Capitulo 7
Isabella
Las
lágrimas comenzaron a brotar antes de que hubiera dado tres pasos fuera del
instituto. La repentina explosión de frío fue como una bofetada en la cara. Me
pareció que era la versión física de lo que acababa de experimentar
emocionalmente, frente a casi todos mis compañeros y un buen número de padres.
Me sentía humillada y profundamente avergonzada. Corrí más rápido, con el viento
golpeando mi piel como si fueran cuchillas de afeitar mientras mis pies se
deslizaban por la carretera helada.
—¡Isabella!
—Oí que me llamaban. Edward. El estúpido de Edward, que se había sentado a dos
asientos de mí en el salón de actos y había permitido que una muchacha le
acariciara por debajo de la cazadora en la oscuridad. No tenía derecho a
sentirme tan dolorosamente celosa. Y, sin embargo, así había sido. Ni siquiera
había querido besarme. Había dejado muy claro que no quería tener nada que ver conmigo,
pero verlo con otra chica me había hecho sentir un dolor casi físico. Me habían
entrado ganas de llorar y estrangularla… O a él. O a ambos. No estaba segura. Y
no tenía derecho a hacerlo. Yo no era nadie para él. Durante toda mi vida solo
había sido eso, una don nadie. Mi vida era insignificante y poco valiosa. Y eso
dolía.
—¡Vete,
Edward! —le grité. Luego hipé y aumenté la velocidad.
—¡Isabella,
para! Vas a hacerte daño. ¡Basta!
—¿Y
a ti qué te importa? —grité sin detenerme, patinando y abriendo los brazos para
recuperar el equilibrio antes de caerme.
—¡Isabella!
—Oí que estaba más cerca, así que cogí un poco de nieve, me di la vuelta y se
la tiré, dejando escapar un pequeño sollozo. Estaba comportándome como una niña
inmadura y lo sabía. Sin embargo, ¿qué tenía que perder? La bola de nieve le
dio en el hombro, me volví hacia delante y seguí corriendo, con pasos torpes y
poco elegantes sobre la nieve.
—¡Dios, Isabella!
—gritó Edward. Me di la vuelta y recogí más nieve para lanzársela. Esta vez la
esquivó con una maldición, pero eso no lo detuvo. Me giré para seguir
corriendo. Cuando había dado alrededor de tres pasos, resbalé de nuevo y caí en
un banco de nieve, a la derecha. Solté un grito, pero luego me quedé allí,
llorando, mirando al claro cielo invernal mientras los copos de nieve me caían
sobre la cara. Me sentía vacía y completamente sola. Percibí los pasos de Edward,
que se acercaba rápidamente a mí. Luego me recogió, me rodeó con sus cálidos
brazos y me levantó de la nieve mientras yo seguía llorando. Ya no
tenía ganas de luchar.
—Shhh…
—susurró Edward con su profunda voz masculina—. Shhh… Estoy contigo. Está bien.
Todo irá bien, Isabella. Estoy contigo —me consoló con ternura.
Le
rodeé el cuello con los brazos. No podía dejar de temblar, y trataba de
apretarme lo más cerca de su calor, de sus palabras tranquilizadoras.
Caminó
conmigo un poco más y luego se sentó, estrechándome contra su pecho mientras yo
dejaba salir lo que parecía un flujo interminable de lágrimas. Él siguió murmurando
palabras de consuelo contra mi pelo, palabras que no comprendía, pero que me
ayudaban a calmarme.
Recordé
las expresiones que había en los rostros que me rodeaban cuando mi madre fue
arrastrada por el suelo con aquel vestido sucio que no ocultaba nada. Cerré los
ojos con fuerza. Tenía que ser una de las peores cosas del mundo, verse
avergonzada por alguien que estaba destinado a protegerte, no a humillarte.
Aunque seguía queriéndola muchísimo.
Poco
después, mis lágrimas desaparecieron, pero no levanté la cabeza. Edward me
mantuvo estrechamente agarrada, y, cuando por fin miré a mi alrededor, vi que
estábamos sentados delante de la puerta cerrada de la peluquería. Seguimos allí
acurrucados, con la respiración acelerada, todavía estremeciéndome, rodeada por
los brazos de Edward mientras me aferraba a su cazadora con los puños cerrados,
absorbiendo la seguridad que me proporcionaba su cercanía.
—Edward
—murmuré finalmente.
—¿Qué,
Isabella?
—Lamento
haberte tirado nieve —susurré.
—Está
bien. Me lo merecía… Isabella, lamento lo que ha ocurrido esta noche. Con Jessica…
Que ella… —Parecía que no sabía qué decir.
Solté
un suspiro de derrota.
—No
tienes que disculparte por nada. Me has dejado claro que no somos nada. —Edward
permaneció en silencio, y, cuando lo miré, se estaba pasando la lengua por el
labio inferior con el ceño fruncido. Bajé la mirada con una opresión en el
pecho. No lo culpaba por no querer besarme. ¿Quién iba a querer besar a la hija
de la loca del pueblo? ¿Quién iba a querer tener algo que ver con una chica
como yo? Lo que oía susurrar a los chicos de la escuela era verdad, ni siquiera
tenía casa, vivía en una caravana. Era posible que Edward también fuera pobre,
pero su madre no lo avergonzaba en público. De hecho, su padre y su hermano
habían muerto de una forma heroica, trabajando para mantener a la familia. Mi
padre, sin embargo, me había mirado y había salido huyendo.
—Edward…
—repetí.
—¿Sí,
Isabella? —dijo.
Levanté la cabeza y
miré sus ojos en la oscuridad, cobijados por la penumbra del hueco en el que
estaba la puerta.
—Tengo
que decirte algo.
Él
levantó la mano y usó el pulgar para secarme una lágrima que todavía quedaba en
mi mejilla.
—¿Qué
quieres decirme? —preguntó en voz baja, con ternura.
—La
verdad es que no soy hija de un príncipe ruso.
Lo
vi parpadear y luego, de repente, soltó una risa profunda y cálida.
Me
reí también y empecé a alejarme de sus brazos. Pero él me sostuvo con fuerza, y
me hundí de nuevo contra su pecho, sabiendo que estaba justo donde quería y que
no me importaba nada más. Necesitaba un poco de ternura. Dios sabía que lo
necesitaba. E iba a tomar lo que Edward me ofrecía. Podía ser temporal, pero
sería suficiente por el momento.
—¿No
hay joyas familiares? —preguntó.
Negué
con la cabeza.
—Ni
siquiera un mísero guijarro. Ni un grano de arena.
Curvó
los labios en una sonrisa.
—Solo
era un cuento estúpido que solíamos imaginarnos mi hermana y yo.
—No
es estúpido —murmuró.
—Lo
es —aseguré. Se me quebró la voz. Edward no me respondió, pero sus brazos se
cerraron a mi alrededor. Deseé haber sabido que él era peligroso para las
chicas como yo, que fingíamos ser princesas. En ese momento, soñar era
peligroso. Los sueños se rompían, y cuando eso ocurría, la realidad dolía mucho
más.
—Yo
también tengo que decirte algo —murmuró.
—¿Qué?
—sollocé.
—En
realidad no hay linces en la montaña. Es decir, sí los hay, pero no son
peligrosos para nosotros. Cuando me ofrecí para protegerte de ellos, fue solo
un ardid.
—Lo
sé —repuse bajito. También había disfrutado de su compañía. Supuse que por eso
me lo había dicho.
Estuvimos
acurrucados junto a la puerta durante un buen rato, hasta que el viento cambió
de dirección y nos impactó de pleno, haciendo que los dos empezáramos a
temblar.
—Tengo
que llevarte a casa —dijo él, ayudándome a levantarme.
—Ahora
estoy bien. —Solté un gemido de vergüenza—. Sé que has dejado a Jessica sola y…
—Jessica
fue con sus hermanos. Yo he ido por la comida y por entrar en calor. —Se metió
las manos en los bolsillos.
Oh.
—Sí,
yo también —admití. Los dos bajamos la vista, y cuando nos miramos, nos reímos
avergonzados.
—Isabella…
Lamento haberte besado. —Hizo una mueca—. Es decir…, ¡mierda! No lamento
haberte besado. Lo que siento es que no voy a volver a hacerlo. —Soltó una
risa, incómodo—. Me refiero a que lo siento por mí, no por ti. Te he echado de
menos. Esa es la verdad, Isabella —me miró con una expresión vulnerable—, es
posible que hayas notado que yo no soy precisamente un buen partido.
Lo
miré con simpatía. Supuse que era cierto que no éramos exactamente un buen
partido; sin embargo, saberlo no me hacía sentir mejor. Y, de alguna manera,
que Edward me dijera eso me hacía pensar que era mentira, que no sabía de qué
estaba hablando.
—No
tengo nada que ofrecer. Y dentro de seis meses, ni siquiera estaré aquí
—explicó.
—Edward
—lo interrumpí—. ¿Qué te parece si somos amigos? Imagino que me vendría bien un
amigo. —Hice una pausa, pensando—. Y cuando los dos nos vayamos de aquí, sea
bajo las circunstancias que sean, cuando ambos seamos un buen partido,
recordaremos con cariño al amigo que una vez tuvimos en casa. Eso será todo.
¿De acuerdo? Así de simple. —Se me llenaron los ojos de lágrimas otra vez, y no
supe por qué. No me parecía tan simple, quizá, aunque me hubiera gustado que sí
lo fuera—. ¿Tienes amigos? —pregunté. Casi siempre lo había visto solo.
Él
negó con la cabeza, mirándome. Era evidente que estaba pensando algo, pero no
logré leer su expresión.
—No
he tenido un amigo de verdad desde que murió mi hermano.
Sentí
como si un globo se hinchara en mi pecho, el dolor me invadía los pulmones, y
me resultó difícil coger aire.
—Me
parece que los dos necesitamos uno.
—Sí —repuso
finalmente con voz triste—. Sí.
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Que les pareció este capitulo un poco triste por los
dos gracias por su comentarios y por leer muchas gracias. Nos vemos mañana con
otro capitulo
3 comentarios:
Bueno de apoco se están entendiendo más ojala y se puedan ayudar mutuamente a salir de ahí gracias....
Al menos no es una amistad basada en intereses superficiales...
Hola Annel es triste, la manera el la que viven pero hay una pequeña esperanza de hacerse compañía el tiempo que les queda en el pueblo, lo que creo es que es poco probable que mantengan esa relación e el plano amistoso, si cada uno siente algo más que amistad por el otro
Gracias por el capítulo nena
Saludos y besos
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