Isabella
Swan debe luchar cada día para sobrevivir en el humilde pueblo minero de
Dennville, Kentucky, en los montes Apalaches, donde vive con su hermana y su
madre, quien padece una enfermedad mental. Su sueño es ganar la beca para la
universidad que otorga la dirección de la mina de Dennville cada año a un
estudiante de la localidad. Isabella sabe que esa es su única oportunidad para
escapar de una vida de pobreza y escasez de oportunidades.
Edward
Cullen también vive en el pueblo, y siempre ha trabajado sin descanso para no
morir de hambre. Se ha centrado en el objetivo de ganar la beca de la mina para
salir del lugar en el que tanto dolor ha sufrido desde que era un niño.
Ambos
están decididos a no mantener ninguna relación entre ellos, pero aunque se
resisten con todas sus fuerzas, acaban enamorándose. ¿Qué ocurrirá ahora? Solo
uno puede triunfar. Solo uno podrá marcharse. ¿Qué le pasará al que quede
atrás?
Esta es una historia
de esperanza y sacrificio, de dolor y perdón, pero también de un amor profundo
y eterno a pesar de las adversidades.
LA
LEYENDA DE TAURO
Dice
la leyenda de Tauro que Cerus era un toro errante y solitario. A pesar de que
no era inmortal, la mayoría de la gente pensaba que lo era debido a su
increíble fuerza.
Cerus
era salvaje e incontrolable, no pertenecía a nadie. Un día, Perséfone, la diosa
de la primavera, lo encontró pisoteando un campo de flores y se acercó a él. La
belleza y dulzura de la joven lo calmaron, y se enamoró de ella por completo.
La diosa domesticó a Cerus, le enseñó a tener paciencia y cómo usar su fuerza
con inteligencia.
En otoño, cuando
Perséfone se marcha al Hades, Cerus viaja al cielo y se convierte en la
constelación de Tauro. En primavera, cuando Perséfone regresa a la tierra,
Cerus se reúne con ella. En ese momento, ella se sienta sobre su espalda y él
corre, atravesando los campos iluminados por el sol mientras ella hace que
florezcan todas las plantas y flores.
《La historia no es mía es una adaptación Los personajes son propiedad de Stephanie Meyer 》
Capitulo 1
Isabella A los diecisiete años
La
primera vez que me di cuenta realmente de que Edward Cullen existía, él estaba
apropiándose del desayuno que alguien había dejado abandonado en una mesa de la
cafetería. En una reacción automática por mi parte, alejé la mirada, dejando
que conservara la dignidad. Pero después lo miré por encima del hombro mientras
caminaba en mi dirección hacia las puertas, todavía tenía la boca llena con
restos de comida. Nuestros ojos se encontraron; los suyos brillaron brevemente,
y luego entornó los párpados. Una vez más aparté la vista, en esa ocasión con
las mejillas ardiendo, como si acabara de entrometerme en un momento íntimo. Y
así era. Lo sabía muy bien. Yo había hecho lo mismo. Sabía lo que era la
vergüenza. Y también sabía lo que era que te doliera de hambre el estómago
vacío un lunes por la mañana después de un largo fin de semana. Era evidente
que Edward también lo sabía.
Por
supuesto, lo había visto antes de ese momento. Cualquier mujer que se cruzara
con él se hubiera girado a mirarlo, con aquellos llamativos rasgos, su altura y
su sólida constitución. Pero esa fue la primera vez que lo vi de verdad, la
primera vez que sentí una punzada de simpatía en el pecho hacia el chico que
siempre parecía lucir una expresión de indiferencia, como si no le importara
demasiado ninguna persona o cosa. Ya entonces estaba muy al tanto de que había
hombres a los que todo les daba igual, y ese era un problema al que no quería
enfrentarme.
Sin
embargo, no todas las chicas del instituto tenían los mismos escrúpulos que yo,
porque cuando Edward tenía compañía, siempre era femenina.
El
nuestro era un instituto grande, donde acudíamos los chicos de tres pueblos
cercanos. Había coincidido en algunas clases con Edward a lo largo de los tres
años y medio que llevábamos cursando secundaria; en esas ocasiones, él siempre
estaba sentado al fondo del aula, y rara vez decía una palabra. Yo siempre me
sentaba en la parte de delante para ver bien la pizarra; estaba segura de que
era miope, pero no nos podíamos permitir una revisión de la vista y menos unas
gafas. Sabía que él sacaba buenas notas, así que debía de ser inteligente a
pesar de su actitud aparentemente indiferente. Pero después de aquel día en la
cafetería, no pude evitar mirarlo de una forma distinta, y era como si mis ojos
siempre estuvieran tropezándose con él. Lo buscaba en el abarrotado pasillo
repleto de adolescentes que se movían hacia sus respectivas aulas lentamente,
como ganado conducido a pastos más verdes, en la cafetería o caminando delante
de mí. La mayoría de las veces me lo encontraba con las manos metidas en los
bolsillos y la cabeza gacha, como si estuviera enfrentándose a un fuerte
viento. Me gustaba observar cómo se movía, y me gustaba más que él no lo
supiera. Ahora sentía curiosidad por Edward. De repente, aquella expresión suya
me parecía más cautelosa que indiferente o pasota. Sabía algo sobre él. Vivía
al pie de las montañas, como yo. Y al parecer, no tenía suficiente para comer,
pero no era poca la gente que pasaba hambre en esa zona.
En
medio de las verdes laderas, con impresionantes vistas a las montañas, cascadas
y puentes, se encuentra Dennville, Kentucky, una parte de los montes Apalaches
que avergonzaría a cualquier barrio urbano, donde la desesperanza es tan común
como los robles blancos, y el desempleo es más la regla que la excepción.
Mi
hermana mayor, Alice, había dicho en una ocasión que Dios había creado los
Apalaches y luego se había largado lo más rápido que había podido para no
regresar nunca. En mi interior, sospechaba que la gente decepcionaba más a Dios
que a la inversa. Pero ¿qué sabía yo de Dios realmente? Ni siquiera pisaba la
iglesia.
Lo
que entendía era que en un lugar como Dennville, Kentucky, la regla de Darwin
era más que aplicable: solo sobrevivían los más fuertes.
Dennville
no siempre había estado tan mal. Había habido un momento, cuando la mina de
carbón estaba en su apogeo, en el que las familias disfrutaban de unos salarios
dignos, aunque los tuvieran que complementar con cupones de alimentos. Fue
entonces cuando surgieron algunos negocios prósperos en el pueblo, empleos para
los que querían trabajar y gente con algo de dinero que gastar. Incluso
aquellos de nosotros que vivíamos en las montañas, en una triste colección de
cabañas, chozas o caravanas —los más pobres de los pobres—, teníamos lo
suficiente para sobrevivir. Pero entonces, había habido una explosión en la
mina. Los medios dijeron que era la peor tragedia minera de los últimos
cincuenta años. Murieron sesenta y dos hombres, la mayoría con familias que
dependían de ellos. El padre y el hermano mayor de Edward perdieron la vida ese
día. Después, él vivió en una casita un poco retirada, cerca de la mina, a los
pies de la montaña, con su madre, que era inválida. No sabía exactamente qué
enfermedad padecía.
En
cuanto a mí, vivía con mi madre y mi hermana en un pequeño remolque enclavado
en un bosque de pinos. Los meses de invierno, el viento ululaba a través de la
caravana y la sacudía de una forma tan violenta que estaba segura de que
acabaría volcándola. Sin embargo, se las había arreglado para mantenerse firme
hasta el momento. De alguna forma, todos en la montaña habíamos logrado
conservar nuestras propiedades. Hasta ahora.
Un
día a finales de otoño, mientras caminaba por la carretera que conducía a la
caravana, encogida dentro del jersey mientras el viento me azotaba el pelo,
observé que Edward caminaba unos metros por delante de mí. De repente, Jessica Stanley
me adelantó corriendo para alcanzarlo, y él se volvió y asintió con la cabeza
mientras ella se ponía a la par, respondiendo a algo que le había dicho. Los
perdí de vista al doblar una curva y me concentré en mis pensamientos. Unos
minutos más tarde, cuando yo misma llegué a la curva, vi que no estaban a la
vista, pero al pasar junto a unos nogales, oí la risa de Jessica. Me detuve a
observar; Edward la apretaba contra un árbol y la besaba como si fuera un
indomable animal salvaje. Ella estaba de espaldas a mí y solo podía ver la cara
de él. No sé por qué me quedé allí, mirándolos, entrometiéndome claramente en
su privacidad en lugar de seguir mi camino. Pero había algo en la forma en la
que Edward cerraba los ojos, en su expresión concentrada mientras movía la boca
sobre la de Jessica, que me hizo apretar las piernas de una forma que el calor
inundó mis venas y la lujuria se apoderó de mí. Vi cómo movía la mano hasta su
pecho, mientras ella gemía en respuesta. Mis propios pezones se endurecieron
como si estuviera tocándome a mí. Alargué la mano para sujetarme al árbol más
cercano, y debí de hacer algún ruido que llamó su atención, porque abrió los
ojos y me miró sin dejar de besarla, con las mejillas ahuecadas mientras hacía
algo con la lengua. Solo podía imaginar qué. Y estaba haciendo precisamente
eso, imaginándolo, hasta que una oleada de vergüenza inundó mi rostro cuando
nuestras miradas se encontraron. Entrecerró los ojos. Cuando la realidad me
aplastó, me eché hacia atrás, avergonzada.
Y
celosa. Aunque eso no quería reconocerlo. No, eso traía problemas y no quería
nada de eso.
Me
di la vuelta y después corrí durante el resto del camino hasta donde estaba la
caravana en la que vivía. Abrí bruscamente la puerta metálica para entrar y la
cerré a mi espalda antes de hundirme en el sofá, sin aliento.
—Por
Dios, Isabella —canturreó mi madre, que se encontraba de pie ante la pequeña
cocina, revolviendo algo que olía a sopa de patata en una olla sobre los
fogones eléctricos. La miré con la respiración todavía acelerada. Gemí para mis
adentros al ver que llevaba una bata y la cinta que la designaba «Miss Rayo de
Sol de Kentucky» cruzada sobre su pecho. El día iba a ser de los malos. En más
de un sentido.
—Hola,
mamá —la saludé—. Hacía frío ahí fuera. —Fue la única explicación que se me
ocurrió—. ¿Quieres que te ayude?
—No,
no, está todo controlado. Estaba pensando en llevarle algo caliente a Charlie,
al pueblo. Le gusta la sopa de patata, y esta noche hará mucho frío.
Hice
una mueca.
—Mamá,
Charlie está en casa con su esposa y el resto de la familia. No puedes llevarle
sopa de patata.
Una
nube atravesó los rasgos de mi madre, pero luego sonrió, sacudiendo la cabeza.
—No,
no, la ha dejado, Isabella. No es una mujer adecuada para él. Me ama a mí. Y
esta noche hará frío. El viento… —Continuó revolviendo la sopa mientras
tarareaba una melodía sin nombre, sonriendo para sí misma.
—Mamá,
¿te has tomado hoy la medicina? —pregunté.
Levantó
la cabeza. Primero me miró con confusión, pero pronto me dirigió una sonrisa.
—¿Medicina? ¡Oh, no,
nena! No necesito tomar más esa medicina. —Movió la cabeza—. Solo me da ganas
de dormir todo el rato… Y ahora me siento feliz… —Frunció la naricita como si
fuera la cosa más tonta del mundo—. No, he tirado esas pastillas. Y ¡me siento
maravillosa!
—Mamá,
Alice te ha dicho cientos de veces que no puedes dejar de tomar el medicamento.
—Me acerqué a ella y le puse la mano en el brazo—. Mamá, te sentirás bien
durante un rato, pero luego ya no. Sabes que tengo razón.
Su
expresión cambió un poco mientras paraba de revolver la espesa sopa. Luego
movió la cabeza de nuevo.
—No,
esta vez será diferente. Ya lo verás. Y esta vez, Charlie nos llevará a todas a
una bonita casa. Se dará cuenta de que me necesita con él… Que nos necesita a
todas.
Hundí
los hombros derrotada. Estaba demasiado cansada para enfrentarme a esto.
Mi
madre subió la mano y se ahuecó el pelo castaño —el mismo color que yo había
heredado de ella—, y sonrió de nuevo.
—Todavía
soy guapa, Isabella. Charlie siempre ha dicho que soy la mujer más hermosa de
Kentucky. Y tengo esta banda que demuestra que no miente. —Su mirada se volvió
soñadora como siempre que hablaba de su título de Miss Rayo de Sol, que había
ganado cuando tenía mi edad. Se volvió hacia mí y me guiñó un ojo. Me acarició
un mechón de cabello antes de sonreír—. Eres tan guapa como yo —aseguró, pero
luego frunció el ceño—. Me gustaría tener dinero para que participaras en algunos
concursos. Apuesto lo que sea a que ganarías igual que lo hice yo. —Suspiró
profundamente y se dio la vuelta para seguir removiendo la sopa.
Me
sobresalté cuando la puerta se abrió y entró Alice súbitamente, con las
mejillas encendidas y respirando con dificultad.
—Por
Dios —exclamó, sonriéndome—. Menudo viento hace.
Asentí
con la cabeza, sin devolverle la sonrisa, mientras hacía un gesto con los ojos
en dirección a nuestra madre, que estaba vertiendo la sopa en un recipiente de
plástico. La expresión de mi hermana se volvió seria al instante.
—Hola,
mamá, ¿qué estás haciendo? —preguntó mientras se quitaba la cazadora y la
dejaba a un lado.
Mi
madre la miró con una sonrisa.
—Le
voy a llevar sopa a Charlie —informó mientras ponía la tapa al recipiente antes
de llevarlo a la zona de la caravana destinada a salón y comedor.
—No
lo vas a hacer, mamá —aseguró Alice en tono amargo.
—¿Por
qué? Claro que voy a hacerlo —respondió ella.
—Dame
esa sopa, mamá. Isabella, ve a buscar la medicina.
Mi madre comenzó a
sacudir la cabeza vigorosamente cuando pasé junto a ella para ir en busca de la
medicación. Se trataba de unas pastillas que conseguíamos pagar a duras penas,
un medicamento que adquiría con las ganancias que obtenía limpiando el suelo y
el polvo en James’s, los almacenes para todo del pueblo, propiedad de uno de
los mayores gilipollas que conocía. El medicamento que Alice y yo comprábamos
aunque después no tuviéramos dinero para comer.
Oí
una pelea a mi espalda y corrí al cuarto de baño, donde cogí con manos
temblorosas el frasco con las pastillas de mi madre del estante de las
medicinas.
Cuando
regresé de nuevo al espacio más amplio del remolque, mamá estaba llorando y la
sopa derramada por el suelo y por encima de mi hermana. Mi madre se dejó caer
de rodillas en el suelo antes de hundir la cara entre los dedos, lamentándose. Alice
cogió el medicamento. Noté que también a ella le temblaban las manos.
Se
arrodilló junto a nuestra madre y la abrazó mientras ella se mecía.
—Sé
que todavía me ama, Ali. Sé que lo hace —gimió mi madre—. Soy guapa. Mucho más
guapa que ella.
—No,
mamá, él no te ama —contradijo Alice con suavidad—. Lo siento mucho, pero no lo
hace. Nosotras sí te queremos. Isabella y yo, te queremos. Mucho. Y te
necesitamos, mamá.
—Quiero
que alguien cuide de nosotras. Solo necesitamos a alguien que nos ayude. Charlie
nos ayudará si…
Pero
ese pensamiento se perdió entre sus sollozos mientras Alice la acunaba, sin
añadir una palabra más. Nada de lo que dijera serviría de nada, y menos cuando
se ponía así. Al día siguiente se quitaría la banda. Sí, mañana se quedaría en
la cama todo el día. Dentro de unos días, el medicamento comenzaría a hacer
efecto y todo volvería poco a poco a la normalidad. Luego decidiría que no lo
necesitaba más y dejaría de tomarlo sin decirnos nada, por lo que volveríamos a
encontrarnos en una situación similar. Me preguntaba si era normal que una
chica de diecisiete años estuviera tan cansada como yo. Cansada hasta los
huesos.
Ayudé a Alice con
mamá y le dimos la medicina acompañada de un vaso de agua. Luego la llevamos a
la cama y regresamos en silencio al salón. Limpiamos la sopa del suelo,
recogiendo con la cuchara toda la que pudimos. No estábamos en posición de
desperdiciar comida, incluso aunque hubiera estado en el suelo. Más tarde, la
servimos en unos tazones y la tomamos de cena. Estuviera sucia o no,
sirvió para llenarnos el estómago.
*****************
Bueno que les pareció
este primer capítulo espero les agrade bueno nos vemos el martes con capitulo
nuevo esta vez solo un capitulo subiré la adaptación tiene 29 capitulos mas el
epilogo. Mañana como siempre mandare el adelanto del segundo capitulo al grupo Elite Fanfiction para los martes de adelanto.
Bueno chicas ya saben
la dinámica si saben de qué libro se trata o la autora porfa no comenten.
10 comentarios:
Gracias por la historia...
Gracias muy muy interesante gracias
Ok me gusta la historia un tema no muy agradable pero con tinte a mejorar Ok espero el siguiente capítulo gracias Annel
Saludos y besos 😘😘😘
Me atrapó esta historia! Desde ahora esperare cada actualizacion!
Me gusta
Espero con ansias el próximo cap.
GRACIAS hermosa 😉❤😘
Gracias!! Presiento que necesitare pañuelos más adelante.
Esto es muy cruel y la vidak llevan .
Nos seguimos leyendo
Mmm... si me engancho la historia pero espero que mejore con los cap
Sé que no todo en la vida es color rosa pero la literatura es una forma de evadir ello.
Gracias por la adaptación pero en vdd espero que mejore :)
Publicar un comentario