Capitulo 13
Isabella
Al
día siguiente me fui temprano, me puse la ropa tiritando por el frío aire de la
mañana y besé a Edward para despedirme mientras dormía. No había tenido más
pesadillas y no quería despertarlo. Habíamos estado despiertos la mayor parte
de la noche. Un cálido rubor me cubrió la piel mientras revivía lo que habíamos
hecho en su cama. Me moría de ganas de bucear de nuevo debajo de las mantas y
volver a sentir cada experiencia otra vez. Pero no sabía a qué hora estaría Alice
en casa, y quería estar allí cuando llegara con mamá. Así que me escapé de casa
de Edward lo más silenciosamente que pude, cerrando la puerta a mi espalda.
Dejé
allí el árbol de Navidad. Caminé por la nieve hasta la caravana, tiritando de
frío. Esta mañana el mundo me parecía diferente. El frío era más frío, el aire
más fresco, los pinos más fragantes, el azul del cielo todavía más brillante.
Me sentía viva.
Cuando
atravesé corriendo la puerta del remolque, encendí los calefactores para que se
estuviera cómodo en el interior. Me di una ducha rápida y luego me puse ropa
limpia, dos jerséis y dos pares de gastados calcetines de lana. Me recogí el
pelo de forma desordenada en lo alto de la cabeza para que los mechones mojados
no me hicieran tener frío.
Más
tarde, fui a la cocina y rebusqué en la alacena. Había un poco de avena, así
que la cociné y añadí un poco de canela. La devoré sentada en el sofá, envuelta
en una manta.
Al
instante, comencé a pensar en Edward. Recordé todo lo que había sabido sobre él
desde el día anterior. Imaginé la soledad a la que debía de haberse enfrentado.
En todo lo que había tenido que hacer para sobrevivir, y el corazón se me
encogió. Me pregunté si seguiría durmiendo. Ojalá fuera así. Me pregunté qué
pasaría entre nosotros ahora. No sabía si debía esperar algo o no. Quizá la
noche pasada fuera una experiencia de una sola vez. Solo la idea me hacía
sentir profundamente decepcionada.
«¡Oh,
Isabella! No seas estúpida. Como esperes algo, esto no terminará bien para ti».
Suspiré
y me metí una cucharada más de avena en la boca. Edward había sido muy claro.
No podía decir que me hubiera prometido más de lo que habíamos tenido la noche
anterior. Por lo que había deducido, él se había resistido durante todo el
tiempo que pudo. «No quiere mantener relaciones». Y me lo había dicho
claramente. Besarme y explorarnos mutuamente no cambiaba eso. ¿Podría aceptarlo
yo? No me quedaba otra opción. Me había ofrecido lo que podía de una forma
honesta, y yo lo había consentido. Tenía que hacerme a la idea, quisiera o no.
Quizá
estaba metiéndome en una relación demasiado complicada dado el historial de mi
madre y de mi hermana con los hombres. ¿Podría estar con Edward de forma
temporal y permitir que nuestros caminos se separaran cuando llegara el
momento? Seguramente estaría triste, tal vez incluso derramara algunas lágrimas
por ello, pero luego me acostumbraría. Los recuerdos se desvanecerían mientras
la vida seguía adelante.
Probablemente
él tenía razón cuando limitaba nuestras interacciones sexuales. Quizá estaba
pensando con más claridad que yo en ese tema. Después de todo, tenía más
experiencia. Fruncí el ceño. ¿Seguiría viendo a otras chicas? ¿Podría pedirle
que no lo hiciera? No, no tenía derecho a ello. El dolor se apoderó de mí
cuando me lo imaginé con otra chica en su cama, haciendo todo lo que había
hecho conmigo.
Puse
el cuenco vacío sobre la mesita de café y me envolví con los brazos. Estaba
claro que no estaba consiguiendo separar mi cuerpo de mi corazón.
Oí
el ronroneo de un motor fuera de la caravana, seguido del ruido de una puerta y
de unos pasos. Me levanté de un salto para correr hacia la puerta.
Alice,
Emmet y mi madre, apoyada entre los dos, estaban llegando a la puerta.
—Mamá
—susurré cuando la vi, alargando la mano para coger la de ella mientras subía
los escalones. Ella me brindó una sonrisa cansada antes de entrar en la
caravana. Alice y Emmet la siguieron. Aparté con rapidez la manta que había
estado usando para dejarle sitio para sentarse.
—Cariño,
me gustaría acostarme —dijo con un hilo de voz.
—Por
supuesto, mamá —dije en voz baja, lanzando una mirada interrogante a Alice, que
parecía agotada. Sin embargo, ella sonrió y asintió con la cabeza, lo que
indicaba que nuestra madre estaba bien.
Acompañé
a mamá a la pequeña habitación que compartía con mi hermana en la parte
posterior del remolque y la ayudé a tenderse en la cama. Le quité los zapatos
antes de cubrirla con una manta. Suspiró.
—Gracias,
Isabella. —Me apretó la mano y yo me senté junto a ella en la cama—. Lo siento
mucho, nena —dijo con expresión de tristeza—. Lo siento.
Moví
la cabeza con los ojos llenos de lágrimas.
—Solo
quiero que estés bien, mamá —dije.
—Y
yo. No sé por qué me pasa esto. Es un desastre. Yo soy un desastre. Trato de
detenerlo, nena, de verdad…, pero cuando llega la oscuridad… —Sacudió la
cabeza. Todavía no se habían desvanecido sus palabras cuando cerró los ojos.
—Te
quiero, mamá. No importa lo que hagas. Te quiero.
Vi cómo caían algunas
lágrimas de sus ojos.
—Ya
lo sé, nenita. Y eso me da ánimo. De verdad. —Se puso de lado. Me dio la
impresión de que no quería seguir hablando, parecía somnolienta y, seguramente,
estaba medicada. Le aparté el pelo oscuro de la cara y me quedé mirando cómo se
relajaban sus rasgos por el sueño.
Permanecí
allí sentada durante unos minutos más, disfrutando de su presencia, y luego
salí para dejarla descansar, cerrando la puerta del dormitorio.
—Parece
estar mejor —le dije a Alice en voz baja. Alice y Emmet estaban sentados en el
sofá. Él tenía los codos apoyados en las rodillas mientras estudiaba el
remolque, con una expresión un poco reticente en el rostro. Estaba segura de
que nuestro hogar le parecía un agujero de ratas.
—Lo
está. Por ahora —convino Alice antes de suspirar. La entendía perfectamente.
Cuánto tiempo estaría bien esta vez era un misterio.
—Bueno,
Emmet, muchas gracias por tu ayuda este fin de semana —dijo mi hermana,
despidiéndolo claramente. Él arqueó las cejas como si no se esperara ese trato,
aunque siendo el caballero que era, se levantó para marcharse.
—Por
supuesto. ¿Estás segura de que no hace falta que…? —Su voz se apagó, parecía no
saber qué podía ofrecer exactamente.
—Ahora
estamos bien. Gracias. —Sonrió.
«Bueno,
bueno, qué momento tan incómodo…».
—Muchas
gracias, Ammet —le dije, tendiéndole la mano con una cálida sonrisa—. Has sido
muy amable.
—El
placer ha sido mío. —Miró con timidez a Alice, que se mordía las uñas—. Si
necesitas cualquier cosa, por favor, no dudes en llamarme.
Asentí
y Alice empezó a ir hacia la puerta.
—Oh.
—Él se dio la vuelta de repente, casi chocando con ella. Los dos se rieron,
incómodos, con las mejillas sonrojadas. Sin duda era un hombre guapo, con
aquellas gafas de sabiondo y raya en el pelo, pero tenía potencial. Y me daba
la impresión de que su torpe comportamiento con Alice era una indicación de
algo.
Sacó
lo que parecía una bolsa de la farmacia del bolsillo.
—Asegúrate
de que tu madre se toma toda la medicación según está indicado. El médico
parecía convencido de que el tratamiento podría funcionar bien.
Eso
ya lo habíamos pensado otras veces.
Alice
asintió.
—Lo
haré. Gracias de nuevo.
Él
vaciló durante un segundo, pero luego sonrió y se despidió con un gesto antes
de atravesar la puerta del remolque, que cerró con firmeza. Unos segundos
después, oímos que arrancaba el coche.
Alice se hundió en el
sofá y emitió un fuerte suspiro.
Me
senté a su lado y me giré hacia ella. Me miraba de reojo.
—Debería
estar muy enfadada contigo, hermanita.
—Pero
¿lo estás o no? —pregunté.
Respiró
hondo, pareciendo pensativa.
—Creo
que no. Emmet…, él es… Es un buen tipo. Inofensivo, creo. —Ladeó la cabeza y se
mordió el labio—. Ha estado muy servicial con mamá.
Asentí.
—Parecía
cansada, pero la veo mejor.
—Que
él tenga el título de doctor, o quizá simplemente el hecho de que sea un
hombre, hizo que los médicos que atendieron a mamá se esmeraran más que cuando
solo estamos tú o yo. De hecho, le han dado un nuevo cóctel de medicamentos que
piensan que puede ayudarla.
Fruncí
el ceño.
—Un
cóctel… Es decir, una mezcla de diferentes medicamentos. Lo que significa que
son más de uno… Lo que quiere decir que…
—No
vamos a ser capaces de pagarlos, lo sé. —Parecía preocupada—. E incluso puede
que no funcionen. Pero el doctor McCarty, Emmet, ha pagado el segundo
medicamento a pesar de que le dije que no lo hiciera. —Me miró con aire casi
culpable—. Como era para mamá, se lo he permitido. —Bajó la vista, mordiéndose
el labio.
—Has
hecho bien, Ali —dije. Sin embargo, sabía que no lo haría de nuevo. Tal y como
había dicho, quizá la nueva combinación no sería efectiva. Bien sabía Dios que
habíamos probado muchos medicamentos que no habían servido para nada, algunos
incluso habían hecho que se sintiera peor.
Observé
a Alice.
—Por
lo tanto… Emmet… Creo que le gustas de verdad.
Hizo
un sonido burlón.
—Claro,
por ahora.
—Alice…
—No,
escúchame. Es un tipo agradable y con buena apariencia… Pero es un hombre de
éxito. Ni siquiera pertenece aquí. No en realidad. —Se interrumpió, pensativa—.
Pero me ayudó a que el tiempo pasara más rápidamente, y aunque solo sea por
eso, estoy agradecida.
—Gracias
por ir esta vez —le dije—. Te has perdido la Navidad…
Me
miró con tristeza.
—Bueno, yo al menos
tenía compañía. Tú estabas aquí sola. —Me sostuvo la mano—. Imagino
que estuviste leyendo. ¿Ha ido todo bien?
Bajé
la cabeza, notando las mejillas calientes.
—¿Qué
es lo que me estás ocultando?
Levanté
la vista y abrí la boca para hablar, pero vacilé.
—Isabella…
—La voz de Alice contenía una nota de advertencia que indicaba que era mejor
que empezara a hablar ya.
Sonreí
nerviosa.
—No
he estado sola. Y tampoco he estado exactamente aquí.
Abrió
los ojos como platos.
—¿Qué?
¿Dónde diablos has estado?
Alice
ya sabía que Edward me había acompañado a casa. Pensé si debía contarle todo lo
que había ocurrido antes; empezar por el hecho de que a pesar de que íbamos al
mismo instituto y de que vivíamos cerca, hacía poco tiempo que nos conocíamos.
Seguir por lo que ocurrió en la biblioteca, en la obra de teatro… Ella era mi
hermana, mi mejor amiga. Se lo conté todo.
Cuando
terminé, me miró fijamente durante un momento.
—Guau,
Isabella… Desde luego han ocurrido muchas cosas mientras yo estaba en esa sala
de espera. —Hizo una pausa como si estuviera sopesando todo lo que le había
dicho—. Y al menos él ha sido sincero contigo sobre sus pretensiones. Sabes que
se va a marchar. No está tratando de engañarte para conseguir algo de ti y
luego largarse como hace la mayoría.
Asentí
con la cabeza. Estaba triste, no podía negar que esa había sido la experiencia
normal para las mujeres de la familia, pero una parte de mí quería argumentar
contra ella. En mi interior todavía creía que algunos hombres eran buenos y
honorables. Y a veces se quedaban.
Solo
que Edward no se quedaría, lo había dejado muy claro.
—¿Podrás
manejarlo, Bella? —me preguntó por lo bajo.
—No
lo sé —repuse con sinceridad—. Pero tampoco creo que hubiera podido evitarlo.
Ya sabes, la Navidad sola y la atracción que sentimos el uno por el otro… —Me
pasé un dedo por los labios para recordar la sensación de su boca sobre la
mía—. Esa podría ser la explicación de todo, ¿sabes? La medida de mi no relación
con Edward Cullen. —Me senté más erguida—. Sin embargo, estaría bien. Siempre
he sido correcta. Siempre he sido buena porque no tenía otra opción.
Alice
sonrió y me apretó la mano.
—Voy
a darme una ducha y luego me acostaré como mamá —comentó, poniéndose en pie
mientras bostezaba—. Casi no he dormido en el hospital. Aunque me da la
impresión de que tú tampoco has dormido mucho.
Después de que hubo
cerrado la puerta del cuarto de baño, me senté otra vez en el sofá yo sola.
Después de unos minutos, cogí un libro y me recosté en el respaldo. Me costaba
concentrarme… Mis pensamientos parecían volver a Edward una y otra vez,
mientras una sensación de abrumadora melancolía inundaba mi corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario