miércoles, 30 de enero de 2019

No puedo amarte capitulo 2


Capítulo 2

Isabella

—No creo que esta sea una buena idea —le digo a Jacob, sacando mis cajas de leche apiladas de la parte trasera de su auto—. Me siento como una vividora.

Mi novio muestra esa peculiar inclinación de sus labios donde solo ves el lado izquierdo de sus dientes.

—Entonces, ¿qué vas a hacer? —Me mira, deslizando mi mesa de dibujo plegable hacia él y levantándola—. ¿Quedarte en casa de tus padres?

Sus ojos azules están entrecerrados, probablemente por la falta de sueño, mientras ambos caminamos y colocamos nuestras cosas en los escalones del porche de la casa de Edward Masen.

Nuestro nuevo hogar.


Los últimos días han sido una locura, y no puedo creer que ese tipo sea su padre. ¿Cuáles son las posibilidades? Ojalá nos hubiéramos conocido de un modo un poco diferente. No conduciendo a la estación de policía a las dos en punto de la mañana para sacar a su hijo, mi novio, de la cárcel.

—Vamos, te lo dije —comenta Jacob, volviendo al auto por más cosas—. Mi papá fue quien se ofreció a dejar que nos quedáramos aquí. Simplemente ayudamos en las tareas domésticas, y esto nos da la oportunidad de ahorrar para un nuevo lugar. Un mejor lugar.

Claro. ¿Y cuántos niños se mudan a casa para hacer eso y terminan quedándose otros tres años en su lugar? Su padre tenía que saber a qué se estaba ofreciendo.
Haré todo lo posible para irme lo más pronto posible, pero Jacob no ahorra dinero. Conseguir un nuevo lugar, con un depósito, el cual perdimos en el apartamento anterior debido a daños menores en las alfombras, y los servicios públicos requerirán un efectivo sustancial. Una vez que tengamos un lugar, Jacob puede ayudar a pagarlo, pero en realidad conseguirlo y asegurarlo dependerá de mí.

Han pasado tres días desde el teatro y de conocer a Edward Masen. Una vez que sacamos a Jacob, llegué a casa y encontramos nuestro departamento completamente destrozado. Aparentemente, estaba tratando de hacerme una fiesta de cumpleaños tarde en nuestra casa, pero nuestros amigos, sus amigos, no esperaron para comenzar las festividades. A las once, todos estaban borrachos, la pizza ya no estaba, pero bueno, me guardaron un pedazo de pastel.
Tuve que ir al baño para no llorar frente a ellos cuando vi el lugar.

Aparentemente, comenzó una pelea durante la fiesta, los vecinos se quejaron del ruido, Jacob los insultó, y él y otro de sus amigos fueron llevados para que se calmaran. Mel, el propietario, declaró en términos inequívocos que ya había tenido suficiente y que Jacob tenía que irse. Fui bienvenida a quedarme, pero no había forma de que pudiera pagar todo por mi cuenta. No después de haber agotado mis ahorros ayudando a reparar su auto el mes pasado.

Y, gracias a Dios, la policía lo dejó ir sin fianza esta vez, porque no tenía cien dólares para exprimir de ninguna parte, mucho menos dos mil quinientos.

—Eres su hijo —le recuerdo a Jacob, agarrando mi lámpara de pie, una de las únicas cosas importantes que no almacenamos, ya que el padre de Jacob ya tenía una de las habitaciones extras amuebladas—. ¿Pero quedarme aquí también, que él pague todas las cuentas? No es correcto.

—Bueno, no creo que sea correcto por mi parte tener que prescindir de esto todos los días —bromea con una sonrisa engreída mientras me acerca a él y me rodea con sus brazos. Suelto la lámpara y sonrío, complaciendo su alegría a pesar que me siento mal. Ha pasado mucho tiempo desde que me sentí a gusto el tiempo suficiente para olvidarme del estrés que nos golpeaba en todo momento. No hemos sonreído juntos desde hace tiempo, y está empezando a no ser algo natural.

Pero en este momento, tiene ese brillo infantil en sus ojos como si fuera el tornado más adorable y dijera “¿no me amas?”.

Planta su frente en la mía, entrelazo mis dedos a través de su cabello rubio y miro sus ojos azul oscuro que siempre dan la impresión de que acaba de recordar que tiene un pastel entero esperando en el refrigerador.

Tomando mi mano derecha en la suya, levanta ambas entre nosotros, y estrecho la suya en la mía, sabiendo lo que está haciendo. Nuestros dedos se envuelven alrededor de la mano del otro, nuestros pulgares uno al lado del otro, y sostiene mi mirada, mientras los mismos recuerdos pasan entre nosotros.

Para cualquier otra persona, parece un agarre de lucha libre, pero cuando miramos hacia abajo, vemos nuestros pulgares uno al lado del otro y la pequeña cicatriz del tamaño de un guisante que ambos tenemos y compartimos solo con una persona más. Es tonto cuando le contamos a la gente la historia: El arma de balines del hermano pequeño de un amigo, que era demasiado pequeña para nuestras manos, y nos lastimamos la piel cuando tratábamos de usarla, los tres nos reímos cuando nos dimos cuenta que teníamos la misma cicatriz en el dorso de nuestros metacarpianos.

Ahora solo somos Jacob y yo. Apenas los dos. Dos cicatrices, ya no somos tres.

—Quédate conmigo, ¿de acuerdo? —susurra—. Te necesito.

Y por un extraño momento, veo vulnerabilidad.

También lo necesité una vez, y él estuvo allí. Hemos pasado por muchas cosas, y probablemente sea mi mejor amigo.

Por eso soy demasiado indulgente con él. No quiero que sufra.
Y es por esa razón que permito que me convenza de esto. Realmente no quiero mudarme con mi papá y mi madrastra, y es solo hasta el final del verano. Una vez que reciba mis préstamos estudiantiles para el otoño y haya ahorrado dinero por trabajar este verano, puedo pagar mi propio apartamento nuevamente. Creo.
Jacob me abraza y se queda callado. Sabe que todavía estoy enojada con él por haber sido arrestado y por el daño al apartamento, pero sabe que me preocupo. Estoy comenzando a preguntarme si es una de mis fallas. Definitivamente mi debilidad.

Se inclina y ahueca mi trasero, se zambulle en mi cuello y me besa. Jadeo cuando se presiona contra mí, y me río, retorciéndome en sus brazos.

—¡Detente! —lo regaño en un susurro mientras miro nerviosamente a la casa de dos pisos detrás de mí—. Ya no tenemos privacidad.
Sonríe.

—Mi papá todavía está en el trabajo, nena. No estará en casa hasta alrededor de las cinco.

Oh. Bueno, al menos eso es bueno. Miro a un lado y al otro de la calle del vecindario, viendo una casa tras otra, las cortinas abiertas y niños jugando aquí y allá. No es como en los apartamentos donde todo el mundo se entera de todo, pero realmente no importa, porque estás de forma temporal y no te quedarás lo suficiente como para que nadie piense que mereces su atención. Aquí, en un vecindario de verdad, las personas invierten su tiempo en quién vive al lado.

Respiro profundamente, empapándome del olor de las parrillas y el sonido de las cortadoras de césped. Es un barrio realmente agradable. Me pregunto si esta podría ser yo algún día. ¿Encontraré un buen trabajo? ¿Tendré una buena casa? ¿Seré feliz?

Jacob inclina su frente hacia la mía otra vez.
—Lo siento. —No me mira, sino al suelo—. Sigo arruinando las cosas, y no sé por qué. Soy tan inquieto. Simplemente no puedo…
Pero no termina. Solo sacude la cabeza, y lo sé. Siempre lo sé.

Jacob no es un perdedor. Tiene diecinueve años. Es impulsivo, está enojado y confundido.

Pero a diferencia de mí, nunca tuvo que crecer. Siempre hay alguien que se ocupa de él.

—Sabes quién debes ser —le digo—. Comprometerse a eso es un proceso diferente para todos, pero llegarás allí.

Alza la mirada, y un momento de duda cruza su mirada como si fuera a decir algo, pero luego se fue. En su lugar, muestra su pequeña sonrisa arrogante.

—No te merezco —contesta, y luego me da una palmada en el trasero.

Me estremezco, conteniendo mi molestia mientras nos separamos. No, no me mereces. Pero eres lindo y das buenos masajes.

Terminamos de descargar el auto y hacemos varios viajes de ida y vuelta, llevando todo a la casa. Dejo los pocos alimentos que compré antes en la cocina y luego llevo una última caja por la sala de estar y subo las escaleras hasta nuestra habitación, la primera a la izquierda.

Inhalo profundamente mientras giro la puerta de entrada de nuestra nueva habitación, incapaz de ocultar mi sonrisa ante el olor a pintura fresca. Por el aspecto de la casa en la que nos estamos mudando, el padre de Jacob la está renovando. Aunque parece que la mayor parte del trabajo principal está hecho. Había relucientes pisos de madera en la planta baja, con molduras de corona en cada habitación, encimeras de granito en la cocina con todos los electrodomésticos de acero inoxidable nuevos, y los gabinetes de vidrio y negro hicieron que mi corazón se agitara un poco. Nunca había vivido en un lugar ni remotamente tan agradable. Para un trabajador de construcción, Edward Masen no es un mal diseñador.

Definitivamente es una bonita casa. Un lugar realmente agradable, de hecho. No es que sea una mansión, simplemente una casa de dos pisos con un pequeño porche que conduce a la puerta de entrada, pero está reconstruida, hermosa, bien cuidada, y los patios delanteros y traseros son verdes.

Dejo la caja y camino hacia la ventana, mirando entre las persianas. Un patio de verdad. La situación de la mamá de Jacob no siempre fue excelente, así que es bueno saber que tiene un vecindario limpio y seguro aquí cuando lo necesita. Me pregunto por qué siempre hacía que pareciera que necesitaba a alguien que lo cuidara cuando tenía esto en cualquier momento que quisiera. ¿Qué pasa con él y Edward Masen?
Algún día también voy a tener un lugar como este. Desafortunadamente, mi padre morirá en ese remolque en el que crecí.

Jacob entra, dejando un par de maletas sobre la cama, e inmediatamente se va de nuevo, sacando su teléfono en su salida.

—¿Crees que a tu papá le importará si uso la cocina? —pregunto, siguiéndolo fuera de la habitación—. Tengo cosas para hacer hamburguesas.
Sigue caminando, pero escucho su risa entrecortada.

—No me puedo imaginar a ningún hombre, ni siquiera a mi papá, diciéndole a una mujer que no puede usar su cocina para hacerle una comida, nena.

Sí, claro. Echo un vistazo a su espalda cuando gira a la derecha en la sala de estar y se dirige hacia afuera. Sigo yendo directo a la cocina.

Solía gustarme hacer cosas por Jacob. Estar allí para él más de lo que mi madre estuvo para mi padre. Tener una casa limpia, o un departamento, y verlo sonreír cuando le hacía la vida un poco más fácil, o me aseguraba que tuviera lo que necesitaba. Aunque, se ha vuelto unilateral en los últimos meses.

Sin embargo, su padre está haciendo mucho por nosotros, y cocinar algunas noches a la semana es parte del acuerdo, así que no tengo problema para cumplir mi parte del trato. Bueno, nuestra parte del trato, pero Jacob no va a cocinar, así que le dejaré el trabajo del jardín, lo que su padre también estipuló era su responsabilidad de mantenerse ocupado.

Edward Masen. Tuve que hacer un esfuerzo para no pensar en el teatro la otra noche. Todavía es difícil entender la aleatoriedad de toda la situación.

Sigo pensando en el fósforo de la donut, y la charla que me dio sobre ir detrás de lo que quiero. Una parte de mí, sin embargo, siente que también se decía esas cosas a sí mismo. La experiencia y tal vez un poco de decepción se juntaron en su tono, y quiero saber más sobre él. Por ejemplo, cómo fue ser un padre joven.

Y también pensé que era lindo. ¿Y qué? Creo que Chris Hemsworth es lindo. Y Ryan Gosling, Tom Hardy, Henry Cavill, Jason Momoa, los hermanos Winchester… No es que tuviera pensamientos sexuales, por todos los cielos. No tiene por qué ser incómodo.

No puede serlo. Estoy con su hijo.

Caminando hacia una de las sillas en la mesa de la cocina, saco mi teléfono de mi bolsa y abro mi aplicación, Jessie's Girl, empezando inmediatamente donde quedó, después de mi carrera esta mañana. Hago un escaneo de la cocina, así como de la sala de estar, asegurándome que ninguna de nuestras cosas esté por ahí. No quiero molestar a su padre más de lo que ya lo hacemos.
Camino hacia el refrigerador, pasando la mano por la encimera de la isla de paso. Mientras que los otros mostradores son de un granito marrón con pizcas de negro, la parte superior de la isla está hecha de madera gruesa. La madera suave está cálida bajo las yemas de mis dedos, y no siento ningún surco de tallado. Toda la cocina parece renovada recientemente, así que tal vez no haya usado mucho la tabla de cortar. O tal vez no es un gran cocinero.

Una práctica lámpara de bronce cuelga sobre la isla, y doy un pequeño giro antes de llegar al refrigerador, riendo en voz baja. Es agradable poder moverse sin toparse con algo. Lo único que necesita esta cocina para hacerme pasar de una inclinación de cabeza poco impresionada a abanicarme del calor, sería una pared de azulejos contra salpicaduras. Los azulejos son sexys.

Al llegar al refrigerador, saco la carne picada, la mantequilla y la mozzarella, doy una patada a la puerta con el pie mientras doy la vuelta y pongo todo sobre la isla. Recojo las dos cebollas que dejé en el mostrador antes y bailo con la música, deslizándome y balanceándome, mientras tomo un cuchillo de carnicero del bloque y comienzo a cortarlas en finas rebanadas.

La música en mis oídos aumenta, el vello en mis brazos se eriza, y siento un estallido de energía en mis piernas, porque quiero bailar, pero no me lo permitiré. Espero que Edward Masen esté de acuerdo con la música de los 80 en su casa de vez en cuando. En el teatro, no dijo que no le gustaba, pero tampoco contaba con que viviríamos con él.

Me limito a mover los labios y mover la cabeza mientras formo cinco hamburguesas grandes en mis manos y las comienzo a poner en una sartén limpia, ya calentada y cubierta con mantequilla derretida.

Estoy balanceando las caderas de lado a lado cuando siento un cosquilleo que se abre paso alrededor de mi cintura. Salto, mi corazón salta en mi pecho mientras un jadeo se aloja en mi garganta.

Dándome vuelta, veo a mi hermana detrás de mí.

—¡Tanya! —me quejo.

—Te atrapé —se burla, sonriendo de oreja a oreja y pellizcándome en las costillas de nuevo.

Detengo la música en mi teléfono.

—¿Cómo entraste? No escuché el timbre.

Rodea la isla y se sienta en un taburete, apoyando los codos y levantando un aro de cebolla.

—Vi a Jacob afuera —explica—. Me dijo que entrara.
Arqueo mi cuello, mirando por la ventana y lo veo a él y un par de sus amigos rodear el viejo VW de mi abuela, por el que pagó el papá de Jacob para que lo trajeran aquí, ya que ahora no funciona. No podía dejarlo en el departamento, y parece que Jacob finalmente va a cumplir su promesa de arreglarlo, para que pueda tener un auto.

El chisporroteo de la carne friéndose en la sartén golpea mis oídos, y me giro, volteando las hamburguesas. Una mancha de grasa golpea mi antebrazo, y hago una mueca por el dolor.

Sé que Tanya está aquí para ver cómo estoy. Viejos hábitos y eso.

Mi hermana solo es cuatro años mayor, pero fue la madre que nuestra madre no quería ser. Me quedé en el parque de casas rodantes hasta que me gradué de la escuela secundaria, pero Tanya se fue cuando tenía dieciséis años y ha estado sola desde entonces. Solo ella y su hijo.

Echo un vistazo al reloj, viendo que son poco más de las cinco. Mi sobrino ya debe estar con la niñera, y ella debe estar en camino al trabajo.

—Entonces, ¿dónde está el padre? —me pregunta.

—Todavía en el trabajo, supongo.

Sin embargo, pronto estará en casa. Paso las hamburguesas de la sartén al plato y saco los panecillos, abriendo el paquete.

—¿Es amable? —pregunta finalmente, sonando vacilante.

Estoy de espaldas a ella, por lo que no puede ver mi molestia. Mi hermana es una mujer que no tiene pelos en la lengua. El hecho que esté cuidando su tono dice que probablemente tenga pensamientos que no quiero escuchar. Como por ejemplo: ¿Por qué diablos no solo acepto el trabajo mejor pagado, que su jefe me ofreció el otoño pasado, para poder quedarme en mi apartamento?

—Parece agradable. —Asiento, lanzándole una mirada—. Un poco callado, creo.

—Tú eres callada.

Le lanzo una sonrisa, corrigiéndola.

—Hablo en serio. Hay una diferencia.

Se ríe y se sienta derecha, tirando del dobladillo de su top blanco sin mangas, el sujetador de encaje rojo debajo muy visible.

—Alguien tenía que ser serio en nuestra casa, supongo.

“En nuestra casa” al crecer, quiere decir.
Pone su cabello castaño detrás de su hombro, y veo los largos pendientes de plata que usa y que combinan con su maquillaje brillante, sus ojos ahumados y sus labios brillantes.

—¿Cómo está Killian? —pregunto, recordando a mi sobrino.

—Un mocoso, como de costumbre —responde. Pero luego se detiene como si recordara algo—. No, espera. Hoy me dijo que les dice a sus amigos que soy su hermana mayor cuando voy a buscarlo a la guardería —se burla—. La pequeña mierda está avergonzada de mí. Pero, aun así, estaba como “Vaya, ¿la gente realmente cree eso?”. —Y luego sacude su cabello otra vez, montando un espectáculo—. Quiero decir, todavía me veo bien, ¿no?

—Solo tienes veintitrés años. —Termino la hamburguesa con mozzarella rallada, agrego otra hamburguesa, y también le pongo queso—. Por supuesto que sí.

—Ajá. —Chasquea los dedos—. Tengo que ganar dinero mientras pueda.
La miro a los ojos, y es solo por un momento, pero es suficiente para ver la vacilación en su humor. La forma en que su sonrisa desconcertada parece una disculpa y la forma en que parpadea, llenando el silencio mientras sus torpes palabras cuelgan en el aire.

Y cómo tira del dobladillo de su blusa hacia abajo para cubrir la mayor parte de su estómago en presencia de su hermana menor.

Mi hermana odia lo que hace para ganarse la vida, pero le gusta más el dinero.
Finalmente vuelve su atención a mí, su tono suena casi acusador.

—Entonces, ¿qué estás haciendo, por cierto?

—Haciendo la cena.

Sacude la cabeza, poniendo los ojos en blanco.
—Entonces, ¿no solo no dejas al hombre con el que estás, sino que ahora estás sirviéndole a otro?

Coloco un par de aros de cebolla en la primera hamburguesa doble con queso y la cubro con un panecillo.

—No lo hago.

—Sí, lo haces.

La miro con furia.
—Nos quedaremos aquí, en este fabuloso vecindario, imagínate, libre de alquiler. Lo menos que puedo hacer es asegurarme de mantener nuestro acuerdo. Limpiamos y compartimos algunos de los deberes de la cocina. Eso es todo.

Arquea con severidad la ceja derecha y se cruza de brazos, sin creérselo. Oh, por todos los santos. De hecho, creo que estamos obteniendo la mejor parte de este trato que Edward Masen, después de todo. Aire acondicionado, televisión por cable y Wi-Fi, un armario-vestidor…

Extiendo la mano por encima del mostrador y tiro de las persianas, espetando para que deje de molestarme.

—¡Tiene una piscina, Tanya! Quiero decir, por favor.

Abre los ojos de par en par.

—¿De verdad?

Se levanta de la silla y se acerca, mirando hacia el patio trasero. La piscina es perfecta. Con forma de reloj de arena, las baldosas multicolores en la cubierta son de estilo mediterráneo, y tiene una entrada con un piso de mosaico. El padre de Jacob todavía debe estar trabajando en eso porque hay una pantalla en el otro extremo de la piscina con macizos para flores sin flores y picos para mini cascadas que todavía no están instalados. Hay una mesa y sillas colocadas al azar alrededor del perímetro, y el resto del patio trasero cubierto de hierba tiene varios muebles de jardín que aún no están acomodados de manera discernible. Una sombrilla de mesa se encuentra a la derecha, al lado de la manguera, y una parrilla de barbacoa está cubierta con una lona a la izquierda.
Mi hermana asiente con aprobación.

—Esto es bonito. Siempre quisiste vivir en una casa como esta.

—¿Quién no? —respondo. Todos deberían ser tan afortunados.

Aunque todavía se siente mal estar aquí. Sin embargo, me preocupo mucho por Jacob, y prefiero estar con él que en casa de mi padre.

Termino las hamburguesas, mientras ella se da la vuelta, agarrando ambos costados del mostrador y mirándome.

—¿Estás segura que lo único que quiere es que limpies y cocines un poco? —insiste—. Los hombres, sin importar la edad, son todos iguales. Yo debería saberlo.

Sí, puedes callarte ahora. Puedo cuidar de mí misma. Si los novios de la escuela secundaria y trabajar en un bar no me han enseñado eso hasta ahora…

Pero vuelve a hablar, entrando en mi espacio y deteniéndome.
—Solo escúchame por un segundo. —Su tono se vuelve firme—. Es una casa bonita, un vecindario seguro, y sí, puedes ahorrar un poco de dinero. Pero no tienes que quedarte aquí.

—No es la casa de papá y Sue, así que al menos hay eso —le respondo—. Y no puedo quedarme contigo. Agradezco la oferta, pero no puedo estar en el sofá, en el camino de todos, y ser capaz de estudiar con un niño de cuatro años tratando de ser un niño en su propia casa.

Tengo una clase de verano los jueves, así que necesito algo de espacio para trabajar.

—Eso no es lo que quise decir —replica rápidamente—. Podrías haberte quedado en ese departamento. Podrías haberlo pagado.

Abro la boca, pero la cierro de nuevo, dando la vuelta para meter las hamburguesas en el horno durante unos minutos.
No otra vez. ¿Cuándo se va a dar por vencida?

—No puedo, ¿de acuerdo? —le digo—. No quiero. Me gusta mi trabajo, y no trabajo donde trabajas.

—Por supuesto que no. —Me mira con aburrimiento—. Está por debajo de ti, ¿verdad?

—Eso no es lo que dije.

No pienso menos de mi hermana por su trabajo. Alimenta y viste a su hijo. Se tragó su orgullo e hizo lo que tenía que hacer, y la amo por eso. Pero, y nunca se lo diría, no es una carrera que hubiera escogido si hubiera tenido otras opciones.
Y aún no me he quedado sin opciones.
Tanya ha estado bailando en The Hook desde que tenía dieciocho años. Al principio, era solo un trabajo temporal para mantenerse, después que su novio la dejara y también a su hijo. Pero hacer malabarismos con la universidad y su hijo llegó a ser demasiado y, finalmente, dejó la escuela. El plan era retomar el rumbo una vez que Killian comenzara el jardín de infantes, pero eso será pronto, y no creo que tenga planes inmediatos para dejarlo pronto. Está acostumbrada al dinero.

Y hace casi un año, su jefe me ofreció un trabajo de camarera allí, y desde entonces ella ha estado detrás de mí, molestándome para que lo tome. Después de todo, podría ganar más que suficiente para mantenerme, y tal vez tampoco tenga que sacar tantos préstamos estudiantiles. Unos años y eso es todo, había dicho. Estaría fuera.
Pero sé que servir es el trabajo, que su jefe hace que tomen las chicas, mientras las convence para que comiencen a bailar en el escenario.

Y no haré eso. Tampoco veré a mi hermana hacer eso todas las noches.

Mi cuerpo es privado. Es personal para mí y para quien quiera mostrárselo. Me quedaré en Grounders, gracias.

—Estoy bien donde estoy —reitero—. Lo tengo bajo control.

Suspira.

—Está bien —cede, rindiéndose por ahora—. Solo prepárate si esto no funciona, ¿de acuerdo?

Esto, es decir que Jacob y yo vivamos en la casa de su padre.

Me muevo a su alrededor para sacar un poco de limonada del refrigerador y de repente escucho el ruido sordo de un motor cada vez más cerca. Me detengo, mirando hacia la ventana y veo la esquina de una camioneta negra entrar en la calzada. El mismo Chevy Cheyenne del 71 al que subí después de la película la otra noche para llegar con Jacob a la estación de policía.

Mi corazón golpea mi pecho, pero lo ignoro y cierro rápidamente el refrigerador.

—Llegó su padre —le digo, agarrando su bolso del mostrador y empujándolo hacia ella—. Tienes que irte.

—¿Por qué?

—Porque esta no es mi casa —mascullo, empujándola hacia el cuarto de lavado y a la puerta de atrás—. Al menos déjame esperar una semana antes que me imponga en su espacio con todos mis amigos.

—Soy tu hermana.

Oigo el portazo de un auto.

Sigo empujándola hacia la parte posterior, pero está clavando sus talones al suelo.

—Y será mejor que me mantengas informada —exige—. No voy a dejar que permitas que un pervertido de mediana edad y barriga cervecera que estuvo feliz con dejar que una adolescente sexy se mudara a su casa comience a exigir un poco más a su nueva inquilina.

—Cállate. —Pero no puedo evitar reír un poco.

Sí, no tiene panza, ni es de mediana edad, ni es un pervertido. No lo creo, de todos modos.
Se da vuelta, golpeándome en el estómago juguetonamente y bajando la voz a un tono profundo y ronco:

—Vamos, cariño. —Se retuerce hacia mí, tratando de rodearme seductoramente con sus brazos—. Es hora de pagar la renta, cariño.

—¡Cállate! —susurro, medio gritando, riendo e intentando sacarla de la cocina—. Dios, me avergüenzas. ¡Sal!

—No tengas miedo —continúa, fingiendo que es un tipo viejo y espeluznante mientras se lame los labios y trata de besarme—. Las niñas cuidan de sus papás.

Y empuja contra mí en broma, inflando toda la barriga cervecera que puede reunir con su cintura de cincuenta centímetros.

—¡Basta! —suplico, ardiendo de vergüenza.

Me toca las caderas, sonriendo mientras intento sacarla de la cocina.

Pero luego se detiene de repente, su expresión cae y sus ojos se centran en algo, o alguien, detrás de mí.

Cierro los ojos por un momento. Estupendo.

Dándome la vuelta, veo al padre de Jacob en la entrada, entre la sala de estar y la cocina, parado y mirándonos. El calor sube por mi cuello al verlo de nuevo.

Escucho a mi hermana respirar profundamente, y me alejo de ella, aclarando mi garganta. No creo que haya escuchado nada. Al menos, espero que no.

Mueve la mirada entre nosotras y finalmente la deja sobre mí. Su cabello corto está un poco desordenado, y puedo ver el sudor de su día de trabajo todavía humedeciendo los lados, y la sombra de barba en su mandíbula. Marcas negras manchan sus antebrazos, y los tendones de sus manos bronceadas se flexionan cuando agarra su cinturón de herramientas y el contenedor del almuerzo.

Inhala profundamente y avanza, colocando sus cosas sobre la isla.

—¿Ya mudaron todo? —me pregunta, pasándose una mano por el cabello.

Asiento.

—Ajá —dejo escapar—. Quiero decir, sí.

Mi corazón está haciendo esa cosa de nuevo, donde se siente como si estuviera navegando en olas del océano dentro de mi pecho, y no puedo recordar lo que se supone que debo hacer. Así que solo asiento de nuevo, parpadeando hasta que mi hermana aparece a mi lado y finalmente recuerdo lo que estaba pasando.

—Edward. Señor Masen —me corrijo—, lo siento. Esta es mi hermana, Tanya. —Apunto hacia ella—. Y ya se iba.

La mira.

—Hola.

Y después, para mi sorpresa, su mirada regresa a mí por un momento antes de mirar el correo sobre el mostrador y comienza a hojearlo como si no estuviéramos aquí.

Parpadeo, un poco confundida.

Tanya es una atracción de feria. Puede que sea más joven que él, pero sin duda es una mujer, y la mayoría de los hombres dejan que sus ojos se detengan sobre ella, sus largas piernas y los pechos turgentes y grandes que tiene debajo de esa camiseta sin mangas. Él no.

—Sí, encantada de conocerte —dice—. Gracias por recibirla.

Nos lanza una mirada rápida y una media sonrisa antes de tomar todos los sobres y meterlos en un cajón del correo.

Tanya comienza a salir de la cocina, y la sigo mientras entra al cuarto de lavado.

Una vez que está fuera de su línea de visión, gira, diciéndome con un brillo travieso en sus ojos abiertos:

—Oh, Dios mío.

Aprieto la mandíbula, sacudiendo mi barbilla para que siga caminando. Ahora va a estar aquí todos los días coqueteando con él.

Escucho a Edward detrás de mí, abriendo uno de los hornos, y me doy vuelta.

—Estaba preparando la cena —le digo—. Para nosotros tres. ¿Está bien?

Cierra el horno, y veo un atisbo de alivio en su rostro.

—Sí, eso es genial, en realidad. —Suspira—. Gracias. Estoy hambriento.

—Estará lista en quince minutos.

Alcanza el refrigerador y saca una Corona, mete la tapa debajo de un abridor clavado debajo de la isla y la quita, dejando caer la tapa en la basura.

—Suficiente tiempo para ducharme —responde, mirándonos—. Disculpen.

Y luego sale de la cocina, con la botella colgando de sus dedos mientras sale con solo medio paso. Me detengo, y de nuevo caigo en cuenta de lo alto que es. Esta es una casa de buen tamaño, también, pero sería imposible no notarlo en una habitación.

—Ahora lo entiendo —me susurra mi hermana con burla al oído—. Y aquí estaba yo, preocupada porque sufrieras avances indeseados de un viejo sudoroso y gordo.

—Cállate. —Cierro los ojos con exasperación.

Escucho que se abre la puerta trasera y el humor se adueña de su voz mientras bromea:

—Ahora cuídate de tus hombres.

Me giro para cerrarle la puerta de golpe en el rostro, pero grita, cerrándola antes que tenga oportunidad.

—Oh, no me gustan las cebollas.

Me detengo ante las palabras de Edward y miro la salsa de barbacoa rociada sobre mis obras maestras de aros de cebolla. Son una publicación de Instagram esperando a suceder. Si quito las hermosas cebollas doradas, será solo un fail para Pinterest.

—¿Y si pruebas un poco? —Me arriesgo, con una sonrisa tímida—. Te gustará. Lo prometo.

En mi experiencia, los hombres comerán lo que tienen enfrente.

Parece pensarlo un momento y luego cierra el refrigerador y se encuentra con mi mirada. Su expresión se suaviza.

—Bien.

Probablemente siente que me lo debe, ya que hice la cena, así que lo acepto. Cubriendo la hamburguesa, le doy el plato, y él lo lleva hasta un taburete, tomando un bocado antes de sentarse. Echo un vistazo por encima de mi hombro. Su mandíbula deja de moverse, y parpadea un par de veces, los músculos de sus mejillas se flexionan. Y luego escucho un gemido.

Me vuelvo hacia la estufa para que no pueda ver mi sonrisa.

—En realidad, está bueno —asegura—. Realmente bueno.

Solo asiento, pero noto una pequeña pizca de orgullo.

—Cuando comes barato al crecer —indico—, encuentras tus propias maneras de agregarle un toque gourmet.

No dice nada durante unos segundos, pero después de un momento concuerda:

—Sí.

No estoy segura si eso significa que solo está escuchando atentamente o está de acuerdo conmigo. Si ha descubierto mi apellido, debe saber quién es mi padre. Todos en la ciudad conocen a Chip Hadley, así que tendría una idea de cómo vivíamos.

No sé mucho sobre la familia de Jacob, o si siempre han vivido en esta ciudad. Edward Masen no es rico, pero ciertamente no es pobre por el aspecto de su casa.

—Es muy bueno. Lo digo en serio —dice nuevamente.

—Gracias. —Me doy vuelta y coloco un plato en la isla perpendicular a su asiento para Jacob, y el mío junto a ese.

Nos quedamos en silencio, y me pregunto si también se siente raro. Hablamos tan fácilmente la otra noche cuando no sabíamos quién era el otro, pero eso ha cambiado ahora.

Escucho movimiento desde la sala de estar y miro alrededor para ver a Jacob entrando a la cocina. Sonrío. Tiene grasa en toda la camisa y una mancha bajo su labio. Puede comportarse mal como si fuera su trabajo, pero también puede presumir de un encanto infantil como si nada.

Agarra la hamburguesa de su plato en una mano y mete una parte oxidada y sucia del auto debajo de su brazo, inclina su barbilla hacia mí.

—Hola, nena. Estamos trabajando en tu VW. No te importa si como afuera, ¿verdad?

Lo miro.

¿Habla en serio? Disparo una mirada entre él y su padre.

—Sí —contesto suavemente, intentando decir más con mis ojos. No quiero comer a solas con su papá.

—Vamos. —Jacob ladea la cabeza, intentando convencerme con su expresión juguetona—. No puedo simplemente dejarlos allá. Podrías venir y sentarte afuera con nosotros.

Cielos, gracias. Frunzo los labios y me vuelvo hacia el refrigerador, tomando la jarra de limonada. Es grosero simplemente irse. Su padre no es nuestro restaurante. Debería esforzarse un poco por conocerlo.

Pero antes que pueda decirle a Jacob que solo se vaya y coma afuera, su padre habla:
—¿Por qué no te sientas diez minutos? No te he visto en un tiempo.

El alivio me golpea, y estoy agradecida por el respaldo. Finalmente escucho a Jacob soltar un suspiro y las patas de uno de los taburetes de la isla de la cocina raspan el suelo mientras toma asiento frente a su plato.

Me aseguro que el horno esté apagado, agarro mi bebida, y sigo al padre de Jacob mientras toma asiento, dejando el asiento entre él y Jacob vacío. Lo tomo, estirándome sobre la isla y acercando el plato hacia mí.

—Entonces, ¿cómo va el trabajo? —pregunta el señor Masen, y asumo que está hablándole a Jacob.

La mano derecha de Jacob encuentra mi muslo mientras usa la izquierda para llevar la hamburguesa a su boca, y miro a su padre, viendo sus ojos mirando hacia abajo y observando la mano de Jacob sobre mí. Su mandíbula se flexiona mientras vuelve a alzar la mirada.

—Es trabajo. —Jacob se encoge de hombros—. Sin embargo, es mucho más fácil ahora que el clima ha calentado.

Jacob ha estado haciendo construcción de carreteras desde que nos mudamos juntos hace nueve meses. Ha pasado por muchos trabajos desde que lo conozco, pero este le ha durado.

—¿Has pensado en la universidad? —pregunta su padre.

Pero Jacob solo frunce el ceño.

—Tuve que esforzarme demasiado para terminar la secundaria. Ya lo sabes.
Llevo la limonada a mis labios y tomo un sorbo, mi estómago se tensa y ahora no tengo ganas de comer. El padre de Jacob mastica y deja su hamburguesa, levantando luego su botella.

—El tiempo se mueve más rápido de lo que crees —contesta suavemente, casi para sí mismo—. Casi me uní a la marina cuando me enteré… —pero guarda silencio, termina con otra cosa—, cuando tenía dieciocho años.

Pero creo que sé lo que iba a decir. Cuando me enteré que iba a ser padre. Edward Masen no se ve lo suficiente mayor para ser padre de un hijo adulto, así que tuvo que haber sido muy joven cuando Jacob nació. No más de dieciocho o diecinueve años. ¿Lo que lo pondría en unos treinta y ocho? ¿Más o menos?

—Simplemente no podía comprender el hecho de que estaba renunciando a siete años de mi vida —continúa—. Pero siete años fueron y vinieron muy rápido. Asegurar un buen futuro requiere de una inversión y un compromiso, Jacob, pero vale la pena.
—¿Lo valió para ti? —cuestiona su hijo, arrancando un trozo de la hamburguesa, presionando ligeramente el costado de mi muslo. Es un gesto sutil que de hecho me gusta, a pesar de la tensión creciente en la habitación. Es su forma de hacerme saber que puede estar enojado, pero no lo está conmigo, y odia que probablemente me sienta incómoda en este momento.

El padre de Jacob toma un sorbo de su botella y la deja calmadamente en la mesa, su tono ahora es más duro.

—Bueno, he tenido el dinero para pagar tu fianza de la cárcel —indica—. La última vez. Y la vez antes de esa.

La mano de Jacob se tensa alrededor de mi muslo, y mi cuello está tan caliente de repente que desearía tener una liga para mi cabello. Miles de preguntas dan vueltas en mi cabeza. ¿Por qué no se llevan bien? ¿Qué sucedió? El padre de Jacob parece bueno, por lo poco que sé de él, pero Jacob ha levantado un muro entre ellos, y su papá tiene casi tan mal genio como su hijo.

Con la hamburguesa en mano, Jacob aparta su plato y echa la silla hacia atrás, soltando mi pierna.

—Voy a comer afuera —dice, soltando mi pierna—. Ven con nosotros si quieres, nena. Y deja los platos. Los lavaré en un rato.

Abro la boca para hablar, pero me detengo, apretando los dientes. Bueno, esto será divertido.

Jacob se da vuelta y sale de la habitación, y momentos después escucho la puerta principal cerrarse de un golpe. Se escuchan voces amortiguadas desde afuera, y suena un claxon por la calle, pero de repente hace tanto silencio en la cocina que dejo de respirar. Con suerte Edward Masen se olvidará que estoy aquí.

¿Cómo se supone que viva aquí? No puedo tomar un lado si van a hacer esto.

Pero Edward habla, suavizando su voz.

—Está bien —asegura, y lo veo mover su cabeza hacia mí por el rabillo del ojo—. Puedes ir con él si quieres.

Giro mi cabeza, me encuentro con su mirada y le enseño una sonrisa tensa mientras me encojo de hombros.

—Hace calor afuera —contesto.

Ya estoy ardiendo con la tensión de aquí.

Además, los amigos de Jacob no son mis amigos, y afuera no será mejor.

—Lamento eso —dice tomando de nuevo su hamburguesa—. No sucederá mucho. Jacob es muy bueno evitando los lugares donde estoy.
Asiento, sin saber qué más decir. De todos modos, tengo la sensación de que no estaré aquí mucho tiempo. Ya siento que estoy caminando por la cuerda floja.

Me obligo a comer, porque esto no sabrá bien como sobras mañana. La música se escucha desde afuera, el zumbido de una podadora cobra vida en la distancia, y el aroma del césped golpea el fondo de mi garganta cuando entra por las ventanas abiertas, las sencillas cortinas beige de la casa de Edward se mueven con la brisa que entra. Escalofríos cubren mis brazos.

Verano.

Un teléfono suena, y veo a Edward estirarse y tomar su teléfono de la isla.

—Hola —responde.

Suena la voz de un hombre del otro lado, pero no puedo escuchar lo que dice.
Edward se levanta, cargando su plato hacia el fregadero con una mano y sosteniendo el teléfono con la otra, y echo una ojeada mientras está distraído. Las bromas de Tanya sobre él siguen viniendo a mí, calentándome las mejillas, pero no es así.

Edward es un misterio.

Vi fotografías de él y Jacob en la sala de estar, de bebé y de niño, pero aparte de eso, la casa no tiene mucho de su padre. Sé que es un tipo soltero, pero no hay libros sobre la mesa de centro que muestren sus intereses, no hay recuerdos de vacaciones, ni mascotas, ni arte, ni adornos, ni revistas, ninguna parafernalia que indique sus pasatiempos como deportes, juegos, o música… es una casa hermosa, pero es como una casa de exhibición donde en realidad no vive una familia.

—No, necesito otra excavadora y al menos cien bolsas más de cemento —le dice al tipo, sosteniendo el teléfono entre su hombro y oreja, y subiendo más sus mangas abre el grifo.

Sonrío para mí misma. Está lavando los platos. ¿Sin que se le pida? Suelto un suspiro y me levanto del asiento. Supongo que normalmente vive solo, después de todo. ¿Quién más lo haría?

Se ríe ante algo que le dice el tipo y sacude la cabeza, mientras limpio mi plato en la basura.

—Dile a ese imbécil que no está enfermo —exige al teléfono—, y que si no sale de donde sea que esté metido en la mañana, iré y lo buscaré yo mismo. Quiero seguir adelantado a la programación.

Voy a su lado y suavemente dejo mi plato en el mostrador antes de poner la limonada y condimentos de regreso en el refrigerador.
—Sí, sí… —lo escucho mientras enjuaga los platos, y los pone en el lavaplatos—, bien, te veré por la mañana.

Cuelga y deja el teléfono, y le lanzo otra rápida mirada.

—¿Trabajo? —pregunto.

Asiente, echando algo en un vaso y tirándolo.

—Siempre. Estamos construyendo un edificio de oficinas en la veintidós antes de llegar al parque. —Me mira—. No importa cuánto lo planees y presupuestes, siempre hay sorpresas que intentan desestabilizarte, ¿sabes?

La autopista veintidós. El mismo camino que tomo para ir a clases al Doral. Debo haber pasado por su lugar de trabajo muchas veces.

—Nada nunca sale según lo planeado —reflexiono—. Incluso a mi edad, ya lo sé.
Se ríe, las esquinas de su boca curvándose en una sonrisa mientras me mira.

—Exactamente.

De repente titubeo, un déjà vù me golpea. Por un momento, veo al tipo en el teatro otra vez.

Parpadeo, tratando de mirar hacia otro lado. Sus ojos color avellana se ven más verdes bajo la lámpara que cuelga sobre su cabeza, su cabello se secó de la ducha y, de repente, parece más un hermano mayor de Jacob que su padre. Aparto los ojos de su sonrisa, captando un vistazo de los tendones de su brazo que se están flexionando mientras trabaja en el fregadero.

Tomo mi teléfono del mostrador y me doy vuelta para irme, pero luego recuerdo algo.

—¿Puedo tener tu número de teléfono? —Me giro y pregunto—: ¿En caso que haya un problema aquí, pierda mi llave o algo así?

Me mira por encima del hombro, con las manos todavía en el agua.

—Ah, claro. —Cierra el grifo y agarra una toalla, secándose—. Buena idea. Toma.

Agarra su teléfono y abre la pantalla, entregándomela.

—Pon también el tuyo en el mío, entonces.

Le doy mi teléfono y tomo el suyo, ingresando mi nombre y mi número de teléfono. Me alegro de haberlo recordado. Cualquier cosa podría salir mal con la casa. El sótano podría inundarse, podrían entregarse paquetes que no son míos, podría no poder encargarme de la cena alguna noche, que Jacob y yo estemos juntos y necesite avisarle… Este no es mi apartamento donde puedo tomar todas las decisiones.

Le devuelvo el teléfono y él el mío, pero comienza a sonar música del mío, y mira la pantalla del teléfono. Mi aplicación de música debe haber estado activa y la encendió accidentalmente o algo.

Mierda.

Father’s Figure de George Michael comienza a sonar, y arquea las cejas cuando comienza el sugerente coro.

Mi boca se seca al escuchar la letra.

Le arrebato el teléfono y lo apago.

Él exhala una carcajada.

Increíble.

Luego se endereza, aclarando su garganta.

—Música de los 80, ¿eh?

Me paso los dedos por el cabello, deslizando el teléfono en mi bolsillo trasero.

—Sí, no estaba bromeando.

Después de un momento, vuelvo a mirar y lo veo observándome, con una sonrisa en los ojos.

Desvía la mirada a un lado, y se inclina, recogiendo una de las revistas de casa y jardín que no me había dado cuenta había caído de mi bolsa sobre la mesa de la cocina.

—Y es Edward—señala, entregándome la revista—. No señor Masen, ¿de acuerdo?

Está tan cerca, y mi estómago da un vuelco, incapaz de mirarlo.

Tomo la revista y asiento, sin poder mirarlo a los ojos.

Vuelve a su tarea, y me doy la vuelta para alejarme, pero me detengo y lo admiro.

—No tienes que hacer eso, ¿sabes? —le digo, refiriéndome a los platos—. Jacob dijo que lo haría.

Veo temblar su cuerpo con una risa, y luego se inclina para dejar caer algunos cubiertos en el lavaplatos antes de mirarme.

—También tuve diecinueve años —responde—. “En un momento” significa con el tiempo, y con el tiempo no significa esta noche.
Resoplo, mis hombros se alivian un poco. Cierto.

No sé cuántas veces me levanté a la mañana siguiente con un fregadero lleno de platos. Por supuesto, no me haría más feliz con Jacob si su padre soportara su peso con las tareas, pero lo ignoro como diciendo “no es mi problema”.

Mientras yo no tenga que hacerlo.

—Gracias —contesto, rápidamente me lanzo rápidamente al refrigerador y me llevo una botella de agua.

Pero luego se me ocurre un pensamiento.

—¿Tienes otros hijos? —pregunto. Supongo que necesito saber si habrá otras personas que entren o salgan de la casa.

Pero cuando lo miro veo su mandíbula tensa y su ceño fruncido, luciendo un poco demasiado serio.

—Creo que Jacob te diría si tuviera hermanos, ¿no es así?

Contra mi voluntad, mi columna se endereza instantáneamente. Su tono es castigador. Por supuesto, Jacob me diría si tuviera hermanos. Lo conozco desde hace tiempo.

—Claro —respondo apresuradamente, sacudiendo la cabeza como si estuviera en una niebla y por eso había hecho una pregunta tan tonta.

—Además, nunca he estado casado —agrega, su manzana de Adán sube y baja—. Tener varios hijos de varias mujeres no era un error que quisiera seguir cometiendo.

Me quedo quieta, mirándolo y sintiéndome un poco mal. Definitivamente Jacob no fue planificado e, incluso en un pequeño grado, no deseado por sus padres adolescentes. Parte del misterio de su mala relación comienza a esclarecerse.

Pero también aprecio su pragmatismo. No le llevó mucho tiempo a un joven Edward Masen aprender que, hacer bebés con cualquiera no era lo correcto para él. Esa era una consecuencia que nunca quería experimentar, ni siquiera una vez.
Parece darse cuenta de lo que ha dicho y probablemente cómo se escuchó, porque se detiene y me mira, entrecerrando sus ojos en una disculpa.

—No quise decirlo… así. Yo…

—Sé lo que quisiste decir. Está bien.

Muevo mi pulgar detrás de mí y retrocedo.

—Voy a estudiar. Voy a tomar un par de crédito este verano, así que… buenas noches.
Se da la vuelta, cargando el lavaplatos con jabón y encendiéndolo.

—Gracias de nuevo por permitir que nos quedemos aquí —digo.

Me mira.

—Gracias por la cena.

Y antes de irme, camino hacia la mesa donde dejé una vela aromatizada encendida. Debería haberle preguntando al respecto. Puede que no le gusten los aromas tontos en su casa.

Inclinándome sobre la mesa, cierro los ojos, inhalo y pido mi deseo de siempre. Qué mañana sea mejor que hoy. Y soplo, casi inmediatamente oliendo el fuerte aroma del humo que flota en el aire por la mecha apagada.

Siempre es el mismo deseo. Cada vela. Cada vez. Quiero una vida de la que no tenga que tomar nunca vacaciones. Esa es mi meta.

Excepto por el fósforo que apagué en el teatro. Pedí algo diferente esa noche.
Cuando abro los ojos, veo a Edward observándome. Rápidamente se endereza y se da la vuelta.

Y mientras salgo de la cocina y me dirijo hacia las escaleras en la sala de estar, dejo mi revista en el extremo de la mesa junto al sofá.

Ahora alguien vive aquí.



4 comentarios:

cari dijo...

Gracias ❤😘💕

vani dijo...

Son muy chicos, Jacobo con esa edad es un mocoso caprichoso.
Edad difícil, se creen grande pero no actúan acordé.
Gracias por la historia.

Lorraine dijo...

Me gusta mucho esta historia, tiene una buuu buena pinta

Kar dijo...

Hola hola Annel lamento la tardanza pero apenas estoy retomado mis lecturas, respecto a tu post a mi me gusta mucho la adaptación así que ojalá la continúes
Voy por el siguiente capítulo
Saludos y besos

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina