domingo, 9 de febrero de 2020

Capitulo 5 Corazones oscuros


El siguiente capitulo con tienes escenas sexuales explicitas.

Capítulo 5

La electricidad que de pronto parecía cargar la atmósfera se propagó por toda su piel.

—Isabella —susurró Edward contra su nuca mientras la envolvía en sus brazos.

Fue incapaz de contener el gemido que surgió de sus labios abiertos. Estar entre sus brazos le sentaba de maravilla, sobre todo cuando colocó uno de ellos bajo su pecho y deslizó el otro hasta que con la mano le agarró una cadera. Le encantaba cómo Edward usaba la ventaja que le proporcionada tenerla firmemente sujeta a él para controlar el movimiento de sus cuerpos.

Sentir a sus espaldas la dureza y necesidad de él la estaba volviendo loca de deseo. Su cuerpo estaba más que dispuesto. Apretó los muslos y notó la humedad que cubría su ropa interior.

Edward le sostuvo la mandíbula con una mano y le ladeó la cabeza hacia la derecha. Después reclamó su boca, succionando sus labios y explorándola con la lengua. Le dejó llevar la iniciativa; adoraba esa vena dominante en él. No era que fuera brusco, pero sí que tomaba lo que quería. Y ella estaba ansiosa por dárselo todo.


Llevó una mano hacia atrás y se aferró a su cadera, extendiendo los dedos para que estos descansaran en su apretado glúteo. Entonces, y solo para dejar claras sus intenciones, le agarró el trasero y lo atrajo hacia sí. Amortiguó con la boca el gemido que escapó de la garganta de él antes de que sus besos se volvieran más urgentes, más desesperados.

Cuando él dobló las rodillas y empujó las caderas contra sus nalgas, gritó de placer; un sonido que Edward consiguió prolongar, masajeándole un pecho y frotando una y otra vez el pezón con el pulgar.

Pasaron varios minutos retorciéndose el uno contra el otro dentro de los fuertes brazos de Edward. Sus cálidos y húmedos besos eran lánguidos y vertiginosos. Su respiración entrecortada y sus gruñidos se transformaron en un lenguaje que el cuerpo de Isabella entendió a la perfección, respondiendo y anhelando oírlo cada dos por tres.

Le temblaban las manos por la necesidad que tenía de tocarle. Hasta que por fin pudo liberar una de ellas y la alzó para sujetarle por la nuca y así acariciarle, alentándole a continuar. Edward supo interpretar sus movimientos y la besó con frenesí.

Cuando sus labios descendieron hasta su mandíbula, dejando un reguero húmedo por su oreja y garganta, estaba casi sin aliento y con todo su interior gritando de necesidad.

—Por favor —terminó rogándole.

Intentó darse la vuelta entre sus brazos, pero él la abrazó con más fuerza durante unos segundos más. Luego cedió y suavizó su agarre lo suficiente para que pudiera moverse.

Cuando por fin pudo rodearle la nuca con los dos brazos y atraerlo hacia sí, gimió aliviada. Todavía la tenía atrapada contra la encimera, pero disfrutó de aquella firme presión porque le permitía atormentar su obvia erección empujando las caderas y frotando el abdomen contra él.

Las tentadoras manos de Edward juguetearon con ella, trazando un sendero que bajó por sus pechos hasta los costados del estómago y caderas para luego volver a ascender. Isabella se retorció bajó sus caricias; necesitaba más de él. Lo necesitaba en su piel.

Movió los brazos y encontró el dobladillo de su propia camiseta. Edward se apartó los centímetros suficientes para que juntos pudieran quitársela. En cuanto la tuvo en sus manos la tiró al suelo, aliviada por sentir esas enormes palmas explorando su cuerpo con marcado entusiasmo.

Edward recorrió con los ojos la zona que acababa de dejar expuesta. Al ver la intensidad de su mirada se ruborizó de la cabeza a los pies.

—Ah, Castaña, eres preciosa.

Su corazón estalló por la confirmación que contenían aquellas palabras. Cualquier inseguridad que todavía albergara en su mente sobre si podía resultarle una mujer aburrida y del montón desapareció por completo.

Edward bajó la cabeza hacia su pecho y lamió, mordisqueó y besó todo el borde del sujetador de encaje. Mientras le cubría un enhiesto pezón con la lengua, llevó las manos a su espalda y le desabrochó el sostén, que cayó entre sus brazos para seguir el mismo camino que la camiseta y terminar en algún lugar en el suelo.

Cuando le ahuecó los pechos y alternó las atenciones de su boca entre ambos pezones el gemido que soltó Isabella fue alto y claro y cargado de necesidad. Sus manos volaron a la cabeza de él y le sostuvo contra sí mientras arqueaba la espalda para ofrecerle un mejor acceso. Esa boca la estaba volviendo loca. Nunca había tenido a nadie dedicando semejante esmero a sus senos y desde luego tampoco antes se había sentido tan maleable y lasciva por ello. Deslizó una mano por su espalda y le agarró la camiseta negra a la altura de los omoplatos.

—Quítatela —exigió, tirando de ella.

Él se echó hacia atrás y obedeció, aunque continuó devorando un pezón con avidez y solo separó la boca de ella cuando fue absolutamente necesario.

—Oh, Dios mío —murmuró con admiración al contemplar su ancho torso.

Había muchas más cosas de las que había visto en el ascensor. El gran tatuaje tribal que ascendía alrededor del lado izquierdo del abdomen acompañaba a una hermosa rosa abierta de color amarillo sobre su pectoral izquierdo. También estaba el dragón rugiendo en su antebrazo derecho y luego tenía una parte de piel sin marcar hasta llegar a la zona superior del bíceps, donde encontró un símbolo rojo, similar a una cruz, dividido en cuatro partes con una pequeña boca de incendios, el bichero típico de los bomberos y la escalera rodeando un número siete dorado. El intenso bronceado de su piel revelaba las horas que debía de pasar sin camiseta bajo el sol estival, lo que destacaba aún más los vivos colores de los tatuajes.

La primera impresión que tuvo de él había sido de lo más certera. Era absolutamente magnífico. Quería explorar cada centímetro de su cuerpo, tocar cada músculo y tatuaje con los dedos y la lengua.

Decidió empezar en ese mismo instante y posó la boca directamente en la rosa mientras le apretaba los firmes músculos de los costados con las manos. Edward enroscó los dedos en su pelo y la abrazó. Lamió el borde de uno de los pétalos antes de descender y encontrar el pezón, que estaba justo a la altura natural de su boca.

—Me encanta —dijo él con voz áspera antes de besarle el cabello.

Frotó el pulgar sobre la zona que acababa de lamer, para prestar la misma atención con la lengua al otro pezón. Oyó cómo gemía ante su lasciva actitud. Sonrió, era una justa venganza por el tormento al que acababa de someterla.

La piel de Edward se sentía tan bien bajo sus dedos. Y sabía aún mejor; con un toque ligeramente salado por el calor que habían tenido que soportar en el ascensor. Se los imaginó juntos en la ducha, usando sus propias manos cubiertas de jabón para limpiarle a conciencia. Con los labios aún pegados a su pecho, esbozó una sonrisa. «Ya lo haremos en otro momento», pensó. «Por favor, que haya otro momento.»

Aquella lenta exploración estaba empezando a dolerle. Le palpitaba la hendidura entre las piernas y la tenía completamente empapada. Su cuerpo suplicaba el alivio que sabía le proporcionarían sus caricias. Y rezó porque el cuerpo de Edward anhelara lo mismo.

Se metió el pezón derecho en la boca y lo lamió en círculos hasta que notó cómo él enroscaba su pelo en un puño. No supo si para mantenerla en el mismo lugar o para que se apartara. Tal vez para ambas cosas. Pero sí que tuvo claro que a Edward le estaba gustando porque gruñó y presionó sus caderas contra ella.

A modo de experimento, decidió dejar de divertirse con los pezones y se puso a dibujar lentos círculos sobre su abdomen, disfrutando de la manera en que sus músculos se estremecían y contraían bajo su tacto. Cuando sus dedos se enredaron en la línea de vello castaño que desaparecía bajo la cintura de los pantalones, la respiración de Edward se aceleró ostensiblemente. Sin embargo, no se detuvo y continuó bajando sobre la entrepierna de los jeans, acariciando la considerable longitud de su erección con la palma de la mano.

—¡Jesús! —exclamó él con voz ronca. Entonces empezó a frotarse contra su mano.

Al notar cómo los dedos de él regresaban a sus pezones, jadeó y echó la cabeza hacia atrás para poder mirarle. Sus ojos ardían de deseo. Edward se inclinó hacia ella y buscó su boca para poder invadirla con la lengua.

Ella como respuesta pasó de acariciarle la entrepierna a frotársela con ímpetu a través de la tela.

—Isabella —susurró con voz áspera y seductora—. No te imaginas lo mucho que te deseo. —Ahora fue él el que se retiró un poco para que pudieran contemplarse el uno al otro. Después se acercó y le colocó un mechón detrás de la oreja—. Dime qué es lo que quieres.

Muy a su pesar, retiró la mano del erótico lugar donde la tenía y le acunó la cara.

—Todo. Lo quiero todo.
*  *  *
La sangre golpeaba a través del cuerpo de Edward. Tenía los cinco sentidos completamente enardecidos; el increíble aroma de Isabella, el sonido de sus gemidos y jadeos, la suave y sedosa sensación de aquella piel bajo sus dedos, el salado y a la vez dulce sabor de su carne… No dejó de observarla mientras la besaba y acariciaba, ansioso por saber qué le gustaba y regodeándose en aquello que le daba placer.

Pero cuando ella empezó a tocarle, creyó que perdería la cabeza. Isabella había tirado de su camiseta para que se la quitara; algo que hizo más que gustoso. Entonces ella empezó a devorar la piel de su pecho después de comérselo con los ojos. Cada toque con su boca y manos fue sensual y provocador y consiguió que todo su cuerpo vibrara en busca de más.

Y vaya si se lo había dado. La presión de esa pequeña y fuerte mano sobre su erección le resultó irresistible. Y obviamente no perdió la oportunidad de aprovechar la increíble fricción que tanto necesitaba y que ella le estaba proporcionando de buen grado.

Luego le confirmó que también lo deseaba y del mismo modo que él a ella. Sus palabras resonaron por todas partes; una anhelada satisfacción le calmó la mente y sintió en el pecho una reconfortante calidez. Todas aquellas sensaciones eran magníficas, una fuente de vida en sí mismas, y más de lo que nunca esperó experimentar.

Sin embargo, en ese momento fue su pene el que reaccionó con más facilidad a sus palabras, ansiando que le proporcionaran la satisfacción que le habían prometido. Y por si no tuviera suficiente, Isabella dejó de acunarle con cariño la cara y los dedos de su mano derecha se engancharon en la cinturilla de sus jeans y se dio la vuelta, sacando a ambos de la cocina.

Edward sonrió, complacido por su forma de hacer las cosas, y la siguió con entusiasmo mientras lo guiaba más allá de la pequeña mesa del comedor, a través del salón y hasta llegar a su santuario más privado. El dormitorio era cuadrado y estaba tenuemente iluminado, las distantes luces de la cocina y el resplandor de la luna que se filtraba a través de las finas cortinas otorgaban una iluminación única.

Una vez dentro, Isabella se volvió para mirarlo a la cara, pero no solo no sacó los dedos de dónde los tenía, sino que agregó la otra mano y le desabrochó los botones con facilidad. Le miró a los ojos y empujó el pesado tejido de denim en la zona que se ceñía a sus caderas mientras deslizaba la otra mano entre sus ajustados calzoncillos hasta tocarle piel con piel.

Abrió la boca por la excitación que le produjeron aquellos suaves dedos acariciando su dura longitud. Isabella le sostuvo la mirada y él le suplicó con los ojos que continuara.

—¡Joder!, ¿qué me estás haciendo? —Ella no lo sabía, pero con esa pregunta no solo se refería a los maravillosos movimientos de su mano.

Cuando Isabella tiró de sus jeans con la mano libre, Edward se apresuró a bajárselos, junto con la ropa interior, por las caderas. Después la observó contemplarle. Tenía una visión perfecta de esa mano acariciándole. Cerró los ojos con la intención de dejar de ver la erótica imagen y lograr un poco más de control sobre sí mismo; quería que aquello durara un poco más y ella lo estaba llevando al límite.

Pero entonces la oyó gemir y volvió a abrirlos. Por lo visto no era el único al que alteraba ver aquella mano alrededor de su polla. Isabella tenía la boca abierta y el rubor se extendía por su agitado pecho desnudo. Cada pocos segundos, además, asomaba la lengua por el labio inferior y se lo lamía.

De repente, asió su miembro con más determinación y le rodeó la cintura con una mano. Entonces tiró de él y retrocedió unos pasos hasta que sus piernas tocaron la cama. Se sentó y lo acercó aún más hacia sí de modo que su erección quedó justo a la altura de su cara.

Edward se quedó sin aliento. Nunca había deseado tanto algo en el mundo como cuando la vio alzar los ojos para mirarle mientras se metía el glande en los labios rosados. Jadeó en cuanto notó aquel calor húmedo envolviéndole.

—Por Dios, Isabella…

Abrió y cerró los puños. Pero entonces ella le sorprendió agarrándole una mano y colocándosela encima de la cabeza. Se separó de él un segundo y le dijo:

—Enséñame cómo te gusta.

La oferta le dejó estupefacto; se puso todavía más duro dentro de su boca. El deseo que sentía le llevó a enroscar los dedos en su cabello, pero todo lo que ella le estaba haciendo le encantaba.

—Confía en mí, nena, sabes cómo volverme loco. Todavía estoy que no me lo creo… tienes una boca perfecta.

Se estremeció al notar el gemido que soltó alrededor de su pene. La succión de su boca y los movimientos que hacía con la lengua le estaban derritiendo por dentro. Al final terminó sucumbiendo y aplicó una ligera presión con el puño contra la parte posterior de su cabeza. Lo que sí que evitó fue embestir contra su boca, y no porque el cuerpo no se lo estuviera pidiendo a gritos, sino porque quería dejar que llevara la iniciativa y no pretendía terminar de esa forma. Lo cierto era que en ese momento estaba caminando por una línea muy delgada.

Delgadísima para ser más exactos.

Si no la detenía en ese momento, sería incapaz de contenerse y se abandonaría al placer que ella le estaba proporcionando. Así que le tiró del pelo con suavidad, instándola a que parara.

Ella lo soltó y lo miró. Tenía los labios brillantes y húmedos y una sonrisa de satisfacción en la cara. Edward también sonrió y se inclinó para besarla.

Sin despegarse de sus labios, se arrodilló y dejó caer las manos sobre sus muslos. Segundos después, ascendió con los dedos hasta su cintura.

—Levántate —ordenó.

Después de quitarle lo que le quedaba de ropa, se sentó sobre sus talones y se embebió de la belleza de su feminidad. Con toda la intención del mundo, recorrió con la mirada los redondeados e hinchados montículos de sus pechos, que subían y bajaban ostensiblemente por su respiración entrecortada, la suave curva del estómago de porcelana y descendió hacia el parche de rizos húmedos y rojos que coronaban su sexo.
*  *  *
A Isabella el corazón le iba a mil por hora. Cada progreso de aquel interludio le tensaba los nervios y preparaba la zona más íntima entre sus muslos. En cuanto lo tuvo en el dormitorio, supo que tenía que saborearlo.

Disfrutó del cálido y solido peso de su miembro en la boca, de la forma en que el éxtasis le hizo abrir los labios y del profundo gruñido que llenó la estancia la primera vez que se lo metió entero hasta la garganta. Al alzar la vista y contemplar el intenso brillo en su mirada, tragó más profundo. Quería procurarle el mismo placer que él le había dado toda la noche. Cuando notó la irregular cicatriz de unos diez centímetros que tenía en la cadera derecha, redobló los esfuerzos, succionándole el pene con más intensidad y lamiéndoselo con más vigor.

Edward había atravesado un auténtico infierno y salido de él a una edad muy temprana. Y aun así, sobrevivió sin sucumbir a la amargura, resentimiento y desesperación que debían de haberle tentado en más de una ocasión. En vez de eso, era el tipo de persona que ayudaba a otras, no solo de forma natural, sino convirtiéndolo en su medio de vida. A demás era extremadamente amable y divertido y más atractivo de lo que cualquier hombre tenía derecho a ser.

De modo que había querido hacer eso por él y centró todos sus esfuerzos en conducirle al placer. Una y otra vez había hundido las mejillas y chupado con fuerza, metiéndose toda su longitud en la boca. Justo cuando el glande llegaba a sus labios, detenía la succión y volvía a tragarlo por completo hasta sentir la punta en la parte posterior de la garganta. Oír su respiración agitada y las maldiciones que masculló la sobreexcitaron.

Estuvo a punto de soltar un quejido cuando notó que tiraba suavemente de su pelo para que le soltara, pero estaba tan ansiosa por ver qué sería lo siguiente que no le prestó demasiada atención.

Antes de darse cuenta veía a Edward contemplar su cuerpo desnudo. Apenas se estaban tocando, pero el momento le resultó extremadamente erótico. Aunque también trascendía de lo meramente sexual. Estaba convencida de que detrás de la máscara de deseo que cubría la expresión de Edward se escondía otra emoción. Adoración. Y aquello consiguió que estando con él de esa manera se sintiera segura y protegida.

Dios, se le veía tan condenadamente sexi arrodillado entre sus piernas. Edward Cullen era un hombre grande en todos los sentidos. Tenerlo frente a ella de esa forma…

De repente la atrajo hacia sí y tuvo la inequívoca impresión de que estaba con un depredador acechando a su presa.

—Túmbate —la alentó él mientras la sostenía por las caderas y se acomodaba entre sus muslos.

Obedeció al instante, aunque se recostó sobre los codos para poder ver lo que hacía.

Entonces, sin previo aviso, bajó la cabeza hacia la hendidura entre sus piernas y dio un prolongando e intenso lametón a sus pliegues. Y todo eso sin dejar de mirarla.

—¡Oh, Edward! —Sintió su lengua en todas las fibras de su ser.

—Sabes también como me imaginaba —murmuró contra su sexo. Acercó la cara a su rojizo vello púbico y lo besó con dulzura. Después le separó más los muslos y lamió su piel más sensible una y otra vez.

Isabella se aferró al suave edredón verde que tenía debajo. El placer que le estaba proporcionando de forma tan experta hacía que apenas tuviera fuerzas, de modo que dejó caer todo su peso contra la cama y se dedicó a disfrutar mientras su lengua jugaba con ella. Profirió una retahíla casi ininterrumpida de halagos y súplicas, pues mostrarse cohibida no formaba parte de su naturaleza.

No era la primera vez que un hombre le hacía aquello, pero ninguno había sido tan receptivo a las señales de su cuerpo como Edward. La atención que le estaba prestando hizo que enseguida se pusiera a alternar lánguidas y profundas caricias de su lengua, que iban desde su hendidura hasta el clítoris, con intensas succiones y golpecitos en este último. De vez en cuando, incluso notaba los aros de metal que llevaba en el labio frotándole los pliegues vaginales; una inesperada sensación que encontró sorprendentemente decadente.

Estaba jugando con su cuerpo, llevando las riendas de su placer, provocando los mismos puntos una y otra vez. Cuando agregó el pulgar a la ecuación y le masajeó repetidamente el clítoris mientras con la lengua le lamía en círculos antes de sumergirse en su apertura, todas sus terminaciones nerviosas se concentraron en el centro de su cuerpo.

—Edward, oh, Dios mío. Oh, Dios mío. —La energía, pura y candente, fluyó por todo su ser, invadiéndola, amenazando con partirla en dos.

Él respondió a sus palabras frotándola con más fuerza, más rápido, penetrándola con la lengua todavía más.

—Voy a… oh, estoy...

Un fuerte gemido interrumpió sus palabras al tiempo que una gloriosa explosión de sensaciones, que tenía su origen en la talentosa boca de Edward, rebotó a través de cada célula de su cuerpo. Los músculos se le contrajeron como si de una onda se tratara. Gimió al ver que él se negaba a bajar el ritmo y seguía estimulando su zona más sensible, prolongando el orgasmo que estaba teniendo hasta el infinito.

—¡Madre mía! —logró gritar a pesar de su jadeante respiración.

Edward trazó un sendero de besos desde su muslo derecho hasta la cadera. Ahí fue cuando se percató de la sonrisa que dibujaron sus labios antes de darle un ligero mordisco en el hueso de la cadera. Isabella se echó a reír.

Le encantaba que no fuera de los que se ponían serios durante el sexo, sino que se riera y le gastara bromas. Otra cosa más que tenían en común.

Pero todavía no había terminado con él.

Intentando que se ahorraran la incómoda conversación, sacó el brazo derecho fuera de la cama y señaló la mesita de noche.

—Cajón. Preservativo. Póntelo. Ya.

—Mmm. Sí, señora. —Edward se puso de pie y se quitó los pantalones que todavía tenía alrededor de las rodillas.

Isabella se lamió los labios mientras lo veía dar los tres pasos necesarios para rodear la cama y dirigirse hacia el cajón. Tenía un cuerpo que era puro músculo y se movía con fuerza contenida. Se fijó en que tenía más tatuajes sobre los omoplatos, pero no había suficiente luz para que pudiera apreciar los detalles del diseño.

Ya lo haría después. Tenía toda la intención de explorar cada centímetro de ese cuerpo increíble. Pero ahora lo necesitaba con ella, dentro de ella. Necesitaba resolver toda la tensión sexual que habían ido acumulando durante horas.

Edward arrojó a un lado el envoltorio plateado y desenrolló el preservativo sobre su grueso miembro. Isabella se sonrojó, aunque no pudo apartar la mirada; esa acción siempre le había resultado particularmente erótica. Cuando la miró con una sonrisa, se recostó sobre las almohadas y le tendió la mano.

Edward gateó por la cama y se colocó sobre ella. Le encantaba sentir el peso de un hombre encima. Y nunca había sido tan dichosa como cuando la alta y musculosa complexión de Edward la abarcó por completo y de una forma tan dulce.

Después le acunó la cabeza con suavidad y la besó con los labios cerrados hasta que ella le alentó con la lengua a abrir la boca. Notó su propio sabor en él, algo que también la excitaba muchísimo, porque era como volver a probar el placer que le había estado dando una y otra vez. Edward soltó un ronco gemido al sentir su lengua, entonces ella le besó con más ímpetu, hasta que él rompió el beso y le mordisqueó la mandíbula como castigo por su atrevimiento, pero inmediatamente después le acarició los rizos con los dedos y le frotó la mejilla con los nudillos.

—¿Estás segura?

Isabella sonrió e hizo un gesto de asentimiento.

—Muy segura. ¿Y tú?

Él se echó a reír.

—Mmm… —Vio cómo fruncía los labios y miraba al techo, fingiendo que se lo estaba pensando.

Extendió una mano y le dio una palmada nada suave en el trasero.

Edward la miró con la boca abierta.

Isabella enarcó una ceja.

—Te dije que te pegaría.

Soltó tal carcajada de felicidad que no pudo evitar sonreír a pesar de que quería hacerse la ofendida.

—Cierto. Me gustan las mujeres que cumplen sus promesas. —Volvió a besarla, con más dulzura en esta ocasión—. Sí, Isabella, estoy muy seguro de que te deseo. ¿Puedo tenerte? —Había tal intensidad en su mirada que casi pensó que estaba pidiéndole permiso para algo más que para poseer su cuerpo.

—Sí —susurró, intentando que su respuesta abarcara todos los sentidos a los que él hubiera querido referirse con su pregunta.
*  *  *
Edward se apoyó sobre un codo, bajó la mano y acarició los suaves pliegues de Isabella. Quería asegurarse de que estaba preparada. Y lo estaba. Que respondiera a su tacto de esa forma lo emocionó. Guio el pene hasta su entrada y la miró. Y entonces empezó a penetrarla lentamente.

Gimió por la sensación de estar dentro de ella y por la idea de que tal vez, solo tal vez, había encontrado un lugar, una mujer a la que pertenecer.

Las estrechas paredes de su zona más íntima se aferraron a su miembro con ferocidad. El calor y la suavidad le envolvieron. Soltó un grave jadeo.

—Me siento tan bien dentro de ti.

Cuando la llenó por completo, se detuvo un instante para que ambos pudieran saborear aquella sensación.

Isabella le agarró de los hombros.

—Igual que yo. Dios, me siento…

Al ver que no terminaba, estudió su rostro y observó un rubor florecer allá donde sus actividades anteriores ya habían sonrojado su piel. Ahora sí que estaba intrigado, quería saber cómo concluía aquella frase.

—¿Qué? ¿Cómo te sientes? —Luchó contra el impulso de mover las caderas.

Ella movió la cabeza y arqueó la pelvis, haciendo que se insertara todavía más en su interior. Sí, había sido algo increíble, pero reconoció perfectamente el intento de distracción.

Sacó el pene hasta que solo quedó dentro de ella la punta del glande. Le temblaron los hombros por lo mucho que le costó no volver a hundirse en ella.

—Dímelo.

Isabella gimió.

—Edward, te necesito.

Sonrió ante el tono de súplica de su voz. Entonces sintió cómo ella le rodeaba las caderas con las piernas y le empujaba hacia sí con los talones. Pero tenía una complexión demasiado fuerte para que pudiera moverle así como así. Al darse cuenta de su derrota, Isabella hizo un mohín, aunque terminó cediendo.

—Me siento tremendamente llena.

Su ego escaló unos cuantos puestos y como quería que continuara sintiéndose igual, volvió a sumergirse en su húmeda calidez.

—¿Así?

—Sí, justo así —jadeó—. ¡Dios!

Recordó su anterior deseo de verle la cara cuando la tomara y se apoyó sobre los brazos, dejando las manos a ambos lados de sus costados. Al contemplar la vista tan completa que le otorgaba aquella postura gruñó complacido.

Entonces volvió a moverse, flexionando las caderas una y otra vez, embistiendo con su dura longitud contra la húmeda y estrecha vagina. Isabella cambió de posición y sus músculos internos le succionaron el pene con avidez. Colocó el brazo derecho debajo de su pierna izquierda para abrirla un poco más, lo que le permitió profundizar la penetración.

Movió la cabeza. Estaba en la gloria.

—Eres tan estrecha. Y estás tan húmeda…

Isabella jadeó y se mordió el labio inferior mientras entraba en ella una y otra vez con potentes envites. Sus ojos azules ardían de deseo y lo miraban con adoración.

Edward le devolvió la mirada con la misma intensidad. Estuvo pendiente de cada movimiento, de cada una de sus reacciones, elaborando un mapa de información sobre aquella mujer que esperaba poder ir engrosando durante mucho, mucho tiempo.

Cuando la vio ascender con las manos, acunarse sus propios pechos y frotarse los pezones, ronroneó complacido.

—Bien. Muy pero que muy bien.

Le gustaba que tuviera la confianza suficiente con él como para darse placer durante el sexo. No era reservada. No le iban los juegos. Era una persona auténtica, que buscaba que ambos se excitaran sin ningún subterfugio. Su honestidad hizo que la encontrara todavía más atractiva.

Al verla bajar la mirada en el lugar donde sus cuerpos se unían, hizo lo mismo.

—Joder —murmuró, contemplando cómo la húmeda polla entraba y salía de ella.

—Se nos ve… bien… juntos —gimió con suavidad.

—Sí, se nos ve perfectamente bien —acordó con voz áspera. Volvió a mirarla a la cara—. Eres tan guapa.

Ella sonrió y le hizo un gesto para que la besara. Le soltó la pierna y se apoyó de nuevo sobre los codos, metiendo las manos debajo de sus hombros para alzarla un poco. Después le devoró la boca hasta que la necesidad de respirar le hizo imposible continuar.

El dormitorio se llenó con los sonidos propios sexo. El desplazamiento de sus cuerpos al moverse al unísono. Los jadeos entrecortados y gemidos apasionados. Todos y cada uno de ellos reverberaron directamente en su pene, haciendo que la deseara aún más.

Se encorvó posesivamente sobre Isabella y se hundió en ella una y otra vez, disfrutando de la sensación de la unión de sus cuerpos. Con cada envite, giraba el hueso pélvico. La mejor recompensa que obtuvo fueron sus gemidos de placer cada vez que tocaba el punto exacto.

—Dulce Edward —susurró ella mientras le besaba con los labios entreabiertos la rosa amarilla.

Bajó la cabeza y la besó en la frente con veneración.

Entonces ella volvió a rodearle con las piernas, agregando una profundidad que hizo que se le contrajera toda la ingle.

—Mierda… —Tragó saliva—. Necesito que… te corras. ¿Me harías ese favor? —jadeó.

—Estoy muy cerca —sollozó ella.

—Tócate. Córrete conmigo.

Isabella gimió, bajó la mano derecha y acarició la humedad que él le estaba proporcionando. Luego separó los dedos en forma de «v» y los deslizó alrededor de su miembro mientras se hundía dentro y fuera de ella.

—Ah, Jesús. —La sensación añadida lo llevó al límite—. Castaña —le advirtió en tono áspero y crudo.

Isabella movió los dedos y comenzó a frotarse en círculos el clítoris. Edward se incorporó un poco y bajó la vista, pero tuvo que dejar de mirar antes de que la increíble imagen de ella tocándose le hiciera alcanzar el orgasmo antes que ella.

—Solo déjate llevar. Siente cómo te lleno… las caricias de tus dedos.

Un suplicante gemido brotó de su garganta.

—Sigue hablando, Edward.

Ahora fue él el que gimió. La tensión acumulada por retrasar su clímax estalló, de modo que soltó lo que más loco le estaba volviendo en ese momento.

—Estas tan apretada. Y esto está siendo alucinante. Toda tú lo eres…

Gruñó al sentir cómo se apretaba alrededor de su polla.

«Solo un poco más. Provócala un poco más.»

—Córrete —masculló con los dientes apretados—. Córrete conmigo.

Isabella apretó la mano que tenía sobre su espalda, clavándole las uñas en la piel.

—Isa…

—¡Oh, ya! ¡Oh, Dios mío!

—Joder, sí. —Sintió cómo el orgasmo se propagaba a través de su cuerpo. Sus paredes internas aferraron su polla sin piedad. Era más de lo que podía soportar—. Oh, Jesús. —Embistió sobre ella una vez más, dos, tres… La liberación surgió de lo más profundo de su ser. Tensó los músculos mientras le golpeaba el orgasmo más intenso de toda su vida. Después cayó sobre ella y se estremeció con el pene aún palpitante—. Isabella —murmuró, jadeando sobre su suave cabello. Le beso la húmeda piel de las sienes y escondió la cabeza en el hueco de su cuello antes de retirarse gentilmente de su interior.

Se sumieron en un cómodo y prolongado silencio. Acostarse con ella había sido increíble, pero la tranquilidad que sentía a su lado era lo que realmente le hizo albergar esperanzas de poder pasar toda la noche con ella, y el día siguiente… y el mes siguiente… y…

Estar en paz no era una emoción que le resultara muy familiar, pero con Isabella, lo estaba. Y no sabía cómo había podido renunciar a vivir sin aquello.
*   *   *   *   *   *   *   *   *  *  *  *  *  *  *  
Hola muchas gracias por los comentarios es el capitulo con mas comentarios desde que empeze a subir adaptaciones en el blog se que hay muchas lectoras fanasmas pero me gustaria que aun que sea un gracias escrito en los comentarios estare agradecida ya que me emociona ver sus comentarios y leer que la adaptacion les agrada mcuhas gracias a las que comentan, bueno estamos a un capitulo de terminar esta primera parte nos vemos en la proxima actualizacion.

12 comentarios:

TataXOXO dijo...

Me encanta que por fin estén juntos... que se hayan arriesgado a seguir y que ahora estén pasando un rato sexy, jajajajaja
Besos gigantes!!!!
XOXO

paty dijo...

Estoy segura que Bella piensa igual que Edward y no creo que después de esta noche vuelvan a separarse
Gracias 😊

Kiiara dijo...

un increible cap les queda un camino largo, pero merecen ser felices y más Ed encontrar el amor y tener una familia es lo que más necesita, desea y anehla. gracias

Anónimo dijo...

Uffffffff quede como ellos en un comodo silencio despues de tantooooo!!!!
Me encanta esta adaptacion que Bella sea asi deshinibida y el dispuesto a vivir cosas que no imagino compartir!!! Gracias por el capi actualiza pronto!!!

Anónimo dijo...

Hola ...me encantan todas las adaptaciones...siempre las leo todas y no comentaba porque mi cuenta de Google no me lo dejaba...hasta ahora que vi esta forma..
Muchas gracias por actualizar

Anónimo dijo...

Me encantó!!!! Gracias

Anónimo dijo...

Oh por Dios, por fin saciaron su pasión, que fuerte encuentro me encantó, no tengo más palabras que decir, solo que hace mucho calor por aquí y aún estoy en el trabajo jajaja, muchas gracias actualiza pronto por favor.

Anónimo dijo...

Me encanto!! Muchas gracias!!

Anónimo dijo...

Genial. Gracias

Kar dijo...

Hola hola nena entrega total estás dos almas se han encontrado y dudo que se vayan a separar, me encantó el capitulo
Saludos y besos

Valeeeeeeeeee1 dijo...

:)

Valeeeeeeeeee1 dijo...

Wowwwwww me gusta

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina