mayor fortuna. Fue ella la que dio sentido a su solitaria vida.
Algo
cambió en los ojos de Edward. Se dio la vuelta lentamente y puso de nuevo el
libro en su lugar. Debía de haber comprobado que lo había devuelto la semana
anterior y lo había cogido él. Luego se volvió hacia mí.
—¿Vas
a leer otro? —pregunté.
Negó
con la cabeza.
—No.
—Su voz salió entrecortada, aunque firme.
Me
acerqué a él para devolver el que yo había terminado, Ojos azules. Me
tuve que inclinar hacia Edward para dejarlo en su lugar, pero él no se movió
para dejarme sitio.
Me
aclaré la garganta.
—Bueno,
si quieres demostrarme que no eres un analfabeto literario, tienes que…
—Isabella.
—Abrí mucho los ojos al notar el áspero tono de su voz y me callé.
Había
algo duro y resuelto en su expresión. El aire estaba cargado de tensión. Los
dos permanecimos en silencio, él con los dientes apretados. Cuando se acercó
más a mí, el corazón comenzó a latirme en el pecho de forma violenta y mi
respiración se volvió jadeante. ¡Dios mío, qué guapo era! Olí su piel, limpia y
masculina con una leve nota salada. Quise abrir la boca y aspirar el aire que
nos rodeaba, probarlo con mi lengua. Noté una sensación extraña en el vientre y
parpadeé. Él me siguió mirando como si estuviera evaluando mi lenguaje corporal
con algo que parecía… ¿enfado? Su expresión era muy intensa. Me incorporé y
alcé la barbilla. No entendía lo que estaba pasando, pero pensaba retroceder
ante ello, fuera lo que fuera.
Edward se acercó
todavía más hasta que su cabeza quedó justo encima de la mía. Lo miré, con la
sangre acelerada en mis venas.
—Me
voy a marchar de aquí, Isabella. Nada me detendrá. Ni tú ni nadie. Nada ni
nadie, ¿me has entendido? —Su voz sonaba tensa y su mirada era ardiente e
irritada.
Jadeé
bruscamente mientras intentaba controlar mi acelerado corazón. No necesitaba
esto. No quería sentir que estaba en deuda conmigo por cualquier motivo. Pero
quería que me besara. Justo en ese instante. Bajé los ojos a sus labios
mientras emitía otro áspero suspiro. Edward soltó un gemido estrangulado al
tiempo que acercaba la boca a la mía.
—Me
iré de este lugar y lo dejaré todo atrás. Todo. Incluso a ti.
«¿Y
por qué no lo iba a hacer? Yo no significo nada para él».
—Vale.
—Se me ahogó la voz.
Se
quedó inmóvil durante un breve instante, mirándome con ojos ardientes, y luego
bajó los labios a los míos. Encerró mi cara entre sus manos y hundió los dedos
en mi pelo mientras empujaba la lengua en el interior de mi boca. Sentí como si
ardiera de pies a cabeza y le rodeé el cuello con los brazos para apretarme
contra sus duros músculos, fundiéndome con él. Edward gimió un sonido torturado
y me inclinó la cabeza con las manos mientras movía la lengua profundamente
contra la mía. Gemí de nuevo, frotando mi lengua contra la de él, jugando,
tanteando. Por fin, separé los labios de los de él y jadeé cuando me mordisqueó
y me besó la garganta.
—Sí.
¡Oh, Dios, Edward! No te detengas —le rogué. Y si me hubiera tendido en el
suelo allí mismo para hacerme el amor, no le habría detenido. De hecho, estaba
muy cerca de rogarle que hiciera precisamente eso. La sangre me bombeaba con
furia entre las piernas, provocando un redoble de necesidad. Sentía los pechos
pesados y doloridos.
Buscó
de nuevo mis labios y empezó a hundir la lengua dentro y fuera de mi boca, como
si estuviera muerto de hambre y yo fuera su alimento. ¡Me encantó! Quería que
el beso siguiera y siguiera. Que no terminara nunca.
De
repente, Edward se apartó de mí y dio un paso atrás, respirando con dificultad.
Parecía aturdido y al mismo tiempo enfadado, mientras la evidencia de su
excitación tensaba sus vaqueros.
—Joder,
Isabella. ¿Qué coño estás haciendo?
La
sangre se me heló con la misma rapidez que se me había calentado solo unos
momentos antes. Abrí los ojos mientras lo miraba con incredulidad.
—¿Qué…
qué estoy haciendo yo?
Entonces,
Edward se dio la vuelta y salió de la biblioteca pública de Dennville,
dejándome allí sola y confusa, con los labios y el corazón heridos.
¡Había
dejado que me lo hiciera otra vez! ¿Qué me pasaba?
«¿Qué coño me
pasaba?».
Me
apoyé en la librería que tenía detrás y juré que no volvería a dejar que Edward
Cullen me humillara. No era el único que tenía planes para marcharse de allí.
«¿Por
qué tengo incluso que saber que existe?».
Dios,
lo odiaba.
***
Tenía
la sospecha de que no era normal estar pensando día y noche en alguien que
odiabas.
¡Maldición!
Pero
sí tenía lógica haber evitado a Edward Cullen durante toda la semana siguiente.
Una vez que lo vi al fondo de un pasillo, en el instituto, me di la vuelta de
golpe, y otra vez, eché un vistazo por la ventana y lo vi fuera, paseando con Jessica
Stanley. Al instante desvié la mirada, devorada por el monstruo de los celos,
sintiéndome enfadada y dolida a la vez. Parecía que no le importaba nada
besarla a ella.
Una
vez más pensé que esta era la razón de que evitara a los chicos y todo lo que
implicaban; o bien eran unos cabrones o unos perdedores. Por un breve momento,
había pensado que Edward era diferente, pero había resultado que no lo era. Me
había humillado a propósito, sabiendo que me sentía atraída por él. Bueno,
nunca más. Al parecer, había un montón de chicas que se sentían felices dejando
que jugara con ellas. Así que no moriría de soledad, al menos próximamente.
Había visto una prueba de ello. Sin embargo, cuando me senté, me puse a
mordisquear el lápiz, incapaz de quitármelo de la cabeza. ¡Maldito fuera! Me
gustaba. Me había permitido pensar en él mientras estaba tumbada en el pequeño
sofá del remolque, sin dormir. Había soñado que él me miraba a los ojos como
había hecho mientras estábamos sentados contemplando la puesta del sol. Había
soñado que me tocaba, que me besaba, incluso que me amaba. Me había imaginado
que le quitaba la camisa y que deslizaba los dedos por su piel cálida y
bronceada… A pesar de que mi mente me había advertido que olvidara esa idea, la
mera posibilidad me había hecho estremecer de pies a cabeza. Basta ya, Isabella.
Basta, niña tonta. Tonta y estúpida.
El
plan de renunciar a los chicos volvía a estar en activo de nuevo.
Después
del instituto fui a la biblioteca para no encontrarme con Edward mientras iba a
casa. Sabía que no volvería a por más libros. Estaba a salvo… y me gustaba
estar allí. Era como mi despacho personal. Podía sentarme en la pequeña mesa
que había al fondo y hacer mis deberes mientras disfrutaba de la privacidad que
necesitaba. En el pueblo no había nadie demasiado interesado en la lectura
salvo yo. Y estaba mucho más cómoda que en el pequeño escritorio plegable que
había en la caravana, y que chirriaba cada vez que me apoyaba en él para
escribir.
Mi aliento dejaba
nubes en el aire de principios de diciembre mientras corría con rapidez al
pequeño edificio a poca distancia de casa. Corrí al interior y cerré la puerta
a mi espalda, inhalando el aire con olor a humedad. Allí dentro no hacía calor,
pero sí menos frío que en el exterior y, sin duda, era un lugar mucho más
caliente que la caravana, llena de corrientes de aire. Extendí mis libros sobre
la mesa y me puse a hacer la tarea. Al terminar, me quedé quieta, sin querer
irme todavía, feliz en mi soledad.
Necesitaba
un nuevo libro. Me levanté para examinar los que había y me fijé que sobresalía
un pequeño trozo de papel blanco de Ojos azules, el libro que había
devuelto justo antes de que Edward me besara. Al recordar su beso, solté un
sonido infantil de disgusto solo porque disfrutaba de la soledad y me sentía
bien al hacerlo, y luego cogí el libro. Saqué el trozo de papel y el corazón se
me aceleró cuando vi un pequeño renglón de escritura inclinada.
«Es
uno de los libros más tristes que he leído, no ofrece ninguna esperanza. Me ha
dado ganas de lanzarme por el precipicio más cercano. EC».
Hice
una pausa para leer otra vez la línea. EC. Edward Cullen. ¿Trataba de ser
gracioso? Enfadada, me senté a escribir mi respuesta.
«Solo
un cateto ignorante sería incapaz de ver el verdadero mensaje de esta novela,
que todos mantenemos un diálogo interno que o bien nos hace sentirnos atrapados
o bien nos hace libres. En cuanto a lo del precipicio, te sugiero el del hombre
muerto, ya solo el nombre contribuye a tu causa. Además, es el más alto de la
zona y en el fondo hay un montón de rocas afiladas, capaces de garantizar
prácticamente tu desaparición de este mundo. IS».
Esbocé
una sonrisita y dejé de nuevo el papel en el libro, fijándome en que
sobresaliera por la parte superior. Luego me puse a mirar los libros que había
leído, buscando el más deprimente, hasta que finalmente saqué Brighton Rock de
la estantería, dejando el hueco a la vista.
***
Dos
días después, lo llevé de vuelta y, tres días más tarde, cuando regresé a la
biblioteca, sobresalía una nota por la parte superior.
«Una
agradable lectura. Me impresionó especialmente el personaje de Pinkie. EC».
Emití
un suspiro de disgusto y respondí con rapidez.
«Solo
una persona realmente perturbada se sentiría impresionada por un personaje que
es el líder de una banda, un sociópata confeso que destruye cruelmente a la
joven decente y guapa que lo quería. ¿Qué fue del precipicio? IS».
Entonces
miré la estantería y elegí un libro que no solo fuera deprimente, sino también
repugnante.
***
Cinco
días más tarde, La carretera:
«Una
emocionante historia sobre el apocalipsis, la supervivencia, el canibalismo y
los búnkeres subterráneos. ¡El tipo de libro que nos gusta devorar a los
chicos! EC».
Fruncí
el ceño.
«Observo
que te has quedado con la palabra “devorar”. Sin duda eres un psicópata. IS».
Después de eso elegí
el libro que era, sin duda, el más deprimente que se había escrito.
***
Cuatro días después, La campana de cristal.
«Buen intento. Estoy contigo. EC».
Me reí en voz alta a pesar de
todo. Y, maldito fuera, había tratado de descargar mi cólera y allí estaba,
sonriendo ante su nota. La sonrisa se desvaneció lentamente de mi cara. Examiné
la librería buscando otra lectura mientras una especie de melancolía inundaba
mi solitario corazón. Me recosté contra la estantería mordiéndome un labio. Me
gustaba Edward. ¿Y eso qué significaba? ¿Por qué se molestaba en jugar conmigo?
No lo sabía. Pero había visto lo que le ocurría a una mujer cuando se colgaba
por un hombre que no estaba interesado en ella, y no pensaba acabar así. No lo
haría. Mejor dejar las cosas como estaban. No iba a seguir ese juego absurdo.
Solo serviría para crear esperanza y, cuando se trataba de Edward, la esperanza
no era algo que considerar. Suspiré, recogí mis pertenencias y salí de la
biblioteca. Una vez fuera, agaché la cabeza y subí la montaña.
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Hola a todas que les pareció que Isabella ya se
enamoro de Edward y ahora que pasara con ellos y con la beca quien la ganara.
Muchas gracias todas por sus comentarios nos vemos
mañana con otro capitulo
5 comentarios:
Si definitivamente nuestra niña cayó enamorada, pero es difícil ambos quieren algo diferente para su vida salir de ese lugar deprimente y tener un mejor mido de vida y hay dos candidatos y sólo una oportunidad, que pasará, gracias Annel por el capítulo y te leo en el siguiente
Saludos y besos 😘😘😘
La vida o es fácil y hay q luchar x lo q uno quiere y q gane quien mas se esfuerza ojala hubieran 2 becas x q loa dos luchan x lo mismo y quieren salir d ese lugar , Edward aun q no lo quiere aceptar también esta enamorado d Bella x eso es un canijo con ella x eso le dijo q nada ni nadie lo ata a ese lugar x q no quiere admitir lo q siente , Gracias ❤😘
Ambos tienen talento para el análisis literario, además de tener talento para escribir. Pero la pobreza no deja ver las otras posibilidades para salir adelante.
Me encanto ese extraño juego que empezaron apesar de que no se quieren involucrar la atracción es grande, espero con ansias el siguiente capítulo
:( Aveces es mejor dejar las cosas por La Paz como dijo bella el seguir ahí solo crea esperanzas y además ella vive todos los días con el error de enamorarse profundamente de alguien.
Aún que al principio me gusto como aún y cuando edward ya no quería saber nada de ella buscaba la forma de que siguieran en contacto xD
Ahora haber qué hace para que eso no se pierda :/
Muchas gracias :)
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