Capitulo 9
Edward
Estaba
nevando. Me detuve junto a la ventana y miré lo que cualquier otra persona
habría observado maravillada, aquel paisaje limpio y blanco. No siempre nevaba
en Navidad. Algunos dirían que era algo especial. Yo no. «Navidad». Me inundó
una oleada de melancolía, e intenté contenerla. Solo era otro día en el
calendario. Si no hacía caso, pasaría sin más. No era diferente a cualquier
otra fecha, salvo en mi mente.
—Lo
conseguirás, Edward —murmuré para mí mismo, tomando otro sorbo de café
caliente.
Llamaron
a la puerta y me sorprendí un poco. ¿Qué coño…? ¿Quién cojones iba a casa de
nadie la mañana de Navidad? Fruncí el ceño mientras me acercaba a la puerta.
—¿Quién
es? —exigí, en guardia.
—Isabella.
—Parpadeé. ¿Isabella? «Joder». Me tomé mi tiempo antes de abrir.
Allí
estaba, con el pequeño árbol de navidad, y las asas de una bolsa de papel entre
las manos, mirándome con una tímida sonrisa, y con algunos copos de nieve
adornando su pelo oscuro y otros prendidos en las pestañas. Tenía las mejillas
rosadas por el frío, su aliento formaba nubes en el aire. Era digna de ver.
Impresionante. De hecho, abrí un poco más la puerta para verla mejor.
—¿Qué
haces aquí? —pregunté. Maldición, eso sonaba muy frío. Pero tenía que irse. No
podía entrar.
La
sonrisa desapareció de su rostro y bajó la vista un instante antes de levantar
los ojos hacia los míos.
—¿Cuánto
tiempo hace que se fue?
Fruncí
el ceño.
—¿Que
se fue? ¿Quién?
—Tu
madre.
Abrí
mucho los ojos sin dejar de mirarla, los dos allí de pie, en el umbral. La
nieve continuó cayendo sobre su pelo y su cazadora oscura.
—¿Qué…? ¿Por qué te…?
—Empecé a decir. Luego solté el aire y me pasé la mano por el pelo—. ¿Cómo lo
sabes?
Dulcificó
la expresión.
—Nunca
hay luces encendidas en tu casa… Entre otras cosas… —Sacudió la cabeza—. En
realidad solo era una suposición. —Se mordió los labios y el corazón me hizo
algo raro en el pecho. Me llevé la mano a ese punto y me lo masajeé con
suavidad, como si fuera algo físico—. Lo siento, tenía razón. —Hizo una pausa—.
Solo he pensado que si estabas solo, probablemente no tendrías Navidad. Y por
eso… —levantó el arbolito— te lo he traído. —Sonrió.
Abrí
la puerta del todo y le hice un gesto con la mano para que entrara. Su sonrisa
se amplió, y suspiró de alivio mientras entraba en mi casa. Por un momento, se
quedó mirando alrededor, y yo me metí las manos en los bolsillos, tratando de
ver el lugar a través de sus ojos. Mi casa era pequeña y el mobiliario estaba
pasado de moda; eran los que mi madre había heredado de mi abuela cuando murió,
cosas que no eran bonitas entonces y que, sin duda, tampoco lo eran ahora. Pero
intentaba mantener el lugar limpio y recogido.
Isabella
detuvo la mirada en el sillón. Había una mesa al lado con una foto de mi madre.
La había puesto allí al principio porque esperaba con todas mis fuerzas que
regresara, y era su imagen lo que yo saludaba cuando entraba por la puerta.
Tenía que deshacerme de ella.
Isabella
se volvió hacia mí, sonriendo.
—Está
bien —dijo. Y, ¡joder!, el corazón volvió a darme un estúpido vuelco en el
pecho, porque me di cuenta de que ella lo decía realmente en serio, y eso no
era aceptable. Una chica como Isabella debía ver que este lugar era un
vertedero… Y no lo hacía. Había algo en ese hecho que me molestaba y que
también me hacía sentir una extraña felicidad.
—¿Me
das la cazadora? ¿El árbol de Navidad? ¿La bolsa de papel?
Se
rio y puso el arbolito sobre la mesita para café mientras se quitaba la prenda
de abrigo. La vi accionar un interruptor.
—Las
luces funcionan con pilas —explicó—. Podemos ponerlo en cualquier lugar. —Lo
colocó a su gusto sobre la mesita y luego se incorporó, aunque bajó la mirada al
suelo con una nueva expresión de inseguridad. Se produjo un silencio incómodo.
Me
miró.
—Lo
lamento, Edward —susurró, sacudiendo la cabeza un poco—. He irrumpido en tu
casa sin avisar, pero solo quería… —Se mordió el labio otra vez—. ¿Qué pensabas
hacer hoy?
—Ver
la televisión… Estudiar… Regodearme en la soledad…
No
se rio. Supuse que era consciente de que no lo había dicho de broma, aunque
solo fuera por su reacción.
—¿Tienes televisión?
—preguntó.
—A
veces. Cuando dispongo de electricidad.
Ella
asintió moviendo la cabeza, y ambos permanecimos un segundo en silencio.
—¿Qué
le ocurrió? —preguntó finalmente en voz muy baja.
Hice
una pausa. Nunca había hablado con nadie sobre esto. No podía decírselo a
nadie. Nunca se me había ocurrido hablar con alguien de ello. Pero en ese
momento, por alguna extraña razón, sentía unas ganas desesperadas de contárselo
a Isabella.
—Nos
dejó una semana antes del accidente en la mina.
Vi
su mirada de simpatía, pero no dijo nada.
—Mi
padre estaba demasiado avergonzado. —Negué con la cabeza antes de rascarme la
nuca, intentando alejar los recuerdos incluso mientras se los revelaba—. Sí, se
sentía humillado por ello, y era un hombre orgulloso. Nos hizo jurar que no se
lo diríamos a nadie hasta que no estuviera preparado. Creo… Creo que quizá
estaba tratando de inventarse una historia que sonara mejor que «ya no nos
quiere». —Hice una pausa—. O quizá esperaba que regresara. Sin embargo, mi
madre jamás fue feliz aquí. Mi padre, que ni siquiera terminó la secundaria, no
ganaba mucho en la mina. Se peleaban todo el tiempo. —Me pasé la mano por el
pelo mientras hacía una mueca—. Ya ves, Isabella, tu padre os abandonó cuando
tenías tres días, y te duele porque no quiso llegar a conocerte. Pero mi madre
me conocía, sabía que la quería. Y se marchó igual.
—Edward…
—susurró.
Negué
moviendo la cabeza, incapaz de detener las palabras que salían por mi boca por
voluntad propia.
—Entonces,
ocurrió el accidente en la mina, y… —Solté un suspiro tembloroso, sorprendido
de que todavía pudiera emocionarme por eso. Me parecía que había pasado hacía
toda una vida, pero hablar de ello estaba haciendo que volviera a revivirlo de
alguna forma… — y murieron. Cada familia de la montaña parecía estar en duelo
por alguien, así que nadie se dio cuenta de que mi madre no estuvo presente en
ninguno de los servicios conmemorativos, o quizá imaginaron que estaba rota por
el dolor. Había más gente así. Luego esperé que regresara. Pensé que debía de
haberse enterado. Que lo habría oído en algún sitio. Tenía que saber que yo
estaba solo. Esperé y esperé a que ella regresara a por mí, pero no lo hizo.
—Tomé aire—. No quería que me enviaran a un centro de acogida. Quería tener la
oportunidad de ganar la beca. Quería una oportunidad de vivir… Y la única forma
de conseguirlo era seguir trabajando para ello. Por eso, cuando la gente me
preguntaba, les decía que estaba enferma. —Me encogí de hombros.
—No
es de extrañar —dijo con tristeza.
—¿No
es de extrañar el qué?
—Que
no es de extrañar que odies tanto este sitio.
Me quedé mirándola a
los ojos.
—No
tienes que seguir estando solo. —Movió la mano y me cogió la mía con una
expresión de tristeza. Tenía los dedos fríos y suaves, los sentía pequeños
entre los míos.
—Isabella…
No lo entiendes. Gane la beca o no la gane, me voy a largar de aquí. Dentro de
unos meses, me largo. Si al final no la ganara, vendería todo lo que haya de
valor en esta casa y me marcharía haciendo dedo. Buscaré trabajo en algún
sitio, atravesaré el país hasta encontrar mi lugar. No pienso quedarme aquí
pase lo que pase. No puedo trabajar en la mina. No quiero pasar más hambre. Me
largaré y no miraré atrás. No pienso volver a pisar Dennville, Kentucky, en mi
vida.
Sus
ojos estuvieron clavados en mi cara durante varios minutos antes de que
asintiera, soltándome la mano.
—Ya
lo has dicho antes. Y te he dicho que vale.
¡Dios!
Qué chica…
—Sí,
supongo que sí.
—Solo
quiero que sepas que es cierto. En serio, tienes una amiga. —Me sonrió con
valor. Sin embargo, había algo oculto en sus ojos.
Amigos.
Sí. Eso era lo que habíamos decidido. Y era algo que no me había hecho feliz
anoche y que tampoco me hacía feliz ahora.
Las
moléculas del aire que nos rodeaba parecieron acelerarse y calentar el espacio
que había alrededor de nuestros cuerpos.
—Así
que… —dijo con alegría, cambiando de tema— te he traído un regalo de Navidad.
Arqueé
una ceja lentamente, tratando de ignorar el calor que atravesaba mi cuerpo. La
deseaba. Quería desnudarla. Quería hundirme en ella con dureza, con fuerza, y
ver su cara mientras lo hacía. Quería saber lo que pensaba cuando mi cuerpo
llenara el de ella. Quería oírla hablar, escuchar en su voz esa cadencia de
Kentucky que ella trataba de ocultar y que se hacía más pronunciada cuando la
asaltaba alguna emoción. Quería ver ese carácter ardiente que solo mostraba de
vez en cuando, como un rayo repentino, que sorprendía más porque atravesaba un
cielo despejado y sin nubes. Quería tomar su virginidad, y no con suavidad.
Quería hacerle daño como si me estuviera haciendo daño cada vez que me miraba.
Quería marcarla, reclamarla, que todos supieran que me pertenecía a mí y solo a
mí.
«¡Joder!».
No.
No.
No.
No
podía permitirme pensar nada de eso. Me largaría y dejaría a Isabella atrás.
Eso era todo. No era un idiota insensible, capaz de desvirgarla y de largarse
del pueblo sin volverse a poner en contacto con ella. No lo haría. No le haría
eso a ella ni a mí mismo. Quería
comenzar de cero. No quería dejar ninguna parte de mí mismo en Dennville.
Llevaba trabajando cuatro años para poder hacerlo. Y estaba a punto de
conseguirlo, lo tenía al alcance de mi mano. Y ninguna jovencita, por muy guapa
y brillante que fuera, me lo iba a impedir ahora.
Cogió
algo de la bolsa de papel que había dejado en el suelo y me miró con
curiosidad.
—Tienes
una expresión muy intensa.
Me
centré en el presente.
—Lo
siento. Solo estaba pensando.
Isabella
ladeó la cabeza.
—¿Podemos
no pensar hoy? ¿Solo hoy? ¿Podemos portarnos como la noche pasada, cuando nos
limitamos a disfrutar de nuestra mutua compañía? No fue tan malo, ¿verdad? —me
miró entre las pestañas.
—No,
y ese es el problema. Que voy a querer más.
Me
miró parpadeando.
—¡Joder,
Isabella! —Me pasé la mano por el pelo mientras me alejaba de ella—. Esto no
es… —Suspiré con fuerza—. ¿Qué tienes para mí?
De
pronto, parecía insegura.
—Er…
bueno… —Se quedó mirando el pequeño objeto envuelto en papel que sostenía entre
las manos y soltó una risita incómoda—. De repente me parece raro.
Arqueé
una ceja.
—Ahora
sí que lo quiero. Es mío. —Alargué la mano y ella me entregó el regalo después
de dudar un rato. Parecía similar al que le había regalado Aro la noche
anterior. Me detuve. No podía ser… Lo desenvolví con rapidez y, en efecto, se
trataba de una de las figuras eróticas que Aro tallaba. La coloqué en la palma
de mi mano; representaba a una mujer a cuatro patas y a un hombre penetrándola
desde atrás, agarrándole las caderas con las manos mientras ella arqueaba la
espalda. Y eso era justo lo que quería hacer con la chica que tenía delante.
Allí. En ese mismo momento. Me excité de pies a cabeza.
Miré
a Isabella, que de repente parecía sentirse mortificada.
—Tengo
una colección muy amplia —se justificó—. Pensé que te gustaría poseer una… —Sus
palabras se desvanecieron mientras nos mirábamos el uno al otro. Ella no sabía
cuánto me excitaba esto. No me la habría regalado si hubiera sabido lo mucho
que me gustaría llevar a cabo justo lo que había tallado Aro. Con ella. Solo
ella. Bajé la vista a la figura.
Y
entonces no lo pude evitar: me eché a reír mientras miraba el ridículo objeto
que tenía en la mano. Isabella también se rio, al principio tímidamente y luego
con más fuerza. Seguimos riéndonos a carcajadas hasta que no pudimos más. Por
fin, me tranquilicé lo suficiente como
para acercarme a la ventana de la cocina y dejar la sugerente figura en la
repisa. Era el lugar perfecto para ella.
Regresé
al lado de Isabella con una sonrisa.
—Gracias,
en serio. —Y lo decía de verdad. Cuando me había regalado aquella talla hecha a
mano, su intención había sido hacerme reír. Y lo había conseguido. Para mí, ese
era el mejor regalo de todos.
—También
he traído jamón —explicó, señalando la bolsa de papel—. Alec le dio uno a cada
uno de sus empleados, así que mi hermana tiene uno. —Sonrió—. ¿Te parece bien
que lo calentemos más tarde?
—Claro,
eso será…
Antes
de que pudiera seguir hablando, juntó las manos y me sorprendió, cortando mis
palabras.
—¡Vamos
en trineo!
—¿Qué?
—Que
vayamos en trineo. Es lo que podemos hacer hoy. Alice y yo solemos usar
neumáticos viejos que encontramos por ahí. Subimos la colina, y… Venga, vamos,
conozco el mejor lugar para tirarse.
La
miré fijamente.
—Yo
sí que conozco un lugar genial. Era donde me lanzaba con mi hermano.
Ella
sonrió y me miró con la cabeza ladeada.
—¿En
serio? Me sorprende que nunca nos hayamos encontrado.
Me
reí por lo bajo y sacudí la cabeza. Solo Isabella tenía la facultad de hacer
pasar mi estado de ánimo de un extremo a otro. ¿Cómo era posible que solo cinco
minutos antes estuviera contándole una de las cosas más traumáticas que había
experimentado en mi vida y que ahora me estuviera riendo?
—Creo
que es una idea tan buena como cualquier otra. ¿Qué más podríamos hacer?
—Está
claro. —Nos quedamos mirando el uno al otro durante un minuto hasta que ella se
encogió de hombros—. Entonces, ¿preparado?
—Sí.
—Pero seguí frunciendo el ceño durante un minuto más—. Voy a tener que sacar la
ropa para la nieve de mi hermano. Tendrás que enrollarte las perneras y las
mangas, pero no nos queda más remedio que improvisar… Para mí ya tengo uno.
Asintió
con la cabeza, pero en sus ojos había una mirada de cautela, como si estuviera
tratando de decidir si debía estar de acuerdo o no. Lo cierto era que ni
siquiera yo lo sabía. Suspiré y fui en busca de la ropa. En solo un cuarto de
hora, el día se había transformado de manera inesperada y, aunque seguía lleno
de incertidumbre, también era feliz.
«Gracias a esta
chica».
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Perdon por no haber subido capitulo pero he aqui dos ahora subire dos capitulos para poder terminar la historia he visto que no hay muchos comentarios no se si la adaptacion les esta gustando pero los que leen gracias muchas gracias a todas y porlas que han dejado comentario bueno nos vemos mañana con dos capitulos nuevos
10 comentarios:
Muchas gracias por los capítulos.
que bien doble capitulo,quien ganara la beca
A mi me a encantado la historia, las adaptaciones estan muy bien no la puedes terminar tan pronto. es una historia muy diferente a las demas no habia escuchado una donde viven en la pobreza extrema falta de dinero y mucha hambre
posdata: felicidades por tu historia!!!!! ;) ;) :)
Hola Annel gracias por los capítulos, cierto es una historia muy diferente pero me agrada mucho leerla y saber quién se lleva la beca
Saludos y besos 😘😘😘
Gracias me encanta la historia
Hace rato intenté en el cap anterior escribir comentario
Como que de repente se traba el blog :/
Pero muchas gracias!!!
Me gusta mucho la adaptación
Aún y cuando es un tanto lúgubre xD
Pero quién iba a pensar que su mamá no estaba /o\
Por qué al principio si decía algo de su mamá e incluso en un cap edward llega diciendo ya llegue y dice que nadie le contestas
Yo creía que era por qué su mamá estaba como perdida y ya no lo oí noc algo como eso
Pero bueno, un caso menos
Yo espero que quien la gane se lleve al otro :/
Por qué pff... vaya que si han tenido su cuota de mala racha
Pero bueno
Muchas gracias y en vdd por favor sigue la historia
Me encanta la historia, es tan triste y esperanzadora a la vez, y los personajes son muy maduros. Y que puedo decir del romance, es simplemente perfecto.
Extrañaba tanto los fanfics.
Gracias por compartirla con nosotros.
Son muy buenos amigos 😉🌲 😘❤ gracias
Gracias por la historia
Me gusta mucho como su amistad y atracción va creciendo pero hay la expectativa de que pasará cuando uno deba irse con la beca
Saludos
Adriu
no me había dado cuenta lo mucho q me gusta esta historia hasta ahora todos los días entro haber si ya hay nuevos capítulos
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