Capítulo 14
El estofado de
cola de s’roth estuvo delicioso, jugoso y delicado al mismo tiempo. Fue claro
ver porque Edward había descrito al s’roth como una combinación entre una vaca
y un árbol. La pulpa tenía la consistencia de la carne y los vegetales
combinados de algún modo en uno. Lo encontré extraño pero sabroso y muy
agradable.
El baño de más
tarde tampoco estuvo malo, aunque fue un poco difícil encontrar un traje de
baño para mí. No podía usar uno de Edward, por supuesto, y no tenía uno propio.
Al final la madre de Edward hizo un “bañador” con lo que dijo había sido uno de
Edward cuando él era de mi tamaño. A juzgar por los personajes de caricatura
impresos en la colorida y holgada tela, debió haber sido mucho más joven cuando
era del tamaño del que yo era ahora. El bañador era un short sin entalle que
llegaba bajo mis rodillas. Escondía bien mi entrepierna, de lo que estaba
agradecida, pero aun así tuve que insistir en usar una camiseta.
—Estamos sólo
nosotros ahora, ya sabes. —Señaló Edward mientras registraba mi bolsa, buscando
una camisa que fuera lo suficientemente liviana para usar mientras quedara
sumergida en el agua y también lo suficientemente gruesa para cubrir mi pecho
vendado—. No tienes que ser tan discreto.
—Siempre hemos
sido “sólo nosotros” en el dormitorio. —Señalé con un poco de frialdad mientras
elegía una camisa y buscaba algún lugar privado donde ponérmela—. Y aún soy
pudoroso allá.
Asintió.
—Ya lo creo.
Sólo quiero que sepas que puedes confiar en mí. No voy a reírme de ti o tomarte
el pelo si tienes algo… —Aclaró su garganta—. Algo que prefieras no mostrar a
la mayoría de las personas.
Lo miré
rápidamente. ¿Era posible que sospechara de mí después de todo este tiempo?
Pero en su mirada no guardaba sospecha… sólo esperanza. ¿Él quería que nos
volviéramos más cercanos durante este receso? Mi corazón se aceleró; no podría
negar que me sentía de la misma manera. Pero nunca podría volverme lo
suficiente cercana para mostrarle lo que yo escondía del resto del mundo, nunca
podría confiar en él lo suficiente para poner no sólo mi vida, sino también la
vida de Jasper en sus manos. E incluso si pudiera confiar lo suficiente, la
idea de estar en topless en frente de él hace que mis mejillas se enciendan de
vergüenza.
—Lo siento
—dije, sintiendo mi cara ponerse roja—. Pero sólo soy… soy tímido, Cullen. Por
favor intenta comprenderlo.
Su penetrante
mirada azul se suavizó.
—Sí, está bien,
enano. No quería presionarte… simplemente quería que sepas que puedes confiar
en mí.
—Lo hago —dije
suavemente. Tanto como puedo, de todos modos. Nuestros ojos se encontraron y
los sostuvimos por un largo tiempo, entonces Edward aclaró su garganta mirando
hacia otro lado.
—Ve afuera y
gira a la izquierda —dijo—. Es la sala al final de vestíbulo, novato.
—Gracias —dije
y salí, aferrando la camisa y el bañador contra mi pecho.
* * *
A pesar del
largo trayecto en el taxi flotante hasta la casa de Edward, fue sorprendente un
corto viaje al océano. Una escalera de caracol había sido esculpida en ladera
de la montaña la cual bajaba directamente a las blancas arenas de una playa
privada. Maravillada miré fijamente a la vasta expansión de arena gris perlada,
brillando como plata a la luz del atardecer. Por encima de ello, cristalinas
olas verde azuladas llegaban hasta la orilla gentilmente. Como todo lo demás en
Apolo, era hermoso.
—¿Te gusta?
—preguntó en voz baja Edward, que estaba de pie junto a mí.
Asentí.
—Es
impresionante.
—Y se siente
incluso mejor de lo que se ve. —Me dio una sonrisa desafiante—. Vamos, te echo
una carrera. —Corrió como una flecha dorada sobre la arena plateada y tiré
abajo mi toalla para perseguirlo.
—Espera —grité
cuando él se puso a la delantera fácilmente, sus largas piernas rápidamente me
dejaron atrás.
—¡Trata de
seguirme, enano! —Se rió de mí y se detuvo de golpe al llegar al borde del
océano.
—No es justo
—dije, alcanzándolo finalmente—. Tus piernas son mucho más largas que las mías.
—Esa no es
excusa para ser lento —se burló de mí—. Vamos, entra al agua.
—Espera…
—comencé a protestar, pero Edward ya me había tomado por la muñeca y estaba
arrastrándome dentro del océano. Estaba aterrada al principio por las
refrescantes olas chapoteaban en mis tobillos, pero el tibio agarre de Edward en
mi brazo pronto calmó mi miedo. Por su insistencia, me adentré más lejos,
sintiendo el suave crujir de la arena y las conchas bajo mis pies desnudos, y
llenando mis pulmones con la salada brisa marina.
—¿Bien? —dijo Edward
cuando estábamos de pie hundidos hasta la cintura por el agua, aunque era más
como hasta el muslo para él—. ¿Qué piensas?
—Nunca había
sentido nada como esto —admití en voz baja. Podía sentir la potente fuerza de
la corriente empujar contra mis piernas, podía oler la sal en el
aire y escuchar
el suave chillido de las aves sobre nuestras cabezas. Estaba casi abrumada por
las nuevas sensaciones y también, aquí en el océano sentí una paz indeleble
junto a mi amigo; una paz que nunca había tenido antes.
—Puede ser un
poco abrumador la primera vez que lo ves —dijo Edward—. Especialmente si nunca
has visto alguna clase de océano antes.
Abrumador era
un buen término. Hasta donde alcanzaba la vista no había nada más que agua y
cielo; bueno, excepto por una larga franja de roca que se extendía a lo lejos
por el océano a mi izquierda. Parecía estar compuesta de piedras color rojo
oscuro y de ramas con bifurcaciones azul brillante creciendo fuera de ella.
—¿Qué es eso?
—pregunté a Edward, apuntándolo.
Le dio una
rápida mirada.
—El
rompeolas. Evita que las olas lleguen a ser demasiado altas; los tiene aquí cada
milla más o menos. Si quieres estar seguro, mantente alejado de él; las espinas
de mar te harán trizas si estás demasiado cerca.
—¿Espinas
de mar? —Miré a sus brillantes pinchos azules.
—Ellas
crecen sobre las rocas; nada parece detenerlas. —Se encogió de hombres Edward—.
Sólo quédate lejos del rompeolas y estarás bien. —Miró atrás hacia el mar
y suspiró suavemente—. Ya sabes, dicen que de todas las lunas de nuestro sistema
Apolo son como la de la antigua Tierra. Excepto por la arena que era supuestamente
dorada en lugar de plateada.
—Estoy
seguro de que era hermoso —dije, amando la sensación de como la brisa
marina alborotaba mi cabello corto—. Pero no puedo imaginar nada más hermosos
que esto.
—Vine
aquí hace muchos años después de… bueno, después. —Los pálidos ojos
azules de Edward
estaban fijos en el distante horizonte mientras hablaba—. Ayudó.
Un poco.
Quería
saber mucho más acerca de su hermano y exactamente como murió pero no
ofreció nada más.
—Es
muy pacífico —dije, aplastando mis pies en la arena.
—Muy
pacífico. —De repente miró hacia mí con sus indescifrables ojos—. Ese es
el por qué necesitas aprender cómo nadar… ahora. Vamos, te mostraré. — Agarró
mi muñeca otra vez y comenzó a tirar de mí hacia lo más profundo del agua
pero esta vez me resistí.
—Cullen,
no —protesté, mi voz se tensó por el miedo—. ¡No quiero meter mi cabeza!
—No
hay problema, no iba a mojarte. —Dejó de arrastrarme y extendió sus brazos—.
Aunque sería mejor si no tuvieras miedo de meter tu cabeza bajo el agua.
—No
quiero hacer eso… no aún —dije rápidamente.
—Está
bien, entonces, vamos a comenzar con otra cosa. Necesitas aprender como
flotar.
—¿Flotar?
—dije estúpidamente—. ¿Cómo…?
—Te
mostraré pero tienes que venir un poco más adentro. —Se adentró hasta que
el agua le llegaba al pecho y esperó pacientemente a que me uniera a él.
Vacilante,
me dirigí hacia su lado. Ahora estaba sobre las puntillas de mis pies, el
agua me llegaba casi hasta el mentón. La corriente, que antes había sentido hacer
presión contra mis piernas tan tranquilizadoramente, ahora se sentía peligrosamente
fuerte. Agarré el brazo de Edward para mantener el
equilibrio
cuando una ola particularmente grande casi levantándome de mis pies.
—Bien.
—Edward
parecía complacido de que hubiese confiado en él—. Ahora vas a
recostarte sobre tu espalda y dejar que el agua te sostenga.
—¿Qué?
—Comencé a sacudir mi cabeza—. No lo creo, Cullen.
—No
te preocupes… estaré sosteniéndote. Mira, sólo confía en mí. —Se agachó y
de repente me encontré siendo sostenida por sus brazos como un bebé.
Asustada,
puse mis brazos alrededor de su cuello. ¿Iba a empujarme sobre mi espalda
y dejarme ir?
—No
me estrangules —dijo Edward, aunque no hizo ningún movimiento
para poner
distancia entre nosotros—. Relájate.
—No…
no puedo —susurré, paralizada por el miedo.
—Swan…
Jaz,
mírame —murmuró.
Giré
mi rostro hacia él y me di cuenta, con vergüenza, de que estábamos a sólo pulgadas
de distancia; lo suficientemente cerca para besarnos. Me recordó la posición
en la que estábamos cuando me inmovilizó en la colchoneta durante nuestra
primera lección de judo. Pero esta vez, en lugar de alejarse de mí, Edward aún
estaba sosteniéndome cerca, mirándome todavía a los ojos.
—¿Cullen?
—susurré en un hilo de voz, sonando insegura.
—Está
bien. —Su profunda voz era suave y tierna… casi tranquilizadora—. Te dije
que te mantendría a salvo, ¿no?
—Sí…
—Lamí nerviosamente los labios y probé la sal—. Es sólo… que nunca he estado
tan en lo profundo antes.
—Yo
tampoco —murmuró Edward
y me pregunté si hablaba sobre el océano… o sobre algo más—. Pero
estamos aquí juntos y te juro que no voy a soltarte, Jaz. Nunca
te dejaré ir.
Por
un largo momento nos miramos a los ojos el uno al otro. Sentí como sus penetrantes
ojos azules estuvieran mirando directamente a mi alma, mi boca estaba
seca y no podía formar palabras para responderle. Tuve la extraña idea de
que él quería besarme pero supe que eso no podría ser… No cuando aún pensaba
que yo era un hombre. Después de lo que pareció una eternidad, finalmente
susurré:
—Cullen…
Suspiró
y sacudió su cabeza, como si intentara despejarla.
—Mira,
el punto es, que necesitas relajarte. ¿De acuerdo?
—Está
bien. —Asentí, sintiendo que el extraño momento entre nosotros se había roto.
Intenté aclarar mi cabeza de los sentimientos perturbadores dentro de mí y concentrarme
en la relajación. Cerrando mis ojos, tomé un profundo aliento e intenté
dejar ir mi miedo. Estaba segura en los fuertes brazos de Edward,
me dije a
mí misma. A salvo y segura. Él no me dejaría caer. No me dejaría irme.
—Bien.
—Lo escuché murmurar, cuando aflojé el agarré alrededor de su cuello—.
Ahora sólo inclínate hacia atrás de a poco. Voy a mantener mis brazos bajo
tu espalda y cadera, el agua sostendrá la mayor parte de tu peso.
No
parecía posible que un delgado líquido chapoteando suavemente sobre mi piel
pudiera sostenerme, pero me dije a mí misma otra vez que debía confiar en él.
Echándome hacia atrás, sentí las frías olas romper contra mi cabeza, rozando mis
mejillas cuando los fuertes brazos de Edward me
estabilizaban. Enderecé mis piernas, para descansar sobre la superficie del agua
y dar lo mejor de mí y
dejarme ir débilmente.
Para
mi sorpresa, Edward
tenía razón. Aunque parecía imposible, una vez mi cuerpo estuvo
completamente relajado pude sentir como las salas olas me sostenían,
como una gigante, y amigable mano.
—¡Está
funcionando! —Miré arriba hacía él y sonreí—. ¡Estoy flotando, Cullen!
—Lo
sé. —Sonrió de vuelta—. Y apenas estoy tocándote… sabes.
Asentí.
Podía sentir sólo una ligera presión de sus dedos contra mi espalda.
—Es
impresionante.
—Es
relajante cuando realmente sabes cómo hacerlo —dijo—. Pero tienes que ser
cuidadoso de no dormirte y quedarte flotando en el océano.
No
podía imaginar hacer eso. Me gustaba la mano gigante de agua que me sostenía
pero el cielo sobre mi cabeza estaba tornándose a un intenso púrpura mientras
Prometeo se ocultaba y el agua llegaba a mis orejas, haciéndome difícil escuchar.
Sentí un escalofrío bajar a través de mí, cuando la temperatura del océano
bajó; era momento de irnos.
—Es
una sensación adorable —dije, mirando arriba hacia Edward—.
Pero, uh, ¿cómo
me detengo?
Se
rió.
—Sólo
pon tus piernas hacia abajo. Levántate… te estoy sosteniendo. — Gentilmente,
me guió hacia abajo hasta que estuve de puntillas en la arena del fondo
del océano. Incluso cuando estuve completamente de pie, nunca soltó mi brazo.
En su lugar me dio una mirada inquisitiva y entonces cabeceó hacia la orilla.
Creo que has tenido suficiente en la primera lección y la marea subirá pronto.
Anda, vámonos.
Sólo
estaba muy feliz de seguirlo fuera de las olas. Edward
mantuvo un fuerte
agarré sobre mi muñeca hasta que llegamos a la orilla. No fue hasta que
salimos completamente
del océano que me dejo ir… de mala gana, creo.
—Bien.
—Empujé el pelo mojado fuera de mi frente—. No estuvo tan mal.
—No,
en lo absoluto. —Edward
sonó desconcertado, como si estuviera sorprendido de que mi
primera lección hubiera ido tan bien. Suspiró y se sacudió—.
¡Pero una vez que sales del agua la brisa es helada! Vamos a agarrar nuestras
toallas y volver a la casa. Quizá consigamos un poco de chocolate caliente.
Fruncí
el ceño.
—¿Qué
es chocolate caliente?
—Nunca
has… No importa. —Edward sonrió—. Estás invitado. Vamos.
El
chocolate caliente, una vieja receta de la antigua Tierra, era la cosa más deliciosa
que había probado y se lo dije a Edward con entusiasmo.
Puso
los ojos en blanco.
—Como
si no lo hubiera adivinado después de la tercera taza.
Pero
parecía contento de que lo disfrutara tanto. Para cuando terminé mi última taza,
sus padres se habían ido a la cama hace mucho y teníamos la casa para nosotros.
Se estaba haciendo tarde cuando por fin Edward sugirió que
era el momento
de ir a dormir. Aún estaba nerviosa por la idea de dormir en la misma cama
con él, pero sabía que no podía decir nada al respecto, así que simplemente
asentí.
Si
bien cambiarme al pijama era más fresco, me debatí sobre si quitarme las vendas
de mis pechos o no. Las que había estado usando en el mar estaban mojadas,
claro, pero tenía unas de repuesto por si acaso. Al final, la comodidad ganó.
Estaba bastante segura de que incluso si Edward
accidentalmente rozara
contra mí durante la noche, no sentiría nada por mi pijama. Era una de
las ventajas
de tener el pecho plano. Escurrí los vendajes mojados y los puse en la pequeña
unidad de secado rápido antes de enrollarlos y esconderlos entre mi ropa.
Cuando
llegué a la habitación, Edward ya había apagado las
luces y ocupaba el
lado izquierdo de la cama. La única luz era el débil resplandor
plateado de Zeus
a través de la ventana. No pude evitar notar que el planeta de los
anillos estaba
en una posición diferente en el cielo de Apolo de lo que había sido
cuando estábamos
en Ares donde se situaba la Academia.
Dejé
caer mi bulto de ropa, cuidadosamente doblada, sobre una silla y me subí al
lado contrario de Edward. Tuve cuidado de permanecer en el
lado derecho,
cerca del borde.
—Oye,
camarón, no tienes por qué irte hasta allá —murmuró, volviéndose hacia
mí—. No muerdo, ¿sabes?
—Lo
sé —dije a regañadientes, arrastrándome hacia el centro.
—Bien.
Ponte cómodo. Incluso puedes patearme si ronco.
—No
roncas —dije.
—Bueno,
tú sí —rió por mi mirada indignada—. Es broma. Sólo te he oído roncar
una vez y creo que fue cuando estabas muy cansado.
—Está
bien. —Algo más calmada, me acomodé, colocando la almohada con mayor
comodidad bajo mi cabeza.
—¿Sabes
quién solía roncar? —preguntó en voz baja, justo cuando estaba empezando
a sentir sueño—. Jamie.
Al
instante me puse alerta. ¿Finalmente iba a dar algunas respuestas a mis muchas
preguntas internas?
—¿En
serio? —pregunté neutral, dándome la vuelta para mirarlo de frente—. ¿Tenía,
um, algo que ver con su condición médica?
—Para
nada. —En la penumbra, vi a Edward sacudir la cabeza—.
Generalmente
era ruidoso en todo lo que hacía. Quiero decir, estuvo enfermo toda su
vida, pero
nunca dejó que eso lo detuviera, ¿sabes? Golpeaba y gritaba y volvía a golpear
donde estuviera y con lo que estuviera haciendo. —Suspiró—. La casa parece
tan tranquila ahora que no está él. Justo ahora, cuando yo estuviera tratando
de irme a dormir, empezaría a poner su música. Solía molestarme tanto...
—Suspiró de nuevo—. Pero ahora lo echo de menos. ¿No es estúpido?
—No
es estúpido extrañar a tu hermano —dije en voz baja. Pensé en lo mucho que
extrañaba a mi propio hermano, en cómo él estaba a años luz de distancia ahora,
en un sistema solar totalmente diferente. La idea hizo que mis ojos se llenarán
de lágrimas, pero parpadeé para quitarlas.
—También
echas de menos a alguien, ¿verdad? —preguntó Edward
suavemente.
Vacilante,
asentí.
—No
puedo hablar mucho sobre ello, pero... sí.
—¿Es
la misma persona por la que lloraste la primera noche en el dormitorio? ¿La
misma persona por la que te escapaste de la escuela para llamarle?
Asentí
con la cabeza otra vez.
—Sí.
La misma persona ambas veces. Pero realmente no puedo decir nada más sobre
ello.
—Sólo
dime una cosa más —dijo Edward—. ¿Es una chica? ¿Hay
alguien especial,
una novia con quien esperas volver?
—¿Qué?
—Casi me reí con sorpresa—. ¡No! No, por supuesto que no. No tengo una
novia.
—Eso
pensé. —Edward
sonaba satisfecho por algo—. Para ser claros, ¿esta persona
no es alguien con quien estés, um, románticamente involucrado?
No
podía entender por qué me preguntaba eso, pero supuse que no sería malo contestar.
—No,
nada de eso —le aseguré—. Amo mucho a esta persona pero no de esa manera.
Lo que siento por él es la misma forma como sentías por tu hermano — añadí,
esperando no haber ido demasiado lejos.
—Está
bien, es bueno saberlo. Tenía que cerciorarme antes de...
—¿Antes
de qué? —pregunté.
—Antes...
antes... —Parecía estar luchando consigo mismo—. Antes de pedirte que
seas mi... mi... hermano de juramento —estalló al fin.
—¿Hermano
de juramento? ¿Qué es eso? —Tuve la extraña sensación de que
había
querido preguntarme algo diferente pero no tenía ni idea de qué.
—Es
una cosa que tenemos aquí en Apolo. —Edward se inclinó más
cerca, tan
cerca que podía sentir su cálido aliento en mi mejilla.
—Una
amistad tan fuerte que trasciende todas las demás relaciones en tu vida.
—Me
miró con atención—. ¿Podrías... crees que podrías sentir eso por mí?
Mi
corazón empezó a ir deprisa y por alguna razón me pareció difícil respirar profundamente.
—Sí
—le aseguré en voz baja, sentándome también—. Oh sí, Cullen.
Yo... yo podría
sentir eso por ti. —Eso y mucho más, susurró mi corazón pero traté de ignorarlo.
Después de todo, Edward
sólo me ofrecía su amistad, ¿cierto?
—Bien.
—Sonaba aliviado y emocionado al mismo tiempo—. Entonces tenemos que
sellar nuestra hermandad.
—¿Cómo
hacemos eso? —pregunté.
—Un
pacto de sangre. —Edward encendió la lámpara de noche y me
miró fijamente—.
Y un símbolo. Algo que llevemos ambos para mostrar lo que significamos
el uno para el otro.
—¿Un
pacto de sangre? —pregunté con incertidumbre—. ¿Cómo...?
—No
es tan aterrador como suena, camarón —me prometió—. Espera, voy a buscar
un poco de desinfectante y una aguja.
Se
levantó y rebuscó en los cajones de su escritorio antes de extraer algunas toallitas
impregnadas con alcohol y una pequeña caja roja.
—Kit
de coser —explicó, llevándola a la cama—. Mamá siempre dice que los chicos
también deben saber cómo coser, al menos lo suficiente como para arreglar
su propia ropa.
—¿En
serio? —dije, sorprendida—. ¿Sabes coser?
—Bueno,
no podría hacer un suéter o algo así, pero si alguna vez tienes un agujero
en los pantalones de tu uniforme y te preocupas por molestar a Biers para
pedir unos nuevos, yo soy tu hombre.
No
era nada mala con una aguja, costura y bordado eran unas de las artes femeninas
que no había sido capaz de evitar aprender en La Push.
Pero por supuesto,
no se lo dije a Edward.
—Eso
es increíble —dije, en lugar de eso—. Tu madre está llena de sorpresas.
—Hizo
que Seth
y yo aprendiéramos a cocinar y limpiar también. —Edward rió—.
Dice que algún día nuestras futuras esposas le darán las gracias.
De
repente se puso serio.
—Um,
eso es lo que solía decir, antes de... —se interrumpió, negando con la cabeza
y se inclinó para estudiar el contenido de la pequeña caja roja con atención.
—Cullen...
—empecé a decir, pero él ya estaba abriendo las pequeñas almohadillas
con alcohol.
De
inmediato, el fuerte olor que yo asociaba con inyecciones asaltó mi nariz. Edward
se frotó la punta del dedo y luego me pasó la almohadilla. Me froté el mío
también. Trabajamos en silencio y yo pensaba en preguntarle cómo exactamente
había muerto Jamie cuando él sacó una larga aguja de plata.
—Extiende
tu dedo —dijo.
Vacilante,
le tendí mi dedo índice derecho, el que había limpiado.
—¿Vas
a...?
—Lo
haré rápido —dijo, y apretó la punta de la aguja contra mi dedo.
Dejé
escapar un grito de sobresalto y estuve a punto de poner el dedo lastimado en
mi boca, pero Edward
sacudió la cabeza.
—No,
no lo hagas. Necesitamos la sangre. —Entonces punzó su propio dedo y dejó
la aguja a un lado.
—¿Para
qué?
—Para
esto. —Vi como una gota carmesí brillante brotó de la punta de su dedo y
luego Edward
presionó su herida contra la mía, mezclando la sangre.
—Ahora
—dijo—, repite después de mí: Tú eres el hermano de mi corazón, el hermano
de mi alma. Juro aquí y ahora serte fiel, estar siempre a tu lado en tiempos
de paz y tiempos de peligro. No dejaré que nada se interponga entre nosotros.
Ni la guerra, ni las mujeres, ni el vino. Voy a vivir a tu lado y morir a tu
lado, fiel hasta la muerte. Así juro este pacto sagrado que por sangre ahora compartimos.
—Guau
—susurré, tomando un momento para absorber las palabras. Era un juramento
fuerte, aunque no pensaba echarme atrás. Quería todo lo que Edward me
estaba ofreciendo, lo quería desesperadamente. Deseaba poder ofrecerme a él
de todo corazón y sin reservas como él se estaba ofreciendo a mí. Pero por ahora,
esto era lo mejor que podía hacer.
—No
lo digas si no lo dices en serio. Si no lo sientes —murmuró Edward, estudiándome
con atención—. No es algo para tomarse a la ligera. Estas palabras
nos unirán. Para siempre.
Me
di cuenta de que había tardado demasiado en repetir el juramento.
—Lo
sé —le aseguré—. Y quiero todo eso, quiero que estemos unidos. Sólo estoy...
tratando de asimilarlo. —Le miré a los ojos—. Pero quiero decírtelo, Cullen.
De verdad que sí.
—Me
alegro. —En la tenue luz de la lámpara de noche, sus pálidos ojos azules parecían
no tener fondo. Me di cuenta de que podía sentarme allí mirándolo fijamente
toda la noche, era tan perfecto. Tan hermoso. Por un momento tuve una
punzada de remordimiento. Aquí estaba prometiéndole fidelidad absoluta y
él todavía no sabía mi secreto más profundo. Pero no podía echarme para atrás.
Sólo
es amistad lo que me está ofreciendo, me recordé a mí
misma inquieta. Una muy fuerte y comprometida amistad,
pero no es como si me ofreciera su corazón o su amor.
Tomando
una respiración profunda, repetí las palabras del solemne juramento, mirándolo
a la cara mientras lo hacía. Sólo me trabé con las palabras una o dos veces
y él me ayudó, murmurando las palabras correctas para que pudiera terminar
de tomar el juramento. Cuando terminé, él asintió.
—Bien.
Ahora, el símbolo.
—¿Qué
clase de símbolo? —pregunté, tomando mi dedo y frotándolo con la manga
de mi pijama. Ni siquiera sacó una mancha, la pequeña herida ya estaba casi
cerrada.
—Te
lo dije, tiene que ser algo que llevemos los dos. Hmm... —Edward
miró alrededor
de su habitación, con el ceño fruncido por la concentración.
—Cuando
solían hacer esto como una ceremonia más formal, tenían preparados anillos
especiales. O a veces una cadena de oro con el símbolo de la hermandad estampado
en ella... —Me sonrió—. Ya lo tengo.
—¿Qué?
—pregunté, pensando en lo que vendría.
—Esto.
—Estirándose, desabrochó uno de los pernos de platino y ónice que llevaba
siempre. Eran tan parte de él que la oreja derecha se veía desnuda sin el pequeño
pero precioso adorno.
Mi
corazón saltó a mi garganta. Aunque era común en los hombres tener las orejas
perforadas, ninguna dama en mi provincia natal de La Push
lo consideraría
nunca. Poner un agujero en su cuerpo, no importa cuán pequeño sea,
era una señal de tu
voluntad siendo penetrada en otro lugar. En otras palabras,
sólo las prostitutas se agujereaban los oídos.
—Oh
no, Cullen
—protesté mientras sostenía el pequeño metal negro y plata hacia
mí—. No podría.
—Claro
que sí —dijo ásperamente—. Quiero que lo tengas.
—Pero...
pero deben ser especiales para ti —señalé, tratando de pensar en otra razón
para negarme que no hiriera sus sentimientos—. Nunca, nunca te los quitas.
—Fueron
el último regalo de Jamie para mí —admitió—. Por eso nunca me los quito.
Pero también es por eso que quiero que tengas uno.
Empecé
a protestar de nuevo, pero él puso el arete en mi palma y cerró mis dedos
alrededor de él.
—Esto
es importante —murmuró, mirándome a los ojos—. A Seth...
no le importaría.
Él estaría contento de que hubiera encontrado a alguien tan... tan importante
para mí. Otro hermano.
—Otro
hermano —repetí en voz baja. Esas palabras, así como la mirada de sus azules
ojos perforándome, derritió el resto de mi resistencia. No había manera de
que pudiera negarme a lo que me ofrecía.
—Está
bien, Cullen
—susurré—. Estaría orgulloso de llevar tu símbolo. Pero vas a
tener que ponérmelo, por lo menos la primera vez.
Frunció
el ceño.
—¿Por
qué?
—Porque,
mis orejas no están perforadas. —Incliné mi barbilla, mostrando mis lóbulos
de las orejas sin marcar—. ¿Ves?
—Es
verdad. No lo sabía. —Frunció el ceño—. ¿De verdad quieres que lo haga, que
te perfore el oído?
Tomé
una respiración profunda.
—Si
es la única manera en la que puedo usar tu símbolo, entonces sí, quiero que
lo
hagas.
—Va
a doler —advirtió, mientras abría otro algodón con alcohol.
Pensé
en la paliza que había tomado en mi lugar, en la intensa angustia física que
había sufrido por mí.
—No
me importa —dije, levantando mi barbilla. Y no me importa lo que alguien en casa
pudiera pensar tampoco, me dije desafiante. El gesto que
Edward
estaba haciendo
cuando me ofreció su símbolo era más importante que cualquier dolor o
censura que podría tener a causa de él.
—Sólo
hazlo —dije, cerrando los ojos—. Hazlo y hazlo rápido.
—Tan
rápido como pueda —prometió. Di un grito ahogado cuando sentí algo frío
tocar mi oreja y Edward
se rió—. Eso es sólo el alcohol, enano.
—No
me llames así —protesté—. Sabes que no me gus…
Pero
mis palabras fueron cortadas cuando Edward me agarró del lóbulo de
laoreja derecha
firmemente entre el pulgar y su dedo y me atravesó la carne con la
larga aguja plateada.
Di
un grito ahogado de nuevo y tiré, pero para entonces ya se había terminado. —Tranquilo,
no pasa nada —murmuró Edward. Rápidamente quitó la aguja y la reemplazó
con el arete de plata y ónix que había limpiado a fondo con la tercera y
última almohadilla con alcohol.
—Ya.
—Se sentó de nuevo y me estudió críticamente, admirando su obra—. Hecho.
Y el trabajo no está mal, teniendo en cuenta la forma en la que saltaste.
—No
fue mi intención. —Subí mi mano y me toqué el palpitante lóbulo de la oreja
con cautela, siguiendo la forma exterior del arete ahora fijo en mi carne.
Sostuve
mi mano delante de mis ojos y estudié yemas de mis dedos con sospecha
pero no había ninguna señal delatora carmesí que demostrara que había
sido perforada—. Ni siquiera estoy sangrando —dije, sorprendida.
—Estos
hisopos contienen un coagulante —dijo Edward, recogiendo
los hisopos
usados y limpiando la aguja antes de volver a colocarla en el kit de
coser.
—Por
eso recubrí el aro con esos antes de ponértelo en la oreja. Vas a estar bien. —Me
dio una palmada en la espalda y sonrió—. Te sientes bien, ¿no?
—Sí...
—susurré un poco insegura. Se sentía extraño tener algo extraño perforando
mi cuerpo. Extraño y un poco inquietante. También estaba el hecho de
que cualquiera de La Push creería que me estaba vendiendo si
me vieran con
el pequeño y simple adorno en mi oído. Pero hice lo mejor que pude para
no pensar
en eso.
—Oye...
—Edward
puso una mano sobre mi hombro y bajó la cabeza, mirándome a
los ojos—. ¿Te arrepientes? ¿Quiere que te lo quite? —Su voz tensa, pero mantuvo
su rostro bajo control. Sólo sus ojos, resplandecientes a la luz tenue mostraban
sus emociones.
—Nunca
—le aseguré, queriendo aliviar la incertidumbre que vi en sus ojos—. Quiero
esto, Cullen.
Quiero ser este, ser un... un hermano para ti. Y me conmueve
que quieras ser un hermano para mí.
—Un
hermano. Cierto. —Me miró por un tiempo tan largo que comencé a sentirme
incómoda otra vez.
—Eso
es lo que dijiste, ¿no? —pregunté—. Dijiste que seríamos hermanos de juramento.
—Por
supuesto —suspiró Edward—. Vamos, mequetrefe, vamos a la
cama. Tenemos
mucho que hacer mañana.
Me
acurruqué a su lado en la cama, lo suficientemente cerca esta vez como para sentir
el calor de su cuerpo irradiando a través de la estrecha franja de sábana que
nos separaba. Al principio pensé que el sordo sonido palpitante de mi oído recién
perforado y lo extraño de la situación me mantendría despierta. Pero había
sido un largo día en todo el sentido de la palabra. El ejercicio que había hecho
durante mi primera lección de la natación y las emociones exaltadas que había
experimentado se combinaron para hacer que me sintiera repentinamente agotada.
—Buenas
noches, Edward
—murmuré, cuando el sueño empezó a alcanzarme.
—Buenas
noches, Jasper
—respondió y su voz profunda en la oscuridad era muy relajante.
Pensé que había dicho algo más, pero estaba demasiado cansada como
para entenderlo. Con un suspiro de satisfacción, me quedé dormida.
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Que les parecio el capitulo de hoy ya poco a poco se van acercando recuerdes que la historia es una Adaptación
2 comentarios:
Gracias por el capítulo
Gracias por el capítulo. Espero que Edward no se enoje mucho cuando descubra el secreto de su amigo del alma.
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