sábado, 17 de marzo de 2018

No esperaba enamorarme de ti capitulo 7


Capitulo 7

Isabella

Las lágrimas comenzaron a brotar antes de que hubiera dado tres pasos fuera del instituto. La repentina explosión de frío fue como una bofetada en la cara. Me pareció que era la versión física de lo que acababa de experimentar emocionalmente, frente a casi todos mis compañeros y un buen número de padres. Me sentía humillada y profundamente avergonzada. Corrí más rápido, con el viento golpeando mi piel como si fueran cuchillas de afeitar mientras mis pies se deslizaban por la carretera helada.

—¡Isabella! —Oí que me llamaban. Edward. El estúpido de Edward, que se había sentado a dos asientos de mí en el salón de actos y había permitido que una muchacha le acariciara por debajo de la cazadora en la oscuridad. No tenía derecho a sentirme tan dolorosamente celosa. Y, sin embargo, así había sido. Ni siquiera había querido besarme. Había dejado muy claro que no quería tener nada que ver conmigo, pero verlo con otra chica me había hecho sentir un dolor casi físico. Me habían entrado ganas de llorar y estrangularla… O a él. O a ambos. No estaba segura. Y no tenía derecho a hacerlo. Yo no era nadie para él. Durante toda mi vida solo había sido eso, una don nadie. Mi vida era insignificante y poco valiosa. Y eso dolía.


—¡Vete, Edward! —le grité. Luego hipé y aumenté la velocidad.

—¡Isabella, para! Vas a hacerte daño. ¡Basta!

—¿Y a ti qué te importa? —grité sin detenerme, patinando y abriendo los brazos para recuperar el equilibrio antes de caerme.

—¡Isabella! —Oí que estaba más cerca, así que cogí un poco de nieve, me di la vuelta y se la tiré, dejando escapar un pequeño sollozo. Estaba comportándome como una niña inmadura y lo sabía. Sin embargo, ¿qué tenía que perder? La bola de nieve le dio en el hombro, me volví hacia delante y seguí corriendo, con pasos torpes y poco elegantes sobre la nieve.

—¡Dios, Isabella! —gritó Edward. Me di la vuelta y recogí más nieve para lanzársela. Esta vez la esquivó con una maldición, pero eso no lo detuvo. Me giré para seguir corriendo. Cuando había dado alrededor de tres pasos, resbalé de nuevo y caí en un banco de nieve, a la derecha. Solté un grito, pero luego me quedé allí, llorando, mirando al claro cielo invernal mientras los copos de nieve me caían sobre la cara. Me sentía vacía y completamente sola. Percibí los pasos de Edward, que se acercaba rápidamente a mí. Luego me recogió, me rodeó con sus cálidos brazos y me levantó de la nieve mientras yo seguía llorando. Ya no tenía ganas de luchar.

—Shhh… —susurró Edward con su profunda voz masculina—. Shhh… Estoy contigo. Está bien. Todo irá bien, Isabella. Estoy contigo —me consoló con ternura.

Le rodeé el cuello con los brazos. No podía dejar de temblar, y trataba de apretarme lo más cerca de su calor, de sus palabras tranquilizadoras.

Caminó conmigo un poco más y luego se sentó, estrechándome contra su pecho mientras yo dejaba salir lo que parecía un flujo interminable de lágrimas. Él siguió murmurando palabras de consuelo contra mi pelo, palabras que no comprendía, pero que me ayudaban a calmarme.

Recordé las expresiones que había en los rostros que me rodeaban cuando mi madre fue arrastrada por el suelo con aquel vestido sucio que no ocultaba nada. Cerré los ojos con fuerza. Tenía que ser una de las peores cosas del mundo, verse avergonzada por alguien que estaba destinado a protegerte, no a humillarte. Aunque seguía queriéndola muchísimo.

Poco después, mis lágrimas desaparecieron, pero no levanté la cabeza. Edward me mantuvo estrechamente agarrada, y, cuando por fin miré a mi alrededor, vi que estábamos sentados delante de la puerta cerrada de la peluquería. Seguimos allí acurrucados, con la respiración acelerada, todavía estremeciéndome, rodeada por los brazos de Edward mientras me aferraba a su cazadora con los puños cerrados, absorbiendo la seguridad que me proporcionaba su cercanía.

—Edward —murmuré finalmente.

—¿Qué, Isabella?

—Lamento haberte tirado nieve —susurré.

—Está bien. Me lo merecía… Isabella, lamento lo que ha ocurrido esta noche. Con Jessica… Que ella… —Parecía que no sabía qué decir.

Solté un suspiro de derrota.

—No tienes que disculparte por nada. Me has dejado claro que no somos nada. —Edward permaneció en silencio, y, cuando lo miré, se estaba pasando la lengua por el labio inferior con el ceño fruncido. Bajé la mirada con una opresión en el pecho. No lo culpaba por no querer besarme. ¿Quién iba a querer besar a la hija de la loca del pueblo? ¿Quién iba a querer tener algo que ver con una chica como yo? Lo que oía susurrar a los chicos de la escuela era verdad, ni siquiera tenía casa, vivía en una caravana. Era posible que Edward también fuera pobre, pero su madre no lo avergonzaba en público. De hecho, su padre y su hermano habían muerto de una forma heroica, trabajando para mantener a la familia. Mi padre, sin embargo, me había mirado y había salido huyendo.

—Edward… —repetí.

—¿Sí, Isabella? —dijo.

Levanté la cabeza y miré sus ojos en la oscuridad, cobijados por la penumbra del hueco en el que estaba la puerta.

—Tengo que decirte algo.

Él levantó la mano y usó el pulgar para secarme una lágrima que todavía quedaba en mi mejilla.

—¿Qué quieres decirme? —preguntó en voz baja, con ternura.

—La verdad es que no soy hija de un príncipe ruso.

Lo vi parpadear y luego, de repente, soltó una risa profunda y cálida.
Me reí también y empecé a alejarme de sus brazos. Pero él me sostuvo con fuerza, y me hundí de nuevo contra su pecho, sabiendo que estaba justo donde quería y que no me importaba nada más. Necesitaba un poco de ternura. Dios sabía que lo necesitaba. E iba a tomar lo que Edward me ofrecía. Podía ser temporal, pero sería suficiente por el momento.

—¿No hay joyas familiares? —preguntó.

Negué con la cabeza.

—Ni siquiera un mísero guijarro. Ni un grano de arena.

Curvó los labios en una sonrisa.

—Solo era un cuento estúpido que solíamos imaginarnos mi hermana y yo.

—No es estúpido —murmuró.

—Lo es —aseguré. Se me quebró la voz. Edward no me respondió, pero sus brazos se cerraron a mi alrededor. Deseé haber sabido que él era peligroso para las chicas como yo, que fingíamos ser princesas. En ese momento, soñar era peligroso. Los sueños se rompían, y cuando eso ocurría, la realidad dolía mucho más.

—Yo también tengo que decirte algo —murmuró.

—¿Qué? —sollocé.

—En realidad no hay linces en la montaña. Es decir, sí los hay, pero no son peligrosos para nosotros. Cuando me ofrecí para protegerte de ellos, fue solo un ardid.

—Lo sé —repuse bajito. También había disfrutado de su compañía. Supuse que por eso me lo había dicho.

Estuvimos acurrucados junto a la puerta durante un buen rato, hasta que el viento cambió de dirección y nos impactó de pleno, haciendo que los dos empezáramos a temblar.

—Tengo que llevarte a casa —dijo él, ayudándome a levantarme.

—Ahora estoy bien. —Solté un gemido de vergüenza—. Sé que has dejado a Jessica sola y…

—Jessica fue con sus hermanos. Yo he ido por la comida y por entrar en calor. —Se metió las manos en los bolsillos.

Oh.

—Sí, yo también —admití. Los dos bajamos la vista, y cuando nos miramos, nos reímos avergonzados.

—Isabella… Lamento haberte besado. —Hizo una mueca—. Es decir…, ¡mierda! No lamento haberte besado. Lo que siento es que no voy a volver a hacerlo. —Soltó una risa, incómodo—. Me refiero a que lo siento por mí, no por ti. Te he echado de menos. Esa es la verdad, Isabella —me miró con una expresión vulnerable—, es posible que hayas notado que yo no soy precisamente un buen partido.

Lo miré con simpatía. Supuse que era cierto que no éramos exactamente un buen partido; sin embargo, saberlo no me hacía sentir mejor. Y, de alguna manera, que Edward me dijera eso me hacía pensar que era mentira, que no sabía de qué estaba hablando.

—No tengo nada que ofrecer. Y dentro de seis meses, ni siquiera estaré aquí —explicó.

—Edward —lo interrumpí—. ¿Qué te parece si somos amigos? Imagino que me vendría bien un amigo. —Hice una pausa, pensando—. Y cuando los dos nos vayamos de aquí, sea bajo las circunstancias que sean, cuando ambos seamos un buen partido, recordaremos con cariño al amigo que una vez tuvimos en casa. Eso será todo. ¿De acuerdo? Así de simple. —Se me llenaron los ojos de lágrimas otra vez, y no supe por qué. No me parecía tan simple, quizá, aunque me hubiera gustado que sí lo fuera—. ¿Tienes amigos? —pregunté. Casi siempre lo había visto solo.

Él negó con la cabeza, mirándome. Era evidente que estaba pensando algo, pero no logré leer su expresión.

—No he tenido un amigo de verdad desde que murió mi hermano.

Sentí como si un globo se hinchara en mi pecho, el dolor me invadía los pulmones, y me resultó difícil coger aire.

—Me parece que los dos necesitamos uno.

—Sí —repuso finalmente con voz triste—. Sí.

*****************
Que les pareció este capitulo un poco triste por los dos gracias por su comentarios y por leer muchas gracias. Nos vemos mañana con otro capitulo

3 comentarios:

Unknown dijo...

Bueno de apoco se están entendiendo más ojala y se puedan ayudar mutuamente a salir de ahí gracias....

beata dijo...

Al menos no es una amistad basada en intereses superficiales...

Kar dijo...

Hola Annel es triste, la manera el la que viven pero hay una pequeña esperanza de hacerse compañía el tiempo que les queda en el pueblo, lo que creo es que es poco probable que mantengan esa relación e el plano amistoso, si cada uno siente algo más que amistad por el otro
Gracias por el capítulo nena
Saludos y besos

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina