sábado, 10 de septiembre de 2011

SEDUCIR A LA DONCELLA capitulo 19

Capítulo 19

De pie junto a la ventana cubierta de escarcha, Bella miraba salir el sol sobre el paisaje espolvoreado de blanco por la primera nevada del invierno.

Más temprano había oído el ruido del cabrestante impulsando el montacargas sobre el cual había hallado el desayuno y una nota preguntando si necesitaba algo. Su pedido había recibido como una respuesta una sola palabra: «No». Tahj no la liberaría de su prisión, un lugar que para Bella se había convertido a un tiempo en cielo e infierno.

Durante la noche Edward había dormido muy mal, despertándose dos veces más y en ambas ocasiones habían hecho el amor. Tras estas puertas, en la oscuridad, con el cuerpo de Edward moviéndose dentro del suyo, habían relegado el pasado de él a un lugar desde donde no podía alcanzarlos.

Tomando pluma y papel la joven se sentó delante del escritorio, y se quedó contemplando un objeto de adorno. Era uno de esos globos llenos de agua, que tenía dentro una aldea; imaginó a sus diminutos pobladores, rodeados por la seguridad de su mundo, ignorantes de los trastornos que existían más allá de las fronteras de su hogar de cristal. Ella sentía algo muy parecido en ese momento.

Rápidamente escribió una nota para Lady Rosalie, explicando dónde había ido y diciendo que Edward estaba enfermo. Luego la envió abajo en el montacargas.

Una hora más tarde recibió una misiva de Rosalie, quien se mostraba claramente aliviada de saber que estaba bien. Había estado terriblemente preocupada. Luego pasaba a comunicarle novedades que afectaron profundamente a Bella.



Anoche alguien intentó hacerle daño a Lady Alice. El intruso debe haber escalado por el costado de la casa y entrado por una ventana que no tenía echado el pestillo.

El merodeador ató y amordazó a la pobrecilla. ¡Qué aterrorizada tiene que haberse sentido! Estuvo a punto de secuestrarla. Lo único que la salvó de cualquiera fuera el destino que le esperaba fue el sueño liviano de Emmet. ¿Qué sería de mí sin ese hombre?

Apenas la noticia llegó a oídos de Lord Manchester, éste se presentó en la puerta de mi casa y literalmente irrumpió dentro. Exigió que Alice empaquetara inmediatamente sus pertenencias, ante sus protestas y las mías, ambas recibidas con total indiferencia de su parte. Luego él se la llevó como por arte de magia, sin siquiera decirnos dónde. Alice me hizo prometer que le diría a usted que ella está bien y que no se preocupe, que ella se pondrá en contacto con usted pronto.

Mi querida, debo confesar que ambas me preocupáis mucho.

Bella dobló el papel y lo metió en el bolsillo de su falda. Nunca en su vida había sentido tal impotencia. Alice la necesitaba y ella no había estado allí para ayudarla.

—¿Malas noticias?

Bella se volvió para encontrarse con Edward apoyado sobre las almohadas, cubierto hasta la cintura por la sábana, cuyo fino material no ocultaba en absoluto su virilidad. Mirándolo ahora, ella jamás habría imaginado lo enfermo que estaba, excepto por las sombras debajo de sus ojos. Y dentro de ellos.

—¿Cómo te sientes? —preguntó ella, acercándose a los pies de la cama. Notó que él entrecerraba los ojos al mirarla, para hacerle saber que su intención de mantener la distancia entre ellos no pasaba desapercibida.

—Como nuevo.

—¿Te sientes febril?

—No, pero tengo hambre.

—Hay una bandeja. —Bella señaló la comida que había dejado sobre una mesita redonda en el ángulo de la habitación, pero él no hizo movimiento alguno para salir de la cama. En cambio se puso a contemplarla a ella, hasta que la joven ya no pudo sostenerle la mirada.

—Acerca de lo que sucedió anoche... —empezó a decir ella.

—Lamentas lo que pasó.

Bella lo miró frunciendo el ceño, luego se dio cuenta de que él había malinterpretado sus palabras.

—No me refería a eso. Edward, pensé que ibas a morir.

—Soy demasiado tozudo para morirme —dijo él despreocupadamente.

—Este es un problema serio.

—Este problema —dijo él con una mirada aguda— no es asunto tuyo, así que déjalo. —Apartó las mantas y balanceó las piernas hacia un costado de la cama. Cerrando los ojos se llevó una mano a la frente.

—¿Te sientes bien?

Asintió con un breve movimiento de cabeza.

—Es casi lo mismo que una resaca.

—Pero no es lo mismo y no puedes engañarte a ti mismo pensando que lo es.

Quitándose la mano de la frente la miró con ojos de miope como si la luz lo hiriera la vista.

—Esa persistencia es uno de tus hábitos más irritantes.

Bella no iba a dejarle desviar el tema de la conversación hacia ella.

—¿Por qué lo haces?

—¿Hacer qué? —preguntó él, poniéndose los pantalones y dejando desabrochado el primer botón mientras daba la vuelta a la cama para servirse una taza de la fragante infusión que les habían enviado desde la cocina.

—Por favor, deja los jueguecitos.

De pie, sosteniendo la taza humeante, él dijo:

—¿Cuáles son los motivos que tiene la gente para hacer cualquier cosa? ¿Compulsión? ¿Autodestrucción? ¿Aburrimiento, quizás? Da igual.

—No da igual. Estuviste metido en ese lugar durante tres días, Edward. ¡Tres días! Estás enfermo, no aburrido.

—Sé manejarlo. Lo he manejado por más de diez años.

Bella quedó boquiabierta.

—Dios mío.

Él se pasó la mano por la cara, donde podía verse una barba de días.

—Jesús, me siento un oso pardo. —Hizo ademán de tocar la campanilla.

—No vendrán.

Él giró para mirarla.

—¿Perdón?

—Nadie vendrá. Estamos encerrados.

—Maldita sea si lo estamos.

De un par de zancadas estuvo en la puerta y tiró del picaporte. Cuando nada sucedió, dio un puñetazo contra la madera.

—¡Abrid la maldita puerta! —bramó. Cuando su exigencia no recibió respuesta alguna, asió el picaporte y la emprendió contra la puerta con tal violencia que Bella pensó se saldría de los goznes—. ¡Juro que esta vez acabaré con tu vida, condenado monje beato!

Como el silencio reinaba del otro lado, dio un fuerte gruñido y giró, reclinándose pesadamente sobre la puerta y golpeando la cabeza contra la madera.

El chirriante sonido de los cables le hizo mirar de golpe hacia el montacargas.

—Suministros —le dijo Bella. La joven fue hacia la pared, abrió el panel y sacó la bandeja—. Implementos para afeitarse. Al parecer, el condenado monje beato te conoce bien. —Apoyó la bandeja sobre la cómoda.

—No me he afeitado solo en años. Me voy a rebanar la maldita garganta.

—Quizás eso es lo que él espera.

Edward se separó de la puerta, frunciendo el ceño. Lanzó una ojeada disgustada a los objetos y luego la miró a ella.

—Podrías ayudarme, ¿sabes?

—Podría... pero puede que tú no quieras a la hermana del hombre que mataste cerca de tu cuello con una navaja en la mano.

Después de un instante, él dijo:

—De modo que ya lo sabes.

—Sí, lo sé. Pero nunca hubiera oído la verdad de tu boca, ¿verdad?

Él se pasó una mano por el pelo y cerró los ojos.

—Tantas veces quise decírtelo. Nunca pude hallar las palabras.

Bella luchaba por aferrarse a su enojo y a su dolor, pero no podía olvidar las veces que él había hablado de George, el sincero arrepentimiento que había expresado por su muerte, por su horrible agonía. Pero la joven no podía olvidar la muerte sin sentido de su hermano. Para ella hubiera sido más fácil de aceptar que hubiera perdido la vida en combate.

—Ese día habías estado fumando, ¿no es verdad?

Él asintió lentamente con la cabeza.

—Pensaba que había vencido el vicio, que podía empezar una nueva vida.

—¿Qué cambió?

El caminó hasta una silla junto a la biblioteca y se dejó caer sobre ella, los codos sobre las rodillas, la cabeza entre las manos.

—Vino a verme un hombre. Elhamed Jahmar. Yo lo había contratado para encontrar el cuerpo de Sanji. Se lo debía a ella. Yo seguía vivo, mientras que ella había perdido la vida. Yo sabía que su familia no la sepultaría en suelo sagrado. Ella merecía eso.

A Jahmar le llevó casi tres años, pero finalmente la encontró en una fosa para los Intocables en las afueras de Anandpur Sahib. Pensé que hallaría paz una vez que ella hubiera sido sepultada debidamente, pero me dio algo. —Sacudió la cabeza—. Supongo que fue demasiado para mí.

Se reclinó en la silla, con la mirada fija en el techo.

—La noche en que el asesino entró en mi tienda yo era incapaz de comprender cosa alguna. Yo había profanado una tumba, deshonrado a una familia. Una vez me había librado de la pena merecida, y no iban a permitir que escapara de nuevo. Ni siquiera recuerdo haber cogido la pistola. Sólo recuerdo lo ensordecedor que fue el estruendo del disparo. Sólo vi a un hombre. Pero después de que él cayó... —Sus dedos se hundieron en los bordes de la silla.

—Pero tu conciencia culpable no te permitió dejar de consumir el opio, ¿verdad? Por eso no te diste cuenta de lo que habías hecho.

Él se levantó de la silla y alargó la mano hacia Bella, pero ella se alejó.

—Traté de dejarlo —dijo él—. Juro que lo intenté. Pero el vicio me tenía dominado. Fumar se convirtió en la única manera de abrir los ojos cada día. Si hubiera podido morir en lugar de tu hermano, lo habría hecho.

Bella vio en su mirada que hablaba muy en serio. Pero el corazón de la joven aún estaba embargado de dolor. Con el tiempo lo perdonaría. Pero no ahora. Era demasiado pronto, la herida aún estaba abierta.

—Siéntate —le ordenó.

Él frunció el ceño.

—¿Qué?

—En la silla. Necesitas un afeitado.

Como él se quedaba mirándola, ella le tomó la mano y lo empujó de regreso hacia la silla. Luego revolvió la mezcla en el cuenco y llenó de espuma la brocha.

Con expresión cautelosa, él la observó inclinarse y enjabonarle las mejillas y la mandíbula, siguiéndola con la mirada cuando ella cogió la navaja, a la que la luz le arrancó un destello siniestro.

Cuando la joven le apoyó la hoja contra el cuello, Edward le cogió la muñeca, pero no dijo lo que ella esperaba:

—¿Por qué me dejaste hacerte el amor anoche?

Bella bajó la vista hacia la mano de él.

—Lo necesitabas.

—Pudiste haber dicho que no.

Ella no había querido decir que no.

—Ya está hecho. Ahora, ¿podrías quedarte quieto para que pueda afeitarte?

Él parecía querer decir algo más, pero ella le hizo ladear la cabeza y comenzó a rasparle la barba. Era una tarea íntima y ella no quería admitir que estaba disfrutando de hacerla para él.

Cuando hubo terminado, lo tomó de la barbilla y le dio leves golpecitos en la cara con la toalla. La expresión de la mirada elevada hacia ella era casi insoportable.

—Lo siento —murmuró, tomándola de la cintura para atraerla lentamente hacia su regazo.

—Lo sé —dijo ella en un susurro, cepillando delicadamente el cabello de él hacia atrás.

—Lo siento —expresó todo su arrepentimiento con una voz en carne viva que amenazó con derribar las defensas de la muchacha.

—Edward... —le rogó ella en voz baja, con un dolor oprimiéndole el pecho.

—Lo siento.

Una lágrima cayó de los ojos de Bella.

—No...

—Lo siento. —Le secó la lágrima con el pulgar, buscando su mirada, pidiendo la absolución, no sólo por la muerte del hermano de ella, sino por todos aquellos a quienes él creía haber fallado.

Bella le pasó los dedos entre los cabellos, depositando luego un levísimo beso sobre sus ojos cerrados.

—Estás perdonado, Edward —dijo en un suspiro contra su piel caliente, sintiendo cómo la tensión lo abandonaba como si le hubieran arrancado un peso de los hombros.

Él no dejó de mirarla a los ojos mientras le desabrochaba el canesú del vestido, ni cuando le levantó la falda, apretándole los muslos, ni cuando ella deslizó la mano entre ambos cuerpos para liberarlo de sus pantalones.

Tampoco cuando la penetró, abrazándola fuerte mientras avanzaba dentro de ella. Una emoción mucho más fuerte que cualquiera que ella hubiera sentido hacia él antes los unía en ese momento.

Cada vez que la tocaba era mejor que la última y Bella había llegado a necesitar su contacto, la cabeza echada hacia atrás mientras él entraba y salía de su cuerpo, con lentitud y precisión, masajeándole los pechos.

Rodeando con una de sus manos la parte de atrás de la cabeza de ella, sujetando el cabello en un puño, atrajo su boca hacia la de él, elevando las caderas contra las de la joven, rodeándola con el brazo mientras ella se aferraba a sus hombros.

Gemidos, débiles de ella, más parecidos a gruñidos los de él. Las bocas rozándose apenas, mientras el placer se propagaba, cobrando intensidad a cada momento, él dentro de ella, sensación erótica y torturadora. El cuerpo de ella tembló violentamente ante el último y profundo avance. Cerró los ojos, mientras Edward tiernamente le apartaba el pelo de la cara, que ella hundió en la curva del cuello de él. Quería que se quedara dentro de ella, porque sólo cuando estaban así nada más importaba.

Se sentía somnolienta cuando él la llevó en brazos hasta la cama y acostándose junto a ella la tomó entre sus brazos.

—¿Ahora también me hiciste el amor porque yo lo necesitaba? —preguntó él suavemente. Ella le apoyó un dedo sobre los labios, para que no dijera más. Él ya debía saber la respuesta.

Cuando Bella volvió a abrir los ojos ya la tarde se había transformado en crepúsculo, la nieve se arremolinaba llevada por ráfagas de viento, creando un paisaje de cuentos de hadas. Esta vez era Edward quien estaba de pie junto a la ventana.

Se volvió al oírla moverse.

—¿Hambrienta?

Asintió, mirándolo ir hasta la mesa. Nuevos platos habían llegado y la comida tenía un aroma delicioso.

Al levantarse de la cama se dio cuenta de que sólo llevaba puesta su combinación.

—Pensé que estarías más cómoda sin el vestido —explicó Edward—. Dejé una de mis batas sobre la cama.

—Gracias —murmuró, deslizando los brazos dentro de la larga bata de seda, que luego arrastró tras de sí mientras caminaba hacia la mesa.

Edward le puso delante un plato con una enorme pila de gruesos trozos de jamón con un sustancioso glaseado de miel, puerros y alcachofas estofados, gruesas porciones de queso Stilton y un botellón de vino. Bella suspiró extasiada mientras mordía el jamón.

Edward rió entre dientes mientras le servía un vaso de vino.

—¿Está bueno?

—Delicioso —respondió ella, devorando un trozo de queso—. No puedo creer el hambre feroz que tengo.

—Hacer el amor tiene ese efecto.

La piel de Bella empezó a escocer por el calor que le provocaron las imágenes que el comentario evocó en su mente. Edward moviéndose encima de ella, susurrándole palabras dulces al oído y contra los labios, cómo se había acelerado su respiración la primera vez que la penetró, cómo él se había preocupado por las necesidades de ella antes que las propias, y cómo la había abrazado después de hacer el amor, como si nunca fuera a soltarla.

—¿Crees que Tahj nos dejará salir de aquí alguna vez? —preguntó ella.

Pinchó un puerro con su tenedor para dárselo a ella.

—Ya no sé si me importa. —Hizo una pausa, luego preguntó—: ¿Y a ti?

Bella no estaba segura de lo que sentía. Poco a poco él estaba haciendo que deseara quedarse. Pero, ¿cómo podría estar alguna vez con el hombre que había causado la muerte a su hermano? Lo había perdonado, pero ¿sería capaz de olvidar?

—Alice me necesita —dijo en vez de responder—. Parece que James ha vuelto a encontrarla.

Edward apretó más fuerte el vaso de vino.

—Maldito gusano. Desearía haber podido ponerle las manos encima allá en Cornualles. Lo hubiese retorcido en un nudo y arrojado desde el acantilado.

—James siempre ha sido escurridizo. —Mordiendo una alcachofa, dijo—: Parece que Lord Manchester ha acudido al rescate de Alice.

Sin levantar los ojos, Bella aguardó la reacción de Edward, considerando que hasta ese momento el papel de salvador había sido suyo. Las comisuras de sus labios se curvaron en una sonrisa.

—Jasper va a tener de qué ocuparse.

—¿Qué quieres decir?

—Que Lady Alice significa casi tantos problemas como tú.

Bella le lanzó una mirada enojada.

—¿Yo significo problemas?

—Pongámoslo de este modo: eres la única mujer que me ha disparado en toda mi vida.

Bella dio un golpe sobre la mesa con su servilleta.

—¿Pero cuánto tiempo voy a tener que oír esa acusación? Fue un accidente.

Edward se reclinó en su silla, con un brillo divertido en la mirada.

—¿No te parece que eres un poquito problemática?

Bella cruzó los brazos sobre el pecho y se encogió de hombros.

—Quizás un poco.

Él arqueó una ceja.

—He llegado a pensar en la cicatriz del tobillo como en una herida de guerra.

Al ver otra vez enojo en el rostro de ella, se apresuró a añadir.

—Una herida que estoy orgulloso de tener. El atizador apuntando hacia mi virilidad, bueno... olvidar eso podría tomarme más tiempo.

Bella dejó escapar un bufido.

—Por supuesto. Si algo le hubiera sucedido a esa zona no podrías seguir siendo un mujeriego.

—Ahora ya no soy un mujeriego.

Ella carraspeó ruidosamente y el gamberro tuvo el valor de mirarla con una amplia sonrisa.

—Estás celosa —dijo, obviamente complacido.

—¡No lo estoy! —Bella empujó su silla hacia atrás levantándose bruscamente, pero él la cogió de la cintura y la atrajo hacia su regazo—. ¡Suéltame!

—Ssh —murmuró—. Sólo quiero abrazarte. —Le acarició suavemente el brazo—. No le he contado esto a nadie, pero por mucho tiempo perdí el interés por las mujeres. Hubo veces en que pensé que el deseo me había abandonado para siempre. Y entonces apareciste tú.

Bella se relajó un poco y se acercó a él.

—¿Qué hice?

—Ser tú misma. Vibrante, fuerte, valiente. Fuiste como un rayo de sol. Y me hiciste desear ser un hombre mejor.

Bella no pudo contenerse. Lo miró.

—¿De verdad?

Él asintió.

—Pocas veces en mi vida he sido capaz de no darle importancia a mis orígenes y a mi vida pasada. Pero tú me hiciste olvidar.

Bella lo miró de frente.

—Puedes cambiar, Edward. Todas las personas podemos cambiar.

—No puedo hacerlo solo, Bella.

—No vas a estar solo. Yo voy a ayudarte.

—¿Por qué?

Bella temía saber el porqué, pero no podía decirlo, ni siquiera para sí.

—Porque se lo debes a George —respondió solemnemente—. Y me lo debes a mí.

—Lo sé —murmuró él, llevándole a la joven un rayo de esperanza mientras le besaba la cabeza, rogando que finalmente estuvieran llegando tiempos mejores.



* * *

Un ruido despertó a Bella en mitad de la noche. Al darse vuelta advirtió que Edward no estaba en la cama. Se sentó y alargó la mano para encender la lámpara.

—No —dijo en tono brusco la voz de él desde la oscuridad.

Parpadeando para ahuyentar el sueño de sus ojos, Bella lo vio caminando de un lado a otro delante de la ventana, iluminado por un rayo de luna que le daba una apariencia fantasmal y revelaba el grado de su agitación.

—Edward...

—Tienes que conseguir que Tahj me deje salir. Tengo que salir —Como ella permanecía en silencio, él le dijo bruscamente—: ¿No me oyes? ¡Haz que abra la maldita puerta!

—Edward, por favor, vuelve a la cama. —Le tendió la mano, pero él no pareció advertirlo. Iba y venía por la habitación como león enjaulado.

—Necesito salir. Sólo unos minutos. —Se volvió hacia ella—. Por favor.

—No, Edward —murmuró la joven—. Prometiste que lo intentarías.

—Lo intentaré. Estoy intentándolo. —Se pasó una mano por el pelo, que se veía tan alborotado como si hubiera estado haciendo lo mismo durante horas—. Puedo ir disminuyendo la dosis gradualmente. No puedes pretender que lo deje de un día para el otro.

—Sé que va a ser difícil.

—¿Difícil? —gritó él, girando y dirigiéndose a zancadas hacia la cama—. ¿Qué sabes tú de esto?

—Nada. Pero lo que sí sé es que si no sales de esto ahora, puede que nunca más seas capaz de hacerlo. Por favor —susurró—, ven a acostarte conmigo.

—Dios —gruñó él, agarrándose de los cabellos—. Eres tan santurrona.

Bella salió de la cama y se paró delante de él.

—Tú me pediste ayuda.

—No es esta la clase de ayuda que necesito.

—¿Y entonces qué clase es la que necesitas? ¿Quieres que simplemente te diga «Adelante, mátate»?

—Eso no va a suceder.

—¿Quieres una esposa, Edward? ¿Hijos? ¿Hay alguna cosa que signifique algo para ti?

—Maldita sea. Sé lo que estoy haciendo. Ahora llama a Tahj.

—No.

Él levantó la lámpara de la mesilla de noche y la lanzó al otro extremo de la habitación.

—¡Llámalo!

Al instante sonó un golpe en la puerta.

—Milady —dijo la voz de Tahj—. ¿Está usted bien?

—Estoy bien.

—¿Abro la puerta? —preguntó el mayordomo en tono ansioso.

—¡Sí!—rugió Edward.

—No —lo contradijo Bella en voz igualmente alta.

Edward la hizo retroceder hasta dejarla con la espalda apretada contra la pared.

—Dile que abra.

—No.

—Hazlo ahora, Bella, o te...

—¿Qué? —preguntó ella mientras alzaba una mirada furiosa hacia él—. ¿Qué vas a hacerme, Edward? ¿Vas a golpearme?

Una mirada horrorizada apareció en el rostro de Edward, pero ella tenía que abrirle los ojos para que viera lo que le estaba haciendo la droga.

Tambaleándose se alejó de la joven hacia el lado opuesto de la habitación, incapaz de quedarse quieto mientras sus manos se movían por encima de los libros, la mesa, las sillas, flexionando los dedos una y otra vez.

Luego se apoyó contra la pared y lentamente se dejó caer al suelo, donde cruzó los brazos rodeándose las rodillas y apretó la frente contra ellas.

—No puedo hacerlo.

Juntando coraje, Bella caminó hacia él lentamente, intentando no hacer ruido, bajó la mirada hasta la cabeza vencida y luego se arrodilló a su lado.

Le tocó el pelo con suavidad, alisando los mechones rebeldes, preguntándose con desaliento si ambos tendrían la fuerza suficiente para acabar con este problema. Él había sido adicto por tanto tiempo... ¿Qué la llevaba a creer que ella podría ayudarle? ¿Qué sabía ella sobre lo que él estaba pasando? Sólo sabía exactamente lo terrible que era el síndrome de abstinencia que él tendría que sufrir.

Lo había visto una vez anteriormente cuando su abuela había cuidado a un amigo por casi una semana mientras el hombre luchaba por superar su adicción a la morfina, que había comenzado después de perder la parte inferior de una pierna a causa de la gangrena. El recuerdo del sonido fantasmal de sus gemidos viniendo desde el ático le había provocado pesadillas a Bella durante meses.

Pero mientras miraba a Edward, supo que haría cualquier cosa para sacarlo de esto.

—Ven a la cama —murmuró, levantándole la cara hacia la suya y viendo en sus ojos una avidez apenas contenida, pero no de ella. Él necesitaba otra cosa con mucha más desesperación que a ella, y la revelación le partió el corazón.

Se puso de pie delante de él y con un lento ademán empezó a bajar los tirantes de su combinación; la prenda se deslizó por sus brazos hasta el suelo, donde quedó rodeándole los pies, dejándola desnuda y vulnerable.

—Ven a la cama, Edward —repitió, alargando una mano hacia él.

Él la contempló largamente y luego elevó una mano temblorosa que se dejó rodear por la de ella mientras se ponía de pie tambaleante, dejando a sus ojos recorrerla lentamente, al tiempo que sentía tensionarse su cuerpo.

Con un rugido, la cogió balanceándola entre sus brazos y fue inmediatamente a la cama, donde la tendió atravesada mientras él desabrochaba con dedos impacientes los botones de su pantalón. Luego la abrió de piernas y se puso encima de ella con frenética necesidad, penetrándola con un solo movimiento veloz, dejándola sin aliento mientras bombeaba dentro de ella hasta quedar exhausto.

Después se durmió.

Y ella se quedó mirando las sombras que la luz de la luna proyectaba sobre el techo, acunando a Edward en sus brazos, con la seguridad de que todavía faltaba lo peor.



* * *

El delirio comenzó la tercera noche, arrancando a Bella de un sueño inquieto. Al abrir los ojos vio a Edward en cuclillas en un rincón de la habitación, sosteniendo contra la muñeca la misma navaja que ella había usado para afeitarlo.

Sintió brotar la alarma en su interior, pero temió que un movimiento demasiado veloz podía sobresaltarlo y hacer que el filo de la hoja atravesara la carne.

—Edward —susurró, aproximándose lentamente hacia los pies de la cama.

Su cabeza osciló de arriba abajo y se alzó lentamente como si fuera demasiado pesada para levantarla. Tenía los ojos inyectados en sangre y el rostro peligrosamente pálido. Con cada hora que pasaba se parecía más a una persona que estaba pasando a la otra vida.

No había probado bocado desde el día anterior y tenía las mejillas cada vez más hundidas. La barba había vuelto a ensombrecer su mandíbula, pero esa mañana se había negado a dejarse afeitar por la joven. Las alucinaciones afloraban cada vez que ella se le acercaba con la navaja. ¿Cómo no se le había ocurrido hacerla desaparecer?

—Por favor, Edward, baja eso.

Él dio unos golpecitos con la navaja contra su muñeca, y ella notó que al parecer llevaba un tiempo haciéndolo, pues tenía diminutos cortes en el antebrazo.

—Él nos hacía sepultarlos debajo del árbol —dijo, balanceándose de acá para allá, con un deje de acento cockney —. Le dije que no podíamos hacer eso. No estaba bien. Ellos necesitaban que los sepultáramos como Dios manda.

—¿Quiénes, Edward? —preguntó Bella con suavidad mientras deslizaba los pies hasta el suelo—. ¿A quiénes sepultasteis bajo el árbol?

Él se cubrió los ojos con la mano y un gemido de angustia retumbó desde lo más profundo.

—A los bebés —respondió con voz estrangulada—. Él dijo que no podía costear ningún entierro y que el polvo volvía al polvo.

La desesperación atenazaba la garganta de Bella.

—¿Hablas de los bebés de tu madre que nacieron muertos? ¿Vuestro padre os hacía sepultarlos bajo un árbol?

Él asintió con la cabeza.

—A mí, y a veces a mi hermano Dorian, pero yo no quería que Dorian viera eso, así que lo hacía volverse de espaldas. —Lanzó algo parecido a la risa, que luego se transformó en un sollozo—. Yo robé agua bendita de la iglesia de Bluegate para derramarla sobre sus tumbas. —Le lanzó una mirada atormentada—. ¿Crees que eso fue un pecado, lo de robar el agua bendita?

—No, amor mío —murmuró la joven, sacudiendo la cabeza—. Hiciste lo que era mejor para ellos.

—Esperé que el párroco entrara al confesionario —dijo él, sus palabras una confesión en sí mismas—. Entonces metí el agua en una botella y salí corriendo. —Sostuvo en alto la hoja, haciéndola girar en dirección a la luz—. No sabía ninguna plegaria, así que inventé una.

—Fuiste un buen hermano —le dijo ella dulcemente, mientras se acercaba a él con cautela, con la vista fija en la mano que sostenía la navaja.

—Un buen hermano —repitió él con voz desgarrada—. Aquel árbol ya no estaba allí cuando regresé de la India. Todo había sido demolido, como mi vida. —De repente su mirada se clavó en la de Bella y la hoja del cuchillo cortó el aire cuando lo levantó de golpe hacia ella (a escasos treinta centímetros de distancia de él) la punta directamente entre sus pechos.

—¿Dónde están mis hermanos?

Con el cuerpo temblando como una hoja, Bella alargó la mano y con suavidad cerró los dedos sobre la muñeca de él, bajándole la mano.

—Los encontraremos —dijo ella, dándole la vuelta a la mano para aflojar con cuidado los dedos que apretaban el mango.

Edward la observaba, el aire vibrante con la amenaza de una tragedia, hasta que finalmente el aflojó la presión y ella deslizó la navaja fuera de su mano.

Una oleada de alivio la invadió y cerró los ojos, con el corazón latiendo como el de un colibrí. Hasta ese momento no se había dado cuenta de cuánto tiempo había pasado reteniendo el aliento.
—No me dejes —imploró Edward en un susurro perturbador, sus dedos moviéndose lentamente por una de las mejillas de ella.
—No lo haré —prometió Bella suavemente, promesa que brotaba desde el fondo de su corazón.


estamos a 2 capítulos y este llega a su final bueno al anterior capitulo alice se fue jejeje bueno la siguiente historia k kiere adaptar es sobre histario k paso? la adptare con edward y bella asi k k acuerdende que en esta historia fue la amiga de bella  en la siguiente es como el siguimiento de k pasara con ella en si las historia estan conectadas tanto como la que adapto lizzy la de buscadores del placer  asi k nos veremos mañana con nuevo capitulo...


6 comentarios:

Vianey dijo...

Por dios!! Que capitulo tan intenso y sumamente triste, sin duda edward a sufrido muchisimo y ojala q Bella esta a su lado para q salga adelante a pesar de todo como hasta ahora lo esta haciendo.

lorenita dijo...

súper intenso!!!!!!! pobre Edward..ha llevado mucho dolor por mucho tiempo.

joli cullen dijo...

xd santo estoy muerta intensonq les pasara

nydia dijo...

Muy buen capitulo ,pobre Edward se le esta haciendo dificil dejar las drogas,me encanta...Besos sigue asi...

Ligia Rodríguez dijo...

Bueno un capitulo bien dificil! Solo Dios sabe lo que esta sufriendo Ed y Bella! Me encanto!!!

marissa dijo...

que duro toda la tragedia que es su vida,ya merece un descanso y tener felicidad,ojala sea ala lado de bella,y encuentren a la fam perdida.buena historia,gracias por adaptarla

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina