martes, 12 de septiembre de 2017

Dulce Asesino Capitulo 4


La historia no es mía es una adaptación 


 Los personajes son propiedad de Stephanie Meyer
CAPITULO 4
El lunes por la tarde, Rosalie se pasó una buena media hora sentada en el porche de Edward, coqueteando con él sobre sodas. Admitiré que los observé, pero no porque estuviese espiando a Edward. Simplemente encontré divertido ver a Rosalie fallar miserablemente sus intentos de enganchar al chico ardiente —y, no obstante, espeluznante— del otro lado de la calle.

Edward parecía disfrutar de su compañía lo suficiente, pero no actuaba con ella de la misma forma en la que lo hacía conmigo. Hablaba, sonreía, reía, pero no la tocaba o retenía. De hecho, desde donde yo lo veía casi parecía una persona normal. Casi.

Justo cuando consideraba la posibilidad de que tal vez había reaccionado exageradamente a él, Rosalie fue raptada por un grupo de sus amigas. Me di cuenta de que invitó a Edward a unírseles, pero él alzó la vista hacia la ventana de mi habitación y luego la rechazó. Saludó mientras el coche en el que Rosalie había saltado se iba, y al segundo de estar fuera de vista se dirigió hacia mi casa.


Mi corazón se aceleró mientras corría escaleras abajo. Me dije otra vez que exageraba y que él era normal, pero por alguna razón seguía dudando en abrir la puerta cuando sonó el timbre. Me quedé allí debatiéndome, mi mano a punto de girar el pomo, cuando su sedosa voz me llamó.

—Bel-la —canturreó—. ¡Sal, sal, dondequiera que estés! El gato está finalmente fuera. Tiempo del ratón para salir a jugar.

En lugar de abrir la puerta, tan lenta y silenciosamente como pude, la bloqueé. Luego me arrastré de vuelta a mi habitación con la esperanza de echarle un vistazo a su rostro cuando volviese a casa. Me asomé entre las sombras y esperé a que cruzase la calle, pero en su lugar, una sombra oscura apareció frente a mi ventana. Salté hacia atrás y me aplasté contra la pared justo cuando Edward tocó.

—Bella —llamó, sin el canturreo alegre esta vez—. Vamos, sé que estás ahí. También sé que tienes debilidad por el helado. Sal conmigo e iremos a Dairy Queen. Yo invito.
Mi boca se hizo agua al pensar en el Heath Blizzard y estuve a punto de abrir la ventana. Pero… ¿Cómo sabía de mi adicción al helado?

—Al menos dime que encontraste mi nota.
¿Nota? ¿Qué nota?

Edward suspiró y luego, como si leyese mis pensamientos, dijo—: Mira las puntuaciones más altas de Skateboard Pro 2000.

Por supuesto lo comprobé. ¿Cómo no iba a hacerlo?
Estaba sin duda aliviada cuando vi mi puntuación todavía en la parte superior de la lista, pero la siguiente estaba tan sólo un punto por debajo y las otras ocho con un punto menos que la anterior. Tan desconcertada como estaba por la imposibilidad de las puntuaciones, me sorprendí incluso más por los nombres que las clamaban —o palabras, más bien. Los diez primeros nombres de las altas puntuaciones formaban:

1. Bella
2. Eres
3. La
4. Única
5. Razón
6. Por la que
7. No
8. Odio
9. Vivir
10. Aquí

Parpadeé. Releí el mensaje y luego tuve que sentarme. Era lo más lindo que alguien me había dicho jamás, y sin duda lo más parecido a un gesto romántico que había recibido nunca. Podía sentir el rubor en mis mejillas, pero mientras mi corazón latía con fuerza mi cerebro sólo procesaba miedo. ¿Cómo lo había hecho? ¿Y cuándo? Esos resultados habían sido normales la última vez que jugué a este juego, y eso fue después del día en el que me levanté para encontrarlo en mi habitación.

—¿Bella?

Sobresaltada, retrocedí lentamente hacia mi cama, me senté, y esperé. Después de un minuto más, escuché a Edward levantarse e irse. Me asomé por la ventana y le observé descender el gran árbol junto a mi casa.

Regresó a la suya y mientras caminaba junto al saco de boxeo de su garaje, le propinó un enojado swing. Empezó a entrar y luego se giró y golpeó de nuevo a la cosa con la otra mano. Luego, repentinamente, golpeaba el saco con golpes sanguinolentos. Lo golpeó durante unos buenos cinco minutos con puñetazos tan rápidos que juro que ni siquiera pude ver la mitad de ellos. Cuando finalmente se detuvo para recobrar el aliento, sacudió la mano y examinó sus nudillos. Después de eso, con una última mirada en mi dirección, desapareció dentro de su casa.

***

Al día siguiente fui al parque para conseguir entrar en un juego de mejora y me di cuenta de que Edward me miraba desde la distancia. Después de eso, pasé el resto de la semana en mi habitación, volviéndome loca. Me encontraba acostada en mi cama leyendo un cómic de Spiderman cuando oí un coche en marcha. Sonaba demasiado bien para ser cualquiera de las minivans de mis vecinos. Miré por la ventana justo a tiempo de ver a Edward alejarse en su BMW.

No perdí ni un segundo de esta oportunidad. Abrí mi ventana, influenciada por la música, y me puse los patines. Saqué mi red de hockey y acababa de lanzar la primera bola a través de ella cuando una voz detrás de mí dijo—: Sabía que me evitabas.
Me sorprendió tanto que casi me caí de culo. —¿Dónde…? —Mi voz traqueteó mientras buscaba el BMW que nunca escuché regresar.

—Di la vuelta en la esquina y aparqué —dijo Edward, comprendiendo exactamente por qué lucía confundida—. Supe que no saldrías a menos que pensaras que me había ido.

Traté de no ruborizarme. No estaba segura cómo de bien funcionó. —No te evito —dije. Mentía entre dientes por supuesto. Bajé la vista y lancé otra bola a la red.

—No estoy enojado contigo, ya sabes —dijo Edward.

—¿Enojado conmigo? —pregunté, sorprendida—. ¿Por qué lo estarías?

—Oh, veamos. Me llamaste gay. Me pisaste el pie. ¿Y estás evitándome sin ninguna razón?

—Te merecías lo del pie, y no te llamé gay —dije, pero mis mejillas ardían de nuevo—. Te llamé guapo.

—Todavía sigues evitándome.

—No lo hago.

Edward claramente no me creía.

—Me incomodas —solté antes de que pudiera detenerme.

—Por la intensa atracción entre nosotros —dijo Edward, cien por cien en serio—. Es natural.

Mi boca cayó abierta.

—Te acostumbrarías si dejaras de evitarme.
Edward se acercó, y mi respiración se cortó.

No me siento atraída… —me detuve. Me daba esa mirada otra vez, no creyendo ni una palabra de lo que decía.

Si trataba de hacerme enojar, funcionó. Lo empujé hacia atrás y lancé otra bola a la red. Edward observó con el ceño fruncido. —¿No se supone que deberías estar usando un disco?

—Sólo cuando estás en el hielo —expliqué. No pude evitar mis ojos en blanco. Aparentemente tenía razón sobre lo de no tener ningún juego—. Pero un disco no se deslizaría por el asfalto exactamente. En street-hockey usamos estas. —Golpeé la última bola de goma naranja y voló directamente hacia el centro de la red.

—Enséñame cómo jugar —dijo Edward repentinamente.
—¿Tú? —pregunté dudosamente. Lo miré de nuevo. Incluso ahora se veía limpio, su pelo con estilo, sin una arruga en la ropa—. ¿Quieres aprender a jugar al hockey?
Edward se encogió de hombros. —Parece un requisito previo para hacer amigos por aquí.

—Rosalie y sus amigos no juegan.

Edward sonrió. —Enséñame a jugar —dijo de nuevo.

—No lo creo.

—Haré que valga la pena —dijo Edward—. Podríamos hacer un trato.

—¿Qué quieres decir?

—Un trato comercial. Me enseñas a jugar al hockey y yo te enseño algo a cambio.

No quería saber lo que quiso decir con eso, pero las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas. —¿Enseñarme qué?
La sonrisa maliciosa que cruzó por su rostro confirmó mis sospechas. —Se me ocurren un millón de cosas que me gustaría enseñarte —dijo en esa peligrosa y suave voz suya.

Alzó la mano y metió un mechón de pelo salvaje detrás de mi oreja. Temblé bajo sus dedos. Parecía satisfecho de haberme hecho estremecer y una punzada de miedo regresó a mi pecho.

—No estoy interesada en aprender lo que sea que tienes que enseñarme.

—¿Qué tal autodefensa?
A pesar de que la idea de formación en autodefensa parecía maravillosa —especialmente ahora con Edward viviendo al cruzar la calle—, estaba segura de que incluía una gran cantidad de contacto físico. No era algo en lo que estuviera particularmente interesada en hacer con él.

—No soy tu cobarde chica promedio. Puedo cuidar de mí misma —dije y entonces patiné lejos de él.

Recogí rápidamente las bolas que disparé y mientras iba a por la red fui arrancada de mis pies. Edward me agarraba tan fuertemente que casi me dejó sin aire. Di un grito ahogado y luego empecé a gritar—: ¿Qué haces? ¡Suéltame!
Luché tan duro como pude, pero tenía mis pies fuera del suelo y mis brazos bloqueados en los costados. A diferencia de la última vez que me sostuvo, sus músculos no se sentían suaves. Su cuerpo parecía acero contra el mío y no podía liberarme de la jaula que sus brazos crearon.

—¡Suéltame! —grité de nuevo.

—Cálmate, Bella —susurró Edward en mi oído—. Sólo trato de mostrarte algo.
—¿Qué eres, un psicópata? —chillé—. ¡Ya me lo había figurado!
Pateé mis piernas hacia atrás, pero no parecía tener ningún efecto en sus espinillas, ni siquiera con el peso añadido de los patines.

La boca de Edward era suave en mi oído pero su control no cedió ni un milímetro. —Eres tan tentadora.

Sus labios se presionaron contra mi cuello en el más pequeño de los besos. La piel de gallina que se levantó en mi piel me enfureció. —¡Basta! —demandé, echando la cabeza hacia atrás—. ¡Quita tus espeluznantes y pervertidos labios de mí!

Mi intento de cabezazo falló y Edward susurró en mi oído de nuevo—: Mírate ahora. Podría hacerte lo que quisiera, y no podrías detenerme. —Besó mi cuello de nuevo sólo para demostrar su punto—. ¿Te gusta sentirte tan indefensa?

Realmente no. Me sentía más asustada de lo que jamás recordaba haber estado. Tan aterrada que el agua brotaba de mis ojos. Y. Yo. No. Lloraba.

—Deja que te enseñe cómo defenderte a ti misma —dijo Edward.

—¡Bájame! —demandé, horrorizada cuando mi voz se quebró.

Me soltó entonces, y me empujé fuertemente tan lejos de él como pude. Parpadeé lejos la humedad en mis ojos antes de que se convirtiera en lágrimas reales. De ninguna manera dejaría que viera lo mucho que me asustó.

—¡Estás loco!

—Sólo trataba de probar un punto. Me necesitas, Bella.

—¡Aléjate de mí, monstruo!

Una mirada de ira cruzó el rostro de Edward, pero no perdió la calma. Abrió la boca para decir algo, pero Rosalie salió por la puerta delantera. —Bella, ¿por qué gritas? ¡Oh, hola, Edward! ¿Listo para irnos?

¿Irnos? Estaba confundida.

Edward me disparó una mirada que no supe interpretar. Entonces, como un interruptor de luz, se encendió con una brillante sonrisa para mi hermana. —Estoy listo cuando lo estés. Y debo añadir, luces particularmente deslumbrante esta tarde.

Edward tomó la mano de Rosalie y la besó. Habría protestado por el brutal coqueteo ocurriendo ante mis ojos salvo que Edward nunca actuó así con Rosalie antes. Su extraño y repentino comportamiento hacia mi hermana me dio escalofríos.

—Entonces, ¿cómo de lejos está ese lugar? —preguntó Edward. Después de otra rápida mirada en mi dirección, añadió—: Espero que sea lejos. Tengo muchas ganas de tenerte para mí un rato.
Rosalie apenas podía hilar una oración junta, estaba tan extasiada. —De hecho, está a casi dos horas de distancia.

—¿Eso es todo? Bueno, puede que tomemos un desvío… perdernos por el camino.

En este punto, si Edward quería atacar a Rosalie, probablemente ella lo querría también. No tenía ni idea de que se encontraba secretamente trastornado. Podría odiar a mi hermana, pero no estaba dispuesta a permitir que algún psicópata la tuviese.

Observé a Edward abrir la puerta del coche de mi padre y ayudar a Rosalie con el asiento del conductor. Después de cerrar la puerta por ella, pasó por delante de mí con un guiño. —Disfruta del resto de tu día, Bella —dijo con una señal de peligro en su voz—. Sin duda voy a disfrutar del mío.

Edward abrió la puerta del pasajero y antes de que se deslizase en el lugar ya estaba en el asiento trasero abrochándome el cinturón de seguridad. Ambos se dieron la vuelta al mismo tiempo para mirarme. Rosalie lo hizo incrédulamente pero Edward sonreía como si acabase de conseguir lo que quería. Me sentía más allá de asustada, pero no confiaba en él a solar con mi hermana, así que no tenía otra opción.

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó finalmente Rosalie, rompiendo mi partido de miradas con Edward.

—Ir.

—No lo creo.
Giré mi furia contra mi hermana. —Intenta detenerme.

Rosalie no sabía cómo responder. Creo que se sorprendió más por el hecho de que quería salir con ella que horrorizada por la idea de tener que traerme. Sus ojos se estrecharon cuando me miró y luego resopló—: Bueno, no vas a venir así.

—¿Así cómo?

—Es una fiesta en el Lago y vas en vaqueros raídos y un jersey holgado.

—¿Tu punto?

—¿Fiesta en el Lago? Se supone que tienes que llevar traje de baño.

—Cáscaras. Ni si quiera tengo traje de baño.

Edward se rió y le miré tan groseramente que en realidad alzó las manos a modo de disculpa y borró la sonrisa de su cara.

—Está bien —dijo Rosalie, suspirando—. Edward, volveremos en cinco minutos.

Rosalie me sacó del coche y subimos a su habitación. —Tienes suerte de que seamos casi del mismo tamaño. —Me tiró uno verde oliva de tela—. Este será probablemente un poco demasiado pequeño para ti, pero lo suficientemente cerca como para trabajar a tu favor.

No tenía ni idea de qué hablaba. —¿Qué es? —pregunté mirando el bulto en mi mano.

—Un traje de baño, idiota.
Separé las dos pequeñas piezas. —¿Dónde está el resto?

—Sólo póntelo —se mofó Rosalie. Luego me lanzó los más pequeños shorts que había visto jamás y una camiseta de tirantes—. Puedes ponerte eso por encima. Y ve a buscar tus chanclas de pies-grandes. No puedes ir al lago en Dickies.

—No voy a ponerme…

—Dos minutos o nos vamos —dijo Rosalie y luego fue a unírsele a Edward en el coche.

Conocía a mi hermana. Sabía que se iría justo como había dicho, y parte de mí quería realmente dejarla hacerlo. Pero luego recordé la forma en la que Edward había usado la palabra arrebatadora mientras la miraba.

Con un suspiro, me puse un bikini por primera vez en mi vida. De repente, me sentí agradecida por los shorts y la camiseta, incluso si estaban destinados a adaptarse a una Barbie.

No me miré en el espejo al salir de casa —era mejor no saberlo. Pero podía imaginar cómo de ridícula lucía cuando Edward se rió en voz baja mientras me metía en el coche. —¡Oh, páralo, supermodelo! —espeté.


Edward estalló en carcajadas, y pude oír a Rosalie murmurando algo para sí misma mientras salíamos de la calzada. Esta sería una noche de mierda.
*******************
que creen que pasara gracias por sus comentario bueno mañana veremos que pasara con este par.

2 comentarios:

cari dijo...

Wow Edward y Bella como el gato y el ratón Bella siente q tiene q cuidar a la rosé siente q Edward es peligroso lo digo Edward da escalofríos gracias nena nos leemos

Lizdayanna dijo...

Hola. El sabe como hacerla caer. Cuando llegaran los J?

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina