Capitulo 21
Isabella
Cuatro
años después
No
hay nada como regresar a casa, o eso dice el refrán. Ya era tarde cuando pude
ver los Apalaches por la ventanilla del coche. Apreté el volante con fuerza; a
pesar del nerviosismo y la ansiedad que sentía ante un futuro un tanto
incierto, también corría por mis venas una débil corriente de excitación, la
sensación de que estaba de regreso al lugar al que pertenecía. Bajé la
ventanilla cuando dejé atrás la autopista y cogí una profunda bocanada del aire
fresco de la montaña, con olor a pino, tan diferente de las cálidas brisas
saladas que había estado respirando en San Diego durante los cuatro años que
había estudiado en la universidad. No había vuelto a casa ni siquiera los
veranos o en Navidad, prefiriendo seguir las clases durante todo el año para
graduarme antes. Había preferido quedarme en San Diego un par de meses más para
terminar algunos flecos de mi titulación de Ciencias de la Educación y no tener
que ir en coche hasta casa en pleno invierno. Y aquí estaba ahora, cuando las
montañas renacían en primavera. Dios, había echado de menos Kentucky. Algo
después, cuando doblé una curva hacia el camino que llevaba a la caravana, una
inesperada paz me inundó, haciendo que esbozara una sonrisa.
—El
hogar —susurré. Todo iba a ir bien. Estaba de vuelta porque tenía un objetivo.
Un propósito.
Mientras
subía por el camino, miré las deterioradas casas que había a ambos lados de la
carretera. Para mi sorpresa, algunas parecían estar mejor de lo que recordaba.
Varios vecinos habían limpiado los patios, lo que sin duda era una gran mejora.
Al
poco rato, la ansiedad me inundó con fuerza al doblar otra curva; sabía que iba
a pasar por delante de la casa de Edward en menos de un minuto. Mantuve la mirada
recta a propósito, sin atreverme a mirar siquiera la casita azul que sabía que
había a la izquierda. Llegué a la curva siguiente mientras emitía un largo
suspiro, y por fin detuve el coche en el claro que había delante del remolque.
Apagué el motor y permanecí sentada en el vehículo varios minutos, limitándome
a mirar el único hogar que había conocido hasta hacía pocos años. Pero, ¡oh!,
qué diferencia podían suponer cuatro años.
Había
salido de Kentucky rota y magullada, destrozada de tal forma que pensé que
jamás llegaría a recuperarme. Pero si el tiempo no cura las heridas, al menos
las hace soportables. Así que había sobrevivido. Estiré las piernas mientras
salía de mi pequeño vehículo, un Volkswagen Golf rojo que había adquirido por
tres mil dólares. No era demasiado bonito, pero era lo que había podido
pagarme. En realidad me encantaba. Era mío. Se trataba de lo primero que había
poseído por completo. Había trabajado en una cadena de restaurantes por las
tardes, después de clase, hasta que logré ahorrar el dinero suficiente para
comprarme mi propio coche. Acababa de realizar en él los casi tres mil
trescientos kilómetros que separaban California de Kentucky, por lo que podía
afirmar que había hecho una elección excelente. O, seguramente, que había tenido
suerte, pero eso tampoco estaba mal. Salí del coche y miré a mi alrededor,
observándolo todo como si fuera la primera vez que lo veía. La caravana tenía
más o menos el mismo aspecto pequeño y triste que yo recordaba, no obstante,
sentí una punzada de felicidad al verla.
—Aunque
sea humilde, no hay otro lugar como el hogar —susurré. Quizá «humilde» era una
palabra demasiado generosa para nuestro remolque, pero seguía siendo un lugar
cómodo en el que aterrizar. Y todos teníamos que aterrizar en algún sitio.
Aun
así, había previsto llevarme a mi madre y a mi hermana tan pronto como pudiera
a un lugar más grande y más cómodo, un lugar donde cada una podría tener su
habitación.
Mi
madre estaba ahora en un hospital psiquiátrico en Lexington. Tres años después
de marcharme, había sufrido un episodio particularmente malo. Por suerte,
intervino Emmet y se ofreció a pagar su estancia en ese centro. Me sentí muy
aliviada cuando recibí la noticia, pues había hecho planes para regresar a
casa. No era posible que Alice pudiera pagarlo sola. De hecho, me sentí muy
sorprendida al saber que Alice había permitido que Emmet lo abonara, lo que
indicaba lo mal que se había puesto nuestra madre.
«¡Oh,
mamá…!».
El
pomo chirrió cuando lo giré y empujé la puerta. Aquel sonido familiar hizo que
volviera a sentirme una niña otra vez.
—Hola
—saludé en voz alta. Oí un fuerte grito de emoción y, de repente, Alice abrió
la puerta de la habitación y se lanzó sobre mí. Solté un grito cuando me abrazó
y empezó a pegar saltitos.
—¡Para,
para! —le pedí riéndome—. Hace horas que no hago pis. Acabaré mojando los
pantalones.
Alice
me soltó, riéndose. Me sonrió y me rodeó con sus brazos.
—Bienvenida
a casa, hermanita universitaria.
Sonreí
de nuevo, apretándola con fuerza mientras contenía las lágrimas. Alice odiaba
que llorara. Entré en el cuarto de baño con rapidez y, cuando regresé con ella,
me sonrió mientras me cogía las manos.
—Déjame
mirarte. —Me recorrió con los ojos durante un minuto y sacudió la cabeza—.
Siempre has sido guapa, Isabella, pero ahora además tienes clase.
Sacudí
la cabeza, avergonzada.
—Soy la misma
—protesté—. Se trata solo de ropa nueva y un corte de pelo.
Ella
también negó con la cabeza.
—No,
no solo se trata de ropa y un peinado. Eres tú. Pareces más madura. Sin
embargo, estás demasiado delgada. ¿Es que en California está todo el mundo a
dieta?
Cogí
aire.
—Sí.
Allí también pasan hambre, pero lo hacen a propósito.
Soltó
un sonido a medias entre risa y gemido antes de llevarse la mano a la frente.
—¿Cómo
te sientes ahora que estás aquí? Quiero la verdad —preguntó, sentándose en el
sofá—. ¿Te resulta raro estar de vuelta?
Me
acomodé a su lado.
—Sí.
Un poco. Es decir, todavía no estoy segura.
De
pronto, apareció una mirada de preocupación en su expresión.
—¿Lo
has visto ya?
—¿A
quién? —pregunté, como si no supiera exactamente a quién se refería.
Ella
se limitó a arquear las cejas. Suspiré.
—No.
He venido directa hacia aquí.
La
vi mover la cabeza para asentir antes de morderse el labio inferior.
—Bueno,
sabes que no pasa nada. Todo irá bien. Ha pasado mucho tiempo. Y ya sabes,
engordó cuarenta kilos, se quedó calvo y tiene una enfermedad en la piel, por
lo que… está horrible, feo y triste. —Se estremeció.
La
miré boquiabierta antes de sonreír de medio lado.
—¿Qué?
—De repente solté una carcajada—. Estás mintiendo. No le ha pasado eso. Es
decir, ¡Dios mío!, sería un golpe de suerte para mí, pero… —Negué con la
cabeza—. Tienes razón. Todo irá bien. Tengo un trabajo, un propósito. Han
pasado casi cuatro años, tengo que pasar del hecho de que alguien que detesto
viva cerca. Solo tenemos que mantenernos alejados el uno del otro.
—¿Lo
detestas de verdad, Bella?
Lo
pensé durante un segundo. Detestar a Edward estaba solo un escalón por debajo
de odiarlo, y eso era algo que me resultaba difícil, ya que todavía sabía quién
era capaz de ser. Aun así, necesitaba reafirmarme.
—Sí.
Lo detesto. Y nadie va a tomar eso de mí otra vez. Al menos no todavía. Cuando
se trate de hombres, no los perdonaré, ni olvidaré. Ese es el lema de mi vida.
Me
miró con recelo.
—Ese
lema es mío.
Suspiré.
—Vale, pues lo he
adoptado también.
Se
mordió el labio y asintió con la cabeza comprensivamente.
Solo
había hablado con Alice sobre Edward una vez, o más bien sobre Jessica. Un par
de meses después de marcharme, me había despertado en mitad de la noche, en
medio de un sueño pensando por un momento que todo lo que me había dicho ese
horrible día era mentira. En la oscuridad de la noche me había parecido probable,
incluso posible que no me hubiera dicho la verdad. Conociéndolo como lo
conocía…. Él no era así. No lo era. Las piezas de aquel rompecabezas que no
podía comprender despierta se habían juntado en mi cabeza en mitad del sueño.
Pero cuando por la mañana llamé a Alice preguntándole si había visto a Jessica
recientemente, ella me había confirmado con voz entrecortada que parecía estar
embarazada de pocos meses. «De pocos meses». Eso significaba que Edward tenía
que haberse acostado con ella cuando dormía conmigo. Ese día me lo había pasado
en la cama, acurrucada, mirando la pared mientras pensaba lo lenta que podía
pasar una hora. Ese día volvió a romperse mi corazón. Me juré a mí misma que no
volvería a preguntar de nuevo por él, y no lo hice. Ni una sola vez. Hasta el
mes que había calculado mentalmente que podía nacer su bebé, no le había dicho
nada a Alice. Había tenido que esforzarme como nunca antes, pero no lo hice.
Hacía
cuatro años, el día que me había contado lo que había hecho, el día que había
ido a su casa, había sido la última vez que lo había visto. Esa noche mi
hermana me había acunado entre sus brazos como si fuera un bebé y ella mi
madre. Había estado tan conmocionada y triste que ni siquiera podía llorar. Al
día siguiente, me había ido a hablar con la directora, la señora Branson, y le
había preguntado si existía la posibilidad de trasladarme a San Diego de forma
inmediata. Ella me había dicho que no podía disponer de la habitación en la
residencia universitaria, pero había resultado que tenía una sobrina que vivía
allí. La había llamado para preguntarle si podía alojarme con ella durante un
par de meses hasta que empezara el curso. Se había portado muy bien conmigo. La
señora Branson conocía mi situación en casa y le había hecho creer que no podía
soportarla ni un minuto más. Lo cierto era que no podía vivir en el mismo lugar
que Edward Cullen después de haber hablado con él. Así que una semana después
de saber que había ganado la beca Tyton Coal, había dejado Kentucky por primera
vez en mi vida. Había atravesado el país en un avión, dejando atrás todo lo que
conocía. Me había puesto a mirar con tristeza por la ventanilla del avión,
concentrándome en seguir respirando.
—Creo
que deberías saber que…
—¿Qué?
—pregunté.
—Bueno,
Edward trabaja en la mina. Lo he visto regresar a su casa, cubierto de polvo de
carbón.
La sorpresa me dejó
sin aliento y me quedé paralizada durante un segundo, imaginando el aspecto que
tendría Edward, con la cara negra como un minero, mostrando solo el blanco de
sus ojos y de sus dientes.
—¿En
la mina? —chillé—. ¿Debajo de la tierra? No puede. —Recordaba perfectamente el
miedo que sentía Edward a estar en espacios pequeños, cómo odiaba la oscuridad…
Su hermano… Negué con la cabeza—. Es imposible.
«Jamás
haría eso».
—Bueno
—dijo con ternura—, es posible, porque es lo que hace. Sé que no debo hablarte
de él, pero se me acaba de ocurrir que esto deberías saberlo. —Me miraba con
una expresión dulce en los ojos—. En caso de que vayas allí a ver a Jacob, no
me gustaría que te pillara por sorpresa.
—Gracias,
Alice —susurré. Me temblaban las manos ante la mera idea de que Edward
estuviera allí abajo, enterrado en la oscuridad… Sabía que tenía que trabajar
en algún lugar, pero ni por un segundo me había imaginado que lo hiciera en la
mina Tyton Coal.
«¿Cómo
era posible?».
Alice
me observaba con preocupación, y por fin, decidió que era mejor cambiar de
tema.
—Cuéntame
más cosas sobre la escuela —pidió, dándome unas palmaditas en la rodilla. Volví
a concentrarme en ella.
Me
obligué a sonreír. Había hablado con ella lo más a menudo que pude; incluso le
había enviado un móvil prepago en el que poder cargar minutos para que me
llamara cuando quisiera o necesitara. Por desgracia, no siempre podía comprar
las tarjetas, y si estaba en la caravana, no había cobertura. Cuando se
encontraba en Alec’s, solo podíamos hablar durante unos minutos antes de que
alguien, por lo general el propio Al, se pusiera a gritarle para que regresara
al trabajo. Así que todavía teníamos mucho que comentar.
—Va
a estar a las afueras del pueblo, donde estaba la heladería Zippy antes de que
la mina se derrumbara.
Alice
asintió.
—¿No
es ahí donde está la biblioteca?
Asentí
moviendo la cabeza mientras me atravesaba una profunda tristeza. Aquel pequeño
edificio, que casi podía considerarse un cobertizo, había sido mi santuario
durante una época… Era el sitio donde había recibido mi primer beso… Donde…
Corté
en seco esos pensamientos, centrándome de nuevo en Alice.
—El
edificio va a ser demolido para dejar espacio para la escuela, pero voy a
embalar los libros. —Respiré hondo—. De todas formas, ya he empezado a utilizar
el dinero de las subvenciones. He contratado a una constructora. Va a ser mucho
trabajo, pero me siento pletórica. Y va a suponer una gran diferencia para los
niños que viven en las montañas, e incluso los que viven en Dennville.
Alice asintió.
—Eso
seguro. Ojalá no hubiéramos tenido que caminar todos esos kilómetros para ir al
colegio cada mañana y luego para volver a casa.
Asentí.
Sabía que muchos de los niños de las montañas no harían ningún esfuerzo, de ahí
los altos índices de analfabetismo, pobreza, desempleo y desesperanza. Pero
tenía la ilusión de poder cambiarlo. Aunque fueran pocos. Aunque fuera solo
uno.
Incluso
sería bueno para los niños de Evansly. En la situación actual, el sistema de
educación pública estaba saturado, y los que necesitaban atención
individualizada no la recibían.
Cuando
empecé mis estudios en la universidad de San Diego, me había entregado al
trabajo con todas mis fuerzas. Había estado en modo supervivencia, avanzando
día a día con el corazón roto; de hecho, algunos días me sentía como si
estuviera demasiado destrozada para moverme.
Poder
ocuparme la mente en algo que no fuera Edward había sido mi salvación. Un día,
a finales de otoño, cuando estaba en el primer curso, me había implicado en una
discusión sobre las tasas de educación y pobreza de Kentucky con mi pequeño
grupo de estudio. Les dije que los niños como yo, que vivían en la montaña,
debían andar casi diez kilómetros para ir a la escuela todos los días. Me había
contenido para no contarles lo peor, pero incluso les había sorprendido saber
que donde yo vivía muy pocas personas tenían coche e incluso calefacción. Había
sido un chico de ese grupo, Howard, quien mencionó de forma casual que debería
investigar qué subvenciones había para la construcción de escuelas. Ese
comentario se me había quedado grabado en la cabeza durante varios meses hasta
que me decidí a mirarlo.
Me
pasé los siguientes años tratando de conseguir el título de profesora de
literatura inglesa e investigando la solicitud de subvenciones, tanto públicas
como privadas, para construir una escuela en una población pobre como
Dennville. Para mi gran sorpresa y alegría, conseguí dinero de varios
inversores privados justo antes de que me graduara unos meses antes. La
financiación alcanzaría para pagar el edificio, los costos de la operación y el
sueldo de un personal reducido.
Por
eso estaba en casa. Por eso había vuelto.
—Cuando
esté construida la escuela, ¿crees que te quedarás a trabajar aquí?
—No
estoy segura —repuse por lo bajo, pasándome el dedo por el labio inferior—.
Quizá. Sin embargo, Alice, quería hablar contigo sobre ello. Que yo regrese
significa que mamá y tú tendréis que esperar un poco más para salir de la
caravana. —Fruncí el ceño—. Voy a ver si puedo trabajar en Alec’s mientras se
levanta la escuela, y he ahorrado un poco de dinero mientras estaba fuera, ya
que me pagaban todos los gastos. He utilizado parte para comprarme el coche,
pero el resto de lo que no os envié a ti y a mamá lo tengo ahorrado en una
cuenta bancaria. Pero tú también tienes que opinar si es mejor que me quede a
trabajar en la nueva escuela de Dennville, o si preferimos marcharnos y empezar
en otro lugar.
Marlo me puso la mano
en la rodilla.
—En
primer lugar, Isabella, olvídate de mamá por lo menos por tres meses más. Los
médicos dicen que eso sería lo ideal. Has tardado solo tres años y medio en
graduarte. Ni siquiera esperábamos que regresaras a casa este verano. Podemos
esperar… De hecho, esperaremos a que tú decidas. Construye tu sueño, estamos
muy orgullosos de ti. —Retiró la mano y se estudió las uñas—. De todas formas,
no…, bueno, no paso demasiado tiempo aquí.
Arqueé
una ceja.
—¿Emmet?
Asintió.
—Sí,
su casa es agradable. Cálida. Bueno…, él es cálido.
—Ay,
me parece que te has ruborizado —me burlé—. Lo amas, ¿verdad?
Resopló.
—No,
no, todavía es algo casual. Pero ¿por qué quedarme aquí —señaló con el brazo a
nuestro alrededor—, si puedo permanecer allí? Además me queda más cerca del
trabajo.
La
estudié durante un rato. No la creí.
—Bueno,
vale. Entonces está bien. —Me levanté—. Tengo que empezar a moverme. He quedado
con Jacob en la biblioteca dentro de media hora.
—¿Cómo
es Jacob? —preguntó. Noté cierta vacilación en su voz.
—Es
bueno. Deberías conocerlo, Alice, es muy buen chico. Sé que te parece un poco
extraño dado que nuestros padres estuvieron liados, pero nunca me ha juzgado
por eso, y yo no lo juzgo tampoco. En serio, ha tenido que enfrentarse también
a cosas muy duras.
Mientras
estábamos en San Diego, mi amistad con Jacob se había afianzado. Él había
estudiado en la universidad de California, en Harvey Mudd, a solo un par de
horas de la mía, y cuando estuve buscando subvenciones, me envió alguna
información sobre la mina Tyton Coal que podía ser aplicable a mi causa.
Habíamos quedado varias veces para almorzar, almuerzos que se convirtieron en
cenas. Tras varias copas de vino, le hablé de Edward y de cómo me había roto el
corazón. Siendo sinceros, había sido una amistad curativa para mí, teniendo en
cuenta todas esas cosas. Jacob también me había dicho que había hablado con sus
padres justo antes de marcharse a la universidad, y no se lo habían tomado
demasiado bien. No estaba seguro de cómo lo iban a recibir de nuevo cuando
regresara. Tenía un trabajo esperándolo en la mina, por lo que se vería
obligado a tener algún tipo de interacción con su padre. Por lo menos no le
habían cerrado el grifo, financieramente hablando. Pero se había mantenido
alejado durante los veranos, igual que yo, y también se había graduado antes.
Era curioso que a pesar de lo diferentes que eran nuestras vidas, fuéramos tan
similares en los sentimientos de nuestros corazones.
Alice asintió, pero
su expresión era bastante escéptica. Un segundo después sonrió.
—Me
alegra mucho que estés de vuelta, hermanita. Te he echado mucho de menos.
Sonreí
también, con el corazón oprimido.
—Y
yo. No te haces una idea, Alice. —Se puso en pie y me abrazó con fuerza. Me
hundí en el consuelo de su abrazo, feliz de haber recuperado a mi mejor amiga.
—Por
lo tanto —dijo cuando nos separamos—, iremos a visitar a mamá la semana que
viene.
Nos
espera.
—Desde
luego —repuse—. Me gustaría ir antes.
Alice
sacudió la cabeza.
—Tiene
que ajustarse a un horario específico. Es mejor así, Isabella. Espera que te
vea. —Sus ojos se iluminaron de una manera que no había visto desde que éramos
niñas—. Espera a verla… Está… —Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se
echó a reír, de esa forma rara que hacía Alice cuando estaba a punto de
llorar—. De todas formas…
—Estoy
deseándolo. —Sonreí a mí vez, cogiéndole las manos y apretándolas de nuevo—.
Está bien, me voy. Sé que tienes que trabajar hasta tarde. ¿Nos vemos por la
mañana?
Asintió.
—Sí,
nos vemos por la mañana. —La abracé con fuerza antes de darme la vuelta hacia
la puerta para regresar a mi coche y bajar la montaña.
Mientras
conducía por la calle mayor hacia el solar donde estaría la escuela, sentí la
misma felicidad que cuando había visto las montañas por primera vez ese día.
Sí, estaba en casa. Todo iba a salir bien, todo estaría muy bien.
Pero
la sensación se disolvió en cuanto miré a mi izquierda y vi la figura de la
persona que me había perseguido durante casi cuatro años: Edward. El corazón se
me detuvo y contuve la respiración. Llevaba un niño pequeño sobre los hombros y
Jessica iba detrás de él, riéndose de algo que había dicho el crío. Edward se
dio también la vuelta y le dijo algo antes de reírse también. Vi cómo dejaba al
chico en el suelo, entre gritos y risas. Luego lo cogió de la mano para
continuar andando por la acera. El corazón se me cayó a los pies, y tuve que
aferrarme al volante cuando los ojos se me llenaron de lágrimas. Edward no me
había visto. Cogí aire y me dolieron los pulmones como si el oxígeno estuviera
formado por un millón de diminutas hojas de afeitar. Me dolía respirar. ¡Oh,
Dios! No podía coger aire. Durante todos estos años me había torturado con la
imagen de Edward como padre, Edward como padre del hijo de otra chica, pero la
realidad me atravesó profundamente como si fuera un dolor físico. Era cierto, Edward
tenía un hijo, un niño.
«Respira,
Bella. Respira».
Jadeé un sonido
torturado. ¿En qué demonios estaba pensando cuando se me ocurrió regresar aquí?
********************************************************
Que les pareció nadie se lo esparaba bueno nos vemos sábado
en el próximo capitulo si no hasta el lunes
9 comentarios:
Hola hola Annel tienes razón no esperaba este giro de la historia, pero me haces sufrir al tener que esperar los siguientes capítulos, quiero leer su reencuentro para saberla reacción de Edward por que ya leí que a Bella la sigue afectando mucho
Gracias por los capítulos y no tardes en actualizar porque me muero de la ansiedad por debe qué va a pasar
Saludos y besos 😘😘😘😘
Yo no puedo creer que Ed haya echo eso. Por que. En verdad es su hijo???? Ni lo entiendo tengo roto el corazón
Vaya esta historia se siente muy real y la historia de Bella me recuerda la historia de su madre...
Gracias por actualizar y espero ansiosa la continuación
Que vuelco dio a esperar la actualizacion....
Muchas graciaspor actualiza4
💔😢😢 Gracias
Que giro tan inesperado, estos capitulos han sido los más tristes, todo se ha sentido muy real, pero la parte final ha sido la peor.
Muchas gracias por la actualización, esta historia me ha atrapado como hace tiempo no lo hacia un fic. Ten un gran fin de semana X.
Hola, todavia tengo la esperanza de que el niño no sea de edward y que se haya comprometido a ayudar a yesica en la crianza.
Gracias por actualizar.
Realmente tengo mis dudas sea su hijo , no ki creo capaz de haber hecho algo así .. Aún su no tiene sentido que se hubiera quedado la verdad .
Ansío leer ese reencuentro
Hola!!
Por favor actualiza el sábado te lo pido, quiero saber cómo se va a dar el encuentro entre ambos y que va a pensar de la cercanía de Bella y Jacob.
Realmente se me soltaron unas lágrimas en cómo rompió con ella.
Gracias...
Publicar un comentario