Capitulo 20
Isabella
Edward
vino a verme a la mañana siguiente, pero mantuvo una actitud distante, distraída,
casi fría, y no
hizo nada para consolarme. Me sentía herida y desesperada. El dolor de mi
cuerpo era el menos doloroso de todos.
Alice
llegó a casa un par de horas después que yo y tuvo que haber notado mi rostro
magullado, porque me despertó y me exigió que le dijera qué me había pasado.
Lloré entre sus brazos como ella había llorado en los míos al ser abandonada a
los pies de la colina por el hombre que tomó su virginidad y luego se marchó.
El
chico que había tomado la mía no me había herido físicamente, y yo no lloraba
por el golpe que había recibido en la cara. Lloraba por el dolor que sentía en
el corazón.
Los
minutos pasaron lentamente ese fin de semana. Me quedé encerrada en la
caravana, pegando un brinco cada vez que escuchaba un ruido, con la esperanza
de que fuera Edward. Después de la primera mañana, él no regresó, y yo no lo
busqué. Había hecho su elección, y aunque habíamos estado lo más cerca
físicamente que podían estar dos personas, para él no había cambiado nada. En
su mente, ya se había marchado. Lo entendí perfectamente. Y me rompió el
corazón.
La
semana siguiente, y hasta que llegó el fin de semana, no lo volví a ver. Me
acerqué a su casa un par de veces, pero no estaba dentro o no quería abrirme la
puerta.
El
lunes anunciarían quién sería el ganador de la beca. Trataba de sentir algo al
respecto, pero me resultaba imposible. Sabía lo que iba a pasar, era inevitable
que la ganara Edward. Yo había fallado deliberadamente en los finales. Sabía
que la elección estaba entre él y yo. Y también sabía que él la necesitaba más.
Ahora lo entendía. Además, amaba a Edward, y, aparte de mi virginidad, era todo
lo que tenía para ofrecer. Comprendía que, lo mereciera o no, quería entregarme
por completo. Me sentía desesperada, estaba volviéndome loca, casi no podía
pensar en otra cosa que el temor de perderlo para siempre. Sentía continuamente
un dolor sordo en el pecho.
El
lunes por la mañana, me sorprendió ver a Edward esperándome frente a su casa
cuando iba al instituto. A pesar de lo mucho que había sufrido durante la
semana pasada, me dio un vuelco al corazón cuando lo vi.
—Hola
—saludé.
Me sonrió.
—Hola.
Tienes mucho mejor el ojo. —Pero clavó la vista en el hematoma, todavía algo
amarillento, con una expresión decidida.
Asentí.
—Ni
siquiera me duele. —Me miró como si se preguntara si estaría mintiendo, pero no
dijo nada.
—Esta
semana he venido a tu casa un par de veces —expliqué—. No estabas por aquí.
—Esperé nerviosa a que él dijera algo que me hiciera sentir mejor, lo que fuera.
—Necesitaba
conseguir algo de dinero, Bella —me explicó, moviendo la cabeza—. Al tener que
estudiar tanto, he descuidado los ingresos. Y tengo que comer.
Sentí
una opresión en el corazón.
—Edward,
nosotras hemos cobrado algo extra. Podrías haber comido en casa.
Permaneció
en silencio durante tanto tiempo que llegué a pensar que no iba a contestar.
—No
era necesario —repuso finalmente con una mirada triste en los ojos—. Ya estoy
bien.
Quedaban
muchas cosas sin decir entre nosotros, que formaron otra grieta en mi corazón.
No estaba segura de cuántas más podían producirse antes de que se rompiera, y
no quería saberlo.
Avanzamos
en silencio durante un rato. En la mañana flotaba el canto de los pájaros, el
aire caliente me acariciaba la cara y los brazos desnudos. Los rododendros en
flor ante los que pasamos estaban tan llenos de flores rojas que parecían un
exuberante conjunto de brasas. En la naturaleza todo parecía nuevo. Inhalé
profundamente, aspirando la mezcla de tierra fresca y brotes. Quizá podríamos
empezar de nuevo también. De pronto, el mundo me parecía lleno de posibilidades
con el chico que me gustaba caminando a mi lado. Además, este iba a ser un buen
día para él, solo que Edward todavía no lo sabía. Lo miré con los ojos
entrecerrados.
—Bien,
hoy es el gran día.
Me
miró con el ceño fruncido.
—Sí.
—La sonrisa había desaparecido de su cara. De repente, se detuvo en el camino y
se volvió hacia mí—. Isabella, pase lo que pase hoy… —se pasó la mano por el
pelo de esa manera involuntaria que a mí me volvía loca—, es lo que dicta el
destino, ¿vale?
Yo
también fruncí el ceño, sin entender exactamente qué significaban sus palabras.
—Vale
—convine de todas formas. Ya sabía lo que iba a pasar hoy y me había
reconciliado con ello.
Avanzamos
el resto del camino casi siempre en silencio, pero resultó agradable. No podía
leer su estado de ánimo, aunque supuse que era de esperar. Lo dejé a solas con
sus pensamientos. Seguramente estaba nervioso, ansioso y tenía miedo. Dentro de
unas horas vería el fruto de los últimos cuatro años de su vida, de su
sufrimiento, de su dolor, de su trabajo y sacrificio, de su hambre. Todo
terminaría en la asamblea del instituto. A pesar de que quería tranquilizarlo,
no lo hice. No podía enterarse de lo que había hecho.
Quedaban
muchas cosas sin decir entre nosotros, colgadas en el aire matutino, así que
ninguno de los dos dijo nada. Demasiados secretos, medias verdades y dolor.
Cuando
llegamos a la puerta del instituto, se inclinó hacia delante, encerró mi cara
entre sus manos y me besó en la frente. Sus labios quedaron pegados a mi piel
durante un buen rato, como si estuviera reuniendo valor. Luego retrocedió para
mirarme sonriente, mientras recorría mis rasgos con los ojos como si estuviera
memorizándolos. «Como si se despidiera».
Abrí
la boca para decirle algo, para rogarle que hiciera algo, para pedirle que me
explicara lo que estaba ocurriendo. Pero no sabía por dónde empezar. Luego se
dio la vuelta y entró sin mirar atrás.
Más
tarde, al recordarlo todo, me parecía un sueño, como si realmente no hubiera
estado allí en carne y hueso cuando me llamaron. Estaba tan preparada para
escuchar el nombre de Edward Cullen como ganador de la beca que mi cerebro no
oyó mi propio nombre en su lugar. Y allí estaba yo, sentada y sonriente,
aplaudiendo como el resto de los alumnos. La chica que estaba sentada a mi lado
se rio y me dio un codazo.
—Venga,
sube —me dijo con una sonrisa amable.
Parpadeé
y miré a mi alrededor, sorprendida. ¡No! No, no podía ser.
—No
—llegué a susurrar mientras me levantaba e iba hacia el pasillo central,
enfrentándome a las sonrisas y felicitaciones de la gente que apartaba las
piernas para que pasara. Miré a mi alrededor de forma brusca buscando a Edward.
Cuando lo vi, estaba sentado con los alumnos de su clase con una expresión que
me resultó extraña y neutra—. No —susurré de nuevo.
—Isabella
Swan —anunció de nuevo Charlie Black, sonriéndome desde el escenario. No
recuerdo haberme dirigido allí, pero de repente estaba delante de él, y se
inclinaba hacia mí con una gran sonrisa. Se rio, una risa profunda que
recordaba haber oído en la pequeña habitación de la caravana mientras la cama
chirriaba y mamá gemía.
Volví
a mirar hacia el lugar donde estaba sentado Edward, pero él ya no estaba allí.
Se había marchado.
—Bueno,
enhorabuena —me dijo Charlie—. Ya veo que ha sido una sorpresa. —Miré a la
directora, la señora Branson, que sonreía de oreja a oreja. No le devolví la
sonrisa.
Las horas siguientes
pasaron en una neblina. Quería largarme corriendo de allí. Quería perseguir a Edward,
consolarlo, hablar con él, apoyarlo. ¿Qué sentiría él en este momento?
«¡Oh,
Edward!».
Quería
gritar.
¿Cómo
era posible que conseguir lo único con lo que había soñado durante toda la
secundaria se hubiera convertido en una pesadilla? Era curioso que nuestros
sueños pudieran cambiar en solo un instante.
Cuando
todo terminó, cuando hubo aplausos y felicitaciones, cuando me entregaron los
documentos que decían que ya habían pagado la matrícula en la universidad
estatal de San Diego, incluyendo la residencia y una cuenta abierta a mi nombre
con la que me pagaría la comida y otros gastos, cuando todos mis sueños se
hicieron realidad, me dirigí directamente al despacho de la señora Branson.
—Isabella…
—me saludó sorprendida. Emitió una risita burbujeante al verme irrumpir en su
despacho y cerrar la puerta; seguramente pensaba que me había vuelto loca.
—No
puedo aceptar la beca —espeté—. Ha habido un error.
Ella
se rio de nuevo, aunque frunció el ceño.
—Isabella,
cariño, no ha habido ningún error. El señor Black tenía los documentos
preparados. Está todo listo, a tu nombre. No hay errores en cosas tan
importantes como esta. Te lo has ganado, cariño, con todas las de la ley.
Negué
con la cabeza y me hundí en la silla, frente a su escritorio.
—Hice
mal los finales —confesé—. Los hice muy mal.
«Lo
hice por Edward, para que ganara él».
«Esto
es un error. Un error garrafal».
Ella
apretó los labios mientras me miraba con curiosidad.
—Isabella,
soy consciente de que se te atragantaron los finales. De hecho, me sorprendió.
Siempre se te han dado bien este tipo de pruebas. —Hizo un gesto con la mano en
el aire—. Evidentemente, la beca se otorga por algo más que las notas finales.
Como comprenderás, tenemos en cuenta los cuatro años que habéis estudiado en el
instituto… Las optativas que habéis elegido, las actividades extraescolares en
las que habéis participado… Cosas de ese tipo.
Lo
cierto era que no había participado en muchas actividades extraescolares, no
nos lo podíamos permitir. Además había tenido que trabajar. Esto no podía estar
pasando. No podía ser cierto…, pero lo era.
Me
pregunté si todo esto tendría algo que ver con mi madre. Enderecé la espalda en
la silla. ¿Y si el señor Black me había dado esta beca para conseguir que mi
familia se fuera del pueblo? Pero ¿cómo funcionaría? No podía llevarme a Alice
y a mi madre conmigo. ¿Podían acaso dormir en mi habitación de la residencia?
Claro que no. Estaba desesperada y me sentía confundida.
—Quiero transferirla
a otra persona —dije, mirándola con intensidad.
Frunció
el ceño.
—Eso
no es posible. Lo siento, es absolutamente imposible. Está todo listo. —Se puso
en pie y rodeó el escritorio para tomar mis manos entre las suyas, mirándome
con amabilidad—. Isabella, la has ganado. Es tuya. Acéptala. —Se mordió el
labio—. Bueno, a veces sé que es difícil aceptar este tipo de cosas cuando uno
no está acostumbrado a tener mucho, pero, por favor, mi querida Isabella,
siéntete feliz y orgullosa de ti misma. Lo has conseguido. Has hecho el trabajo
necesario para ganarla. Te la mereces. Es tuya.
Hundí
los hombros, pero asentí.
—Gracias,
señora Branson. —Me levanté y salí del despacho. Sí, me lo había ganado, pero
ya no la quería. Tenía que ser de Edward, la necesitaba mucho más que yo.
Salí
del instituto y regresé a Dennville lo más rápido que pude. Esto no me parecía
justo, y no iba a permitirlo. No quería irme de Kentucky. No quería ir a la
universidad. Amaba a Edward y no quería dejarlo, ni por una carrera
universitaria ni por nada. No lo haría. Quizá fuera una idiotez, pero no me
importaba. Lo único que quería en el mundo era a Edward.
Me
detuve cerca de la colina y me senté en una roca que había junto al camino.
Saqué un pedazo de papel de la mochila para escribir una nota con rapidez,
luego me levanté e hice corriendo el resto del trayecto.
Cuando
llegué a la puerta de Edward jadeaba, cubierta de sudor. Di un golpe en la
madera. Él había dejado la asamblea, por lo que pensaba que había regresado
aquí. Oí pasos en el interior. Esperé… Después de un minuto, me abrió
lentamente la puerta y clavó en mí los ojos. Le sostuve la mirada, todavía con
la respiración entrecortada.
—¿Puedo
pasar? —pregunté.
Sonrió
con rigidez y la abrió un poco más, invitándome al interior. Todavía no había
dicho una palabra.
Cuando
la puerta se cerró a su espalda, me volví hacia él y rompí a llorar sin poder
evitarlo. Se acercó a mí al instante, envolviéndome entre sus brazos.
—Shhh…
Isabella, ¿por qué lloras? Estoy muy orgulloso de ti. Te lo has ganado. Es el
fruto de tu trabajo. —Se echó atrás para retirarme el pelo de la cara—. Vas a
ir a la universidad. —Vi que sonreía; parecía sinceramente orgulloso de mí. Eso
me hizo llorar todavía más fuerte.
Negué
con la cabeza.
—No
quiero ir a la universidad —dije con firmeza—. Quiero que vayas tú.
Se
echó atrás como si lo hubiera abofeteado.
—Bueno, pero no es
eso lo que ha ocurrido. Punto. Irás y te sacarás un título. Vas a marcharte de
aquí, Isabella. Tendrás una vida hermosa, llena de libros y ropa bonita, una
casa caliente en invierno, coche y la nevera llena. Verás el mar. —Su voz
estaba llena de pasión… y angustia. Sentía como si mi propio corazón me
sangrara en el pecho. Se me llenaron los ojos de lágrimas.
—Edward…
—Di un paso hacia él y le puse la mano en la mejilla—. No me importa nada de
eso. Quiero… quiero que… Sé que las últimas semanas han sido… un poco tensas,
pero todo puede volver a ser como antes. De verdad. Ya tengo libros. Y si hace
frío, nos calentamos el uno al otro. Encontraremos la manera de comer cuando
tengamos hambre. —Me agarré a un clavo ardiendo. Yo solo quería amor. Y estaba
dispuesta a luchar por ello. De pronto, me di cuenta de que no había nada más
importante que el amor. Me acerqué más a él—. Podremos encontrar trabajo en
algún sitio, a quién le importa dónde, y alquilaremos una casita. Incluso
podríamos cultivar un huerto. —Alcé la voz al imaginármelo. Las palabras
comenzaron a salir de mis labios de forma atropellada. Me di cuenta de que
parecía desesperada, pero no me importaba. Cogí la mochila y saqué la página
que había escrito sentada junto a la carretera—. He hecho una lista —expliqué
esperanzada—. Esto es lo que necesitamos ahorrar antes de poder marcharnos a la
ciudad. Ya sabes que a veces escribir las cosas hace que se vea todo mejor,
incluso convierte en posible lo imposible. —Bajé la mirada al papel, que
temblaba en mi mano—. Calculo que solo nos llevará… —Mis palabras se
desvanecieron cuando vi que Edward me miraba con profunda compasión. Dejé de
hablar, y la expresión de compasión se convirtió en otra de rabia. Dejé caer
los brazos mientras el trozo de papel revoloteaba hasta el suelo con tristeza.
—No
te atrevas a decirlo siquiera, Isabella —siseó Edward entre dientes—. Tienes
una oportunidad, la oportunidad de tener una vida de verdad ¿y prefieres tener
una existencia de mierda conmigo? ¿Que los dos luchemos hasta que acabemos
odiándonos?
—No
—chillé—. No sería así. Y no me importaría tener una vida humilde contigo. —Era
cierto. Me di cuenta en ese instante de que tiraría todo por la borda por él.
Sabía que era una imprudencia estúpida, que estaba mal, pero era lo que sentía.
No lo dejaría allí, en esa casa, ni haciendo autostop en una carretera
solitaria para largarse del pueblo. No permitiría que sufriera ni tuviera
hambre ni un día más. No. Y nada en la tierra me haría cambiar de idea.
Soltó
una risa aguda y pegué un respingo.
—¿El
amor nos mantendrá con vida? —preguntó en tono sarcástico—. Tú más que nadie debería
saber que eso es una estupidez. El amor no mantiene a nadie con vida, es la
comida, el calor. ¿Tu hermana, tu madre y tú habéis sobrevivido gracias al amor
todo este tiempo, Isabella?
Tragué
el doloroso nudo que tenía en la garganta.
—Es
que… solo… No. —Bajé la vista, pero luego lo miré—. Entonces, ¿por qué no
vienes conmigo? —Se me quebró la voz al final.
—¿Qué?
Me
acerqué más a él.
—Ven conmigo. Siempre
has dicho que querías salir de aquí. Ven a California conmigo… Puedes encontrar
allí un trabajo, una casa. Podemos estar allí juntos.
Hubiera
jurado que vi pasar un rápido anhelo por su expresión, pero luego se volvió a
enfrentar a mí.
—No
puedo hacer eso.
Bajé
la mirada mordiéndome el labio. La verdad era que sería difícil. Edward apenas
tenía dinero. Debería hacer autostop para atravesar todo el país, y luego, ¿qué
haría? ¿Vivir en un refugio hasta que consiguiera trabajo? ¿Podría incluso
obtener un empleo viviendo en un refugio? ¿Dónde conseguiría ropa? ¿Podría
ocultarlo en mi dormitorio? ¿Pondría en peligro mi beca si lo hacía? De
acuerdo, la logística no estaba de nuestra parte…
—Vale,
entonces escúchame bien. Iré a California, y cuando termine, regresaré aquí, y…
—¡No
te atrevas a volver aquí! —gritó, sorprendiéndome. Sus ojos despedían fuego
airado—. No se te ocurra hacer la carrera y luego regresar. ¿Cómo se te ocurre
considerarlo siquiera? Es tu oportunidad, Isabella. ¿Por qué ibas a volver? El
objetivo de la beca es conseguir largarte de Dennville. Punto. Aquí no hay
trabajo, no hay ninguna razón para regresar.
Fruncí
el ceño.
—La
gente que amo está aquí. Mi madre, mi hermana…
Sacudió
la cabeza.
—Cuando
termines en la universidad, búscate un buen trabajo y págales el viaje para que
vayan a vivir contigo. Entonces las tres tendréis una oportunidad en la vida.
—También
volvería aquí por ti —aseguré—. Podrías trabajar durante un año, ahorrar algo
de dinero y luego viajar a California. Si tenemos que esperar…
—No
puedo hacer eso.
—Claro
que puedes —dije—. Podemos hacer lo que queramos. Ocurrirá lo que deseemos.
¿Por qué no? —pregunté.
Sus
ojos se encontraron con los míos.
—Porque
Jessica está embarazada.
Durante
un breve segundo, no entendí las palabras. Luego, se me heló la sangre en las
venas.
—Jessica…
—Me quedé sin voz—. ¿Y qué? ¿Qué tiene que ver contigo, Edward? —pregunté, y la
voz se me quebró al decir su nombre.
—Tengo
que estar aquí —dijo con algo que era poco más que un susurro.
El
mundo se tambaleó a mi alrededor y noté calor en la cara.
—No lo entiendo
—balbuceé—. ¿Cómo es posible…? ¿Es tuyo? No es posible que… —Retrocedí y,
cuando sentí la pared a mi espalda, me apoyé en ella. Edward me observaba con
expresión cautelosa e ilegible—. ¿Lo has hecho con ella?
Dejó
escapar un largo suspiro.
—Lo
siento. Las cosas estaban poniéndose demasiado serias entre nosotros. Tuve que
recordarme a mí mismo que…
—¿Que
qué? —sollocé, haciendo que él pusiera una mueca—. ¿Que sería posible decirme
adiós cuando llegara el momento? —La devastación fue como un golpe físico en el
estómago. No podía estar pasando. ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios! ¡No! ¡No! ¡No!
¡Nooo! Me di cuenta de que movía la cabeza mientras gritaba para mis adentros.
—Me
dijiste que me amabas —grazné al cabo de un rato. Me llevé una mano a la cabeza.
No podía ser real. Tenía que detenerlo.
—Es
que…
Levanté
la mano para detener sus palabras y la sostuve en el aire. Me daba igual lo que
estuviera a punto de decir, ya fuera para confirmar o negar. Cualquiera de las
dos cosas sería igual de mala. Me salió un sollozo desde el fondo de la
garganta.
De
repente, Edward avanzó hacia mí.
—Escúchame,
Isabella. Vas a marcharte de aquí. Vas a olvidarte de Dennville, Kentucky. Vete
de aquí y no mires atrás. Y cuando llegue el momento, construye una buena vida
para ti, para tu madre y tu hermana. Marchaos las tres. ¿Sabes lo raro que es
que la gente como nosotros consiga salir de un lugar de mierda como este?
Tienes la oportunidad. Aprovéchala.
Todavía
seguía moviendo la cabeza hacia atrás y hacia delante mientras lo miraba con
horror. Esto no estaba sucediendo.
—Se
suponía que debías ganar tú la beca. Es mejor que no lo hiciera yo. De todas
formas no habría podido utilizarla.
—Me
tocaste… —Ahogué un susurro horrorizado—. Me tocaste y luego te fuiste con
ella. ¿O te fuiste con ella antes y luego…? —Sollocé—. ¿En qué orden ocurrió, Edward?
¡Dímelo! —grité. Unas lágrimas calientes comenzaron a caer de mis ojos.
—¿Que
te diga qué? —preguntó, con evidente confusión.
—¿Me
traicionaste con ella antes o después de tomar mi virginidad? —grité. Me
temblaba todo el cuerpo.
Edward
cerró los ojos con fuerza y los abrió de nuevo.
—¿Importa?
—preguntó.
Le
abofeteé. Con fuerza. Un profundo dolor atravesó su expresión un segundo antes
de que me mirara a los ojos. «Bien». Quería hacerle daño en lo más profundo,
igual que él me lo había hecho a mí. Igual que me había destruido con tres
palabras: «Jessica está embarazada».
Le
golpeé el pecho con los puños. Nunca levantó las manos para alejarme o
detenerme. Permitió que le pegara una y otra vez, la cara, el pecho, los
hombros. No podía estar pasando esto. Me atraganté con otro sollozo, sentí
náuseas y un intenso mareo. Caí contra la pared y grité mi tristeza y
confusión, la última parte de mi estúpido corazón se rompió sin remedio.
Se
levantó y clavó la vista en el suelo, se metió las manos en los bolsillos
mientras una gota de sangre le goteaba desde el labio. Debía de haberlo cortado
con el anillo barato que llevaba en el índice. Observé cómo aquella gota roja
caía al suelo a cámara lenta, salpicando la ridícula lista que había escrito,
emborronando los últimos restos de nosotros. Levanté los ojos lentamente a su
rostro. Estaba lleno de tristeza, parecía estar temblando. Quise escupirle. Era
culpa suya, ¿cómo se atrevía a estar triste?
Me
enderecé con la espalda recta, recomponiéndome. Edward por fin me miró a los
ojos, que estaban rojos y suplicantes. ¿Quería mi perdón? Jamás se lo daría.
—Vete
de Dennville —dijo con la voz ronca—. Vete y no vuelvas.
Lo
miré durante un segundo y, de repente, me sentí vacía y entumecida.
—Eres
la mayor decepción de mi vida —aseguré—. Jamás te lo perdonaré. Nunca.
Asintió
moviendo la cabeza como si esa fuera la mejor idea que jamás hubiera tenido.
—Perfecto
—dijo con la voz ahogada, luego me dio la espalda.
Moví
las piernas, que me temblaban como si estuvieran hechas de gelatina, y salí por
la puerta. Recogí la mochila y el sobre con la documentación de la beca que
había dejado en el suelo antes de alejarme de la casa de Edward Cullen. Salí de
su vida, dejando atrás al hombre al que había sido tan estúpida de entregar mi
corazón, al que no quería amor ni abrazos, el que me había traicionado de la
forma más cruel posible. Las lamentables palabras con las que le había rogado
resonaban en mi mente, haciéndome sentir avergonzada y humillada.
No regresé a la
caravana. Me fui a los bosques, vagué por ellos sin molestarme en apartar las
ramas de los árboles que me golpeaban la cara mientras caminaba, haciéndome
cortes y pequeñas quemaduras en las mejillas. El dolor me arrancó de la neblina
que me envolvía y, otra vez, me recordó las palabras de Edward. «Porque Jessica
está embarazada». Me detuve junto a una madreselva salvaje y vomité el
contenido de mi estómago en el bosque. Y luego seguí andando, apretando la beca
contra mi pecho como si fuera un salvavidas, que sentía cálido y reconfortante
contra mi cuerpo. No supe cuánto tiempo caminé, pero incluso en mi estado de shock,
mi cuerpo sabía dónde estaba y, por fin, llegué dando un enorme rodeo a la
caravana. Me senté en los escalones y mientras miraba fijamente la puesta de
sol, decidí dos cosas: iba a marcharme a California tan pronto como fuera
posible, al día siguiente si existía la forma de hacerlo, y nunca, jamás,
volvería a enamorarme. Nunca.
4 comentarios:
😢😢😢😢😢 gracias
Hola, pienso que edward se sacrifico por bella y es mentira que dejo a esa chica embarazada. El sabia q bella no iba a querer irse entonces seguro invento todo.
gracias por la historia, me encanta.
Publicar un comentario