Capitulo 27
Edward
Me
estremecí cuando un fuerte golpeteo sacudió la puerta. ¿Qué cojones…? Supuse
que era uno de los vecinos de las colinas, pero no sabía por qué estaba
llamando con tanta brusquedad. Dejé el trabajo a un lado y fui a la habitación
para coger una camisa, pues después de ducharme solo me había puesto los
vaqueros. Sin embargo, los golpes se hicieron más insistentes y me volví hacia
la puerta maldiciendo por lo bajo. Cuando la abrí, la sorpresa me dejó sin
palabras. Era Isabella quien estaba allí de pie, jadeante, con unos vaqueros
oscuros y una camiseta blanca con el cuello en uve que dejaba a la vista una
buena porción de su escote. Se había cambiado de ropa, pues no era la misma que
por la mañana. Estaba preciosa. Mi cuerpo despertó ante su presencia. Sin
embargo, cuando nuestros ojos se encontraron y vi que los suyos se llenaban de
lágrimas, se me enfrió la sangre en las venas y di un paso adelante. Ella
levantó una mano al tiempo que cogía aire temblorosamente.
—Fuiste
tú quien ganó la beca. —Movió la cabeza—. Yo no la gané, lo hiciste tú.
Me
quedé helado y me olvidé de respirar. Nos limitamos a mirarnos el uno al otro
durante un tiempo muy largo.
—¿Cómo
lo has sabido? —logré articular finalmente.
La
vi apoyarse en el marco de la puerta mientras arrugaba la cara como si fuera a
llorar.
—Me
lo acabas de decir.
Clavé
los ojos en ella sin saber qué decir. Ahora era inútil negarlo.
¡Dios!
Ella no debía saberlo. No tenía que haberse enterado nunca. Nunca.
Metí
las manos en los bolsillos y la miré mientras recobraba la compostura.
—¿Por
qué? —preguntó con sencillez cuando fue capaz de hablar.
Me
encogí de hombros como si todo fuera muy simple, porque a fin de cuentas, lo
era.
—Porque
te amaba de una forma desesperada. Todavía sigo amándote. Porque no podía
dejarte aquí.
Cuatro años antes
—¿Edward Cullen? —Me froté las manos sudorosas contra
los vaqueros que me cubrían las piernas y me puse en pie.
—Sí —dije apresuradamente.
La secretaria, una joven con el pelo rubio y largo, me
sonrió mientras me recorría con la mirada. En ese despacho elegante, de diseño
impecable, destacaba todavía más lo horriblemente vestido que estaba. Casi me
había dado miedo sentarme en el sofá de color gris claro por si dejaba algún
tipo de mancha. Sin embargo, no podía hacer nada al respecto. La única ropa que
tenía era vieja y estaba gastada, y la había utilizado no solo para ir al
instituto, sino para recoger chatarra, atrapar roedores o recoger frutos
silvestres…
—El señor Black lo recibirá ahora —me comunicó cuando
esbocé una tensa sonrisa.
—Gracias.
Me precedió por un largo pasillo, meciendo las
caderas. Nuestros pasos quedaban ahogados por la moqueta gris. En las impolutas
paredes blancas había anticuadas imágenes en blanco y negro de los que debían
de haber sido los primeros días en las minas, y en ellas aparecían hombres muy
serios, vestidos con monos y las caras manchadas por polvo de carbón, ante la
entrada. Era obvio que acababan de salir de las oscuras entrañas de la tierra.
La secretaria se detuvo en una puerta al final del
pasillo y la abrió, haciéndome una señal para que pasara al interior. Hice un
gesto de agradecimiento con la cabeza mientras pasaba junto a ella para acceder
al despacho de Charlie Black. La puerta se cerró con suavidad a mi espalda.
—Hola, Edward, ¿te olvidaste de preguntarme algo
anoche sobre la beca? —dijo Black antes de usar el palo de golf que tenía en la
mano para golpear la pelota que había en el suelo, junto a sus pies. Miré el
recorrido que trazaba la pelota por la parte verde de la alfombra hasta caer
con un sonido metálico en el agujero que había en el extremo más alejado. Me
aclaré la garganta.
—Así es, señor. —Se volvió hacia mí, apoyándose en el
palo de golf—. Er… lo siento. Me cogió por sorpresa y no estaba preparado. No
sabía que vendría a mi casa para contarme lo de la beca, y no pensaba con
claridad.
Frunció sus espesas cejas negras.
—¿No estabas pensando con claridad sobre qué?
—Sobre el hecho de que no puedo aceptarla. Quiero
transferirla a otra persona.
Se echó a reír, un sonido agudo y sorprendido.
—¿Por qué cojones quieres hacer eso?
Me pasé la mano por el pelo.
—Tengo
mis propias razones, señor, pero he pensado que si la había ganado, es mía para
dársela a quien quiera, si así lo decido.
Cuando
Charlie Black se había presentado en mi casa la noche anterior me había quedado
casi mudo por la sorpresa. No sabía que informaban al ganador personalmente de
su victoria. No había estado preparado para ello. Pero en cuanto se marchó, en
cuanto el lujoso coche negro se alejó de mi casa, me había tranquilizado y
había preparado lo que debía decirle. Así que allí estaba.
Charlie
Black se rio y se dio la vuelta para regresar junto a su escritorio. Se apoyó
en él antes de cruzar los brazos sobre su ancho y grueso pecho. Permanecimos en
silencio, mirándonos el uno al otro. Su pelo negro, salpicado generosamente de
canas, estaba cortado con un peinado severo. No era necesario decir que su
carísimo traje estaba hecho a medida, y los zapatos brillaban como un espejo.
Me enderecé en toda mi altura sin apartar la vista. Él entrecerró los ojos,
pero noté que había una cierta admiración en su expresión mientras me
estudiaba.
—No
se puede transferir la beca. Has sido admitido en la universidad de Columbia y
has aceptado la plaza. Se pagará todo con la beca que has ganado.
Cerré
los ojos durante un instante. «En la universidad de Columbia». Por un segundo,
me atravesó un intenso deseo. Pero luego recordé a Isabella con el ojo morado y
aquella expresión derrotada en sus ojos. Pensé en Jessica y el aire de
sometimiento que había en su cara cuando me contó que la había dejado
embarazada un camionero sin nombre que no supo aceptar un no por respuesta.
Esta tierra era dura para los hombres, pero todavía lo era más para las
mujeres, y esa era la verdad. No existía la forma de que pudiera llevarme a Isabella
conmigo. No tenía dinero para un billete de avión ni para un apartamento,
¡joder!, ni siquiera para darle de comer. Y si me marchaba durante cuatro años,
obtendría mi título, sí, pero ¿qué le ocurriría a Isabella? ¿Acabaría
sintiéndose derrotada como todos los habitantes de estos pueblos mineros? ¿La
pobreza vencería el hermoso espíritu de la mujer que amaba con todo mi corazón?
¿Cómo podría dejarla aquí sin poder protegerla?
«No
podía. Me mataría».
—Por
favor, ¿no se puede hacer algo? ¿No se puede transferir sin más? Nadie sabe que
he ganado. Puede hacerse, seguro. La persona que quiero que la disfrute también
está en la lista de finalistas, es Isabella Swan.
Lo
vi ladear la cabeza mientras se mordisqueaba el labio inferior.
—He
visto dónde vives. He visto la vida que llevas. Mis circunstancias fueron
parecidas a las tuyas. Mira esa foto. —Señaló una imagen que colgaba en la
pared, donde aparecía una cabaña en estado ruinoso—. Ahí es donde crecí. He
tenido que luchar por cada cosa que he recibido en la vida. Sé que a ti te ha
ocurrido lo mismo. Nunca renuncié a mis batallas por nadie, y tú tampoco debes
hacerlo. Y menos por una maldita mujer.
«Nosotros
no nos parecemos, no nos parecemos en nada».
—Ella no es solo una
mujer, señor. Para mí es mucho más. Para mí lo es todo.
Se
echó a reír, pero su risa carecía de calidez.
—Eso
está claro. —Se tomó otro minuto para observarme antes de continuar—. A
diferencia de ti, yo no hago nada sin obtener algo a cambio. Por eso trabajo
detrás de ese escritorio. —Rodeó el enorme mueble de caoba y puso los dedos en
la parte superior de cuero con incrustaciones—. Y tú estás al otro lado rogando
mi ayuda con unos zapatos que tienen por lo menos dos años. No es así como
puedes llegar a donde estoy. Nunca ofrezcas nada de forma gratuita. ¿Está
claro? Si hago esto, espero tener una compensación.
—Usted
otorga una beca muy generosa cada año. Eso es…
—Eso
son relaciones públicas, hijo. Tyton Coal sufrió un duro revés cuando la mina
de Dennville se derrumbó hace unos años. Ofrecer una beca hace que la gente lo
olvide. Y si la gente lo olvida, la producción crece. Cuando ocurre eso, me
enriquezco.
«Cabrón…
¿Cómo podía haberlo querido alguien?».
Respiré
hondo, aplastando la rabia como pude.
—Por
favor, señor. Haré cualquier cosa. Si me ayuda, haré lo que sea. Le pagaré
después. Podemos convenir algún tipo de pago, lo que usted diga.
Me
estudió durante tanto tiempo que llegué a pensar que no iba a responderme.
—Trabajarás
para mí. Andamos escasos de hombres que bajen a la mina. Siempre andamos
escasos. Si firmas un contrato comprometiéndote a trabajar para mí durante los
cuatro años que Isabella esté en la universidad, pondré la beca a su nombre, el
dinero de manutención, todo…
El
miedo me oprimió el pecho y casi me caí redondo. «Bajar a la mina». No podría
hacerlo. Era lo único que no podía hacer. Lo único. Si me comprometía a eso,
¿cómo podría marcharme a donde estuviera ella? Estaría aquí, encerrado…, de
nuevo.
«Isabella».
«Isabella».
—Lo
haré —grazné después de un rato—. Trato hecho.
Por
su cara se extendió lentamente una sonrisa.
—Me
figuro que tendrás la mejor mamada de tu vida por eso. Si se parece algo a la
loca de su madre, podría hasta valer la pena. —Se rio como si fuéramos amigos.
Se rio como si hubiera algo divertido en todo eso.
Apreté
los dientes y los puños antes de negar con la cabeza.
—No se lo voy a
decir. Isabella no puede saberlo. Nunca me permitiría hacerlo si lo supiera. No
lo aceptaría. Ella es… —Dejé de hablar. «Ella es valiente. Ella es leal. Ella
es una luchadora. Ella huele a flores silvestres y suelta las palabras más
bonitas con su acento de Kentucky. Y es increíblemente guapa». Pero no iba a
hablarle a este cerdo de Isabella—. No puede saberlo —concluí.
—Relájate.
Era una broma, hijo. —Me quedé allí, sin sonreír, haciéndole saber que no lo
había encontrado divertido—. De todas formas, prefiero que ella no lo sepa
—continuó—. Ni ella ni nadie. No quiero que se corra la voz de que la beca es
transferible bajo ninguna circunstancia. Así que guardaremos el secreto
nosotros dos. En eso consistirá todo, guarda el secreto y firma un contrato
para trabajar conmigo, y la beca será suya. Si renuncias o mueres, la beca se
rescinde. ¿Ha quedado claro, hijo?
«Deja
de llamarme “hijo”, pedazo de mierda. Soy hijo de un hombre que se dejaba la
piel en el trabajo día tras día por ese sueldo miserable que le pagabas. Se
metía bajo tierra cada día por su familia, con orgullo, porque haría cualquier
cosa por sus seres queridos. Esa es la sangre que corre por mis venas. No soy
tu hijo. Soy hijo de Carslie Cullen».
—Trato
hecho. Trabajaré para usted y mantendremos todo en secreto.
—¿Qué
vas a hacer? ¿Cómo evitarás que lo sepa? —preguntó con interés.
—Romperé
el corazón de ambos. —Mi voz sonó sin vida incluso a mis propios oídos.
Se
me quedó mirando un segundo como si fuera algún tipo de extraterrestre que
había llegado de un planeta lejano. Por fin, me tendió la mano. Me adelanté y
se la estreché. Trato hecho. Me sentía como si acabara de hacer un pacto con el
diablo y estuviera a punto de ir al infierno.
Isabella
estaba ante mi puerta, moviendo la cabeza a un lado y a otro. Abrió la boca
para hablar, pero la volvió a cerrar.
—¿Puedo
entrar? —preguntó.
Vacilé.
—Isabella,
mi casa no es precisamente bonita.
—Ninguna
de nuestras casas lo es.
—Lo
sé, pero quiero decir que…
—Déjame
entrar, Edward —pidió con un hilo de voz.
¡Joder! Contuve el
aliento, avergonzado de que fuera a ver en qué se había convertido mi casa, o
mejor dicho, en qué no se había convertido. Pero había llegado el momento de
asumir lo que había hecho. Me moví a un lado para que pudiera pasar. Cerré la
puerta y me volví hacia ella, que miraba a su alrededor. No había comprado
muebles ni otra estufa. El tubo del tiro de la anterior todavía colgaba del
techo como un recordatorio constante de la vida que no llegué a vivir. Tampoco
había abierto las cajas donde tenía guardadas mis pertenencias desde hacía casi
cuatro años. No había comprado una cama, dormía en el suelo sobre un montón de
mantas, con dos calefactores que me mantenían caliente en invierno. Había cubos
por todas partes para recoger el agua que caía de las goteras que había en el
techo.
Pero
por todo lo que no tenía, había montones de libros apilados por todas partes, y
en cada uno de ellos pequeños trozos de papel blanco sobresaliendo.
Isabella
se llevó las manos a la boca mientras miraba a su alrededor.
—¿Por
qué…? —comenzó. Luego se detuvo, observando lo que nos rodeaba con más
atención—. ¿Por qué vives así? —Vi que le caía una lágrima por la mejilla.
—No
llores, Isabella. —Me tendió la mano y le sequé la lágrima con el pulgar,
acariciándole la piel—. No quiero que llores por esto. Es mi elección. No iba a
ser así para siempre… Solo hasta que…
—¿Solo
hasta qué? —susurró.
Recorrí
sus rasgos con los ojos, tenía una expresión triste.
—Solo
hasta que pudiera ir a buscarte. Solo hasta que me marchara para encontrarte y
pedirte que me perdonaras. Iba a ir a donde fuera que estuvieras.
Tomó
una gran bocanada de aire y se cubrió la boca con las manos.
—¡Oh,
Dios mío! Pero yo he regresado. —Empezó a llorar—. He regresado.
Me
adelanté y la rodeé con los brazos. Sentí la humedad de sus lágrimas contra la
piel desnuda.
—Shhh…,
has vuelto para ayudar a los niños que han crecido como nosotros. Y eso es
bueno, Bella. Es algo estupendo.
Ella
echó la cabeza hacia atrás y levantó la vista hacia mí.
—¿Por
qué no viniste a buscarme antes, Edward? ¿Por qué?
Negué
con la cabeza y miré por la ventana, a su espalda.
—Porque
hice un trato y no podía romperlo. Firmé un documento para que te transfirieran
la beca. Si rompía ese acuerdo, tú perdías la beca. Lo cierto es que no estoy
seguro de que Charlie la anulara, pero no podía correr el riesgo.
—¿Qué?
No. —Se le ahogó la voz—. ¿Firmaste un acuerdo para trabajar en la mina?
Asentí
con la cabeza.
—Tenía
que hacerlo. Fue la única forma de convencer a Charlie Black para que pusiera
la beca a tu nombre. Fue mi elección; quería hacerlo.
Abrió
mucho los ojos y echó los hombros hacia atrás.
—Si
lo hubiera sabido, no te lo habría permitido. —En su rostro había una expresión
de intensa ferocidad. Isabella, mi chica feroz—. Nunca habría permitido que
bajaras a la mina si lo hubiera sabido. Ni en un millón de años. Nunca.
—Lo sé, Bella —dije
bajito—. ¿No crees que lo sabía? Pero también sabía que si me odiabas, me
dejarías aquí sin mirar atrás. Así que no podías enterarte.
Sus
hermosos y expresivos ojos estaban llenos de lágrimas de angustia. «Mi chica».
—Por
eso mentiste. Para que no te detuviera. Para que no renunciara a la beca y que
pudieras seguir tus planes hasta el final.
Solté
un resoplido.
—Quizá
me equivoqué. Luego se me ocurrieron un millón de formas diferentes para
conseguir el mismo resultado sin herirte, pero… Actué lo mejor que pude bajo
presión y sin tiempo para considerar todas las posibilidades. No encontré la
forma de luchar por los dos, así que me limité a luchar por ti. Al final, estás
aquí con tu título. No puedo seguir pensando en ello. Y ya no tendré que
mentirte noche tras noche, torturándome. Hice la elección que hice y espero…
Solo espero que algún día puedas perdonarme. Haré lo que sea para que me
perdones, Isabella. Lo que sea.
—¡Oh,
Edward! —Movió la cabeza hacia atrás y hacia delante. Empezó a llorar sin
parar, haciendo que el corazón triplicara sus latidos. Todavía no me había
dicho si me perdonaba, si seguía queriéndome. Pero estaba dispuesto a esperar.
La acerqué a mí otra vez y le besé el pelo, repitiendo su nombre mientras
sonreía.
Permanecimos
abrazados un buen rato. Aspiré su olor y dejé que mi corazón se recreara en la
sensación de tenerla entre mis brazos, por voluntad propia y entregada por
completo. Nunca me había atrevido a soñar que estaría entre mis brazos de esta
manera otra vez.
—Todas
esas notas —dijo después de un rato— ¿son para mí?
Miré
el montón de libros que había en la mesita de café.
—Sí.
—¿Por
qué? —preguntó—. ¿Por qué las escribiste?
—Porque
te echaba de menos. Porque no tenía a nadie con quién hablar, así que seguía
haciéndolo contigo, a pesar de que no me respondías. —Le cogí la barbilla para
que me mirara a los ojos—. Isabella, tu voz es la que resuena en mi cabeza
cuando me siento inseguro. Sigo hablando contigo cien veces al día. Te cuento
cosas que creo que te gustarían. Y… —Me reí con timidez—. ¿No te parece una
locura?
Se
rio y sorbió por la nariz.
—No
—susurró—. De eso nada. —Se enderezó para señalar con un gesto de cabeza uno de
los montones de libros con las marcas blancas sobresaliendo—. ¿Puedo leerlas?
Asentí
moviendo la cabeza y la besé en la frente.
—Sí.
Cuando quieras.
Me
miró.
—Edward, ahora estás
ganando un sueldo decente, ¿no crees que podrías al menos haber arreglado el
tejado?
—Er…
—Bajé la cabeza para mirar las ollas y sartenes que había por el suelo.
Necesitaba un tejado nuevo hacía cinco años. Por lo que sabía, el que teníamos
sobre nuestras cabezas podría estar a punto de derrumbarse—. Isabella —me
aparté de ella y me pasé la mano por la nuca—, la cuestión es que estoy
invirtiendo el sueldo en algo. Espero que…
—En
mi madre —afirmó ella, pareciendo casi derrotada—. Estás pagando los gastos
médicos de mi madre.
—¿Cómo
lo sabes?
—Me
lo acabas de decir.
Dejé
escapar una risa y luego hice una mueca.
—Joder,
hoy estoy que me salgo.
La
vi esbozar una sonrisa.
—¿Por
qué le pediste a Emmet que le dijera a Alice
que era él quien los pagaba?
—Espero
que Alice no esté enfadada con Emmet. Lo habría pagado él si hubiera podido.
Trata de ofrecerme dinero cada poco tiempo, pero no pienso aceptarlo. Él en
realidad…
—Alice
lo superará, créeme.
—Vale.
Solo le pedí que dijera que lo pagaba él porque sabía que ninguna de las dos
habría aceptado si os enterabais de que lo hacía yo. Y también porque pensé que
sería más fácil trasladar a tu madre y a tu hermana a California si tu madre
estaba bien. Y porque podía hacerlo. ¿Qué más iba a hacer con mi dinero, Isabella?
—¿Guardarlo
para pagarte la universidad cuando puedas dejar la mina? ¿Ahorrarlo para
empezar en otro sitio? —Levantó las manos en el aire y las dejó caer a los
costados.
—Lo
hice. Lo estaba ahorrando. Guardaba cada centavo que ganaba. Salvo la pickup
de segunda mano, no me he comprado nada más. Pero entonces tu madre… No
gano lo suficiente para pagar todos los gastos médicos, así que tuve que
completarlo con los ahorros. Lo poco que me queda quería guardarlo para ir a
buscarte tan pronto como fuera posible, para mudarme a donde estuvieras. No
tenía sentido arreglar esta casa cuando sabía que me iba a marchar.
Vi
que hundía los hombros.
—Me
has antepuesto a tu propia felicidad. Y luego a mi madre.
Hice
una pausa, sintiéndome incómodo. No había querido que ella supiera nada de
esto.
—Haces
que parezca un tipo desinteresado, Isabella. Pero debes saber que estaba
buscando las maneras de recuperarte. Algunas de ellas incluían un buen soborno…
No soy un santo.
Emitió
una risa triste al tiempo que movía la cabeza
—No eres un santo, pero sí un buen tipo.
Me
metí las manos en los bolsillos y bajé la mirada.
Guardó
silencio durante un momento.
—Estabas
muy enfadado la primera vez que me viste en el pueblo —me recordó con pesar.
Me
estremecí levantando la vista.
—Lo
sé. Lo siento. No estaba preparado para volver a verte aquí. Me sentí enfadado
y sorprendido. Planeaba ir a buscarte para salir de aquí de una vez por todas.
Y, de repente, estabas aquí mismo… Volvía a estar atrapado en el mismo lugar.
De hecho, pensaba que estabas de vuelta por Jacob, que lo hacías para poder
estar con él. Y que yo tendría que veros juntos todos los días. Acababa de
atravesar un infierno y me pareció que tenía otro delante de mí.
—Edward
—pronunció con tristeza—. Podrías irte de todas formas. Que yo esté aquí de
nuevo no significa que tengas que quedarte. —Sus ojos revolotearon por la
habitación antes de volver a clavarse en mí.
—Sí,
tendría que quedarme. Si miraras dentro de mi corazón lo sabrías.
Me
miró con una sonrisa tierna y llena de confusión que hizo que quisiera tomarla
entre mis brazos y suplicarle que no me dejara nunca.
—Isabella,
cuando digo que hice mi elección, que me sacrifiqué para que tú pudieras salir
de aquí, quería decir que lo hice feliz. Quiero que lo sepas. He sufrido, sí,
pero me he dado cuenta de que volvería a sufrir por ti, porque eso es amar a
alguien. Estar dispuesto a hacer cualquier cosa por ti, cualquier sacrificio,
sufrir para que tú no sufras. Te amaba entonces y te sigo amando.
—Edward
—negó con la cabeza—, no sé qué decir. Esto es tan… —Se acercó al sofá y se
hundió en él, haciendo que chirriara. Me miró—. Hice mal los finales a
propósito —confesó—. Los hice horriblemente mal para que pudieras conseguir la
beca.
—Funcionó
—aseguré antes de sentarme a su lado—. Solo que los dos tuvimos la misma idea.
—No
sé si reír o llorar.
—Ni
yo.
Me
miró.
—Edward, he vuelto,
sí, pero es algo que he elegido yo. Puedo irme si quiero, conseguir un trabajo
en cualquier otro lugar, en el que sea. Me has dado esa posibilidad. Me has
ofrecido la libertad, la oportunidad. Y ahora quiero que me permitas regalarte
lo mismo. La escuela estará terminada en seis meses y ganaré un buen sueldo. No
necesito mudarme a una casa, viviré en el remolque y me sacrificaré por ti como
tú lo hiciste por mí. Es posible que no pueda pagarte la universidad que
hubieras elegido, y que tengas que pagarte los gastos de manutención, pero…
—Bella
—la interrumpí al tiempo que le ponía los dedos en los labios—. Si hay alguna
posibilidad de que lo nuestro funcione —me pasé la mano por el pelo,
sintiéndome muy expuesto y vulnerable—, si hay alguna posibilidad de que me
perdones, de que reconstruyamos lo que teníamos, entonces quiero quedarme aquí.
Trabajaré en la mina, o en otro lugar. Si…
Me
puso los dedos en los labios de la misma forma que yo había puesto los míos en
los suyos un minuto antes.
—Ya
te he perdonado. Y nunca he dejado de amarte. —Movió la cabeza—. Lo intenté. Lo
intenté con todas mis fuerzas, pero no funcionó. Te amo, Edward, siempre lo he
hecho.
Contuve
la respiración. Gratitud. Alivio. Amor. Ella me dejaba sin aliento. Me había
perdonado. En realidad no había dejado de amarme. Mi luchadora.
«Mi
chica. Mi preciosa chica».
Me
puse en pie tan rápido que el sofá chirrió de nuevo. La cogí entre mis brazos
mientras ella emitía una risita de sorpresa.
—Te
voy a llevar ahora a mi habitación. Lamentablemente ni siquiera tengo una cama.
Hay unas mantas apiladas en el suelo. Me siento avergonzado y dolido por lo que
estoy a punto de hacer, pero, que Dios me ayude, no puedo esperar ni un segundo
más para verte desnuda.
Se
rio.
—Venga,
Edward, deprisa —ordenó—. Apura todo lo que puedas.
No me lo tuvo que
pedir dos veces.
************************************
Hola a todas que les pareció
ahora si sabemos lo que paso.
Bueno muchas gracias por sus comentarios y por leer a todas muchas gracias bueno nos
vemos el viernes con otros capítulo
10 comentarios:
Lo sabía , el.no podía haber hecho todo mal .
Que pasara ahora ?
Ya quiero saber .
Gracias !
Guao!!! Cuanto amor...
Me encanta
Gracias por los capítulos.
cuando esta historia se acabe voy a sentir como si se terminara mi serie favorita por lejos la mejor adaptación !!!
Wow...
. Que capitulos... Lo mas ricos es q ya casi estamos por el final de la historia ...muchas gracias por las actualizaciones
Wow!!! podría alguien no amar a este hombre, que lo dio todo por proteger a la mujer que ama, capítulos reveladores pero a la vez tan llenos de sentimientos, Bella debe sentirse afortunada de que alguien la ame tanto, se que acerca el final pero me llena de emoción que estén juntos, gracias nena
Saludos y besos 😘😘😘😘
Edward tan hermoso el ama a esa chica y la manera de demostrarlo es tan hermosa este Edward es un hombre como pocos y Bella no lo dejes d nuevo este chico vale la pena 😍😘❤ en esta vida nadie sacrifica nada menos desinteresadamente
Es tan triste y tan bonita a la vez... Gracias
Es la historia más real, más triste, más hermosa y dulce que e leído en mí vida. Es impresionante lo que renuncio Edward por amor a Bella, me emociona tanto, hizo su pesadilla real por darle un futuro a Bella, cuántas personas pueden tener eso, el amor personificado.
Hola cuando subes los capítulos que faltan
Cuando actualizas??? ����
Publicar un comentario