domingo, 16 de febrero de 2020

Capitulo 6 Corazones oscuros


Capítulo 6

Isabella se había quedado sin palabras. A lo largo de las horas que había estado con él se había imaginado que sería un compañero de cama atento, pero nada la había preparado para lo bien que se anticipó a sus necesidades (a veces antes que ella misma) y cómo se aseguró de satisfacer todas y cada una de ellas. Ser el centro de tanto esfuerzo y dedicación era algo embriagador. Estaba abrumada.

Y tenerlo en su interior había sido increíble. Era el hombre mejor dotado con el que había estado. ¡Virgen santa! El placer que recibió al sentirse completamente llena hizo que el sexo fuera fantástico. La forma que tenía de moverse, de girar las caderas, cómo sus manos se apoderaron de su cuerpo, los dulces besos que le dio por todas partes… Todo ello parecía salirle de manera natural. Con razón había tenido un segundo orgasmo. Nunca había podido correrse tan rápido después de haber tenido otro clímax. Pero Edward lo había conseguido con su cuerpo, con palabras, con la desesperación con la que le dijo que se uniera a él.

Y sobre todo hizo que se sintiera deseada, guapa, atractiva, logrando que se desinhibiera por completo.

Le acarició la espalda con los dedos, allí donde se había derrumbado encima de ella. Después se movió un poco y giró la cabeza para darle un beso en la mejilla sin afeitar.

Él levantó la cabeza, sonrió y la besó varias veces en los labios con suavidad.

—¿Estás bien?

Ahora fue ella la que esbozó una sonrisa.


—Muy bien.

Su sonrisa se amplió todavía más.

—Sí que lo estás.

—¿Quieres beber algo? —preguntó después de darle un beso rápido—. De todos modos tengo que levantarme para ir al baño.

—Sí, suena bien. —Rodó hacia un lado y la acarició con las yemas de los dedos desde el cuello hasta el ombligo.

Isabella se estremeció. Le había dado tanto placer que todas las partes de su cuerpo estaban muy sensibles.

Se levantó de la cama y se volvió para mirarlo. Edward no se molestó en fingir que no estaba contemplando su desnudez. Sonrió. Sabía que ella debía de estar haciendo lo mismo.

—Si quieres puedes usar el baño que hay ahí. Yo iré al de fuera.
Edward se apoyó sobre un codo y se la comió con la mirada.

—De acuerdo.

Isabella negó con la cabeza y salió riendo del dormitorio.

Tras limpiarse en el baño del pasillo, fue hacia la cocina y sonrío al ver la casi-cena que habían preparado. Se apresuró a meter todos los ingredientes en el frigorífico; a la mañana siguiente, cuando el cerebro le funcionara mejor, ya decidiría si los tiraba a la basura o no. Después llevó todos los platos sucios al fregadero, recogió la ropa que se habían quitado y la dejó sobre la encimera.

Al ver la camiseta negra de Edward, sonrió y se la puso. Le quedaba enorme, pero le gustaba llevarla encima. Se rio como una niña pequeña solo de pensar en su reacción.

Dejó una pequeña bandeja en la encimera y la llenó con dos botellas de agua, un poco de zumo de naranja para ella, una lata de Coca Cola fría para él y un racimo enorme de uvas verdes. Se hizo con ella y regresó al dormitorio. Se dio cuenta de que Edward había encendido la lámpara de la mesilla de noche y que se había puesto los calzoncillos y los jeans. Ahora estaba recostado sobre el cabecero de la cama, con las piernas estiradas.

—Bonita camiseta. —Sonrió, aunque sus ojos ardían de deseo.

—Supuse que te gustaría. —Le guiñó un ojo. Colocó la bandeja entre ellos y se subió a la cama—. Sírvete tú mismo.

Edward tomó una botella de agua y se bebió la mitad de un solo trago. Al ver la nuez de Adán moviéndose sobre su garganta se excitó un poco. Movió la cabeza mientras pillaba su vaso de zumo y tomaba un sorbo bastante más pequeño.

Él cerró la botella, se inclinó hacia adelante y agarró un tallo del racimo de uvas. Luego se metió dos en la boca y cerró los ojos mientras masticaba.

Isabella se agachó y también tomó unas cuantas uvas. Al masticarlas sintió el dulce jugo estallar dentro de su boca.

—Mmm. Qué buenas —murmuró.

Él se metió otras dos más en la boca y sonrió.

—Sí, mucho.

Un destello de luz roja detrás de Edward captó su atención.

—Vaya —dijo—. Son la una y media de la madrugada. No tenía ni idea. —Se bebió lo que le quedaba del zumo.

Edward la miró por encima del hombro.

—Mmm, sí. —Mordió otra uva y bajó la vista hacia las dos con las que estaba jugueteando con la mano.

Se fijó en lo tensa que tenía la mandíbula, igual que cuando se vieron por primera vez en el ascensor.

Frunció el ceño.

—¿Hola? —Los ojos de Edward volvieron a posarse sobre ella—. ¿Qué acaba de pasar?

Ahora fue él el que frunció el entrecejo.

—Yo… Nada. En serio. —Sonrió, pero aquella no era su sonrisa.

«No, otra vez no.»

Le miró y enarcó una ceja, tratando de imaginar cuál era el problema.

—Mentira.

Él se rió y se pasó la mano por la cicatriz. Entonces suspiró.

—Es tarde.

Dudó durante solo un segundo, pero al final decidió que el riesgo merecía la pena. Empujó la bandeja a un lado y gateó hasta ponerse de rodillas frente a él. Colocó la mano derecha sobre la nuca de Edward y la izquierda en la parte posterior de su cabeza, después tiró con suavidad de él hasta que tuvo frente a sí la parte de su cráneo marcada con la cicatriz. Entonces se incorporó y trazó un sendero de besos por su frente, detrás de la oreja, donde empezaba la cicatriz y a lo largo de toda ella hasta llegar al nacimiento del pelo en el cuello. Cuando terminó, se sentó sobre los talones y le giró la cara para poder verle los ojos y el intenso brillo que estos tenían.

Respiró hondo y preguntó:

—¿Tienes que ir a alguna parte? —Él hizo un gesto de negación—. Porque me encantaría que te quedaras. Si tú quieres, por supuesto. No he dicho lo de la hora con ninguna doble intención. Solo me sorprendió, nada más.

Edward rió y asintió.

—Entendido. Y sí, me gustaría quedarme.

Suspiró aliviada. La alegría la embargó por completo.

—Bien. Y Edward.

—¿Sí? —Él esbozó una sonrisa medio torcida.

—Para evitar más incertidumbres y que las cosas se pongan incómodas: me gustas. —Sintió un enorme calor en las mejillas.

Entonces vio cómo la sonrisa que tanto le gustaba iluminaba su rostro a la vez que se arrugaban las comisuras de sus ojos.

—Tú también me gustas.

En su mente se puso a dar saltos de júbilo mientras gritaba: «¡Yo también le gusto! ¡Yo también le gusto!». Por fuera, sin embargo, extendió la mano por detrás y tomó unas cuantas uvas.

—Abre —le ordenó.

La sonrisa de Edward se hizo más amplia y se le marcaron más los hoyuelos. Abrió la boca. Isabella le metió una y luego ella se comió otras dos. Intentó no reírse mientras masticaba.

Entonces se quedó pensando un momento. Quería saber más de él; en realidad quería saberlo todo. Así que se sentó, le miró y dibujó con el dedo el contorno del tatuaje de la rosa amarilla.

—Háblame de este.
*  *  *
Después de que Isabella se marchara para traer algo de beber, Edward se había limpiado y vestido con la ropa que tenía a mano, sin saber muy bien qué esperar, o si no tenía que esperar nada. Él sí tenía claro lo que quería. Pasar la noche con ella. Caer dormido entre sus brazos. Ni una sola vez, en los últimos catorce años, se había sentido tan cómodo con una mujer. Y estar juntos había sido una pasada. Durante toda la noche, estar con ella le había parecido lo más natural del mundo. Ahora que había encontrado ese sentimiento, que la había encontrado «a ella», quería todo lo que pudiera ofrecerle.

Y entonces ella había vuelto con su camiseta puesta. El color negro destacaba la palidez de porcelana de sus piernas y el vivo rojo de sus rizos. Su cuerpo debió de encontrar la última reserva de energía que le quedaba, porque verla vestida con su ropa hizo que volviera a ponérsele dura. En cuanto tuviera la oportunidad, si es que llegaba a tenerla, le daría la camiseta de beisbol que tenía, con su nombre serigrafiado en la espalda.

Estaba disfrutando, imaginándosela así vestida, con algo que la marcaba como suya, cuando señaló en voz alta la hora que era. Todo el aire escapó de sus pulmones. «Parece que mi tiempo aquí se ha terminado», fue todo lo que pudo pensar. Una irracional decepción le contrajo las entrañas.

Ella se había dado cuenta y no le dejó salirse con la suya, como llevaba haciendo toda la noche. Y él… él la adoraba por eso. «Sí, no voy a fingir que es otra cosa». Porque cuando le besó —le besó la cicatriz— y le dijo que le gustaba, sacándole de la espiral descendente en la que estaba cayendo, pensó que podría estar enamorándose de Isabella Swan.

Luego ella recorrió con el dedo el contorno de su rosa y él le contó la razón tan sencilla de aquel tatuaje.

—Mi madre tenía un jardín de rosas. Las amarillas eran sus favoritas.

Se llevó la mano de Isabella a los labios, pero ella se liberó y señaló la cruz roja que lleva en la parte superior del bíceps.

—¿Y este?

—El emblema de mi estación.

Le acarició con las uñas el costado izquierdo. Edward se retorció y le dio un manotazo. Isabella rió.

—¿Y este? —preguntó, dándole un codazo para que se echara hacia delante y así poder trazar el enorme símbolo tribal que ascendía hasta la espalda.

Que le explorara los tatuajes con esa intensidad le resultó increíblemente íntimo, pero se limitó a encogerse de hombros.

—Ese no tiene ninguna historia detrás. Simplemente me gustó. Y tardaron un montón de tiempo en hacérmelo.

Isabella gateó hasta arrodillarse detrás de él, colocando las rodillas a ambos lados de sus caderas. Sintió en la espalda el calor que irradiaba su cuerpo.

Se estremeció y jadeó al notar cómo le daba cuatro besos sobre las letras en formato Old English que llevaba en el hombro derecho. El nombre de Jacob. Su primer tatuaje. Mintió sobre su edad y usó un carné falso para poder hacérselo el día en que Jacob debía de haber cumplido quince años. Sintió una extraña sensación en el pecho, como si se expandiera y contrajera al mismo tiempo, pero sobre todo admiró y agradeció la manera en que Isabella plantaba cara a sus particulares demonios: besándole la cicatriz, consolándole por la pérdida de su familia, logrando que se sintiera aceptado queriendo entender por qué se marcaba la piel una y otra vez.

Supo de antemano que sus dedos irían ahora al hombro izquierdo.

—¿Qué pone aquí? —preguntó, trazando los caracteres chinos que se hizo en el quinto aniversario del accidente.

—Jamás te olvidaré.

Empezó a masajearle los hombros. Edward gimió y bajó la cabeza. Tenía unas manos sorprendentemente fuertes para lo pequeñas que eran. Después de un rato, le hizo enérgicos círculos con los pulgares a ambos lados de la columna hasta que llegó a la parte trasera de sus jeans.

Cuando envolvió los brazos alrededor de él y apoyó una mejilla en su hombro, sucumbió a aquel abrazo y disfrutó de una tranquilidad a la que no estaba acostumbrado. Se sentía tan cuidado.

Se quedaron así sentados durante varios minutos.

—¿Tienes más? —terminó preguntando ella.

—Otro tribal en la pantorrilla. ¿Quieres verlo?

Ella asintió sobre su hombro antes de dejar de abrazarlo. Edward bajó los brazos y se subió los bajos de los jeans todo lo que pudo. Los trazos negros se curvaban hacia arriba y abajo por la parte exterior de su pierna como si fueran plumas o cuchillas.

—¿Duele? —quiso saber Isabella mientras volvía a masajearle la espalda.

—A veces. En algunas partes más que en otras.

—¿Por eso te los haces?

Se volvió hacia la derecha y dejó caer las piernas al suelo, girando la parte superior de su cuerpo todo lo que pudo para poder verle la cara.

En vez de sorprenderse por la brusquedad de su movimiento, Isabella se inclinó para besarle.

—Edward, me gustan tus tatuajes. Lo que quiero decir es que… —Se detuvo y se sonrojó de una forma muy sexi—… me gustan mucho. Solo que…

—¿Qué?

—Que duelen. Y dijiste que este —indicó, señalando el de su costado izquierdo—, tardaron mucho en hacértelo. Y el dragón fue para demostrarte que habías superado tu miedo.

Asintió y estudió su cara con atención. Isabella estaba escogiendo cuidadosamente las palabras. Casi podía leerle los pensamientos por la expresión de su rostro; un rostro que cada vez sabía interpretar mejor. Un rostro que encontraba adorable.

—Creo… —Dejó caer las manos sobre su regazo y le miró con esos hermosos ojos azules—. Bueno, creo que es como si fueran tu armadura.

A Edward casi se le cae la mandíbula al suelo. No sabía qué decir, porque nunca, jamás, había visto sus tatuajes de ese modo. Siempre había pensado en ellos como una forma de recordar, como una especie de penitencia y no le importaba, hasta cierto punto, que pudieran alejar a la gente de él. Pero nunca los había visto como una coraza o protección. Sin embargo, ella tenía razón. Le permitían controlar el dolor que sentía, tanto física como emocionalmente, por algo que le había sido arrebatado aquella lejana noche de verano.

La observación de Isabella sintonizaba tanto con lo que él era y con lo que le había pasado que se sintió preparado para entregar parte de ese control, para encomendárselo a ella.

Se abalanzó sobre ella y la besó con fuerza, empujándola contra el cabecero de la cama. Se tragó su gemido de sorpresa mientras le metía la lengua y saboreaba el dulzor de las uvas y la naranja del zumo que había bebido.

Cuando se separó de ella, Isabella estaba riendo y sonriendo. Le miró unos segundos la cara.

—Estos también me ponen mucho —dijo por fin, señalando los piercings del labio y la ceja.

Él echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. Esa mujer sabía cómo escoger el momento. Tenía un don especial para introducir un toque de humor en las conversaciones serias justo cuando era necesario. Se inclinó sobre ella y volvió a besarla, frotando el labio inferior sobre el de ella para que notara su picadura de araña. Al oírla gemir sonrió. Después de un rato se recostó de nuevo sobre su pecho.

Pasaron los minutos y Edward se fue inclinando a un lado sobre el regazo de Isabella mientras esta le masajeaba la espalda y él jugueteaba con las puntas de sus rizos.

—Tienes el pelo más bonito que he visto nunca, Castaña. Y huele fenomenal.

—¡Lo sabía! ¡Sabía que me habías olido el pelo!

Él ladeó la cabeza para mirarla y se rió un tanto incómodo.

Pero la radiante sonrisa que ella le ofreció estaba cargada de satisfacción.

—No te preocupes —le tranquilizó Isabella al ver su expresión avergonzada—. Yo también te olí. Me encanta tu loción para después del afeitado.

Edward asintió y volvió a apoyar la cabeza sobre ella.

—Es bueno saberlo —comentó sonriendo.

Continuaron en un cómodo silencio varios minutos más. Entonces ella suspiró:

—Todavía te debo una tortilla.

—Sí —rio él—. ¿Qué te parece si nos la saltamos?

La voz de Isabella sonó como una sonrisa.

—Mmm, sí. Supongo que me da igual. —Le dio un beso en la coronilla.

—A mí también. Y, por cierto, te sigo debiendo una pizza.

—Oh, sí. —Se retorció detrás de él como si estuviera bailando—. Y una película.

—Es verdad, también una película. —Edward sonrió, volviendo a recostarse contra ella.

Estaban haciendo planes juntos; planes de futuro. No cabía en sí de gozo.

Se quedaron así otro rato más, hasta que Isabella bostezó.

—Vamos a ponernos cómodos —dijo ella.

Salió de la cama y le ofreció una mano para ayudarla. Después recogió la bandeja.

—Llevaré esto a la cocina.

—Gracias —repuso ella mientras apartaba las sábanas.

Cuando regresó, se la encontró tumbada bajo el edredón en el lado en el que habían estado sentados, así que se dirigió hacia el otro y se quitó los jeans antes de meterse junto a él.

—¡Oh, Dios! —exclamó con una sonrisa—. Qué gusto.

Isabella apagó la lámpara y se volvió hacia él. Edward levantó el brazo para que pudiera acurrucarse a su lado. A pesar de la novedad que le suponía estar con una mujer como esa, todo le parecía perfectamente natural, lo que hizo que disfrutara más de aquello. Que Isabella le gustara todavía más.

«Podría acostumbrarme a esto», pensó mientras Isabella se pegaba a su costado y le ponía una rodilla sobre el muslo. Estaba exhausto pero mucho más feliz de lo que nunca creyó posible.

Justo cuando cerró los ojos, notó cómo ella le daba un beso en la clavícula y le rodeaba el pecho con un brazo.

—Me encanta… ese ascensor —murmuró.

Con una adormilada sonrisa y el corazón henchido, volvió la cabeza y le besó el suave cabello.

—Ah, Castaña. A mí también me encanta ese ascensor.
*  *  *  *  *  *  *   *  *  *  *  *  *  *  *  *
Capitulo 7 Leer Aqui
Bueno es este el fin de la primera parte  de la historia les deje el enlace del primer capitulo de la segunda parte de esta adaptacion.

4 comentarios:

TataXOXO dijo...

Parece que Bella sabe como destruir todas las barreras que Edward le pone... solo espero que de verdad puedan seguir así, que nada ni nadie se interponga entre ellos!!!!
Besos gigantes!!!!
XOXO

saraipineda dijo...

Siiiiiiiiii a mi también me encanto el ascensor😍😍😍😍 jajajajajaj graciasssssss graciasssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss

Jeli dijo...

Gracias muy buena historia son tan lindo, Bella sabe lidiar perfectamente con los miedos de Edward deseando la segunda parte

Valeeeeeeeeee1 dijo...

:)

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina