miércoles, 4 de abril de 2018

No esperaba enamorarme de ti Capitulo 10


Capitulo 10
Isabella
Quince minutos más tarde, nos movíamos de la forma más sigilosa posible, escondiéndonos detrás de unos árboles que había al lado de la caravana de Dell Walker. Su patio estaba lleno de basura, medio cubierta de nieve.

Se podría pensar que hubiéramos podido avanzar como si tal cosa por la propiedad y coger lo que quisiéramos, ya que eran desechos. Pero la gente de la montaña era muy rara para sus cosas, y podía darse el caso de que Dell saliera con la escopeta si nos veía rebuscando en su basura. Y si le preguntábamos si podíamos coger algo, pensaría que tenía algún valor y trataría de cobrarnos. Además, Dell era un viejo bastardo. Un bastardo con una escopeta. Y con cierta inclinación a consumir grandes cantidades de licor.

Edward señaló una cámara de aire que yacía medio sumergida en la nieve, a unos treinta metros del lugar donde estábamos escondidos. Se llevó un dedo a los labios y me guiñó un ojo, haciendo que sintiera mariposas en el estómago. Asentí moviendo la cabeza. Lo miré mientras corría con rapidez hasta un pequeño cobertizo a nuestra derecha para ocultarse detrás. Se agachó mientras yo me reía contra la mano, cubierta con un grueso calcetín con una bolsa de plástico atada alrededor de la muñeca. Unos improvisados guantes impermeables.

Mientras lo esperaba, pensé en lo que me acababa de contar en su casa. Me había horrorizado cuando lo consideré, estupefacta, en la caravana. Pero en lo más profundo, estaba segura de que era cierto. Sin embargo, cuando me lo confirmó, me sorprendí todavía más. Pobre Edward…, viviendo solo durante todo ese tiempo…, sufriendo a solas la pérdida de su familia, sin nadie que lo ayudara a superarlo. Sin nada, salvo soledad. ¿Cómo había podido sobrevivir? De repente, entendí su necesidad de marcharse de Dennville. Comprendí su ansia por hacerse una vida en alguna parte que no le recordara el profundo dolor que debía de haber vivido durante todos estos años. Y me dieron ganas de amarlo. Lo que no era bueno. Nada bueno. Porque él no me devolvería ese amor. No se permitiría amar, incluso aunque quisiera, no iba a poder. Y supuse que era lo mejor. Ni siquiera podía echárselo en cara. Había evitado cualquier tipo de compromiso, pero no a las chicas. Mientras que yo había ignorado por completo a los chicos; ambos por culpa de nuestro propio abandono.

Edward regresó de nuevo a la arboleda con la respiración agitada, las mejillas encendidas y una sonrisa en los labios. Tan guapo como nunca.

Uf. Dos veces uf.

—¿Preparado? —pregunté.

—Sí. —Soltó el aire sin dejar de sonreír.

Nos dirigimos a la colina después de apropiarnos de una segunda rueda en el patio de Cletus Rucker de la misma forma que en el de Dell Walker. Edward me llevó a un lugar que, según me había prometido, era el mejor de las montañas para lanzarse en trineo. No se equivocaba.

Después de atravesar un pinar, llegamos a lo alto de una colina que caía en una pendiente perfecta, una que era escarpada, pero larga, y que finalizaba en una suave llanura, por lo que teníamos tiempo de sobra para detenernos antes de que comenzara de nuevo el bosque.

—¡Oh, Dios mío! —exclamé, mirando hacia abajo—. Alice se va a morir cuando vea lo que nos hemos estado perdiendo todos estos años.

Edward movió la cabeza.

—No, no… No puedes revelar la ubicación de esta pista. Es alto secreto. Clasificada.

Me reí.

—Vale. Pero ¿cómo la encontraste?

Dejó la rueda en la parte superior de la colina, y yo lo imité, dejando la mía muy cerca de la suya.

—La encontró mi hermano. Adoraba estas colinas. Te juro que me hizo explorar con él cada metro de ellas. —No sonrió, pero había una expresión tierna en su cara. Lo cogí de la mano y él me miró a los ojos, casi con timidez, como si estuviera recordando lo que era ser un niño pequeño.

—Vamos, tirémonos de la mano.

Él asintió y los dos nos sentamos en el agujero interior, colocándonos de forma adecuada.

Edward me miró con una expresión de ilusión que nunca le había visto antes, casi conteniendo el aliento por la anticipación, como si estuviera a punto de ocurrir algo realmente bueno. Esa expresión me hizo contener el aliento. Había algo tan puro en él que era casi como si estuviera viéndolo por primera vez. Era un deleite perfecto, desenfadado, y yo era parte de él. No quería que pasara el momento antes de que hubiera podido grabarlo en mi memoria.

—¿Preparada? —preguntó con suavidad.

—Preparada.

Lancé una mirada a la colina, a los árboles que había al fondo, y a Dennville, todavía más lejos, debajo del humo que salía perezosamente de las chimeneas, a las plantaciones de tabaco, que parecían solo puntos en el horizonte. Aquí solo había paz, libertad y una belleza única. Tomé aliento como si así pudiera capturar en mis pulmones la sensación que transmitía el momento y retenerla allí para siempre.

Los dos nos inclinamos hacia delante y, con las manos cogidas, dejamos que las ruedas se deslizaran cada vez más rápido por la colina, ganando velocidad tan deprisa que la cabeza se me fue hacia atrás, haciéndome reír sin control. El viento me enredaba el pelo mientras Edward me sujetaba la mano con su cálida fuerza. Por lo general, las ruedas giraban sobre sí mismas trazando círculos, pero al tener las manos unidas, bajamos en línea recta. Lo miré y vi que él también estaba riéndose.

Nos detuvimos lentamente justo antes de llegar a la arboleda, arrastrando los pies en la nieve.

Edward me miró con las mejillas rojas y una sonrisa enorme en la cara.

—¿Otra vez? —preguntó.

Me reí y dije que sí con la cabeza, por lo que volvimos a subir la ladera muy despacio.

Jugamos como niños durante toda la tarde, bajando la colina mientras mis chillidos y la risa profunda de Edward resonaban en las tranquilas montañas. Hicimos ángeles en la nieve, observamos tres brillantes cardenales rojos y un par de ciervos que comían ramitas en el borde del bosque. Fue la mejor Navidad de mi vida.

Comimos unos sándwiches de mortadela, que Edward había envuelto en papel de aluminio y que nos habíamos guardado en los bolsillos antes de salir, en la parte superior de la colina, sentados en las ruedas.

Cuando el sol comenzó a desvanecerse, Edward nos sugirió que nos pusiéramos en marcha. Estábamos mojados y teníamos frío, pero yo hubiera estado dispuesta a ignorarlo por seguir divirtiéndome un poco más.

—¿Bajamos una última vez? —pregunté.

—Vale. —Se rio.

—Esta vez tiene que ser la mejor.

—De acuerdo. Te daré un empujón y luego me lanzaré detrás de ti.

Asentí sonriendo. Me senté en el agujero y le hice una señal para que supiera que estaba preparada.

—Va a ser muy una bajada muy rápida.

—¡Bien! —me reí.

Edward puso las dos manos en la goma y con un empujón me envió volando colina abajo; giré en círculos casi al instante. Notaba el latigazo del aire frío en la cara, lo que me hacía gritar una y otra vez.

De repente, la rueda se golpeó contra algo que había debajo de la nieve y que debíamos de haber dejado al descubierto a lo largo de la tarde. Salí volando con un grito, mientras la cámara de aire me precedía.

«¡Oh, no! Me voy a hacer daño!».

Aterricé boca abajo en la nieve, y el golpe me vació los pulmones. En algún lugar no muy lejos, Edward gritó mi nombre. Me quedé allí durante un minuto, ilesa pero sorprendida, con la nariz y la boca hundidas en la nieve húmeda y fría.

De repente, Edward me dio la vuelta, y vi que me miraba con expresión de pánico.

—Isabella, Dios mío —dijo jadeante—. Dime que estás bien.

Parecía muy asustado mientras me recorría la cara con los ojos. Yo me sentía aturdida, pero no me dolía nada.

—Estoy bien. —Solté el aire—. Edward, estoy bien.

Noté que se relajaba y que emitía un largo suspiro. Mantuvo la mirada fija en mi cara, con una expresión intensa, como si hubiera tomado algún tipo de decisión. Fue como si se detuviera el tiempo. Lo observé en silencio, esperando que diera el primer paso. De hecho, abrió la boca como si fuera a decir algo, pero luego la cerró y apretó los dientes.

Y después, se inclinó y me cubrió la boca con la suya. Sentí sus labios suaves y cálidos en los míos congelados. Utilizó la lengua para dibujarlos, mezclando su aliento con el mío antes de capturar de nuevo mis labios y profundizar el beso. Edward sabía a los restos salados de los sándwiches y a algo más intenso, más masculino: deseo.

Se me aceleró el corazón, y la ardiente sensación que corrió por mis venas hizo que me humedeciera entre las piernas. Aun así me contuve. Él ya había hecho esto antes y luego me había abandonado.

«Por favor, no me alejes esta vez».

—Devuélveme el beso, Isabella —susurró con la voz tensa—. Por favor, Dios, devuélveme el beso. —Volvió a frotar los labios contra los míos.

Y eso fue todo lo que necesité.

Le rodeé el cuello con los brazos e incliné la cabeza. Nuestros ojos se encontraron antes de que apretara el cuerpo contra el mío y me cogiera la cara entre las manos. Movió la lengua entre mis labios, haciendo que se separaran de inmediato mientras yo emitía un gemido al sentir su sabor. Solo era consciente de Edward, el aire y la montaña, y me arqueé queriendo que estuviera dentro de mí. Queriendo aceptar cualquier cosa de él, todo lo que me estaba ofreciendo.

Nuestras lenguas se encontraron y enredaron, y él gimió también, hundiendo su lengua tan profundamente en mi boca como pudo. Mi cuerpo estaba vivo y mi piel hormigueaba; sentí su beso de los pies a la cabeza.

El mundo se desvaneció ami alrededor, el frío desapareció. Solo existían él y su calor, su boca húmeda contra la mía, su sabor, el peso de su musculoso cuerpo.

—Edward… Edward… —gemí sin vergüenza cuando retiró la boca y sentí su cálido aliento contra el cuello.

Arqueé la cabeza hacia atrás, hundiéndola en la nieve, mientras deslizaba los labios con la delicadeza de una pluma por mi piel. Eso hizo que sintiera más chispas entre las piernas, que los pezones se me erizaran de una forma casi dolorosa bajo las capas de ropa.

—Necesito… ¡Oh, Dios…! —Todo. Lo necesitaba todo. Sentía un desesperado vacío en el interior de mi cuerpo.

—Quiero llevarte a casa —susurró contra mi piel.

Me quedé paralizada.

—¿Qué? —¿Me estaba rechazando otra vez? Si fuera así, le arrancaría los ojos.

Él levantó la cabeza.

—A mi casa —puntualizó. Su mirada cayó sobre mi boca. Volvió a mirarme a los ojos casi con miedo, como si estuviera esperando a que yo lo lastimara.

O como si estuviera haciéndose daño a sí mismo.

—No voy a tomar tu virginidad, pero, que Dios me ayude, necesito tocarte. Saborearte.

«¡Oh, sí, sí! Yo también quiero». Asentí con la cabeza, tragando con dificultad.

—Pero pensaba que… —susurré.

Negó con la cabeza.

—No puedo reprimirme más. Lo he intentado. Lo he intentado de verdad. —Me rozó de nuevo los labios con los suyos, y yo abrí la boca, bebiendo su aliento.

—No quiero que te reprimas.

Apoyó la frente contra la mía, todavía encerrando mi cara entre sus manos calientes.

—No quiero hacerte daño. No quiero que me hagas daño.

Negué con la cabeza.

—Entiendo que te vas a marchar, Edward. Lo sé.

«Y aun así te deseo. Quizá no debería, pero lo hago».

—Esto no cambiará nada. Tengo que saber que lo entiendes. —Frunció el ceño, moviendo la cabeza—. Sé que eso me convierte en un idiota. Lo sé. Pero tengo que saberlo.

—Lo sé. Te prometo que lo sé.

Sus ojos se movieron por mi cara como si estuviera tratando de determinar si estaba diciendo la verdad. Por fin, se inclinó hacia delante y capturó mi boca en otro beso ardiente. Siguió besándome hasta que los dos jadeamos de nuevo, y mi corazón latía con tanta fuerza entre mis piernas que resultaba casi doloroso.

De repente, Edward apartó los labios y se arrodilló, llevándome con él.

—Vamos —me acució con la voz ronca y entrecortada, como si él también estuviera dolorido.

Nos levantamos y comenzamos a subir la colina por enésima vez en el día. Pero ahora, de repente, el aire que nos rodeaba parecía lleno de electricidad estática tan brillante como la superficie de la nieve.

Recorrimos en silencio el sendero del bosque, con las ruedas al hombro. Antes había tenido hambre y un poco de frío, pero ahora solo podía concentrarme en la humedad que había entre mis muslos a cada paso que daba, en el jadeo afilado con que respiraba. Notaba a Edward detrás de mí como si, de alguna manera, su mera presencia hiciera más pesado el aire que me rodeaba.

Por fin, su casa apareció ante nuestra vista y me agarró de la mano para correr juntos los últimos metros. No podía contener la risa; no sabía si estaba nerviosa o solo llena de expectativas, pero todo mi cuerpo estaba pendiente de él.

—Espérame aquí un segundo —dijo Edward, cogiendo mi rueda y dirigiéndose al patio, detrás de la casa, para dejarlas en algún lugar que yo no podía ver.

Luego regresó, me cogió de nuevo de la mano y tiró de mí hacia la casa, cerrando la puerta con llave una vez que entramos.





3 comentarios:

Anónimo dijo...

Aaa!!! OMG!!!
Pasó de una linda y hermosa tarde a ser juego previos 7u7
Muchas gracias!!!
En vdd ya me estaba preocupando de que no continuarás la historia pero que bueno que solo fueron unos contratiempos.
Lento pero seguro siempre he dicho xD
Aaa!!! Ya espero ver qué pasa!!! 7u7

Kar dijo...

Que lindo capítulo, las esperanzas de que la coda puede ser buena fue maravillósa pero no se compara con la expectativa de entregarte a alguien a quien amas porque eso es lo que les pasa a ambos, lista para el siguiente capítulo

cari dijo...

GRACIAS 😉😘❤😍

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina