lunes, 23 de abril de 2018

Capitulo 24 No esparaba Enamorarme de Ti


Capitulo 24
Isabella

Esa noche, regresé a la caravana tarde, agotada y llena de polvo. Todavía no había sido capaz de asimilar todo lo que Jessica me había contado. Al principio, fui incapaz de aplacar la oleada de alegría y alivio que recorrió mi cuerpo. Pero ahora… Ahora me sentía enfadada y herida de nuevo. Si no había dejado a Jessica embarazada, si ni siquiera se había acostado con ella, ¿por qué me había herido de esa manera? Literalmente me había roto el corazón, minado mi confianza. Había tardado años en superar lo que había sufrido y, si era sincera conmigo misma, no lo había conseguido por completo. Y todo, ¿por qué? ¿Solo para que aceptara la beca y me marchara? ¿Por haber sugerido que prefería que la disfrutara él? ¿Por eso me había hecho sufrir? ¿O lo único que quería era que me fuera del pueblo? ¿Le preocupaba que tratara de desarrollar una vida con él aquí, en Dennville, en lugar de aprovechar la oportunidad que se me había presentado? Estaba claro que lo que hizo había funcionado. Prácticamente me había largado el mismo día que me rompió el corazón. ¿Podría llegar a perdonarlo por ello? ¿Por el dolor que todavía sentía bajo la piel por una traición… una traición que ni siquiera era real? Y, si no era real, ¿por qué seguía doliéndome? Porque él había querido que me marchara y no me había amado lo suficiente como para intentar venir conmigo.


Me metí en la pequeña y agrietada ducha de plástico tratando de limpiar el polvo del día. Luego me puse un camisón y me acomodé en el sofá. Pensaba que no sería capaz de dormirme, pero debía de estar más cansada de lo que imaginaba, porque me quedé frita en cuestión de minutos.

Lo siguiente que supe era que oía gritos fuera de la caravana. Salí corriendo, tratando de orientarme. El interior del remolque estaba oscuro, pero en el exterior había un intenso brillo y olía a humo. ¡Oh, Dios! Algo estaba quemándose. Abrí la puerta del remolque y salí a la carretera, donde Carmen Denali vivía con sus dos hijos. Corrí hacia allí y al llegar vi a más gente delante de su caravana.

—¿Ha llamado alguien a los bomberos? —grité—. ¿Está todo el mundo fuera?

—¡Han dicho que están en camino! —respondió alguien. Mierda, esta era la peor pesadilla para la gente como nosotros que vivía en las montañas. Las carreteras eran estrechas y empinadas, y el departamento de bomberos más cercano estaba a más de quince kilómetros. Una cabaña o un remolque pequeño podía arder en la cuarta parte del tiempo que tardarían en llegar.

—¡MaryJane! ¿Dónde está MaryJane? —chilló una mujer.

¿MaryJane? Intenté recordar a MaryJane, pero no pude.

Vi a Aro entre los demás y corrí hacia él.

—Aro, ¿quién es MaryJane? —pregunté.

—Es la hija pequeña de Carmen Denali y Elazar Wilkes, tiene dos años —respondió, señalándolos con los ojos muy abiertos—. Ha salido de ahí, ¿verdad?

Miré a mi alrededor bruscamente hasta que mis ojos cayeron sobre Edward, que corría hacia el grupo respirando con dificultad.

—¿Está a salvo todo el mundo? —preguntó por encima de los gritos de la multitud. En ese momento llamadas por MaryJane comenzaron a llenar el aire.

—¡Edward, puede que quede dentro una niña de dos años! —grité, corriendo hacia él.

Eleazar Wilkes se acercó al fuego, pero llevaba muletas, solo Dios sabía por qué. Edward corrió tras él. Conversaron brevemente mientras avanzaban hacia la caravana llena de humo, con las llamas lamiendo el frente.

Cuando vi que Edward abría la puerta y que el humo se derramaba al exterior, se me aceleró el corazón y me cubrí la boca con las manos. Tanto Elazar como él se echaron hacia atrás. Entonces, Edward se quitó la sudadera, se la puso sobre la boca mientras Elazar le ponía su camiseta por la cara. Luego, Edward desapareció en el interior y Elazar se quedó vigilante junto a la puerta. Lo veía gritando al interior, pero no podía oír lo que estaba diciendo por culpa del fuerte rugido de las llamas y las voces de la gente que me rodeaba.

Por increíble que fuera, el corazón comenzó a latirme todavía más rápido. Me moví para ayudar a la gente cuando el humo se hizo más espeso. El tiempo pareció haberse detenido mientras imaginaba lo que estaba pasando en la caravana. Las llamas solo afectaban a la parte delantera, donde estaba la cocina, pero el humo era espeso en el resto del interior. ¿Podía alguien sobrevivir a eso? ¿Por cuánto tiempo?

«Edward…».

Cerré los puños con fuerza, sin poder hacer nada más que rezar.
De repente, una figura irrumpió entre el humo. Llevaba consigo algo grande, cubierto con una manta. Aspiré una enorme bocanada de aire humeante y la solté. Era Edward. Elazar Wilkes corrió hacia él lo más rápido que pudo con las muletas, y cuando estuvo a una distancia segura, Edward le entregó el paquete y se inclinó, intentando coger grandes sorbos de aire mientras tosía. Cuando Elazar se movió, el borde de la manta cayó hacia atrás y dejó expuesta una pequeña cabeza rubia.

Elazar dejó a su hija en la hierba y se arrodilló a su lado. Todo el mundo se precipitó hacia delante.

—¿Respira? —preguntó la madre entre sollozos, hundiéndose en la hierba de rodillas, a su lado.

—¡Que alguien traiga un poco de agua! —grité.

—Ahora vengo —respondió Aro.

—Le late el corazón —dijo otra persona—. Creo que respira.

Los siguientes minutos fueron un delirio; los padres lloraban mientras Aro regresaba con agua. Le lavaron el hollín de la cara con la gente gritando alrededor.

Por fin, oímos una sirena subiendo la montaña. Unos minutos después, cuando llegaron los camiones de bomberos, lograron extinguir el fuego con un enorme extintor. Aunque las llamas se concentraban en la parte delantera, los daños provocados por el humo había arruinado la caravana. Todas las posesiones de la familia habían desaparecido, y yo sabía mejor que nadie que tampoco era que tuvieran muchas. Claro que ahora no poseían nada. Me inundó una oleada de desesperación por ellos, por todos nosotros. Contuve un sollozo, pero tuve la sensación de que me iba a quebrar en cualquier momento.

Se llevaron a MaryJane en una ambulancia. Respiraba y lloraba, lo que consideré una buena señal. Al parecer, por lo que pude captar en las conversaciones, había estado durmiendo en la parte trasera del remolque, el padre pensaba que estaba con la madre, y esta que se encontraba con él. El miedo y el caos que se habían formado mientras Elazar trataba de apagar el fuego y recoger a los otros dos niños hicieron que MaryJane se quedara dentro. Ni siquiera sabía que Carmen estaba viviendo con Elazar Wilkes o que tenían una niña. El marido de Carmen había sido uno de los hombres que murieron en el accidente de la mina, hacía ocho años. Me alegraba saber que había encontrado un poco de felicidad, pero ahora esto. De repente, me sentí mal por no estar al tanto de todo lo que había ocurrido en la montaña mientras había estado fuera. Sin embargo, me había resultado menos doloroso no saber nada de lo que pasaba en casa.

Me quedé mientras todos discutían qué podían ofrecer a la familia cuando regresara del hospital. Irina Levin iba a llevarse a los dos niños mayores, y Tanya Skaggs tenía espacio en su casa para los padres y MaryJane.

Allí de pie, escuchando cómo todos colaboraban como podían, me dio un vuelco el corazón. Estas personas, a pesar de la miseria en la que vivían, siempre trataban de ayudar a sus vecinos si estaba en su mano. Eran buena gente, buenas personas, a pesar de que apenas tenían dónde caerse muertos. Sin embargo, estaban ofreciendo lo poco que podían.

—Tengo algo de dinero ahorrado —expuse—. Iré mañana al pueblo y compraré ropa para los niños.

Todos asintieron.

—Gracias, Isabella.

Miré a Edward, que parecía concentrado en mí, solo en mí. No podía pensar en él en este momento. No podía recordar una vez más la mentira que me había dicho. No tenía fuerzas.

Me di la vuelta y regresé al remolque. Cuando estaba a unos doscientos metros, la emoción me atravesó como una ola y quise dejarme caer de rodillas. Tropecé. Los sentimientos me inundaron por todo el dolor y las dificultades que tenían que soportar estas personas, algunas durante toda su vida; por la familia que acababa de perder todas sus posesiones, a la que le sería muy difícil reemplazar algunos de esos elementos; por la forma en que me dolía estar de vuelta… y lo bien que me sentía por ello al mismo tiempo. Estaba cansada, muy cansada. Y, sin embargo, el alivio parecía fuera de mi alcance. Me había contenido durante tanto tiempo que ahora no sabía cómo desahogarme.

Me senté en los escalones de entrada de la caravana, y hundí la cara en las manos. Allí no podía verme nadie.

—Hola. —Me sobresalté y levanté la vista. Allí estaba Edward, de pie, con las manos metidas en los bolsillos.

—Hola —repuse por lo bajo. Estaba segura de que mi aspecto era total y absolutamente desastroso. Pero el de Edward también lo era, con la cara manchada de hollín, la camiseta rota y sucia. Parecía un hombre que acababa de entrar en una caravana en llamas para salvar a una niña.

Me deslicé a un lado en el escalón y señalé con la cabeza el espacio que acababa de dejar. Él pareció sorprendido al principio, pero luego se acercó y se sentó a mi lado. Estaba tan cerca que podía sentir su calor. Era algo que recordaba muy bien, la forma en la que me envolvía durante la noche, la manera en la que me había sentido protegida por él.

Me volví en su dirección, apoyando la espalda en la maltrecha barandilla.

—Has sido muy valiente al hacer eso.

Negó con la cabeza.

—Ellos lo habrían hecho también por mí.

—Sí —convine—. Lo habrían hecho.

Asintió con la cabeza sin apartar la mirada.

—Durante todos esos años, ¿sabes?, a veces aparecía una cesta con ruibarbo, un par de envases de legumbres u otras cosas frente a mi puerta. Todavía no sé exactamente quién lo dejaba, pero… Creo, estoy seguro, que probablemente sabían que mentía, que habían deducido que mi madre no vivía conmigo. Creo que estaban haciendo por mí lo que podían. Algunos meses, eso me mantuvo con vida.

Permanecí en silencio durante un segundo, digiriendo sus palabras.

—Lo del ruibarbo seguro que fue cosa de Aro —sugerí por lo bajo.

Asintió, cogiéndose con los dientes el labio inferior, de manera que estaba hinchado y rojo cuando lo soltó. Parpadeé, apartando la vista para mirarlo a los ojos.

«¿En quién te has convertido, Edward? ¿Me duele tanto porque ya no te conozco?».

—¿Por eso les has dado la idea de la lavanda? —pregunté.

Abrió mucho los ojos.

—¿Quién te ha hablado de eso?

—Aro.

Asintió moviendo la cabeza con los labios apretados.

—Sí. Lo leí en algún sitio y pensé que tal vez podría funcionar. Ya sabes, a los que estuvieran interesados en la idea. En realidad no fue nada.

—Me da la impresión de que a varias familias les está funcionando muy bien.

En sus ojos apareció un destello de orgullo.

—Sí.

—¿Edward?

—¿Sí?

—Es algo. De hecho, es mucho.

Lo oí suspirar a mi lado. Nos quedamos en silencio durante un rato antes de que, por fin, buscara de nuevo mis ojos.

—Lo siento mucho, Isabella —dijo bajito.

Me quedé inmóvil.

—¿El qué?

Se pasó la mano por el cabello y miró al cielo.

—Tratarte de esa forma el otro día, y después en Alec’s… —Meneó la cabeza—. No te lo merecías. Es que… Dios, Isabella, cuando te fuiste de aquí, pensé que… Pensé que por fin te habías escapado de este lugar. Ver que habías vuelto… Verte… Bueno, me volvió loco. Hizo que… —Soltó una risa que parecía de todo menos divertida—. Hizo que perdiera el norte. —Una pausa—. Me volví loco perdido. Lo siento.

Lo estudié durante un rato.

—Sé que querías salir de aquí, Edward. Lo sé mejor que nadie. Creo que puedo entender que estuvieras molesto al verme hacer algo que tú no habrías hecho si hubieras ganado la beca. Pero perdiste hace tiempo cualquier derecho a emitir un juicio sobre mis decisiones.

«¿Vas a decirme ahora la verdad? ¿Por qué me mentiste? ¿Vas a explicarme por qué me rompiste el corazón? ¿Por qué querías echarme?».

—Lo sé. Dios, Isabella, lo sé. —Se frotó las palmas de las manos contra los muslos embutidos en los vaqueros y lanzó una enorme e inestable bocanada de aire.

Miré hacia el cielo.
—Yo también lo siento. Actué como de una forma irracional e inmadura. Había tomado un par de chupitos…, y siempre he sido mala bebedora. —Me reí por lo bajo, pero luego me puse seria—. Actué como solía actuar mi madre.

—¡Oh, joder, Isabella! —Se le entrecortó la voz—. No, no es cierto. Fuimos los dos. Yo más que tú. Estaba equivocado. Cuando te vi allí, trabajando de nuevo en Alec’s… Perdí el control.

Asentí con tristeza mientras me pasaba las manos por los muslos.

—De todas formas —dijo—, nadie se fijó en nosotros. Todo el mundo estaba pendiente de la discusión de Felix Clancy y su…

—… su novia por correo —solté a la vez que él—. Sí, lo he oído.

Curvó los labios en una sonrisa, y clavé los ojos en su boca antes de desviar la mirada.

Sobrevino un corto silencio que él se apresuró a llenar.

—Por supuesto, Felix no está seguro de si ella trataba de matarlo de verdad o si perdió el control del vehículo por culpa de su pierna ortopédica.

Solté una risa.

—¿Qué?

Asintió moviendo la cabeza.

—Sí, es que trabajo con él. Y sé más de novias por correo con piernas ortopédicas de lo que quisiera saber.

Miré su expresión divertida con intención de devolverle la sonrisa, pero, en su lugar, sentí una oleada de nostalgia tan grande que pensé que me ahogaría en ella. Se me escapó una lágrima y me la sequé antes de mirarme el dedo con sorpresa. Hacía mucho tiempo que no derramaba ninguna. Edward me estudió con una expresión repentinamente cruda y dolida. Negué con la cabeza como si así pudiera negar la singular emoción que me golpeó el pecho en ese momento: dolor. Dolor por echarlo de menos a pesar de que estuviera sentado a mí lado. Todos estos años había estado tan centrada en la ira, en sobrevivir, en avanzar, que no me había permitido recordar la dulzura. Pero, ¡oh, Dios!, cómo lo había echado de menos. A pesar de mi angustia, de mi ira, lo añoraba de una forma desesperada. Además de Marlo, él lo había significado todo para mí.

Se acercó más sin perder el contacto visual, yo diciéndole sin palabras que me parecía bien que se acercara más. Y era así, aunque no debería. Tendría que decirle que se alejara. Debería decirle que no quería respirar siquiera el mismo aire que él. Pero no lo hice. Lo miré a los ojos y me quedé quieta. Muy, muy despacio, me rodeó con sus brazos como si yo fuera un animal voluble que pudiera revolverse en cualquier momento. Me atrajo hacia su ancho pecho. Contuve un sollozo antes de agarrar la camiseta ahumada. Me abrazó mientras por fin yo dejaba salir las lágrimas que había mantenido a raya durante mucho, muchísimo tiempo.

Permanecimos allí sentados durante lo que me pareció una eternidad, yo entre sus fuertes brazos, con su corazón latiendo de forma constante bajo mi oreja. Después de un rato, se me secaron las lágrimas y alcé la cabeza. Nuestras miradas se enredaron.

—Isabella… —susurró, con la voz tan llena de humo como el resto de su cuerpo, repleto de necesidad.

Había tantas cosas que nos queríamos decir el uno al otro, tantas que él debía explicarme… Las emociones se arremolinaban en el aire que nos envolvía, igual que las preguntas sin respuesta. Pero en ese momento parecía que podía esperar. Así, cuando sus labios tocaron los míos, se me escapó una especie de jadeo y me apreté contra él. Quizá no fuera correcto. Quizá… Probablemente…

Metió la lengua en mi boca de forma vacilante antes de soltar un gemido que sonó mitad torturado, mitad feliz. Busqué su lengua con la mía y le rodeé el cuello con la mano para enredar los dedos con su pelo corto. Me puso las manos con suavidad alrededor de la cara y me inclinó la cabeza. El beso se volvió más profundo. Como el fuego que habíamos visto antes, todo mi cuerpo se vio iluminado por las llamas, mi carne ardió de necesidad. Pero el fuego destruía. El fuego dejaba devastación y luego era imposible reconocer nada. Me separé, haciendo que Edward soltara un sonido de pérdida. Lo miré fijamente, con los labios rojos y húmedos. Me miraba como un hombre hambriento ante un buffet de delicias. Parpadeé y bajé la mirada a un lado, tratando de controlar mi respiración entrecortada. Lo deseaba. ¿Y si seguía deseándolo siempre? ¿Por qué todo era tan sencillo y complicado a la vez?

—Edward… —dije en voz baja.

—Lo sé —repuso. Y pensé que lo hacía incluso aunque yo misma no lo hiciera.

—Tienes que irte a casa y ducharte. Y yo debería… Mañana tengo un día muy liado.

Permaneció en silencio durante un rato y luego movió la cabeza, asintiendo.

—Lo que estás haciendo, lo de esa escuela, es algo realmente bueno e increíble.

—¿Sabes lo que estoy haciendo?

Movió la cabeza.

—He preguntado al respecto en el pueblo.

—¡Oh!

Se frotó la nuca.

—Será mejor que me vaya y te deje dormir.

Estuve de acuerdo.

—Vale.

Él se puso en pie.

—Vale. ¿Necesitas algo antes de que me vaya?

Negué con la cabeza, recordando aquella vez que había venido a pedirme que durmiera con él en su cama. ¿Seguiría sintiéndose solo? Algo me decía que sí. Pero ahora yo no podía ofrecerle nada. Me sentía demasiado vacía y, a la vez, dolorida. Una vez había querido ofrecerle todo, poner mi vida y mi corazón a sus pies, pero en este momento, sencillamente no podía.

—Entonces, buenas noches.

—Buenas noches.

Lo observé mientras se alejaba de mí. Después de un minuto, me levanté y volví a entrar. Di vueltas durante el resto de la noche. Me costó dormirme, y diversas imágenes de Edward a mi lado, como habíamos estado una vez, inundaron mi mente, acompañadas de fragmentos de conversaciones. Recordé la sensación que provocaba su mano áspera sobre mi piel, inundando mis sentidos. Por fin, caí en un sueño intranquilo hasta que la primera luz del alba atravesó las ventanas de la caravana.


1 comentario:

cari dijo...

😮😍😉❤😘 Gracias

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

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Y sea tu marca de heroina