Capitulo 22
Isabella
Esa
semana no volví a ver a Edward. No era que me lo hubiera encontrado
exactamente, al menos pensaba que él no me había visto, pero me propuse
mantenerme alejada de todos los lugares en los que podía estar, y la lista
incluía la calle mayor.
El
día que lo vi había aparcado a un lado de la carretera y me había quedado
veinte minutos dentro del coche, intentando recuperar la calma. Luego me había
recompuesto como pude y me dirigí al solar donde iba a construirse la escuela. Jacob
ya estaba allí, esperándome.
—¿Edward?
—me preguntó en cuanto me vio la cara. Al ver que asentía, me rodeó con sus
brazos.
No
era justo, pensaba que Edward ya no me podía hacer sufrir y, de repente, lo
veía en la calle brevemente y me quedaba hecha una piltrafa. Así que sí, dar
rodeos para no toparme con él podía ser una cobardía lamentable, pero, al menos
de momento, prefería ser una cobarde. Esconderse dolía menos.
Me
detuve frente a la biblioteca, justo al lado de donde se construiría la
escuela, y miré a mi alrededor. Los equipos de construcción se presentarían
aquí dentro de una semana. Tenía que empezar a vaciar la biblioteca. Había
traído cajas en el maletero para guardar los libros y ya había llegado a un
acuerdo con el instituto de Evansly, que volvería a donar los libros a la nueva
escuela. Siendo sincera, no parecía que nadie hubiera utilizado demasiado la
biblioteca mientras yo había estado fuera. No valía la pena siquiera pagar a
alguien para que la mantuviera abierta. El pequeño cobertizo también sería
derribado en el proceso de construcción de la nueva edificación escolar.
Muchos
años antes, había presionado para que hubiera una pequeña biblioteca en
Dennville, y había colaborado para que se hiciera realidad. Lo surrealista del
tema era que ahora la escuela se levantaría en el mismo solar. Era extraño y,
al mismo tiempo, encajaba perfectamente.
Me
quedé junto al coche durante un minuto, imaginando cómo sería el edificio.
Tenía un dibujo en la caravana que miraba cuando tenía que recordarme a mí
misma que valdría la pena cualquier sufrimiento emocional que tuviera que
soportar. Respiré hondo para llenarme de valor. No se trataba de mí, sino de
que los niños tuvieran más opciones con esta escuela. Se trataba de dar a otra
persona las oportunidades que me habían dado a mí cuando gané la beca Tyton
Coal. Se trataba de recordar que, aunque para mí fuera difícil estar aquí
ahora, y me hubiera costado llegar a este punto, gracias a esa beca, yo tenía
opciones. Podía hacer lo que quisiera con mi vida, podía ir a donde quisiera.
Esta beca me había dado libertad, liberándome de la pobreza, de la falta de
esperanza, de las limitadas oportunidades que me ofrecía mi vida.
Entré
en la biblioteca con una caja en la mano y permanecí allí durante un minuto,
pensativa, aspirando el olor a polvo y libros viejos. Tuve una visión de mí
misma sentada en el escritorio al fondo de la sala, vestida con ropa vieja y
desgastada mientras hacía las tareas… Me acerqué a la pared del fondo y pasé la
mano por los libros, casi esperando ver un trozo de papel sobresaliendo de
alguno. Los recuerdos me bombardearon y cerré los ojos, conteniendo las
lágrimas que amenazaban con caer.
—El
lugar sigue oliendo igual —oí que decía alguien en voz baja a mi espalda.
Me
di la vuelta y contuve el aliento.
«Edward».
El
corazón casi se me salió del pecho.
Nos
sostuvimos la mirada durante un buen rato.
—H-hola
—tartamudeé finalmente.
«¿Hola?
¿Eso es todo lo que se te ocurre después de tanto tiempo? ¿Hola? Es patético».
Edward
se limitó a subir la barbilla. Había algo oscuro e ilegible en su expresión
mientras se apoyaba en el marco de la puerta con actitud indiferente. Dios,
¿por qué? ¿Cómo era posible que alguien tan malo y cruel fuera tan guapo? Se
suponía que el karma no funcionaba así. ¿Había sido siempre tan guapo? La
última vez que lo vi era todavía un muchacho y ahora se había convertido en un
hombre, con pómulos cincelados y mandíbula fuerte. Llevaba el pelo más corto,
casi al rape, y su cuerpo era todavía más grande, más alto y musculoso. Noté
que apretaba los dientes y me enderecé. Era una mujer, podía enfrentarme a
esto. Dejé la caja en el suelo sin mirar hacia abajo y crucé los brazos.
—Has
vuelto —dijo finalmente.
—Eso
parece.
—¿Por
qué? —preguntó con tono áspero, como si estuviera dolorido—. ¿Cómo coño se te
ha ocurrido, Isabella?
Fue
como si me hubiera pegado un puñetazo, y di un respingo antes de recuperar el
control sobre mí misma. Edward me sostuvo la mirada sin problema.
—¿Desde
cuándo eso es asunto tuyo? —pregunté, girándome y cogiendo un montón de libros
de la estantería y dejándolos en la caja de cartón que acababa de poner a mis
pies.
Rápido
como un rayo, se acercó a mi espalda y me puso la mano en el brazo. Bajé la
vista a sus dedos con la ira creciendo en mí tan rápidamente como el dolor. Me
volví un poco y me lo sacudí de encima con violencia.
—No me toques
—siseé—. No vuelvas a tocarme nunca.
Por
un breve segundo, sus ojos brillaron de sorpresa y de algo que parecía dolor,
pero luego los entrecerró de nuevo. El aire crepitaba lleno de energía entre
nosotros, haciendo que la sangre me bombeara con furia en las venas mientras
sentía cómo se me erizaba la piel. Edward se estremeció y dio un paso atrás
como si él también lo hubiera sentido y le doliera de alguna forma.
—Te
vi el otro día —espeté—. Con Jessica y el niño. —Quise abofetearme por la forma
en que me tembló la voz en la última palabra—. Enhorabuena.
Edward
se quedó congelado, y noté que vacilaba, pero no dijo nada.
Esperé,
pero cuando se mantuvo en silencio, suspiré. Me volví hacia él para enfrentarlo
plenamente.
—¿Deseas
algo, Edward? ¿Por qué estás aquí?
—Quiero
que te des la vuelta y te largues por donde has venido.
Alcé
la barbilla, decidida a no llorar. «Gilipollas». ¿Qué le había hecho salvo
entregarle mi corazón? Le había dado también mi cuerpo, no podía olvidarme.
¿Por qué me trataba de esta manera?
—¿Por
qué? ¿Es que el pueblo no es lo suficientemente grande para los dos? Si es así,
¿por qué no te vas tú?
Se
inclinó hacia mí y, por un momento, pensé que lo hacía para besarme aquí mismo,
donde estábamos. Cogí aire con rapidez.
—Porque
yo no puedo —replicó apretando los dientes.
Me
apoyé contra la estantería que había detrás, tratando de crear espacio entre
nosotros.
—Cierto.
—«Su hijo. Su familia». Lo miré con los ojos entrecerrados—. Lo que nos lleva
de nuevo a la razón de que lo que yo haga no tiene nada que ver contigo. Vete
al infierno, Edward —susurré.
Abrió
mucho los ojos, con las pupilas dilatadas, mientras se inclinaba más cerca. Olí
su aliento fresco, la sal de su piel, y tuve que contener el aliento, como si
el oxígeno que había respirado durante los últimos cuatro años solo me hubiera
servido para sustituir al único elemento que me daba la vida realmente. Él olía
a algo delicioso y dolorosamente familiar.
Me
miró durante un buen rato.
—Bajo
al infierno todos los días —susurró con la voz ronca—. Cada día. Por ti.
Luego se dio la
vuelta y salió de la biblioteca, dejándome temblorosa y confundida, enfadada y
herida. Pero no lloré. Me negaba a derramar una sola lágrima más por Edward Cullen.
—Hola, Alec —saludé al entrar en el bar lleno de humo
algunos días más tarde—. Sabes que en los bares de Kentucky está prohibido
fumar, ¿verdad? —pregunté con una sonrisa.
—Sí, lo sé, listilla —replicó Alec—. Pero este bar es
mío. Que vengan a detenerme, si quieren.
—Eres un rebelde, Alec —aseguré. Sinceramente, me
hubiera gustado que Alec respetara la ley, sobre todo teniendo en cuenta que mi
hermana y sus pulmones trabajaban aquí desde hacía mucho tiempo. Pero Alec era
Alec, y lo que le faltaba cuando se saltaba las prácticas saludables en el
trabajo lo compensaba con otras cosas. Pagaba un salario justo y protegía a las
chicas que trabajaban allí en la medida de sus posibilidades.
Había entrado en el bar un par de días antes y le
había preguntado si podía hacer algunos turnos. Al me había recibido con los
brazos abiertos. Y, por suerte para mí, una de sus camareras había dejado el
empleo recientemente.
Así que ahí estaba yo, de regreso a Dennville,
Kentucky, viviendo en la misma caravana raquítica y trabajando en el mismo bar
lleno de humo mientras trataba de superar la tristeza y la desesperación que me
provocaba el mismo chico mentiroso de siempre.
—Has recorrido un largo camino, Isabella —murmuré
mientras limpiaba una mesa y retiraba las botellas vacías de cerveza. Solo que
este era mi presente, y en él poseía un título universitario. Todo había
cambiado. Respiré hondo, decidida a no dejar que el encontronazo de principios
de semana me arruinara la estancia. Había elegido esto. Había elegido volver. E
iba a tener que tratar con él. Realmente nunca me había enfrentado a él, porque
la distancia que había entre nosotros había hecho más fácil que pudiera fingir
que no existía. Pero me había quedado claro que existía. Y por alguna razón que
yo desconocía, estaba enfadado conmigo porque hubiera decidido regresar. Tomé
aire—. Idiota —murmuré de nuevo para mis adentros.
El resto del turno pasó con rapidez. Era viernes por
la noche, así que esperaba que el local se llenara. Mientras yo no estaba, Al
había añadido una pequeña plataforma que funcionaba tanto como escenario como
pista de baile. Esta noche, actuaba en directo un grupo local. A las nueve, el
bar estaba lleno de gente que bebía, bailaba y reía a carcajadas. Alice también
estaba trabajando, y Emmet había venido a escuchar al grupo. Cuando llegó, le
di un abrazo enorme y lo dirigí para la sección que llevaba Alice.
—Tienes muy buen aspecto, Isabella —me gritó por
encima del ruido.
—Gracias, Emmet. —Sonreí—. ¿Has tratado bien a mi
hermana?
Él me miró con timidez, con una expresión de amor
absoluto en su cara.
«¡Oh, chico!».
—Siempre —aseguró.
Me reí, le guiñé un ojo y lo
acompañé hasta una mesa. Me apoyé en el respaldo de la silla que había frente a
él, justo enfrente de donde estaba sentado.
—Oye,
Emmet, antes de que te traiga la cerveza, me gustaría agradecerte lo que estás
haciendo por nuestra madre. Marlo dice que está mejorando muchísimo, y es
gracias a ti.
Se
encogió y apartó la mirada. ¿Lo estaba avergonzando?
—Me
gustaría hacer algo por vuestra familia, por Marlo —explicó.
Sonreí.
—Siempre
me has caído muy bien, Emmet.
Él
se rio y se subió las gafas por el puente de la nariz. Me alejé en busca de una
cerveza. Por suerte, él no había renunciado a conseguir a la terca de mi
hermana. Emmet estaba haciendo algo maravilloso por nuestra madre, y no podía
permitir que ella lo dejara; era uno de los pocos hombres buenos. A pesar de lo
feliz que me sentía por Alice, y de lo mucho que ella se merecía un buen hombre
dispuesto a luchar por ella, no pude evitar la melancolía que me inundó
mientras esperaba que me sirvieran la cerveza de Emmet. Me pregunté si algún
día encontraría a un hombre así. ¿Alguien me trataría algún día de esa manera?
¿Podría amar a otro hombre como había amado a Edward? ¿Quería, de hecho, volver
a amar con la misma intensidad? Me había jurado a mí misma no volver a
enamorarme después de que Edward me rompiera el corazón, pero ese voto no era
algo que pudiera mantener. Todavía anhelaba que me amaran. Me gustaría que
alguien me abrazara con fuerza y me dijera que todo iba a estar bien, que me
besara la frente con ternura y me cobijara en la oscuridad.
—Deberías
probar esto —me dijo Alec, deslizando un chupito por la barra para mí.
—¿Qué
es? —pregunté, saliendo de mi ensimismamiento.
—No
hagas preguntas tontas, bébetelo y punto.
Me
reí. Al no se oponía a que las camareras se tomaran un par de copas durante el
turno. Algunas noches se necesitaba un poco de ayuda extra para soportar que
las empujaran y manosearan los borrachos. ¡Oh, demonios!, ¿por qué no?
Necesitaba beber algo. Calmar mi propio cerebro. Eché la cabeza hacia atrás y
esbocé una mueca cuando el fuego líquido me quemó la garganta. Me incliné sobre
la barra, cogí una rodaja de limón y me la metí en la boca. Me alejé de la
barra mientras saboreaba el amargo fruto.
Por
segunda vez en la semana, mis ojos se encontraron con otros de color gris
piedra. Me quedé paralizada por completo y me limité a mirarlo, con el corazón
palpitando en mis oídos.
Él
estaba de pie, inmóvil junto a la puerta, mirándome a través del local con una
expresión de sorpresa absoluta en su cara. De repente, fue como si todo el aire
fuera succionado hacia la puerta.
El
estridente ruido del bar se desvaneció mientras manteníamos aquel contacto
visual. Luego, a su espalda, apareció Jessica. Di un paso atrás, golpeándome la
espalda con la barra. Su aparición era como un puñetazo en el estómago. Jessica
miró a Edward y luego siguió la dirección de su vista. Algo que me pareció
simpatía inundó su expresión y aparté los ojos, girándome hacia la barra.
Respiré hondo varias veces, tratando de calmarme. Luego cogí la cerveza de Emmet
y la puse en la bandeja para encaminarme a su mesa sin volver a mirar de nuevo
a la puerta. Esperaba que, al verme, Edward se hubiera marchado. Enderecé la
espalda.
Volví
a la barra y Alice me llevó aparte.
—Edward
está aquí. ¿Estás bien? —Sus expresivos ojos estaban llenos de preocupación.
—Estoy
bien —insistí, aunque no estaba muy segura—. Pensaba que era la única que
estaba enfadada, pero parece que me odia. —Me sentía herida y confusa.
—¿Por
qué iba a odiarte? ¿Por largarte de aquí mientras él se jodía la vida?
Me
mordí el labio.
—No
lo sé. ¿Edward y Jessica suelen venir aquí con frecuencia?
Negó
con la cabeza.
—Jamás
los había visto por aquí.
Fruncí
el ceño.
—¿Eh?
Bueno, da igual, los dos tenemos que vivir en este pueblo. O, mejor dicho,
hemos decidido vivir aquí por ahora. Así que si no le gusta, es problema suyo.
Alice
asintió, pero parecía insegura.
—Vale.
Si necesitas que le eche una cerveza por encima o algo así, lo haré. Así se
largará de aquí. —Me reí, pero ella no—. Lo digo en serio.
—Lo
sé, Alice. —La abracé con rapidez.
Al
ir a servir unas bebidas, me di cuenta de que Edward y Jessica no se habían
marchado. De hecho, habían conseguido una mesa junto a la pista de baile. Los
miré por el rabillo del ojo y noté que él estaba sentado tieso y rígido, que
también parecía incómodo. Me prometí a mí misma que no volvería a mirar en su
dirección.
Regresé
a la barra y le pedí a Al otro chupito, que me sirvió de inmediato. No había
cenado, por lo que los dos lingotazos fueron directos a mis venas.
«Estás
bien. Estás bien».
Un
enorme camionero que estaba sentado ante la barra y que había consumido ya
demasiadas cervezas me intentó sentar en su regazo. Me reí mientras intentaba
levantarme, pero tiró de mí hacia abajo.
—Eh,
venga, vamos —protesté, tratando de evitar la situación—. ¿Cómo voy a traerte
una cerveza si no me dejas levantarme?
—Prefiero tomarte a
ti. —Se rio de forma estentórea al tiempo que deslizaba las manos por mi
cuerpo.
—Deja
que se vaya antes de que te aplaste la puta cara. —Reconocí la voz de Edward al
instante. Dejé de luchar y el camionero giró la cabeza, liberándome de su
agarre. Me puse en pie y me alisé la camisa hacia abajo.
Edward
estaba detrás del tipo, con los dientes apretados y los puños cerrados a los
costados.
—Venga,
hombre. —El tipo se arrastró, moviendo su considerable cuerpo en el asiento—.
No pensaba hacerle daño, solo estaba saludando a la dama. —Me recorrió el
cuerpo con los ojos.
—A
las damas se las saluda con la boca, no con las manos.
Volví
la cabeza hacia Edward, dejando de mirar al camionero. ¿Ahora era una dama? Lo
decía el mismo tipo que me había asegurado que no podía vivir en el mismo
pueblo que yo.
—Eso
también me gustaría hacerlo. —Movió la lengua de una forma asquerosa antes de
soltar una fuerte carcajada.
El
puño de Edward fue una nebulosa indefinida cuando pasó junto a mí hacia la cara
de aquel tipo. Soltó un gruñido, puso los ojos en blanco y se cayó, quedando
fuera de combate en el suelo del bar. Un fuerte grito surgió entre los
clientes. No era un hecho inusual en Alec’s, aun así, me quedé boquiabierta. Me
quedé mirando durante un segundo al tipo que estaba tendido en el suelo y luego
subí la vista hacia Edward.
De
repente, me sentí enfadada. Quizá fuera culpa del licor que fluía por mis
venas, tal vez fuera por el hecho de que Edward pensara que podía jugar con mis
emociones o que cualquier cosa que me pasara era de su incumbencia. Quizá fuera
porque había aparecido en mi terreno dos veces en esta semana y que en ambas
ocasiones me había herido profundamente. Así que, de pronto, estaba furiosa.
—¿Cómo
te has atrevido? —Hervía por dentro.
Él
entrecerró los ojos.
—¿Me
estás preguntando cómo me atrevo a librarte de un cerdo lascivo? —preguntó—. Lo
siento, no me he dado cuenta de que disfrutabas siendo maltratada. Por otra
parte, estás de nuevo aquí, en este puto pueblo haciendo el mismo puto trabajo
en el mismo puto bar. —Sus fosas nasales estaban tan dilatadas que casi me preguntaba
si se pondría a dar patadas en el suelo.
Abrí
mucho los ojos.
—Quizá
estaba disfrutando, sí. De cualquier forma, no es asunto tuyo lo que me gusta o
me deja de gustar. —Estaba tan enfadada que temblaba. Cogí al primer tipo que
pasó por el jersey mientras él se tambaleaba sorprendido, y planté mis labios
en los suyos. Sabía a cerveza y olía a aftershave barato. Lo empujé.
—¡Guau! Me gusta
mucho este bar —murmuró mientras se alejaba trastabillando.
Volví
a mirar a Edward. Tenía una expresión congelada por algo que no fui capaz de
leer.
—¿Isabella?
—Oí a Alice y vi por el rabillo del ojo cómo se acercaba. Levanté la mano,
haciéndole saber que estaba bien, pero no aparté la mirada de Edward.
—Hago
lo que quiero y cuando quiero —dije. ¿Qué estaba haciendo? No lo tenía
demasiado claro. Solo era consciente de que estaba enfadada y fuera de control.
Y sabía que todavía me dolía el alma por culpa de Edward, que me había
traicionado después de que le hubiera dado el último pedazo de mí misma. Piezas
que, por lo que estaba descubriendo, no iba a poder volver a montar.
—¿Es
eso lo que has hecho en California? —preguntó, acercándose a mí.
Levanté
la barbilla, girando literalmente la nariz hacia él.
—Todo
el tiempo. Tan a menudo como he podido. Una vez que tú rompiste el sello, me
figuré que…
Me
sorprendió la brutal expresión de dolor que atravesó sus rasgos, y las palabras
murieron antes de salir de mis labios. Pero mi ira se encendió de nuevo con
rapidez. ¿Le molestaba que hubiera estado con otros hombres? ¡Menudo hipócrita
hijo de puta! Él estaba aquí, con ella, la mujer con la que me había engañado,
con la que había tenido un bebé.
—Isabella,
tú no eres así —aseguró en voz baja.
Me
reí en su cara, emitiendo un sonido desagradable y amargo.
—Ya
no me conoces. No sabes nada de mí. O más bien yo no sé nada de ti.
Abrió
la boca para hablar, pero volvió a cerrarla como si hubiera cambiado de
opinión.
—¡Dios!
No puedo contigo. —Se dio la vuelta y empezó a alejarse.
Me
atravesó una oleada de furia.
—Oye,
Edward —lo llamé. Se dio la vuelta—. ¿Llegaste a terminar Cumbres
borrascosas? —Él parpadeó y luego frunció el ceño, mirándome con confusión.
—Ahora
no tengo demasiado tiempo para leer, Isabella.
Apoyé
la cadera contra la barra y me toqué la barbilla con el dedo.
—Solo
me preguntaba si habías encontrado a Heathcliff tan despreciable y mentiroso
como yo.
Empezó
a caminar hacia mí.
—Nunca
estuvimos demasiado de acuerdo en el mundo literario, ¿verdad?
—Hmmm… es cierto. Sin
embargo, creo que cualquier persona con dos dedos de frente se daría cuenta de
que Heathcliff era un pedazo de basura mentiroso.
—A
mí me sorprendió más que se volviera loco por alguien como Cathy, que…
finalmente escapa de aquellos… páramos y luego vuelve para experimentar más
miseria, despilfarrando la oportunidad que le dan. No se puede ser más idiota.
Abrí
los ojos como platos mientras la sangre me hervía bajo la piel.
—¿Y
qué más da si Cathy regresó a los oscuros y brumosos páramos a pesar de todo?
Por lo menos no regresó por Heathcliff. Es evidente que él era lo último en lo
que pensaba. De hecho, me pareció muy irritante que Heathcliff siguiera
apareciendo en todos los lugares a los que iba Cathy.
—¿Están
peleándose o teniendo un club de lectura? —escuché que alguien decía a mi
espalda.
—Yo
lo tengo claro —respondió otra persona—. No son más que los preliminares.
Los
dos los ignoramos.
Edward
me miró de arriba abajo.
—¿Estás
segura de eso? Quizá…. —Por un momento, pareció inseguro en vez de enfadado—.
Quizá Heathcliff había estado en su mente todo el tiempo que estuvo ausente.
Quizá Cathy no se habría enfadado tanto cada vez que lo veía si él no estuviera
continuamente en su pensamiento, si su nuevo novio le hiciera sentir las mismas
cosas que Heathcliff. —Su voz se suavizó—. Y tal vez ella había ocupado también
la mente de él. Quizá Cathy era todo lo que Heathcliff quería, lo que siempre
había soñado.
¿Novio?
¿De qué novio hablaba? Entrecerré los ojos.
—Bueno,
no importa. Después de cómo Heathcliff la traicionó, jamás le dará otra
oportunidad. Él lo arruinó todo. La arruinó a ella. Es el personaje más egoísta
y desagradable que he leído. Lo siento por el papel que utilizaron para darle
vida. ¡Qué desperdicio de árbol!
El
dolor brilló en sus ojos y abrió la boca para decir algo, pero de repente miró
hacia atrás. Al dase la vuelta, vi que Jessica lo tocaba en la espalda. Me
abandonó cualquier espíritu de lucha y sentí un profundo dolor en el pecho. Se
me había olvidado por un minuto que estaba aquí. Y cualquier batalla en la que
estuviéramos enzarzados, la había ganado con aquel simple toque en el hombro.
Yo había perdido, una vez más. Cuando se volvió de nuevo hacia mí, la derrota
debía de ser patente en mi cara, porque abrió la boca para decir algo, pero
luego se detuvo, con los ojos como platos. Aparté la vista. En ese momento me
di cuenta de algo que había sabido siempre. No podía odiar a Edward. No era
mala persona. Solo había sido malo para mí. No era incapaz de amar. Solo había
sido incapaz de amarme a mí, incapaz de quedarse por mí. Sin embargo, sí se
había quedado por Jessica. Y eso era lo más doloroso de todo. El dolor que me
oprimió el corazón en ese momento casi me hizo caer de rodillas.
«Ahora no. No ahora,
no te desmorones aquí».
Me dirigí con rapidez
al vestuario de las chicas, donde me encerré en uno de los cubículos. Alice me
siguió pocos minutos después y me ayudó a recomponerme lo mejor que pude.
Cuando regresé a la barra, Edward y Jessica se habían marchado.
1 comentario:
🙁😣😔😮😦 gracias
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