martes, 10 de abril de 2018

No esperaba enamorarme de ti Capitulo 15


Isabella

Dormí con Edward casi todas las noches de las vacaciones de Navidad. No me hizo el amor a pesar de que se lo supliqué con constante descaro. Pero, no obstante, nos convertimos en expertos conocedores del cuerpo del otro. Hablábamos en susurros en la oscuridad de la noche, confesándonos nuestros secretos y revelando nuestras heridas. Me habló de su padre y de su hermano, y, cuanto más lo hacía, más fácilmente parecían fluir las palabras, más sonreía y se reía con los recuerdos que compartía. Me habló de su madre, de la herida abierta que tenía por eso desde hacía tanto tiempo, de la confusión y el dolor que sentía.

—¿Crees que irás a buscarla? —le pregunté un sábado por la mañana, mientras estábamos acostados en su cama—. Quiero decir, cuando te marches. —Como siempre, un agudo dolor me oprimió el corazón cuando dije «marches».

Él pareció considerar mi pregunta durante unos instantes.


—He pensado en ello. Pero ¿para qué? Me dejó. Nunca regresó. Incluso si por alguna razón no se enteró del accidente de la mina, la conclusión es abrumadora.

Me puse de lado para mirarlo.

—Quizá ella no lo sabía. Tal vez piensa que estás a salvo todavía con tu padre y tu hermano. Sé que se marchó, pero, sean las que sean sus razones, pensaba que estabas con tu padre. Quizá ahora le da miedo regresar porque piensa que no le perdonaréis lo que hizo.

—¿Serías capaz de perdonar a tu padre por haberos abandonado? ¿Irías en su búsqueda? ¿Qué sientes al respecto? —Su tono era frío e hizo que me echara hacia atrás. Edward rodó hacia mí mientras yo cerraba los ojos brevemente, luego me puso la mano en la mejilla.

—Lo siento. No he sido justo.

Respiré hondo.

—No, es normal que te lo preguntes. La diferencia está en que yo jamás conocí a mi padre. Creo… Creo que lo perdonaría. Pero para mí es un extraño. Sin embargo, conocías a tu madre, la querías y te quería.

—Eso era lo que pensaba. —Una expresión de dolor atravesó su rostro—. Pero eso no es lo peor de todo, ¿quieres que te cuente lo peor?

Asentí moviendo lentamente la cabeza.
—Lo peor es que, a pesar de lo mucho que lo intento, de lo dolido que me siento, no puedo dejar de amarla. Sé que no se lo merece. Que me abandonó sin mirar atrás. Pero sigo queriendo a mi madre. ¿No crees que soy idiota?

—No eres idiota —aseguré en voz baja. El dolor hacía que mi voz saliera más ronca.

Alargué la mano y lo acaricié. No podía hacer nada más.

Y, mientras lo sostenía, pensé en lo fuerte y tenaz que era, siguiendo hacia delante sin detenerse nunca. Sin darse por vencido a pesar de que tenía de su parte todas las razones para hacerlo. Pensé en lo inteligente que era, lo tierno, desinteresado y amoroso que era.

—Todo irá bien. Eres muy fuerte —susurré—. En todos los sentidos. Más fuerte que una mula y dos veces más obstinado.

Sonreí y él me devolvió la sonrisa.

—Tú también te has mantenido apartada del fuego todo este tiempo, a pesar de lo que has perdido. No hay nada más fuerte que eso. Nada.

Ese día, no salimos de la cama hasta que el sol del mediodía atravesó radiante la ventana.


Cuando regresamos a las clases, dos semanas después, eché de menos dormir en su cama, pero no era práctico. El último semestre de instituto suponía una presión increíble. Era nuestra última oportunidad de conseguir la beca. El problema era que, para mí, la beca se había convertido de repente en lo que me alejaría de él o lo que lo alejaría de mí. Había sido lo único en lo que me había concentrado en casi cuatro años, y, de repente, tenía sentimientos encontrados al respecto. Ni siquiera sabía qué quería más. Después de todo, Edward había luchado muy duro, y yo tenía fuertes sentimientos hacia él, ¿cómo podía esperar que renunciara a sus sueños, aunque eso significara el logro de los míos? ¿Cómo podría?

Edward me había dicho hasta la saciedad que, ganara o no la beca, se marcharía de Dennville. Eso quería decir que tenía un plan. Pero ¿yo podía consentir realmente que se marchara de allí sin otra cosa que la ropa que llevaba puesta? ¿Podía esperar que siguiera sufriendo más de lo que ya lo había hecho? El mero pensamiento me hacía sentir miedo por él y me sumía en una dolorosa soledad.

«Preocúpate de ti misma, Isabella Swan», pensé para mis adentros, recriminándome esos sentimientos. Bien sabía Dios que no debía pensar en nadie más. Sin embargo, me preguntaba si Edward pensaría ahora de otra forma con respecto a la beca. Si lo hacía, no lo había compartido conmigo. Parecía que ninguno de los dos quería hablar al respecto.

Cuando lo veía en el instituto, me cogía de la mano y paseábamos por el pasillo, pero no compartíamos ninguna clase y almorzábamos a horas diferentes, así que no coincidíamos demasiado allí dentro.
Sin embargo, estudiábamos juntos por las tardes, entre otras cosas más placenteras. Un día, a mediados de enero, cuando por fin fui a la biblioteca a por un libro nuevo, noté que un pequeño trozo de papel blanco sobresalía por el canto de una novela que había devuelto algunas semanas antes.

Retiré El guardián entre el centeno de la estantería.

«Holden Caulfield es un narrador desagradable y llorica. Insulta a los demás, llamándolos farsantes, pero en realidad eso es lo que es él. EC».

Me reí por lo bajo y escribí la respuesta.

«Holden Caulfield es un niño que se siente alienado por la sociedad, que está luchando por encontrar su lugar en el mundo, y buscando a alguien con quién relacionarse. Es una historia sobre la soledad. IS».

«Siempre tan optimista, Isabella Swan, incluso cuando se trata de personajes antipáticos. EC».

Sonreí al leer su nota. Nunca me había considerado optimista, pero quizá lo era. Quizá todos veíamos los libros de manera diferente según lo que guardábamos en nuestros corazones.


En febrero, dieron a conocer los nombres de los cuatro mejores estudiantes, los que iban a luchar por la beca Tyton Coal. Éramos Edward, yo y otras dos chicas. Por mi parte, había recibido la carta de admisión en la universidad de San Diego y la acepté. Me parecía una crueldad aceptar algo que podía llegar a no tener la oportunidad de disfrutar, pero, si ganaba la beca, tenía que tener elegida una universidad. Si no ganaba, revocaría la aceptación, igual que los otros dos perdedores. No le pregunté a Edward dónde había aceptado. No lo quería saber.

Estudiamos juntos durante todo el invierno y las primeras semanas de primavera, nos besábamos de forma larga y sosegada en cualquier lugar, en todas partes. Hicimos excursiones por las colinas, mostrándonos el uno al otro los lugares secretos que adorábamos de los Apalaches, donde no solo había belleza, sino paz. Nos sentábamos junto a los ríos para pescar con la caña casera de Edward. Yo apoyaba la cabeza en su regazo mientras el sol calentaba nuestra piel y la brisa susurraba en la hierba alta. Atravesamos prados salpicados de flores silvestres, que recogimos y colocamos en la caravana y en casa de Edward, dentro de latas viejas. Tuvimos noches magníficas, en las que exploramos nuestros cuerpos, aprendiendo qué era lo que nos daba mayor placer. Leímos un libro tras otro, debatiéndolos solo a través de las breves notas que de alguna manera mostraban una fugaz visión de nuestros corazones.

Trabajé cuando tenía turnos. Luché, pasamos hambre algunas noches, y logramos reunir cada centavo que costaban las medicinas de mamá.

Y me enamoré.

Me enamoré de una forma profunda, fuerte, total y completa.

Y él se marcharía; no volvería a verlo.
Quizá yo también me iría. La ansiedad y la preocupación atravesaban mi cuerpo cada vez que pensaba en ello. No era solo la confusión que sentía con respecto a la beca, ni cómo afectaría a Edward que la ganara yo, sino también la idea de dejar mi hogar. Había soñado durante mucho tiempo con asistir a la universidad y, de repente, dejar a mi madre, a Alice, dejar atrás todo lo que conocía y quería —sí, porque quería Dennville, Kentucky, a pesar de la miseria que había allí—, me llenaba de miedo y ansiedad.

Tal vez tuviera que ver con el hecho de que mi madre estaba mucho mejor desde que tomaba las nuevas medicinas. Casi parecía normal, y nunca había utilizado esa palabra para describir a mi madre. Estaba mejor o peor, pero nunca normal. Era como si Alice  y yo tuviéramos una segunda oportunidad con ella. Pero ¿qué ocurriría después de que me fuera? A duras penas podíamos conseguir el dinero que costaban las recetas mientras yo estaba allí. Cuando me fuera, habría menos dinero, por poco que yo ganara. Por supuesto, el coste de mi comida se lo ahorrarían.

Pero cuando pensaba en no ganar, se me caía el alma a los pies. ¿Qué haría si ocurriera eso? ¿Me gustaría trabajar a jornada completa en Alec’s como hacía Alice? ¿Qué otra opción tenía? En la zona no había ningún trabajo por el que fuera a percibir más que el salario mínimo, y a diferencia de Edward, no tenía valor suficiente para hacer dedo por todo el país con poco más que una mochila a la espalda. Además, tenía familia que me ataba a Dennville. Edward no tenía a nadie…, a nadie excepto a mí. Sin embargo, a pesar de que estábamos muy cerca el uno del otro, no podía quedarse por mí. No pensaba pedírselo.

Algunas veces lo sorprendía mirándome con esa extraña expresión en su cara, una mezcla de dolor y firmeza. No estaba segura de qué significaba, pero me ponía nerviosa.

¿Podría sentirme todavía más próxima a Edward solo para tener que dejarlo y no mirar atrás? ¿Podría llegar a amarlo más profundamente? ¿O podría él… cambiar de opinión sobre cortar todos los lazos ahora que nuestra relación se había hecho más profunda…, bueno, más lo que fuera?

«No seas estúpida, Isabella», murmuré. Me había metido en esa situación a pesar de que Edward había hecho todo lo posible para mantenerme alejada. Pero no me arrepentía. No podía. Lo amaba. Era parte de mi corazón, y esperaba casi con desesperación haberme vuelto tan parte de él que, simplemente, le sería imposible marcharse y dejarme atrás.

Persuasión, de Jane Austen:

«“Pero cuando el dolor ha pasado, su recuerdo se convierte a menudo en placer”. ¿Te lo crees, Isabella? EC».

Me apoyé en la librería de la biblioteca y apreté el lápiz contra los labios mientras pensaba sobre ello. Finalmente escribí:

«Creo que cuando ha pasado el tiempo suficiente, cuando has sobrevivido a aquello que no imaginabas que podrías superar, ves en ello una especie de dignidad. Algo que puedes poseer de verdad. El orgullo de saber que el dolor te hace más fuerte. El dolor que hace que tu lucha pueda tener éxito. Algún día, cuando esté viviendo mis sueños, pensaré en todas las cosas que me rompieron el corazón y estaré agradecida por ellas. IS».

«Incluso por ti, Edward».

No hay comentarios:

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina