Capitulo
17
La primera cita oficial
Edward
―¿Ya pensaste a dónde
la vas a llevar? ―me preguntó Ian cuando me cambiaba―. Me parece una chica
angelical. No estoy seguro que llevarla a la ópera sea su tipo de cosa.
―Ian…
―Además, ha estado
trabajando todo el día, estoy seguro que se sentiría fuera de lugar. Oh no, vas
a hacer una de Edward Lewis y llevarla de compras y dejar que compre cualquier
cosa que su corazón desee, ¿cierto? Podría parecer agradable en las películas,
pero ella podría tomarlo como que tienes aversión hacia su estilo.
Cerrando mi
casillero, lo miré.
―¿Quién infiernos es
Edward Lewis?
―¿Pretty Woman?
¿Cómo es que no has visto esa película?
―¿Cada cuánto
recuerdas los nombres de los personajes cuando ves una película? ―pregunté,
colocándome mi reloj.
―Ese punto es inútil
ahora mismo. ¿Has pensado en esto? Las primeras citas son importantes. ―Él
comenzaba a alterar mis nervios…
―No realmente. Además
de pedirle salir, no he pensado en ello demasiado. No pienso demasiado con Isabella,
sólo hago, y se siente asombroso. Así que consigue una cita, mi amigo, y déjame
solo ―dije, agarrando mi bolso.
Él sonrió como si
estuviera drogado, y con su cabello plateado-rosado, no era difícil de
pensarlo.
―Me llamaste amigo.
Es como que ella derrite tu congelado corazón…
―Adiós, Ian ―dije,
ya en la puerta. No estaba seguro por qué él estaba tan feliz que yo fuera a
una cita. No estaba tan excitado desde que salía con Charlotte. La había llevado a la ópera y le
había gustado, pero Isabella no era Charlotte, y no quería que lo fuera.
―Edward.
Esto es lo que consigo por pensar en ella.
Suspirando, volteé para verla de pie allí, todavía en uniforme y suéter.
―¿Sí?
―¿Podemos hablar?
―Lo siento, tengo una cita ―dije, dirigiéndome a la salida.
―En serio, Edward, hace cuatro meses y medio, casi me haces
tu esposa. ¡Por favor, dame cinco minutos!
Me detuve, apretando mi abrigo. Enfrentándola, me acerqué a
ella.
―Pero la cosa es, no eres mi esposa. No eres nada mío. Te di
dos años, Charlotte. Te di un anillo. No quiero perder más de mi tiempo.
―Si me hubieras dado tu corazón, no serías capaz de ir a una
cita. No con otra mujer, no todavía.
Vaya. Resoplé. Ella realmente era egoísta.
―¿Entonces me estás diciendo que debería estar sufriendo?
Debería ser un desastre, ¿correcto? ¿Debido a que ni siquiera viste cuán
enamorado estaba de ti?
Cruzó sus brazos.
―No lo quise decir así…
―Sí, quisiste, y te daré una
respuesta. El primer mes, estaba así. Y después la conocí, y sin darme cuenta,
dejé de pensar en ti. Incluso cuando en realidad hablábamos de ti y él, sólo eran
aspectos borrosos, y solo podía verla a ella. Tal vez porque ella sabía
exactamente cuán avergonzado y estúpido me sentí. La razón por la que no soy
miserable como esperabas es porque cuando… ―sonreí, sin realmente poder
detenerme―… porque cuando pienso en ella, no puedo dejar de sonreír, y por la
cosa más tonta, como ¿por qué demonios no compra muebles, o cómo puede pensar
que el helado de vainilla es el mejor sabor del mundo? Entonces. Por favor deja
de pedirme un momento de mi tiempo, Charlotte. No quiero volver contigo. Buenas
noches.
No me importó si me llamaba un millón de veces. No iba a
volver. Dirigiéndome al frente del edificio, me sentí ligero. Echando un
vistazo a la gigantesca manta, negué. Solo Dios sabía lo que estaba pintando
allí.
―¿Isabella? ―Me dieron ganas de llamarla.
Asomó su cabeza.
―¡Por fin estás aquí!
―¿Quieres que regrese después?
―No, dame diez… no, cinco minutos. Lo siento, me despisté y
perdí el tiempo.
―Volvió a la esquina. Hubo un pequeño tintineo, y maldijo en
voz baja.
―¿Estás bien?
―Sí.
Parecía que estaba saltando. Esto es de lo que hablo.
Nunca sé lo que va a decir o cómo va a reaccionar. Sentándome en la silla,
esperé.
Efectivamente, cuando salió cinco minutos más tarde, se había
cambiado a un largo vestido blanco, chaqueta verde, y sus botas militares.
―¿Está esto bien para donde vamos? ―Giró alrededor de mí.
―¿Me estás diciendo que te cambiaste ahí atrás? ―Estaba
tomando un tiempo poner mi mente al corriente.
Sus piernas desnudas era una distracción para mí… eso, y el
conocimiento que cinco minutos antes había estado desnuda.
―Sí, nadie podía ver, ¿verdad? Mi plan era ir a casa y luego
cambiarme, pero me olvidé mientras trabajaba. ¿Qué?
Levantándome, tomé su mano.
―Nada, te ves hermosa.
―¿De verdad?
Se rió como si no me creyera.
―No lo diría si no fuera verdad. Vamos ―dije, caminando hacia
donde estaba el auto estacionado, esperando delante del hospital. Mi chofer me
dio las llaves antes de dirigirse al otro auto.
―¿Es tuyo? ―pregunto, pasando su mano por el auto―. Dime que
es tuyo.
―Sí. Es un…
―1965 Aston
MartinDB5 Vantage convertible negro. Es el auto de James Bond ―terminó por mi total asombro.
―¿Conoces de autos? ―pregunté, abriéndole la puerta y
rodeando el auto hacia el asiento del piloto.
―Te lo dije antes, crecí con
chicos. Y sé que solo hay veintiuno de estos en el mundo.
―Bueno, soy uno de los veintiuno ―dije, sacándonos a la
calle.
Mordió su dedo, mirándome con una gran sonrisa en su rostro.
―¿Qué?
―No te preocupes por mí, sólo estoy viendo aumentar tu nivel
de calentura.
Me reí disimuladamente.
―¿En qué nivel estaba antes?
―¿Importa ahora que has superado la escala?
Era mi turno de morder mi propio dedo, mirándola. En el
camino descansó su cabeza en el asiento, su mano afuera, fluyendo con el
viento, el modo que su vestido dejaba poco a la imaginación…
―Isabella, me juré nunca tener sexo en este auto, y me estás
tentando…
―Está bien, no dentro, pero ¿qué tal sobre él?
Querido Jesús, dame fuerza, recé, enfocándome en el camino delante
de mí. Podía oírla reírse por el efecto que tenía en mí.
Su mano rozó la mía, y suspiré.
―Isabella…
―Estaré bien, lo juro.
Pero no quería que estuviera bien. Disfrutaba de ella
exactamente como era: feliz, divertida, libre, atractiva, y hermosa.
―¿El acuario? ―dijo cuando nos detuvimos al frente―. ¿No está
cerrado?
―No si no quieres ―dije cuando nos quitamos nuestros
cinturones de seguridad, y salí. Después de rodear el auto, abrí su puerta.
―¿Alquilaste el acuario?
―No es tan difícil. ―Tomé su mano, entrelazándola con la mía.
Sin embargo, miró hacia mi auto.
―¿Estás seguro que estará bien? ¿Puedes dejarlo aquí?
―Estará bien, créeme. El señor Raymond lo cuidará. ―Asentí
hacia el hombre que salió del otro auto.
―La gente rica ―susurró entre dientes.
―Lo dice la mujer rica.
***
Me miró, después se congeló cuando bajé todas las luces de
los tanques que nos rodeaban. El lugar brilló en un suave tono azul, que
gravitaba hasta los tanques. Sonriendo, siguió el pez con sus manos.
―¿Te gusta?
Me miró y sonrió.
―Es hermoso. Me encanta.
―Recordé cuando miramos Animal Planet, tus ojos
estaban pegados a las tortugas marinas. ―Tomé su mano, guiándola hacia el
túnel.
Levantó la cabeza, sus ojos siguiendo los tiburones nadando
sobre nosotros.
―Hola. ―Se echó a reír, girando así su espalda estaba
presionada contra mi pecho mientras miraba la mantarraya justo encima de ella.
Envolviendo mis brazos alrededor de su cintura, besé un lado
de su cabeza.
―Te ves hermosa cuando sonríes así ―susurré.
Se aferró a mis brazos.
―Gracias, y gracias por esto. Es muy romántico.
―¿Como algo de tus libros? ―bromeé.
Se volteó hacia mí, sus ojos serios.
―Exactamente así. Sólo espero que me beses.
―Alegremente ―dije antes que mis labios rozaran los suyos.
Sus manos rodearon mi boca y la sujeté por la cintura, atrayéndola lo más cerca
posible. Amaba cómo encajaba contra mí, cómo gemía contra mí, incluso en ese
momento. Apartándome, apoyé mi cabeza contra la suya.
―¿Cuánto tiempo podemos quedarnos aquí? ―me preguntó.
―Hasta que tengas hambres. Entonces pienso hacerte una cena
tardía.
―No tienes que hacer todo esto.
―Quiero hacerlo. ―Besé la parte superior de su cabeza―.
Vamos, tenemos que ver a las tortugas marinas por los menos una vez.
―Una carrera ―digo, soltándome mi mano y corriendo.
―¿Quieres correr? ―La perseguí, atrapándola con absoluta facilidad,
levantándola por encima de mi hombro.
―Maldita sea, olvidé que corres.
Rió histéricamente mientras
la sostenía. Girándonos a ambos, también me reí.
Isabella
Era alrededor de las
once cuando regresamos a su casa. Dijo que tenía el día siguiente libre, así
que, no le importaba si nos quedábamos despiertos hasta el amanecer. Su
conductor, me había enterado que no sólo era su conductor; él era el responsable
de todos los autos de Edward, porque Edward era un coleccionista. Pensé
que me había mostrado el mejor, pero me dijo que los ahorraría para otro cita,
me alegraba que habría otras citas.
Cuando le conté a Vicky
que estaba saliendo con Edward, estuvo tanto feliz como preocupada por mí.
Estaba preocupada que estaba yendo demasiado rápido y podría salir lastimada,
pero, al mismo tiempo feliz que estaba siquiera siguiendo adelante. No podía
explicarle qué tenía él, yo, nosotros juntos, sólo funcionábamos, y sin
embargo, se sentía como si fuéramos completamente opuestos.
Él se paró delante de
mí, con unos jeans y una bonita camisa con botones, una toalla sobre el hombro
y un delantal alrededor de su cintura mientras freía algunos tomates. Tenía
todo de un chef profesional que lo hacía lucir tan sexy.
Taigi se quedó a mis
pies, simplemente descansando, ya alimentado y ahora luchando por dormir.
―Si intentas
impresionarme, está funcionando ―dije, tomando uno de los tomates cortados en
rodajas que había cortado.
―¿Crees que esta
cocina es de adorno? ―preguntó, reajustando el fuego del horno y deslizando el
pollo dentro.
―Honestamente, sí.
¿Cuándo tienes tiempo para cocinar, de todos modos?
―Tengo días libres.
¿Por qué tú no cocinas? ―Continuó cortando el jamón lo más fino posible.
―Cocino decentemente,
especialmente si tengo una receta a seguir, pero no soy tan talentosa como tú,
al parecer. ―Intenté tomar otro tomate, pero me dio un golpecito, comiéndolo él
mismo.
―Podría enseñarte…
por una pequeña cuota.
―¿Una pequeña cuota?
―Abrí la boca mientras me daba un pequeño bocado del pan que había sazonado a
mano. Por supuesto, gemí, era tan bueno.
―Sí, tienes que
prometerme que harás esos sonidos después… toda la noche. ―Me besó, rápidamente
lamiendo sus labios.
―¿Intenta seducirme,
doctor? ―Limpié la comisura de mi boca.
Levantó una ceja.
―¿Está funcionando?
―Creo que te dejaré con la duda. ―Sonreí, tomando mi bolso
cuando mi teléfono sonó. El número parecía familiar, pero no había
identificación.
―Isabella Swan.
―Bella, soy yo. Por favor, no cuelgues ―gritó al teléfono.
Lo hice de todas formas, y lo arrojé a mi lado, mirando a
Edward, que simplemente me miraba.
―¿Está todo bien?
―Síp. No era nadie importante… ―Antes de que pudiera
terminar, mi teléfono sonó de nuevo y vibró contra el mostrador.
―¿Saben que no son importantes? ―preguntó suavemente,
colocando la lechuga fresca en un tazón.
―Es Peter.
―Lo supuse. ¿Quieres que responda? ―preguntó.
No podía decir en absoluto qué estaba pensando. El teléfono
se detuvo y suspiré de alivio, sólo para que empezara a sonar de nuevo.
―Por favor, haz que se detenga. Llamó antes y le dije que no
quería tener nada que ver con él. Por alguna razón, no me cree. ―Agarré el
celular y se lo entregué.
Sonrió, limpiándose las manos antes de tomarlo.
―¿En qué puedo ayudarte, Peter? ―preguntó.
Ojalá pudiera oír lo del otro lado.
―Debo detenerte ahí mismo, porque ya tuvimos esta
conversación. Lo que mi novia y yo hacemos no es asunto tuyo.
Caminé alrededor del mostrador hacia Edward. Me miró
extrañamente mientras estaba entre él y el mostrador, besando su cuello. Se
apretó contra mí.
―Edward… ―gemí, más fuerte de lo necesario.
Edward colocó su pulgar en mi labio inferior, nunca apartó la
mirada.
―Peter, si me disculpas, mi novia está suplicando mi
atención.
―Te estoy suplicando mucho más que eso ―le dije, y estaba
segura que esa fue la última cosa que Peter escuchó antes de cortar.
Observé las manos de Edward ir a cada lado de mí después de
colocar el teléfono de nuevo en mi bolso.
―Me llamaste novia.
―¿No lo eres? ―preguntó, agarrando mi pecho―. Sólo estamos
saliendo, ¿no?
Lamiendo mi labio, asentí.
―Entonces, por definición, eres mía. Al igual que soy tu
novio. Ahora estoy tentado increíblemente de tomarte aquí mismo. Pero, te
prometí una cena. ―Bajó las manos de nuevo―. Estás a salvo hasta entonces.
―¿Estás seguro? ―dije, acercándome a él. Mordió su labio,
mirándome―. Porque lo que tu cuerpo y boca me están diciendo son cosas
diferentes en este momento.
―Gracias a Dios ―murmuró para sí mismo cuando el cronómetro
timbró.
Riendo, me aparté, permitiendo que siguiera cocinando.
―A salvo por ahora, pero la noche aún es joven ―dije,
caminando para buscar el vino.
―Cuando te besé por primera vez, pensé que mi apetito por
tener sexo contigo se aplacaría. Sin embargo, estás disfrutando mientras me
tientas completamente ―dijo, tomando los platos.
―¿Preferirías que esté nerviosa? ¿Que pretenda que no me
gusta la forma en que levantas mis piernas y…?
―Eres mala. ―Besó mis labios―. Me gusta.
Le devolví el beso y mordí su labio inferior.
―Bien. Soy demasiado obstinada para cambiar ahora.
―Comamos, podemos hablar de eso más tarde ―dijo, caminando
hacia los platos.
Lo observé tomarse su tiempo, como el perfeccionista que era,
colocando todo junto con elegancia en la mesa. Se veía mucho mejor que ordenar
del menú en un restaurante de cinco estrellas y era igual de delicioso.
―¿Trae la ensalada? ―dijo, caminando hacia su comedor.
―¿Vamos a comer en tu comedor?
―Así es donde generalmente cena la gente, Isabella ―dijo,
colocando mi plato sobre un mantel plateado sobre su mesa de madera oscura.
Toda la mesa ya estaba preparada para dos, con copas de vino y una jarra de
agua en el centro.
―De verdad hiciste todo ―susurré cuando tomó la botella y la
ensalada de mis manos, colocándolas sobre la mesa antes de sacar mi silla.
―Incluso hay helado de vainilla en el congelador.
―¿No lo odiabas?
―Pero, tú dices que es el rey de los helados, ¿recuerdas? Y
eso no es realmente todo. Cuando dé todo de mí, lo sabrás.
―Honestamente, pensé que harías hamburguesas y miraríamos
Animal Planet juntos de nuevo. ¿Qué es esto? Huele bien.
―Es sólo pollo con prosciutto y tomates sobre polenta ―respondió.
Tuve la tentación de señalar que había dicho sólo antes
de esa descripción.
―¿Qué tipo de primera cita sería hamburguesas y Animal
Planet?
Me encogí de hombros.
―Has hecho mucho hoy…
―Bien, siempre recordarás lo asombroso que soy. ―Guiñó.
Ahí está ese ego. Sin decir nada, tomé un bocado. Como que deseé que no fuera
tan delicioso. Podía sentir su mirada fija en mí, esperando. Masticando
lentamente, agarré mi copa de vino.
―Estás intentando no felicitarme en este momento, ¿no?
―Realmente, sí. Está tan bueno. ―Me di por vencida, cortando
más pollo.
Edward
Debido a que yo cociné, ella se negó a dejarme ayudarla a
limpiar. En su lugar, me hizo sentarme en el mostrador, colocándose los guantes
en sus manos y empezando a trabajar.
―Isabella, está bien…
―Tuve una noche realmente increíble. No me dejaste hacer
nada, así que, por favor, por los menos déjame limpiar.
Levantando mis manos en derrota, me senté de nuevo, mirando
el libro que colgaba de su bolso.
―¿Qué estás leyendo? ―pregunté.
―Una colección de Swanmas de W.H. Auden. ―Empezó a fregar.
―¿Puedo? ―pregunté, ya intentado agarrarlo.
Asintió.
Sacando
el libro, abrí la página que había marcado. Me di cuenta de lo gastado que
estaba el lomo, hasta el punto que si cerraba el libro, seguiría abierto en la
página.
Debía realmente encantarle. Sonriendo para mí, me aclaré la garganta, y por el
rabillo del ojo, la vi observarme. Leí, mi voz apenas un susurro.
―Y por el río rebosante, oí un amante cantar bajo un arco de
la vía férrea: El amor no tiene final. Te amaré, querida… Te amaré hasta
que China y África se junten, y el río salte por la montaña, y el salmón canté
por las calles, te amaré… hasta que el océano esté vacío y seco, y las
siete estrellas chillen como gansos sobre el cielo…
Incluso con todas mis pausas dramáticas, me tomó sólo dos
minutos leerlo. Cuando volví a mirarla, dejó de lavar los platos. Sus ojos
marrones estaban más cálidos que nunca, y la esquina de sus labios se elevó un
poco.
―Tú
ganas.
―¿Qué?
―Esta cita. Es oficialmente la mejor de toda mi vida. Tú ganas.
Admito que tú, Edward Antony Cullen, eres extraordinario ―susurró antes de
bajar la mirada de nuevo y fregar mis platos.
Caminé detrás de ella, tomando sus manos. Le quité los
guantes y no me detuvo. Hace mucho que se había quitado la chaqueta,
obligándome a mirar sus hombros y pecho toda la noche. Apartando su cabello,
besé la base de su cuello, deslizando los tirantes de su vestido y sujetador
por su hombro. Su vestido cayó al suelo con facilidad, el sostén todavía
ahuecando su pecho.
―Ven a la cama.
3 comentarios:
Esa zorra no paro asta q la enviaron a ver a su mami jajajaja ella se lo busco y soy tan mala q lo disfrute y mucho Edward me encanta tu respuesta 😂😜😍 esta cita fue hermosa el chico es muy romántico 😍❤ Bella es tan afortunada d tenerlo, 😘❤😉 Gracias
OMG!!! Yo quiero una cita así de hermosa y maravillosa!!! \^w^/
Es que edward mas perfecto no puede ser... o bueno hasta hora vamos bien.
Y esos dos que no se cansan, lo bueno es que edward y bella andan todo de color rosa.
GRACIAS!!! :D
Ohh q tierno es Edward al preparar una cita tan grabdiosa , q bueno q Edward le aclaro a Charlotte q el no quiere nada con el,solo espero q ella haya entendido q Edward ya no la quiere en su vida y q Peter deje d llamar a Bella q estupido es al creer q pude volver a tener una oportunidad con ella.
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