jueves, 5 de enero de 2012

Slave Gamble capitulo 3

CAPÍTULO 03
Esto fue dicho de manera tan natural que ni siquiera consideré desobedecer. Salí de mis zapatos de cuero Kate Spade y me quedé en mis pies descalzos, sintiéndome baja. Debido a que estábamos en medio de un verano caliente, no llevaba medias. Al llegar a mi espalda, me desabroché el pequeño conjunto de seda de diseño que ocultaba mis imperfecciones tan bien.
Me quedé de pie con mi sujetador y bragas, agradeciendo a la buena fortuna que yo me había puesto la hermosa ropa interior nueva de encaje de seda a juego que acababa de comprar, en vez de mi habitual práctico conjunto de algodón blanco. Metí mi vientre y empujé mis pechos, con la esperanza de estar siendo atractiva, mientras al mismo tiempo me sentía muy vulnerable.
David estaba sentado en un sofá de cuero bajo, evaluándome. Tenía los ojos oscuros como la combustión del carbón. Me sentí desnuda. Impulsivamente envolví mis brazos alrededor de mi torso, sintiéndome expuesta.
—Deja caer tus brazos. Deja que te mire.
Comencé a protestar, pero él me recordó su advertencia anterior. «Si te quedas esta noche, tienes que obedecerme por completo.» Poco a poco dejé caer mis brazos, tomando una respiración profunda. Sabía que a los hombres les gustaba mi cuerpo, yo no tenía necesidad de ser tímida en torno a este hombre. Era sólo un hombre, como cualquier otro.
—Ponte sobre tus rodillas y gatea hacia mí.
—¿Qué? —Necesitaba un cigarrillo.
—Ya me has oído. Desciende.
Me quedé parada allí. Este estaba loco. Yo no iba a gatear hasta este hombre. Una vez más habló.
—O vas es serio y te dispones a someterte a mí por esta noche, o no lo haces. Si no lo haces, ponte la ropa y vete. Si lo vas a hacer, cae al suelo y gatea. Ahora.
Me lo quedé mirando, sintiendo crecer mi ira. Esto no encajaba con mi fantasía de la bella princesa raptada y adorada por el misterioso encantador. Y, sin embargo, de alguna manera lo hice. Me sentía caliente, como si me estuviera quemando adentro, e irradiaba desde mi centro, desde mi sexo. Me di cuenta que estaba ridículamente mojada, y él ni siquiera me había tocado.
Me dejé caer al piso. Me sentía ridícula allí de rodillas. Pero incluso mientras mi rostro ardía por la vergüenza, sabía  en una parte de mí que era más honesta y menos protectora, que quería esto. Lentamente me arrastré hasta los pies vestidos en botas de Edward. Cuando llegué allí, levantó un pie y lo puso sobre mi cabeza. Presionando hacia abajo, obligó a que mi frente tocara el suelo. Cerré los ojos, tan sorprendida de lo que le estaba permitiendo como de lo que estaba sucediendo.
—Tendrás que acostumbrarte a esta posición, querida niña. De rodillas ante mí, con tu frente apoyada en el suelo, y ese hermoso culo levantado para lo que se me antoje hacer con él. Tú eres encantadoramente hermosa, e inteligente. Y eres muy consciente de tu propio encanto. Estás acostumbrado a conseguir lo que quieres o, lo que piensas que quieres. Tienes demasiado orgullo. Necesitas ser humillada. Tienes que aprender a rendirte; a entregarte a ti misma. Te conozco, incluso a pesar de que acabamos de conocernos. En un cierto nivel, tú ya me perteneces; siempre me perteneciste. Naciste con mi nombre debajo de la lengua.
Me quedé en silencio, oyendo lo que él acababa de decir, examinando mi cerebro. Sí, nos conocíamos en un cierto nivel básico visceral que no se podía explicar o mejorar por el tiempo y la familiaridad. Yo no comprendía muy bien todo lo que estaba diciendo, no estaba segura de si lo apoyaba. Pero yo lo quería.
Edward continuó:
—La mejor manera que conozco para darte una degustación física de lo que estoy diciendo es con una buena paliza a la antigua. Hay algo en una mano atravesando por la piel desnuda, es muy humilde, creo que tú lo entenderás. Así que levanta ese perfecto cuerpo tuyo y extiéndete sobre mis rodillas.
Yo seguía de rodillas, mi culo en el aire, mi cabello ocultando mi rostro. Sentía la ira luchando con el deseo. La imagen de la pareja subida-de-tono en la cubierta de las novelas románticas ¡estaba muy lejos de ser hecha para preparar a alguien para una paliza con el culo al aire! ¡En lugar de ser hábilmente seducida, me iba a conseguir un azote, como una especie de niña mimada! Pero yo sabía, incluso, cuando discutí en mi cabeza que yo iba a hacerlo. Mi trasero, de hecho, hormigueaba en la anticipación.
Lentamente, me senté y luego me levanté, me incliné sobre sus fuertes piernas vestidas con jeans azules. Yo todavía tenía mis bragas y sujetador, que era algo por lo menos. Yo sabía, sin embargo, que era sólo cuestión de tiempo antes de que él me desvista.
Sentí sus dedos, frescos contra mis muslos, y luego alisando sobre la seda de mi bonita ropa interior de color crema. Poco a poco me acarició y masajeó a través de la seda. Me sentí realmente muy agradable, y comencé a relajarme.
Puso una mano en la parte baja de la espalda y dijo:
—Yo te voy a azotar ahora, dulzura. No porque te estoy castigando por algo. Sino porque esta será tu primera prueba de tu sumisión. Tomar una paliza de manos de tu amo. Para saborear el dolor, y sentir su poder. Para tomar lo que te doy, y ver de qué estás compuesta. —Amo. Él había salido y dicho eso. Y si había un amo, también había un esclavo. Un espasmo de miedo disparó a través mío, como hielo caliente llenado mis venas.
Yo podría haberme puesto de pie en ese momento. Podría haber dicho esa frase tonta, «luz roja», y ponerme mi vestido nuevo, e irme. Estaba segura de que no me mantendría allí contra mi voluntad. Eso no era lo que él había dicho.
Pero no me levanté. En su lugar, contuve la respiración, no me moví. Quería ver de qué estaba hecha también. ¿Me gustaría? ¿Lo odiaría? ¿Me sentiría ridícula y humillada? No tuve que esperar mucho, porque de repente oí un ruido golpeando fuerte. Una fracción de segundo más tarde sentí un leve pinchazo.
Su mano era grande, y abarcaba toda la mejilla. La tela sedosa no era ninguna protección. De nuevo la mano cayó, en la otra mejilla. Me sacudí contra él. Él golpeó mi trasero varias veces más. Me estremecí y pude sentir el calor, pero no fue tan malo. ¡Podía tomar esto! Era muy emocionante, ser sujetada por la mano sobre mi espalda, y azotada. Mi coño se apretaba contra su muslo con cada golpe, me ponía aún más caliente y más húmeda, si eso era posible.
Con un solo movimiento, arrastró las bragas hacia abajo, dejando al descubierto mi trasero. Me retorcí y traté de levantarme. Yo había sabido que era cuestión de tiempo antes de que me desnudara delante de este hombre, pero cuando sucedió, yo no estaba lista. Él me mantuvo en el lugar, presionando mi cabeza detrás de sus rodillas, y apretándome entre el sofá y su cuerpo de modo que no pudiera moverme. Yo forcejeé un momento, pero él era muy fuerte.
—Detente —dijo, su voz suave pero inflexible —No te resistas a mí de esta manera. Recuerda quién eres. Esto es lo que quieres; lo que necesitas. Tómalo. Toma esto por mí. Estás preciosa. No seas tímida acerca de este cuerpo perfecto, Bella. Tú has nacido para estar desnuda. Yo siempre te mantendré desnuda, una vez que me pertenezcas.
Las palabras resonaron en mí. Una vez que me pertenezcas. Este hombre estaba estableciendo un reclamo sobre mí, y él sólo me conocía desde hacía unas pocas horas. Y, sin embargo, algo dentro de mí respondía, aunque no dije nada en voz alta. Me distraje de sus palabras por su mano.
Él empezó a pegarme de nuevo, esta vez sin parar hasta que mi pobre trasero estaba ardiendo. Yo estaba luchando incluso a pesar de que quería estar todavía. No lo podía evitar. Como ya forcejeaba, él me giró, por lo que yo quedé equilibrada ahora con la parte baja de mi espalda contra las rodillas. Presionando una mano entre mis piernas, las obligó a abrirse.
Riéndose de un modo bajo y sexy, dijo:
—Oh, mi pequeña puta. Estás tan húmeda. Yo tenía razón. Esto era necesario. Y es sólo el comienzo. Sólo el principio. —Entonces sus dedos celestiales abrieron mi hendidura, y deslizó un dedo profundamente dentro de mí. Gemí y me elevé a mí misma para tomarlo más profundo dentro de mí. Retiró el dedo y lo deslizó sobre mi clítoris, tocándome con ligeros movimientos de mariposa. Yo gemía, bajo y gutural.
Mi cerebro trataba lograr que me sienta avergonzada. Tratando de hacerme cerrar mis piernas y que me incorpore y exija que devuelva mis bragas. Pero mi cuerpo hizo caso omiso de mi cerebro, y extendió mis piernas aún más, deseando sentir su polla dentro de mí, su boca una vez más sobre la mía.
Edward se puso de pie, moviéndose de manera que me acomodó en el sofá. Desabrochó el sujetador, y brevemente ahuecó mis pechos en sus manos. Arrodillándose a mi lado en el sofá, él se inclinó y lamió un pezón. Este se endureció y se hinchó. Pasó la lengua sobre el otro pezón, y luego lo mordió, suavemente. Otra vez gemí, y mi mano se deslizó a mi coño.
Me agarró la mano y me dijo:
—No. Eso ya no es tuyo. No lo toques a menos que yo te diga. —Se puso de pie y me levantó, desnuda. Yo apenas le llegaba al pecho con los pies descalzos.
—¿Cómo estás, cariño? —Preguntó ahora —¿Es esto lo que quieres? ¿Estás lista para más?
—Sí —dije en voz baja. Normalmente nunca ni siquiera me besaba en la primera cita, pero era como si esa fuera la «vieja» Isabella. La «falsa» Isabella, incluso. La que se comportaba de la manera en que yo pensaba que una buena chica «debe comportarse». ¿Ese era mi verdadero «yo»? ¿De pie desnuda, sin aliento, sonrojada, anhelando que este hombre que acababa de conocer me tomara, me jodiera, para que, como él había dicho, me reclamara?
Esto se sentía real. Más real que cualquier cosa en mi vida hasta este momento.
Edward me condujo al centro de la habitación. Ahora me di cuenta de que había grandes ganchos curvados incrustados en el techo, como para colgar una planta de ellos.
—Quédate ahí, no te muevas —ordenó.
Fue a un armario, sacó varias cosas y volvió a mí.
—Ofrece tu muñeca. —Lo hice, y él me puso esposas de cuero suave en cada muñeca, asegurando el cuero sobre un pequeño anillo de metal. A continuación adjuntó un clip para cada anillo. Levantando mis manos, tomó las pinzas y las unió juntas. Estaba esposada con eficacia, con las manos entrelazadas delante de mí, pero con esposas de cuero suave.
Mi corazón estaba machacando un pequeño martilleo en contra de mi caja torácica. Edward vino detrás de mí y me acarició el pelo, besando mi cuello. Podía sentir su erección contra mi espalda. Torcí mi cabeza hacia atrás para recibir otro beso, y él me complació.
Alejándose de mí, dijo:
—Voy a asegurar tus muñecas a una cadena, y asegurar la cadena al techo. ¿Vas a dejarme hacer esto, no es cierto, ángel?
Aún recuperándome de ese último beso profundo, de pie, desnuda y esposada, asentí con la cabeza. Tomó una cadena larga y delgada y sujetó mis puños a la misma. Luego, tomando una pequeña escalera, subió, colgando la cadena, y asegurándola en uno de los ganchos curvos. Él la tiró hasta tensarla, forzando a mis brazos a levantarse por encima de mi cabeza, completamente extendidos.
Me sentí muy vulnerable e indefensa, pero también profundamente excitada. Volvió al armario y esta vez trajo un pesado azotador, cabritilla marrón oscuro, con un grueso manojo de trenzas colgando de un largo grueso mango. Me quedé sin aliento, nunca había visto tal cosa en la vida real.
—Es un látigo. Un azotador. Es una adorable manera de iniciar a un sumiso, porque su beso puede ser dulce y cariñoso  —mientras hablaba, arrastraba las trenzas sensualmente a través de mi espalda y mi culo —o —y ahora él me golpeó, no duro, pero con suficiente fuerza para picar —o puede morder. —Me sacudí hacia adelante, y envolvió un brazo alrededor de mi cintura desde atrás, tirando de mí en su contra.
Besando mi cabello, acariciando mi cuello, dijo:
—Yo voy a azotarte, Bella. ¿Crees que puedes manejarlo?
Estaba respirando con dificultad, tan excitada que me sentía mareada, casi con náuseas. Traté de contestar con sinceridad:
—Dios, Edward, ¡no lo sé! Yo ni siquiera sabía que quería esto hasta que me lo dijiste. Bueno, eso no es cierto exactamente. Quiero decir, he tenido fantasías, ¡pero no tenía ni idea de que me afectarían de esta manera! ¡No estoy segura de que pueda manejar esto! Quiero decir, estar atada así, tan indefensa, tan fuera de control.
—Ah, pero ese es precisamente el punto, mi amor. No tienes ningún control. Simplemente te estoy enseñando eso. Mostrándote de lo que eres capaz. Esto no es sino la primera experiencia de muchas aventuras maravillosas que preveo para nosotros. Si tú estás dispuesta. Pero tienes que estar dispuesta. Esto tiene que ser lo que quieres.
Lo miré, ahora de pie frente a mí, con expresión seria, sus ojos negros como una noche de verano, llenos de promesas. ¿Lo quería? ¿Quería ser azotada? Honestamente, no podía responder a esa pregunta. Estaba más allá de mi ámbito de experiencia, incluso en la fantasía.
Y sin embargo, las nalgadas no eran algo que había fantaseado con cualquiera. Cuando me permitía a mí misma detenerme en sueños sumisos, ellos eran vagas ideas sin forma, con la participación de harenes de hermosas cautivas, bailando en sedas de gasa para sus amos y señores, y luego elegidas como juguetes sexuales, torturadas por magníficos jóvenes príncipes que también las mimaban y adoraban.
Pero estas nalgadas, el contacto físico, la sensación de su mano con fuerza contra mi culo, a pesar de que dolía, quizás en parte porque dolía, me habían excitado a un ritmo frenético.
Edward, hasta ahora, había dado justo en el blanco sobre quién era yo, y lo que necesitaba. ¿Podía confiar en él otra vez? ¿Debía hacerlo? ¿Era de eso de lo que se trataba, más que nada? ¿Confianza?
Estos pensamientos se arremolinaban en mi cabeza mientras él arrastraba las suaves trenzas de cabritilla sobre mis pechos y mi vientre. Eso me hizo estremecer, ya sea con el deseo o el miedo, o alguna combinación, no pude decir.
—¿Y si quiero parar? ¿Si quiero que te detengas?
—Voy a parar cuando yo decida que es el momento de parar. Tú puedes rogar todo lo que quieras, pero tengo que decirte ahora, no voy a parar hasta que estés lista. Por supuesto, cómo tú respondas, lo que pienso que puedes tomar, será una parte de lo que lleve a mi decisión, naturalmente. Pero no voy a parar por tus órdenes. A menos, claro, que utilices tu palabra de seguridad.
—¿Y entonces detendrás la paliza?
—Sí, yo pararé de inmediato. Pararé todo. Y tú te vestirás, y yo te acompañaré a tu auto, y tal vez algún día nuestros caminos se crucen. Y espero que me recuerdes como un amigo. Y eso será todo.
Por lo tanto, allí estaba. Si yo no me «sometía» a este azote, perdería por completo a Edward. Perdería los apasionados besos, y la manera increíble que me hacía sentir, a la vez bella, salvajemente poderosa, y también cautiva bajo su hechizo delicioso. Yo no quería perder todo eso. ¿Quién era él para poner todas las reglas? ¿Para establecer los parámetros de nuestra relación, si eso era lo que era, sin pedirme una palabra al respecto?
Como si él estuviera escuchando dentro de mi cabeza, le oí decir que ese era precisamente el punto. Si fuéramos a tener una relación, ésos serían sus parámetros. Edward como amo, y Isabella como esclava. Edward tomando la última palabra, estableciendo las reglas, y reclamando a su amante. Mi corazón latía con fuerza al contemplar mi situación.
Y, sin embargo, cuando se apoyó contra mí, murmurando mi nombre, su polla dura y claramente visible en sus pantalones, era obvio que yo también ejercía el poder. Como había dicho, esto era un intercambio amoroso de poder. Yo no me estaba rindiendo a él, me estaba entregando a su amoroso control, y él a su vez se entregaba a mí.
¿Quería la paliza? Sinceramente, no lo sabía. Pero yo quería lo que él parecía estar ofreciendo, por lo que dije finalmente, —Lo quiero.
—¿Tú quieres qué, Bella? Dilo.
—Quiero que me azotes.
—Encantadora —murmuró. De pie frente a mí, lentamente se desabrochó la camisa de seda amarillo pálido. Él era alto y delgado, pero con buena musculatura, sobre todo en el pecho y los hombros. Era moreno y tenía el estómago atlético. Mis ojos fueron hacia sus jeans, que no se quitó, a pesar que yo estaba en silencio deseándolo. Miré el todavía erecto pene presionando contra la tela y la boca, verdaderamente, se me hizo agua.
Yo quería probar esa polla, pero aparentemente eso no estaba en las cartas. Al menos no todavía. En su lugar, Edward dijo:
—Bella, quiero que realmente te entregues al lujo de las sensaciones que estos azotes van a crear para ti. Así que voy a vendarte los ojos. Eso aumentará las sensaciones. ¿Está bien?
Asentí con la cabeza, pensando que tal vez sería más fácil en algunos aspectos. Él deslizó una pequeña máscara de dormir sobre mis ojos. Ahora no podía ver, y mi oído parecía afilarse. Podía oír el silbido del cuero cuando él tocó ligeramente mi espalda y mi pecho. Podía oír su respiración, lenta y agradable, y mi propia respiración, ahora rápida y superficial.
¡Esto realmente estaba sucediendo! Yo estaba atada, desnuda e indefensa en la casa de este misterioso hombre. Alice era la única persona que sabía dónde estaba, pero aun así, ¿qué podía hacer ahora? Ella estaba ocupada siendo la anfitriona de su fiesta, esperando mi llamada mañana para que le cuente acerca de sus cuartos de baño y metros cuadrados. Él podría matarme ahora, y nadie sería capaz de hacer nada al respecto.
¡Esta era una tontería! Yo sabía que podía confiar en Edward. Lo había conocido en realidad desde la primera vez que me habló, desde la primera vez que había sentido el trasfondo de nuestra conexión especial. Algo acerca de tener los ojos vendados, sin embargo, me hizo sentir muy vulnerable.
Oí el silbido un segundo antes de sentir el látigo. Las caricias se habían detenido y comenzó la picazón. Como yo no podía ver, nunca sabía dónde iba a aterrizar. Golpeó mi culo primero, la parte más blanda. Varias veces lo hizo, y la picadura fue ascendiendo sobre un trasero ya tierno por la paliza anterior.
Empecé a respirar más rápido ahora, y a moverme en mis ataduras, como si pudiera escapar. El látigo cayó sobre mis muslos, y luego sobre mi espalda. Grité. Me dolió mucho más en mi espalda, que no estaba rellena como mi trasero. Él cubría en forma pareja, hasta que mi espalda entera estaba picando, y yo estaba retorciéndome y gimiendo, tirando con fuerza contra los puños de las muñecas.
Yo estaba lloriqueando y respirando con tanta fuerza que pensé que iba a desmayarme.
—¡Edward! —grité, aunque al parecer no podía terminar la frase, o incluso tener un pensamiento coherente. Estaba cayendo en una especie de reino etéreo. Me sentí mareada y de alguna manera desconectada de la realidad. Y sin embargo, en algún lugar debajo de todo eso me sentía tranquila, profundamente pacífica. Pero aún con esa ardiente, dolora cubierta de deseo no correspondido.
Sentí sus brazos envolverse a mi alrededor, y su largo duro cuerpo presionar contra el mío. Su pecho se sentía hermoso en contra de mi pecho. Lo incité, deseando que me descolgara, que me llevara a la cama. —Edward —le rogué de nuevo, aún no articulando mi desesperada necesidad.
—Shh —susurró, alisando el pelo sobre mi cara, sosteniéndome en sus brazos. —Bella, Bella, regula tu respiración. Cálmate, cariño. Soy yo, Edward. Sé que no me conoces todavía, cariño. No en términos de años. Pero tú y yo nos conocemos. En todos los sentidos en lo que cuenta. Confía en mí, ángel. No te llevaré más lejos de lo que puedas ir. Y si lo hago, ya sabes las palabras mágicas.
Correcto. Las «palabras mágicas»: luz roja. Me di cuenta de que no tenía ganas de decirlas. Yo estaba asustada todavía, pero también profundamente, casi hipnóticamente excitada. Sentí que haría cualquier cosa por él en ese momento; dar cualquier cosa por él. Él continuó abrazándome, y yo sentí que mi respiración se enlentecía, mi cuerpo se relajaba.
Me recosté en él. Poco a poco me soltó y me dejó atada y encadenada. Todavía estaba asustada, pero no quise decir esas palabras. Todavía no. Tal vez sólo sabiendo que podía era suficiente. Había una salida, si la necesitaba.
El me azotó por unos minutos. ¿O fueron un par de horas? El tiempo perdió significado, y me encontré en una especie de estado alterado de conciencia, balanceándome en las ataduras. Sentí la liberación de la cadena, y luego la eliminación de los puños. Mis brazos cayeron sin vida, pero él estaba allí, sosteniéndome, envolviéndome en un estrecho abrazo.
Me quitó la venda, y yo tenía que entrecerrar los ojos para ver, aunque la habitación estaba en penumbras iluminada por el brillo plateado de los apliques colocados discretamente a lo largo de las paredes. Edward me besó, y dijo:
—Estuviste espectacular. Has nacido para esto. Eres increíble.
Sonreí, y me di cuenta que mi cuerpo estaba bañado en sudor. De pronto sentí frío, cuando el sudor empezó a secarse. Edward me cogió en sus brazos y me llevó de la habitación.

3 comentarios:

gabita_as dijo...

demasiado aguate OMG

Ligia Rodríguez dijo...

Creo que todo paso como que demasiado rapido casi ni se dieron espacio

karla dijo...

dios k palisa le dio edward a bella, algo rapido y desconcertante, pero estubo genial el capi

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina