miércoles, 18 de abril de 2018

No Esperaba Enamorarme de Ti Capitulo 20


Capitulo 20
Isabella

Edward vino a verme a la mañana siguiente, pero mantuvo una actitud distante, distraída, casi fría, y no hizo nada para consolarme. Me sentía herida y desesperada. El dolor de mi cuerpo era el menos doloroso de todos.

Alice llegó a casa un par de horas después que yo y tuvo que haber notado mi rostro magullado, porque me despertó y me exigió que le dijera qué me había pasado. Lloré entre sus brazos como ella había llorado en los míos al ser abandonada a los pies de la colina por el hombre que tomó su virginidad y luego se marchó.

El chico que había tomado la mía no me había herido físicamente, y yo no lloraba por el golpe que había recibido en la cara. Lloraba por el dolor que sentía en el corazón.

Los minutos pasaron lentamente ese fin de semana. Me quedé encerrada en la caravana, pegando un brinco cada vez que escuchaba un ruido, con la esperanza de que fuera Edward. Después de la primera mañana, él no regresó, y yo no lo busqué. Había hecho su elección, y aunque habíamos estado lo más cerca físicamente que podían estar dos personas, para él no había cambiado nada. En su mente, ya se había marchado. Lo entendí perfectamente. Y me rompió el corazón.


La semana siguiente, y hasta que llegó el fin de semana, no lo volví a ver. Me acerqué a su casa un par de veces, pero no estaba dentro o no quería abrirme la puerta.

El lunes anunciarían quién sería el ganador de la beca. Trataba de sentir algo al respecto, pero me resultaba imposible. Sabía lo que iba a pasar, era inevitable que la ganara Edward. Yo había fallado deliberadamente en los finales. Sabía que la elección estaba entre él y yo. Y también sabía que él la necesitaba más. Ahora lo entendía. Además, amaba a Edward, y, aparte de mi virginidad, era todo lo que tenía para ofrecer. Comprendía que, lo mereciera o no, quería entregarme por completo. Me sentía desesperada, estaba volviéndome loca, casi no podía pensar en otra cosa que el temor de perderlo para siempre. Sentía continuamente un dolor sordo en el pecho.

El lunes por la mañana, me sorprendió ver a Edward esperándome frente a su casa cuando iba al instituto. A pesar de lo mucho que había sufrido durante la semana pasada, me dio un vuelco al corazón cuando lo vi.

—Hola —saludé.

Me sonrió.

—Hola. Tienes mucho mejor el ojo. —Pero clavó la vista en el hematoma, todavía algo amarillento, con una expresión decidida.

Asentí.

—Ni siquiera me duele. —Me miró como si se preguntara si estaría mintiendo, pero no dijo nada.

—Esta semana he venido a tu casa un par de veces —expliqué—. No estabas por aquí. —Esperé nerviosa a que él dijera algo que me hiciera sentir mejor, lo que fuera.

—Necesitaba conseguir algo de dinero, Bella —me explicó, moviendo la cabeza—. Al tener que estudiar tanto, he descuidado los ingresos. Y tengo que comer.

Sentí una opresión en el corazón.

—Edward, nosotras hemos cobrado algo extra. Podrías haber comido en casa.
Permaneció en silencio durante tanto tiempo que llegué a pensar que no iba a contestar.

—No era necesario —repuso finalmente con una mirada triste en los ojos—. Ya estoy bien.

Quedaban muchas cosas sin decir entre nosotros, que formaron otra grieta en mi corazón. No estaba segura de cuántas más podían producirse antes de que se rompiera, y no quería saberlo.

Avanzamos en silencio durante un rato. En la mañana flotaba el canto de los pájaros, el aire caliente me acariciaba la cara y los brazos desnudos. Los rododendros en flor ante los que pasamos estaban tan llenos de flores rojas que parecían un exuberante conjunto de brasas. En la naturaleza todo parecía nuevo. Inhalé profundamente, aspirando la mezcla de tierra fresca y brotes. Quizá podríamos empezar de nuevo también. De pronto, el mundo me parecía lleno de posibilidades con el chico que me gustaba caminando a mi lado. Además, este iba a ser un buen día para él, solo que Edward todavía no lo sabía. Lo miré con los ojos entrecerrados.

—Bien, hoy es el gran día.

Me miró con el ceño fruncido.

—Sí. —La sonrisa había desaparecido de su cara. De repente, se detuvo en el camino y se volvió hacia mí—. Isabella, pase lo que pase hoy… —se pasó la mano por el pelo de esa manera involuntaria que a mí me volvía loca—, es lo que dicta el destino, ¿vale?

Yo también fruncí el ceño, sin entender exactamente qué significaban sus palabras.

—Vale —convine de todas formas. Ya sabía lo que iba a pasar hoy y me había reconciliado con ello.

Avanzamos el resto del camino casi siempre en silencio, pero resultó agradable. No podía leer su estado de ánimo, aunque supuse que era de esperar. Lo dejé a solas con sus pensamientos. Seguramente estaba nervioso, ansioso y tenía miedo. Dentro de unas horas vería el fruto de los últimos cuatro años de su vida, de su sufrimiento, de su dolor, de su trabajo y sacrificio, de su hambre. Todo terminaría en la asamblea del instituto. A pesar de que quería tranquilizarlo, no lo hice. No podía enterarse de lo que había hecho.

Quedaban muchas cosas sin decir entre nosotros, colgadas en el aire matutino, así que ninguno de los dos dijo nada. Demasiados secretos, medias verdades y dolor.

Cuando llegamos a la puerta del instituto, se inclinó hacia delante, encerró mi cara entre sus manos y me besó en la frente. Sus labios quedaron pegados a mi piel durante un buen rato, como si estuviera reuniendo valor. Luego retrocedió para mirarme sonriente, mientras recorría mis rasgos con los ojos como si estuviera memorizándolos. «Como si se despidiera».

Abrí la boca para decirle algo, para rogarle que hiciera algo, para pedirle que me explicara lo que estaba ocurriendo. Pero no sabía por dónde empezar. Luego se dio la vuelta y entró sin mirar atrás.

Más tarde, al recordarlo todo, me parecía un sueño, como si realmente no hubiera estado allí en carne y hueso cuando me llamaron. Estaba tan preparada para escuchar el nombre de Edward Cullen como ganador de la beca que mi cerebro no oyó mi propio nombre en su lugar. Y allí estaba yo, sentada y sonriente, aplaudiendo como el resto de los alumnos. La chica que estaba sentada a mi lado se rio y me dio un codazo.

—Venga, sube —me dijo con una sonrisa amable.

Parpadeé y miré a mi alrededor, sorprendida. ¡No! No, no podía ser.

—No —llegué a susurrar mientras me levantaba e iba hacia el pasillo central, enfrentándome a las sonrisas y felicitaciones de la gente que apartaba las piernas para que pasara. Miré a mi alrededor de forma brusca buscando a Edward. Cuando lo vi, estaba sentado con los alumnos de su clase con una expresión que me resultó extraña y neutra—. No —susurré de nuevo.

—Isabella Swan —anunció de nuevo Charlie Black, sonriéndome desde el escenario. No recuerdo haberme dirigido allí, pero de repente estaba delante de él, y se inclinaba hacia mí con una gran sonrisa. Se rio, una risa profunda que recordaba haber oído en la pequeña habitación de la caravana mientras la cama chirriaba y mamá gemía.

Volví a mirar hacia el lugar donde estaba sentado Edward, pero él ya no estaba allí. Se había marchado.

—Bueno, enhorabuena —me dijo Charlie—. Ya veo que ha sido una sorpresa. —Miré a la directora, la señora Branson, que sonreía de oreja a oreja. No le devolví la sonrisa.

Las horas siguientes pasaron en una neblina. Quería largarme corriendo de allí. Quería perseguir a Edward, consolarlo, hablar con él, apoyarlo. ¿Qué sentiría él en este momento?

«¡Oh, Edward!».

Quería gritar.

¿Cómo era posible que conseguir lo único con lo que había soñado durante toda la secundaria se hubiera convertido en una pesadilla? Era curioso que nuestros sueños pudieran cambiar en solo un instante.

Cuando todo terminó, cuando hubo aplausos y felicitaciones, cuando me entregaron los documentos que decían que ya habían pagado la matrícula en la universidad estatal de San Diego, incluyendo la residencia y una cuenta abierta a mi nombre con la que me pagaría la comida y otros gastos, cuando todos mis sueños se hicieron realidad, me dirigí directamente al despacho de la señora Branson.

—Isabella… —me saludó sorprendida. Emitió una risita burbujeante al verme irrumpir en su despacho y cerrar la puerta; seguramente pensaba que me había vuelto loca.

—No puedo aceptar la beca —espeté—. Ha habido un error.

Ella se rio de nuevo, aunque frunció el ceño.

—Isabella, cariño, no ha habido ningún error. El señor Black tenía los documentos preparados. Está todo listo, a tu nombre. No hay errores en cosas tan importantes como esta. Te lo has ganado, cariño, con todas las de la ley.

Negué con la cabeza y me hundí en la silla, frente a su escritorio.

—Hice mal los finales —confesé—. Los hice muy mal.

«Lo hice por Edward, para que ganara él».

«Esto es un error. Un error garrafal».

Ella apretó los labios mientras me miraba con curiosidad.

—Isabella, soy consciente de que se te atragantaron los finales. De hecho, me sorprendió. Siempre se te han dado bien este tipo de pruebas. —Hizo un gesto con la mano en el aire—. Evidentemente, la beca se otorga por algo más que las notas finales. Como comprenderás, tenemos en cuenta los cuatro años que habéis estudiado en el instituto… Las optativas que habéis elegido, las actividades extraescolares en las que habéis participado… Cosas de ese tipo.

Lo cierto era que no había participado en muchas actividades extraescolares, no nos lo podíamos permitir. Además había tenido que trabajar. Esto no podía estar pasando. No podía ser cierto…, pero lo era.

Me pregunté si todo esto tendría algo que ver con mi madre. Enderecé la espalda en la silla. ¿Y si el señor Black me había dado esta beca para conseguir que mi familia se fuera del pueblo? Pero ¿cómo funcionaría? No podía llevarme a Alice y a mi madre conmigo. ¿Podían acaso dormir en mi habitación de la residencia? Claro que no. Estaba desesperada y me sentía confundida.

—Quiero transferirla a otra persona —dije, mirándola con intensidad.

Frunció el ceño.

—Eso no es posible. Lo siento, es absolutamente imposible. Está todo listo. —Se puso en pie y rodeó el escritorio para tomar mis manos entre las suyas, mirándome con amabilidad—. Isabella, la has ganado. Es tuya. Acéptala. —Se mordió el labio—. Bueno, a veces sé que es difícil aceptar este tipo de cosas cuando uno no está acostumbrado a tener mucho, pero, por favor, mi querida Isabella, siéntete feliz y orgullosa de ti misma. Lo has conseguido. Has hecho el trabajo necesario para ganarla. Te la mereces. Es tuya.

Hundí los hombros, pero asentí.

—Gracias, señora Branson. —Me levanté y salí del despacho. Sí, me lo había ganado, pero ya no la quería. Tenía que ser de Edward, la necesitaba mucho más que yo.
Salí del instituto y regresé a Dennville lo más rápido que pude. Esto no me parecía justo, y no iba a permitirlo. No quería irme de Kentucky. No quería ir a la universidad. Amaba a Edward y no quería dejarlo, ni por una carrera universitaria ni por nada. No lo haría. Quizá fuera una idiotez, pero no me importaba. Lo único que quería en el mundo era a Edward.

Me detuve cerca de la colina y me senté en una roca que había junto al camino. Saqué un pedazo de papel de la mochila para escribir una nota con rapidez, luego me levanté e hice corriendo el resto del trayecto.

Cuando llegué a la puerta de Edward jadeaba, cubierta de sudor. Di un golpe en la madera. Él había dejado la asamblea, por lo que pensaba que había regresado aquí. Oí pasos en el interior. Esperé… Después de un minuto, me abrió lentamente la puerta y clavó en mí los ojos. Le sostuve la mirada, todavía con la respiración entrecortada.

—¿Puedo pasar? —pregunté.
Sonrió con rigidez y la abrió un poco más, invitándome al interior. Todavía no había dicho una palabra.

Cuando la puerta se cerró a su espalda, me volví hacia él y rompí a llorar sin poder evitarlo. Se acercó a mí al instante, envolviéndome entre sus brazos.

—Shhh… Isabella, ¿por qué lloras? Estoy muy orgulloso de ti. Te lo has ganado. Es el fruto de tu trabajo. —Se echó atrás para retirarme el pelo de la cara—. Vas a ir a la universidad. —Vi que sonreía; parecía sinceramente orgulloso de mí. Eso me hizo llorar todavía más fuerte.
Negué con la cabeza.

—No quiero ir a la universidad —dije con firmeza—. Quiero que vayas tú.

Se echó atrás como si lo hubiera abofeteado.

—Bueno, pero no es eso lo que ha ocurrido. Punto. Irás y te sacarás un título. Vas a marcharte de aquí, Isabella. Tendrás una vida hermosa, llena de libros y ropa bonita, una casa caliente en invierno, coche y la nevera llena. Verás el mar. —Su voz estaba llena de pasión… y angustia. Sentía como si mi propio corazón me sangrara en el pecho. Se me llenaron los ojos de lágrimas.

—Edward… —Di un paso hacia él y le puse la mano en la mejilla—. No me importa nada de eso. Quiero… quiero que… Sé que las últimas semanas han sido… un poco tensas, pero todo puede volver a ser como antes. De verdad. Ya tengo libros. Y si hace frío, nos calentamos el uno al otro. Encontraremos la manera de comer cuando tengamos hambre. —Me agarré a un clavo ardiendo. Yo solo quería amor. Y estaba dispuesta a luchar por ello. De pronto, me di cuenta de que no había nada más importante que el amor. Me acerqué más a él—. Podremos encontrar trabajo en algún sitio, a quién le importa dónde, y alquilaremos una casita. Incluso podríamos cultivar un huerto. —Alcé la voz al imaginármelo. Las palabras comenzaron a salir de mis labios de forma atropellada. Me di cuenta de que parecía desesperada, pero no me importaba. Cogí la mochila y saqué la página que había escrito sentada junto a la carretera—. He hecho una lista —expliqué esperanzada—. Esto es lo que necesitamos ahorrar antes de poder marcharnos a la ciudad. Ya sabes que a veces escribir las cosas hace que se vea todo mejor, incluso convierte en posible lo imposible. —Bajé la mirada al papel, que temblaba en mi mano—. Calculo que solo nos llevará… —Mis palabras se desvanecieron cuando vi que Edward me miraba con profunda compasión. Dejé de hablar, y la expresión de compasión se convirtió en otra de rabia. Dejé caer los brazos mientras el trozo de papel revoloteaba hasta el suelo con tristeza.

—No te atrevas a decirlo siquiera, Isabella —siseó Edward entre dientes—. Tienes una oportunidad, la oportunidad de tener una vida de verdad ¿y prefieres tener una existencia de mierda conmigo? ¿Que los dos luchemos hasta que acabemos odiándonos?

—No —chillé—. No sería así. Y no me importaría tener una vida humilde contigo. —Era cierto. Me di cuenta en ese instante de que tiraría todo por la borda por él. Sabía que era una imprudencia estúpida, que estaba mal, pero era lo que sentía. No lo dejaría allí, en esa casa, ni haciendo autostop en una carretera solitaria para largarse del pueblo. No permitiría que sufriera ni tuviera hambre ni un día más. No. Y nada en la tierra me haría cambiar de idea.

Soltó una risa aguda y pegué un respingo.

—¿El amor nos mantendrá con vida? —preguntó en tono sarcástico—. Tú más que nadie debería saber que eso es una estupidez. El amor no mantiene a nadie con vida, es la comida, el calor. ¿Tu hermana, tu madre y tú habéis sobrevivido gracias al amor todo este tiempo, Isabella?

Tragué el doloroso nudo que tenía en la garganta.

—Es que… solo… No. —Bajé la vista, pero luego lo miré—. Entonces, ¿por qué no vienes conmigo? —Se me quebró la voz al final.

—¿Qué?

Me acerqué más a él.

—Ven conmigo. Siempre has dicho que querías salir de aquí. Ven a California conmigo… Puedes encontrar allí un trabajo, una casa. Podemos estar allí juntos. 

Hubiera jurado que vi pasar un rápido anhelo por su expresión, pero luego se volvió a enfrentar a mí.

—No puedo hacer eso.

Bajé la mirada mordiéndome el labio. La verdad era que sería difícil. Edward apenas tenía dinero. Debería hacer autostop para atravesar todo el país, y luego, ¿qué haría? ¿Vivir en un refugio hasta que consiguiera trabajo? ¿Podría incluso obtener un empleo viviendo en un refugio? ¿Dónde conseguiría ropa? ¿Podría ocultarlo en mi dormitorio? ¿Pondría en peligro mi beca si lo hacía? De acuerdo, la logística no estaba de nuestra parte…

—Vale, entonces escúchame bien. Iré a California, y cuando termine, regresaré aquí, y…

—¡No te atrevas a volver aquí! —gritó, sorprendiéndome. Sus ojos despedían fuego airado—. No se te ocurra hacer la carrera y luego regresar. ¿Cómo se te ocurre considerarlo siquiera? Es tu oportunidad, Isabella. ¿Por qué ibas a volver? El objetivo de la beca es conseguir largarte de Dennville. Punto. Aquí no hay trabajo, no hay ninguna razón para regresar.

Fruncí el ceño.

—La gente que amo está aquí. Mi madre, mi hermana…

Sacudió la cabeza.

—Cuando termines en la universidad, búscate un buen trabajo y págales el viaje para que vayan a vivir contigo. Entonces las tres tendréis una oportunidad en la vida.

—También volvería aquí por ti —aseguré—. Podrías trabajar durante un año, ahorrar algo de dinero y luego viajar a California. Si tenemos que esperar…

—No puedo hacer eso.

—Claro que puedes —dije—. Podemos hacer lo que queramos. Ocurrirá lo que deseemos. ¿Por qué no? —pregunté.

Sus ojos se encontraron con los míos.

—Porque Jessica está embarazada.

Durante un breve segundo, no entendí las palabras. Luego, se me heló la sangre en las venas.

—Jessica… —Me quedé sin voz—. ¿Y qué? ¿Qué tiene que ver contigo, Edward? —pregunté, y la voz se me quebró al decir su nombre.

—Tengo que estar aquí —dijo con algo que era poco más que un susurro.

El mundo se tambaleó a mi alrededor y noté calor en la cara.

—No lo entiendo —balbuceé—. ¿Cómo es posible…? ¿Es tuyo? No es posible que… —Retrocedí y, cuando sentí la pared a mi espalda, me apoyé en ella. Edward me observaba con expresión cautelosa e ilegible—. ¿Lo has hecho con ella?

Dejó escapar un largo suspiro.

—Lo siento. Las cosas estaban poniéndose demasiado serias entre nosotros. Tuve que recordarme a mí mismo que…

—¿Que qué? —sollocé, haciendo que él pusiera una mueca—. ¿Que sería posible decirme adiós cuando llegara el momento? —La devastación fue como un golpe físico en el estómago. No podía estar pasando. ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Nooo! Me di cuenta de que movía la cabeza mientras gritaba para mis adentros.

—Me dijiste que me amabas —grazné al cabo de un rato. Me llevé una mano a la cabeza. No podía ser real. Tenía que detenerlo.

—Es que…

Levanté la mano para detener sus palabras y la sostuve en el aire. Me daba igual lo que estuviera a punto de decir, ya fuera para confirmar o negar. Cualquiera de las dos cosas sería igual de mala. Me salió un sollozo desde el fondo de la garganta.

De repente, Edward avanzó hacia mí.

—Escúchame, Isabella. Vas a marcharte de aquí. Vas a olvidarte de Dennville, Kentucky. Vete de aquí y no mires atrás. Y cuando llegue el momento, construye una buena vida para ti, para tu madre y tu hermana. Marchaos las tres. ¿Sabes lo raro que es que la gente como nosotros consiga salir de un lugar de mierda como este? Tienes la oportunidad. Aprovéchala.

Todavía seguía moviendo la cabeza hacia atrás y hacia delante mientras lo miraba con horror. Esto no estaba sucediendo.

—Se suponía que debías ganar tú la beca. Es mejor que no lo hiciera yo. De todas formas no habría podido utilizarla.

—Me tocaste… —Ahogué un susurro horrorizado—. Me tocaste y luego te fuiste con ella. ¿O te fuiste con ella antes y luego…? —Sollocé—. ¿En qué orden ocurrió, Edward? ¡Dímelo! —grité. Unas lágrimas calientes comenzaron a caer de mis ojos.

—¿Que te diga qué? —preguntó, con evidente confusión.

—¿Me traicionaste con ella antes o después de tomar mi virginidad? —grité. Me temblaba todo el cuerpo.

Edward cerró los ojos con fuerza y los abrió de nuevo.

—¿Importa? —preguntó.

Le abofeteé. Con fuerza. Un profundo dolor atravesó su expresión un segundo antes de que me mirara a los ojos. «Bien». Quería hacerle daño en lo más profundo, igual que él me lo había hecho a mí. Igual que me había destruido con tres palabras: «Jessica está embarazada».

Le golpeé el pecho con los puños. Nunca levantó las manos para alejarme o detenerme. Permitió que le pegara una y otra vez, la cara, el pecho, los hombros. No podía estar pasando esto. Me atraganté con otro sollozo, sentí náuseas y un intenso mareo. Caí contra la pared y grité mi tristeza y confusión, la última parte de mi estúpido corazón se rompió sin remedio.

Se levantó y clavó la vista en el suelo, se metió las manos en los bolsillos mientras una gota de sangre le goteaba desde el labio. Debía de haberlo cortado con el anillo barato que llevaba en el índice. Observé cómo aquella gota roja caía al suelo a cámara lenta, salpicando la ridícula lista que había escrito, emborronando los últimos restos de nosotros. Levanté los ojos lentamente a su rostro. Estaba lleno de tristeza, parecía estar temblando. Quise escupirle. Era culpa suya, ¿cómo se atrevía a estar triste?

Me enderecé con la espalda recta, recomponiéndome. Edward por fin me miró a los ojos, que estaban rojos y suplicantes. ¿Quería mi perdón? Jamás se lo daría.

—Vete de Dennville —dijo con la voz ronca—. Vete y no vuelvas.

Lo miré durante un segundo y, de repente, me sentí vacía y entumecida.

—Eres la mayor decepción de mi vida —aseguré—. Jamás te lo perdonaré. Nunca.

Asintió moviendo la cabeza como si esa fuera la mejor idea que jamás hubiera tenido.

—Perfecto —dijo con la voz ahogada, luego me dio la espalda.

Moví las piernas, que me temblaban como si estuvieran hechas de gelatina, y salí por la puerta. Recogí la mochila y el sobre con la documentación de la beca que había dejado en el suelo antes de alejarme de la casa de Edward Cullen. Salí de su vida, dejando atrás al hombre al que había sido tan estúpida de entregar mi corazón, al que no quería amor ni abrazos, el que me había traicionado de la forma más cruel posible. Las lamentables palabras con las que le había rogado resonaban en mi mente, haciéndome sentir avergonzada y humillada.

No regresé a la caravana. Me fui a los bosques, vagué por ellos sin molestarme en apartar las ramas de los árboles que me golpeaban la cara mientras caminaba, haciéndome cortes y pequeñas quemaduras en las mejillas. El dolor me arrancó de la neblina que me envolvía y, otra vez, me recordó las palabras de Edward. «Porque Jessica está embarazada». Me detuve junto a una madreselva salvaje y vomité el contenido de mi estómago en el bosque. Y luego seguí andando, apretando la beca contra mi pecho como si fuera un salvavidas, que sentía cálido y reconfortante contra mi cuerpo. No supe cuánto tiempo caminé, pero incluso en mi estado de shock, mi cuerpo sabía dónde estaba y, por fin, llegué dando un enorme rodeo a la caravana. Me senté en los escalones y mientras miraba fijamente la puesta de sol, decidí dos cosas: iba a marcharme a California tan pronto como fuera posible, al día siguiente si existía la forma de hacerlo, y nunca, jamás, volvería a enamorarme. Nunca.

4 comentarios:

cari dijo...

😢😢😢😢😢 gracias

vani dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
vani dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
vani dijo...

Hola, pienso que edward se sacrifico por bella y es mentira que dejo a esa chica embarazada. El sabia q bella no iba a querer irse entonces seguro invento todo.
gracias por la historia, me encanta.

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina