lunes, 18 de febrero de 2019

No puedo amarte capitulo 7


Capitulo 7

Isabella

—Hola, ¿puedes recogerme a las dos? —Coloco el teléfono entre mi oreja y mi hombro mientras cuento el efectivo y lo pongo en la caja—. Ash no vino. Su bebé está enfermo, y no tengo quien me lleve.

—Sí, sí —dice Jacob—. Por supuesto. Estaré allí.

Después de nuestra última pelea, las cosas progresaron exactamente como lo predije. Llegó borracho y relajado a casa, se metió en la cama, y nos acurrucamos. Las cosas casi han vuelto a la normalidad, o lo que es nuestra normalidad, en cualquiera caso, lo suficiente como para que no me importara cuando trató de llevarme a la ducha esta mañana. Sin embargo, cuando entramos a nuestro baño, descubrimos que su padre había arrancado el lavamanos y había comenzado a arrancar las baldosas de la ducha, nuestro baño era lo siguiente en su lista de renovación. ¿Cómo habíamos dormido con todo eso? ¿Y a qué hora se levantó esta mañana?

—Terminaré a las dos —repito, cerrando la caja registradora.

—Sí, lo tengo. Te amo.

—También te amo —respondo y cuelgo.

Edward ha estado trabajando en mi auto, y en un esfuerzo por suavizar las cosas, estoy segura que Jacob realmente ayudó hoy. Sin embargo, no estoy segura cómo voy a pagarle a su papá, porque sé que está gastando dinero, a pesar que actúa como si compró el nuevo tubo de escape a buen precio o simplemente tenía esas llantas nuevas guardadas. He estado tratando de ir más allá en la casa, haciendo cosas como preparar el desayuno para todos esta mañana y limpiar debajo de los cojines del sofá. Incluso planté algunas flores en el patio trasero, alrededor del borde, para la estética, lo que Edward aceptó siempre y cuando no lleve flores a la casa. Me río, pensando en lo gruñón que puede ser a veces. Es bastante gracioso.

Horas más tarde, exhausta y con los pies adoloridos, no puedo esperar para regresar a casa. A casa y a la cama. Estoy tan cansada.


Atando mi cabello en una Coleta, cuento el efectivo, lo vuelvo a colocar en la caja y deslizo la bandeja en la caja fuerte. Después de tapar las botellas de licor, guardar los platos y apagar las luces, miro por la ventana y veo el auto de Jacob junto a la acera. Sonrío, encantada porque llegue a tiempo.

Soplo las velas restantes en la barra, cerrando los ojos y respirando hondo cada vez. Espero que mañana sea mejor que hoy. Es mi deseo de siempre, cuando no tengo nada más en mente, y cada día que pasa, intento acercarme a hacerlo realidad.

Agarro mi bolso, deslizo las propinas en mi bolsillo y salgo por la puerta, cerrándola tras de mí. El aire fresco se siente bien en mis pulmones, y lanzo mi bolso por la ventana abierta antes de abrir la puerta del lado del pasajero. Me deslizo en el asiento delantero, girando mi cansada pero agradecida sonrisa hacia Jacob.

—Hola… —Me detengo, y mi sonrisa cae de inmediato.

Sam, mi ex, está sentado en el asiento del conductor. Miro por encima de mi hombro, asegurándome que Jacob no esté desmayado en el asiento trasero, pero está vacío.

Mis manos tiemblan.

—¿Dónde está Jacob?

Sam ladea la cabeza, como disculpándose.

—Está borracho, cariño. Los muchachos no querían dejarlo conducir. —Su brazo descansa sobre el respaldo de mi asiento, su mano a centímetros de mi cabello y cuello—. Está durmiendo en la casa de Bentley. Le dijeron que alguien se aseguraría de que llegaras a salvo a casa. Me ofrecí.

No. Claro que no. De ninguna manera.

No lo dudo. Tirando de la manija, abro la puerta y salgo, alcanzo el asiento trasero y recupero mi bolso.

—Está bien —le digo—. Puede llevarme Esme. Todavía está adentro.

—No, no está. Acabas de cerrar.

Sabía que me desafiaría. Nada se le escapa.

Una extraña calma se une a su voz, pero sé que es solo superficial.

—Vamos, ya estoy aquí —presiona—. No quieres que haya venido aquí por nada, ¿cierto?

Me inclino, mirando sus oscuros ojos marrones, mientras al mismo tiempo, saco las llaves del bar de mi bolsillo trasero.

—No te pedí que vinieras. Y como dije, tengo quien me lleve.

Dando media vuelta, me apresuro a la entrada de Grounders y abro la puerta rápidamente.

—¡Isabella! —Lo escucho gritar.

Abro la puerta de un tirón y entro, lanzándole una mirada dura mientras todavía está sentado en el auto.

—Vete a casa.

Y cierro la puerta de nuevo, girando la cerradura y retrocediendo como si fuera a intentar derribarla. Me quedo allí, respirando con dificultad y temblando.

No permitirá que eso pase. No hará nada esta noche, porque hubiera salido del auto más rápido de lo que yo hubiera podido llegar a la puerta del bar si fuera a intentarlo, pero estará lo suficientemente enojado como para no olvidarlo.

Fue un error de seis meses que cometí en la escuela secundaria, pero no volveré a ser tan estúpida. Mi guardia está arriba ahora.

Y no vino a llevarme a casa esta noche. No directamente, de todos modos. Tal vez después de haber terminado conmigo.

Cierro los ojos, tratando de ahogar el recuerdo de él golpeando la ventana de mi auto una noche mientras yo trataba frenéticamente de poner la llave en el contacto. Todavía puedo sentir el fuego en mi cuero cabelludo donde jaló mi cabello.

Me doy la vuelta y abro los ojos, alejando los pensamientos. Después de un momento, escucho el rugido del motor más allá de la barra y los neumáticos chirriando por la calle.

Se ha ido.

Pongo mi bolso en la barra y corro por el pasillo, deslizándome por los baños, revisando las cerraduras de la puerta trasera, abriéndola y volviendo a cerrarla, tirando del mango para asegurarme que no abre, y luego vuelvo a correr al frente y reviso la puerta de entrada nuevamente y las ventanas.

Sacando el teléfono de mi bolso, me siento en un taburete de la barra, agarrándolo con mi puño. ¿A quién llamo?
Probablemente Sam esté diciendo la verdad. Jacob está borracho de nuevo. ¿Por qué haría eso? Sabía que estaba contando con él para que me buscara. Estoy segura que no sabe que Sam fue quien vino en su lugar, pero aun así… podría malditamente matarlo.

Trago el dolor que sube por mi garganta.

Llamo a mi hermana, pero como siempre, va al correo de voz. Probablemente ya está saliendo del trabajo o está en casa durmiendo.

¿Mi papá? ¿Madrastra?
Ni siquiera han llamado desde que los llamé hace una semana. No pueden hacer nada sin actuar como si fuera una gran imposición. Pedirles algo es deberles. Es una carga.

Soy una carga.

Edward cruza por mi mente. No tengo dudas que vendría.

Pero eso solo enojaría a Jacob si su padre descubriera que metió la pata esta noche, y tampoco quiero que Edward lo sepa. Es vergonzoso. Somos adultos y nos hemos buscado esto. Me está cuidando lo suficiente y no lo despertaré cuando tiene que trabajar por la mañana. Eso me hace una carga.

La única persona a la que podría llamar es Esme, y su casa está al otro lado de la ciudad.

No quiero llamar a Jacob, porque, por supuesto, no puede conducir, pero tal vez podría enviar a otro amigo.

Pero no. No lo llamaré. Estoy muy enojada ahora mismo.

Y esta ciudad tampoco tiene taxis.

Veo la mesa de billar, los ceniceros que están en los bordes y las marcas de arañazos en todo el asqueroso fieltro.

Bueno, maldición. Amanecerá en unas pocas horas. Puedo caminar a casa entonces. Tendré que esperar. No le voy a pedir mierda a nadie.

Saltando del taburete, vuelvo a dirigirme detrás de la barra y saco dos montones de toallas blancas limpias y las llevo a la mesa de billar, abriéndolas una por una y cubriendo la superficie sucia.

Apagué el aire acondicionado hace horas, por lo que ahora hacen unos cómodos veinticuatro grados, pero saco mi sudadera con capucha de mi bolso en caso que quiera cubrirme más tarde. Agarrando mi teléfono, dejo encendida la luz del pasillo y me subo a la mesa, bajando lo suficiente, para tener espacio para acostarme. Metiendo mi brazo debajo de mi cabeza, bostezo y verifico el volumen y la batería de mi teléfono, asegurándome de tener suficiente energía en caso que algo salga mal mientras estoy sola aquí toda la noche.

Algo como Sam regresando.

Encuentro mi aplicación que hace sonar un ventilador y la pongo, con la esperanza de poder dormir un poco, pero no soy optimista No me siento segura, así que no puedo relajarme.
Cerrando los ojos, siento el peso de la fatiga en mis párpados y la agradable sensación de agotamiento. Es del tipo que sabes que te mereces, porque trabajaste duro ese día.

Pero después de veinte minutos, mi mente todavía está corriendo. Mi cuerpo está agotado por hoy, pero mi cerebro no.

Cuando suena mi celular, estoy bastante segura que es la señal de que no estoy destinada a dormir esta noche.

Lo traigo hasta mis ojos, entrecerrándolos por la luz brillante.

Edward.

Frunzo el ceño.

—¿Hola? —Lo sostengo en mi oído, bostezando de nuevo.

—Hola —dice como esperando que no contestara—. Yo… a-acabo de ver que son más de las tres, y no había nadie en casa, así que solo quería ver que todo estaba bien. Asegurarme que todo estaba bien.

Me pongo de lado, todavía usando mi brazo inferior como almohada, y sostengo el teléfono junto a mi oreja con la otra mano.

—Estoy bien. —Sonrío ante su preocupación y broma—. ¿Tengo un toque de queda o algo así?

—No —responde, y puedo escuchar el humor en su voz—. Quédense afuera y diviértanse. Hagan sus cosas. Yo solo… —Hace una pausa por un momento y luego continúa—: Sabes, no te preocupas por cosas que desconoces. Cuando Jacob no vivía conmigo, no siempre sabía dónde estaba o qué estaba tramando, así que no pensaba al respecto todo el tiempo. Ahora, ustedes dos viviendo bajo mi techo, parece que me preocupo constantemente. —Suelta una carcajada—. Ese bar es peligroso. Solo quería asegurarme que saliste del trabajo de forma segura y que todo está bien. Solo estoy… asegurándome.

No me ofende su comentario. No es mi bar, después de todo, y sí, es peligroso.
Estoy tentada a ver si quiere venir a buscarme después de todo, ya que está despierto, pero mi orgullo no me deja. No quiero ser un problema. Y definitivamente no quiero ser responsable de crear problemas entre él y Jacob. Puedo pelear mis propias batallas.

—Sí. Todo está bien —miento, agregando un poco de burla a mi voz—. No soy una niña, ¿sabes?

—De alguna forma lo eres.

Resoplo. Bueno, niña o no, creo que es bueno tener a alguien que cuide de mí.
—¿Llamaste a Jacob también? —pregunto.

Pero no responde. En su lugar escucho un fuerte golpe y algo moviéndose.

—Mierda —gruñe.

Mis ojos se abren, asustándome.

—¿Qué pasa?

—El maldito microondas no funciona bien —gruñe—. Sabía que no debí haberlo reemplazado solo para que coincidiera con los otros electrodomésticos nuevos, maldición. No hace palomitas de maíz.

Estrecho mis ojos, pero quiero reírme mucho. Se altera tanto.

—Hay un botón para las palomitas de maíz —le recuerdo.

—¡Lo presioné!

—¿Dos veces?

—¿Por qué tendría que presionarlo dos veces? —responde como si fuera estúpida.

—Porque el tamaño de las bolsas que usas toma tres o cinco minutos de cocción —señalo.

—Lo sé.

—Bueno, en tu nuevo horno de microondas, al presionarlo una vez solo le da dos minutos de cocción. Para las bolsas más pequeñas —aclaro—. Necesitas presionar dos veces para poner el minuto correcto.

Hay silencio y luego escucho un murmullo.

—Oh.

Aprieto mis labios para no reírme. Su desamparo por esto es bastante divertido. Ojalá estuviera allí.

—Bueno —dice después de un breve silencio—, supongo que te dejaré ir entonces.

—Oye, espera —le digo, deteniéndolo.

Me detengo, insegura de cómo decir esto.

—¿Te importa si te pregunto algo? —digo finalmente.

—No, supongo.

Me humedezco los labios, vacilante. No quiero ofenderlo, pero tengo curiosidad.
—¿Dónde están todas tus cosas de la casa? —pregunto.

—¿Qué?

Respiro hondo, preparándome.

—Hay muebles, pero no mucho más. No parece que vivas allí. ¿Por qué?

El otro lado del teléfono está en silencio, y dejo de respirar, con miedo de no escucharlo hablar.

¿La pregunta fue insultante? No quise que lo fuera. Me di cuenta que él sabe mucho sobre mí, y apenas sé nada sobre él. Sabe quiénes son mis padres, qué le pasó a Jacob y a mi amigo, que amo las cosas de los 80, que crecí sin una madre, lo que estudio en la universidad…

Pero él todavía es un gran misterio.

—Lo siento si eso sonó mal —le digo cuando no responde—. Es una hermosa casa. Es solo que Jacob mencionó que tú y su madre se conocieron en la secundaria, donde eras una especie de estrella de béisbol. Debes amar el deporte. Solo tengo curiosidad por qué no veo trofeos o imágenes, o algo así en la casa. No hay fotos recientes de ti y Jacob, tampoco música, ni libros… Nada que describa lo que te gusta.

Respira, se aclara la garganta y un sudor frío recorre mi cuello.

—Está todo empacado en el sótano —me dice—. Supongo que nunca lo saqué después de mudarme a la casa.

—¿Cuánto tiempo has estado en esa casa?

—Eh… —se voz se desvanece como si estuviera pensando—, supongo que la compré hace diez años.

¿Diez años?

—Edward… —digo, tratando de no reírme.

Exhala una risa en mi oído, y sonrío, sacudiendo la cabeza.

—Supongo que suena raro, ¿eh? —pregunta.

¿Que todavía no hayas desempacado todo? .

Giro sobre mi espalda, manteniendo mi brazo metido debajo de mi cabeza.

—Entiendo que botemos ciertas cosas a medida que envejecemos —le digo—. Pero has tenido una vida desde que te mudaste a ese lugar, ¿cierto? No veo nada de tu personalidad. Lugares que has visitado, baratijas que has recogido a lo largo de los años…

—Sí, lo sé, yo eh…
Vacila de nuevo, dejando escapar un suspiro, y el sonido de su aliento vibra en mi oído, enviando hormigueos por mi espina dorsal.

Ojalá pudiera ver su rostro. Es tan difícil leerlo por teléfono. Todo lo que puedo imaginar es la forma en que baja los ojos a veces, como si no quisiera que alguien supiera lo que está sintiendo, o la forma en que asiente, como si temiera lo que va a salir de su boca si habla.

Finalmente continúa:

—Jacob se hizo más importante —admite—. En algún momento, quién era yo y lo que quería se volvió irrelevante.
Entiendo. Cuando tienes hijos, tus esperanzas se transfieren a ellos. Tu vida queda relegada a lo que ellos necesitan. Lo entiendo.

Pero Jacob es un adulto ahora, y Edward ha estado solo por un tiempo. ¿Qué hace cuando no está en el trabajo?

—Me encantaría ver algunas de las cosas —le digo—. Si alguna vez quieres desempacar, te ayudaré.

—Nah, está bien.

Frunzo el ceño por la rapidez con que me rechaza.

—¿Quieres decir que no puedo ver anuarios antiguos, y si tú y Jacob eran iguales a la misma edad? —bromeo.

Suelta una risita tranquila.

—Dios no. ¿De regreso a cuando lo único importante que tenía que hacer era mi cabello?

Sonrío, pero por supuesto, no puede verlo. ¿Era un chico de una sola chica en la escuela secundaria, o tenía muchas como Jacob antes que yo?
Recuerdo lo que dijo Jacob sobre que su padre engañó a su madre, pero por alguna razón no me parece así.

—La verdad es, Isabella —dice—, cuando eres joven, puedes ser realmente estúpido. No me importa recordar ese momento de mi vida. Quiero seguir adelante.

Pero no estás avanzando del todo, por lo que parece.

—Necesitas algo de sabor en tu vida —bromeo—. Deberías tener una mujer.

—Sí, y deberías volver con tus amigos ahora —responde.

Me río.

—Oh, vamos.
—¿Qué te hace pensar que todavía no tengo una mujer, Isabella?

Su voz es burlona, y puedo sentirlo hasta los pies.

Mi boca se seca.

—¿La tienes? —pregunto.

Quiero decir, solo estaba bromeando. ¿No sería incómodo tener a dos mujeres caminando por la casa? Ya tengo mis quehaceres, y hago la mayor parte de la cocina. Esa isla con bloques de carnicero y yo tenemos una relación ahora. Podría ponerme un poco celosa si otra mujer la toca.

—No me has conocido desde hace mucho tiempo —dice juguetón—. Debo ocuparme de mis necesidades de vez en cuando. Soy humano, después de todo.
Se me revuelve el estómago y frunzo las cejas. ¿Sus necesidades?

Una imagen de cómo se ve cuando tiene que satisfacer esas necesidades destella en mi mente. La aparto.

Mmm, sí. Bueno.

De repente, se ríe.

—Estoy bromeando —dice—. Sí, salgo de vez en cuando, pero no veo a nadie ahora. No tienes que preocuparte por encontrarte con una mujer que no conoces en la casa.

—O mujeres —digo—. ¿Cierto?

Se burla, y solo puedo imaginar su rostro.

—¿De verdad me ves siendo capaz de hacer malabares con más de una mujer? ¿Alguna vez?

—No, te gusta tomarte tu tiempo.

—Exactamente.

Mi corazón se calienta y sabía que estaba en lo cierto. La madre de Jacob lo alimentó con tonterías para que su hijo rivalizara con su padre.

Está en la punta de mi lengua decir algo sobre Jacob, pero si Edward lo confronta, con las mentiras que probablemente le contó su madre, Jacob lo verá como que traicioné su confianza. Y podría avergonzar a Edward. Ellos no son mi familia No es mi lugar.

Un bostezo estira mi rostro, y dejo escapar un pequeño gemido, mis ojos se vuelven más pesados.
—Bueno, supongo que te dejaré ir —dice Edward—. Diviértanse, ¿de acuerdo? Cuídate.

—Lo haremos. —Mis párpados se cierran, su voz persiste en mi oreja—. Y recuerda —le digo—, presiona el botón dos veces.

Resopla.

—Sí, señora.

—Hasta luego —digo.

Se detiene un momento antes de contestar.

—Buenas noches, Isabella.

Cuelga, y dejo mi teléfono, bostezando nuevamente y sin molestarme en volver a encender la aplicación del ventilador.

Una sonrisa estira las comisuras de mis labios. ¿Cómo puede un hombre de treinta y ocho años no saber cómo hacer palomitas de maíz para microondas? Es literalmente a prueba de idiotas.

Me río, mis párpados se vuelven pesados y somnolientos mientras me olvido de Sam y Jacob, de lo incómoda que es esta mesa de billar o lo exhausta que probablemente estaré mañana. Edward recorre mi mente y todo lo que dijo, lo profunda que era su voz cuando me dijo “buenas noches, Isabella”, y cómo se me puso la piel de gallina en los brazos.

Y que esta es la tercera noche, de esta semana, en que él ha sido la última persona con quien hablo antes de dormirme por la noche.


3 comentarios:

Ana dijo...

Muchas gracias por el capítulo, pobre bella... No me gusta nada este Jacob

Soma dijo...

Relajada porque lo escucho ya va estar en problemas esta Bella...

vani dijo...

Hola, no es común que a la edad de bella sean tan responsable los adolescentes.
Gracias por actualizar.

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