Capítulo 15
—¡Levántate y brilla, es hora de tu segunda lección de natación!
Gemí y traté de cubrirme la cabeza con la almohada pero Edward me la arrebató.
—Estamos de vacaciones —me quejé—. ¿Por qué no podemos dormir?
—Porque más tarde las olas serán demasiado altas. Vamos. —Me quitó las mantas de encima, dejándome temblando.
—Nunca pedí aprender a nadar —me quejé, levantándome al fin.
—Considéralo una ventaja. —Edward me alborotó el pelo corto, y luego me abrazó por los hombros.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, incómoda y emocionada cuando se acercó a mí, su aliento caliente contra el costado de mi cuello.
—Examinar la perforación. —Me tocó la oreja ligeramente, trazando la
curva con sus dedos. La tierna caricia envió
escalofríos por mi espina dorsal.
—¿Cómo... cómo se ve? —le pregunté, mi corazón latía con fuerza.
Se encogió de hombros y sonrió.
—Tiene buena pinta. No está mal para un trabajo a la mitad de la noche
— Entonces, para mi sorpresa, me dio un
beso rápido en la mejilla antes de enderezarse.
—¿Cullen? —Miré hacia él, confundida. Mis dedos
se deslizaron hasta tocar el lugar
donde sentía el hormigueo de sus labios rozando mi piel.
—Se suele saludar a tu hermano de juramento con un beso —explicó bruscamente, volviéndose un poco rojo—. Es la
tradición.
—¿Lo
es? ¿Puedo... quiero decir, se supone que debo besarte también? —le pregunté,
mi corazón martillando contra mis costillas.
Se
encogió de hombros, aparentemente despreocupado, pero sus ojos brillaban.
—Si
quieres.
—Sí
—susurré. Vacilante, di un paso hacia adelante y extendí las manos para ponerlas
sobre sus hombros. Era tan alto que tuve que ponerme de puntillas, pero
me las arreglé igual.
Edward
se quedó absolutamente inmóvil, sus ojos de color azul claro con una emoción
que no podía leer, mientras me acercaba. Tuve el impulso terrible y muy
poco femenino de darle un beso en la boca en vez de en la mejilla. Su olor picante,
masculino, llenó mis sentidos y sus labios se veían tan cálidos y me invitaban
tan deliciosamente que estuve a punto de sucumbir. En el último momento,
sin embargo, el sentido común intervino y le di un beso suave y casto en
la mejilla, cerca de la comisura de los labios.
Echándome
hacia atrás, lo miré a los ojos.
—Buenos
días, Edward
—dije en voz baja, aunque mi pulso se aceleraba. Rozó mi mejilla
caliente con el dorso de su mano y su toque envió una lluvia de chispas corriendo
por mis venas
—Buenas,
Jaz
—murmuró.
Nuestros
ojos se encontraron y se mantuvieron y sentí algo entre nosotros, ¿Era realmente
sólo afecto fraternal? Sabía que nunca había sentido así por mi propio hermano,
pero Edward
había dicho que el juramento de los lazos de hermandad superaba
y sobrepasaba cualquier otra relación.
No
estoy segura de lo que podría haber sucedido si la madre de Edward
no hubiera
elegido ese momento para tocar la puerta.
—¡Chicos!
—tarareó ella—. Desayuno en cinco minutos ¿de acuerdo? Edward
dio un salto y miró hacia la puerta con aire de culpabilidad, como si se preguntara
si su madre pudiera ver a través del panel de madera.
—Ya
voy, mamá —gritó.
El
momento extraño entre nosotros se había roto y no estaba segura de si estaba arrepentida
de ello o no. Por un lado, estar tan cerca de Edward
era peligroso,
cuanto más nos acercábamos, más probable era que descubriera mi
secreto. Por
otro lado, su cercanía era como una droga para mí, de la que no podía conseguir
suficiente. Sólo estar cerca de él hacía que mi corazón se acelerara y mi
boca se secara. Y cuando me besó y me dejó darle un beso... Las sensaciones eran
diferentes a cualquier cosa que hubiera experimentado antes. Quería más de
esa euforia dulce, a pesar de que sabía que era peligroso.
***
El
desayuno era un pan crujiente que la madre de Edward
llamaba “galleta” otro
obsequio de la antigua Tierra. Edward la cubrió en
almíbar dulce y pegajoso, pero yo preferí difundir mermelada púrpura oscura de
hunna-mora en la mía. Fue
un cambio delicioso de la triste comida de la cafetería que nos daban
en la Academia
y se lo dije a su madre con tanto entusiasmo.
—Estoy
tan contenta de que te guste, querido. —Ella sonrió y vi sus ojos observar
y mantenerse brevemente en el perno de plata y ónix en mi oreja derecha
recientemente agujereada. Su sonrisa vaciló un poco, pero no dijo nada y
volvió a hacer más galletas en el extraño dispositivo de dos caras que llamaba «Hierro».
Me
llevé la mano a la oreja de forma automática y miré a Edward,
pero él estaba
concentrado en su desayuno. No podía decir si había visto la mirada preocupada
de su madre o no. Intranquila, me concentré de nuevo en mi propio desayuno,
aunque la mermelada de hunna-mora ahora parecía empalagosa y dulce
también en mi lengua.
¿Cómo
se sentiría si su madre supiera lo que había estado ocurriendo entre Edward
y yo?
Y
para el caso, ¿lo que había estado sucediendo entre nosotros? ¿Había más que
el
juramento de hermanos de sangre? ¿Un profundo vínculo más íntimo que todavía
tenía que explorar? La idea me hizo temblar de anticipación temerosa.
¿Cómo
sería el resto de mi estancia entre Edward y su familia?
***
Me
olvidé de mis preocupaciones en el momento en que entramos al océano y las
inquietas olas frescas me hicieron cosquillas en las piernas. Prometeo se levantaba
sobre el mar azul plateado, era un espectáculo deslumbrante y la enorme
sombra de Zeus ahora en el cielo por encima de nosotros sólo añadía más
a su gloria.
—Vamos,
enano —dijo Edward,
tirando de mi codo—. Puedes admirar la vista más tarde.
Ahora mismo tenemos que trabajar en tu natación.
—Está
bien. —De mala gana, dejé que me llevara más profundamente en las olas
hasta que el agua casi me llegaba hasta la barbilla. Me estremecí hasta que finalmente
me acostumbré a la temperatura más fría y después me encontré bien,
bueno, lo bien que podía teniendo en cuenta que debía aferrarme al brazo de
Edward,
para que las olas no me llevaran.
Trabajamos
en el flote para empezar, y luego Edward me indujo a meter la
cabeza bajo
el agua. Sólo un poco al principio, pero cuando me explicó cómo hacer burbujas
a través de mi nariz, empecé a tomar el ritmo. Siempre y cuando sintiera
sus fuertes manos en mi cuerpo, sabía que estaba a salvo y empecé a ser más
valiente y más animosa. Al cabo de una hora, estaba nadando unas pocas brazadas,
con Edward
todavía sosteniéndome ligeramente por la cintura. Estaba emocionada
y entusiasmada por el progreso que había hecho y Edward obviamente
sentía lo mismo.
—Lo
estás haciendo muy bien —dijo con aprobación, cuando aparecí por encima
de las olas y sacudí mi cabeza para sacar el agua de los oídos—. Sigue así
y harás las pruebas para el equipo de natación cuando volvamos para el semestre
de primavera.
—Oh,
no lo creo, Cullen
—dije, pensando en la ropa diminuta, que el escaso equipo
de natación llevaba—. No hay manera de que pueda avanzar tanto. Pero es
agradable que lo digas.
—Sigue
trabajando en ello —dijo—. Vamos a nadar todos los días, por la mañana
y por la tarde, te vas a sorprender de tus progresos. —Él miró hacia el cielo—.
Sin embargo, parece
que es el momento de salir por ahora. Las olas grandes
vendrán pronto.
—¿Olas
grandes? —le pregunté, mientras tomaba mi muñeca y me llevaba hacia
la orilla.
—Olas
realmente grandes, las mareas aquí son extremas debido a la atracción que
ejerce Zeus sobre Apolo. Incluso los nadadores experimentados evitan salir durante
las olas y aún eres un principiante.
—Está
bien —le dije, accediendo a su conocimiento superior. De todos modos, estaba
cansada de la larga lección y contenta por la oportunidad de descansar.
—Te
llevaré de vuelta a la ciudad —dijo Edward a medida que nos
secábamos y
envolvíamos las toallas alrededor de nuestras cinturas—. Hay un montón
de cosas
turísticas para hacer, tiendas y monumentos y el acuario... —Él levantó una
ceja—. ¿Te parece bien?
—Suena
maravilloso. —Le sonreí. Honestamente, habría estado feliz de hacer cualquier
cosa con él. Si hubiera sugerido que nos sentáramos y viéramos la pintura
secarse lo habría consentido con entusiasmo.
—Fantástico.
—Sonrió Edward
de vuelta—. Vamos a ir a cambiarnos de ropa y conseguir un taxi
planeador. —Casualmente, él tomó mi mano, entrelazando nuestros
dedos.
Mi
corazón casi se detuvo en mi pecho. Nunca había sujetado mi mano antes y esta
no era la forma en la que agarrabas a tu amigo o hermano, tampoco. Era la manera
en la que los amantes se agarraban, por lo menos en la Push.
—¿Cullen?
—le dije con incertidumbre, mirando los dedos entrelazados.
—Está
bien —dijo casualmente—. Somos hermanos ahora, ¿recuerdas?
—Uh,
seguro. —Asentí y Edward frunció el ceño.
—A
no ser que te moleste. ¿Lo hace?
—No,
no, por supuesto que no —dije apresuradamente. Apreté la mano—. Yo...
me
gusta —confesé tímidamente.
Edward
devolvió la presión de mis dedos.
—A
mí también —murmuró. Una mirada de preocupación revoloteaba por su cara
y se fue tan rápido que me pregunté si lo había imaginado—. Vamos — dijo—.
Te voy a llevar a mi lugar favorito para el almuerzo.
***
Pensé
más tarde que era el día más perfecto que podía recordar. Según lo prometido,
Edward
me llevó a la pintoresca ciudad costera de Calella, nos comimos
un plato de marisco suculento para el almuerzo que era tan agrio y rico.
La cena fue otra de las comidas de su madre hechas en casa, un plato vegetariano
tan delicioso que anhelaba pedir la receta. Pero aunque ella había insistido
en enseñar a sus hijos a cocinar, tenía miedo de si preguntar me haría parecer
demasiado femenina. Me mordí la lengua y prometí que se la pediría a Edward
más tarde.
Justo
cuando estábamos terminando el postre, una fruta nativa dulce cocinada en
una concha de hojaldre, hubo un choque de rayos y truenos fuera y las luces de
repente se apagaron.
—¡Oh!
—jadeé.
El
padre de Edward
maldijo en la oscuridad.
—¡Malditas
tormentas! Aparecen cuando menos te lo esperas.
—Está
bien —murmuró Edward,
buscando mi mano debajo de la mesa—. Sucede todo el tiempo.
Me
apretó la mano con fuerza.
—¿En
serio?
—Por
supuesto. —Casi podía oír la risa en su voz—. No te preocupes, enano, no voy
a dejar que los monstruos te atrapen.
Me
reí débilmente.
—Muy
gracioso. —No es que yo tuviera miedo de la oscuridad, era sólo que nunca
ha pasado un corte repentino de energía antes. El tiempo en la Puah
era tan
serio y tranquilo, como la sociedad. De hecho, algunos decían que no había tiempo,
sólo un perpetuo estado de calma.
—No
importa —dijo la madre de Edward reconfortante. La oí
trajinar en la
penumbra de la habitación y de repente un cálido resplandor pequeño,
cobró vida.
Me sorprendí al ver que tenía en la mano una vela de la vieja usanza con un
verdadero fuego, algo que sólo había visto en videos sobre la antigua Tierra.
—Mamá
siempre tiene velas cerca —dijo Edward, obviamente, al ver
mi mirada de
sorpresa—. Uno nunca puede saber cuando empezará una tormenta por aquí.
—Una
fría, podría apostar. Sólo escucha el viento. —La madre de Edward sacudió
la cabeza por el aullante gemido de fuera de las ventanas. Frunció el ceño—.
Será mejor que ustedes, muchachos, tomen un edredón. No quiero que se
congelen esta noche.
—Gracias,
mamá, pero puedo conseguir uno de los armario de la ropa —dijo Edward.
Me apretó los dedos debajo de la mesa una vez más y luego soltó a regañadientes—.
¿Podemos tener una vela?
—Por
supuesto. —Encendió otra vela blanca tan larga como la primera, la colocó
en un soporte y se la entregó a Edward. Entonces ella
encendió otra y me
la dio a mí—. Tengan cuidado con ellas y asegúrense de apagarlas antes
de ir a dormir.
Edward
puso los ojos en blanco.
—Sí,
mamá.
—Está
bien. —Ella medio suspiró, medio rió—. Ya sé que eres un hombre adulto,
o casi adulto, y te he permitido tener una vela en tu habitación desde que
tenías diez. Pero todavía tengo que decírtelo.
—Por
supuesto que sí. —Edward se levantó y le besó en la
mejilla afectuosamente—.
Buenas noches papá —le dijo a su padre, que había vuelto a su
postre.
—Buenas
noches, hijo —murmuró el señor Cullen. El viento aulló de
nuevo y él
negó con la cabeza—. En momentos como estos me alegro de haber
construido
en la subida de la montaña en lugar en la punta. Fue un dolor en el
culo hacerlo,
pero al menos no tienes que preocuparte de que el temporal arranque la
casa.
—Bueno,
esa fue mi idea —dijo la madre de Edward, volviendo a sentarse
con
una
sonrisa.
—No
fue —dijo el Sr. Cullen
indignado—. ¿Por qué? recuerdo claramente...
Edward
y yo dejamos a sus padres discutiendo con buen humor y nos dirigimos a su
habitación. Por mutuo consentimiento tácito nos íbamos a la cama temprano. Sin
energía, no podríamos ver un video o jugar a cualquiera de sus juegos de ordenador.
Y, además, el largo día nos había agotado a los dos.
Fui
a cambiarme y para mi sorpresa, cuando volví la temperatura en la habitación
de Edward
parecía haber bajado diez grados.
—¡Brrr!
—me quejé mientras me metía en la cama junto a él y puse mi vela en la mesita
de noche a mi lado—. Tu madre tenía razón, ¡está haciendo mucho frío!
—Sí,
ese es el clima loco que tenemos por aquí. —Sonaba completamente imperturbable
mientras apagaba su vela y se acurrucaba bajo la manta azul gruesa
que había puesto en la cama—. ¿Crees que mañana hará el suficiente calor
como para bañarnos?
—No,
yo no lo haría. —Me acurruqué a su lado, deseando poder estar más cerca
de su calor. Su grande, cuerpo musculoso parecía desprender calor como un
horno.
—Sí,
pero lo harás. Eso es lo que decimos sobre el clima aquí en el Apolo, si no te
gusta sólo tienes que esperar un minuto y cambiará. —Asintió con la cabeza hacia
la vela—. Oye, no te olvides de apagarla.
—Oh,
está bien. —Me senté en la cama el tiempo suficiente para soplar la vela, y
luego volví a acurrucarme debajo de las mantas, mis dientes castañeteaban.
—Oye,
tienes mucho frío, ¿verdad? —En la oscuridad, la voz de Edward
sonó preocupada.
—Voy
a calentarme en un minuto... Eso espero. —Estaba enterrada profundamente
bajo las sábanas, tratando de encontrar alguna calidez.
De
repente sentí la mano de Edward sobre mi brazo.
—Ven
aquí —dijo, tirando de mí hacia él.
—¿Qué...
qué estás haciendo? —le pregunté sin aliento mientras pasaba un brazo
alrededor de mí y apoyaba mi cabeza sobre su pecho.
—Calentándote
—dijo razonablemente—. No te preocupes, Swan. No es como
si estuviera tratando de meterte mano o algo así.
—No
pensé que lo estuvieras haciendo —protesté con rigidez—. Sólo pensé... Yo
no estaba seguro...
—Hermanos,
¿recuerdas? —Me recordó, como había hecho cuando tomó mi mano
y entrelazó los dedos esa tarde.
—Oh.
Por supuesto. —Poco a poco, me permití relajarme contra él. Me alegró que
la camisa que había elegido para dormir fuera gruesa, con suerte lo suficientemente
gruesa como para ocultar el hecho de que mis pechos no consolidados
estaban presionando contra su costado. Edward no hizo ningún comentario,
por lo que supuse que estaba a salvo.
Estar
tan cerca de él, con nuestros cuerpos apretados de una manera tan íntima, me
sentía increíblemente tabú y asombrosamente completa. Podía sentir partes de
mí de las que apenas me había dado cuenta antes hormiguear y encenderse.
Aspiré
profundamente, disfrutando del delicioso aroma masculino, sintiendo el calor
de su cuerpo grande contra el mío, calentándome de dentro a fuera.
Mal,
esto esta mal, susurró la parte de mi cerebro que aún persistía en
la
Push. Si alguien se enterara...
Nadie
va a enterarse, me dije rápidamente. Nadie tiene que saberlo a
parte de Edward y yo. Es nuestro secreto. Y además, no es como si
estuviera haciendo
nada malo. Sólo me esta calentando por unos pocos minutos y luego
volveré a mi
lado de la cama.
—¿Jaz?
—La voz profunda de Edward interrumpió mis pensamientos.
—¿Sí?
—Miré hacia arriba. La habitación estaba casi a oscuras, pero había un
poco
de luz que venía de la ventana salpicada de lluvia. Apenas podía ver el
brillo
de sus ojos mientras me miraba.
—Yo
sólo... quería decirte... no, necesitaba decirte…
Hizo
una pausa durante tanto tiempo que tuve que preguntar:
—¿Qué?
Edward
lanzó un profundo suspiro que pareció sacudirnos.
—Nada
—dijo finalmente—. Sólo quería decir que lo he pasado muy bien contigo.
—Tuve
un buen momento también —dije en voz baja—. Pero, Edward...
—Me mordí
el labio—. ¿Eso era lo que realmente querías decir? —No sé de dónde saqué
el valor
para preguntarle algo tan importante, simplemente salió. Mi corazón
latía con paso inseguro en mi pecho mientras esperaba su respuesta.
Se
movió, su ancho pecho moviéndose bajo mi mejilla.
—Eso
es todo lo que puedo decir. Por ahora, de todos modos. —¿Por
ahora? —repetí, completamente confundida.
—Sí.
—Se aclaró la garganta—. Todavía no...
—¿No
qué? —pregunté de nuevo cuando se detuvo.
—Todavía
no me conoces. Al verdadero yo. —Sonaba problemático—. Y no puedo
decir... lo que quiero decir, hasta que lo hagas.
—No
lo entiendo —dije—. ¿Qué es lo que necesitas que yo sepa? ¿Y cómo puedo
saberlo si no me los dices?
—Esta
noche no. —Escuché su susurro mientras negaba con la cabeza contra la almohada—.
Te lo diré, lo prometo. Pero no ahora. Hoy ha sido demasiado perfecto
para echarlo a perder.
Me
moría de curiosidad, pero tenía que admitir que tenía razón. Había sido el más
maravilloso, el día más feliz yo pudiera recordar. No quería que nada lo arruinase.
—Está
bien —dije al fin—. Pero no creo que puedas decirme algo que me hiciera…
cambiar mi opinión sobre ti, Cullen.
—Yo
no estaría tan seguro de eso —dijo sombríamente, y volvió a suspirar.
Luego
me tiró más cerca y parecía hacer un esfuerzo por deshacerse de su mal humor—.
Vamos a relajarnos y escuchar el viento soplar. Me encanta el sonido de
una tormenta afuera cuando estoy a salvo y caliente en el interior con alguien
que... —Se aclaró la garganta—. Alguien que me importa.
Sentí
que se me calentaban las mejillas con un rubor agradable.
—Me
gusta también. Esto es bueno... acogedor. Y es agradable poder estar cerca...
ahora que somos hermanos de juramento —añadí apresuradamente, no quería
que me malinterprete.
Se
movió.
—Uh,
sí. Es agradable. —Se aclaró la garganta—. Bueno... buenas noches, Jasper.
—Tomé
sus palabras como una señal de que debía volver a mi propio lado de la cama.
Pero cuando empecé a moverme lejos, Edward se aferró a mí—. Oye,
¿a dónde
vas? —exigió—. ¿Estás teniendo demasiado calor?
—No,
todavía tengo frío —admití—. Pero pensé, no sé, que tal vez te has cansado
de mí. Que querías que me fuera.
—No
estoy cansado de ti, enano. —Él me instaló más firmemente contra él y sus
dedos cardaron suavemente por el pelo—. No tienes que ir si no quieres. Podemos
dormir así toda la noche... si quieres.
—Eso
sería perfecto —le dije. Mi culpabilidad sobre dormir de una manera tan intima
con un hombre que no fuera mi prometido se había ido. Desapareció mi temor
de que alguien de La Push supiera sobre mis indiscreciones.
Todo lo que
quedó fue el placentero contacto de Edward,
la sensación de su cuerpo apretado contra el mío y el
conocimiento que él quería que me quedara con él, para tocarle
toda la noche—. Perfecto —repetí en voz baja.
—Yo
también lo creo. —Edward sonaba como si estuviera
sonriendo. Luego
bostezó—. Vamos a dormir un poco.
—Está
bien. —Cerré los ojos y me relajé. Podía oír el aullido furioso de la tempestad
en el exterior, pero el profundo y tranquilo tamborileo del corazón de
Edward
latiendo lo ahogaba. Saboreando la maravillosa sensación ilícita de estar
en sus brazos, por fin me quedé dormida.
El
resto de mi estancia fue mágica para mí. Edward realmente
parecía disfrutar
de mostrarme su planeta y yo era feliz con sólo estar en su compañía.
Ahora que éramos hermanos de juramento la barrera invisible que parecía
existir entre nosotros, entre dos hombres, supuse, se hizo
añicos. Edward
me tomaba la mano a menudo, aunque nunca en presencia de sus
padres, y yo dormía en sus brazos cada noche. No hubo más tormentas,
pero ya no necesitamos excusas. Cuando ambos nos deslizábamos bajo
las sábanas, él me acercaba hacia él y yo ponía mi cabeza en su pecho, llena de
felicidad de estar lo más cerca posible de él sin revelarle mi secreto.
Por
las mañanas nos saludábamos con besos cada vez más persistentes. No era lo
suficientemente valiente más que para besarle en la mejilla, pero una vez volvió
la cabeza demasiado rápido y mis labios se encontraron brevemente con los
suyos. Me aparté de inmediato, roja, pero a Edward
no pareció importarle.
Sólo
sonrió y me besó de nuevo, un suave beso en la comisura de mi boca que aceleró
mi corazón. Íbamos a dar largos paseos por la arena plateada y muchas veces
cuando estábamos cansados, nos sentábamos y Edward
utilizaba mi regazo
como almohada.
La
primera vez que hizo esto, no estaba segura de qué hacer. Pero su pelo rubio dorado
se veía tan suave y acogedor, que no pude resistir pasar mis dedos a través
de él. Edward
parecía disfrutar de mi tacto tanto como a mí me gustaba tocarlo,
y pronto se convirtió en un hábito regular entre nosotros.
No
había dicho nada más sobre sus palabras crípticas de la noche de la tormenta
y no le presioné aunque mi curiosidad me molestaba como una picadura
que deseas rascarte. No fue hasta el último día de las vacaciones de invierno
que volvió a nuestra conversación anterior.
Estábamos
sentados en la parte más alta de la playa mirando las olas grandes ir y
venir y Edward
tenía la cabeza en mi regazo, como siempre. También, como de costumbre,
estaba jugando con su pelo, peinando mis dedos a través de los filamentos
gruesos y dorados y disfrutando de los sonidos suaves y profundos de placer
que hacía cuando lo tocaba. Me hizo sentir poderosa y hermosa tener al
divino Edward
tan feliz y vulnerable en mis manos.
Edward
giró su cabeza en mi regazo y me sonrió mientras acariciaba el pelo.
—Mmm...
Se siente bien.
—¿Sí?
—Envalentonada, repetí la caricia. Me encantaba tocarlo y ahora que me
estaba
invitando a hacerlo, no me pude resistir.
—Mmm.
—Suspiró satisfecho, con los ojos cerrados mientras disfrutaba de la luz
del sol—. Nunca pensé que podía sentirme tan feliz otra vez, ¿sabes?
—¿Quieres
decir... después de que tu hermano...? —Dejé la oración suelta.
Aunque
Edward
mencionara a Seth a menudo, aún tenía que revelar detalles de
su
muerte.
—Sí,
después de eso. —Abrió los ojos por un momento y dirigió la mirada hacia mí—.
¿Puedo decirte algo, Jaz? ¿Algo que nunca he contado a nadie antes? Mi
corazón comenzó a golpear.
—Sí.
Sí, por supuesto —me las arreglé para responder.
—Se
trata de Seth —dijo.
Mi
pulso se redujo considerablemente, pero la curiosidad cosquilleó por mis venas.
Estaba tan feliz como no había estado nunca en mi vida y, sin embargo, a veces
sentía como si el fantasma del hermano menor del Edward
nos estuviera
rondando, rondando como una sombra que no podían o no querían disipar.
—¿Sí?
—dije con cuidado.
—Eso...
podría cambiar tu opinión sobre mí. Acerca de... ¿cómo te sientes acerca de
mí? —Se sentó bruscamente y se miró las manos, sin mirarme a los ojos.
—Edward
—dije en voz baja—. Nada podría cambiar mi opinión. Nada me haría dejar
de sentir... lo que siento por ti.
Él
me miró con rapidez, un destello de esperanza en sus ojos.
—¿En
serio?
—En
serio. —Tomé su mano cuando tomó la mía, entrelazando nuestros dedos en
una dulce forma que se estaba volviendo peligrosamente familiar—. No hace falta
que me digas nada. Nada en absoluto. —Sólo deseaba poder hacer lo mismo
por él. Todos los días, mi propio secreto se hacía más difícil de soportar, pero
aun así no me sentía lista para revelarlo.
Edward
hundió los pies descalzos en la arena y se encogió de hombros.
—Seth
se suicidó —dijo en voz baja.
—¡Oh!
—Puse mi mano libre a la boca—. ¿Estás seguro?
—Claro
que estoy seguro. —Entrecerró los ojos hacia el sol por un momento y luego
se volvió hacia mí—. Estoy seguro porque le ayudé —dijo en voz baja.
Durante
un buen rato no hubo más que silencio entre nosotros. El calor de Prometeo
sobre mis hombros, la luz del sol brillante haciendo la arena aún más de
plata y el pelo de Edward aún más dorado. Un millón de
preguntas subieron a
mis labios. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Dónde? Pero de alguna manera cuando abrí
la boca,
sólo salió una palabra.
—Cuéntame.
Suspiró
profundamente.
—Seth
tenía un cáncer incurable que afectaba a los huesos, especialmente a su columna
vertebral. El cáncer lo torció. Es por eso que no se ve muy bien en las fotos
que tengo de él.
Me
acordé de las fotos del hermano menor del Edward,
su cuerpo deformado de
una manera que era difícil de entender, y asentí.
—Adelante.
—El
cáncer le estaba consumiendo por dentro, estaba en constante dolor. — Sacó
su mano la mía y se pasó los dedos por el pelo—. Cerca del final se puso peor,
insoportable. Trató de mantenerse fuerte alrededor nuestros padres, pero por
la noche lo podía oír a través de la pared… Llorando. —Se pellizcó el puente
de la nariz, como si tratara de hacer retroceder el dolor de cabeza—. Era por
eso que ponía la música tan alta. Así podría ceder ante el dolor sin que nadie
lo supiera. Pero yo lo sabía.
—¿Lo
sabías? —pregunté en voz baja—. ¿Sabías que le dolía?
Edward
asintió.
—Sí,
estoy bastante seguro de que lo sabía. Es por eso que me pidió... me pidió ayuda.
Dejó
de hablar y se quedó en silencio por un largo tiempo.
—¿Quieres
contarme cómo le ayudaste? —pregunté por fin.
—No,
no lo creo —dijo en voz baja—. Pero... tengo que hacerlo. —Me miró brevemente—.
¿Eso tiene sentido?
—No
tiene que tener sentido —dije en voz baja—. Dime, Cullen.
Dime lo que
quieras. Todo lo que necesites.
—Está
bien. —Miró hacia abajo a sus manos, torciendo sus dedos sin descanso—.
Ya era tarde, una noche cuando mamá y papá se habían ido a la cama.
Seth estaba con su música como de costumbre, pero luego de repente la apagó
y le oí... —Se aclaró la garganta—. Le oí llamarme por mi nombre. Fui donde
él, por supuesto. Y me di cuenta tan pronto como entré en la puerta de su
habitación que estaba mal, muy mal. Peor de lo que jamás lo había visto.
Edward
cerró los ojos, sus rasgos fuertes contorsionados por el doloroso recuerdo.
—No
estaba llorando, pero la agonía en sus ojos... —Él sacudió la cabeza—. El sufrimiento...
Bueno, era de un millón veces peor que los azotes que el director me
dio. Te lo puedo asegurar. Y entonces él dijo... dijo: Edward...
ayúdame.
—¿Qué
hiciste? —pregunté en voz baja cuando se detuvo de nuevo.
—Fui
a su cama y le pregunté en qué necesitaba ayuda. —Edward
tragó saliva—.
Tendió la mano y vi que tenía un puñado entero de las pastillas blancas
para el dolor
que su médico le había recetado. Se suponía que tenía que tomar tres al día,
una en la mañana y dos a la hora de acostarse. “Yo he estado ahorrando” dijo. “Sólo
me he tomado una a la noche por semanas”. “¿Por qué?” pregunté. Y él
dijo:
“¿Sabes
por qué? Me duele mucho, Edward, no puedo
soportarlo nunca más.”
Edward
apretó la mandíbula y me pareció que tenía que obligarse a sí mismo a seguir
hablando.
—Traté
de decirle que iba a mejorar, que sólo debía aferrarse pero él negó con la cabeza
y dijo: “Edward,
me estoy muriendo. Yo lo sé y tú lo sabes, es por eso que te has tomado
este año en la escuela. Para estar conmigo antes de que muera.”
—¿Era
eso cierto? —pregunté en voz baja.
Edward
asintió.
—Sí.
Era cierto, y tuve que admitirlo. Entonces le pregunté qué quería de mí. Él dijo:
“Sólo que estés conmigo. Para ayudarme en caso...”
—¿En
caso de que? —pregunté en voz baja.
—En
caso de que... —Edward
negó con la cabeza—. En caso de que las pastillas no fueran suficientes.
Sentí
mi estómago torcerse en un nudo, esto no era lo que yo me había esperado.
Aun así, me había comprometido a escuchar la historia entera.
—¿Y
lo fueron? —pregunté, tratando de prepararme para lo peor—. ¿Fueron suficientes?
Edward
negó con la cabeza.
—No
del todo. —Su voz profunda sonó estrangulada—. Seth estaba... realmente
cansado, tanto que podíamos decir que sería capaz de dormir la mona.
Tenía tolerancia hacia ellas, las pastillas para el dolor. Después de tomarlas
durante tanto tiempo. Y fue entonces cuando me preguntó... —Él se miró
las manos durante un largo rato—. Dios, esto es difícil de decir.
—Sólo
dilo —insistí, aunque mi estómago se sentía como si me hubiera tragado un
trozo de hielo del tamaño del puño.
Edward
me miró, sus penetrantes ojos azules completamente secos pero llenos de un
terrible dolor.
—Me
pidió que le ayudara a terminar.
—¿Y
lo hiciste? —susurré, tomándolo de la mano.
—Sí.
—Él me apretó los dedos con tanta fuerza que me dolía, pero no hice ningún
movimiento para escapar—. Utilicé la almohada —susurró con voz ronca—.
Se la puse en la cara y la mantuve allí hasta que... hasta que dejó de moverse.
—Edward
me miró y la desesperación en sus ojos era terrible de ver—. Él
me sonrió... justo antes de que lo hiciera. Y dijo... dijo: “Gracias, Edward.
Te quiero.”
Y eso fue todo. Yo... sostuve su mano durante horas.
Y luego me fui a la
cama y me quedé allí, sabiendo que mi madre lo encontraría por la
mañana.
—Oh,
Edward
—susurré, incapaz de decir nada más. Él negó con la cabeza y hundió
el rostro entre las manos. Nunca lo había visto llorar antes, pero ahora las
lágrimas, los sollozos profundos, roncos me desgarraban el corazón. Le froté los
hombros temblorosos sin poder hacer nada, deseando que hubiera alguna manera
de poder consolarlo.
—Me
odio a mí mismo por ello —dijo al fin, con voz ahogada—. Me odio, Jaz.
Pero
yo no... No sabía que otra cosa hacer. Le dolía tanto.
—Hiciste
lo correcto —le dije—. Ayudaste a tu hermano cuando nadie más lo haría.
Le ayudaste de la única manera que podías.
—Pero
mis padres... —Edward
negó con la cabeza—. Eso casi los mató, especialmente a mi
madre. Quiero decir, Seth había estado muriéndose durante años, pero iba
tan lento, creo... creo que ella pensaba que nunca lo haría al
final. Que siempre estaría allí cuando se levantara para comprobar por la mañana.
—Abatido pestañeó con enojo—. Y soy la razón por la que no está.
—Tú
eres la razón por la que por fin está en paz —dije con fiereza—. No te odio por
eso, Cullen.
No creo que tus padres lo hicieran, si lo supieran, y yo tampoco.
—¿No
lo haces? —Me miró con incertidumbre.
—No.
—Sacudí mi cabeza con decisión—. No lo hago. Creo que tenías una elección
difícil que hacer y la hiciste. Hiciste lo que tu hermano te pidió.
Suspiró
profundamente.
—Trato
de decirme eso, pero a veces... a veces este secreto me come por dentro, de
la misma manera que el cáncer estaba comiendo a Seth. Nunca pensé que sería
capaz de decírselo a nadie... hasta que llegaste.
—Sé
de secretos —dije en voz baja—. Y sobre decisiones difíciles. Me alegro... me
alegra que hayas confiado en mí.
—Yo
también. —Tomó mi mano y la llevó a su cara. Al presionar un beso en mi mano,
susurró—: Gracias, Jaz. Gracias por no odiarme.
—Yo
nunca podría odiarte —murmuré, mi corazón se hinchó con su gesto de ternura—.
De hecho, yo… Tengo algo que decirte, también.
—¿Tú?
—Me miró con los ojos brillantes—. ¿Un secreto?
—Sí,
yo... —Abrí la boca, dispuesta a contarle todo. Después de todo lo que me había
revelado, después de todo, él había confiado en mí, sentí que debía ser capaz
de confiar en él con mi verdad también. Mi secreto, mi mentira y el vergonzoso
engaño vergonzoso, tembló en mis labios.
Pero
no era sólo mi secreto.
—¿Y
bien? —dijo Edward
con avidez.
—Yo...
—Sacudí mi cabeza—. No puedo...
—Está
bien. —Negó con la cabeza—. No hace falta que lo digas. Ahora no.
—Está
bien. —Yo estaba aliviada y decepcionada. Cómo quería desnudarle mi alma,
¡decirle todo de principio a fin! Pero de alguna manera no podía.
—Más
tarde, tal vez. —Edward
se levantó y me ofreció una mano—. Vamos. Es nuestro último día
antes de que terminen las vacaciones. Vamos a hacer que sea inolvidable.
Le
di la mano y le dejé levantarme. Cuando empezamos a subir por la ladera que
conducía a su casa, pude ver por la expresión pacífica de su rostro que se sentía
más ligero, era como si una carga terrible hubiera sido levantada de sus hombros.
Yo sólo deseaba que alguien pudiera levantar mi propia carga, pero era
la única que podía hacerlo. Y mis manos estaban atadas, el secreto que estaba
guardando con mi vida no era mío para decirlo.
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Hola a todas que les parecio el capitulo de hoy ya estamos llegando al final de esta adaptacion nos vemos el miercoles con un capitulo nuevo.
4 comentarios:
wow que fuerte este capitulo pobre edward!!
Que triste lo de Edward y Set, me pregunto como reaccionara Edward cuando descubra el secreto de Bella.
Que horrible color no veo nada!!
Hola hola nena que fuerte el secreto de Edward, a punto estuvo de soltar el suyo y pienso ambos se sentirán mejor al saberlo
Gracias por el capítulo
Saludos y besos
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