sábado, 10 de septiembre de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA capitulo 18

Capítulo 18

Bella no le dijo una palabra a Tahj mientras el coche traqueteaba por las calles casi desiertas de Mayfair y se internaba en un área de la ciudad a la que ella nunca había entrado.

Cuanto más se adentraban en la zona, más inhóspita se volvía ésta, cada vez menos lámparas esparcidas por las calles para brindar siquiera una ilusión de seguridad; pequeños grupos de hombres de aspecto rudo se congregaban en los callejones y esquinas oscuras, estallidos de risotadas subidas de tono se filtraban por las puertas de las tabernas.

Bella aún podía sentir el impacto de cada una de las palabras de la carta de su hermano, le parecía oír cada esforzado aliento mientras luchaba por escribir las últimas anotaciones de su vida y perdonar al hombre que había sido la causa de que esa vida llegara demasiado pronto a su fin. Ahora ya nada podía herir a George. No podía decirse lo mismo con respecto a ella.

El coche se detuvo con un sacudón sobre una angosta calle lateral. Bella no veía señales de burdel, taberna o antro de juego alguno; sólo una puerta corriente.

—¿Dónde estamos? —preguntó, mirando inquisitivamente a Tahj, quien de pie sobre el bordillo alargaba la mano hacia ella, una vez más esperando confianza ciega.

La condujo hacia una puerta que abrió para revelar un largo pasillo que recordaba a un túnel con una extraña luz azul fosforescente al final.

Un extraño olor subía en espiral rodeando a Bella mientras avanzaba por el corredor con Tahj, perfume dulce y acre que la hacía sentir mareada. Luchaba contra la necesidad de volver sobre sus pasos, no estaba segura de querer saber qué envolvía esa extraña bruma azul.

Luego ya fue demasiado tarde para echarse atrás. De pie, a la entrada de una vasta habitación, lo que vio le quitó el aliento. Al menos quince personas yacían en el suelo, algunas completamente inmóviles y con una palidez enfermiza, otras con ojos vidriosos y largos tubos en la boca, blancas bocanadas de humo formaban una nube que flotaba encima de sus cabezas.

—¿Qué están haciendo?

—Fumando opio.

La mirada de Bella se clavó de golpe en la de Tahj.

—¿Opio? —Sabía lo que era el opio y cómo, si se administraba correctamente y en pequeñas dosis, la droga podía calmar el dolor. Si se abusaba de ella, podía causar la muerte.

—¿Por qué me trajo aquí?

En el momento mismo en que la mirada de ébano de Tahj encontró la suya, Bella comprendió. Todo esto parecía terriblemente obvio y horriblemente irreal.

—¿Dónde está él?

Tahj señaló hacia el rincón más lejano de la habitación, donde se distinguía iluminada por apenas un haz de luz una figura acurrucada, aislada del resto. E inmóvil.

Bella se recogió la falda del vestido de noche y avanzó esquivando la masa de cuerpos de hombres y mujeres. Ahogó un alarido cuando una mano le aprisionó el tobillo.

—Ven a darnos un beso, encanto —se oyó decir a una voz temblorosa, lo que hizo bajar la vista a Bella hacia una mujer de ojos hundidos que le sonreía; le faltaban dos dientes de abajo, tenía los labios agrietados y parecía como si su rostro hubiera sido despojado de hasta el último vestigio de juventud—. Vamos, Princesa. Te va a gustar.

—Suéltala —ordenó Tahj.

La sonrisa se desvaneció de la cara de la mujer mientras volvía a resbalar hacia el letargo, dejándoles continuar.

La primera imagen de Edward que Bella vislumbró hizo que se le retorcieran las entrañas.

—Ay, Dios mío. Parece que estuviera...

—No lo está. Pero lo estará si no lo sacamos de aquí.

Sintiendo una oleada de furia, Bella se volvió hacia Tahj.

—¿Y por qué no lo sacó usted de aquí antes de que llegara a esto?

—Porque me ordenó que me fuera.

—¿Y usted lo escuchó?

—La decisión debe ser de él. Es la voluntad de Buda.

—¡No me importa cual sea la voluntad de Buda! Él es su amigo, antes que nada.

—Y es por eso que fui a buscarla a usted. —La miró largamente y con atención—. ¿Usted es su amiga?

Por un instante las miradas se cruzaron y luego Bella desvió la suya. Tenía ante ella la posibilidad de irse, volverle la espalda ahora y nadie la detendría. Edward había causado la muerte de George.

En cambio, se arrodilló junto a él y apoyó la palma sobre su frente. Estaba ardiendo.

—¿Cuánto tiempo ha estado así?

—Desde la noche de la fiesta en casa de los Fordham.

Por un instante Bella se quedó sin aliento.

—Eso fue hace tres días.

—Otras veces ha estado perdido por más tiempo.

Bella cerró los ojos y finalmente entendió todo. Edward era adicto y lo había sido por mucho tiempo. Luego vio la caja negra, la misma que había visto aquella noche en la biblioteca. Ahora estaba abierta, revelando el contenido de una vida oculta.

—Edward —murmuró la joven, inclinándose hacia el rostro de él, profundamente impresionada por su enfermiza palidez y las mejillas hundidas debajo de los pómulos.

Levantó la vista hacia Tahj.

—Ayúdeme a levantarlo.

—No puedo llevármelo a menos que él diga que quiere irse.

Bella le clavó los ojos.

¿Qué?

—Él debe irse voluntariamente.

Bella se puso de pie de un salto y lo enfrentó.

—Va a ayudarme a llevarlo al coche o le prometo que me encargaré de que cada uno de los días que le quedan a usted de vida sea una pesadilla.

Rogó que la amenaza surtiera efecto, porque ella sola no podía mover a Edward y ninguna de las personas a su alrededor sería de mucha ayuda. La desesperación le hacía latir el corazón con violencia. Tenía que sacarle de allí. Necesitaba un médico. De lo contrario, moriría.

—Él debe irse voluntariamente —repitió Tahj con firmeza.

Bella giró de golpe, dándole la espalda y otra vez se dejó caer de rodillas junto a Edward, levantándole la cabeza y dándole ligeros golpecitos en las mejillas.

—Despierta —le pidió—. ¡Por favor, Edward, despierta!

Él gruñó y sacudió la cabeza:

—Bella...

—Sí —susurró ella—. Sí, soy yo. Abre los ojos, Edward. Quiero ver tus ojos. —Esos hermosos ojos de color aguamarina que la habían hipnotizado la primera vez que los había mirado fijo.

Lentamente, sus ojos se abrieron, pero ahora estaban apagados y perdidos. Aun así, la miraron.

—Mi dulce Bella —murmuró mientras su cabeza empezaba a caer hacia un lado.

—No Edward. Quédate conmigo. —Lo sacudió—. Es necesario que vengas a casa. Dime que vendrás a casa.

—A casa —masculló, aunque era obvio que sin comprender.

Ella levantó la mirada hacia Tahj.

—Ya lo dijo. ¡Ahora ayúdeme!

Tras una leve vacilación, Tahj asintió e inclinándose hacia Edward lo levantó del suelo con una fuerza impensable para un hombre de su contextura.

Juntos lo subieron al coche, que los sacó a toda prisa de los oscuros callejones de los barrios bajos y atravesando la noche los llevó a la carrera hacia Charring House.

Tan solo una de las ventanas de la mansión sobre Charring Lane brillaba con luz trémula. El mayordomo estaba esperándolos y ayudó a llevar a su patrón al dormitorio, donde él y Tahj lo acostaron sobre una sólida cama de columnas de oscura madera nudosa.

Tanto Tahj como el mayordomo miraron a Bella, como esperando que ella tomara las decisiones.

Lanzando una mirada al mayordomo, la joven dijo:

—Llame inmediatamente al médico.

—¿El señor Cullen se va a poner bien?

—Por supuesto. —Bella no se permitiría pensar de otro modo.

El mayordomo inclinó la cabeza, pero Tahj lo detuvo antes de que alcanzara a dar dos pasos.

—Nada de médicos —dijo.

—¡Pero tiene que verlo un médico! —protestó Bella con vehemencia.

—Por la mañana todo el mundo estaría enterado de su vergüenza. No puedo permitir que eso suceda. He jurado solemnemente protegerlo.

—¡Pero no en un caso así! Él necesita alguien que lo cuide.

—Usted lo cuidará.

—No. —Bella sacudió la cabeza y dio unos pasos alejándose de él—. No puedo. —La sola idea la aterrorizaba. Si él moría... Desechó la imagen. ¿Y qué había de George? ¿Cómo podía ella cuidar del mismísimo hombre que le había quitado a su hermano? Se volvió bruscamente para mirar de frente al monje—. Es imposible.

—Usted malgasta tiempo precioso. —Tahj se dio media vuelta y empujó al mayordomo hacia la puerta.

—¿Dónde se va usted? —inquirió Bella.

—Todo lo que necesita se le enviará en el montacargas. —Señaló un panel en un ángulo de la habitación. Al llegar al umbral, la miró a la cara—. Cuídelo bien, saba priya. —Luego cerró la puerta. El siguiente sonido que oyó Bella fue el de una llave que giraba.

¡La había encerrado!

Bella respiró profundo y obligó a sus alborotados pensamientos a calmarse. Tenía que pensar con claridad. Tahj no le había dejado otra opción que cuidar ella misma a Edward.

Se volvió a mirar al paciente tendido sobre la cama, quien, aunque más delgado, conservaba un aspecto que intimidaba. La primera vez que le había cuidado había sido contra su voluntad. Al parecer nada había cambiado. Esta vez, sin embargo, sus heridas no eran tan sencillas de tratar.

Acercándose a la cama, se sentó a su lado, viéndolo claramente ahora. Quizás con mayor claridad de lo que había visto a nadie en su vida. Él había sido un ídolo para un hombre joven. Un héroe para su país. Un hijo que solo había heredado dolor.

Para ella, él había sido el hombre que amaba.

Bella oyó los bien aceitados goznes del montacargas y se acercó de prisa a la pared para abrir el panel. Sobre una bandeja había una gran jarra de agua, un vaso, un cuenco y un paño. Sacó las cosas y las acomodó sobre la mesilla de noche.

Sirvió un poco de agua en el vaso y luego se inclinó sobre Edward. Levantándole la cabeza, inclinó el vaso hacia su boca.

—Bebe, Edward —susurró y lo sintió moverse, separando los labios para dejar que un poco de agua goteara dentro.

Luego vertió agua en el cuenco y sumergió el paño. Suavemente se lo pasó por la frente; aún estaba muy caliente. Necesitaba bajarle la fiebre y para ello iba a tener que desvestirle.

Sus dedos vacilaron en los botones de la camisa. Temblaban ligeramente mientras el suave algodón se separaba lentamente, revelando el pecho que ella había sentido bajo sus palmas, aún liso, aún firme. Ahí estaban esos hombros increíblemente anchos que sus manos se demoraron tocando mientras apartaba la tela para deslizaría hacia abajo por los brazos, delineando los bíceps con la yema de un dedo que luego siguió por el antebrazo antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo.

Tenía un tatuaje en el otro brazo, cerca del hombro, una representación en tinta negra de un tigre y un dragón que transmitía mucha fuerza. Se dio cuenta de que era un símbolo del Shaolin. La marca de un guerrero.

Bella notó otros signos de batalla: una pequeña cicatriz encima de la tetilla derecha, una cicatriz dentada a lo largo del lado izquierdo del vientre. Varias en los brazos.

Cuando la joven lo levantó para sacar la camisa apretada debajo de su cuerpo, sus manos se toparon con huellas de látigo en relieve que le atravesaban la espalda en todas direcciones.

Cerró los ojos para no llorar, pero las lágrimas rodaron por sus mejillas, derramándose sobre el hombro de Edward. Continuaron cayendo mientras lo hacía rodar sobre su costado y suavemente le frotaba la espalda con el paño fresco, deseando poder borrar cada una de aquellas cicatrices.

Deslizó el paño por los brazos, continuó por las manos y las palmas, donde los callos endurecidos testimoniaban los años de trabajo.

Durante largos minutos frotó los pequeños nudos con los pulgares, aplicando la misma leve presión a las muñecas, masajeándole los antebrazos, sintiendo la maleabilidad de la piel bajo sus dedos.

Dejó el paño a un lado mientras le frotaba el pecho metiendo directamente la mano en el agua para refrescarlo. Al llegar a la pretina de sus pantalones vaciló.

Moviéndose de prisa hacia el borde de la cama le quitó las botas y las medias, luego le desabotonó los pantalones y se los bajó, recordando cómo Olinda le había dicho a Edward que Bella nunca había visto un hombre desnudo, que ella era una chica buena. Pero Bella sentía un claro impulso de ser una chica mala cuando Edward estaba cerca.

Abruptamente, Bella se levantó de la cama y cubrió con la sábana a Edward, recordando lo que en tono burlón había dicho estando en cama en Cornualles acerca de proteger su propia virtud. Si él supiera lo indecentes que se habían vuelto los pensamientos de ella desde aquel día, cuán a menudo lo había imaginado tal como estaba ahora, pero despierto y con ella entre sus brazos.

La visión se desvaneció cuando él empezó a mover la cabeza hacia un lado y otro, mientras su cuerpo temblaba incontrolablemente. Ella lo había visto hacer lo mismo la noche que se había quedado a cuidarlo y los hillas habían atormentado su sueño.

Sentándose junto a él, le tomó la mano.

—Ssh —murmuró—. Yo estoy aquí contigo.

Le acarició la mejilla y dejó que sus dedos se deslizaran hasta el cabello de él, que sentía como seda contra la palma, mientras trataba de calmarlo hablándole en suaves susurros.

Él dejó de revolverse, pero siguió temblando y, sin detenerse a pensarlo, Bella levantó la ropa de cama bordada y se deslizó debajo de las sábanas con Edward, apretando su cuerpo contra el costado de él, murmurando suavemente en su oído, hasta que poco a poco los temblores empezaron a disminuir.

Se quedó tendida con la cabeza descansando sobre el pecho de él, escuchando cada latido de su corazón, adormecida por la fuerza y regularidad del ritmo y por primera vez desde que lo había visto inconsciente, supo que él sobreviviría.

Acomodó la cabeza dentro de la curva del cuello de él, y el poderoso elixir del sueño hizo efecto.



* * *

Bella despertó al sentir encima el cuerpo de Edward.

Sus manos tironeándole del canesú.

La falda recogida hasta la cintura.

Las caderas de él entre sus piernas abiertas.

La firmeza de su erección contra ella.

Se dejó llevar por el pánico, golpeándole el pecho con los puños para sacárselo de encima, pero él la aventajaba en fuerza y ella no podía moverlo.

Bella sentía la tensión propagándose a través de la piel de él, el impulso salvaje que lo movía y gimió mientras él le aprisionaba la boca con la suya, mientras la cogía de las muñecas y le levantaba los brazos por encima de la cabeza, dejándola indefensa y ardiendo de miedo, enojo y creciente deseo.

—No me dejes, Bella —gimió mientras se apretaba contra ella—. No me dejes.

Bella se dio cuenta entonces de que la droga aún lo tenía bajo su poder, pero aun en ese estado pensaba en ella. Ahora el hilla que lo acosaba en sueños era ella y quería terminar con la pesadilla. No soportaba la idea de ser otro dolor más de los que él llevaba muy adentro.

La besó intensamente, vorazmente, gimiendo desde lo profundo del pecho cada vez que ella cedía un poco más a su demanda.

Balanceándose contra ella, el miembro firme se deslizaba de un lado a otro a lo largo del valle satinado, raspándole los pezones con cada movimiento del pecho, hasta que Bella se aferró a él, deseando que ese placer fuera interminable.

La joven cerró los ojos, arqueándose contra Edward cuando él se llevó a la boca un pezón, golpeando con la lengua el sensible pico. Con cada contacto, él fue despojándola de su capacidad de razonar. Ella ahora sabía todo lo que él había hecho, pero su corazón no podía rechazarlo.

Él la hizo ponerse de costado y se movió para situarse por detrás de ella, cogiéndole las manos y levantándoselas por encima de los hombros para que las apoyara en los de él, mientras la rodeaba con sus brazos fuertes y musculosos y esas hermosas manos masculinas le rodeaban los pechos, sin dejarle nada para hacer, salvo sentirlo delante y detrás de su cuerpo. Pero Bella necesitaba que él supiera que ella no era un sueño, que realmente estaba allí con él y que no se marcharía.

—Edward, por favor... —Se mordió el labio mientras él le frotaba suavemente los pezones—. Te necesito.

—Estoy aquí.

Entonces Bella supo que él estaba allí, por lo menos en ese momento.

—Pon tu pierna sobre la mía —instó él en un ronco susurro, asiendo uno de sus muslos, abriéndole las piernas, dejándola vulnerable mientras una de sus manos se deslizaba sobre el vientre de ella y bajaba adentrándose en la mata de vellos rizados para meterse en su húmedo calor que le bañó el dedo antes de acariciar la punta del sexo de ella, ya listo. Uno de sus dedos trazó suavemente un círculo alrededor del pezón mientras otro hizo lo mismo alrededor de la protuberancia entre las piernas de ella.

—No deberías haber venido a buscarme. No quería que me vieras en ese estado. —Empujó apenas la punta de un dedo dentro de ella, que se apretó contra él.

—Estás destruyéndote.

—Aléjate.

—No puedo. —No sabía por qué. Ella jamás debería haber ido a buscarlo, jamás debería haberse hecho responsable de ayudarle a sanar. Pero no podía dejarlo. Estaba ligada a él, lo quisiera o no, y cuando la tocaba apenas podía pensar.

Edward empujó su miembro entre los muslos abiertos de ella, dejando que lo sintiera moviéndose de aquí para allá. Ella alargó la mano para cogerlo, sintiendo su textura sedosa, su dureza y deseando tener todo ese calor, todo ese poder muy profundo dentro de ella.

Empezó a acariciárselo con firmeza, sus manos subiendo y bajando a lo largo de su miembro una y otra vez, hasta que él la detuvo y haciéndola rodearle los hombros con uno de sus brazos para él poder inclinarse y chupar sus pechos mientras aumentaba la fricción contra el tenso pico en la parte más íntima del cuerpo de ella.

Bella se retorcía, casi inconsciente de deseo, pero aún le quedaba un vestigio de racionalidad. No podía dejarlo hacer esto, no le permitiría dejarla con un recuerdo más de sus manos y de su boca, sin llegar jamás a conocerlo por completo.

—No. —Se alejó de él, moviéndose hasta el otro lado de la cama para mirarlo de frente. Y que Dios la ayudara, era un error. Porque la imagen de Edward en aquel momento quedaría para siempre grabado a fuego en su memoria: el cabello revuelto, rozándole los hombros como seda oscura, su cuerpo un monumento a la perfección, con sus músculos esculpidos y superficies firmes, su masculinidad firme y gruesa.

Pero la perdición de Bella eran sus ojos, su expresión perdida y vulnerable, el abismo insondable del dolor, el miedo a que volvieran a lastimarlo. Y en ese momento comprendió que mientras Edward estuviera en su vida, ella nunca sería inmune a él. Jamás sería capaz de dejarlo fuera.

Se encaramó sobre él y lo empujó de espaldas sobre la cama.

—Bella... —fue la única palabra que él pudo pronunciar antes de que lo besara, dándole lo que él le había dado, cogiéndole las muñecas y elevándoselas por encima de la cabeza mientras ella se ponía a horcajadas sobre él, acariciándole el miembro firme con su humedad hasta llegar ambos al borde de la locura.

Luego ella se incorporó y con la mirada fija en él tomó en la mano su erección y la acomodó debajo de ella, consciente de que con un movimiento hacia abajo ya no sería virgen.

El la asió de una mano, deteniéndola.

—No lo hagas, Bella. No por mí.

—Sé lo que quiero, Edward. No me quejaré mañana. No diré que me forzaste. Nadie va a hacerte daño por mi culpa.

Y con esas palabras, Bella se hizo con el control de la única área de su vida sobre la que había sentido algún poder, rogando que Edward no la detuviese mientras se bajaba lentamente sobre su erección y sentía el estiramiento y la casi insoportable sensación de estar colmada, y la barrera de su virginidad.

—Rómpela —instó ella—. Por favor.

Él vaciló un momento, luego la cogió de la cintura, y antes de que ella pudiera prepararse, entró en su cuerpo con fuerza, arrancándole un alarido. Se detuvo.

Bella sacudió la cabeza, esperando que el dolor disminuyera antes de mirar a Edward y ver el arrepentimiento en sus ojos.

—No me hiciste daño.

Ella se levantó lentamente y se deslizó hacia atrás de nuevo, sintiendo calmarse el dolor con cada sedoso deslizamiento, moviéndose con creciente frenesí a medida que un placer renovado empezaba a tomar forma.
Edward la guió, haciéndola moverse más lentamente y así sentir la total y absoluta
posesión que en ese momento tenía él del cuerpo de ella. Él se incorporó contra la cabecera, manteniendo a la joven a horcajadas sobre su regazo, nueva posición que acrecentaba la intimidad, permitiéndole a Bella mirarlo con cada movimiento, y a él ver cada una de las expresiones del rostro de la muchacha.
Ella echó la cabeza hacia atrás cuando él se inclinó y se metió a la boca uno de sus pezones, alzando la vista hacia ella al tiempo que con suavidad tironeaba y lamía, mientras todo se tensaba en el interior de Bella hasta que la primera profunda pulsación bajó en espiral a través de su cuerpo, envolviendo a Edward con creciente intensidad, una y otra vez.
En un fluido movimiento, la hizo rodar y ponerse boca arriba y arremetiendo velozmente la penetró, mientras espasmos de calor líquido se propagaban a través del cuerpo de ella. La joven se aferró a sus brazos mientras él bombeaba dentro de ella hasta que él sintió que iba a estallar de placer, el cuerpo tenso y estremeciéndose, y luego salió de ella para derramar su semilla sobre la colcha.

4 comentarios:

lorenita dijo...

me quede wow!!!!!!!! súper intenso!!!!!!!!

Vianey dijo...

Que calor hizo por aqui!! estuvo intenso. Ambos se aman pero desgraciadamente edward no pondra las cosas faciles, ojala no siga lastimando a Bella.

joli cullen dijo...

omg se nos hizo

Ligia Rodríguez dijo...

Mi madre!! Que capitulo, por fin se nos dio!!!!!

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina