miércoles, 15 de abril de 2020

Capitulo 14 Corazones Oscuros


CAPÍTULO 14
Isabella entró sola en la consulta de su médico el martes por la mañana. Tras darle muchas vueltas al asunto, había decidido que lo mejor sería informarse tanto como fuera posible antes de darle la noticia a Edward. En particular, quería saber si el niño estaba sano. Asumiendo que fuera así, se lo contaría a Edward al salir del trabajo. Se lo contaría todo.

Ya iba siendo hora. Isabella apenas podía contenerse.

Informó al recepcionista de su llegada y se sentó a esperar. Había más personas esperando, entre ellas dos mujeres muy embarazadas. Una oleada de emoción recorrió a Isabella: en pocos meses, ella estaría igual. Un hombre estaba sentado junto a una de las embarazadas, susurrándole algo al oído que la estaba haciendo reír. El hombre apoyó la mano en el vientre de ella mientras hablaba.

Y aquel hombre... sería Edward. Edward, que hacía tanto tiempo que no tenía una familia. Santo cielo, Isabella esperaba que se alegrara de formar una nueva. Aunque tuviera miedo (¡mierda!, no sería el único), ella guardaba la esperanza de que la alegría pesara más. Porque, al fin y al cabo, aquello terminaría en una personita que formaría parte de los dos. Y aquello, a Isabella, le parecía increíble.

La puerta de la sala de espera se abrió.

—¿Isabella Swan? —preguntó una enfermera que vestía una casaca médica rosa.
Isabella siguió a la mujer hasta la consulta, y el corazón le latía con más fuerza a cada momento. Estaba a punto de ver a su hijo por primera vez.


Al poco rato, Isabella llevaba puesta una bata de papel desechable y su ginecóloga de toda la vida estaba entrando en la consulta acompañada de la enfermera.

—Isabella, me alegro de verte —dijo la doctora Lyons.

—Yo también —contestó ella, sonriente ante la personalidad animada de la doctora.

—¿Has venido sola? —preguntó la ginecóloga mientras se lavaba las manos a conciencia.
Isabella asintió.

—Quiero asegurarme de que todo va bien antes de darle la noticia a mi novio.

—Muy bien —dijo la doctora Lyons—. Pues manos a la obra.

La ginecóloga le explicó cómo funcionaba la ecografía transvaginal, y al cabo de un momento Isabella ya estaba tumbada de espaldas con los pies en los estribos; lo cual siempre le resultaba incómodo, sin importar cuantas veces hubiera pasado por ello a lo largo de su vida.

Pero su incomodidad se desvaneció cuando una imagen apareció en la pantalla y un ritmo rápido resonó por la consulta.

—Hola, pequeñín —dijo la doctora, midiendo algo en el monitor.

¡Pum, pum! ¡Pum, pum! ¡Pum, pum!

—¿Es el latido de su corazón? —preguntó Isabella. El sonido se plantó en lo más hondo de su pecho y la llenó de emoción.

La doctora Lyons sonrió, recolocando la sonda.

—Así es. Y suena estupendamente bien.

—¿Es normal que vaya así de rápido? —preguntó Isabella, fijando la vista en la pantalla, donde la doctora había aumentado una silueta borrosa, con forma de gusanito y diminutas protuberancias sobresaliendo a los lados.

La voz de su padre llamándola «gusanito» le resonó por la cabeza, y ahora ya sabía por qué.

Allí estaba su hijo (o su hija), y era cierto que parecía un gusanito.

—A juzgar por estos cálculos, estás de nueve semanas y tres días, y saldrás de cuentas el siete de julio. Todo parece estar desarrollándose con normalidad —dijo la doctora Lyons, sonriendo—. Creo que puedes darle la noticia al padre sin miedo.

Isabella era incapaz de apartar la mirada de la pantalla. De repente, el peso de la situación la impactó de lleno, y contuvo el aliento un momento al sentir que los ojos se le llenaban de lágrimas.

—Me parece tan increíble. Ojalá lo hubiera traído hoy.

—Todavía tendréis muchos momentos para compartir, incluyendo más ecografías —dijo la ginecóloga, extrayendo la sonda—. Y vas a marcharte con unos cuantos recuerdos.

La máquina que había bajo el monitor empezó a emitir un zumbido y escupió una hoja de papel. La doctora Lyons se la entregó.

Fotos de su gusanito. Isabella se las llevó al pecho.

—Me muero de ganas de enseñárselas. Todo va bien, ¿verdad?

—Así es. Quiero que empieces a tomar un suplemento vitamínico para embarazadas, y ahora panificaremos las siguientes pruebas. Volveremos a vernos en cuatro semanas.

La doctora la informó de ciertas cosas que debía de hacer ahora que estaba embarazada (y otras que no debía), y le entregó varias hojas con información para que las pudiera consultar en casa. Cielos, ¡había mucho que aprender!

Cuando terminaron, la ginecóloga se dirigió hacia la puerta y se volvió hacia ella con una sonrisa.

—Buena suerte al contárselo a tu novio esta noche. Espero que vaya genial.

—Gracias —dijo Isabella. La doctora Lyons salió y Isabella bajó de la camilla. Observando las ecografías, no podía evitar sentirse maravillada, abrumada y emocionada a la vez—. Yo también espero que vaya genial.

***
Mientras ascendía los cinco tramos de escaleras que llevaban al apartamento de Isabella, Edward se sintió como si hiciera años que no subía a aquel lugar. Desde luego, le parecía haber envejecido varias décadas desde su última visita.

Durante los días anteriores, no había sido más que un despojo desastroso. Hacía mucho que el trastorno de estrés postraumático no lo afectaba con tanta intensidad. Había pasado la mayor parte del fin de semana sin pegar ojo y, en los momentos en los que lograba dormirse, sufría unas pesadillas horrorosas. Su mente era como un laberinto, lleno de esquinas oscuras, callejones sin salida y sombras amenazantes. Había perdido el apetito, y el par de veces que había intentado comer, lo había vomitado todo de nuevo. Por suerte, el domingo por la tarde Isabella se había ido antes de que Edward devolviera la sopa y las galletas saladas que le había traído. Sentía los músculos doloridos, como si hubiera estado enfermo de verdad, y un dolor de cabeza insistente que arrastraba desde el viernes por la noche le dificultaba pensar.

Por todos estos motivos estaba jadeando escaleras arriba. En el vestíbulo, se había quedado plantado delante del ascensor abierto durante un largo momento, hasta que su sistema nervioso había amenazado con una crisis de las serias y Edward había comprendido que era incapaz de meterse en aquella cajita. Por corto que fuera el trayecto. Estos eran los niveles de descontrol que sus gilipolleces estaban alcanzando.

Su primer turno de vuelta al trabajo había ocupado las últimas veinticuatro horas, y levantar el culo de la Cama para bajar al parque de bomberos le había costado un esfuerzo hercúleo. Por no hablar de lo difícil que le había resultado sobrevivir al turno. Se había sentido todo el tiempo como si estuviera caminando bajo el agua, con movimientos lentos y torpes y músculos cansados.

Al llegar al rellano del quinto piso, Edward se acordó de otra ocasión en la que se había sentido así de mal.

A los dieciocho años. Durante las semanas anteriores a la ceremonia de graduación de su instituto, cuando todavía no había sabido exactamente lo que quería hacer con su vida, pero, al menos, había estado seguro de no querer seguir viviendo con la carcasa resentida en la que se había convertido su padre. La incertidumbre de la situación y el rechazo casi total de su padre a responsabilizarse de su hijo o a mostrar algún interés por él ya habrían bastado, pero también había coincidido con el que habría sido el decimosexto cumpleaños de Jacob, y la combinación hundió a Edward en un agujero profundo que terminó en un diagnóstico de depresión clínica.

Y, joder, estaba viendo más paralelismos con esa época de los que le gustaría admitir.

Sentía que era una derrota colosal tras haber pasado tantos años controlando sus emociones. Y ahora todo parecía estar descarrilándose.

Era casi más de lo que podía soportar, lo cual le hacía sentirse débil e inútil. Edward era más fuerte que las circunstancias. Debería serlo. Maldita sea.

Introdujo la llave en el cerrojo de la puerta, ansioso por ver a Isabella. Había sido un alivio verla el domingo por la tarde, cuando había tenido el detalle de hacerle la compra. Ella era la luz en la oscuridad de Edward, y lo había sido desde que se habían quedado atrapados en el ascensor. Si alguien podía quitarle parte del peso de los hombros, si alguien podía lograr que le resultara más fácil respirar, era ella.

Al entrar en el apartamento, Edward quedó inmediatamente sumergido en el delicioso aroma especiado de una salsa de tomate. Por primera vez en muchos días, sintió que se le abría el apetito.

—¿Castaña? ¡Estoy en casa! —dijo.

Isabella salió de su habitación a toda prisa, luciendo un par de jeans, un suéter azul y una sonrisa resplandeciente.

—¡Aquí estás! —dijo, plantándose junto a él en un instante. Le rodeó el cuello con los brazos—. Dios mío, ¡te he echado mucho de menos!

—Yo a ti también —contestó Edward, disfrutando de la sensación de la suavidad y la calidez de Isabella contra su cuerpo frío y encallecido.

Soltándolo un poco, la muchacha se puso de puntillas y le dio un beso; un dulce encuentro entre sus labios que pronto se convirtió en algo más intenso.

—De verdad —susurró Isabella.

Edward logró reírse entre dientes y hundió los dedos en su preciosa melena cobriza.

—Ya lo veo.

Isabella se apartó un poco y le dedicó una sonrisa.

—¿Te encuentras mejor?

Edward asintió, porque ¿qué otra cosa podía hacer? Y lo cierto era que estar con ella lo hacía sentirse mejor, así que no era una mentira grave.

—¿Qué es lo que huele tan bien?

—He preparado salsa de tomate y albóndigas. Solo tengo que cocinar la pasta y la cena estará lista. ¿Tienes hambre?

—No me importaría comer algo —contestó. No había vomitado la sopa de verduras que se había tomado a la hora de comer en el parque de bomberos, así que tenía la esperanza de que su cuerpo le permitiera cenar con ella.

—Perfecto —dijo Isabella, dirigiéndose hacia los fogones. Encendió el fuego bajo un cazo grande—. Ponte cómodo. Esto estará listo en menos de quince minutos.

—De acuerdo —dijo Edward, yendo hacia su habitación. Se quitó el uniforme y se puso un par de jeans y una Camiseta, y entonces se dejó caer sobre el borde de la Cama, encorvado. El agotamiento lo cubrió como si fuera una manta de plomo. Joder, ¿pero qué le pasaba?

«Ya sabes lo que te pasa, Cullen.»

Sí, seguramente sí. Mierda.

Pero, por unas horas, quería olvidarse de todo eso y limitarse a pasar el rato con Isabella. Si es que era posible. Se levantó de la Cama con esfuerzo y regresó a la cocina para ayudarla a terminar la cena. Al poco rato ya estaban sentados alrededor de la mesa, acompañados de raciones generosas de espaguetis, salsa y albóndigas. Rebanadas de pan de ajo crujientes llenaban una cestita, y Edward se sirvió una porción grande.

—Tiene un aspecto fantástico —dijo Edward.

—Me alegro. Come sin miedo, ha sobrado un montón —contestó ella.

Empezaron a comer y se quedaron un rato en silencio, lo cual no era propio de Isabella. Siempre era ella la que empezaba las conversaciones y las mantenía en marcha. El yin hablador de su taciturno yang.

—¿Cómo te ha ido el día? —le preguntó, mirándola.

—Oh —dijo. Levantó la vista, se encogió de hombros y soltó una risita nerviosa—. Como siempre —contestó, moviendo el tenedor de un lado a otro.

Edward era el rey del nerviosismo incómodo, y lo reconoció al instante en Isabella.

—¿Va todo bien?

Isabella hizo una mueca burlona.

—Pues claro, sí.

Su sonrisa era un pelín demasiado forzada. Edward levantó una ceja y la miró fijamente.

—Bueno, de acuerdo —dijo, apoyando el tenedor en el plato—. Hay algo de lo que me gustaría hablar, pero quería esperar a que termináramos de comer.

A Edward no le gustó cómo sonaba aquello. Él también dejó el tenedor.

—¿De qué quieres hablar?

Isabella respiró hondo, como si estuviera armándose de valor para expresar lo que quería decirle. Edward sintió que se le hacía un nudo en las tripas.

—Bueno, he tenido una idea. Los últimos dos meses y pico hemos estado Prácticamente viviendo juntos, ¿verdad? —dijo. Edward asintió, sintiendo que el recelo le recorría la espalda—. Y me preguntaba por qué no te has deshecho de tu casa, puesto que siempre estás aquí... Algo que me encanta, claro, pero en realidad es tirar dinero. Pero, cuando fui a visitarte el otro día, se me ocurrió que si fuéramos a vivir juntos tendría más sentido que nos trasladáramos a tu casa, puesto que es más grande. Y yo dejaría mi apartamento —terminó. Había pronunciado todo aquello de un tirón.

Edward se la quedó mirando durante un largo momento, mientras su cerebro hacía un esfuerzo por alcanzarla y procesar sus palabras.

—¿Quieres mudarte conmigo a la casa adosada?

—Bueno —empezó, se encogió de hombros tímidamente, revelando cuánto deseaba lo que proponía—. He estado pensándolo.

Edward se esforzó por tragar saliva pese al nudo que tenía en la garganta. Isabella quería que vivieran juntos. Permanentemente. Por un momento, se sintió como si no hubiera aire en el salón, pero se obligó a respirar hondo un par de veces. La idea no era una grandísima locura, puesto que Prácticamente ya habían estado viviendo juntos. ¿Verdad? Aunque era un paso importante. Y era algo que le arrebataría la posibilidad de retirarse a su propio espacio si volvía a derrumbarse como había hecho aquel fin de semana. Pensar en ello hizo que todo el peso recayera sobre sus hombros una vez más.

—Supongo que tiene sentido —logró decir—. Podemos pensarlo y decidir qué es lo mejor.

A Isabella se le torció la sonrisa.

—De acuerdo —contestó—. Es solo que no tiene demasiado sentido seguir pagando este apartamento diminuto cuando tú tienes una casa adosada tan bonita al lado de tu trabajo.

Edward apoyó los codos en la mesa y juntó las manos. Intentó no prestar atención al pantano de ansiedad que amenazaba con empezar a burbujear en su interior.

—Aunque tú estarías más lejos del tuyo.

—Es cierto, pero no me importa —dijo Isabella, toqueteando la mesa con nerviosismo.

—Bueno, como ya he dicho, podemos pensarlo. Tú apartamento es mucho más acogedor que mi casa.

Isabella sonrió y agitó la mano.

—Eso es porque no la has decorado demasiado. Pero una vez pongamos algunos de mis muebles en la casa adosada, si pintamos un par de paredes y colgamos unas cuantas fotos, también será la mar de acogedora. Tu casa es fantástica, Edward.

Una presión desagradable empezó a aumentar en su pecho. ¿Por qué estaba insistiendo en el asunto ahora? ¿Y por qué lo hacía sentirse como si las paredes se le estuvieran echando encima?

—De acuerdo —dijo, agarrando su plato y levantándose de su mesa—. La cena ha sido estupenda, por cierto. Gracias.

Se fue hacia la cocina: necesitaba espacio; no quería perder los papeles sabiendo que su estrés no tenía nada que ver con la sugerencia de Isabella. Sencillamente, tenía la cabeza demasiado jodida en aquel momento como para pensar en algo permanente, lo cual le hacía sentirse como un imbécil.

Isabella lo siguió.

—Uf, lo estoy haciendo todo mal.

—¿Haciendo qué? —preguntó Edward. El estómago se le convirtió en plomo.
Isabella cerró la distancia entre los dos, apoyó las manos en su pecho y lo miró con aquellos ojos azules tan llenos de cariño. Por un momento, pareció no encontrar las palabras.

—Dios, parece que me he quedado muda como una tonta —dijo al fin.

—Sea lo que sea, dilo y punto —contestó Edward. Sentía el terror como un cubo de hielo recorriéndole la columna vertebral. El nerviosismo de Isabella, tan poco habitual en ella, hacía que la ansiedad de Edward alcanzara nuevos niveles y todos los nudos que tenía dentro se apretaran aún más. Le resultaba imposible seguir respirando hondo.

—De acuerdo. Vamos allá. Edward, te... te quiero. Te quiero tanto que apenas recuerdo cómo era la vida antes de conocerte. Te quiero tanto que no soy capaz de imaginar mi vida sin ti. Hace mucho que me muero por confesártelo, aunque sé que no llevamos demasiado tiempo juntos. Pero, para mí, el número de semanas que han pasado desde que nos conocimos no significa nada comparado con lo que mi corazón siente por ti —dijo, en un tono urgente y honesto—. Te quiero. Estoy enamorada de ti. Eso es lo que quería decirte.

Edward oyó sus palabras como si estuviera al otro lado de un túnel. Le llegaron lentas y desconectadas, como si su cerebro las tuviera que traducir de un lenguaje desconocido a uno que él pudiera comprender, a uno en el que pudiera confiar.

Isabella lo quería.

Isabella había pronunciado las palabras. Palabras que sus acciones llevaban comunicando desde hacía semanas. Joder, quizás incluso hacía más.

Los portones que encerraban la oscuridad de su psique se habían llevado una buena paliza durante los últimos días, y oír su declaración destrozó lo que quedaba de ellas. Todos sus miedos, sus dudas y sus inseguridades surgieron de las profundidades hasta que Edward sintió que se ahogaba, que no podía respirar, que se hundía.

Visto fríamente, su reacción no tenía ningún sentido; Isabella le estaba ofreciendo lo que él había deseado: su amor, su dedicación. Pero, precisamente, conseguir lo que deseaba era lo que le daba miedo.

Porque, en el fondo, todavía era un muchacho de catorce años que creía que debería haber muerto para permitir que su hermano de doce años, el mejor amigo que había tenido jamás, pudiera seguir con vida. Era un adolescente, abrumado por el síndrome del superviviente, que quería con todo su corazón que su padre reconociera su existencia en vez de elegir abandonarlo. Era un hombre que había aprendido que la vida no te da lo que quieres y, si lo hace, te lo vuelve a arrebatar más tarde.

El pasado. Ansiedad. Miedos jodidos. Sabía lo que eran, pero no podía enfrentarse a ellos. No tenía el corazón entero. Le temblaban las piernas. Tenía el cerebro defectuoso.

Él era defectuoso. En aquel estado, no podía permitirse amarla.

Edward le tomó las manos y se las apartó del pecho.

—Isabella... —Pero no pudo pronunciar más palabras, parecía que se le hubieran helado los sesos. Sabía lo que sentía, pero no sabía qué decir, cómo ponerlo en palabras, o si era buena idea hacerlo. Estaba paralizado, joder.

—No hace falta que me digas lo mismo —dijo. Su voz sonaba algo triste, y Edward vio cierta decepción en sus ojos—. Quiero que sepas que no lo he dicho esperando que me correspondieras.

Así que Isabella ya había supuesto que Edward le fallaría. Y eso había hecho. Como si necesitara más pruebas de que no era lo bastante bueno para ella.

Tomó aire con dificultad, y todo el estrés de la semana impactó contra él con una fuerza descomunal. O quizá la situación se parecía más a la de un castillo de naipes, porque, en aquel momento, Edward se sentía como un puto imbécil por haber creído que podría formar parte de una pareja, cuando su mitad de la ecuación estaba tan hecha polvo.

—Isabella, es solo que, todo esto es... —Sacudiendo la cabeza, Edward retrocedió, zafándose de sus brazos. De repente, su piel era demasiado sensible como para soportar el contacto con la de ella. Joder, hasta la ropa que llevaba puesta le parecía demasiado áspera, demasiado pesada, demasiado apretada—. Es mucho que procesar. Ha ocurrido todo de repente —dijo. No estaba seguro ni de qué palabras estaba pronunciando.

Una expresión dolida apareció en el precioso rostro de Isabella y, aunque intentó disimular, Edward sabía lo que había visto.

—No tiene por qué significar nada...

—Sí, sí que tiene —espetó, odiando que sus mierdas emocionales la hubieran llevado a desestimar sus propios sentimientos. Y solo para hacerlo sentir mejor—. Lo significa todo, joder.

Se llevó una mano al pecho, aferrando su Camiseta; la falta de oxígeno le causaba un dolor ardiente en el centro. Un martilleo rítmico le aporreaba la cabeza.

—Edward...

—Lo siento —dijo, haciendo una mueca e intentando respirar hondo—. No puedo... Tengo que... que irme. Necesito un poco de espacio, ¿de acuerdo? Un poco de tiempo —balbuceó. El instinto de huir lo azuzaba. Con ganas—. Es que... necesito espacio. Lo siento.

En un instante estaba cruzando el umbral, mientras su mundo entero explotaba a su alrededor. Porque, con total probabilidad, acababa de destruir lo mejor que había en su vida. Pero quizás era lo más justo, puesto que estaba claro que no era capaz de lidiar con algo tan positivo.

Y Isabella se merecía a alguien que lo fuera.

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Hola a todas que les parecio los capitulos se que tarde mucho en regresar pero como publique en el grupo y pagina sufri un accidente grave el cual el techo de mi casa callo y desfortunadamente yo estaba ahi y llego caerme ami pero por fortuna no paso a mayores tambien tuve que cambiarme de hogar ya que no puedo regresar ahi, ahora con la pandemia que afecta a todos los paises tenemos que estar en reguardo asi que amigos #quedenseencasa no salgan cuidense y cuiden a su familia nos vemos con el proximo capitulo que talves sea el viernes.


8 comentarios:

beata dijo...

Gracias, fue magnifico- que estés bien.

TataXOXO dijo...

Ay no!!! Espero que ya estés mejor y puedas conseguir un sitio más seguro y que estés bien de salud!!!!
Bueno, parece que Edward si desilusionó a Bella, y cuando se entere del bebé, como lo irá a tomar??? Peor???
Besos gigantes!!!!
XOXO

saraipineda dijo...

😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭O que triste mi corazón se apachurro deberás que Edwards necesita mucha ayuda xque sino seguirá lastimando a Isabella ahora se puso así con solo saber que es amado no me quiero imaginar cuando sepa lo del bebé 😭😭muy ansiosa x leete pronto graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss graciasssssssssssssss x tus actuaciones

brigitteluna dijo...

hola como estas ,espero que te encuentres mejor y gracias por la historia moria por seguir, pobre ella toda feliz con el embarazo y no pudo compartirla

Lucía dijo...

Holaa
Muchas gracias por publicar otro capitulo me encanta esta historia y me estaba haciendo mucha falta en la cuarentena
Espero que estés mejor reina y muchas gracias por subir estas historias para nosotras, aunque sean de libros pasarlas con los nombres de crepúsculo debe de dar su trabajo y para mi es mucho mas fácil leer una historia si el nombre de los protagonistas son edward y bella se quedaron en mi corazón desde la primera vez que leí crepúsculo
Abrazo a la distancia!

Anónimo dijo...

Se te extrañaba! Gracias a Dios no te paso nada que lamentar y fue solo una mala experiencia! Gracias por actualizar me encanta esta historia solo espero que Edward busque ayuda profesional para que pueda superar este ataque de ansiedad tan agudo que le está pasando y Bella le pueda decir que van a ser papás!!!!

Anónimo dijo...

Espero que ya te encuentres mucho mejor de tu accidente y recuperes tu hogar pronto, pobre Edward ya se me está pasando un poquito el coraje pero eso pasa por ocultar cosas por falta de confianza, espero él recapacite, gracias por el capítulo apenas poniéndome al corriente.

Valeeeeeeeeee1 dijo...

😭😭😭😭😭

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina