Capitulo 14
Isabella
Sonó
un leve golpe en la puerta de la caravana. Me incorporé, saliendo de las
profundidades del sueño, y me senté. Estaba completamente oscuro. ¿Qué había
pasado?
El
golpe se repitió. Envolví la colcha alrededor de mi cuerpo antes de acercarme a
la puerta.
—¿Quién
es? —dije en voz muy baja.
—Edward.
Se
me detuvo el corazón. Abrí la puerta y allí estaba él, con la cazadora y un
gorro, con las manos metidas en los bolsillos y una mirada ilegible en su
rostro.
—Hola.
—Sonreí somnolienta—. ¿Qué haces aquí? —pregunté, mirando hacia el dormitorio.
—Er…
quería asegurarme de que estabas bien.
Fruncí
el ceño mientras me arrebujaba más en la colcha para protegerme de las ráfagas
de aire frío procedentes del exterior.
—¿Por
qué no iba a estar bien? —pregunté.
Él
parpadeó.
—Es
que… se me ocurrió que tu madre ya estaría en casa y, ya sabes, quería saber
cómo estabas. Y ella…
—¿En
medio de la noche? Podrías haber venido antes.
Edward
alzó la mirada al cielo oscuro, iluminado por las estrellas, como si se diera
cuenta en ese momento de que era de noche. Volvió a mirarme, ahora con cierta
vergüenza e inseguridad. Incliné la cabeza a un lado y lo estudié, allí de pie,
bajo el cielo invernal. Su aliento formaba una nube en el aire frío.
—¿Te
sientes solo, Ed? —pregunté en voz baja.
Me
miró sorprendido.
—¿Qué?
—Sacudió la cabeza—. No. Quiero decir que no estoy aquí por eso. No estoy por
mí, sino por ti.
Incliné la cabeza a
un lado mientras me mordisqueaba el labio inferior con los ojos clavados en él.
Lo vi tragar saliva.
—A
veces está bien querer algo para uno mismo.
«Está
bien que me desees. Espero que lo hagas. ¡Dios, espero que no lo hagas!».
Él
asintió con la cabeza.
—Lo
sé, solo pensé que seguramente habrías ayudado a tu madre a instalarse… ¿Cómo
está?
—Está
bien. Mejor. Por la noche se levantó y nos ayudó a hacer la cena. Es una buena
señal.
Movió
la cabeza, asintiendo, y nos quedamos en silencio durante unos segundos
mientras movía los pies.
—Tienes
que decirme que me vaya, Isabella. Y con ganas. Dime que me marche, porque no
creo que pueda hacerlo por mi cuenta.
Parpadeé.
—No
quiero que te vayas.
Soltó
un silbido antes de seguir moviéndose sobre los pies.
—¿Quieres
que vaya a tu casa? —pregunté.
Sus
ojos se encontraron con los míos.
—¿Podrías?
Es decir, ¿puedes de verdad? ¿En serio?
Asentí
moviendo la cabeza.
—Sí.
Espera. —Volví al interior y cerré la puerta. Escribí una nota rápidamente a Alice,
haciéndole saber que me iba a casa de Edward y que volvería por la mañana. Ella
le diría cualquier excusa a mi madre para cubrir mi ausencia. No hablábamos con
mamá de este tipo de cosas. No lo habíamos hecho nunca, y sería raro empezar
ahora.
Ya
tenía puestos unos pantalones de chándal y una camiseta de manga larga, así que
me puse unas botas y la cazadora y salí de la caravana.
La
expresión de Edward cuando salí era de puro alivio.
—¿Estás
segura de que esto está bien? —preguntó.
—Sí,
lo está. Ya suponía que no te habías saciado de mi cuerpo —bromeé. Se detuvo en
seco para mirarme muy afectado.
—Isabella,
no, no es por eso por lo que estoy aquí. No quiero usarte. Solo quiero… dormir
contigo como la noche pasada… y no he podido…, y he pensado que quizá no
podías… —Soltó una risa carente de humor y miró al cielo con el ceño fruncido—.
Estoy haciéndolo realmente mal. Y te he despertado en medio de la noche para…
—Está
bien, no pasa nada. También me ha gustado dormir contigo. Solo lo de dormir.
—Sonreí—. Quiero decir que, aunque me gustaron mucho las otras partes, la que
digo también estuvo bien. ¿Podemos hacer eso? Es tarde. Si ya te has torturado
lo suficiente, claro.
Se
detuvo, se llevó la mano a la nuca y luego se rio por lo bajo.
—No
me torturo.
Cogí
aire.
—¡Oh,
te torturas! Podrías dar lecciones de tortura. Es posible que seas el mayor
experto en torturas del mundo. —Casi estaba sorprendida por mi capacidad para
bromear con ligereza, aunque eso no quitaba que me sintiera muy feliz de verlo.
Y contenta de que hubiera querido verme.
Volvió
a reírse de nuevo y me apretó la mano mientras caminábamos. La tensión había
desaparecido.
Cinco
minutos después, atravesábamos la puerta de su casa.
Nos
dirigimos a su cama sin hablar. Me quité las botas y la cazadora antes de
despojarme del resto de la ropa. Solo habíamos estado juntos una vez, nos
habíamos tocado íntimamente durante una noche, pero por alguna razón me sentía
cómoda delante de él.
Edward
se desnudó también y se metió debajo de las sábanas a mi lado. Acercó el pecho
a mi espalda antes de enterrar la nariz en mi pelo. El suspiro que soltó
parecía que hubiera estado almacenado durante horas y horas en su pecho. Le
cogí los brazos para que me rodeara con ellos, dejando que me sostuviera.
—Gracias
—dijo bajito con la voz algo ronca. En su tono había algo que sonaba casi…
desesperado. Me giré entre sus brazos.
Me
miró en la penumbra de la habitación, con una especie de dolor en sus ojos que
no fui capaz de identificar. Fruncí el ceño mientras le ponía la mano en la
mejilla.
—Edward…
—empecé.
Movió
la cabeza, haciéndome callar.
—Lo
siento —dijo.
—¿El
qué? —susurré.
—Lamento
no haber sido capaz de mantenerme alejado de ti. Lamento no ser capaz de dejar
de pensar en ti. Siento haberme dirigido a la caravana a buscarte cinco minutos
después de despertarme y ver que no estabas. Lamento ser tan egoísta.
El
corazón me dio un vuelco con voltereta mortal.
—No
estás siendo egoísta. Yo también te he echado de menos. Está bien. No estoy
pidiéndote más de lo que puedes dar. De verdad.
—Lo
siento mucho por eso.
—¿Por
eso?
Volvió a negar con la
cabeza lentamente.
—No
tener nada que darte. Solo poder aprovecharme. Y eso está mal.
—No
está mal si yo me ofrezco.
—Sí,
lo está. Sigue estando mal.
Estudié
los ángulos de su rostro en la casi total oscuridad y le pasé un dedo por el pómulo,
bajando hacia la mandíbula y sus hermosos labios.
—Bien.
Lamento hacer que tu dilema moral quede sin valor, pero yo estoy aquí solo por
tu cuerpo, Edward Cullen. Así que puedes dejar de hacerte el mártir.
Él
se rio mientras me estrechaba con fuerza. Aspiré el aroma masculino y limpio de
su piel.
—¿Has
vuelto a tener esa pesadilla? —pregunté después de un minuto—. ¿Por eso no
puedes dormir?
Permanecí
callada, preguntándome si me respondería, y me quedé paralizada cuando su voz
profunda llenó el silencio.
—Las
pesadillas no son lo más difícil. Lo peor ha sido no poder hablar de mi
familia. Y creo que no me he dado cuenta hasta ayer por la noche. —Dejó escapar
un suspiro—. Ha sido la primera vez que he hablado en voz alta de mis padres y
de mi hermano desde que los perdí.
Eché
la cabeza hacia atrás y le acaricié de nuevo la mejilla.
—Debe
de haber sido muy duro. Lamento que hayas tenido que guardar todo ese dolor en
tu interior.
Asintió
con la cabeza.
—He
pasado tantas noches solitarias en esta cama que tenerte aquí la noche pasada
fue genial. —Hizo un sonido con la garganta—. Solo esto. Que estés aquí
conmigo. Es bueno.
—Lo
sé. Yo me siento igual —susurré.
Nos
quedamos allí, frente a frente, sintiendo el aliento y los dedos de los pies
del otro durante unos minutos, hasta que finalmente reuní el valor para seguir
hablando.
—¿Quieres
contarme algo de tu hermano? Lo veía de vez en cuando por el pueblo, pero jamás
llegué a relacionarme con él.
Edward
soltó un suspiro.
—Era… —Se tomó unos
segundos para considerar las palabras—. Estaba lleno de vida. Un listillo muy
bromista. —Sus labios se curvaron en una sonrisa en la oscuridad de la
habitación—. Siempre estaba riéndose. Todavía puedo oír su risa si cierro los
ojos. Se reía con todo el cuerpo, ¿sabes? Como si se doblara, tropezara y,
simplemente… —Soltó una risita y me sonrió—. Le gustaba hacer el tonto. El otro
día, cuando estábamos en el trineo, hubiera jurado que oí su risa resonando en
las montañas en un momento que estábamos a punto de lanzarnos. Lo hubiera
jurado.
Noté
una opresión tan grande en el corazón que contuve el aliento. Luego,
permanecimos en silencio un rato más. Le di tiempo para que ordenara sus
pensamientos.
—Era
cinco años mayor que yo, pero lo hacíamos todo juntos. Corríamos por las
montañas, simulando que formábamos parte de una banda de indios salvajes.
—Volvió a sonreír brevemente antes de ponerse serio, permaneciendo en silencio
durante un segundo más—. Siempre tuvimos miedo a la oscuridad cuando éramos
niños. Jasper le pedía siempre a mamá que dejara la luz del pasillo encendida.
—Se calló de nuevo—. Y murió en la más absoluta oscuridad en esa mina, Isabella.
—Se le quebró la voz al decir mi nombre—. Se fue la luz justo después del
derrumbe y todos se quedaron a oscuras. Y no puedo evitar… No puedo dejar de
pensar que tuvo miedo. Seguramente estuvo muy asustado. Lo oigo en mi mente una
y otra vez, susurrándome igual como cuando éramos niños y estábamos en la cama
«Eddi, levántate y enciende la luz». Y no puedo hacer nada por él. Nada de
nada.
Cerré
los ojos con fuerza para contener las lágrimas que pugnaban por salir.
—Sin
embargo, tu hermano no estaba solo, estaba con tu padre. Con todos esos
hombres. Apuesto lo que quieras a que se ayudaron unos a otros. Todos los que
yo conocía eran hombres buenos. Apuesto que todos se apoyaron mucho al final.
—Sí
—confirmó en voz baja.
Volvimos
a quedarnos callados hasta que Edward se inclinó hacia delante y me dio un beso
largo y profundo. Sin embargo, había algo diferente esta vez, y no supe qué era
exactamente.
Retiró
los labios, pero acercó su cuerpo todavía más al mío.
—Me
vuelves loco —murmuró. Volvió a juntar nuestros labios, haciendo que me
estremeciera—. Contigo, la oscuridad desaparece. Me proporcionas algún tipo de
paz. —Soltó un áspero suspiro—. No sé cómo reaccionar ante ello.
—Tómalo,
Edward —susurré—. Te mereces un poco de paz. Permite que te la dé.
—Y
¿qué te doy yo a cambio, mi dulce Isabella? —susurró con la voz rota—. ¿Qué te
puedo dar yo?
Lo
pensé durante un segundo.
—Me
has ayudado a creer.
—¿A
creer en qué?
—En
la bondad, en la fuerza.
«Mostrándome
que hay hombres buenos y además con honor».
Me
apartó un mechón de la cara.
—Además,
está tu culo. Tienes un culo de infarto —dije.
Se
echó a reír y luego se puso serio.
—Lo sé.
Le
di un puñetazo en el hombro y sonreí, buscando sus ojos. Me reí.
—Estás
tarado —dije, utilizando una palabra que se usaba mucho en las montañas para
decir que alguien estaba loco.
Sin
dejar de sonreír, frotó la nariz contra mi cuello.
—Mmm…
Me gusta ver a la cateta que llevas dentro cuando estás molesta.
Me
reí sin sentirme enfadada.
—¿Sabías
que el dialecto de las montañas desciende directamente del inglés británico?
—No,
no lo sabía —confesó, pasando la nariz por mi mandíbula. Sonreí.
—Mmm…
Los Apalaches, como otras áreas remotas, han estado más aislados del resto de
la sociedad en muchos sentidos… y mantenemos modismos propios del inglés
isabelino. Por ejemplo, esa forma en la que pronunciamos dos L juntas…
—Ah,
entonces, cuando vaya a Nueva York y diga «La lluvia en Sevilla es una
maravilla», ¿pensarán que estoy hablando en inglés británico?
Me
reí.
—No,
pensarán que necesitas traductor, pero a mí me pareces muy sexy cuando hablas
así.
Él
emitió una especie de ronroneo antes de mordisquearme la barbilla.
—Así
que te gusta, ¿eh? Me alegro de saberlo… para más tarde —Arrastró los labios
por mi cuello—. Creo que voy a ir más abajo.
Me
reí de nuevo y lo empujé mientras él también soltaba una risita. Cuando las
risas se desvanecieron, Edward me retiró el pelo de la cara con ternura. Había
algo en su mirada que no sabía cómo interpretar, y en sus labios jugueteaba
todavía una pequeña sonrisa. Paseé los ojos por su hermoso rostro, tratando de
averiguar qué estaba sintiendo.
Después
de un rato, se inclinó hacia delante y me dio un beso.
—¿Cuáles
son tu sueños? Cuéntamelos —susurró.
«Enamorarme
de alguien que vaya a quedarse. Dejar de desear con todas mis fuerzas que seas
tú».
—Mmm…
Ver el mar. Hacer surf. Ir a cenar a un restaurante. Tener más de un par de
zapatos. Conseguir una de esas tartas de cumpleaños que se compran en la
pastelería con rosas de color rosa en las esquinas. Llevar a mi madre a un buen
médico que pueda curarla. Ser maestra y poder conseguir que mis alumnos amen los
libros tanto como yo. Vivir en una casa con patio y jardín. Tener mi propia
cama.
Permaneció
en silencio durante un segundo.
—Deberías tener todas
esas cosas y más —dijo finalmente en voz muy baja.
—¿Cuáles
son los tuyos, Edward? Además de marcharte de aquí…,¿qué quieres?
Guardó
silencio durante un buen rato.
—Quiero
ser ingeniero. Quiero tener la nevera siempre llena. Quiero hacer algo
importante, algo que suponga una verdadera diferencia. Y quiero reconocer la
oportunidad cuando se presente.
Sonreí,
agradecida de que hubiera compartido conmigo esa parte de su corazón.
—Apuesto
lo que quieras a que conseguirás hacer todas esas cosas e incluso más —dije,
sintiendo una punzada de tristeza. Quería que lograra materializar sus sueños,
pero me preguntaba si, cuando lo hiciera, yo solo sería un pequeño recuerdo en
su mente.
Enredó
los dedos en mi pelo y volvió a cubrir mis labios con los suyos, fundiéndonos
en un beso.
Empezamos a explorar
el cuerpo del otro como habíamos hecho la noche anterior y luego nos dormimos,
enredados, dejando la soledad y el frío fuera del capullo cálido que formaban
las mantas.
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Hola a todas que les pareció los capítulos de ellos bueno aun quedan 16 capitulos para acabar.
Muchas gracias todas por sus comentarios nos vemos el Lunes con capítulos
nuevos.
4 comentarios:
Wow super los 2 capitulos.. ahora esperar q pasa cuando vuelvan a la escuela
Muchas gracias por los capitulos.. y que pensara Edward de todo lo q esta viviendo
por lejos mi historia favorita de todas las que has escrito no puedo creer lo enganchada que estoy
Hermosa historia, es muy romántica y triste.
Espero el lunes la próxima actualización
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