Capitulo especial
Buscando una casa
Este iba a ser el verano más
largo de mi vida. Había estado en Michigan por exactamente seis horas y
veintitrés minutos, y ya sabía que lo odiaba. El aire era tan espeso que casi
se podía beber, y había demasiados árboles. Hacia donde mirara, había árboles.
Árboles y hormigón.
Como si el aire caliente y
húmedo, y los árboles, no fueran suficientes para sofocarme, el pensamiento de
tener que vivir con un grupo de americanos incultos y sencillos de clase media,
definitivamente lo hacía. Después de haber pasado todo el día conduciendo por
la zona metropolitana de Detroit mirando casas, he aprendido que la idea de
esta gente de los coches deportivos eran los Mustang o los Camaro, y una buena
mesa significaba Applebees y Outback Steakhouse. No volvería a ver Rollo
Californiano decente.
¿Y los mataría escuchar algo
que no sea hip-hop?
Justo cuando pasábamos otro
centro comercial en ruinas, entramos en un barrio llamado Brookhurst.
—Sé que van a amar esta —gritó
la señora de la inmobiliaria desde el asiento delantero—. ¡Este vecindario en
particular tiene mucho carácter!
—¿Qué opinas, Edward? —dijo mi
tía Esme, mirándome a los ojos por el espejo retrovisor.
Una palabra vino a mi mente.
Infierno. Técnicamente, el mapa decía que “Hell” estaba justo a una hora al
noroeste de aquí, pero aún así. Era lo suficientemente cerca. Por supuesto, no
podía decirle eso a mi tía. Fui yo el que escogió esta ciudad de mierda. En
serio, ¿en qué pensaba?
Me encogí de hombros sin
comprometerme. —No es Beverly Hills.
—Pero esa es la aventura,
¿cierto, Edward?
Tía
Esme sonaba como si estuviera tratando de convencerse a sí misma más que a mí.
Me di cuenta por la expresión en su rostro que cada una de las últimas cinco
casas que habíamos mirado la habían dejado tan impresionada como a mí.
—¡Bueno,
aquí estamos!
La
señora de bienes raíces era demasiado alegre para su propio bien. En cierto
modo, quería apuñalarla. Podría haberlo estado considerando inconscientemente,
porque a medida que nos acercábamos a la puerta principal, de la que rezaba no
fuera mi futura residencia, mi cuchillo había encontrado de alguna manera su
camino a mi mano, y yo lo giraba, abriéndolo y cerrándolo. Tía Esme se mete
conmigo cuando hago eso.
Guardé
el cuchillo en el bolsillo de mi pantalón y cuando la dama de bienes raíces fue
a mostrarle a mi tía la cocina, vagué por las escaleras ya que no quería oír su
voz nunca más.
Supuse
que las habitaciones eran bastante grandes, pero quien sea que haya decorado
este lugar (lo que me imaginaba que sólo podría haber sucedido en 1972) tenía
algo con las sucias alfombras de pelo largo, los paneles de madera y papel
pintado con colores rojo-naranja, y oro. Era como si alguien hubiese vomitado
otoño dentro de aquella casa.
Ya
había visto suficiente. No me importaba si yo era un mocoso malcriado y rico de
Beverly Hills. Toda esa idea de experimentar la clase media era falsa.
Yo
estaba, literalmente, saliendo de la habitación con el propósito de marchar
abajo para exigirle a la tía Esme que olvidara este plan estúpido y me llevara
a casa, cuando de repente alguien en el vecindario decidió interrumpir la paz
con Social Distortion. Mi curiosidad me traicionó. Me olvidé de mi
misión actual y me acerqué a la ventana.
La
música venía de la casa al otro lado de la calle, de la ventana del piso superior,
justo enfrente de donde yo estaba de pie, en la ventana completamente abierta.
Me
apoyé en ella y esperé a ver si podía echar un vistazo al vecino. A pesar del
buen gusto para la música, no quería ser atrapado viviendo en la calle de algún
idiota. Realmente no tenía mucha tolerancia para la mayoría de la gente de mi
edad. Chicos, especialmente.
Una
mochila pesada salió volando por la ventana hacia el techo por encima del
garaje, y luego una pelirroja, alta, que llevaba una camiseta deportiva lo
suficientemente grande como para ahorcarla, la siguió.
Mi
aliento se atascó en mis pulmones. Era preciosa. De la clase de quienes no
sabían que lo eran. Su pelo largo y recto, ardiente, estaba recogido en una
cola de caballo desordenada, dejando al descubierto un cuello largo y delgado.
No podía ver sus ojos, pero incluso desde el otro lado de la calle me di cuenta
de que tenía los labios llenos de un color rosa que sería perfecto para besar.
Realmente no podía ver su figura debajo de sus ropas holgadas, pero mientras se
acomodaba contra el costado de su casa, me di cuenta de que tenía una flaqueza
que sugería que era una atleta seria.
Hacía
su tarea en el techo, con el rock a todo volumen, y comiendo lo que sólo podría
ser helado de menta y chips. Tenía una lata de crema batida a su lado, pero
ella no la puso en su helado, como una persona normal. Tomó un bocado y luego
roció la crema batida directamente de la lata a su boca.
Me
fasciné completamente por esta extraña chica, y, oh, yo quería ser esa lata de
crema batida. No, yo quería tomar esa lata y...
Salté
cuando oí voces subir las escaleras detrás de mí. Fingí estar mirando el
espacio en el armario cuando la tía Esme y la señora de la inmobiliaria
entraron en la habitación. —¿Así que...? —preguntó la tía Esme.
Podía
oír la esperanza en su voz. Ella sabía que yo no estaba encantado de mudarme, y
mucho menos entusiasmado con tener que rebajar el estilo de vida lujoso al que
fui acostumbrado. La pobre mujer quería desesperadamente que encontrara algo de
mi agrado.
Sí,
había encontrado algo de mi agrado. Pero no era esta casa de mierda.
—Sí
—dije, tratando de sonar lo más indiferente posible—. Podría estar de acuerdo
con ésta.
Los
ojos de la tía Esme se iluminaron. —Está bien —chilló, tratando de contener su
alivio. A veces era difícil para ella volver a marcar su intensidad—. Bueno,
puedes tomarte todo el tiempo que necesites. Consigue una sensación del lugar.
Vamos a dar un paseo rápido por la calle y ver un poco el barrio.
—Me
parece bien.
—De
acuerdo. —La tía Esme saltó hacia delante, envolviéndome en un abrazo
emocionado—. Te quiero, Edward. Eres un chico increíble.
Traté de no rodar los
ojos. O sonreír. Mi tía podría ser ridícula a veces. Siempre tratando de
maquillar mi infancia. Siempre queriendo asegurarse de que yo sabía que tenía a
alguien que me amaba. Nunca se lo admitiría, pero me encantaba el afecto. Ni
siquiera me avergonzaría más. Yo también te quiero, tía Esme. —Nos vemos
en unos minutos.
Después
de estar seguro de que mi tía y la señora de bienes raíces se habían ido, me
volví hacia la ventana. Para mi alivio, la pelirroja seguía sentada allí. Su
cuenco vacío de helado había sido dejado de lado, reemplazado por una lata de
Dr. Pepper. Ni siquiera de dieta. No sabía que las chicas podían comer helado y
beber soda regular. Su cabeza se balanceaba junto con la música, y todo lo que
garabateaba en su cuaderno se parecía más a un dibujo que a cualquier problema
de matemáticas o al reporte de un libro.
Un
gran autobús escolar amarillo apareció por la calle y se detuvo a pocas casas
de distancia. Un minuto más tarde, tres tipos llegaron corriendo y riendo de
forma desagradable. Me tensé cuando me di cuenta de que se dirigían a su casa.
¿Era uno de esos idiotas su novio?
—¡Swaaaaaaaan!
—llamaron los tres al unísono.
Me
relajé un poco. Eso no me parecía el comportamiento de un novio. Sobre todo
cuando uno de ellos se dirigió a ella como: “¡Amigo!”
—¡Amigo!
¿Dónde has estado? ¡Estás totalmente perdida! Alguien se metió con el rostro de
Gabby Reese esta mañana. Va a tener un ojo morado para la graduación.
La
chica, Swan (supuse que era un apellido), dejó la soda. —No me lo perdí,
idiota. Yo lo hice.
¿Hacer
qué? ¿Meterse con el rostro de esa chica?
—¡No
lo hiciste!
Mi
chica misteriosa se encogió de hombros. —Preguntó mis preferencias sexuales de
una manera muy ofensiva, así que mi puño puso en duda la proximidad de su cara
de una manera aún más ofensiva.
Sentí
que mis cejas tocaron el techo. Lo había dicho con tanta indiferencia, y sonrió,
no con orgullo, pero como si lo encontrara divertido. Nunca había visto a una
chica más relajada, más natural. Tan cómoda en su propia piel.
—De
ahí mi ausencia en la escuela hoy —continuó explicando—. Me enviaron a casa con
una suspensión de tres días.
Uno
de los chicos se dirigió al primero y le tendió la mano. —Paga, perdedor. Te
dije que era obra de Swan.
Él pagó su apuesta y
luego dijo—: Oye, Swan, ¿cuál es tu preferencia sexual de todos modos?
Rápida
como un rayo, la chica se quitó el zapato y azotó a la cabeza del tipo. Él lo
esquivó, pero sólo apenas. Su brazo y su puntería eran impresionantes. —¿Cuál
es la tuya, cara de idiota?
Todos
rieron, incluso la chica. Incluso yo. Fue realmente algo que ver. Ella era
algo.
Después
de un momento, todos se calmaron y uno de ellos dijo—: Entonces, ¿qué pasa?
¿Estás castigada o qué?
—No
lo sé. Fue muy raro. Cuando mi mamá me recogió de la escuela, recibí una severa
reprimenda, pero entonces el agente de viajes llamó acerca de su crucero y se
olvidó por completo de castigarme. Sólo me dejó en casa y se fue a trabajar.
—Genial.
Entonces baja y vámonos. Probablemente sea la última oportunidad para entrar en
un juego antes de que nos vayamos por el verano, porque tu trasero estará frito
cuando tu madre llegue a casa y se de cuenta de que olvidó castigarte.
Me
preguntaba a qué tipo de juego se referían, y los detestaba completamente por
llevársela. Pero eso es lo que hicieron. Ella se arrastró hacia el interior de
su casa, y, sin molestarse en cerrar la ventana de su dormitorio, volvió a
aparecer en el porche delantero y comenzó a atarse un par de patines.
Antes
de que pudiera salir, un coche se detuvo en el camino de entrada, por lo que
sus amigos se dispersaron como bolos. —¡Bella! —Una menuda rubia con una falda
corta la llamó, mientras se despedía del auto lleno de chicas que la había
dejado.
Bella.
Su nombre era Bella. Bella Swan. Era un nombre tan cursi, pero todavía me
gustaba. La suavizaba de alguna manera.
La
rubia siguió quejándose en voz alta mientras se obligaba a pasar a los amigos
de Bella para llegar a la puerta principal. —¿Puedes, por favor, no dejar que
tu banda de perdedores malgasten su tiempo donde la gente puede verlos? Es
humillante. ¿Y realmente le diste un puñetazo a Gabby Reese en el rostro? Si
pierdo mi nominación para el baile gracias a ti, en serio te voy a matar.
Me reí por varias
razones. En primer lugar, debido a la mirada que Bella le dio a sus amigos
detrás de la espalda de su hermana. Y, en segundo lugar, porque, por mi vida,
no podía entender cómo esas dos chicas podían estar relacionadas. O, tal vez,
más exactamente, cómo habían sobrevivido tanto tiempo sin matarse la una a la
otra. Vivir en su calle nunca sería aburrido, eso era seguro.
—Muérdeme,
Rosalie —dijo Bella—. Sólo la golpeé porque te llamó una roba novios, aspirante
a animadora, que probablemente pagó para que su nombre esté nominado a princesa
de la graduación. Defendí tu honor. Te lo juro.
Rosalie
gritó, creyendo la mentira, y corrió hacia la casa. Sin duda para llamar a sus
amigas en busca de apoyo moral, y hacer control de daños.
Bella
y sus amigos no esperaron hasta que ella se fuera para caer al suelo riendo.
Todavía
trataban de calmarse cuando mi tía y la señora de la inmobiliaria vinieron
caminando de regreso a la casa. Vieron a Bella y sus amigos, curiosamente, Bella
las miró de vuelta, también con interés evidente en su rostro.
Me
di cuenta de que Bella se preguntaba acerca de quién podría mudarse a la casa
de enfrente, y por lo tanto a su vida. Sin tener que considerarlo, yo sabía la
respuesta. Yo.
Iba
a entrar en esta casa. Iba a desempacar mi cama justo debajo de esta misma
ventana. Luego iba a hacer que la tía Esme viviera en esta ciudad de mierda
hasta que Bella estuviera lista para ir a California conmigo.
Bajé
las escaleras para encontrarme con mi tía, con la esperanza de obtener una
mejor visión de Bella y tal vez ver cuál era su reacción al verme, pero ya se
había ido cuando salí, patinando lejos por la calle con sus amigos. Nunca miró
hacia atrás.
—Entonces,
¿es la indicada? ¿Podemos dejar de mirar? —preguntó la tía Esme al verme.
Miré de nuevo a la
casa y luego hacia la ventana abierta de Bella. Ésta era sin duda la única.
Asentí con la cabeza. —Tenemos un ganador.
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