viernes, 6 de abril de 2018

No esperaba enamorarme de ti Capitulo 14


Capitulo 14
Isabella

Sonó un leve golpe en la puerta de la caravana. Me incorporé, saliendo de las profundidades del sueño, y me senté. Estaba completamente oscuro. ¿Qué había pasado?

El golpe se repitió. Envolví la colcha alrededor de mi cuerpo antes de acercarme a la puerta.

—¿Quién es? —dije en voz muy baja.

—Edward.

Se me detuvo el corazón. Abrí la puerta y allí estaba él, con la cazadora y un gorro, con las manos metidas en los bolsillos y una mirada ilegible en su rostro.

—Hola. —Sonreí somnolienta—. ¿Qué haces aquí? —pregunté, mirando hacia el dormitorio.

—Er… quería asegurarme de que estabas bien.

Fruncí el ceño mientras me arrebujaba más en la colcha para protegerme de las ráfagas de aire frío procedentes del exterior.

—¿Por qué no iba a estar bien? —pregunté.

Él parpadeó.


—Es que… se me ocurrió que tu madre ya estaría en casa y, ya sabes, quería saber cómo estabas. Y ella…

—¿En medio de la noche? Podrías haber venido antes.

Edward alzó la mirada al cielo oscuro, iluminado por las estrellas, como si se diera cuenta en ese momento de que era de noche. Volvió a mirarme, ahora con cierta vergüenza e inseguridad. Incliné la cabeza a un lado y lo estudié, allí de pie, bajo el cielo invernal. Su aliento formaba una nube en el aire frío.

—¿Te sientes solo, Ed? —pregunté en voz baja.

Me miró sorprendido.

—¿Qué? —Sacudió la cabeza—. No. Quiero decir que no estoy aquí por eso. No estoy por mí, sino por ti.

Incliné la cabeza a un lado mientras me mordisqueaba el labio inferior con los ojos clavados en él. Lo vi tragar saliva.

—A veces está bien querer algo para uno mismo.

«Está bien que me desees. Espero que lo hagas. ¡Dios, espero que no lo hagas!».

Él asintió con la cabeza.

—Lo sé, solo pensé que seguramente habrías ayudado a tu madre a instalarse… ¿Cómo está?

—Está bien. Mejor. Por la noche se levantó y nos ayudó a hacer la cena. Es una buena señal.

Movió la cabeza, asintiendo, y nos quedamos en silencio durante unos segundos mientras movía los pies.

—Tienes que decirme que me vaya, Isabella. Y con ganas. Dime que me marche, porque no creo que pueda hacerlo por mi cuenta.

Parpadeé.

—No quiero que te vayas.

Soltó un silbido antes de seguir moviéndose sobre los pies.

—¿Quieres que vaya a tu casa? —pregunté.

Sus ojos se encontraron con los míos.

—¿Podrías? Es decir, ¿puedes de verdad? ¿En serio?

Asentí moviendo la cabeza.

—Sí. Espera. —Volví al interior y cerré la puerta. Escribí una nota rápidamente a Alice, haciéndole saber que me iba a casa de Edward y que volvería por la mañana. Ella le diría cualquier excusa a mi madre para cubrir mi ausencia. No hablábamos con mamá de este tipo de cosas. No lo habíamos hecho nunca, y sería raro empezar ahora.

Ya tenía puestos unos pantalones de chándal y una camiseta de manga larga, así que me puse unas botas y la cazadora y salí de la caravana.

La expresión de Edward cuando salí era de puro alivio.

—¿Estás segura de que esto está bien? —preguntó.

—Sí, lo está. Ya suponía que no te habías saciado de mi cuerpo —bromeé. Se detuvo en seco para mirarme muy afectado.

—Isabella, no, no es por eso por lo que estoy aquí. No quiero usarte. Solo quiero… dormir contigo como la noche pasada… y no he podido…, y he pensado que quizá no podías… —Soltó una risa carente de humor y miró al cielo con el ceño fruncido—. Estoy haciéndolo realmente mal. Y te he despertado en medio de la noche para…

—Está bien, no pasa nada. También me ha gustado dormir contigo. Solo lo de dormir. —Sonreí—. Quiero decir que, aunque me gustaron mucho las otras partes, la que digo también estuvo bien. ¿Podemos hacer eso? Es tarde. Si ya te has torturado lo suficiente, claro.

Se detuvo, se llevó la mano a la nuca y luego se rio por lo bajo.

—No me torturo.

Cogí aire.

—¡Oh, te torturas! Podrías dar lecciones de tortura. Es posible que seas el mayor experto en torturas del mundo. —Casi estaba sorprendida por mi capacidad para bromear con ligereza, aunque eso no quitaba que me sintiera muy feliz de verlo. Y contenta de que hubiera querido verme.

Volvió a reírse de nuevo y me apretó la mano mientras caminábamos. La tensión había desaparecido.

Cinco minutos después, atravesábamos la puerta de su casa.

Nos dirigimos a su cama sin hablar. Me quité las botas y la cazadora antes de despojarme del resto de la ropa. Solo habíamos estado juntos una vez, nos habíamos tocado íntimamente durante una noche, pero por alguna razón me sentía cómoda delante de él.

Edward se desnudó también y se metió debajo de las sábanas a mi lado. Acercó el pecho a mi espalda antes de enterrar la nariz en mi pelo. El suspiro que soltó parecía que hubiera estado almacenado durante horas y horas en su pecho. Le cogí los brazos para que me rodeara con ellos, dejando que me sostuviera.

—Gracias —dijo bajito con la voz algo ronca. En su tono había algo que sonaba casi… desesperado. Me giré entre sus brazos.

Me miró en la penumbra de la habitación, con una especie de dolor en sus ojos que no fui capaz de identificar. Fruncí el ceño mientras le ponía la mano en la mejilla.

—Edward… —empecé.

Movió la cabeza, haciéndome callar.

—Lo siento —dijo.

—¿El qué? —susurré.

—Lamento no haber sido capaz de mantenerme alejado de ti. Lamento no ser capaz de dejar de pensar en ti. Siento haberme dirigido a la caravana a buscarte cinco minutos después de despertarme y ver que no estabas. Lamento ser tan egoísta.

El corazón me dio un vuelco con voltereta mortal.

—No estás siendo egoísta. Yo también te he echado de menos. Está bien. No estoy pidiéndote más de lo que puedes dar. De verdad.

—Lo siento mucho por eso.

—¿Por eso?

Volvió a negar con la cabeza lentamente.

—No tener nada que darte. Solo poder aprovecharme. Y eso está mal.

—No está mal si yo me ofrezco.

—Sí, lo está. Sigue estando mal.

Estudié los ángulos de su rostro en la casi total oscuridad y le pasé un dedo por el pómulo, bajando hacia la mandíbula y sus hermosos labios.

—Bien. Lamento hacer que tu dilema moral quede sin valor, pero yo estoy aquí solo por tu cuerpo, Edward Cullen. Así que puedes dejar de hacerte el mártir.

Él se rio mientras me estrechaba con fuerza. Aspiré el aroma masculino y limpio de su piel.

—¿Has vuelto a tener esa pesadilla? —pregunté después de un minuto—. ¿Por eso no puedes dormir?

Permanecí callada, preguntándome si me respondería, y me quedé paralizada cuando su voz profunda llenó el silencio.

—Las pesadillas no son lo más difícil. Lo peor ha sido no poder hablar de mi familia. Y creo que no me he dado cuenta hasta ayer por la noche. —Dejó escapar un suspiro—. Ha sido la primera vez que he hablado en voz alta de mis padres y de mi hermano desde que los perdí.

Eché la cabeza hacia atrás y le acaricié de nuevo la mejilla.

—Debe de haber sido muy duro. Lamento que hayas tenido que guardar todo ese dolor en tu interior.

Asintió con la cabeza.

—He pasado tantas noches solitarias en esta cama que tenerte aquí la noche pasada fue genial. —Hizo un sonido con la garganta—. Solo esto. Que estés aquí conmigo. Es bueno.

—Lo sé. Yo me siento igual —susurré.

Nos quedamos allí, frente a frente, sintiendo el aliento y los dedos de los pies del otro durante unos minutos, hasta que finalmente reuní el valor para seguir hablando.

—¿Quieres contarme algo de tu hermano? Lo veía de vez en cuando por el pueblo, pero jamás llegué a relacionarme con él.

Edward soltó un suspiro.

—Era… —Se tomó unos segundos para considerar las palabras—. Estaba lleno de vida. Un listillo muy bromista. —Sus labios se curvaron en una sonrisa en la oscuridad de la habitación—. Siempre estaba riéndose. Todavía puedo oír su risa si cierro los ojos. Se reía con todo el cuerpo, ¿sabes? Como si se doblara, tropezara y, simplemente… —Soltó una risita y me sonrió—. Le gustaba hacer el tonto. El otro día, cuando estábamos en el trineo, hubiera jurado que oí su risa resonando en las montañas en un momento que estábamos a punto de lanzarnos. Lo hubiera jurado.

Noté una opresión tan grande en el corazón que contuve el aliento. Luego, permanecimos en silencio un rato más. Le di tiempo para que ordenara sus pensamientos.

—Era cinco años mayor que yo, pero lo hacíamos todo juntos. Corríamos por las montañas, simulando que formábamos parte de una banda de indios salvajes. —Volvió a sonreír brevemente antes de ponerse serio, permaneciendo en silencio durante un segundo más—. Siempre tuvimos miedo a la oscuridad cuando éramos niños. Jasper le pedía siempre a mamá que dejara la luz del pasillo encendida. —Se calló de nuevo—. Y murió en la más absoluta oscuridad en esa mina, Isabella. —Se le quebró la voz al decir mi nombre—. Se fue la luz justo después del derrumbe y todos se quedaron a oscuras. Y no puedo evitar… No puedo dejar de pensar que tuvo miedo. Seguramente estuvo muy asustado. Lo oigo en mi mente una y otra vez, susurrándome igual como cuando éramos niños y estábamos en la cama «Eddi, levántate y enciende la luz». Y no puedo hacer nada por él. Nada de nada.

Cerré los ojos con fuerza para contener las lágrimas que pugnaban por salir.

—Sin embargo, tu hermano no estaba solo, estaba con tu padre. Con todos esos hombres. Apuesto lo que quieras a que se ayudaron unos a otros. Todos los que yo conocía eran hombres buenos. Apuesto que todos se apoyaron mucho al final.

—Sí —confirmó en voz baja.

Volvimos a quedarnos callados hasta que Edward se inclinó hacia delante y me dio un beso largo y profundo. Sin embargo, había algo diferente esta vez, y no supe qué era exactamente.

Retiró los labios, pero acercó su cuerpo todavía más al mío.

—Me vuelves loco —murmuró. Volvió a juntar nuestros labios, haciendo que me estremeciera—. Contigo, la oscuridad desaparece. Me proporcionas algún tipo de paz. —Soltó un áspero suspiro—. No sé cómo reaccionar ante ello.

—Tómalo, Edward —susurré—. Te mereces un poco de paz. Permite que te la dé.

—Y ¿qué te doy yo a cambio, mi dulce Isabella? —susurró con la voz rota—. ¿Qué te puedo dar yo?

Lo pensé durante un segundo.

—Me has ayudado a creer.

—¿A creer en qué?

—En la bondad, en la fuerza.

«Mostrándome que hay hombres buenos y además con honor».

Me apartó un mechón de la cara.

—Además, está tu culo. Tienes un culo de infarto —dije.

Se echó a reír y luego se puso serio.

—Lo sé.

Le di un puñetazo en el hombro y sonreí, buscando sus ojos. Me reí.

—Estás tarado —dije, utilizando una palabra que se usaba mucho en las montañas para decir que alguien estaba loco.

Sin dejar de sonreír, frotó la nariz contra mi cuello.

—Mmm… Me gusta ver a la cateta que llevas dentro cuando estás molesta.

Me reí sin sentirme enfadada.

—¿Sabías que el dialecto de las montañas desciende directamente del inglés británico?

—No, no lo sabía —confesó, pasando la nariz por mi mandíbula. Sonreí.

—Mmm… Los Apalaches, como otras áreas remotas, han estado más aislados del resto de la sociedad en muchos sentidos… y mantenemos modismos propios del inglés isabelino. Por ejemplo, esa forma en la que pronunciamos dos L juntas…

—Ah, entonces, cuando vaya a Nueva York y diga «La lluvia en Sevilla es una maravilla», ¿pensarán que estoy hablando en inglés británico?

Me reí.

—No, pensarán que necesitas traductor, pero a mí me pareces muy sexy cuando hablas así.

Él emitió una especie de ronroneo antes de mordisquearme la barbilla.

—Así que te gusta, ¿eh? Me alegro de saberlo… para más tarde —Arrastró los labios por mi cuello—. Creo que voy a ir más abajo.

Me reí de nuevo y lo empujé mientras él también soltaba una risita. Cuando las risas se desvanecieron, Edward me retiró el pelo de la cara con ternura. Había algo en su mirada que no sabía cómo interpretar, y en sus labios jugueteaba todavía una pequeña sonrisa. Paseé los ojos por su hermoso rostro, tratando de averiguar qué estaba sintiendo.

Después de un rato, se inclinó hacia delante y me dio un beso.

—¿Cuáles son tu sueños? Cuéntamelos —susurró.

«Enamorarme de alguien que vaya a quedarse. Dejar de desear con todas mis fuerzas que seas tú».

—Mmm… Ver el mar. Hacer surf. Ir a cenar a un restaurante. Tener más de un par de zapatos. Conseguir una de esas tartas de cumpleaños que se compran en la pastelería con rosas de color rosa en las esquinas. Llevar a mi madre a un buen médico que pueda curarla. Ser maestra y poder conseguir que mis alumnos amen los libros tanto como yo. Vivir en una casa con patio y jardín. Tener mi propia cama.

Permaneció en silencio durante un segundo.

—Deberías tener todas esas cosas y más —dijo finalmente en voz muy baja.

—¿Cuáles son los tuyos, Edward? Además de marcharte de aquí…,¿qué quieres?

Guardó silencio durante un buen rato.

—Quiero ser ingeniero. Quiero tener la nevera siempre llena. Quiero hacer algo importante, algo que suponga una verdadera diferencia. Y quiero reconocer la oportunidad cuando se presente.

Sonreí, agradecida de que hubiera compartido conmigo esa parte de su corazón.

—Apuesto lo que quieras a que conseguirás hacer todas esas cosas e incluso más —dije, sintiendo una punzada de tristeza. Quería que lograra materializar sus sueños, pero me preguntaba si, cuando lo hiciera, yo solo sería un pequeño recuerdo en su mente.

Enredó los dedos en mi pelo y volvió a cubrir mis labios con los suyos, fundiéndonos en un beso.

Empezamos a explorar el cuerpo del otro como habíamos hecho la noche anterior y luego nos dormimos, enredados, dejando la soledad y el frío fuera del capullo cálido que formaban las mantas.

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Hola a todas que les pareció los capítulos de ellos bueno aun quedan  16 capitulos para acabar.
Muchas gracias todas por sus comentarios nos vemos el Lunes con capítulos nuevos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Wow super los 2 capitulos.. ahora esperar q pasa cuando vuelvan a la escuela

Anónimo dijo...

Muchas gracias por los capitulos.. y que pensara Edward de todo lo q esta viviendo

Anónimo dijo...

por lejos mi historia favorita de todas las que has escrito no puedo creer lo enganchada que estoy

beata dijo...

Hermosa historia, es muy romántica y triste.

Espero el lunes la próxima actualización

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina