*** La historia NO ES MÍA es una ADAPTACIÓN al final de la adaptación, daré el nombre del autor y el nombre original de la historia.***
**** Los personajes son propiedad de Stephanie Meyer ****
**la adaptación contiene escenas explícitas de sexo**
Sinopsis
Isabella
Swan piensa que su día no puede ser peor, hasta que se encuentra atrapada en un oscuro ascensor con
un completo desconocido. Distraída por
una llamada telefónica y haciendo malabares con demasiadas cosas, la contadora
de traje a rayas sólo ve un breve atisbo de un dragón tatuado en su mano antes
de que las luces se apaguen.
Edward
Cullen se divierte cuando una castaña, literalmente, cae a sus pies.
Su
diversión se convierte en pánico cuando falla la energía. A pesar de sus piercings,
tatuajes, y atroz cicatriz, se aterroriza de los espacios oscuros y confinados.
Ahora, está atrapado en su peor pesadilla.
Para
combatir el miedo, entre ambos deben alcanzar hablar y abrirse hacia el otro.
Sin nociones preconcebidas basadas en la vista para sujetarse y sostenerse,
descubren lo mucho que tienen en común. En la caliente oscuridad, la atracción crece
y las chispas vuelan, pero ¿sentirán lo mismo cuando las luces se enciendan de
nuevo?
Prologo
Al
principio, pensó que lo había imaginado: sus dedos, ejerciendo presión contra
la parte posterior de su cuello. Pero ella siguió adelante con la constante
caricia. Sólo que no estaba seguro. Concentró toda su atención en el movimiento
de su mano y... no se imaginó ese momento, ¿verdad? Allí estaba otra vez, sus
dedos tirando de él hacia ella.
Por
favor, no me dejes estar imaginando eso.
Se
lamió los labios y movió la cabeza hacia adelante apenas un centímetro o dos.
Dios, quería besarla. Sus dedos se morían de ganas de enhebrar finalmente su
camino en todo ese cabello castaño. Sus labios se abrieron en anticipación de
reclamar su boca. Quería saborearla. Quería sentirla bajo él.
—Isabella—dijo
con voz áspera.
—Sí,
Edward, sí.
Fue
toda la confirmación que necesitó.
Se
empujó sobre la alfombra hasta que su pecho se encontró con su costado.
Lentamente bajó la cabeza para que no la lastimara en su impaciencia ciega. Su
boca encontró una mejilla primero, y presionó sus labios contra el suave rubor
del mismo. Ella gimió y envolvió sus brazos alrededor de sus hombros. Su mano
derecha aterrizó en un montón de rizos sedosos, y la satisfacción que sintió al
finalmente tocar su cabello le hizo tragar duro.
—Tan
suave —murmuró él, refiriéndose a su cabello, su piel y el montículo de su seno
presionando contra su pecho, desde donde estaba encima de ella.
Edward
dejó escapar su propio gemido cuando los labios de ella presionaron contra la
piel delante de su oreja. Ella exhaló bruscamente. La prisa de su aliento sobre
su piel poniéndole la piel de gallina en todo su cuello.
Dejó
un rastro de besos suaves por su mejilla hasta que encontró sus labios.
Y
entonces ya no pudo ir despacio.
Y
ella tampoco pudo.
Capítulo
1
—¡Espere!
¡Por favor, que no se cierre!
Isabella Swan resopló frustrada por el espantoso día que
estaba teniendo mientras corría hacia el ascensor. En el bolsillo de la
americana sonó su teléfono móvil, así que se cambió los bolsos que llevaba
sobre el hombro derecho para sacarlo. El agudo tono era tan molesto como el de
un despertador, aunque probablemente se debiera a que el maldito aparato no
había dejado de sonar en toda la tarde.
Alzó la vista lo suficiente para atisbar una enorme mano
tatuada que impedía que se cerrara la puerta del ascensor antes de conseguir
extraer del todo el pequeño teléfono negro. Después le dio la vuelta para
responder pero se le cayó al suelo, deslizándose por el apagado mármol.
—¡Mierda! —masculló, soñando con la botella de vino que iba
a beberse en cuanto llegara a casa. Por lo menos el teléfono había ido en
dirección al ascensor, que todavía esperaba abierto. Que Dios bendijera la
paciencia del buen samaritano que sujetaba las puertas.
Se agachó para recuperar el móvil y luego entró a
trompicones en el ascensor. El largo cabello le caía sobre la cara, pero no
pudo echárselo hacia atrás pues tenía ambas manos ocupadas.
—Gracias —murmuró al buen samaritano mientras la correa del
ordenador portátil se le resbalaba por el hombro haciendo que el bolso se le
cayera al suelo. El ascensor emitió un pitido impaciente cuando el hombre
apartó la mano y las puertas se cerraron.
—No pasa nada —respondió una voz profunda detrás de ella—.
¿A qué piso?
—Oh… mmm… al vestíbulo, por favor.
Distraída por el bolso y por el día en general que estaba
teniendo, se colocó la correa del ordenador sobre el hombro y se inclinó para
alzar el bolso. A continuación, volvió a colgárselo del brazo y bajó la vista
hacia el teléfono para ver quién le había llamado. Sin embargo, lo único que
encontró fue una pantalla en negro.
—¿Pero qué…? —Dio la vuelta al aparato y vio un agujero
rectangular donde se suponía que tenía que estar la batería—. ¡Estupendo!
Isabella no podía estar sin su teléfono. No con su jefe
llamándola cada cinco minutos para comprobar cómo llevaba el trabajo. Cuando
estaban en la fase final de un proyecto, que fuera un viernes por la noche y el
comienzo del fin de semana no marcaba diferencia alguna. No respiraría
tranquila hasta que terminara aquel contrato.
Soltó un suspiro y alzó su cansada mano hasta el panel para
presionar el botón que la llevaría de regreso a la sexta planta. Desde el
rabillo del ojo pudo vislumbrar lo alto que era el buen samaritano.
Entonces el ascensor se paró abruptamente y todo se volvió
negro.
***
Edward Cullen
intentó no reírse de la agotada Castaña que se dirigía a toda velocidad hacia
el ascensor. ¿Por qué iban siempre las mujeres cargadas con tantas cosas? Si a
él no le cabía algo en los bolsillos de sus desgastados jeans,
no lo llevaba y punto.
Mientras la mujer se agachaba para recoger el teléfono
—otra cosa que Edward se negaba a llevar encima a menos que estuviera de
guardia— se quedó fascinado por la forma en que el cabello le cayó por el
hombro en una larga y suave cascada de ondas Cafes rojizas.
Cuando por fin entró en el ascensor, murmuró distraída que
también iba al vestíbulo. Él retrocedió hasta la pared trasera e inclinó la
cabeza como siempre hacía. Le daba igual que la gente se fijara en sus piercings y tatuajes, pero tampoco estaba ansioso por ver
sus miradas de desaprobación o, peor aún, miedo.
Movió la cabeza divertido al verla continuar haciendo malabares
con sus pertenencias mientras soltaba una serie de improperios en voz baja.
Había tenido un día asqueroso, así que estaba más que listo para unirse a ella,
aunque normalmente prefería afrontar las cosas con sentido del humor. Y aquella
Castaña le estaba resultando muy divertida. Desde luego agradecía la
distracción.
La Castaña alzó la mano para presionar un botón y Edward
estuvo a punto de reírse al observar que lo apretaba como unas cinco veces.
Pero la risa se le quedó atascada en la garganta en cuanto captó el aroma de su
champú. Una de las cosas que más le gustaba de las mujeres era que sus cabellos
siempre olían a flores. Y ese aroma, combinado con el color de su pelo y la
suavidad de sus rizos… Se metió las manos en los bolsillos para evitar deslizar
los dedos por aquella espesa mata de pelo. ¡Dios!, cómo le hubiera gustado
hacerlo, aunque solo fuera una vez.
Entonces la Castaña desapareció, junto con todo lo demás,
al tiempo que el ascensor se detenía y las luces se apagaban.
Soltó un jadeo y retrocedió hacia un rincón del ascensor.
Apretó los ojos con fuerza, bajó la cabeza a sus manos y empezó a contar de
diez a cero, intentando recordar las técnicas de respiración… intentando no
dejarse llevar por el pánico.
Estar en un espacio tan confinado como el de un ascensor
era una cosa (le había llevado años de terapia superarlo… casi). ¿Pero estar en
un sitio tan pequeño sin luces? Imposible. El latir de su corazón y la opresión
que sintió en el pecho le dijeron que no lo lograría.
Iba por cinco cuando se dio cuenta de que la Castaña estaba
emitiendo una especie de ruido. Se las arregló para luchar contra el terror lo
suficiente como para oír que se estaba riendo. Y de forma histérica.
Abrió los ojos, aunque no le sirvió de nada. Pero por el
lugar de donde procedía su risa supo que todavía estaba cerca del panel de
botones. Y, por asombroso que pareciera, cuanto más se centraba en ella, menos
pánico sentía, o al menos no iba a peor.
Cómo le hubiera gustado poder verla. Casi podía
imaginársela con los hombros temblando, los ojos llenos de lágrimas y
apretándose el estómago por la fuerza de su ahora sofocante risa. Cuando la oyó
exhalar por la nariz, soltando un resuello, esbozó una media sonrisa; ella por
su parte volvió a estallar en carcajadas en cuanto oyó aquel sonido tan poco
elegante.
Pero a él no le importó, porque se percató de que volvía a
estar en posición vertical y respirando con normalidad. Había conseguido
superar el ataque de pánico. Gracias a ella.
***
Isabella
se habría pegado un tiro si hubiera podido, pero se estaba riendo con tanta
fuerza que apenas podía respirar.
«¡Perfecto! ¡Simplemente perfecto!»
A cualquiera que le contara la enorme pila de mierda que
había sido su día no se lo creería. Había empezado cuando se rompió un tacón de
su par de sandalias de tiras favorito en las escaleras del metro. Tuvo que dar
media vuelta y andar los veinte minutos de regreso a su apartamento para
cambiarse de calzado, lo que consiguió que llegara tarde al trabajo y se ganara
sendas ampollas en los dedos meñiques de ambos pies al elegir los únicos
zapatos (un par de tacones nuevos) que iban a juego con el traje que llevaba.
Desde ese momento todo había ido de mal en peor. Y ahora aquello. Era como si
estuviera en una de esas estúpidas comedias, con risas enlatadas incluidas.
Aquella idea hizo que churritara como un cerdito. Lo ridículo del sonido, junto
con la situación tan absurda en la que se encontraba y el desastre de día que
había tenido, hicieron que volviera a echarse a reír con tanta fuerza que
terminó con las mejillas ardiendo y un costado dolorido.
Al final, dejó sus pertenencias en el suelo y extendió una
mano hasta que tocó una pared de frío metal. Trató de calmarse y usó la mano
que tenía libre para enjugarse las lágrimas y abanicarse del calor que empezó a
sentir en el rostro al recordar que el Buen Sam seguía allí con ella.
«Oh, Dios mío. Seguro que piensa que estoy como una cabra.»
—Lo siento… Lo siento —logró decir cuando consiguió
controlar el ataque de risa, transformándolo en risitas ocasionales. Ahora se
reía más de sí misma.
Buen Sam no respondió.
—¿Hola? —continuó—. ¿Sigues aquí conmigo?
—Sí, estoy aquí. ¿Te encuentras bien? —Resonó una voz en el
confinado espacio, rodeándola por completo.
—Mmm… Sí… No lo sé. —Se apartó el pelo de la cara y negó
con la cabeza.
Lo bajito que se rio hizo que se sintiera menos ridícula.
—Qué mal, ¿eh?
—Peor —repuso Isabella antes de soltar un suspiro— ¿Cuánto
crees que estaremos aquí encerrados?
—¿Quién sabe? Espero que no mucho. —Lo dijo con un tono que
Isabella no terminó de entender.
—Ojalá. ¿No suelen llevar estos cacharros luces de
emergencia? —Recorrió con la mano el panel de botones y pulsó varios al azar
para ver si encontraba el de la alarma, pero ninguno pareció hacer nada en
concreto. Además, por los dos años que llevaba trabajando allí sabía que al
teléfono de emergencias le faltaba el receptor. Por lo visto esos eran los riesgos
de trabajar en un edificio de oficinas de la década de 1960.
—Sí, los más nuevos las tienen.
Tras un rato desistió de encontrar ayuda en los botones y
se volvió hacia la puerta para golpear tres veces con los nudillos contra el
metal.
—¡Eh! ¿Hay alguien ahí? ¿Alguien puede oírme? Nos hemos
quedado encerrados en el ascensor. —Presionó la oreja contra la fría superficie
de las puertas, aunque después de estar varios minutos en esa posición le quedó
claro que no había nadie cerca. Seguro que se habían parado entre la tercera y
la cuarta planta, donde se encontraba una delegación de la Seguridad Social que
cerraba a las cinco, por lo que un cuarto de hora después allí no había ni un
alma. Sí, eso explicaría perfectamente la falta de respuesta.
Suspiró y alzó la mano, pero fue incapaz de verla, y eso
que tenía la palma lo suficientemente cerca como para tocarse la nariz.
—Maldita sea, esto sí que es la definición misma de «negro
como el carbón». No puedo verme ni la mano que tengo delante de la cara. —Al
oír cómo Buen Sam se quejaba bajó la mano—. ¿Qué pasa?
—Nada. —Sonaba cortante, tenso.
«De acueeerdo.»
Él resopló y se movió. Entonces Isabella notó cómo algo
duro le golpeaba el tobillo y soltó un grito de sorpresa.
—Mierda, lo siento. ¿Estás bien?
Bajó la mano y se frotó la zona donde por lo visto el
calzado de él le había golpeado.
—Sí. ¿Te has sentado?
—Sí. He pensado que ponía ponerme cómodo. Aunque no quería
hacerte daño. No me he dado cuenta de que…
—¿De qué? ¿No podías ver que estaba aquí? —Se rio, tratando
de restar importancia al asunto y romper un poco el hielo, aunque que él no
respondiera cayó como una pesada losa en el reducido espacio que estaban
compartiendo.
Soltó un suspiro y usó la mano como guía para volver a «su
lado» del ascensor, pero se tropezó cuando el pie izquierdo se le enredó con la
correa de uno de sus bolsos, haciendo que se le resbalara el zapato. Frustrada,
se quitó el otro de una patada que fue a parar a… a algún sitio en la
oscuridad.
—Bueno, supongo que yo también puedo ponerme cómoda —dijo
con la doble intención de romper el silencio y comenzar una pequeña charla con
él. Encontró el rincón trasero del ascensor y se sentó. Después extendió con
cuidado las piernas, las cruzó sobre los tobillos y se alisó la falda a la
altura de los muslos. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo puso los
ojos en blanco. Ni que él fuera a verla.
Aquella oscuridad la tenía completamente desorientada. No
se filtraba ni el más mínimo halo de luz. Su primer impulso fue el de encender
la pantalla del teléfono móvil para poder ver algo, pero entonces se acordó de
que la batería estaba tirada en alguna parte del vestíbulo de la planta en la
que trabajaba. Y, dado que el día estaba siendo lo que era, también había
agotado la batería del portátil, así que tampoco podía usarlo.
Le hubiera gustado ver qué aspecto tenía Buen Sam. Su
loción para después del afeitado olía a limpio. Reprimió una sonrisa al
imaginarse recorriendo su garganta con la nariz hasta llegar a la cabeza.
No sabía exactamente cuánto tiempo llevaban allí dentro.
Giró los pulgares unas cien veces al tiempo que estiraba los tobillos.
«¿Por qué no dice nada? Tal vez es un poco tímido. O puede
que lo hayas dejado anonadado con tu grácil entrada, tu ataque de nervios tan
elegante y tu sensual risa estilo cerdito. Sí, seguro que se trata de eso.»
***
Edward
deseó con todas sus fuerzas que la Castaña volviera a reírse, o al menos
hablara. Que le hubiera recordado lo oscuro que estaba aquel sofocante ascensor
del tamaño de una caja despertó al instante la ansiedad que sentía. Y cuando la
opresión se apoderó de su pecho, tuvo que sentarse para no avergonzarse a sí
mismo desmayándose o haciendo alguna otra mierda similar, pero al estirar las
piernas la había golpeado y desde entonces ella apenas había pronunciado un par
de frases más.
«Bien hecho, sí señor.»
La oyó removerse inquieta, suspirando y cambiando de posición.
Empezó a concentrarse en el sonido que hacían sus piernas cada vez que se
deslizaban contra la moqueta del ascensor; una distracción que le ayudó a
ralentizar la respiración. La inhalación profunda que finalmente consiguió
insuflar en los pulmones le alivió y sorprendió a la vez.
Edward era un tipo solitario. Tenía pocos amigos —personas
que le conocían de toda la vida y que sabían lo que le pasó a los catorce años—
pero tampoco dedicaba mucho tiempo a hablar con personas que no conocía. Así
era él. Los tatuajes, los piercings y pelo rapado
conseguían que desprendiera un cierto halo antisocial, aunque eso era más
fachada que realidad. De modo que le resultaba tremendamente extraño que otra
persona le transmitiera la calma que estaba obteniendo de aquella Castaña. ¡Por
el amor de Dios, pero si ni quiera sabía qué aspecto tenía o cómo se llamaba!
Solo había una forma de resolver ese último aspecto.
—¿Eh, Castaña? —Después del largo período de silencio, su
voz resonó con fuerza en el reducido espacio—. ¿Cómo te llamas? —preguntó en
voz más baja.
Ella se aclaró la garganta.
—Todo el mundo me llama Bella ¿Y tú?
—Edward. ¿Te llamas Bella de verdad o es solo un apodo?
Ella se rio por lo bajo.
—Bueno, «Edward»… —El énfasis con el que pronunció su
nombre le arrancó una sonrisa inesperada—. Me llamo Isabella, pero por lo visto
Bella´s me pega más.
—¿De dónde viene la S?
—Porque me apellido Swan.
—Isabella Swan —susurró él. Le gustaba su nombre. Encajaba
con esa espesa mata de exquisito pelo rojo—. Deberías quedarte con Isabella. Te
va mejor. —Hizo una mueca mientras esperaba la reacción ante aquella opinión
que nadie le había pedido. Su boca había sido más rápida que su cerebro.
—Mmm… —replicó ella de forma evasiva. Creía que le había
ofendido hasta que continuó—: Bueno, una de las ventajas de Bella es que no me
hace destacar en la firma en la que trabajo.
—¿A qué te refieres?
—A que soy la única mujer.
—¿A qué te dedicas?
—¿Es que ahora estamos jugando al juego de las Veinte
Preguntas?
Edward esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Le gustaba que
una mujer supiera plantarle cara. Durante un instante, casi se alegró de la
oscuridad que les rodeaba ya que ella no podría juzgarle por su apariencia. Y
él estaba disfrutando con su franqueza.
—¿Por qué no?
Ella se rio con suavidad.
—Bueno, en ese caso ya he respondido a más preguntas que
tú. ¿Cómo te apellidas?
—Cullen. Edward Cullen.
—¿Y a qué te dedicas, señor Cullen?
Al oírla pronunciar su apellido de esa forma tragó saliva.
Hacía que sintiera… cosas.
—Mmm… —Se aclaró la garganta—. Soy enfermero del cuerpo de
bomberos. —Había tenido claro lo que quería ser desde adolescente. No era nada
fácil ver a otras personas, a otras familias, en situaciones similares a la que
cambió su vida, pero sintió que esa era su vocación.
—Vaya. Eso está muy bien. Es admirable.
—Sí, bueno, paga las facturas —comentó él, avergonzado por
el cumplido. No estaba acostumbrado a recibirlos. Mientras pensaba en ello se
pasó una mano por el pelo cortado al ras. Sus dedos se deslizaron por la
cicatriz más grande que tenía—. ¿Y tú? ¿En qué trabajas? —La oyó reír por lo
bajo y se preguntó qué le divertía tanto.
—Soy contable, y antes de que te mueras de aburrimiento, te
aclararé que trabajo en el ámbito forense, soy contadora forense, así que no es
tan malo como parece.
Edward se encontró riendo, aunque no supo muy bien por qué.
Esa mujer tenía algo que le hacía sentirse bien.
—Bueno, eso es algo muy… interesante.
—Cállate —dijo ella antes de volver a reírse.
Él esbozó una sonrisa todavía mayor.
—Bien dicho.
Ella resopló y dijo con voz divertida:
—Si pudiera verte te daría una torta.
Aquella súbita referencia a la oscuridad en la que se
encontraban borró de un plumazo la sonrisa de su cara. Tomó una profunda
bocanada de aire a través de la opresión que ahora sentía en la garganta.
—Eh, ¿qué te pasa?
—Nada. —No pudo evitar lo cortante que sonó su voz, aunque
estaba más frustrado consigo mismo que con ella. No le gustaba perder los
papeles y mucho menos delante de otras personas.
—Lo siento. Esto… sabes que no te daría un tortazo de
verdad, ¿no?
Y con esa simple frase consiguió que volviera a centrarse.
—Ah, bueno, ya me siento mucho mejor —dijo. El humor volvía
a impregnar su voz. Y era cierto. Giró la cabeza de un lado a otro para liberar
algo de la tensión que sentía en el cuello. Al percatarse de que llevaba
callada un rato se preguntó si realmente pensaba que le había molestado su
comentario. No le gustaba la idea de que se sintiera mal—. Mmm… Tengo un poco
de claustrofobia, eso es todo. Así que… si puedes dejar de mencionar que
estamos a oscuras, a pesar de que… Mierda.
—¿Qué?
—Bueno, está claro que estamos a oscuras, pero no puedo
dejar de pensar en lo estrecho y… cerrado que es este ascensor cuando aludes a…
Solo habla de otras cosas. —Volvió a pasarse la mano por la cabeza rapada
sabiendo que estaba sonando como un auténtico imbécil; por eso casi nunca
conocía a nadie más allá de su reducido círculo de amigos.
Pero ella le respondió completamente seria.
—Oh, bien. De acuerdo, entonces, ¿de qué quieres que hable?
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Hola a todas que les parece una nueva adaptacion en un nuevo inicio de año bueno espero les agrede esta adaptacion es corta pero tiene dos libros mas el cual igual son cortos y subire junto con esta adapacion para hacer uno solo bueno espero con ansia sus comentarios para saber que les parece noe vemos sobre las actualizaciones no tendria especifico pero no se preocupen saben que siempre subo de dos capitulo a tres si me tardo mucho en actualizar.
8 comentarios:
Hola hola nena me gustó muchísimo el tema,e imagino a ese Edward rapado y con piercings y que trae una historia misteriosa
Gracias por esta nueva adaptación y me subo a esta nueva aventura
Saludos y besos
Hola me atrapaste quiero saber que mas pasara en ese ascensor?????
Pobre Edward debe ser terrible estar atrapado ahí ojalá Bella le ayude a distraerse
Gracias 😊
Gracias por la historia, me gustan los personajes.
GRACIAS ❤😘💕
Ya me pondré al día. Encuentro que está súper interesante
Besitos
Me encanta esta nueva historia sólo me gustaría que cambiasen los colores del blog cuesta leer otras historias a través del celular.
Wow que manera de conocerse jaaj
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