Dos corazones en la oscuridad…
Isabella
SWan y EdwardCullen han sido inseparables desde el día en que quedaron
atrapados en un ascensor completamente a oscuras y encontraron aceptación y
amor en los brazos de un extraño.
Isabella
espera que esa noche los ponga en un sendero hacia el felices por siempre, algo
que no puede suceder hasta que presente a su novio tatuado, perforado y con
cicatrices a su padre y tres hermanos sobreprotectores.
Deben luchar por el amor en la luz…
Atormentado
por una tragedia de su niñez y la pérdida de su familia, Edward nunca pensó que
encontraría el amor que comparte con Isabella. Pero cuanto más se enamora, más
teme la devastación que está seguro que vendrá si alguna vez llega a perderla
también. Cuando la reunión familiar no sale bien, Edward se pregunta si Isabella
no se merece a alguien mejor, más fuerte y más… normal.
Tal vez son demasiado diferentes, y él está demasiado
dañado, después de todo…
* * * * * * * * * * * * *
Cuando están descargando las nubes del cielo
y toda tu vida es una tormenta que intentas capear,
no te digas que no puedes apoyarte en los demás
porque a todos nos tienen que salvar de vez en cuando.
y toda tu vida es una tormenta que intentas capear,
no te digas que no puedes apoyarte en los demás
porque a todos nos tienen que salvar de vez en cuando.
Jon McLaughlin
We All Need Saving
We All Need Saving
Isabella Swan se
despertó con un grito ahogado, surgiendo de sus sueños como si la estuvieran
arrancando de las profundidades marinas. Lo que la había despertado...
Edward gimió a su
lado, agitándose contra la almohada; una capa de sudor frío le cubría la
frente. El corazón de Isabella ya palpitaba a toda velocidad por el susto, pero
ahora dio un vuelco por un motivo completamente distinto.
Se deslizó hasta su
lado y, con las yemas de los dedos, acarició la profunda cicatriz que se alargaba
en zigzag desde su sien hasta la parte de atrás de la cabeza. Un rayo de luz
matutina se colaba por la ventana que había junto a su cama, revelando su ceño
fruncido y su mandíbula apretada. Dios, cómo odiaba los tormentos que le
infligía el subconsciente.
—¿Edward? Edward,
no pasa nada. Despierta.
Un par de ojos castaños
sorprendidos brillaron de repente, aunque tardaron un poco en enfocar.
—¿Castaña? —Una
arruga apareció en el entrecejo de su hermosa cara cuando comprendió lo
ocurrido—. Mierda, lo siento —dijo, con la voz cavernosa.
Isabella sonrió y
sacudió la cabeza, todavía acariciándole el pelo corto que rodeaba la cicatriz,
como a él le gustaba.
—No pasa nada.
La rodeó con los
brazos y la colocó sobre su ancho pecho descubierto, de manera que las piernas
de Isabella quedaron sobre sus caderas desnudas.
—Malditas
pesadillas —dijo Edward, exhalando hondo—. Las odio. Odio que tengas que
convivir con ellas.
—Ya estoy yo para
despertarte —contestó. Isabella lo besó, disfrutando como lo hacía siempre del
contacto frío de su doble piercing contra los labios.
«Porque te quiero.» Aunque ese pensamiento no lo compartió.
Había comprendido
semanas atrás que estaba enamorada de él, perdida e irrevocablemente, pero
nunca había expresado el pensamiento en voz alta. Algo en su interior le
advertía que no le comunicara (todavía) lo serios que se habían vuelto sus
sentimientos. No era porque no creyese que Edward no sintiera nada por ella.
Una parte de Isabella estaba preocupada: quizás obligar a alguien tan marcado
por la pérdida a enfrentarse a cuanto se habían acercado desencadenaría un
episodio de ansiedad. Habían pasado catorce años desde que había perdido a su
madre y a su hermano menor, Jacob, en un accidente de tráfico en el que Edward
había quedado atrapado y resultado herido. El suceso lo había convertido en una
persona claustrofóbica, además de haberle marcado con cicatrices y haberlo
dejado solo. El recuerdo todavía lo torturaba, como demostraba su pesadilla.
—No te preocupes
por nada —añadió Isabella.
—Eres demasiado
buena para alguien como yo —dijo Edward con voz ronca. Se entregó al beso,
hundiendo las grandes manos en su cabellera Castaña, despeinada por el sueño, y
su cuerpo cobró vida bajo el de ella.
No era la primera
vez que decía algo parecido y la idea siempre le provocaba un dolor en el
centro del pecho. ¿Cómo era posible que no viera lo mismo que ella? Un hombre
fuerte e increíble que había dedicado su vida a ayudar a los demás.
—Jamás —susurró, al
borde del beso—. Lo eres todo para mí.
Sus palabras le
arrancaron un gruñido desde lo más profundo de su garganta. Edward alzó la
cabeza y persiguió sus labios, mordisqueando, lamiendo y tirando hasta que Isabella
empezó a sentirse anhelante y necesitada de más.
Las pesadillas no
se presentaban a diario, solían reaparecer cuando Edward estaba estresado por
algo. No era difícil adivinar qué era lo que lo tenía preocupado esta vez: el
viaje a Filadelfia para pasar el Día de Acción de Gracias con su padre y sus
hermanos. Aquella celebración era lo más cercano a un día sagrado para los Swan,
y su padre insistía en que sus cuatro hijos regresaran a casa para agradecer
todo lo bueno que había en sus vidas, especialmente la familia.
Pero no habría ido
sin Edward ni loca. Y menos a sabiendas de que sus padres y su hermano habían
desaparecido. Especialmente ahora que su corazón le decía que él también
formaba parte de su familia.
La primera vez que
mencionó el viaje, Edward había asumido que pretendía ir sin él, e incluso
había dicho que se ofrecería para trabajar aquel día, para que los compañeros
del parque de bomberos que tenían familias pudieran tenerlo libre. Isabella
había dejado claro que quería que la acompañara, y jamás le había visto con
semejante cara de pánico y sorpresa como la que había puesto en aquel momento.
Era comprensible. Nunca es fácil cuando te presentan a la familia por primera
vez. Pero cuando entendió cuánto significaba para ella que pasaran ese día
juntos había accedido, como el hombre cariñoso y dulce que era. Así que sería un
fin de semana con el clan Swan, lleno de pavo, estofado y fútbol, y dominado
por la testosterona.
Edward la agarró
del pelo con más fuerza y levantó las caderas bajo ella.
—Necesito sentirte
desde dentro. ¿Tenemos tiempo? Dime que tenemos tiempo.
Isabella sonrió
contra sus labios, el intenso deseo de su voz le había encendido un fuego en
las venas.
—Si nos damos prisa
—repuso, al tiempo que frotaba su centro contra el miembro endurecido de él.
Aunque, para ser
sinceros, no hacía falta demasiado para convencerla de que se quedase entre los
brazos de aquel hombre. Así de enamorada estaba y así de atractivo le
resultaba.
Un sonido parecido
a un gruñido resonó en la garganta de Edward.
—Los festines de
Acción de Gracias hay que disfrutarlos lentamente —dijo, volteándolos a ambos y
atrapándola contra el colchón. La ayudó a quitarse la ropa interior y la
camiseta del parque de bomberos número siete con su apellido, Cullen, en la
parte de atrás. Hacía tiempo que Isabella se la había arrebatado y la usaba para
dormir, para infinita satisfacción de Edward. Entonces se incorporó sobre los
brazos, apretando su erección contra el punto donde más falta le hacía.
Isabella asintió.
—Estoy de acuerdo,
pero preferiría no tener que dar explicaciones a mis hermanos acerca de por qué
nos hemos retrasado.
Sería una auténtica
pesadilla. Sus hermanos actuarían como una manada de leones peleándose por una
presa muerta y no se rendirían hasta obligarla a confesar. Entonces, como los
incordios que podían llegar a ser, se pasarían el día inventándose los detalles
truculentos que Isabella no hubiera compartido solo para abochornarlos a los
dos. Ni loca permitiría que eso ocurriera. Edward ya estaba lo bastante
nervioso.
Su expresión se
ensombreció y entornó los ojos, solo un poco. Lo justo para revelar la ansiedad
que el viaje le estaba provocando.
—Quiero estar
contigo, Edward —dijo, intentando recuperarlo de adónde fuera que su mente
hubiera viajado. Le acarició la fuerte espalda—. Y te necesito. El cómo es lo
que menos importa.
Las sombras
desaparecieron de su rostro y, finalmente, asintió y le dedicó una sonrisa
torcida.
—Bueno, pues tendrá
que ser rápido y duro.
«¡Sí, por favor!»
Alargó el brazo,
sacó un condón del cajón de la mesita de noche y se sentó para colocárselo.
—Rápido y duro, me
encanta —susurró, contemplándolo. Su mirada recorrió los músculos definidos de
su pecho y estómago, resiguiéndolos desde el tatuaje de la rosa amarilla que
tenía en el pectoral izquierdo, hasta el grande tribal negro que le cubría el
costado. Cada parte de él (sus tatuajes, sus piercings,
incluso sus cicatrices), le resultaba atractiva hasta morir.
—Pues agárrate.
—Apenas había pronunciado las palabras y ya estaba en posición, tanteando su
entrada, abriéndose paso, llenándola con aquella deliciosa sensación de
plenitud que la dejaba sin aliento, deseosa, completa. La rodeó con los brazos
y apoyó la mejilla contra la suya—. Me encanta, Isabella. Cada puta vez, me
encanta.
Enterrado en su
interior, le devoró la boca con un beso ardiente; entonces se apartó, pero
mantuvo el rostro justo sobre el de ella. Sus caderas se movían en un vaivén, embistiendo,
tomando velocidad, exigiendo que Isabella albergara más de él, que lo albergara
entero. Le robó el aliento, la habilidad de pensar y el corazón, hasta que no
quedó nada en ella que Edward no poseyera de una manera absoluta y completa.
La magnitud de sus
emociones la impactó en su totalidad, y no pudo hacer más que aferrarse a su
espalda y agarrarlo con fuerza mientras sus caderas volaban contra las suyas.
Aquello era mucho más que magnífico.
¿Cómo era posible
que solo hiciera dos meses que estaban juntos?
Se habían conocido
al pasar una noche atrapados en un ascensor, completamente a oscuras, y su
conexión había sido inmediata y profunda. Una conexión que se fundamentaba en
una conversación que había revelado cuántas cosas tenían en común, y en una
atracción física que iba más allá de las apariencias. Las malas situaciones
suelen tener un lado positivo y, en este caso, había sido que la oscuridad le
había brindado la libertad de conocerlo sin prejuicios. Y también permitió a Edward
conocerla a ella. Desde entonces, habían sido prácticamente inseparables.
Ahora, Isabella no
podía imaginarse la vida sin Edward Cullen.
Y esperaba no tener
que hacerlo nunca.
***
Una hora más tarde, Edward
estaba sentado al borde del sofá en el acogedor salón de Isabella. Una pierna
le brincaba. Sentía una opresión en el pecho. Le dolían los dientes de tanto
apretarlos.
Puto inadaptado
social.
Isabella era su
polo opuesto: refinada, sociable, capaz de hacer que los demás se sintieran a
gusto con su sonrisa cálida y su alegre risa, que no se hacía de rogar. En los
dos meses que habían estado juntos, la Castaña había recibido con los brazos
abiertos a todo su mundo y sus aficiones: invitando a sus compañeros del parque
de bomberos a cenar, animando a su equipo favorito de softball,
e incluso mandando una enorme bandeja de bizcocho y galletas de chocolate
caseros a su lugar de trabajo. Joder, a estas alturas, Isabella ya se había
ganado a todos sus colegas. A Edward no le cabía duda de que lo miraban y se
preguntaban cómo había tenido tanta suerte.
Porque él también
se lo preguntaba, desde luego. Cada puto día. Y estaba seguro de que no podía
durar. Era imposible. No tenía tanta suerte. O, al menos, jamás la había
tenido.
Sacudió la cabeza y
exhaló, frustrado.
En general, Edward
era un tipo solitario que solo se encontraba a gusto junto a sus compañeros de
trabajo y con un pequeño grupo de viejos amigos. En los últimos dos meses, Isabella
se había abierto paso hacia el interior de aquel diminuto círculo tras haber
derribado sus barreras y haber aceptado toda la mierda que había encontrado
detrás. Jamás en su vida había sido tan feliz. Y le estaba costando mucho aceptarlo.
En su experiencia,
la felicidad no duraba. No, la felicidad era algo que el mundo te arrebataba
cuando menos te lo esperabas, separándote de tus seres queridos y dejándote
solo. Por eso nunca había intentado mantener una relación seria con una mujer.
Hasta que había llegado Isabella, que era como una fuerza de la naturaleza con
su honestidad, su optimismo, su aceptación y sus caricias. No había sido capaz
de resistir la tentación de tener algo tan positivo, algo que podría traer un
poco de luz a su oscuridad.
—Bueno, ya estoy
lista —dijo Isabella, entrando al salón desde su habitación. Lucía una sonrisa
radJasperte y un jersey de color lavanda sobre unos jeans
ajustados y sugerentes que desaparecían bajo un par de botas altas de cuero
marrón. Dios, qué guapa era. El largo pelo ondulado con el que le gustaba
juguetear le cruzaba la frente y se derramaba sobre sus hombros. Sus ojos
azules eran como el cielo en una mirada, y eran capaces de ver más allá de
todas sus máscaras. Pero en vez de considerarlo indigno de ella (como se sentía
él), lo único que brillaba desde aquellas profundidades turquesa era afecto y
aceptación incondicional.
Lo desarmaba. Lo
desarmaba de verdad. Porque ella lo miraba y jamás parecía ver los muchos
defectos que albergaba en su interior.
—Perfecto —dijo Edward,
levantándose y tragándose el mal sabor de boca. Por un lado, quería conocer a
su familia: eran personas importantes para ella y, hasta este momento de su
relación, no se había esforzado demasiado en conocer a sus amigos y a las
personas que le importaban. Se lo debía, y quería ser lo bastante hombre (por
una vez) como para entrar en una habitación llena de desconocidos y comportarse
como un ser humano normal, joder.
Por otro lado, Edward
se encontraba en el polo opuesto de lo «normal». Conocer gente nueva le ponía
nervioso, y la charla educada se le daba de pena. Nunca sabía qué decir, así
que siempre terminaba callado o metiendo la pata. En cualquier caso, quedaba
como un gilipollas asocial. Aunque adoraba sus tatuajes y sus piercings por un montón de razones, no podía decir que le
disgustara que su apariencia asustara a algunas personas. Porque estar solo era
mejor que ser rechazado y abandonado, con diferencia.
Ya había probado
eso del rechazo y el abandono una vez, y había tenido suficiente. Muchas
gracias por la oferta.
Isabella fue
directa hacia él y le rodeó la cintura con los brazos.
—Está muy guapo,
señor Cullen —dijo. Su sonrisa aligeró la tensión que sentía en el pecho, y su
tacto hizo que fuera más fácil respirar. Con Isabella, las cosas habían ido así
desde el principio: su presencia aliviaba su ansiedad. Jamás había experimentado
lo mismo con otra persona. Nunca habría pensado que fuera posible—. Espero que
no te hayas puesto manga larga para tapar los tatuajes.
Así era, aunque el
dragón asomaba hasta el dorso de su mano izquierda, por lo que no podía hacer
mucho más por ocultarlo. Ya habían tenido una conversación acerca de sus piercings: Isabella no había querido que se los quitara para
la visita, aunque él se había ofrecido.
—Solo quiero causar
buena impresión.
Sin soltarle una de
las manos, Isabella retrocedió un paso y lo examinó con la mirada, de arriba
abajo, lentamente. Sus ojos recorrieron sus pantalones de vestir negros y su
camisa de color gris antracita, las dos prendas más elegantes que poseía. Edward
era aficionado a los jeans y a las camisetas, y
trabajaba de uniforme, así que no solía necesitar ropa de vestir.
—Tan buena que me
gustaría desvestirte de nuevo —dijo. Su sonrisa era pura tentación—. Pero lo
digo en serio, no quiero que te sientas incómodo, ¿de acuerdo?
Dejando escapar un
suspiro, se desabrochó el botón de una manga y se la arremangó. Hizo lo mismo
con el otro brazo, revelando el dragón entero. Ya se sentía mejor. Dejándose
llevar, se desabrochó el primer botón del cuello de la camisa. Mucho mejor.
—¿Y ahora?
—preguntó, dedicándole una sonrisa interrogativa.
—Perfecto. Y no te
preocupes, les caerás bien a todos. Te lo prometo.
No pudo evitar
levantar una ceja. Lo veía bastante poco probable.
—Si tú lo dices, Castaña
—contestó. Apartó un sedoso mechón cobrizo de su rostro y se lo puso tras la
oreja. El pelo de Isabella había sido lo primero en lo que se había fijado al
conocerla.
Con una sonrisa
descarada, asintió.
—Pues sí, lo
afirmo. Además, teniendo en cuenta que eres enfermero del cuerpo de bomberos y Emmet
es policía, creo que tendréis un montón de cosas en común y mucho tema de
conversación. Y a todos mis hermanos les gustan las películas de humor absurdo,
será como cuando nosotros pasamos el rato. Pero con más penes presentes.
Se puso de
puntillas y, apretando el cuerpo contra el suyo, le dio un abrazo.
Riéndose entre
dientes, Edward tomó aire, y su aroma hizo que relajara los hombros y se le
calmara el pulso. «Espabila, Cullen. Isabella te necesita en plena forma.»
—Vamos allá —dijo,
forzando tanto entusiasmo en su voz como fue capaz.
—¡Eso! —contestó ella
con una sonrisa radiante—. Va a ser fantástico.
Asintiendo, Edward
agarró las bolsas y se las colgó del hombro mientras Isabella sacaba algunas
cosas del frigorífico. Quizá podría tomarse este fin de semana igual que un
turno en la ambulancia. Cuando había una emergencia, Edward era capaz de
concentrarse en la crisis que tenía delante con una intensidad que le permitía
dejar de lado sus otros problemas. En esos momentos, lo único que importaba era
la persona que necesitaba ayuda y lo que él podía hacer para aliviar su dolor y
salvar su vida. Igual que alguien había hecho por él una vez.
Podía concentrarse,
sin duda, aguantar con dignidad y superarlo por Isabella.
—Claro que será
fantástico —dijo—. Porque estaré contigo.
* * * * * * * * * * * * * * *
Hola pasamos a la segunda parte de la adaptacion muchas gracias a todas por sus comentarios.
6 comentarios:
Gracias por actualizar!
Me encantaron ambos capítulos, espero con ansias saber que pasará cuando Edward conozca a la familia Swan. Actualiza pronto!
Los ame los dos, aunque pobre Bella va a ser un caminó difícil con este Edward tan dañado pero es un amor digno de sacrificios, muero por saber que pasará pero me temo que no algo bueno por la pista de la sinopsis del principio, aún así Bella y Edward tienen que aprender a superar sus adversidades, muchas gracias por los capítulos y actualiza pronto por favor.
un capítulo de apertura muy genial, espero que superen todo bien porque son una pareja increíble
Parece que ambos ponen de su parte para conocer a sus familias y amigos, solo espero que la familia de Bella de verdad lo acoja, porque ella está muy ilusionada....
Besos gigantes!!!
XOXO
Vamos Edward cuenta hasta cien si es necesario esperemos que la familia de Bella sea igual que ella y no sean unos esnob de primera
Gracias 😊
Gracias por publicar, espero ka actualización.
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