lunes, 30 de julio de 2018

Un Alma Compartida Capitulo 29

Isabella

Inicié el sexo con Edward como una distracción. Era una cosa terrible que hacer, pero sentía que lo necesitaba. Lo necesitaba. Al principio, peleé contra ello, tratando de domar mis besos lujuriosos a los dulces que vislumbraban como peligrosos. Me subí sobre él, pellizcando la piel tensa en su cuello, chupando su lengua, y apretándome contra su longitud endurecida hasta que mis bragas se encontraban empapadas. Lo dije antes, no había manera de fingir mi reacción a Edward. Aparté mis bragas y me deslicé sobre él, empalándome en su polla gruesa hasta donde pude. Él había perdido esta ronda, y con ella, su control. Con la espalda contra la cabecera de la cama, subió más, empujando en mí, sus fuertes brazos se envolvieron a mi alrededor, sosteniéndome con firmeza, y el sexo ya no era una distracción, más bien era un lugar de refugio para mí.

Las manos de Edward sobre mi cuerpo me calmaron como una oración. Había demostrado una y otra vez que era todo lo que necesitaba.

Dios... lo amaba.


Mi cuerpo pedía liberación. Quería mucho no sentirme entumecida. Quería sentirlo liberarse dentro de mí. Nada me satisfacía como ese sentimiento.

Su mano me rodeó, me agarró de la muñeca, y luego la dejó caer entre nuestros cuerpos unidos.

—Frota tu clítoris, bebé. Lentamente. —Entonces su cabeza cayó para tomar mi pezón en su boca caliente. Hice lo que me pidió y él me chupó. Dentro de un minuto, mi cuerpo se puso rígido, mi cabeza cayó hacia atrás, mientras mi coño se apretaba a su alrededor, y gemí mi orgasmo. Le tomó menos de diez segundos a Edward seguirme. Soltó mi pezón con un pop y dejó escapar un largo gemido cuando sus brazos se apretaron alrededor de mí, sosteniéndome. Su polla palpitó dentro de mí, y sentí esa maravillosa calidez húmeda gotear hasta mi núcleo.

Me sentí mejor, y parpadeé adormilada sobre él, ahuecando sus mejillas y tomando su boca en un beso tierno.

—Dios, necesitaba eso.

—Sé que lo hacías —dijo en voz baja mientras me acariciaba la espalda—. ¿Cómo te sientes? —preguntó, manteniéndonos unidos en nuestros lugares más íntimos.

Apoyé la frente en su hombro, aceptando su abrazo.

—No tenía un hermano antes. Voy a estar bien sin uno ahora.

—Isabella —comenzó—. Debes estar herida.

Me dolió, pero no iba a dejar que me afectara.

—Voy a estar bien, cariño. Te lo prometo. —Pero mi corazón sufría por James—. Estoy muy triste porque sufriera así en las manos de nuestro su padre. Ojalá hubiera estado con nosotras. Ojalá mamá lo hubiese llevado con ella.

—Eres demasiado amable. —Resopló—. Él fue grosero y obsceno. Fue un imbécil. No debes preocuparte por él en absoluto. Desde luego, él no se preocupa por ti.

—Sí —murmuré mientras giraba mi cuello para inhalarlo—. Sin embargo, no lo culpo por estar enfadado. Pecados del padre y toda esa mierda.

Sus labios aterrizaron en mi sien. Me besó allí y susurró:

—Es normal sentirte herida, Ratón. Está bien.

El primer sollozo se me escapó tan dolorosamente que sentí como si mi pecho se hubiese desgarrado y mi corazón cayera pieza por pieza. Más lágrimas siguieron, y mientras soltaba mi dolor por haber perdido el hermano que nunca tuve, Edward mantuvo sus brazos alrededor de mí y sus labios en mi sien, sosteniéndome hasta que no hubo más lágrimas para llorar.

La verdad era que quería un hermano, y ahora que sabía que tenía uno y me rechazaba, me dolía más que la agonía que sentí cuando mi madre falleció.

Mi hermano me odiaba.

No me conocía, pero me odiaba.

El jurado había tomado su decisión.

La vida simplemente no era justa.

Pasaron dos días, y aunque era poco tiempo, fue suficiente para que casi todo el mundo en Bleeding Hearts supiera que tenía un hermano, más sorprendentemente que fuera James “Caracortada” Scarfo. Emmett lo encontró particularmente gracioso. Y lo odiaba por ello.

Encontraba cualquier excusa para hablarle a la gente sobre el hermano que no quería a su hermana, y se regodeaba mientras yo me encogía.

Me sorprendió que Rosalie me apartara, y con una mirada de simpatía en sus ojos, me abrazara mientras acariciaba mi cabello, diciéndome que lo sentía. La despreciaba por eso también. Nunca podría averiguar si éramos amigas o no. Ella hacía difícil odiarla cuando necesitaba tan desesperadamente el consuelo.

Alice me preguntó acerca de Charlie, fingiendo desinterés, pero pude ver que quería saber de él. Le sonreí.

—¿Quieres venir conmigo la próxima vez que lo vea? Es nuestro tío, después de todo.

Parpadeó hacia su taza de café y asintió.

—Sí, eso podría estar bien.

Rápidamente agregó:

—Quiero decir, no te dejaría ir sola de todos modos. No después de que James dijera esa mierda. —Me dio un codazo ligero—. Te cubro la espalda, kukla.

—Sé que tuvo un romance con tu madre, pero está bien que admitas que lo extrañas —murmuré suavemente.

—No —dijo con demasiada rapidez.

Ante mi mirada inmóvil, se encogió de hombros y chilló:

—¡No lo hago!

Lo dejé pasar. No quería admitirlo, pero sabía la verdad.

El sábado por la mañana llegó, y Edward y yo holgazaneamos en la cama, haciendo el amor con dolorosa lentitud, sin prisa para salir de nuestra burbuja de amor, cuando el timbre sonó. Edward se levantó de la cama, en toda su gloria desnuda, fue a la pared, y levantó el auricular.

—¿Sí?

Miré a través del cuarto mientras sus hombros se ponían rígidos y siseaba:

—¿Tienes decencia, imbécil? —Luego colgó.

Cuando se giró, su mandíbula estaba tensa y me miró.

Un ceño frunció mi frente.

—¿Qué?

Abrió la boca para hablar, cuando el timbre sonó de nuevo. Tomó el receptor una vez más y lo acercó a su oído. Lo mantuvo allí un largo rato y cerró los ojos.

—Tienes cinco minutos. Ni un segundo más.

Con un suspiro, colgó el receptor y me dijo:

—Es posible que desees ducharte. Tienes un invitado.

—¿Quién es?

Se apoyó en la pared y habló en voz baja:

—Tu hermano.

Coloqué las sábanas más arriba en mi cuerpo, mis hombros rígidos.

—No quiero verlo.

Edward me observó de cerca.

—¿Estás segura? —No respondí con la suficiente rapidez, por lo que se colocó un par de pantalones de pijama—. Bueno. Lo despediré, Ratón.

Justo cuando se abrió la puerta de la habitación desde el interior, grité:

—Espera. —Si no lo escucho, me estaré siempre preguntando qué es lo que había venido a decirme—. Está bien, voy a verlo. Dame un minuto.

Corrí por la habitación hacia el baño y tomé la ducha más rápida de mi vida. No me molesté con el maquillaje, simplemente cepillé mi cabello mojado, me coloqué un par de vaqueros, un suéter blanco, y un par de chanclas antes de bajar.

Edward se quedó en sus pantalones de pijama, con los brazos cruzados sobre su pecho, mirando a James en completo silencio. En el momento en que oyó mis pasos, habló a mi hermano que estaba de pie a unos pocos metros de distancia, con las manos detrás de la espalda.

—Tienes cinco minutos. Haz que el tiempo valga la pena, porque nunca tendrás otra oportunidad.

Me besó en la cabeza mientras pasaba, y lo vi caminar hacia la cocina. Me detuve de camino a mi hermano. Estaba vestido con un par de pantalones de color caqui marrón, una camiseta blanca y una chaqueta negra. También parecía muy nervioso.

—Hola —murmuré.

Levantó la mano en señal de saludo y suspiró mientras hablaba:

—Hola. —Dio un paso adelante y me tendió la otra mano. Lo hizo tan rápido que di un paso atrás con un estremecimiento. El rostro de James se retorció mientras sostenía un ramo de tulipanes de color rosa, su mano cayó ligeramente—. Mierda. No voy a hacerte daño, Isabella.

Me abracé a mí misma, mi voz plana.

—Ya lo hiciste.

Sus manos encontraron sus caderas, el ramo de tulipanes colgando boca abajo. Bajó la barbilla, asintiendo al suelo.

—Sí —admitió. Cuando levantó la cabeza, habló con sinceridad—, no debería haber dicho lo que dije. Pensé en algunas de las cosas que te dije, y yo... —sus labios se tensaron—, no debería haber dicho esas cosas. No fue tu culpa que él fuera un bastardo cruel, y soy sincero cuando digo que me alegro de haber pasado por toda esa mierda de Phil para que tú nunca tuvieras que hacerlo. Y… —se encogió de hombros con torpeza y habló bajo—… lo siento.

Él parecía realmente arrepentido, o al menos actuaba así.

—Está bien —murmuré en voz baja.

No sabía qué más decir, así que no dije nada.

James, se veía más y más incómodo cada segundo, tragó saliva. Se movió para colocar el ramo de tulipanes en la mesa de la sala junto a la puerta y dio un paso atrás.

—Bueno, bien, eso es todo lo que quería decir, así que supongo que te veré por ahí —pensó en eso y luego suspiró—, o no.

Estaba siendo civilizado, y algo me dijo que era un gran problema para James Dywer.

James se movió para irse cuando grité:

—¿Quieres un café?

Se quedó quieto, se dio la vuelta, y luego extendió la mano para frotar la parte posterior de su cuello. Asintió con inquietud.

—Por supuesto. Un café sería genial.

Tomamos nuestro café en el salón donde podíamos hablar a solas, pero donde no tendríamos que estar lejos de Edward. No estaba segura de cómo esto iba a terminar. Parecía que James podría ser impredecible cuando se le provoca.

Mantuve mi primera pregunta sencilla.

—¿Cuántos años tienes?

—Voy a cumplir treinta este año —me dijo mientras sostenía su taza de café más fuerte de lo que debería—. ¿Y tú?

—Veinticuatro.

Siguió un largo silencio.

—Y no tenías hogar —agregó en voz baja.

—Sí. —Asentí lentamente—. Realmente no me gusta hablar de ello.

—Por supuesto. Está bien —dijo—. ¿Y estás trabajando en Bleeding Hearts?

—Sí. Soy camarera en la barra.

—¿Te está gustando? —preguntó cortésmente.

Sonreí en mi taza.

—Me gusta mucho.

Oh, Dios, esta conversación era tan malditamente dolorosa.

Era como comer tiza. Barato y de mal gusto.

Suspiré, pasándome una mano por el cabello húmedo.

—No tienes que ser tan amable, ¿sabes? Me puedes hacer preguntas reales. Te prometo que no me voy a asustar.

Él asintió, pero su vacilación era obvia.

—Clara... —se aclaró la garganta—, era muy agradable, ¿eh?

—Lo era —le dije sinceramente.

Se mordió el interior de su labio. Al igual que lo hacía cuando estaba nerviosa. Y el acto me hizo sonreír.

—¿Tienes alguna foto de ella?

—No —dije con profundo pesar—. Me dejé mi álbum de fotos con mis padres adoptivos cuando me escapé. Tenía diecisiete años y era estúpida. Ni siquiera lo pensé. —Dejé escapar un largo suspiro—. Haría cualquier cosa para recuperarlo.

Debía tener muchas ganas de ver ese álbum, porque lo siguiente que dijo fue:

—Soy bueno en buscar personas. Si me das su nombre y cualquier otra información que puedas, voy a ver qué puedo hacer.

Le sonreí a continuación, y sonreí aún más.

—Edward ya está buscándolos.

James se encogió de hombros.

—No puede ser malo tener dos personas buscando. —Su labio tembló—. Muchas manos hacen el trabajo ligero, ¿sabes?

La conversación se estaba poniendo fácil. Mi corazón se calentó.

Pero mi sonrisa cayó.

—¿Nunca has visto una foto de mamá?

—Sí, pero en todas estaba en el club. James tiene una pila de ellas. Estaba toda arreglada para el escenario. Supongo que quería ver cómo se veía en la vida real, ¿sabes? —Su labio tembló y atrapó mi mirada—. Esas fotos en el club... he visto las tetas de nuestra madre.

Una carcajada salió de mí con tanta fuerza que tuve que taparme la boca.

—Oh, hombre. Ewww.

Su cuerpo se estremeció de risa silenciosa y las cicatrices alrededor de su boca se estiraron.

—Sí, no está bien. —Su sonrisa se extendió hasta donde pudo y se estremeció, extendiendo la mano para frotar la cicatriz más gruesa en su labio.

Me di cuenta.

Se dio cuenta de que me di cuenta, y su sonrisa desapareció.

Levantó la mano y la pasó delante de su cara llena de cicatrices.

—Me gustaría poder cambiar esto. —Se detuvo un momento antes de añadir—: No siempre me he visto de esta manera.

Traté de sonreír.

—No siempre me he visto de esta manera tampoco.

James me inmovilizó con una mirada.

—Sin embargo eres hermosa. —Negó con la cabeza—. No asustas a los niños con tu cara fea.

Sus palabras eran de dolor, y lastimaba escucharlas, pero era mi hermano, y si quería hablar de ello, escucharía con atención, porque necesitaba que lo hiciera.

—Sé lo que pasó. Sé lo de tu esposa y Emmett. —Me acerqué a poner mi mano sobre la suya, la mano que descansaba sobre su rodilla—. Lo siento.

Sacudió la cabeza.

—No lo hagas. Era un maldito lunático. Nos casamos en Las Vegas después de una noche de borrachera. Nos conocimos un par de horas antes. Ni siquiera la conocía. De seguro, no la amaba. Pero era hermosa. —Se encogió de hombros—. Mi propia culpa por pensar con mi polla.

Quité mi mano, ruborizándome ante su comentario.

—Ya veo.

Miró su reloj de pulsera.

—Mierda. ¿Esa es la hora? Yo... —Me observó, con una mirada vacilante en su rostro—. Me tengo que ir.

La decepción me llenó.

—Oh. —Me puse de pie y él hizo lo mismo. Forcé una sonrisa—. Bueno, fue un placer hablar contigo, James. —No estaba segura de cómo sería mi próxima vez—. Sé que puede parecer una locura, pero si tienes alguna foto de Phil, realmente me gustaría verlo. Sé que no puedo llamarlo “mi padre”, pero soy parte de él. Me gustaría ver cómo era.

Su rostro se iluminó.

—Sí, tengo unas cuantas. Puedo traerlas un día.

Solté un suspiro de alivio.

—Eso sería genial.

James sonrió entonces.

—Voy a traerlas si me dejas encontrar a tus padres adoptivos.

Entrecerré los ojos en él, pero lo hice sonriendo.

—¿De verdad quieres ver ese álbum?

Su sonrisa se suavizó.

—Sé que no puedo llamar a Renee mi madre, pero soy parte de ella.

Sin permiso, me acerqué y tomé su mano, apretando. La solté rápidamente y entré en el salón por una pluma y un pedazo de papel. Volví con los detalles escritos y se lo entregué.

—Toma. Todos estos son los nombres de los miembros de la familia y donde solían vivir. No puedo recordar mucho más que eso. —Señalé el número de teléfono en la esquina de la página—. Ese es mi número.

James miró a los detalles antes de doblarla y deslizarla en su bolsillo.

—Este es un buen comienzo. Te haré saber si encuentro algo. —Me miró—. Llamaré.

Le tendí la mano y la tomó, sin sacudirla, sólo sosteniéndola. Y me dolía el corazón. El día estuvo bien. No quería que se fuera. Quería saber más acerca de él. Quería hablar desde el atardecer hasta el amanecer hasta que no quedara nada más que decir.

Con los ojos brillantes, pregunté en un susurro:

—¿Te puedo abrazar?

Él parpadeó hacia mí. Su respuesta llegó en forma de él tirando de mi mano, acercándome a él hasta que sus brazos se envolvieron a mi alrededor, y su calidez me cubrió. Acercando las manos, me agarré de los lados de su camiseta y apoyé la cabeza en su pecho, cerrando los ojos, sólo absorbiendo este momento tan especial.

Era alto y cálido, y se sentía bien. Me sentí segura con mi hermano mayor, tal como debería haberlo hecho.

Con voz gruesa, habló en voz baja.

—Lo siento mucho, Isabella.

—Está bien, James —lo tranquilicé—. Se ha acabado. Olvidado. Estamos bien.

Me apretó hasta que alguien se aclaró la garganta. Nos apartamos para encontrar Edward de pie en la puerta abierta, con una expresión estoica.

—Hora de irse, James.

Miré a Edward antes de pasar a James y suavizar la cara.

—Envíame un mensaje, así tengo tu número, ¿de acuerdo?

Aun así, sostuvo mi mano, casi indispuesto a liberarla.

—Sí, está bien.

Por último, me dejó ir, y lo acompañé hasta la puerta. Cogí las flores que fueron dejadas allí olvidadas, y sonreí. Me despedí de mi hermano y me quedé allí, observándolo irse.

Brazos rodearon mi cintura, abrazándome con fuerza. Levanté una mano y la puse sobre el antebrazo de Edward cuando preguntó:

—¿Cómo fue?

Mi sonrisa era brillante.

—Bien. Muy bien.

Él suspiró suavemente.

—Supongo que vamos a verlo más entonces.

Me volví en sus brazos para mirarlo. Ante mi mirada confusa, dijo:

—No me gusta la forma en la que te habló esa noche. Me gustaría romperle la nariz.

Acaricié su pecho.

—Se disculpó. Pienso que la reunión lo abrumó. No creo que lo dijera en serio. —Gruñó y me sonrió lentamente—. Estoy de repente muy cansada.

Levantó su frente. Pronuncié:

—Creo que tenemos que volver a la cama.

Él parpadeó y luego sonrió. Y mi corazón tartamudeó.

Chillé cuando me levantó por encima de su hombro y subió las escaleras de dos en dos. La tarde en la habitación se llenó con sonidos de mis gemidos y quejidos de Edward de placer.

En serio... ¿qué mejor manera de pasar un sábado?

El sábado por la noche en Bleeding Hearts, con la sala de nuevo ocupada por escasos hombres, me tuvo ofreciéndole consejo a una persona que no lo quería. Tal vez mi opinión era innecesaria. Injustificada. Pero Edward estaba metido en este club, y verlo caer me mataría.

Tenía que haber una alternativa.

Emmett, sentado en su escritorio, me fulminaba con la mirada. Estaba comenzando a pensar que no tenía otra forma de mirarme.

—Burlesque —repitió, y yo asentí.

—Sí. Quiero decir, no tendrías que cambiar mucho. Las chicas ya saben cómo bailar. La única diferencia sería que tendrían que dejarse algo de ropa puesta, pero ser un poco coquetas con los clientes, provocarlos. Ellas quieren mantener su trabajo, así que incluso si a alguna no le gusta se nos uniría… creo.

Su mirada penetrante no se inmutaba. No sabía cuál era su problema. Estaba claro que las cosas no iban bien.

Yo pensaba que era una buena idea.

Di un paso adelante.

—Escucha, he navegado en internet. Burlesque está de moda. Y no solo les encanta a los hombres. Los hombres lo encuentran sexy, y las mujeres no lo encuentran sórdido. Muchas mujeres no quieren ir a un club para caballeros, pero vendrían a una presentación de burlesque. —Hice una pausa para que entendiera esto—. Podrías duplicar la audiencia.

—Isabella, somos un club de caballeros… —comenzó con ese tono de yo-sé-más-que-tú.

Lo corté con unas calmadas palabras.

—Un club de caballeros que está derrumbándose.

Su mandíbula se marcó. Añadí con tranquilidad:

—Podemos cambiar esto. No tenemos que dejar que Bleeding Hearts caiga.

Emmett tomó un bolígrafo, golpeándolo ligeramente contra su escritorio de madera robusta.

—¿Por qué te importa si quebramos?

No tenía que darle ningún tipo de explicación. Estaba poniéndome a prueba. Él sabía por qué me importaba. Yo amaba a su hermano más que a la vida misma. Simplemente indiqué:

—Me preocupo.

Mis latidos aumentaron y esperé pacientemente a que me echara. Podrías decir que casi me cagué encima cuando Emmett abrió el cajón de su escritorio y puso una tarjeta de crédito sobre la mesa.

—Tienes un mes para mostrarme que esto puede funcionar. De lo contrario, haré las cosas a mi manera.

—¿Cuál es mi presupuesto límite? —pregunté mientras tomaba la brillante tarjeta de crédito negra.

—No hay ningún presupuesto límite —murmuró. Luego sonrió—. Pero entiende esto, lo que sea que compres que no tenga uso me lo cobraré de tu sueldo. Así que gasta sabiamente.
¿Sabía él con quién estaba hablando? ¡Yo era la reina del gasto ahorrativo! Tenía esto bajo control.

El fracaso no era una opción.

Después de que el club cerrara esa noche, Emmett llamó a todo el mundo alrededor del bar para decirles que haríamos algunos cambios. Las bailarinas se acercaron con caras largas. No estaba segura, pero era obvio que pensaban que el club iba a cerrar.

Emmett habló.

—Creo que es hora de que hablemos acerca de hacia dónde se dirige este club.

Uno de los hombros de una de las chicas cayó. Parecía a punto de ponerse a llorar.

Emmett continuó.

—Las cosas no están saliendo bien por el camino que van. El Beso de Afrodita nos ha robado a los clientes. Corrieron un riesgo y les dio frutos. —Hizo una pausa antes de añadir—: Es hora de que hagamos lo mismo.

Se apoyó en contra de la barra y preguntó:

—¿Qué saben sobre el burlesque?

Zafrina intervino.

—Conozco el burlesque. Bailaba burlesque antes de mudarme aquí. Traté de encontrar un acto al cual unirme la primera vez que vine, pero no pude encontrar nada. —Miró a las chicas—. Era popular en Chicago. Es más un espectáculo que un baile desnudándote.

—Correcto. —Emmett asintió en acuerdo. Dirigió su mirada a sus bailarinas—. ¿Quieren mantener sus trabajos?

Un murmuro colectivo se levantó. Qué pregunta más estúpida. Por supuesto que querían mantener sus trabajos. Emmett asintió.

—Cerraremos de Lunes a Jueves está semana. Necesito hacer algunas mierdas. Cuando regresen el viernes, quiero ver qué pueden hacer.

Mi rostro cayó, junto con mi corazón.

—Emmett, eso no suficiente tiempo.

Dirigió su dura mirada hacia mí y repitió:

—Viernes. Espero que estés aquí temprano. A las cinco de la tarde a lo más tardar. Muéstrame lo que tienes.

Mi estómago se hundió. No era tiempo suficiente. Sentí los ojos de Edward sobre mí. Me giré hacia la izquierda y miré hacia sus cálidos ojos de miel.

—No es tiempo suficiente —mascullé.

Escudriñó mi rostro antes de vociferar:

—Zafrina. —Y cuando se acercó, dijo—: ¿Quieres ganarte un sobresueldo?

Zafrina sonrió.

—Claro que si, bebé. Tengo dos boquitas en casa que alimentar.

Sus ojos se suavizaron ante su entusiasmo.

—Isabella va a necesitar tu ayuda con las chicas. ¿Puedes mostrarles cómo se hace? ¿Cómo bailar?

Colocó sus manos en sus caderas y dejó escapar un largo suspiro.

—Mi suposición es que la mayoría de las muchachas comenzaron con alguna clase de baile.

Dio un paso adelante y gritó:

—Hey, chicas. ¿Quién tiene aquí experiencia en danza?

Para mi sorpresa, casi todas las muchachas levantaron sus manos. Zafrina sonrió.

—Bueno, excelente. Vamos a tener que apretarnos el cinturón y crear alguna coreografía antes del viernes. ¿Quién está conmigo?

Las sonrisas en los rostros de las chicas no tenían precio. Estaban emocionadas, lo cual me emocionaba a mí también, apaciguando las mariposas revoltosas en mi estómago. Me volví hacia Rosalie y Alice.

—Voy a necesitar ayuda con los folletos y la publicidad. —Miré sobre mi hombro a Emmett—. ¿Copa gratis con el volante?

Asintió.

—De acuerdo.

Luego frunció el ceño y añadió:

—Uno por cliente. Es mejor que escribas esa mierda.

La mano de Edward se cerró alrededor de la mía y sonreí.

—Lo haré. Lo prometo.

Una mano apretó mi hombro. Zafrina habló tranquilamente.

—Isabella, no sé si podamos lograrlo, pero voy a esforzarme hasta el límite.

Di un paso hacia adelante y envolví mis brazos alrededor de ella, abrazándola fuertemente.

—Muchísimas gracias por tu ayuda. —Retrocedí, pareciendo cansada—. Tendrás que decirme lo que las chicas van a necesitar.

Las cejas de Zafrina subieron mientras pensaba.

—¿Tienes tiempo para ir al centro comercial el lunes?

Me encogí de hombros.

—Claro. ¿Qué vamos a comprar?

—La parte más importante. —Sonrió—. Disfraces, nena.

Oh, por Dios.

¿En qué diablos me he metido?


10 comentarios:

letty martinez dijo...

Ohhh por diosss q emocion
Pobre james con ese padre

Kar dijo...

Hola hola Annel que buen capítulo estoy emocionada con la transformación del local adoro la película noches de encanto y me imagino algo así para Bleeding hearts ja ja
Gracias por el capítulo nena, te leo en el siguiente
Saludos y besos 😘😘😘

TataXOXO dijo...

Por fin James admitió su error y fue a disculparse.... es lindo ver que hace el esfuerzo ;)
Espero que a Bella le vaya bien co está idea, y pueda restregaele su éxito en la cara de Emmett!!!
Besos gigantes!!!!
XOXO

vani dijo...

Gracias por actualizar...
Amo está historia.

saraipineda dijo...

Graciassssssssssss Graciassssssssssss Graciassssssssssss Graciassssssssssss

cari dijo...

GRACIAS 😘💕❤

brigitteluna dijo...

Me encanta gracias

MELANY dijo...

Parece k James no es tan malote
Funcionará la idea de bells😄
Y la cara de Ed si ella baila 😲

Anónimo dijo...

pase de tenerle mala a james a sentir lastima por el
tuvo una vida del asco
y despues lo que paso con emmett
burlesque raios espero todo funcione
aun no entiendo xq emmett odia tanto a bels
me da pena eso
un abrazi

Unknown dijo...

O siiii!!! Ya era hora que hicieran algo para atraer a más gente!!! Y un burlesque!!! Puf!!! Ese show va a estar que arde!!! 7u7
Y ya quiero ver qué disfraces tendrán, y tal vez a edward igual le guste la idea 7u7 xD
Que bueno que ahora sí puedan tener un buen lazo fraternal, por qué los hermanos son lo mejor :D
MUCHAS GRACIAS!!

ORACION A MI SEXY VAMPIRITO

Edward de mi guarda
De mi sexy compañia
Bebete mi sangre
De noche y de Dia
Hasta que caiga en tus brazos
Y sea tu marca de heroina